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FREUD, BORGES Y EL SECRETO

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 Carme García Gomila

En este artículo, como ya se apunta en el título, se hablará del Secreto. Recomiendo a quienes no hayan leído el relato de Borges (1992) La Secta del Fénix o habiéndolo leído desconozcan el enigma que contiene, que tienen la opción de leerlo o releerlo ahora mismo disfrutando de la intriga y el desconcierto que produce el encuentro con este texto, ya que advierto que a partir del siguiente párrafo desvelaré la clave que permite una segunda lectura más interesante, rica y divertida del relato, pues a fin de cuentas todos ustedes, como yo misma, somos Hombres del Secreto.
En el prólogo de Artificios (1944), donde está recogido el relato del que tratamos, Borges declara: “En la alegoría del Fénix me impuse el problema de sugerir un hecho común -el Secreto- de una manera vacilante y gradual que resultara, al fin, inequívoca; no sé hasta dónde la fortuna me ha acompañado.” Realmente es tal el talento en ocultar el Secreto que esa manera que él llamaba inequívoca resultó equívoca o al menos esquiva para todos, aunque quizá la poca fortuna que le acompañó para que fuera inequívoca constituye, a mi parecer, uno de los valores del relato, al dotarlo de un enigma que crea cierta inquietud y despierta la curiosidad. En mi caso, en la primera lectura me pasó casi desapercibido el cuento entre las soberbias propuestas de los otros relatos contenidos en Artificios y por la voracidad lectora de la juventud, y atribuí a mi ignorancia no saber desvelar entre las pistas propuestas la clave para dar sentido al texto. Muchos años después, mi profesor de taller literario, Gustavo Crespo, argentino como Borges, me hizo partícipe de la clave para entender, y desde luego para disfrutar de nuevo, La Secta del Fénix. Pero no me pregunté cómo era que él la sabía, cómo era que estaba en el Secreto. Sencillamente le creí y con la relectura del texto vi que encajaba perfectamente con el enigma que se proponía el autor. Sin más dilación, desvelo la clave: el Secreto a que alude Borges no es ni más ni menos que la sexualidad humana.

Hace poco, tuve la ocasión de asistir a una excelente clase magistral de Mariela Michelena, en la que divulgaba con gran claridad, amenidad y pedagogía su trabajo publicado en el libro Saber y no saber. Curiosidad Sexual Infantil (2006), cuya lectura recomiendo no sólo a aquellos que nos dedicamos al noble arte de reparar la salud mental, sino a todos aquellos a quienes les interesa la vida humana.  Pues bien, en el descanso de la conferencia hablé con ella, y le comenté que me había hecho pensar en el relato de Borges La Secta del Fénix. A lo cual respondió entusiasmada: “¡hablo de él en el libro!”. Y así, al leerlo me enteré de que la manera inequívoca a la que aludía Borges no era inequívoca, sino totalmente hermética, ya que no se había podido dilucidar el Secreto a partir del texto. Dice Michelena: “Los estudiosos de la obra de Borges se preguntaron durante años sobre la misteriosa Secta del Fénix y su Secreto. Proliferaron diferentes versiones. La más difundida supone que La Secta del Fénix es una metáfora de la ‘literatura misma que a pesar de los muchos pronósticos sobre su muerte, se niega a desaparecer’ (De Costa, 1999). Sin embargo, un periodista curioso y deseoso de descubrir la verdad de El Secreto, se atrevió a preguntar directamente a Borges en qué consistía el rito de la secta y éste le respondió, al oído, que se trataba de ‘lo que el marido sabe, gracias al acto de engendrar’”. Es cierto que Borges había dado en el texto alguna pista para dilucidarlo: “Los materiales son el corcho, la cera o la goma arábiga”, en clara referencia a antiguos métodos anticonceptivos, pero ello debió pasar desapercibido a los estudiosos que quizá como los niños querían a la vez saber y no saber.

Vamos a suponer que un hombre de tan vasta cultura como Borges conocía la obra de Freud. Vamos a suponer que de forma consciente o inconsciente tomara como punto de partida algunos de los conocimientos psicoanalíticos para inspirarse en la escritura del relato que nos ocupa. Pero también podemos suponer que por ser un Hombre del Secreto podía saber de qué iba la cosa. Pero cuando acaba el relato concluyendo con la frase: “Alguien no ha vacilado en afirmar que ya es instintivo”. ¿Se refería con ese “alguien” quizá a Freud? A mí me gusta pensar que sí, aunque también pudiera ser que no, y que la imaginación juguetona de Borges junto con su erudición inmensa le hubieran permitido un acercamiento tan acertado al tema de la sexualidad humana. Lo que sí sabemos es que Freud no pudo leer a Borges, pero me gusta imaginar que, juntos, hubieran pasado buenos ratos hablando del Secreto. Pero, ¿y Freud? Su actitud frente a la sexualidad humana fue totalmente contraria a la de Borges. Freud no quiso ser sugerente, vacilante y gradual, ni usar alegorías ni subterfugios; por contra, se dedicó al estudio de la sexualidad humana y a su divulgación, con prudencia y valentía a la vez, intentando que el Secreto dejara de serlo, en tiempos donde precisamente esta tarea no era fácil. Esa es sencillamente la diferencia entre este literato y este científico.

En los Tres ensayos de teoría sexual (Freud, 1905), sobre todo en el segundo, cuando habla de la sexualidad infantil podemos entrever el origen del Secreto. Cada uno descubre a través de las sensaciones en el propio cuerpo la sexualidad y cada uno la inventa en su mente, es decir da significado a esta experiencia y la guarda como un secreto. Más adelante, a pesar de, o gracias a la amnesia infantil, los conocimientos que pueda adquirir con posterioridad el sujeto sobre el tema, el secreto descubrimiento a la vez que invento de cada uno, matizará o determinará la expresión de su sexualidad adulta. Borges dice, “… se transmite de generación en generación, pero el uso no quiere que las madres lo enseñen a los hijos, ni tampoco los sacerdotes; la iniciación en el misterio es tarea de los individuos más bajos. Un esclavo, un leproso o un pordiosero hacen de mistagogos. También un niño puede instruir a otro niño”. Aquí bien pudiera decirse que Borges conocía los descubrimientos de Freud sobre sexualidad infantil.  Freud, en su Prólogo a la cuarta edición de Los tres ensayos de teoría sexual  nos dice: “Si los hombres supieran aprender de la observación directa de los niños, estos tres ensayos podrían no haberse escrito”. Dice Freud más adelante en el mismo prólogo: “…una parte del contenido de este trabajo, a saber, su insistencia en la importancia de la vida sexual para todas las actividades humanas y su intento de ampliar el concepto de sexualidad, constituyó desde siempre el motivo más fuerte de resistencia al psicoanálisis.” Lo curioso es el acierto de Borges sobre la transmisión del Secreto, ya que a pesar de que tanto Freud como pionero, y muchos otros científicos después siguen divulgando seriamente detalles cada vez más finos del Secreto, la enseñanza y divulgación sigue en manos de niños, esclavos, leprosos o pordioseros. Al decir de Borges, “es tarea de los individuos más bajos”. La divulgación del Secreto no admite expertos. Me explicaré. En mi opinión, a pesar de los esfuerzos en llevar a las aulas la formación sentimental y sexual, a pesar de la mayor confianza en las familias en hablar del tema, hoy internet con sus redes sociales y sus webs y las televisiones con sus supuestos programas de divulgación y entretenimiento son los auténticos mistagogos de la educación emocional y sexual de las nuevas generaciones.  ¿No será que esas formas vulgares conectan mejor con los descubrimientos de los pequeños perversos polimorfos de los que nos hablaba Freud? Pienso que sí. Freud hablaría hoy de las mismas resistencias al psicoanálisis. Michelena lo describe bien ya en el título de su libro: saber y no saber. Y no podemos negar que las formas más vulgares, casi obscenas de formación son más adecuadas para confirmar las teorías sexuales infantiles, para poder permanecer en las propias fantasías sexuales de cada uno, en la propia invención. La diferencia fundamental entre otras épocas de la historia y la actual es, a mi parecer, que esta situación crea una paradoja. Con la divulgación masiva, casi diría que obligatoria de temas sexuales, parece que ha desaparecido la sensación de secreto, incluso la necesidad de privacidad, pero en realidad sencillamente se ha banalizado, por no decir que se ha profanado perdiendo la sensación de misterio y ocultando, de tanto hablar de él, la posibilidad de explorar de verdad la complejidad de la sexualidad humana y establecer un diálogo con los propios sentimientos. Ahora parece que ya todo se sabe y que además lo sabe todo el mundo, y que debe proclamarse la práctica del Secreto, siendo esta proclamación un nuevo dogma que oculta en vez de mostrar.

Freud pensaba que la liberación de la intensa represión sexual de la era victoriana contribuiría a una mejora en la salud mental de los individuos. Pero el ser humano es complejo y esquivo, y ahora nos hemos ido al otro extremo. La sexualidad ha pasado de estar prohibida a ser casi obligatoria, lo que genera otro tipo de malestares que a menudo contemplamos en nuestras consultas. Y si bien antes era el lascivo o el concupiscente el que estaba mal visto, ahora lo es el cauto, austero o selectivo en cuanto a la calidad de la práctica del Rito el que se ve ridiculizado o criticado. ¿Y cómo puede ser de otra manera? Borges y Freud lo dicen: la sexualidad humana está mechada de amor y de odio, de generosidad y violencia y de esto no nos libramos. Cambian las formas pero la esencia permanece. Y quizá así debe ser, pues sin el placer que proporciona la práctica del Rito la especie se habría extinguido y una de las cosas más placenteras que hay es sentirse partícipe de un Secreto y a la vez sentirse inventor del mismo, hasta el punto de negar que ya había sido inventado antes de nuestro nacimiento, hasta el punto de negar incluso que este nacimiento es precisamente una prueba irrefutable de que la invención del Secreto nos precedió. Por ello, larga vida a La Secta del Fénix, que con sus múltiples formas y maneras asegura nuestra permanencia en la Tierra.


Referencias bibliográficas

 Borges, J.L. (1944), La Secta del Fénix, en Artificios, Obras completas,  II, Barcelona, Círculo de Lectores, 1992, pp. 114-116.

Freud, S. (1905), Tres ensayos de teoría sexual, en Obras completas, VII, Buenos Aires, Amorrortu Editores, 1996.

Michelena, M. (2006), Saber y no saber. Curiosidad Sexual Infantil, Madrid, Editorial Síntesis.


Fuente: Temas de Psicoanálisis



Las duras críticas de Jorge Luis Borges al fútbol: "Despierta las peores pasiones"

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"Usted debe de ser muy famoso". La afirmación cruzó el aire y se instaló en la cara de César Luis Menotti transmutada en gesto de sorpresa. Que sí, que no, que tal vez, que en una de esas por ser campeón del mundo… El Flaco balbuceó una posible respuesta y antes de que pudiera ensayarla, Jorge Luis Borges remató la faena: "Porque mi empleada me pidió un autógrafo suyo".

Corría septiembre de 1978, el entrenador de la Selección Argentina, que venía de ganar el Mundial, estaba cumpliendo el sueño de conocer a uno de sus admirados personajes, y esa desopilante presentación fue el puntapié inicial de una entrevista que el propio Menotti le hizo a Borges para una revista literaria.

La charla no volvió a ahondar en cuestiones futbolísticas, pero esa primera reacción del escritor desnudó la incredulidad que le generaba ese fenómeno que jamás se empeñó demasiado en comprender, pero al que siempre criticó con obstinada crudeza.

"El fútbol es popular porque la estupidez es popular –decía–. Once jugadores contra otros once corriendo detrás de una pelota no son especialmente hermosos".

A Borges le molestaban las representaciones masivas y no era demasiado adepto a ningún deporte, aunque el chauvinismo de cotillón era el rasgo que, entendía, vaciaba de legitimidad cada partido: "El fútbol despierta las peores pasiones. Despierta sobre todo lo que es peor en estos tiempos, que es el nacionalismo referido al deporte, porque la gente cree que va a ver un deporte, pero no es así. La idea de que haya uno que gane y que el otro pierda me parece esencialmente desagradable. Hay una idea de supremacía, de poder, que me parece horrible".

Tampoco las hinchadas quedaban a resguardo de su disgusto: "El fútbol en sí no le interesa a nadie. Nunca la gente dice 'qué linda tarde pasé, qué lindo partido vi aunque haya perdido mi equipo'. No lo dice porquelo único que interesa es el resultado final. La gente no disfruta del juego".

En la víspera de la Copa del Mundo de 1978 hizo algunas declaraciones que luego le costarían caro: "Mientras dure el campeonato iré a cualquier parte donde no se hable de fútbol. El Mundial será una calamidad que por suerte pasará".

Los detractores del torneo, que basaban su rechazo en que estaba organizado por un gobierno de facto, con todas las implicancias que eso conllevaba en la época, se hicieron eco de sus palabras para afirmar que hasta Borges, abiertamente conservador y antiperonista, cuestionaba el accionar militar. Y los defensores del gobierno mostraban aquellas famosas fotos en las que el escritor estrecha la mano del dictador chileno Augusto Pinochet y de Jorge Rafael Videla. Durante mucho tiempo, Borges quedó en el medio de esa guerra sin cuartel por la ambigüedad de sus dichos.

Mucho más sutil que en sus declaraciones fue en su accionar. Como muestra de repudio al Mundial organizó, el día del debut de Argentina contra Hungría y a la misma hora del comienzo del partido, una conferencia sobre la inmortalidad, una de sus obsesiones. La cancha se llenó, pero su biblioteca también.

"Jamás he visto un partido en mi vida –aclaró en una oportunidad-. Primero porque soy casi ciego, segundo porque es parte del tedio, y además porque la gente que asiste a esos partidos no va por el juego en sí mismo, como deporte, sino exclusivamente para ver ganar a su equipo".

No obstante, en otra entrevista con el diario La Razón contó una pintoresca historia sobre el partido –o, mejor dicho, medio partido– que presenció: "A la cancha fui una vez, y fue suficiente. Me bastó para siempre. Fuimos con Enrique Amorim (novelista y director uruguayo). Jugaban Uruguay y Argentina. Bueno, entramos a la cancha, Amorim tampoco se interesaba por el fútbol y como yo tampoco tenía la menor idea, nos sentamos; empezó el partido y nosotros hablamos de otra cosa, seguramente de literatura. Luego pensábamos que se había terminado, nos levantamos y nos fuimos. Cuando estábamos saliendo alguien me dijo que no, que no había terminado todo el partido, sino el primer tiempo, pero nosotros igual nos fuimos. Ya en la calle yo le dije a Amorim: 'Bueno, le voy a hacer una confidencia. Yo esperaba que ganara Uruguay para quedar bien con usted, para que usted se sintiera feliz'. Y Amorim me dijo: 'Bueno, yo esperaba que ganara Argentina para quedar, también, bien con usted'. De manera que nunca nos enteramos del resultado de aquello, y los dos nos revelamos como excelentes caballeros. La amistad y el respeto que ambos nos profesábamos estaba por encima de esa pobre circunstancia que era un partido de fútbol".
“Jamás he visto un partido en mi vida –aclaró en una oportunidad-. Primero porque soy casi ciego, segundo porque es parte del tedio”, decía Jorge Luis Borges “Jamás he visto un partido en mi vida –aclaró en una oportunidad-. Primero porque soy casi ciego, segundo porque es parte del tedio”, decía Jorge Luis Borges

Borges, que inicio su obra literaria traduciendo a los británicos James Joyce, Oscar Wilde y G. K. Chesterton, incluyó a Inglaterra en la volteada: "Qué raro que nunca se les haya echado en cara a los ingleses, injustamente odiados, haber llenado el mundo de juegos estúpidos, deportes puramente físicos como el fútbol, que es uno de sus mayores crímenes".

Sin embargo, como todos los Borges caben en Borges, junto a su amigo Adolfo Bioy Casares escribió un cuento, titulado Esse est percipi, en el que el fútbol es protagonista junto a toda su parafernalia. El texto tiene como personaje principal a un tal Honorio Bustos Domecq, que no es otro que el escritor ficticio que ambos inventaron para darle personalidad a la fusión de sus plumas. La elección del nombre no es azarosa: Bustos era el apellido del bisabuelo materno de Borges, y Domecq el de la abuela paterna de Bioy.

En el cuento, Bustos Domecq es informado por un dirigente de una alarmante realidad: "El último partido de fútbol –le dice– se jugó en esta Capital el día 24 de junio del 37. Desde aquel preciso momento, el fútbol, al igual que la vasta gama de los deportes, es un género dramático, a cargo de un solo hombre en una cabina o de actores con camiseta ante el cameraman". Después de un par de aclaraciones, Bustos Domecq pregunta con temor: "¿Debo deducir que el score se digita?". Ahí le comunican que no hay score, ni partidos, ni estadios. Que todo lo que pasa y vale precisamente vale y pasa porque sale en la televisión y en la radio. Que la conquista espacial es una coproducción yanqui-soviética y que en el mundo nunca sucede nada que no esté prestidigitado.

Esse est percipi, ser es ser percibido, es una crítica a la mediatización de la realidad, y a la legitimación de las acciones cotidianas solo a través de la mirada de un tercero. En esto, Borges también fue un visionario como cuando en El Aleph, cincuenta años antes de la aparición de internet, se animó a pensar un rudimentario punto ciego desde el que era posible ver, al mismo tiempo y desde una única posición, cualquier rincón del universo.

Bioy Casares fue, también, uno de los pocos que intentó acercarlo al deporte desde la práctica, cuando él, eximio jugador de tenis, se ofreció a enseñarle a Borges los secretos de su revés, aunque la respuesta fue terminantemente negativa. Lo que sí cultivó como ejercicio fue el ajedrez, que jugó esporádicamente pero por el que se dejó seducir. "Es uno de los grandes medios que tenemos para salvar la cultura –decía–. El ajedrez es como el latín, el estudio de las humanidades, la lectura de los clásicos, las leyes de la versificación y la ética. El ajedrez es hoy reemplazado por el fútbol, el boxeo o el tenis, que son juegos insensatos, no de intelectuales".

En el ajedrez mezcla otra de sus obsesiones, la religión, que él abordó desde su posición de agnóstico inclaudicable. En 1960 escribió un poema, titulado Ajedrez, cuyos últimos versos rezan: "Dios mueve al jugador, y éste, la pieza. ¿Qué Dios, detrás de Dios la trama empieza el polvo y tiempo y sueño y agonías?".

En los metros finales de su vida, ya sumido en la profunda ceguera, Borges se radicalizó en sus convicciones, y siguió siendo crítico del deporte en general y del fútbol en particular.
Borges y María Kodama, el escritor pasó sus últimos días en Ginebra, Suiza, donde murió el 14 de junio de 1986 Borges y María Kodama, el escritor pasó sus últimos días en Ginebra, Suiza, donde murió el 14 de junio de 1986

Pasó sus últimos días en Ginebra, Suiza, y falleció el 14 de junio de 1986, en plena disputa del Mundial de México. En sus últimas entrevistas, fastidioso tal vez por la consulta recurrente por su condición de argentino, dejó entrever que no sabía quién era Maradona. Ocho días después de su muerte, el 22 de junio, Diego le dio forma a su obra cumbre, el Gol del Siglo contra Inglaterra en el Estadio Azteca, uno de los hechos futbolísticos de los que más se escribió en cualquier parte del planeta. Esa paradoja borgeana terminó de darle forma a la díscola relación del escritor con el fútbol, y también fue cuna para el surgimiento de algunas "teorías conspirativas" entre sus seguidores.

"Sobre la tormentosa relación entre Borges y el fútbol –asegura una de estas teorías–, una especie de mito urbano señala, sin más, que el fútbol dejó ciego a Borges. En una supuesta biografía no autorizada de Borges, escrita por un supuesto amigo del escritor, se afirma que en algún momento de 1930 Borges y otros intelectuales decidieron jugar un partido de fútbol, deporte por el que Borges, según esta historia, era un apasionado. En la insólita alineación también estaban Adolfo Bioy Casares, Roberto Arlt, Ricardo Güiraldes, Horacio Quiroga, Xul Solar y Julio Cortázar. Bueno, hasta el seudónimo de Borges, Bustos Domecq, estaba jugando. Y entonces, sucedió algo que cambiaría la vida de Borges. En un tiro de esquina Borges saltó para rematar con la cabeza, pero perdió el equilibrio al ser empujado y antes de caer al suelo su frente se topó con la rodilla de un jugador contrario. Borges cayó al césped, fulminado y minutos después, ya en el hospital, un neurólogo daba el terrible diagnóstico: se le habían desprendido ambas retinas, producto del golpe, y con el tiempo quedaría ciego. Por ello no le quedó otra opción que aprender a escribir".

Claramente la historia tiene mucho de homenaje borgeano y poco de realidad, aunque bien podría haber sucedido en ese mundo de Ficciones plagado de laberintos, espejos y cuchilleros que dirimen su destino a suerte y verdad en duelos caballerescos.

Borges no se habría sorprendido, o al menos no tanto como en aquella entrevista con Menotti, que duró unos cuantos minutos y que tuvo un final tan memorable como el comienzo. "Qué raro, ¿no? –dijo el escritor. Un hombre inteligente y se empeña en hablar de fútbol todo el tiempo".

(Esta nota del periodista Matías Rodríguez fue publicada en la edición de junio de 2016 de la revista El Gráfico)

Fuente: msn deportes.com


Intensa mañana literaria de Macron: habló sobre Borges con escritores argentinos y visitó a María Kodama

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Los autores que estuvieron con él se sorprendieron por su gran conocimiento de la obra y de las ideas del mayor autor argentino

29 de noviembre de 2018

                    (Instagram: @emmanuelmacron)

Esta mañana, antes de su paseo por la Plaza de Mayo y de su encuentro oficial con el presidente Mauricio Macri en Casa Rosada, el presidente francés Emmanuel Macron -un hombre de reconocida cultura y ligado a los libros, que fue discípulo y asistente del gran filósofo Paul Ricoeur– se dedicó a la literatura. El centro de su interés fueron la figura y la obra de Jorge Luis Borges, de quien se reconoce gran admirador, por lo que en su primera mañana en Buenos Aires en el marco de la cumbre del G20, primero se reunió a desayunar con varios escritores y luego visitó a la viuda del escritor, María Kodama, en la Fundación Borges.

Cafecito mediante, la cita con los escritores argentinos Damián Tabarovsky, Silvia Hopenhayn, Gonzalo Garcés y Pola Oloixarac ocurrió en la cafetería de la preciosa librería El Ateneo Grand Splendid. Luego de este encuentro informal, ya con su esposa Brigitte, Macron visitó la Fundación Borges y estuvo conversando con la viuda del escritor.

Tabarovsky y Olaixarac le regalaron ediciones de sus libros en francés y Garcés le obsequió la edición bilingüe de obras del Marqués de Sade que publicó Galerna, la editorial en la que él trabaja como editor. Además, los escritores le entregaron un extracto de la traducción del Borges de Bioy, para que lea (ver video arriba, tomado de la cuenta Instagram de Pola Olaixarac). Naturalmente hablaron sobre el autor de El Aleph pero también hubo otros grandes nombres argentinos y franceses que surgieron en la conversación como los de Manuel Puig, Bioy Casares, Silvina Ocampo, César Aira, Houellebecq, Carrère, Philippe Claudel y Jean Echenoz.

"Estuvo buenísimo. Nosotros pensábamos que iba a ser algo guionado, formal, y no fue así. Quedamos muy impresionados, es una persona que de verdad leyó a Borges, que lo cita, lo discute", le comentó Gonzalo Garcés. "Hablamos de Borges y de varios escritores argentinos como puente entre Latinoamérica y Europa. Uno de los ejes centrales del discurso de Macron es cómo hacer frente a los populismos nacionalistas que amenazan el proyecto universalista de la UE. Le cité a propósito de esto entonces las ideas de Borges sobre la nacionalidad. Para Borges era absurdo pensar en una esencia argentina o en una esencia de cualquier nacionalidad. Borges decía que todos somos fatalmente griegos y romanos. Macron pareció apreciar la idea. Cuando se despidió para seguir su agenda me dijo: 'Perdón que los deje, pero me toca encontrarme con algunos otros grecorromanos'".

Para completar la entusiasta "mañana Borges", Macron le dedicó también un espacio en las redes al mayor escritor argentino. "Como joven europeo, Borges fue para mí una puerta de entrada hacia un imaginario sudamericano a través de la ficción. Me parecía extraordinario que hubiera un hombre que se deslizaba hacia la ceguera en una biblioteca de Buenos Aires y que conseguía recapitular aquello que su educación anglosajona le había enseñado sabiendo pasearse por el budismo, describiendo las guerras en los mares de China… Borges es una sensibilidad personal que entra en sintonía con el destino del pueblo argentino y le hace alcanzar la universalidad", escribió el presidente francés en su cuenta de Instagram.

Fuente: Infobae


1970: Siempre! charla en Buenos Aires con Jorge Luis Borges

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Por Jorge Saldaña*
Cuando el avión que me llevaba a Argentina cruzaba por la frontera de Guatemala, nos dijo la sirviente del aparato: Abróchense los cinturones porque “empieza una zona turbulencias”. Lo que yo pude observar, es que mientras volábamos sobre territorio mexicano también había turbulencias “pero nadie decía nada…”

De todas maneras esta carta no es sobre aeronáutica, sino para platicarle cómo es y cómo piensa Jorge Luis Borges.

En la calle de México 564, en Buenos Aires, Argentina, está la Biblioteca Nacional. Es un edificio de gruesos muros y sobriedad evidente, ahí medio sepultada en libros y motivos de madera antigua, palpita la blanca y delicada figura de Jorge Luis Borges, que ayudado por su esposa trabaja incesantemente perdido en el mar obscuro de su ceguera:

SR. SALDAÑA: Señor Borges, soy amigo de la revista SIEMPRE! de México, ¿puedo hacerle unas preguntas? Háblenos señor Borges de sus amigos mexicanos.

SR. BORGES: Mi mejor amigo que tengo en México es un muerto, me refiero naturalmente a Don Alfonso Reyes; Alfonso Reyes que fue embajador de México en Buenos Aires y que fue tan bondadoso conmigo, entonces yo era un muchacho desconocido y él ya tenía una vasta obra literaria, una obra que como la de Groussac mi predecesor en este cargo de la biblioteca, ha influido mucho en mí.

El año de 1955, el año de la revolución libertadora, el año que me nombraron director de esta casa, comprobé que por una suerte de ironía divina, yo estaba rodeado de 800,000 libros y apenas podía descifrar los títulos, ahora ya no puedo leer, me he dedicado al estudio del anglosajón y del escandinavo antiguo y no puedo decirle mucho sobre mis contemporáneos.

SR. SALDAÑA: Señor Borges, ¿cree usted en la unidad latinoamericana?

SR. BORGES: Yo he viajado algo por la América Latina, desgraciadamente no conozco México aún, pero las diferencias me han impresionado más que las afinidades. Creo que la diferencia principal digamos entre Colombia o Perú y la República Argentina, es que en esos países hay una carta de aristocracia de origen blanco y mucha gente de sangre indígena, en cambio aquí y en Uruguay tenemos un país de clase media y buena parte de origen extranjero, a veces pienso que yo no soy realmente un argentino porque no tengo sangre italiana y eso me hace un poco forastero aquí.

SR. SALDAÑA: ¿Cuál es su origen señor Borges?

SR. BORGES: Mi sangre es diversa, es portuguesa, castellana, andaluza e inglesa, pero en este país creo que el origen de cada uno de nosotros es lo que menos importa, lo importante es el hecho de que nos sentimos argentinos, creo en general que pertenecer a un país es más bien un acto de fe.

SR. SALDAÑA: ¿Un acto de esperanza quizá?

SR. BORGES: Un acto de fe, un acto de esperanza, una convicción que eso es mucho más importante que lo étnico. La mayor parte de mi sangre es portuguesa y española y sin embargo a pesar de la simpatía que ambos países me inspiran, en ningún momento me he tomado por español o por portugués, me he sentido argentino, aunque no sé muy bien lo que significa ser argentino.

SR. SALDAÑA: Señor Borges, ¿cuál, desde su punto de vista, es el mayor problema que confrontan estos países?

SR. BORGES: Yo no puedo decir nada en lo que se refiere a otros países, creo que algo importante está ocurriendo en la literatura argentina y quizá en la de otras Repúblicas hermanas, es el hecho de que la literatura ha dejado de ser en buena parte, un documento, un testimonio, un legajo, es decir, yo noto aquí, un gradual y creciente predominio de la literatura fantástica, una mayor libertad para la imaginación.

SR. SALDAÑA: ¿Cree usted que la literatura puede coadyuvar en algún momento para la evolución o politización de los habitantes en América Latina, puede ser la literatura un arma política?

SR. BORGES: Sí, puede ser, pero no es necesario que se proponga serlo, quizá para que lo sea realmente, es mejor que no se proponga ese fin, es decir, creo que lo que un escritor se propone conscientemente es muy poco importante y puedo repetir las palabras de Kipling que fue un escritor comprometido, es decir, el que hizo recordar a sus distraídos compatriotas que poseían un imperio que era el mayor del mundo, y ya siendo un hombre viejo, dijo: “a un escritor le está permitido inventar una fábula, pero no le está permitido saber cuál es la moraleja de la fábula”, es decir, creía en la inspiración, o como dirían los griegos, en la musa, o como dirían los hebreos, en el espíritu. Es decir: creo que el ejercicio estético es un ejercicio muy complejo y que nuestra conciencia quizá tenga poca parte en él. Es decir: cuando escribimos, lo hacemos no sólo con nuestras opiniones que suelen ser lo más superficial que hay en nosotros, sino con nuestra sangre, con el pasado de nuestros mayores y quizá con todo el pasado del mundo.

SR. SALDAÑA: Perdone que haga esta pregunta: En el consenso de algunos países de América Latina, prevalece la idea de que Argentina se valora muy superiormente a los otros pueblos latinoamericanos, de que el mismo argentino se considera en un estrato muy superior a toda Latinoamérica. ¿Podría ser cierto esto?

SR. BORGES: Yo creo que ello ocurrió en 1910, cuando hubo aquel fervor del primer centenario de la revolución. Creo que poemas como la Oda a la Argentina de Rubén Darío, o las Odas seculares de Lugones, no fueron menor brindis, creo que correspondían a una esperanza compartida.

Actualmente creo que nos sentimos muy perplejos y que no estamos muy seguros de lo que pueda ocurrir, aunque desde luego, cada uno de nosotros debe tratar de trabajar por la patria.

SR. SALDAÑA: ¿Podría usted definir su situación o sus inquietudes o posición política?

SR. BORGES: Sí, mi posición política es muy sencilla, me he afiliado al Partido Conservador. Yo había sido radical toda mi vida, pero por una razón que desde luego era absurda, el hecho de que un abuelo materno mío era íntimo amigo de Leandro Alem, y él me cuenta que los radicales estaban llevando al país a la desintegración. Y pensé que era absurdo seguir afiliado a un partido por razones de tipo genealógico, de suerte que fui a ver a Hardoy, jefe del partido demócrata, es decir de los conservadores y dije que quería afiliarme al partido. El Dr. Hardoy me miró asombrado y me dijo: usted está loco, vamos a perder las elecciones, entonces yo quise hacer una frase, y le dije: a un caballero sólo le interesan las causas perdidas, y él me dijo: si está buscando causas perdidas, no tiene que dar un paso más, aquí lo esperamos con los brazos abiertos y efectivamente, soy conservador ahora, lo cual de algún modo es una forma de escepticismo político, también porque es el partido equidistante, digamos, del nacionalismo y del comunismo, es un partido que tiene la virtud de no poder suscitar ningún entusiasmo, lo cual puede ser bueno también.

Ahora, al mismo tiempo yo he procurado que mis opiniones no intervengan en mi obra literaria; es decir durante la dictadura, nadie pudo creer que yo fuera peronista.

SR. SALDAÑA: ¿Pero usted no lo era?…

SR. BORGES: No, nunca, por eso digo, yo he sido perseguido por el peronismo, mi madre estuvo en la cárcel, mi hermana y un sobrino también.

SR. SALDAÑA: ¿Cree usted que haya peronismo actualmente en Argentina?

SR. BORGES: Yo no sé, pero ocurre algo muy raro. Durante la dictadura de Perón, ninguna persona medianamente culta se animaba a decir que fuera peronista, o si lo era, explicaba que lo hacía por razones digamos de provecho personales, pero no por la estupidez intelectual que hubiese significado ser peronista. En cambio ahora, el hecho de que Perón sea un prófugo, de que este lejos, le da una suerte de prestigio que no tuvo durante la dictadura.

SR. SALDAÑA: He visto por los puestos de periódicos de aquí, unos grandes desplegados y cuadernos sobre la vida de Eva Perón y elogios al régimen peronista, lo cual significa que está permitido que haya esa profusión de publicidad al peronismo.

SR. BORGES: Desde luego, la dictadura que tenemos aquí es una dictadura de la tolerancia, quizá de la excesiva tolerancia.

SR. SALDAÑA: ¿Cree usted que debería ser más estricta?

SR. BORGES: Me parece por ejemplo que aquellos carteles que usted acaba de mencionar, no deberían estar permitidos, la época de Perón fue, yo lo sé, una época espantosa, además de las prisiones que yo le he mencionado, bueno, yo sé de gente que fue torturada y asesinada, sin ir más lejos, Perón hizo matar delante de él por su guardaespaldas a su cuñado Juan Duarte.

SR. SALDAÑA: De todas maneras son épocas tristes de la historia no digamos de Argentina, sino de todos los países, todos las hemos pasado.

SR. BORGES: Desde luego y del siglo XIX aquí fue una época espantosa, este es un país donde todos son parientes. De modo que yo tengo algún parentesco con Rosas y creo que Rosas pudo haber sido más o menos igual a Perón, es decir la misma unión de crueldad y cobardía.

SR. SALDAÑA: En casi todos los países ha habido esos problemas, ¿verdad, señor Borges?

SR. BORGES: Sí y aquí muchos, desde luego, el mismo Urquiza que echó a Rosas, fue un hombre no menos cruel que Rosas. Ayer mi madre me contó un hecho que yo ignoraba de Urquiza, y es que él hizo decapitar a un enemigo y luego le mandó a la viuda en una bandeja de plata, la cabeza de su marido, lo cual muestra algo bastante horrible, ¿o no?

SR. SALDAÑA: Sr. Borges, ya no lo molestamos más. Le deseamos que tenga y goce de mucha salud, ojalá pronto vaya usted por nuestro país, verá cuántos amigos y cuántos admiradores tiene y cuántos lectores.

SR. BORGES: Es lo que más deseo y sobre todo, pienso en Don Alfonso Reyes, siempre que yo pienso en México.

La figura indecisa de Jorge Luis Borges se perdió en uno de los corredores para continuar en una mesa llena de libros, escuchando la lectura de su esposa y haciendo observaciones mientras fijaba su mirada muerta, en un punto que no existía a la distancia.

*Texto publicado el 10 de junio de 1970, en la revista Siempre !  - Número 885.


Fuente: Revista Siempre – México



Mi experiencia con Borges

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Por Antonio Camacho Gómez

Hablar con ese “monstruo sagrado” de la literatura argentina que es Jorge Luis Borges resulta una experiencia interesante. Y si se logra una auténtica comunicación, una cálida corriente simpática en que se llega al intercambio amical de datos personales, entonces esa experiencia se torna sorpresa placentera porque nos permite apreciar que, el escritor más famoso del país, tiene una dimensión humana poco frecuente entre sus pares: la cordialidad espontánea y sencilla para el otro, que, para el autor de “El hombre de la esquina rosada” no es el infierno que pretende Jean Paul Sartre.

Naturalmente no todo lo que se conversa con este Borges casi ciego, aferrado a su imprescindible bastón, cargado de años y de fama y, más de una vez engañado por el sectarismo en esa inocencia que justo proclama como condición capital y necesaria al hombre -quizá una forma de destierro para el “homo homini lupus” de Plutarco y Hobbes- tiene parigual interés, aunque nada es prescindible, incluyendo su preferencia española por Córdoba y Granada con respecto a Sevilla, o la aclaración del nombre de Andalucía, en su origen “Vandalucía”, denominación que dieron los vándalos, lo que permite apreciar el gran interés del escritor por lo oriental y lo germánico. Dos viejos amores que, en el primer caso, explica diciendo “que todos sentimos el influjo de Oriente a pesar de la dificultad para definir esa palabra”, y que hay dos libros esenciales para él: la “Biblia” y “Las mil y una noches”, y que en el segundo caso testifica su interés por los poetas alemanes y su conocimiento del idioma germano, que le permitió el primer contacto con el seductor Walt Whitman, aunque confiese, “a riesgo de pecar de pasatista”, que el poeta que prefiere de todas las épocas y latitudes es el pastoril Virgilio.

Aunque no tiene empacho en reiterar que no gusta de su propia obra, tampoco tiene óbice en enfatizar su desagrado por las obras de Poe y Baudelaire, poetas que, según él, se han mostrado ególatras, sólo preocupados por sí mismos, de mensajes negativos porque perjudican al lector, el que sufre siempre la influencia de su autor preferido.

Indudablemente, esta aclaración borgiana revela su posición eminentemente ética en la literatura y en la vida, coincidiendo en este aspecto con Thornton Wilder, para el que la posibilidad de salvación del mundo estriba en la imposición moral. Puede que esa misma preocupación ética -insiste siempre en el escritor espontáneo, sencillo e inocente- lo haya movido -y eso nos confesó su esposa- al estudio del hebreo -también aprendió el islandés, lo que revela su permanente inquietud de conocimiento- para leer los textos bíblicos en su propia fuente.

Resulta en otro aspecto llamativo el vuelco de Borges hacia una literatura sin hermetismos, sin complejidades ni laberintos, en los que cayó tiempo atrás y los que, según afirma, ha abandonado definitivamente. Ésa es la razón de su posición contraria a las experiencias de Robbe-Grillet y sus acólitos, y el consejo -aunque dice no ser amigo de darlos- al escritor incipiente, en el sentido de que escriba con claridad y sin oscuridades petulantes. Y tal vez explique su preferencia por Proust con respecto a Faulkner, “un escritor que se perdió en su propio laberinto”.

Borges, el Borges poeta, nos ha dado algunas claves para su comprensión. El otro, el que detesta hablar de política, el que abomina del peronismo y del rosismo y declara ser conservador porque equidista tanto del comunismo cuanto del fascismo, sólo puede interesar a los que por no pensar como ellos en materia política no pierden la ocasión para desmerecerlo. Porque, a fin de cuentas, y como el propio Borges puntualizó, las opiniones de los hombres pueden cambiar, y así las suyas: pero que lo valedero, lo que perdurará “si tiene algún valor” es el contenido de sus libros. Y por ellos debemos juzgarlo.

Fuente: El Litoral
https://www.ellitoral.com/index.php/diarios/2018/12/04/opinion/OPIN-01.html


Luis Luna en el universo cuántico

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10 Dic 2018

María Elvira Ardila  -  Colombia

El “Jardín de los senderos que se bifurcan” es la exposición del artista Luis Luna que actualmente se presenta en Cero Galería.

El artista toma como referente el cuento de Jorge Luis Borges para conducirnos por sus universos paralelos. Al igual que en el texto, su muestra nos lleva a descubrir caminos que se ramifican, donde alternan varias posibilidades para recorrerlos. Cualquier ruta que tomemos se conectará con la otra. Es decir que sin importar el trayecto que elijamos, hallaremos la intertextualidad y el sentido de las obras, y a lo mejor podamos descubrir el laberinto que plantea Luna. De manera simultánea, este Jardín nos abre varias puertas para entrar en las derivaciones conceptuales y técnicas por medio del dibujo, la pintura, el collage y la fotografía, pues el artista se pasea por ellas sin problema alguno y las combina a su gusto.

El Jardín nos invita a emprender un viaje, el cual es una constante en su vida y en su obra. Nos estimula a entablar desplazamientos físicos, espirituales, mágicos y mentales que son generadores de correlaciones entre los distintos niveles que estructuran sus universos. Mediante un proceso de pensamiento convergente conecta imágenes, conceptos, relatos, viajes y su propia vida que se despliega en su trabajo. Nos invita a participar en una serie de constelaciones, a modo de un rizoma infinito, en el que el tiempo no existe y el espacio se expande. Nos habla de un pensamiento conectado por siglos y es cercano al pensamiento de Paolo Bianchi, con su teoría del multiculturalismo y nomadismo cultural. Como parte de las narrativas en las que discurren sus obras, Luna afirma: “Mi trabajo ha sido basado en procesos continuos ininterrumpidos donde los temas se entrelazan. La Caridad del Cobre, los viajeros de la Nueva Granada, el Apocalipsis de San Juan ilustrado por Durero, creando una red de imágenes que saco al azar y entrelazo en distintos momentos. Hay un gusto por el bricolaje de entrecruzar contenidos, por ejemplo, símbolos precolombinos y alquímicos, temas goyescos e ilustraciones de la época de la Independencia, imágenes cabalísticas y nombres de ciudades, que se vuelven un disparador de ideas, asociaciones”.

En su exposición actual, Luna nos presenta una serie de confluencias en el espacio y en el tiempo, como por ejemplo una escena de una plaza de mercado que se hibrida con una representación de un cielo de secuencia del génesis del médico alquimista del Renacimiento. En la fascinante pintura titulada Brana fusiona el concepto de la creación del universo que toma de la teoría de cuerdas de la física Lisa Randall, especializada en partículas y cosmología, para tratar de hallar el funcionamiento íntimo del universo, con las fotografías del universo que ha tomado el telescopio Hubble.

Luego Luna las combina con textos herméticos de Hermes Trismegisto que discuten si esta teoría es un acercamiento a las escritas en la antigüedad. La existencia de esos textos se estima antes de la época de los faraones en Egipto y en ellos se encuentran los siete principios descritos en uno de sus libros, el Kybalión, que pueden anteceder miles de años a la física cuántica actual. El resultado de este diálogo es una imagen de ensoñación donde se une el pasado con el presente, en un entramado complejo de pensamiento y de tiempos. La muestra invoca un pensamiento que requiere que el espectador se detenga más allá de una lectura rápida de las obras.

En la muestra de Luna, las bifurcaciones están conectadas por medio de los hallazgos y pistas que encontramos en los caminos. Imágenes de la historia del arte y frases de la física cuántica convergen en una obra que se encuentra en el camino de la derecha, donde aparece la imagen de la Aguadora, del pintor colombiano José Manuel Groot, un animal mitológico y un fragmento de un poema de Federico García Lorca.

Si tomamos a la izquierda, en la ruta se halla una pintura que contiene una referencia al libro El mundo de los muertos o existen otras posibilidades donde la palabra, las frases, los materiales empleados pueden conducirnos a una lectura que el artista ha tejido con filigrana. En la exposición también descubrimos unas láminas simulando un libro, donde se leen palabras luna marfil / orbe / saeta /, es como si estas palabras aleatorias nos invitaran a cruzar el espejo y descifrar el enigma. Lo importante es encontrar las intersecciones que muchas veces nos dejan en la incertidumbre, así sigue abierta la posibilidad de que otra vía nos dará respuestas o realizará una interferencia en nuestras vidas. En otras alternativas podemos enriquecer la obra con nuevas miradas y lecturas.

Luna está inmerso en el estudio de los planteamientos de la física cuántica, teoría en la que es posible que podamos viajar a través del tiempo, atravesar paredes, estar en el mismo sitio en el mismo instante, en que nuestra comunicación puede ser telepática. Desde su aproximación a estos planteamientos el artista se acerca al jardín de Borges: “Creía en infinitas series de tiempos, en una red creciente y vertiginosa de tiempos divergentes, convergentes y paralelos”. En uno de esos tiempos tal vez podemos encontrar y sentir ese Aleph que buscan los artistas y alquimistas. El artista explora redes que cuestionan las casualidades y dan paso a las sincronías que revelan los cientos de conexiones que pueden ocurrir en un segundo en el universo.

Con todo el bagaje intelectual, la sabiduría e interdisciplinariedad, la expansión del arte, y con una trayectoria en la que Luna ha trabajado por más tres décadas ininterrumpidamente, podemos afirmar que el viaje está implícito en su ADN, lo que hace que su obra se vuelque hacia lo ambivalente, lo desconocido, lo por llegar. Luna nos lleva por trayectos, no solo hacia lugares físicos, sino también hacia un conocimiento intangible. Su práctica deviene en el viaje, logra crear poéticas y metáforas de diversos acontecimientos en donde se encuentran de manera tácita unos recorridos imaginarios, reales, de cruce de tiempos, de mezcla de técnicas. En sus viajes se comprueba que el Sol y las estrellas están hechos de la misma materia que la Tierra. Por medio de la conexión del arte con otras disciplinas, ¿el espectador transita la obra y se adentra en las teorías del origen y la interconexión de las partículas? El universo que deja de ser esa gran máquina con un funcionamiento específico, como lo plantearon algunos científicos, para pasar a algo indeterminado en los tiempos de lo cuántico.

Luna está ligado a una tradición artística diversa, como él mismo lo manifiesta. Entre los artistas que lo han marcado se encuentran el Bosco, Francisco de Goya y Kurt Schwitters. Con este último ligó su práctica para realizar la Catedral, donde cada día él y otros artistas hacían una intervención en la instalación. Entre los filósofos más influyentes en su obra está Wittgenstein, de quien admira la incertidumbre como paradoja que surgió después de terminar su Tractatus logico-philosophicus, libro en el que pretende explicar el funcionamiento de la lógica y que lo llevó a cuestionarlo, pues las estructuras no siempre se rigen a partir de esta. Además le apasiona la lectura de libros herméticos y la espiritualidad persa. De la mano de escritores que lo han acompañado en su trayectoria, como Borges, Luna atraviesa estas fuentes, las combina, las interpreta, las manipula, crea sus propias versiones con la libertad y erudición con las que juega. Sus vivencias en los viajes, su familia, el taller en Villa de Leyva, la filosofía y la literatura tejen su obra. Sus mundos son impredecibles, profundos, sorprendentes y con su trabajo comparte y nos invita a vivir en cada uno de ellos, en los físicos, virtuales o en realidades aumentadas, como lo viene trabajando en una de sus series.

El artista abre los cerrojos, cruza el tiempo, su imaginación se desborda con los relatos, diagramas alquímicos, mapas de rutas, teorías del universo. Su afinidad con los planteamientos de la física cuántica lo lleva a explorar universos donde todo es posible, todo puede convivir y todo se conecta. En su Jardín congrega, multiplica la imagen, la invierte, la agranda o la disminuye como si estuviera en un espejo, modula diversas prácticas artísticas para trascender lo particular y hacer habitables los espacios circundantes, incluso por un instante.

Fuente: El Espectador - Colombia



El día que fui al Bernabeu con Jorge Luis Borges a ver Boca - River

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Un texto del escritor Benjamin Von der Becke

En la semana que pasó el timbreo de mi wsp sonó reiteradamente sin respetar noches ni madrugadas. Viejos amigos de las pampas chatas, algunos ya casi olvidados, me buscaban con indisimulada desesperación. Pensé que ante la proximidad de las fiestas navideñas se acordaban de mí, que en este exilio voluntario en Madrid suelen ser bastante solitarias y frías. Pero no. Eran hinchas de River -y en algún caso de Boca- que requerían mi ayuda para "el partido del siglo" en el Bernabéu: entradas baratas ("¿sos conocido de Florentino Pérez?"), alojamiento en el living de mi casa (¿"no le vas a dar techo a los bostero, no"?); o tips para abaratar su viajecito por otras playas... ("a cómo está el cambio espero que no me arranquen la cabeza").

Me declaré con celeridad prescindente de tal evento. Es una de las pocas ventajas que tiene ser de Racing. Ciertamente no estuve muy simpático. Y es que sigo algo cabreado. En el bar de la esquina ("El Cano" para más data) Don Saturnino aún se ríe de mí, dándome palmaditas en la espalda junto al caldito de cocido y la tapa del día que me pone apenas me siento a comer sobre la barra. Habitué de las pacíficas jornadas futbolísticas de sus "merengues" en el Bernabeu está preocupado por las noticias que preceden al acontecimiento. "Hombre, mientras no vengan estos a destrozarnos el estadio...". El sábado 24 y el domingo 25 de noviembre el local estuvo lleno de "aficionados" que esperaban entusiastas ver el partido en su pantalla gigante. Solo vieron -como todo el mundo- las pedradas el primer día, y a periodistas desconcertados no sabiendo bien de qué hablar, el segundo.

"¿Tan bravos son?" me pregunta Don Satur, y me escapo con algún eufemismo, citando a Borges, quien tuvo el privilegio de no haber visto ningún partido de fútbol en su vida, no solo por ser ciego -como él mismo refería- sino porque le resultaba tedioso ir a un sitio donde el argentino asiste no para ver el espectáculo sino para ver ganar a su equipo. "Ese es el escritor vuestro al que nunca le dieron el Nobel, ¿cierto?".
Intento explicarle que Borges decía que la idea de que alguien gane o que alguien pierda le resultaba esencialmente desagradable. Implica "una idea de supremacía, de poder, que me parece horrible".

En el bar me tienen por el "argentino intelectual" ya que casi siempre almuerzo leyendo algún libro. No es fácil sostener esa imagen en los tiempos que corren. Sea como sea, también correrá la pelota sobre el impecable césped del Real Madrid y al cabo, tendrá que surgir un ganador. "En el Bernabeu caben ochenta mil personas, veremos cuantos se quedan afuera. Allí si intentas entrar sin billete se arma la marimorena". Satur está locuaz y me da una lección de historia madridista: "Sobre ese prado han jugado argentinos exquisitos: Di Stefano, Valdano, Redondo, Higuain, Solari... que ahora anda haciendo lo que puede como DT. Los millonarios van a sentirse cómodos". Esa es la idea, dije. Y me quedé pensando cuál sería en verdad, la idea.

Salí del Cano y para digerir mejor los chipirones con arroz y las copas del rioja consumidas decidí dar una vuelta por el Parque del Retiro que se encuentra a pocos metros. El otoño en Madrid luce en sus árboles con variedades de rojos y amarillos alucinantes. Apenas ingresé me surgió una imagen mental que se transformó luego en una especie de visión.

Me imaginé paseando por aquellos senderos bucólicos con Borges tomado de mi brazo, del modo que lo hizo alguna vez en Buenos Aires. Pero lo más bizarro es que pronto me vi ensayando argumentos para convencerlo de ir juntos a ver la "final del siglo". Quizá, siendo en Madrid, Borges aceptase la impostura de apasionarse por este encuentro.
Y es que yo no me resigno a que las cosas sean como la han reflejado muchos medios: tener a Borges sentado entre las gradas calefaccionadas del Bernabeu, junto a otros argentinos de lustre como Messi, podría ayudar a cambiar la imagen desaforada que por estos días se tiene aquí de la Argentina. Lo del G-20 no movió mucho la aguja en tal sentido.

Fue cubierto con menos espacio y atención que todo lo que rodeó al malogrado partido. Insistí en interesarlo. ¿Sabe usted que quien hizo el primer gol en la historia de la Copa Libertadores fue un Borges? El recurso empleado pareció serle atractivo a mimaestro imaginario y entonces le hablé del uruguayo "Lucho" que ante un equipo de Bolivia estampó aquel golazo inaugural. Aunque por entonces yo recién nacía me se la historia porque Carlos Borges pasó luego de Peñarol a Racing y muchos de sus goles siguieron siendo míticos.
Para no abandonar los hechizos de la historia le conté también que el nombre de la Copa había cambiado de Libertadores a Conquistadores... A Borges le gustaron esas ironías.

"Más que de Boca o de River se estaría hablando de San Martin y Bolivar, ¿verdad?". Le respondí que en cierto modo sí, pero no solo... Y a pesar de las frivolidades del caso me pareció pertinente explicarle las idas y venidas de la Conmebol (palabra que le pareció horrible) y las vicisitudes de un partido que muchos creían que debería haber sido resuelto en los "escritorios". Borges, contra lo que sospeché en un primer momento, me escuchó con verdadera atención. Luego de un silencio prolongado, apostilló: "Es curioso, cuando escribí aquel relato que forma parte del Informe de Brodie sobre el afortunado desencuentro en Guayaquil le hago decir a Zimmermann que si en aquel momento Bolivar se impone a San Martin no fue por juegos dialécticos sino por su mayor voluntad". Repetí para mí mismo: la voluntad de ser el vencedor se impone a cualquier dialéctica... "En cualquier caso para la Historia, que no tiene tiempo -continuó Borges- ya hay un equipo vencedor y un equipo que es el derrotado". Y unos ya festejan junto a la Diosa Cibeles... U otros ya se han subido al carro de Neptuno... musité. Borges pareció escucharme, y agregó: "Usted, que además de ser un historiador parece ser un meditativo, sabrá mejor que yo que el misterio esta en nosotros mismos, no en las palabras".

¿Se refiere, Maestro, a que da igual quién gana o quién pierda, si el juego ha sido noble...? Entonces mi recreado Maestro me cuenta una antigua leyenda galesa donde dos reyes juegan al ajedrez sobre un cerro mientras que abajo sus ejércitos se enfrentan en el campo de batalla. Apenas uno de los reyes vence al otro llega un mensajero, anunciándole al vencedor el triunfo de los suyos allí abajo. La batalla de hombres era el reflejo de la batalla del tablero.
No comprendí bien porque Borges salió con eso, pero lo dejé hablar sin interrupciones. El discípulo siempre debe callar cuando el maestro habla.

Caminábamos ahora por un sendero coronado de robles dorados en dirección a la salida que da al Arco del Triunfo más antiguo de Europa, la Puerta de Alcalá. Allí pedí a un turista argentino que nos sacara una buena foto. Temía que una selfie nos desmereciera. El porteño hizo lo suyo, pero yo en ese momento sentí que algo extraño estaba ocurriéndonos. O más bien que ya había ocurrido. El crepúsculo comenzaba a desdibujarnos. Los días se han hecho muy breves en Madrid, y de algún modo nosotros ya éramos otros.

Texto: Gentileza Visión Liberal

Fuente: Clarin.com
https://www.clarin.com/cultura/dia-bernabeu-jorge-luis-borges-ver-boca-river_0_qERITfLxL.html

Borgy: Borges en un Furby hackeado

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Roni Bandini

En una web de remates me encontré con la publicación de un Furby, la mascota robot lanzada en 1998 por la firma de juguetes Hasbro, y pensé que podría aprovechar la boca y los ojos para algún proyecto.

                                         Desplumando al Furby

A diferencia de otros Furby hacks que se encuentran en Internet como el Furby Alexa o el Furby que lee los emails, donde controlan el motor que mueve ojos y boca descartando la “inteligencia” y el resto de los sensores, yo decidí utilizar un acercamiento diferente.

En mi caso iba a dejar todas las funciones del Furby intactas — sensores de tacto, movimiento, infrarrojo, y audio — interviniendo solo la locución.

Para hacer esto, coloqué un Arduino Nano con la función de detectar si Furby está enviando audio a su parlante por medio de una lectura de la entrada análoga A0. Dependiendo de la lectura de A0, el 
Arduino realiza una llamada a un módulo DFPlayer y hace hablar al Furby como… el escritor argentino Jorge Luis Borges.

       Borgy con los circuitos agregados en la parte trasera

El resultado es un curioso robot que imparte sabios o al menos intrigantes comentarios cuando se le habla, cuando se lo toca y a veces de manera autónoma.

Fuente: Medium.com


Animatronics de Jorge Luis Borges con un Furby hackeado

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Roni Bandini
 

Segunda demo de Borgy, el muñeco animatronics de Jorge Luis Borges creado en base a un viejo juguete Furby de 1998.

Borgy responde por voz, tacto y a veces incluso habla solo.



Más información @ronibandini

Fuente: You Tube

El aguaribay de Jorge Luis Borges y su abuela inglesa

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“Buenos Aires, yo sigo caminando por tus esquinas sin por qué ni cuándo”. Al escribir “New England, 1967” las formas de su sueño habían cambiado. Las Heras y Pueyrredón quedaba atrás en el espacio, en el tiempo y en los recuerdos de Jorge Luis Borges. Allí, desde el quinto piso pudo mirar a los lejos el río y la más cercana  Recoleta con sus elegantes tumbas, abajo  la poblada copa del aguaribay  lo esperaba y  se transmutaba en biblioteca con otras hojas durante largas horas de lecturas. Vivió en aquel edificio junto a sus padres y abuela entre 1929 y 1939, es decir entre sus treinta y cuarenta años.

El aguaribay estaba desde tiempo atrás, desde el otro siglo, cuando la facultad de ingeniería se encontraba aún cerca de la plaza de Mayo. Algunas veces el nombre del árbol le sugería humedales y sonoridades guaraníes, otras, lejanos ecos andinos. El árbol de follaje péndulo, sin duda era habitante natural del norte, plantado en la ciudad lo confortaba y le resultaba una amigable compañía cuando se sumergía en sus lecturas al abrigo de su sombra. Imaginó y soñó con el árbol en su ambiente natural como protección, guarida y alimento de animales silvestres del monte.

Para el zorro el árbol es refugio y nutrientes por sus frutos rojos. El – aguara guazú – “zorro grande” en guaraní, es monumento natural de cuatro provincias: Santa Fe, Chaco, Corrientes y Misiones. El gran zorro del Chaco, habitante de las selvas sudamericanas es mencionado en el Apéndice II de CITES de la Convención de Comercio Internacional de Especies Amenazadas de Fauna y Flora Silvestre. Etimológicamente aguaribay es el “fruto del zorro”, de aguará: zorro e yva: fruto. El aguará guazú es el zorro más grande de Sudamérica, de patas largas y amblar cadencioso, muy buen caminador.

En el noroeste el nombre del árbol es “molle” no deriva del latín, sino del quechua – molli – significa rojo por sus frutos que semejan el “mullu” un molusco bivalvo de aguas calientes, el “oro rojo” fue sagrado para los Incas. La mayor o menor presencia del molusco indicaba a los sacerdotes y meteorólogos el fenómeno del “Niño” en el Océano Pacífico y la posibilidad de predecir años secos o lluviosos. Las hojas del molle forman parte del ritual en las ofrendas a la pachamama, con su fruto se elabora un tipo de  chicha.

Aguaribay, molle especie nativa americana de Ecuador, Perú, Brasil, Bolivia, Chile, Paraguay, Uruguay y Argentina. Como no evocar al continente desde tan lejos, con su riqueza de paisajes, por su abundante flora y variada fauna y por  su patrimonio cultural, Borges sintió esa presencia que inmortalizó en los versos  “América me espera en cada esquina”.

Rafael R. Sirvén
rrsirven@gmail.com

Su abuela inglesa

Una tarde de invierno, hace cuatro o cinco meses, nos paramos a mirar una inscripción. Hablaba de Borges. Rafa siempre me señalaba el árbol que está en la Plaza de enfrente. Con frío o con calor nos deteníamos a observarlo. ¿Habrá soñado allí en el idioma inglés de la biblioteca de su abuela? La voz de la viuda del Coronel Francisco Borges lo siguió acompañando.

Por Rafa supe que se llama aguaribay. Su follaje, por qué no, conserva ecos del eco de su voz. Me gusta pensar que otro aguaribay en Entre Ríos guarda los sueños de aquella muchacha inglesa que me imagino, como pinta Borges a la otra mujer inglesa del cuento “Historia del Guerrero y de la Cautiva” ( El Aleph, 1949). “…los ojos eran de ese azul desganado que los ingleses llaman gris. El cuerpo era ligero, como de cierva; las manos, fuertes y huesudas.”    

La joven inglesa Fanny Anne Haslam se enamoró del valiente Coronel Francisco Borges. Con él se fue a la frontera. Vivió entre los indios. En el año 1874 su amor moría en batalla.”…Avanza por el campo la blancura
Del caballo y del poncho. La paciente
Muerte acecha en los rifles. Tristemente
Francisco Borges va por la llanura.
…………………………………..
“Alusión a la muerte del coronel Francisco Borges” (El Hacedor, 1960)

Y la mujer quedó sola. Sola para recibir a su hijo. El padre de Borges nació el mismo año de la muerte de su abuelo. Esa mujer salía a caballo por la inmensa llanura. Llevaba una pistola con empuñadura de nácar para defenderse.
Con los años vino a Buenos Aires. Su hijo se casó. Nació el nieto. Seguramente como casi todas las abuelas le empezó a relatar cuentos. No sólo le leía sino que le hablaba en inglés. Una abuela en español, la otra en inglés. Más tarde el escritor supo que se llamaban lenguas.

En el mes de julio de 1929 Fanny se mudó con su hijo y sus nietos a la calle Pueyrredón casi esquina Las Heras. Frente a la entrada había un corralón municipal. Allí, el aguaribay. De esa valiente y culta mujer Borges conoció el inglés y la literatura. Fanny le decía de memoria versículos enteros de la Biblia.  
Vuelvo a los versos que están en la puerta de la casa de Pueyrredón, frente al aguaribay: “New England, 1967.
Regresa la abuela cuando dice:”….Un rumor de Biblia y guerra.”
                                                      
Ana María Cabrera
felicitasguerrero@yahoo.com.ar
Facebook: Felicitas Guerrero


Fuente: De árboles y letras


Jorge Luis Borges: Entrevista con Herbert Simon - Buenos Aires, diciembre de 1970

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Transitar los corredores y los anaqueles de la Biblioteca Nacional es, de algún modo, descubrir una verdad obvia: las ficciones de Jorge Luis Borges habitan ese edificio barroco. O son habitadas por él.
Al llegar al ascensor, que lleva al despacho de Borges, se prueba la sensación de que copia la imagen de una puerta, un punto de partida a un extraño laberinto.

Hace no muchos días, por allí se aventuró Herbert A. Simón, un científico norteamericano experto en problemas del pensamiento humano aplicados al diseño de modelos de computación. En una carta enviada al escritor, él mismo se definía: "Mi profesión es la de un científico social y busco comprender el comportamiento humano a través de modelos matemáticos (o, más recientemente, con modelos de simulación programados por computadoras)". Lo que es más, el experto norteamericano goza de un nombre de prestigio y es considerado uno de los pilares del conductismo. Esta disciplina, también conocida como behaviorismo, estudia las situaciones de elección que se le plantean a un individuo en cualquier circunstancia y pretende, a la vez, conocer los procesos psicológicos que llevan a elegir determinada alternativa frente a un problema (el caso de experimento típico es el de colocar una rata en un laberinto y observar su conducta frente a ramificaciones del mismo).
Simón llegaba a la Argentina, invitado por la Sociedad Argentina de Organización Industrial (SADOI), para dictar un ciclo de conferencias sobre "La dirección de empresas en una era tecnológica". Aparentemente, la distancia entre el escritor y el cientista era enorme. Sin embargo, el estadounidense creía haber encontrado un notorio paralelo entre los laberintos borgianos y su propia línea de pensamiento. Para constatar ese paralelismo, esa convergencia o esa identidad, solicitó una audiencia al Director de la Biblioteca Nacional.

A su llegada supo que la iniciativa había sido entusiastamente acogida. No era para menos. Basta repasar algunas líneas de la carta de Simón a Borges. "En 1956 -dice- publiqué un artículo que describe a la vida como una búsqueda por los pasadizos de un laberinto muy ramificado y poblado por una gran cantidad de metas a alcanzar . Unos pocos años más tarde tropecé con Ficciones, en particular con el cuento La Biblioteca de Babel, para descubrir que usted también concibe a la vida como una búsqueda a través del laberinto".

El remate no puede ser más inquietante: "Me pregunto si alguna vez habrá ocurrido una transmigración comparable, desde el cuerpo inerte de un modelo matemático a la carne viva de la literatura".

En el encuentro entre Borges y Simón, Gabriel Zadunaisky -testigo callado de PRIMERA PLANA- optó por un silencio meditativo. Casi todo era dicho. El diálogo de los dos hombres era un continuo descubrimiento del otro, una continua autodefinición por el otro. Al final emergieron, efectivamente, laberintos paralelos.

JORGE LUIS BORGES: Me encuentra en plenos preparativos para un próximo viaje. Voy a Estados Unidos y luego a Escocia, Irlanda e Inglaterra. Pero lo que puede resultar más extraño de este viaje es una escala que voy a hacer entre el primero y el segundo de los lugares que mencioné. La escala es Islandia. Lo que ocurre es que hace quince años que me dedico al estudio de lenguas germánicas antiguas y medievales.

HERBERT SIMÓN: ¿Le interesa el medio social, digamos, conocer la carne viva de esas lenguas?

BORGES: No, en realidad voy invitado por la sociedad de escritores islandeses. Basado en mis estudios yo he escrito un manual de literatura en lenguas germanas medievales.
Además, me interesa también el normando antiguo. Es un idioma con una estructura muy particular. Las palabras son, en realidad, las mismas que en el inglés antiguo. Lo que difiere es el orden de esas palabras. Por ejemplo, si en inglés se dice La saga de Erico el Rojo, en normando se diría De Erico saga del Rojo. (The saga of Eric the Red/Eric's saga the Red's). Bueno, pero quisiera saber cuál es su interés en esta entrevista.

SIMÓN: Me gustaría saber cómo fue que el laberinto entró en su campo de visión, en sus conceptos, hasta que lo adoptó en sus cuentos.

BORGES: Recuerdo haber visto un grabado del laberinto en un libro francés; ocurrió cuando yo era un niño. Era un edificio circular sin puertas pero con muchas ventanas. Solía mirar ese grabado y pensaba que si le acercaba una lupa podría descubrir el minotauro.

SIMÓN: ¿Lo encontró?

BORGES: En realidad mi vista nunca fue demasiado buena. Luego descubrí algo de la complejidad de la vida. como si fuera un juego. No me refiero al ajedrez en este caso. Quizá lo pueda decir con un poema:
Me he vuelto demasiado viejo para el amor
mi amor
me he puesto viejo
pero nunca estaré tan viejo
como para no ver
la inmensa noche que nos envuelve (...)
Algo oculto en el amor
y las pasiones aún me sorprende.
(Aquí hay un juego de palabras. En inglés la palabra para laberinto es maze y para sorpresa, amazement. También hay una clara connotación semántica.)
Esta es la forma en que percibo la vida. Una continúa sorpresa. Una continúa bifurcación del laberinto.

SIMÓN: ¿Cuál es el vínculo entre el laberinto del minotauro y su laberinto, el que exige continuas decisiones? ¿La analogía va más allá del concepto general?

BORGES: Cuando escribo no pienso en términos de enseñar. Pienso que mis historias, de algún modo, me son dadas y mi tarea es narrarlas. Tampoco busco connotaciones implícitas ni parto de ideas abstractas, no soy un cazador de símbolos. Pero si hay alguna explicación trascendental de mis historias no me corresponde encontrarla, eso le corresponde a los críticos y a los lectores.
Escribo por la narración misma, simplemente por interés en el personaje y pienso que quizá también le pueda interesar a otros.
Los críticos y los estudiosos me han atribuido todo tipo de intenciones, de que tal o cual historia quiere evidenciar determinada ideología política o religiosa o, inclusive, metafísica. Quizás esa intención esté en mi subconsciente y no en un plano consciente; tampoco pretendo llevarla a ese plano.
Supongo que esto puede decepcionarlo, pero yo creo que este tipo de cosas le corresponde dilucidarlas al pensador y yo no soy un pensador, excepto en la medida que lo son todos los hombres.

SIMÓN: Sin embargo se pueden encontrar claras diferencias de concepto entre los distintos laberintos que aparecen en sus obras. En el de La Biblioteca de Babel usted, claramente, parte de una abstracción.

BORGES: No es así. Le puedo contar cómo surgió esa historia. Yo trabajaba en una pequeña biblioteca pública en la zona oeste de Buenos Aires. Trabajé nueve años en esa biblioteca con un sueldo miserable y la gente que trabajaba allí era muy desagradable. Era gente muy tonta, estúpida realmente. Y eso me traía pesadillas. Un día me dije que mi vida entera estaba encerrada en esa biblioteca. ¿Y por qué no inventar un universo representado por una biblioteca interminable? Una biblioteca donde pudieran encontrarse todos los libros escritos. Al mismo tiempo leía algo acerca de permutaciones v combinaciones matemáticas y veía en esta biblioteca las posibilidades poco menos que infinitas. Y este es un ejemplo de historia en el que conocía el origen de esa temática.
El concepto de esta biblioteca respondía a mi forma más intrínseca de alegría. Me sentía realmente feliz escribiendo. Y no era una felicidad meramente intelectual, uno siente ese tipo de felicidad.

SIMÓN: ¿Y por qué lo atrae tanto la idea del Minotauro?

BORGES: Es curioso. No me atrae tanto la idea sino otro nombre atribuido a ese ser mitológico. Encontré el nombre de Asterión en un diccionario. Tiene connotaciones de astro o estrellas. Es una imagen que pensé siempre que le podía gustar a los lectores.

SIMÓN : En definitiva, yo encuentro que el concepto de laberinto tiene una unidad, justamente conceptual, en sus escritos, pese á algunas diferencias que le dan matices particulares muy interesantes para cada cuento o narración.

BORGES: En realidad, creo que esa unidad se debe a que todos los cuentos míos que hablan del laberinto responden a un particular estado de ánimo en mí que me lleva precisamente a esa temática.

SIMÓN: En cuanto a sus ideas sobre análisis combinatorio, ¿cuáles fueron sus fuentes?

BORGES: Leí un libro muy interesante que es la Introducción a la Filosofía de las Matemáticas de Bertrand Russell.
Luego me interesó mucho un libro llamado El Mundo del Individuo, que da un ejemplo muy extraño sobre el tema. Presentaba el caso de un mapa de Inglaterra a ser trazado en la escala del terreno mismo de la isla. Y por supuesto que el mapa tenía que estar dentro del mapa general. Y dentro del primero, el mapa del mapa y así en más. Lo que da una idea de infinito.
De mi padre heredé el gusto por estas formas de razonamiento. Él solía llevarme aparte para hablar o hacerme preguntas sobre mis creencias. Una vez tomó una naranja y me dijo: ¿A tu juicio, el gusto está en la naranja? Yo le dije que sí. Entonces él me preguntó: ¿Bueno, entonces vos pensás que la naranja está continuamente saboreándose a sí misma?

SIMÓN: Se supone que la resolución de esos interrogantes lo llevaría a uno a profundizar en el campo de los solipsismos.

BORGES: En realidad mi padre no me refería a las fuentes filosóficas. Sólo me presentaba los problemas concretos. Luego de mucho tiempo me mostró una historia de la filosofía donde encontré el origen de todas esas preguntas. De la misma manera mi padre me enseñó a jugar al ajedrez... Aunque en realidad yo siempre he sido un pésimo jugador y él era muy bueno.
También mi padre me transmitió el gusto por la poesía. Sus estantes estaban colmados de autores como Keats, Shelley y otros poetas. También los recitaba de memoria. Y aún ahora cuando repito versos de Fitzgerald, Omar Khayyam o algún otro, mi madre dice que le parece estar escuchando a mi padre.

SIMÓN: Alguna vez me dijeron que usted había leído en inglés por primera vez el Quijote.

BORGES: Sí, es cierto.

SIMÓN : Es curioso porque yo lo leí en castellano la primera vez. Luego encontré que en inglés el humor del Quijote perdía toda delicadeza.

BORGES: También es cierto, la experiencia con traducciones suele ser ésa. Me ocurrió algo interesante con Walt Whitman. Fue alrededor del año 1917. Yo estudiaba alemán. Entonces me tropecé con la traducción de algunos de sus versos a ese idioma. Luego leí los mismos versos en inglés y descubrí que Whiltman es fácilmente traducible al alemán, que sus poemas mantienen su valor. En cambio, la traducción al castellano se hace mucho más difícil.

SIMÓN: Es un problema de la facilidad con que es posible formar palabras compuestas en inglés y alemán y lo difícil que es hacerlo en castellano.

BORGES: Sí, eso es cierto. Pero ahora me gustaría que usted me explique algo sobre el llamado conductismo (behaviorismo). ¿Cuál es el fundamento? ¿ Es decir, se habla de libre albedrío o más bien de predestinación?

SIMÓN: Bueno, yo siempre tengo que hablar de computadoras. Estoy enamorado de las computadoras. Lo podríamos plantear de la siguiente manera. Frente a determinado problema la computadora se comporta, también, de determinada manera. Y nos preguntamos si tuvo libre albedrío en ese comportamiento. Decimos que tuvo libre albedrío en el siguiente sentido. Si se le hubiera colocado otro programa hubiera actuado en distinta forma, hubiera tenido otro comportamiento.

BORGES: ¿Qué quiere decir con comportamiento? Porque éste sería un proceso mecánico, me refiero por supuesto al de la computadora.

SIMÓN: Sí, es un proceso mecánico. Pero yo pienso, al igual que muchos otros en mi especialidad, que el ser humano tiene también un comportamiento de tipo mecánico, similar al de la computadora.

BORGES: Es decir que actuamos así por fuerza de la costumbre.

SIMÓN: Más bien yo diría por fuerza de los programas que tenemos almacenados en nuestro cerebro. Y tenemos libre albedrío en el sentido de que el comportamiento resultante surge en función de nosotros mismos tanto como en función de la situación que enfrentamos. No todos se comportan de la misma manera frente a determinada situación.

BORGES: ¿Usted piensa, entonces, que frente a una disyuntiva, digamos, de dos comportamientos posibles frente a determinada situación, yo puedo elegir uno de esos comportamientos?

SIMÓN: Su programa elige. Sí, se puede elegir. Pero eso no es una causa incausada. uno no es una causa incausada.

BORGES: ¿Esto implicaría que si algún ser poderoso, algún dios, conociera todo mi pasado, mi infancia, inclusive antes de mi infancia, diría mis antepasados, esto implica que ese dios podría predecir mi comportamiento frente a cualquier situación?

SIMÓN: Mis creencias científicas me dicen que es así. Teniendo todos esos conocimientos sobre un individuo se puede predecir su comportamiento frente a determinada situación.

BORGES: Entonces lo que yo estoy diciendo en este preciso instante es...

SIMÓN: ...es una función de todo su pasado...

BORGES: ...es inevitable.

SIMÓN: Inevitable, sí, pero esa inevitabilidad no le quita a usted su identidad, su individualidad. Usted es la encarnación de su propio pasado.

BORGES: Comprendo. O por lo menos me plazco en pensar que entiendo. Ahora, ¿esto da cuenta de todas nuestras acciones? Es decir, si mi mano derecha está apoyada sobre mi mano izquierda, ¿es porque tenía que ser así? Yo pienso que hay muchas cosas que hacemos de una forma, diría, impensada.

SIMÓN: Cosas que ocurren en el subconsciente. Sí, es cierto, Si no fuera así no podríamos ni siquiera atarnos los cordones de los zapatos. La mayoría de las cosas ocurren así. Pero eso se debe a que tenemos muchas cosas programadas.

BORGES: Pero, ¿las cosas son inevitables en ese sentido también?

SIMÓN: Podrían ser distintas pero siempre en función de sus programas. Podría haber algún determinante que haga que su programa le indique otra acción a tomar.
Y si hablamos del azar, el científico piensa siempre en última instancia que en esto no existe el azar. En algún momento quizá tenga que decir que no puede explicar determinado fenómeno pero igual trabaja con el supuesto de que hay causas que determinan una acción. Y por lo tanto, cuando estudiamos el comportamiento de una persona que está resolviendo un problema, partimos del supuesto de que cada ¡hmmm! o ¡ah!, de que cada exclamación, tiene su causa. No siempre podemos descubrir esa causa.

BORGES: Bueno, claro. Cuando estudian el comportamiento tienen que remontarse al pasado entero de esa persona. Inclusive al pasado, a los comienzos de la humanidad, inclusive del cosmos.

SIMÓN : No, no es así. Porque el pasado influye su comportamiento presente en la medida en que ese pasado ya está contenido en su persona. Por lo que siempre podemos encontrar un punto de partida. Y eso es como trabaja, por ejemplo, el físico. Si quiere estudiar la luna, no necesita conocer todo su pasado. Sólo necesita conocer su posición y velocidad actuales en relación con los demás planetas. Puede tomar eso como punto de partida. Necesita conocer las determinantes pasadas de unas pocas cosas.
Y es sorprendente lo poco del pasado que influye en una acción determinada, ocurrida en un breve lapso de tiempo, es decir, una acción tomada por un hombre. Por ejemplo; si yo juego al ajedrez con un hombre, digamos, cinco meses, sin parar y sin tener otra actividad con ese hombre, es sorprendente lo poco que voy a saber o conocer de los contenidos de su mente. Lo poco que voy a conocer sobre los determinantes que actuarían en él, frente a otras situaciones.

BORGES: Es decir que hay lugar para el libre albedrío.

SIMÓN: Sí, ésta es la forma en que yo concibo el libre albedrío, en que yo soy el que actúa cuando tomo determinada acción. Y el hecho de que algo haya causado ese comportamiento de ninguna manera me hace sentir encerrado.
Así que cuando llegamos a una bifurcación del camino o, digamos, del laberinto, "algo" elige cuál es la rama a tomar. Y la razón de mis investigaciones y también la razón por la que sus laberintos me han fascinado de tal forma, ha sido, justamente, observar individuos que se encuentran con bifurcaciones y tratar de entender por qué tornan el camino de la derecha o el de la izquierda.

BORGES: Me parece que ese tipo de cosas suceden continuamente en mis historias. Tendría que pedirle disculpas por haberlo enfrentado a nuevos interrogantes...

SIMÓN : Al contrario...

BORGES : .. . pero es que si no escribiera esas historias en particular, todo sería artificial. Quiero decir, si escribo estas historias es porque tengo que hacerlo, o porque las necesito. Porque si no, podría inventar otras historias y esas historias no tendrían ningún significado para mí y quizá tampoco para el lector. Porque el lector sentiría que son ejercicios literarios artificiales.

SIMÓN: Yo pienso que estas historias son muy de nuestro siglo o de nuestros tiempos y por eso me interesó mucho lo que usted dijo sobre Bertrand Russell. La idea del laberinto ramificado. La idea de la combinatoria en grandes espacios como el de sus bibliotecas, estas ideas son extremadamente centrales para muchos de los avances de la lógica moderna y en la investigación operativa o ciencia de la computación.

BORGES; Es cierto que he sacado muchas de mis ideas de los libros de lógica y de matemática que he leído pero, en verdad, cada vez que me propuse la lectura de estos libros, ellos me han derrotado, no he logrado interpretarlos a fondo. Ahora, la mayoría de estas ideas yo las he sacado de la anotaciones de mi padre. Yo no he leído mucho, lo que sí he hecho es releer mucho. Porque siempre me ha parecido que se saca más releyendo un libro viejo que intentando la lectura de uno nuevo.

SIMÓN: Hay otro problema con los libros nuevos. Y eso es que hay que evaluarlos primero. Pero para evaluarlos hay que arriesgarse a perder tiempo leyéndolos.
Y esto parece señalar una importante diferencia, diría, generacional. Es muy evidente que la gente que actualmente tiene alrededor de cincuenta anos, pongamos por promedio, ha educado sus gustos literarios en los clásicos en tanto que los que están por debajo de esa edad han perdido el gusto inclusive, hablemos de mi país, por la Biblia o por las obras de Shakespeare.

BORGES: Sí, yo lo he notado en nuestro país también.

SIMÓN: No tengo en claro todas las razones por las que esto ocurre pero en mi experiencia he descubierto algunos datos. Estando en París, en algún momento me deprimió la idea de la cantidad de monumentos con los que conviven los franceses. Se me ocurrió que, de algún modo, habría que ordenar las cosas de forma que los monumentos no se eternicen sino que, en algún momento, fueran reemplazados para poder permitir un continuo flujo de nuevos símbolos, controlado en cierta medida. Y por supuesto que las mejores cosas serían las que permanecerían por más tiempo. Es decir, habría que darle a las nuevas generaciones la posibilidad de amalgamar cosas nuevas con las más antiguas. Claro que esto significa que muchas cosas, simplemente, tendrían que desaparecer.

BORGES: Volviendo a la literatura. Yo noto que muchos escritores argentinos leen uno o dos clásicos españoles y otro tanto de franceses, o en inglés, y después se dedican a leer autores argentinos. Es una lástima que se olviden otros clásicos tan importantes como Cervantes o los clásicos franceses.

SIMÓN: Quizás ocurre que por las necesidades del momento los escritores argentinos han tenido que volcarse a la literatura de este país y por lo tanto descartan a la fuerza los clásicos.

*Nota del editor, en original, ya que parte de la entrevista fue hablada en inglés y traducida por la revista para su publicación.

En revista Primera Plana, Buenos Aires
Año IX, Número 414, 5 de enero de 1971

Fuente: Borges Todo el Año

Recuerdos del futuro: el diálogo premonitorio de Borges y Simon

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En los 70, el escritor argentino y el economista estadounidense intercambiaron ideas sobre los efectos de un eventual "dios" que supiera mucho de cada persona; ¿anticipo de big data?
La siguiente charla no ocurre en ningún seminario reciente de inteligencia artificial ni en un hackatón de ciencia de datos. Y los interlocutores no visten pantalones chupines de colores ni usan barbas tupidas. Aquí, el intercambio de palabras: "¿Qué quiere decir con comportamiento? Porque este sería un proceso mecánico, me refiero por supuesto al de la computadora". "Sí, es un proceso mecánico. 

Pero yo pienso, al igual que muchos otros en mi especialidad, que el ser humano tiene también un comportamiento de tipo mecánico, similar al de la computadora".

Ver nota completa en La Nación :

Ver dialogo completo Borges / Simon en Oye Borges
Revista Primera Plana, Buenos Aires
Año IX, Número 414, 5 de enero de 1971

LA INSÓLITA ENTREVISTA DE UN JOVEN BAUTISTA AL AUTOR DE “EL ALEPH”

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Jorge Luis Borges: “Los evangelistas son los cuatro escritores más grandes de la antigüedad”

Un joven de fe evangélica consiguió entrevistar al célebre escritor porteño en septiembre de 1984, tras llamarle por teléfono y conseguir, de ese modo tan sencillo, una cita. Volvemos a reproducirla hoy, cuando se cumplen 30 años de la muerte del genial escritor.

Buenos Aires, 10 de septiembre de 1984…

- ¡Hola! Con Jorge Luis Borges, por favor.

-  Borges habla.

-  Mucho gusto. Soy un joven lector que desea conocerlo.

- ¿Tendría Ud. inconveniente en acompañarme a dar un paseo? El médico me recomendó caminar treinta cuadras por día.

-  Cómo no.

-  Véngase que lo espero.

Así de fácil veía cumplido su sueño Pablo Bedrossian, un joven médico e intelectual evangélico, miembro de la juventud bautista argentina, que consiguió una entrevista exclusiva con el genial escritor con solo llamarle por teléfono. La reproducimos hoy, cuando se cumplen 30 años de su muerte, tal como el atrevido entrevistador la contó en su blog personal.


ENCUENTRO CON JORGE LUIS BORGES / por PABLO BEDROSSIAN (*)


"Los católicos creen en un mundo ultraterreno, pero he notado que no se interesan en él. Conmigo ocurre lo contrario: me interesa y no creo” (Jorge Luis Borges)

- ¡Hola! Con Jorge Luis Borges, por favor.

-  Borges habla.

-  Mucho gusto. Soy un joven lector que desea conocerlo.

- ¿Tendría Ud. inconveniente en acompañarme a dar un paseo? El médico me recomendó caminar treinta cuadras por día.

-  Cómo no.

-  Véngase que lo espero.

De inmediato me dirigí a su departamento ubicado en la calle Maipú 994, 6o piso, departamento B, a pocos metros de la plaza San Martín, en el corazón de Buenos Aires.

Cuando llegué estaba desayunando. En el saludo reconocí la voz trémula y pausada que tantas veces había oído por radio o por televisión, y que aquella mañana me había respondido por teléfono.

Frente a mí estaba un anciano ciego sumamente cortés y de gestos sencillos. Las arrugas sobre la frente rosada delataban el paso de los años. No sin asombro advertí que ese hombre era parte de la historia del país, que era el símbolo por excelencia de las Letras argentinas y que, además, era el creador de una obra tan sublime que ya no le pertenecía: se había hecho universal y, en consecuencia, pertenecía a todos los hombres.

Un corresponsal de la agencia de noticias ANSA lo entrevistaba debido a la proximidad de un viaje a Italia. Aproveché para observar la apacible habitación. Había una vasta biblioteca ocupada por los voluminosos tomos de una antigua enciclopedia en castellano, otras cuyos anaqueles estaban poblados por obras en inglés, francés y alemán, y en un rincón, una tercera, con títulos en los mismos idiomas. El cuarto no presentaba una ornamentación excesiva; sólo algunos cuadros con imágenes de sus antepasados o de contenido fantástico y unos pocos de los premios recibidos.

El periodista al despedirse dijo:

-  En Roma nos vemos con el “Polaco” (en alusión a Karol Wojtyla, el papa Juan Pablo II).

-  Está equivocado. No pienso ir a verlo… Debo ser el único.

-  Yo tampoco iría a verlo.

Mi intervención los sorprendió. Borges preguntó:

- ¿Por qué?

-  No soy católico. Soy cristiano y asisto a una iglesia evangélica.

- ¿A cuál?

-  A una bautista.

- ¿Ud. sabe? Tenía una abuela protestante. Un bisabuelo mío era pastor metodista. Además -refiriéndose a la iglesia católica-, eso de la salvación por las obras nunca lo entendí.

Luego entró una mujer de aspecto europeo y le entregó la traducción de uno de sus libros a una lengua nórdica. Finalmente iniciamos la caminata.


Con Borges por la calle Florida


Una mañana luminosa nos encontró caminando por la calle Florida. Mientras con su mano derecha se aferraba a un pintoresco bastón que le habían regalado en la provincia de Misiones, con su brazo izquierdo se tomó fuertemente de mi brazo derecho.

-  Téngame fuerte –me dijo- que ando medio “tembleque”.

-  Don Jorge…

-  Por favor, llámeme Borges.

-  Borges, cuántos personajes vivirán dentro suyo.

-  Se equivoca. Soy yo en diversos estados de ánimo. Pero, joven, hábleme de su iglesia.

Aunque sabía de su dilatado interés en todo lo atinente al terreno teológico, la insistencia me sorprendió. Más aún cuando recién iniciábamos el diálogo.

-  Mire, nosotros no creemos en una religión sino en una persona: Jesucristo.

Allí mismo le hablé del amor de Dios, del arrepentimiento y la fe.

-  Y Ud., Borges, ¿en qué cree?

-  Bueno, yo soy ateo.

-  Déjeme preguntarle de otro modo. ¿Cree en una vida eterna?

-  No.

- ¿Cree en la resurrección de Jesucristo?

-  Tampoco

- ¿Y en Jesucristo como ser histórico?

-  Desde luego. Si no, tendría que pensar que los cuatro más grandes escritores de la antigüedad fueron cuatro novelistas.

Conocía muy bien su obra y jamás había leído o escuchado de él esta sentencia. Ambos sonreímos. Obviamente la novela era un género desconocido en dicha época.

Entre tanto la gente se detenía para mirarnos o saludarlo. Un joven fotógrafo comenzó a disparar su cámara insistentemente. Borges le preguntó a qué medio pertenecía. Cuando respondió “Editorial Atlántida”, el anciano comenzó a lanzar furibundos bastonazos ante el asombro del fotógrafo que huyó raudamente. No sin amargura declaró.

-  Son unos estafadores.

La charla fue progresando por diversos caminos. Hablamos de los pueblos: La cortesía de los japoneses, el sufrimiento de los armenios y los problemas argentinos, abordando, por supuesto, la cuestión política. Cuestionó fuertemente a Ernesto Sábato por integrar la CONADEP.

- ¿No es revulsivo meterse en algo así?

Pero una y otra vez volvíamos al tema del evangelio. Allí mismo le relaté mi experiencia de fe.

-  Pero, Ud., joven, no se convirtió en ese momento.

- ¿Cómo?

-  Pienso que en realidad fue un proceso.

-  Sin embargo -le aclaré-, lo esencial es que en ese momento tuve conciencia: En ese instante comprendí lo que Cristo había hecho por mí.

"No me llame maestro. Maestros son los clásicos.  A mí llámeme simplemente Borges."

Nuestra conversación iba adquiriendo un sentido trascendente.

- ¿Sabe, Borges? Platón dijo: “Fácilmente perdonamos a un niño que le teme a la oscuridad. La gran tragedia de la vida es que los hombres le temen a la luz”.

- ¡Qué lindo!

-  Pero Schweitzer dice algo más terrible al respecto: “La gran tragedia de la vida es lo que muere dentro del hombre mientras él vive todavía”.

-  Es cierto. ¿Sabe? Yo ahora hago todas las cosas como si fueran la última vez. Cada acto es una despedida.

Hombres y mujeres que se acercaban para expresarle su cariño interrumpieron nuestro diálogo infinidad de veces. Una señora mayora exclamó emocionada:

- ¡Maestro! ¡Maestro!

-  No me llame maestro. Maestros son los clásicos.  A mí llámeme simplemente Borges.

Al mencionarle el alto afecto de la gente, y en tono de confidencia para exagerar el sarcasmo dijo:

-  Es un secreto. Contraté a una agencia de publicidad. Por favor, no se lo cuente a nadie.

- ¿No se cansa de atender a tanta gente?

-  Me parece -confesó en con resignación- que a la agencia de publicidad le pagué demasiado…


Los libros y la memoria


Llegamos a “El Ateneo”. En la distinguida librería recibieron a Borges como un prócer o mito viviente. Nos rodeó una veintena de empleados que lo saludaron con esmerado respeto. Borges quería un libro de sonetos de Enrique Banchs para una antología que estaba preparando.  Aproveché para regalárselo y, con una desvergüenza propia de un alucinado, le escribí una dedicatoria.

Emprendimos el regreso subiendo por la avenida Corrientes y luego por la calle Maipú. Los temas de conversación eran variados y sus opiniones los hacían interesantes. Hablamos de Emerson y Withman, de la cultura universal y la nacional, de libros y editores, del Buenos Aires antiguo, de algunos de sus cuentos. Al pasar por la esquina de Maipú y Tucumán dijo:

-  Yo nací a dos cuadras de aquí. En ese entonces no había casa de altos.

-  En sus libros, Ud. manifiesta un amor muy grande por la vieja ciudad y un conocimiento profundo de la vida en las orillas y en los arrabales.

-  Sí. La secta del coraje. Eso era anterior a la Ley Sáenz Peña. Los cuchilleros que nombro eran hombres de caudillos conservadores. Entre la ex Penitenciería de la avenida Las Heras, la Recoleta y el río había una zona brava denominada Tierra del Fuego. También del otro lado del arroyo Maldonado, a la altura de Coghlan y Saavedra, había otro territorio que los malevos llamaban la Siberia.

-  Recién nombró la Recoleta. La menciona frecuentemente en sus poemas. ¿Tanto le gusta?

-  No crea. El otro día fui a caminar por el cementerio. Allí descansan los restos de mis padres. En ese momento pensé: ‘si mis padres están en algún lugar seguro que no es en este sitio donde todo es polvo y corrupción’.

-  Borges, Ud. cree en Dios.

-  No, yo soy ateo.

-  Sin embargo, Ud. vive perseguido por la idea de Dios. Es una obsesión que revela en casi todos sus cuentos. La cuestión es que no basta con creer. Eso no le sirve de nada si no hay una experiencia de fe, una entrega,

Llegamos a su casa. Me hizo pasar nuevamente antes de la despedida.

- Cuando quiera, vuelva a llamarme.

Lo miré por última vez como quien mira un recuerdo antiguo, próximo y querido. Me fui pensando en aquel escriba del que Jesús dijo que no estaba lejos del reino de Dios, y me pregunté si, aún en el ocaso de su vida, Borges se animaría a entrar.


Epílogo (Pablo Bedrossian)


Publiqué este diálogo en El Expositor Bautista de agosto de 1986. Borges había muerto en Ginebra en junio de ese año. Cuando nos encontramos él tenía 85 años, y yo apenas 25.

En esta edición 2011 agregué al texto original algunas notas que recuperé de mi diario, sabiendo que otras que se habrán perdido para siempre. Sin embargo, quiero rescatar algunos detalles. Omití mencionar, por ejemplo, que antes de salir a caminar Borges desayunó, luego se fue afeitar, y que inició nuestro diálogo sentado en su sillón. También que cada vez le hablaba de su obra se mostraba esquivo, pero cuando mencionaba la de otros se conmovía.

La frase más extraordinaria, y que no he encontrado en ninguna de sus obras ni en sus declaraciones, es la referida a los evangelistas (los autores de los evangelios).

Lo que presento es la médula del encuentro y el epígrafe con que la encabezo se encuentra en su ensayo “Leslie D. Weatherhead: After Death”, en su libro “Discusión”, incluido  en las Obras Completas 1923-1974, 13ª impresión, pg.282.

Pablo Bedrossian


(*) DR. PABLO BEDROSSIAN

El autor y protagonista de este relato, Pablo Bedrossian, pertenece a una familia bautista, de la diáspora armenia en la Argentina. Médico de profesión y creyente comprometido, Bedrossian es, además, un músico y compositor reconocido. Actualmente vive con su familia en Honduras, donde compagina su trabajo en una empresa farmacéutica con su amor por la naturaleza y por la música, entre otros muchos intereses que le inspira su espíritu curioso y audaz, ese mismo que le impulsó, un día, a llamar por teléfono a Borges y pedirle una cita para hablar de literatura y de fe.


Fuente: Actualidad Evangélica






Los siete locos- Recorremos la Biblioteca Miguel Cané

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Recientemente restaurada, recorremos la biblioteca en la que trabajó Jorge Luis Borges junto con Pablo Gianera, curador de la muestra permanente que le rinde homenaje al escritor argentino.

Fuente: You Tube

1984: Borges en Marruecos

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 Jorge Luis Borges: Mi humanidad está en sentir que somos voces de una misma penuria

Por Ana María Del Re · En julio 12, 2015

Bajo el patrocinio del rey Hassan II de Marruecos y la presidencia del poeta senegalés Léopold Sédar Senghor, tuvo lugar en Marrakech el VII Congreso Mundial de Poetas, entre el 14 y el 21 de octubre de 1984. Ese encuentro y sus diversas actividades estuvieron dedicados esencialmente a la creación poética, a sus amplias manifestaciones y relaciones con otras áreas del conocimiento y a sus proyecciones, más allá de todas las fronteras.

Ese  diálogo íntimo y a la vez universal, contó con la asistencia de más de trescientos invitados, reunidos en diversas mesas de trabajo, en algunas de las cuales participamos. Además, contó con la presencia excepcional de Jorge Luis  Borges como invitado de honor, quien generosamente me concedió esta entrevista, precedida por mis impresiones.

Casi tres décadas después de aquel maravilloso encuentro, la revista ViceVersa reproduce la primera publicación, ahora revisada, ampliada y actualizada.

Llegamos a Marrakech con el ardor de la tarde y el murmullo de cánticos llamando a la  oración. Llegamos con la mirada encendida y es súbito el asombro: antiquísimas murallas, tierra roja, caravanas. Recorremos arenas  y un largo camino de palmeras, “árboles de vida”, decían los caldeos. Ciudad del sur, capital de un vasto imperio milenario, fundada por los almorávides en l062, ciudad de fulgurante historia, ciudad que dio su nombre al país entero. Confluencia de razas y culturas, tradiciones y leyendas: Marrakech, “Tierra de Dios”, en árabe, Marrakech, “la Roja”, “la Sahariana”, entre el Alto Atlas y los umbrales del desierto.

Múltiples rasgos van dibujando el rostro de la ciudad, algunos ya inconfundibles: silencioso y espléndido se eleva el  alminar rosa rojizo de la Koutoubia y sus tres esferas de oro en lo más alto. La Koutoubia, joya del arte almohade y símbolo de la ciudad, es también conocida como “mezquita de los libreros”. Entonces me detengo e imagino: ¡Cuántos libros se abrieron bajo sus pórticos, cuántas manos trazaron los signos oscilantes, cuántos ojos leyeron la escritura sagrada, cuánto clamor en la irrepetible noche!

Noche del Ramadán de las revelaciones: Noche del Destino. La paz acompaña a esa Noche hasta que llega la aurora. La creencia musulmana dice que durante esa misma Noche de oración, Allah transmitió al Profeta Mahoma los últimos versos del Corán y se completó el Libro. Y en dos versos de un poema de Borges, titulado “Tamerlán”, este gran conquistador nómada musulmán, reconoce al  Alcorán como “ El Libro de los Libros, / Anterior a los días y a las noches”.

PALACIOS Y LABERINTOS.

Palacios y pasillos donde retumban pasos, ecos de pasos que devuelven el gesto victorioso de Yacub Al Mansour en la batalla y de Ahmed Al Mansour, “El Dorado”, pasos de nobles dinastías, pasos de polvo y de mármol. Las Tumbas Saadis y su mausoleo principal, formado por tres magníficas salas decoradas, en una de las cuales se encuentran sólo sepulcros de niños descendientes de esa dinastía.  La famosa medersa de Ben Youssef, especie de academia religiosa donde se enseñaba la teología coránica y se hospedaba a los estudiantes.

El Palacio Real, rodeado de murallas que se vuelven más rojas con el sol del ocaso. El Palacio de la Bahía, “el resplandeciente”, y todas las mujeres del sultán en las recámaras y alhajas, encajes y susurros, jardines y patios interiores: un olor a jazmines, a naranjos, un sol profuso. Sol sobre las ruinas del Palacio de El-Badi, antigua maravilla del mundo musulmán, hoy habitado por cigüeñas que hacen sus nidos en los altos muros derruidos y después vuelan hacia tierras lejanas. Sensación conmovedora… Y todavía el sol  en la Menara solitaria y su inmenso estanque  bordeado de cipreses y palmeras, sol en el agua que fluye subterránea, sol en las fuentes.

Calles y callejuelas, muros de adobe, de piedra, de ladrillos, un arco, un portal, puertas, ventanas, ojos mirando tras las rejas. Se abre finalmente la Gran Plaza, corazón de la Medina, y nos crece el asombro: Jamaa el-Fna colmada  a las seis de la tarde y un vuelo de palomas. Vienen niños pidiendo una moneda, mujeres con velos y collares, vemos a un ciego hablando con el aire, a flautistas encantadores de serpientes, a dos aguadores con  atavíos bereberes, a un grupo de malabaristas y bailarines, a un vendedor de fusiles y puñales. Tiendas, toldos, tenderetes, comerciantes que ofrecen sus mercancías y nos llaman.

Nos movemos apenas entre la muchedumbre, somos parte de ella. A las seis de la tarde, el narrador de historias inventa la primera historia, la joven del amuleto prepara un filtro de cantáridas, alguien dice la buenaventura, alguien reza, ataviado de blanco. Llegan colores, olores, sabores, música, voces, ritmos. Hay profusión de rostros y de trajes, se expande el laberinto como un río, se expanden los suq (zocos) interminables. Todo palpita y se renueva en la Gran Plaza, inmensa “plaza de los antepasados”, presencia de un pasado.

Como se esperaba y lo deseábamos, no faltó tampoco un espectáculo de poesía en Jamaa el-Fna. Dentro de la misma Plaza, alumbrada con faroles de gas y en un espacio preparado especialmente para la ocasión, un numeroso grupo de poetas asistentes al Congreso leyó  sus versos en varios idiomas,   una larga noche de  hallazgos e iluminaciones.

REFLEJOS DE LA MEMORIA.

Las voces de Marrakech: mientras escribo estas líneas, me llega también a la memoria un pasaje de ese libro, escrito por Elías Canetti después de su viaje a Marruecos, en 1954. Refiere el escritor que durante sus incursiones por la ciudad, al entrar un día en una plaza del Mellah, el antiguo barrio judío, sintió de pronto que no quería marcharse jamás de ese lugar. Así lo expresa: “Desde hacía cientos de años yo había estado aquí, pero lo había olvidado y ahora todo renacía. Veía expresada toda la densidad y color de la vida que sentía en mí mismo. Cuando me encontraba allí yo era esa plaza. Pienso que siempre vuelvo a esa plaza”.

Aunque algo difieren los lugares y las fechas, aunque son otros los rostros (pero quizás los mismos, transfigurados), creo que nada podría expresar mejor, con tan íntima proximidad, lo que yo misma sentí aquella tarde colmada y aquella noche, en Jamaa el-Fna. Pienso también que desde entonces, siempre vuelvo, siempre volveremos allí.

(Y por una de esas sorpresas del destino, de la providencia, o por la intensidad del deseo,  no lo sé, volví de nuevo a Marrakech, casi tres décadas después, en enero del  2014.  Posiblemente mi regreso a esta ciudad, que desde la primera   vez me deslumbró y sentí tan próxima, sea parte de otra historia, o quizás de la misma, recreada).

Ciudad de bronce, ciudad de incandescente memoria. Impresiones, imágenes, revelaciones. Partidas y regresos: convergencias. ¿Descubrir una ciudad no es, acaso, recrear su propia historia y recrearnos, propiciar el mito del eterno retorno, escuchar de nuevo la palabra originaria?

En un poema, Borges recuerda desde Ronda, mientras vislumbra en ella la magia del Oriente: “Y la rimada prosa alcoránica/ y ríos que repiten alminares/ y el idioma infinito de la arena/ y ese otro idioma, el álgebra, / y ese largo jardín, las Mil y Una Noches”.

Y repite, encarnando a Averroes (atormentado hace años en Marrakech por memorias de Córdoba): “Un famoso poeta es menos inventor que descubridor. (…) el tiempo, que despoja los alcázares, despoja los versos (…) y sé de algunos que a la par de la música, son todo para todos los hombres”.

CON BORGES Y MARÍA, SENCILLAMENTE.

Sin duda fueron muchas, intensas y reveladoras, las experiencias que vivimos y compartimos durante esos días de soles, noches y amaneceres en Marrakech.

Quizá lo único que lamentamos fue el no haber podido entrar a ninguna de las mezquitas de la ciudad. Ya  sabemos que el ingreso a esos lugares de oración  sólo está permitido a los musulmanes, seguidores de la fe islámica.

Ahora quiero referirme, especialmente, a uno de aquellos momentos privilegiados e inolvidables: el encuentro con Jorge Luis Borges, la conversación que sostuve  con él y con María Kodama, en un lugar apacible que daba hacia el Oriente. Coincidencia feliz: sé que “Oriente” es una de las palabras que Borges encuentra más hermosas; ha dicho que en ella “sentimos la palabra oro, ya que cuando amanece se ve el cielo de oro”, y recuerda el famoso verso de Dante en el Purgatorio: “Dolce color d’oriental zaffiro”.

Me sorprenden de inmediato las manos de Borges, sus dedos finos y alargados; así mismo, la nobleza y claridad del rostro, una luz interior reflejada en sus ojos. Me dice que aún percibe la sombra de ciertos colores: el azul, el verde y especialmente el amarillo, que “sigue acompañándome”. “Con los años fueron dejándome/ Los otros hermosos colores/ Y ahora sólo me quedan/ La vaga luz, la inextricable sombra/ Y el oro del principio”, leemos en su poema “El oro de los tigres”.

Le menciono su visita a Venezuela, hace más de dos años,   (en febrero de 1982), con motivo de los actos realizados como Homenaje a Goethe. En esos días, ofreció varias conferencias, a las cuales asistimos. También firmó muchos libros en una librería del este de la ciudad…

“Sí, lo recuerdo bien. Pasé unos días muy felices en Caracas, me rodearon de atenciones, todos fueron muy amables. Organizaron para mí un espectáculo de toros coleados, María y otras personas me lo fueron narrando con detalles. Sentí el colorido y la emoción de la fiesta, también la música me pareció muy alegre”.

Le pregunto si es la primera vez que viene al África…

“He estado antes en Egipto. Conozco los dos extremos: España, Andalucía, por un lado, y la India, China, el Japón, por el otro, pero es la primera vez que vengo a Marruecos, a Marrakech. Aquí me despierta todas las mañanas el almuecín y eso me gusta mucho. Me emocionan las plegarias de los fieles”.

En silencio, desde el balcón del hotel donde nos hospedamos durante una semana, yo también contemplé, maravillada, cómo resplandecen, con los primeros soles, una mezquita y su alminar blanco. ¿Cómo no escuchar las oraciones y cánticos del almuecín, casi lamentos, que se elevan desde el amanecer? ¿Cómo no escucharlos y sentir cuánto llegan al alma? Le repito a Borges un fragmento de algunos de sus versos, que siempre me han conmovido: “En esa hora en que la luz tiene una finura de arena, todo… entró en mi vano corazón con limpidez de lágrima”. Su expresión se ilumina aún más, como la de un niño asombrado ante un nuevo hallazgo.

María Kodama me dice que también estuvo antes en Egipto pero no conocía Marruecos. Le pido su opinión sobre este Congreso Mundial de Poetas: “Me parece muy buena idea la de organizar un Congreso de poetas, sobre todo cuando se trata de borrar las diferencias entre naciones, religiones, culturas”. Y Borges añade: “Llegamos un poco tarde. Vinimos desde Casablanca y viajamos por la noche. No pudimos asistir a todas las sesiones de trabajo. Supe que habían sido muy interesantes y hubiera querido  participar más en ellas, pero  pudimos conversar con muchos poetas y compartir algunos almuerzos y cenas. Nos gusta mucho la comida árabe. Nos llevaron al célebre hotel La Mamounia, con su hermoso jardín de naranjos y olivos.  Además, el solo hecho de estar aquí ya me parece milagroso”.

“QUISIERA CONOCER TODO EL MUNDO”.Borges

¿Al partir de Marruecos regresarán directamente a la Argentina?

Seguiremos viajando. Iremos a Portugal, España, Estados Unidos. Me gusta mucho viajar, cada viaje es un descubrimiento, una revelación. Quisiera conocer todo el mundo, dice Borges.

Y yo pienso que todo el mundo estaría contenido en sus libros y a la vez los desbordaría. Pienso en ese Libro Único entrevisto, inasible e infinito como El Aleph, aspiración de absoluto. Pienso en unas líneas del “Otro poema de los dones”: “Por el hecho de que el poema es inagotable/ Y se confunde con la suma de las criaturas/ Y no llega jamás al último verso/ Y varía según los hombres”.

Observo que a lo largo de su obra aparecen continuas alusiones a la cultura oriental, a su historia, sus tradiciones, sus mitologías; hay toda una recreación de ese pasado.

Ciertamente, me dice. Uno de los primeros libros que leí fue Las mil y una noches. Mi abuela sabía de memoria la Biblia. Mi padre también tenía una formación orientalista: escribió un libro titulado El jardín de la cúpula de oro. Desde hace tiempo estoy estudiando el japonés con María. Encuentro que en el Japón hay un sentimiento primitivo para contar, para narrar.

En 1977 usted ofreció siete conferencias en Buenos Aires, recogidas luego en el libro Siete noches. Una de ellas, precisamente, la dedica al tema de Las mil y una noches.

Como lo dije entonces, es un tema que quiero mucho, desde mi infancia. La primera versión que leí fue la inglesa: “The arabian nights”: “Noches árabes”. Su origen es misterioso. Son obras de muchos autores, aunque ninguno de ellos sabía que estaba escribiendo uno de los libros más famosos de todas las literaturas. En su mismo título hay ya una alusión al infinito: cuentos que están dentro de cuentos, que quedan inconclusos. Es un libro inagotable, capaz de muchas metamorfosis. El tiempo infinito de Las Mil y una noches siempre estará renovándose; cada lector, cada traductor seguirán dando una versión del libro.

¿Qué es para usted la poesía?

Si yo fuera un verdadero poeta, la sentiría siempre. Todo poeta, todo escritor, todo artista, está siempre poseído por su arte. Creo que cada instante, cada hecho, debería ser poético, ya que profundamente lo es. La poesía puede ocurrir en cualquier momento, es misteriosa como un embrujamiento. Uno está recibiendo continuamente, las cosas son dadas para un fin. Creo recibir dones, hablar de “musa” es demasiado elocuente, pero trato de intervenir lo menos posible en mi poesía…

Trata de borrar su yo biográfico, de despersonalizarse, como usted mismo ha dicho: “Mi nombre es alguien y cualquiera”, “mi humanidad está en sentir que somos voces de una misma penuria”…

Sí, trato de hacer de mis experiencias dolorosas o felices otras cosas, por medio de palabras, de cadencias. Las cosas son siempre las mismas, lo importante es lo que hagamos con ellas. Esas cosas nos han sido dadas para que las transmutemos, para que hagamos de las circunstancias de nuestra vida algo que aspire a ser eterno. Lo importante son las metáforas, la manera como podamos renovar la historia de unas cuantas metáforas.

¿Qué nos diría sobre su propia escritura?

Lo que  entreveo es el comienzo y el final pero no sé lo que pasa en el medio. En mi escritura, siento con frecuencia que una palabra trae otra y otra, sucesivamente, que todo se va enlazando, que las imágenes se van engendrando mutuamente. No tengo estética y descreo de las escuelas literarias que considero simulacros didácticos para hacer más simple lo que enseñan.

En su obra, usted le da mucha importancia al destino. “Cualquier destino, por largo y complicado que sea, consta en realidad de un solo momento: el momento en que el hombre sabe para siempre quién es”, dice el narrador en su relato “Biografía de Tadeo Isidoro Cruz”. ¿Qué piensa Borges de su propio destino?

He sentido siempre que mi destino sería, sobre todo, literario, que me ocurrirían cosas, desgraciadas o felices, pero que al fin todo se convertiría en palabras. Desde niño, también tuve una preocupación filosófica. Espero que los lectores puedan encontrar en mis páginas alguna belleza.

Se dice que usted tiene una memoria prodigiosa…

Mi memoria… espero ser olvidado. Olvido mi vida personal, olvido nombres y fechas, los rasgos de las personas que he conocido se han borrado de mi mente. En cambio, recuerdo y podría  recitar muchos versos en inglés antiguo, en islandés, en japonés. Heredé el inglés y el español; luego, a los 15 años, mi padre me llevó a Ginebra, donde aprendí el francés, el alemán y he estudiado otras lenguas. Las cadencias son importantes en cada lengua. Emerson dijo que la poesía sale de la poesía. Cada idioma es una tradición, una manera de sentir la realidad, de concebir el universo, no un repertorio arbitrario de símbolos. Trato de ser un ciudadano del mundo.

Le pregunto a María cómo se siente junto a una persona tan famosa. Me responden casi al unísono: “No hablemos de la fama, olvidemos la fama”. Le vuelvo a formular la pregunta: ¿Cómo se siente, entonces, junto a Borges, sencillamente? “A Borges lo conozco desde niña, en mi adolescencia fui su alumna. Somos muy buenos amigos y compartimos muchas cosas. Para mí es como un compañero de jardín de infancia”. (Borges sonríe y sus ojos se iluminan de nuevo).

Me despido de ellos con gran emoción. Les expreso mi profundo agradecimiento por haberme concedido este tiempo íntimo (e infinito), casi al final del Congreso. Los veo alejarse lentamente: él, con una mano apoyada en su bastón, con la otra tomando el brazo de María. Los espera un guía para llevarlos a los suq, los célebres mercados de Marrakech. Imagino que para Borges, recorrer esos tortuosos, fantásticos laberintos y sentir la ciudad, será, sin duda, una nueva aventura, una experiencia singular y plena que seguirá viviendo, renovándose, recreándose, en el esplendor de su poesía. Y ya lo  había entrevisto alguna vez cuando escribió: “África tiene en la eternidad su destino, donde hay hazañas, ídolos, reinos, arduos bosques y espadas”. “Recuerdo las pesadas caravanas / Y las nubes de polvo del desierto”.

Ana María Del Re

Caracas: octubre de 1984 y agosto de 2014.

Fuente:Viceversa Magazine


Conversación inédita Borges-Arreola

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Esta conversación entre Jorge Luis Borges y Juan José Arreola proviene de un cassette que el propio Arreola grabó al momento de su encuentro con Borges, cuando éste visitó México en 1978. Arreola tenía la costumbre de llevar consigo una grabadora en la que registraba pasajes tanto de su propio discurso como de los diálogos con otras personas. Amante de la espontaneidad y la improvisación, como él mismo lo explica en cierto momento de esta charla, no solía informar a nadie que las palabras estaban registrándose en una cinta. Este parece ser el caso, pues evidentemente Borges habla sin que pueda decirse que sepa algo al respecto, y el propio Arreola, cuando se han despedido, explica –a Rafael Alzérica tal vez– que es algo planeado de antemano por él.

La primera parte de la conversación tiene lugar en el hotel Camino Real, un día antes de que grabaran una entrevista televisiva que sería difundida poco tiempo después. Borges y Arreola están rodeados de gente –entre muchos otros, Felipe Ehrenberg, que dibuja, y Rafael Alzérica, que tuvo un papel relevante en las gestiones para que la entrevista fuera posible–, y esbozan las líneas de lo que será la entrevista formal. La segunda parte tuvo lugar en el sitio donde se filmó la entrevista, mientras Borges y Arreola esperaban a que los técnicos de televisión por fin estuvieran listos.

Dada la naturaleza de la grabación, hay momentos en que resultó imposible reproducir alguna frase sin caer en el riesgo de falsear su sentido. Para evitar esa suerte de traición, las pausas indicadas con corchetes corresponden a pasajes inaudibles o de dudosa claridad.

La generosidad de Alonso Arreola, nieto de Juan José, hace posible que ofrezcamos a nuestros lectores esta conversación inédita, a la que, por supuesto, no hace ninguna falta adjetivar.
Luis Tovar
Arreola: A ver, Rafael, dile quiénes estamos aquí: Yo soy Arreola.

–Yo soy Felipe Ehrenberg; estoy dibujando sencillamente.

–Yo soy Rafael Alzérica y nada más los voy a escuchar.

Arreola: Aquí estoy yo y soy, como le dije al entrar, José Arreola.

Borges: Sí, éste sigue siendo Arreola.

A: Todavía no he perdido la identidad. [...] En la televisión mi plan es no preparar nunca nada, y menos con usted, que ya tenemos un antecedente en San Diego, otro de México, y tantas cosas que usted me ha enseñado.

B: Bueno, yo estoy enseñando y aprendiendo.

A: Sigue aprendiendo, eso es, y se dice que la mejor manera de aprender es enseñar; entonces solamente...

B: Cierto, he sido profesor de literatura inglesa durante veinte años en la Facultad de Filosofía y Letras.

A: Bueno, y hay cosas que nos son comunes; a tantos de entre nosotros. La única cosa que tenía...

B: Lo de Reyes...

A: Lo de Reyes, y ciertos poetas de América Latina, ciertos poetas de España que hemos frecuentando usted y yo; usted con la ventaja que me lleva en conocimiento y algunos cuantos años...

B: Sobre todo en tiempo, siempre soy el mayor de los interlocutores; es un triste privilegio...

A: Bueno, podemos empezar con una cosa que me importa mucho...

B: Podemos empezar con Góngora y Quevedo...

A: Y también con algo que me importa mucho, que hace unos días... Usted sabe que en México...

B: Todos los temas son infinitos.

A: Y quisiera nada más un punto de partida para abarcar a estos poetas y a una serie de temas suyos y de cosas que ahora van siendo cada vez más mías. Acabamos de celebrar aquí el día de muertos. Tengo quince días en meditaciones y he vuelto a sus ideas, y a las ideas a propósito de la inmortalidad y del estar aquí o el estar allá y de un más allá o de un no más allá y de la permanencia, la idea de la eternidad, de dónde surgió; y le quiero contar que desde antenoche sabiendo que venía usted, yo quería...

B: No podemos ser un gato, el gato es un simulacro que concede al tiempo un arquetipo eterno...

A: Y se acuerda usted de "La calavera, el corazón secreto..."

B: Ah pero claro, pero eso es mío...

A: Entonces a partir de eso, creo, tengo una vaga sospecha... ese soneto, ya después le voy a contar...

B: Qué razón tiene... nunca he usado la palabra calavera.

B: Y ahí está, y en México celebramos las calaveras, la calavera es una de las realidades más mexicanas que puede haber...

B: Bueno, hay ese trabajo de Lessing, que dice que el esqueleto como símbolo de la muerte data desde la Edad Media... Los antiguos tienen una idea de Eros con la antorcha invertida y que luego viene a ser otro símbolo del esqueleto que no es antiguo, como el de...

A: No, es de la danza de la muerte; sobre todo Holbein y el panteón de los inocentes en París, el de Françoise Villon, donde viene el pasaje en el testamento, uno de los más terribles que venga a propósito de la idea de la muerte. Bueno, como acabamos de celebrar aquí con toda clase de calaveras de azúcar de dulces y de panes de muerto...

B: Están jugando con los símbolos de la muerte.

A: Exacto, a partir de ese hecho, era la única prevención, digamos, el único antecedente, y como Quevedo está metiendo la muerte hasta los huesos...

B: Si quiere podemos ver si existe o no...

A: Bueno.

B: Yo diría que es una sensación.

A: La única cosa que le quería hablar a usted...

B: Todo es posible, sí. Que nos quedáramos muertos mientras estamos hablando, y que no nos diéramos cuenta.

A: Eso sería lo más hermoso.

B: Macedonio Fernández dijo una cosa que yo voy a citar mañana, dijo que morirse era lo más sencillo y grande que podía pasarle a un hombre. Está tan seguro de la inmortalidad.

A: Es precioso.

B: Morirse es lo menos importante que puede pasarnos.

Ilustración de Felipe EhrenbergA: Oiga, ¿y los papeles del recién venido? ¿De dónde le vendría la idea del recién venido a Macedonio? "Recién venido"; en quién pensaría...

B: Seguro pensaba en él mismo y en la idea de que todos seríamos como forasteros en un mundo que no comprendemos, supongo que la idea sería esa, ¿o no? [...] Creo que después fue una idea más interesante [...] bueno, esto es una frase de mi hermana, que a lo mejor cito mañana...

A: De Nora.

B: Sí, de Nora. Los chicos, dice, estos turistas. Es muy lindo. Además, la palabra "turista" siempre se usa despectivamente y ahí no, al contrario.

A: Le voy a decir, de todo corazón, la práctica personal es no preparar nada porque cuando dos personas tienen muchos intereses, tienen muchas cosas que saber...

B: Yo creo que si preparamos algo, mañana vamos a ser como ecos mecánicos y un poco frustrados y falsos y vamos a abundar sobre todo en erratas y en olvidos...

A: "Abundar en erratas..." Me acuerdo muchísimo de Carlos Argentino, que tenía esa frase, ¿cómo es? Pero también abundaba en, ¿cómo dice?, en ociosas exactitudes, en ociosas referencias y toda la cosa esa de Paul Ford y demás. Pero la idea es exacta, tanto, que ni siquiera le adelanto la idea que me ha inquietado mucho en los últimos días y que yo creo que usted la tiene muy bien desarrollada en sí mismo y en muchos pasajes de los libros, pero como es una idea de las últimas cuarenta y ocho horas la quiero manifestar, pero mañana, mejor, para que usted no tenga tiempo de pensar porque a mí me importa mucho lo que es la improvisación, que la palabra sea simultánea al pensamiento, el pensamiento debe ser simultáneo a la palabra...

B: Sí, yo creo que eso decía Schopenhauer, que hay escritores que escriben sin pensar, hay escritores que piensan para escribir, escritores que piensan y por eso escriben y que eso es lo mejor. Yo creo que no, lo mejor es que sea un proceso paralelo. Creo que sí, es decir, cuando uno esté pensando, uno esté hallando las palabras.

A: Ahora, hay una cosa importante también, cuando uno empieza a hablar y tiene que hablar, naturalmente se pone a pensar porque si no se cae, se cae del alambre. Yo pertenezco al género de los que hablan para pensar. En cuanto empiezo a manejar términos del lenguaje el pensamiento acude. Oiga, ¿se acuerda de aquella boutade de André Gide? "Crea una forma bella, porque una idea más bella todavía vendrá a habitarla." Pero, ¿sabe?, André Gide ahí un poco hace verdaderamente una boutade. La forma bella se crea, Borges, como una nostalgia. Ya existe interiormente la posibilidad de ser una forma bella..

B: Muy bien, seamos platónicos...

A: Ah pero le voy a contar mañana o pasado...

[...]

A: Mañana le quiero contar, o pasado, en la próxima o en la siguiente conversación, el soneto que escribí a propósito de su soneto "La calavera, el corazón secreto", el verso que dice "soy un hombre que escribe en un cuarto de una casa". Hice un ejercicio retórico, puramente retórico a partir de Borges y Quevedo. Cómo puedo decirle...

B: Lo había olvidado ese poema... es la primera persona que me lo recuerda...

A: Ahora le voy a decir cómo va porque se lo voy a decir mañana, esto es sólo un pasaje...

B: ¿Cómo es? La calavera, el corazón secreto...

A: Pero no me acuerdo. "El golpe de la sangre que no veo..."

B: Claro, sí, del esqueleto que no veo...

A: Del esqueleto, sí, y es más, al final es más raro: "ser un..."

B: Y luego yo me refiero a la espada del coronel Borges, de mi abuelo, y digo: "soy también la memoria de una espada".

A: "Soy también la memoria de una espada." Y otra cosa, mire, a propósito de dos o tres sonetos vamos a platicar porque también en cierta calle hay una casa, se acuerda usted, con su timbre y su número trece y un aroma, un olor a perdido paraíso. La nostalgia de una vida más bella. Creo que usted se acuerda de El otoño de la Edad Media, donde se habla de la nostalgia de una vida más bella. ¿Por qué el hombre ha podido o querido suponer que puede haber un paraíso perdido, que puede haber una vida mejor?

B: Bueno, qué raro que usted me hable de eso. Estaba pensando en un diálogo bastante difícil donde Adán está pensando y reconoce que verdaderamente el paraíso no era para tanto pero a él le gusta pensar que era muy divino porque lo ha perdido. Lo que realmente no importa. Y que es exagerado por los poetas después, me recuerda un poco a Milton, pero era el paraíso o era con cualquier otra cosa.

A: No se imagina, Jorge Luis, cómo he estado de cerca en estas tres últimas semanas. Nada más le voy a decir unas líneas del soneto que escribí por usted, que dice: "Cómo puedo decirme a mí quién soy si de Quevedo y Borges el atuendo verbal dice burlando, ¿estás yaciendo? Lugar de tiempo en el espacio estoy, estoy aquí conmigo el día de hoy en monótonas líneas describiendo esta nada. Palabras sin estruendo avisan en silencio a dónde voy." Viene de Borges y de Quevedo. Ya en el programa se lo voy a decir completo...

B: Entonces no he escrito yo en vano mis sonetos...

A: ¡Por dios santo!

B: Si fue un estimulo...

A: Bueno, usted sabe que fueron desde 1942 los libros, pero el primer encuentro con Jorge Luis Borges ocurrió en la Revista de Occidente en 1924.

B: Ah, claro.

A: El artículo aquel.

B: Sobre Quevedo.

A: Se lo publicó Alfonso Reyes. Yo creo que él lo dio a la revista o la revista directamente.

B: Vamos a resolver hoy que lo publicó Alfonso Reyes. No cuesta nada modificar el pasado.

A: Acaba de decir usted una cosa que me importa mucho: la modificación del pasado.

B: Claro, es la materia más plástica que hay.

Ilustración de Felipe EhrenbergA: Hay un psicólogo teólogo, Víctor Frenkl, que ha dicho una cosa que me parece muy bella no sólo dentro del ámbito cristiano-católico, sino más allá de él, que dice: "El arrepentimiento modifica el pasado."

B: No, el que dijo eso fue Oscar Wilde.

A: ¿Me lo dice mañana eso? Es precioso.

B: Oscar Wilde, Oscar Wilde. Es lindísimo.

A: Sí porque Oscar Wilde era un hombre muy profundo. Pero usted ya lo dijo una vez.

B: Oscar Wilde era un hombre... Uno se encuentra con ideas asombrosas. Todo está dicho con tal elegancia, con tal diligencia que...

[...]

B: Pero claro, fue un hombre extraordinario Wilde, y lo que él dijo que había puesto su genio en su vida y su talento en su obra, o mi talento en la obra de mi genio y mi vida, pero uno siente ese genio en él, es más allá de los argumentos de las comedias o de las páginas así, un poco decorativas de Dorian Grey; se siente que era un hombre extraordinario...

A: ¿Se acuerda del original de su ensayo cuando dice por qué Chesterton, que era un hombre tan hecho, tan fuerte, tan católico, tan todo, nos lleva al mundo de la pesadilla? Y a pesar de los hábitos de la desdicha y del mal, la obra de Wilde respira una felicidad.

B: Una inocencia.

A: Ese es uno de los misterios que también debemos rozar un poco.

B: Es que Wilde es tan bueno. [...] Lo que yo publiqué fue una traducción del Príncipe feliz.

A: Increíble lo del Príncipe feliz, El gigante egoísta, El ruiseñor y la rosa, La creación. Bueno, yo creo, Jorge Luis Borges, que ya no vale la pena que le quite más tiempo y que estemos más tranquilos para mañana, porque lo único que quiero es que a pesar de que esto sea una cosa que nos reúne, un canal de la televisión, quiero que todo aparezca, y ya me doy cuenta de que usted así lo quiere también. Que sea una conversación pura entre nosotros dos.

B: Va a ser un placer, podemos olvidarnos de la televisión incluso.

A: Nos olvidamos totalmente.

B: Claro.

A: Yo me marcho para que usted esté lo más tranquilo posible, mañana en el Castillo de Chapultepec, y conste que no nos va a ajustar el tiempo. ¿Se acuerda en San Diego? Empezamos a las seis de la tarde y terminamos a las dos de la mañana la primera plática, cuando nos encontramos.

B: Una amiga mía me dijo una vez: "Nos conocimos en tal fecha, empezamos a hablar y desde entonces has seguido, desde entonces no te has callado."

A: Y yo voy a seguir hablando con usted aunque usted se marche de México.

B: No, pero no pensemos en eso. Yo estoy aquí venturosamente en México.

A: Y mañana vamos a estar en el Bosque de Chapultepec y verá usted que es un viento más puro que el que está por aquí alrededor del hotel. Pues créalo, que es una nueva felicidad, y quiero darle muy grandes saludos de una muchacha que lo conoció conmigo y que paseó con usted y que hicimos un viaje juntos en coche, mi hija Claudia. Una muchacha que estaba cerca de usted en el automóvil.

B: Claro, sí, yo sin duda le dije, como siempre digo, siempre repito eso, que si quiere puede llamarse Gladys, que es el mismo nombre de la forma celta, Gladys es Claudia. Pero creo es mucho más lindo Claudia.

A: Claudia.

B: Gladys es la forma que le dieron en Gales al nombre Claudia, note que son casi iguales: Gladys/Claudia.

A: Pues no se imagina la alegría que le dio saber que está usted en México.

B: Usted dígale que le mando muchos afectos y que siga llamándose Claudia y que no se ponga Gladys.

[...]

A: Yo le voy a decir ahorita que...

B: Qué lindo, "ahorita", como dicen los gauchos. Aquí se dice mucho...

A: Sí, cómo, ¿cómo dicen?

B: Ahorita, allicito.

A: Aquí se dice mucho ahorita y ahoritita.

B: Ahora que entre los gauchos eso no corresponde a ninguna precisión, se dice por cortesía. "¿Dónde queda tal cosa? Y, allicito."

A: Aquí en el campo se usa mucho.

B: Hay ahorita para que no se impaciente.

A: Como aquí en México.

B: Es una forma de cortesía, que no de precisión. No es preciso, es cortésmente impreciso, imprecisamente cortés, como allicito.

A: Aquí en México [se dice] un momentito. Para todo, cuando va a recibir a alguien o esperarlo, "un momentito, un momentito".

B: Puede decir "ahora", pero no importa.

Ilustración de Felipe ErenbergA: No importa, es "momentito" y en el campo se dice mucho para el lugar a dónde vamos, dónde está esto, y se dice "aquí nomás tras lomita".

B: Ah, qué lindo, "tras lomita".

A: Y tras lomita es tras montañas y montañas, días de viaje.

B: Está bien esta idea de facilitar.

A: Pues ya siento desde ahora la alegría de mañana y de pasado y la alegría de saber que está usted aquí en México.

B: Y yo estoy sintiéndolo.

A: Porque imagínese usted, cuando comencé a leerlo y a conocerlo, cuándo iba a imaginarme que la vida y los azares de la literatura y de la lectura me iban a llevar...

B: Todo está hecho, todo está previsto. La armonía preestablecida del Leibnitz...

A: Todo debe obedecer finalmente a un orden.


A: Les obscurs designs de la providence. Los obscuros dibujos de la providencia.

B: Es cierto, sí.

A: Creo que eso era de Cocteau, y toda la sala está entretejida, de veras, como un tapiz, es una cosa de tapicería. Alguna vez pensé en los ángeles, que son los concesionarios y distribuidores del azar, de la contingencia. Se la voy a leer, la tengo en un texto mío. En San Diego le ofrecí una cassette con pasajes míos y ahora sí me voy a atrever a dársela para que usted la escuche un día.

[...]

Borges se ha retirado y Arreola habla ahora con personal del staff de televisión.

A: Pero de veras qué hombre, qué hombre. A mí me da una pena hablar con Borges, cada vez que hablo, porque siempre temo darle la lata. Oye, estoy cada vez más agradecido, qué bárbaro, que tú hayas hecho esto posible, en verdad eso me emociona. [...] Pero tú no te imaginas la felicidad, porque yo tenía la cosa de que en San Diego no grabé una sola frase de Borges, y tuvimos una primera conferencia de seis horas los dos solos en una habitación, y yo por una cosa de respeto, teniendo dos grabadoras... Y ahora digo no, es un homenaje que le voy a hacer, cuando yo vi que las conversaciones con él... Cuando las repase y recuerde lo de San Diego; yo ya tengo mi libro también para Jorge Luis Borges. Porque no te imaginas, son treinta y ocho años de conocimiento, casi cuarenta años ya de conocimiento. [...] No tienes una idea de lo que yo he hecho aquí, pero hace treinta años sobre todo les ponía [a sus alumnos] como la pieza clave la economía de los términos, y tuve la suerte de que desde el primer momento en que nos encontramos me trató como ahorita, como si me hubiera conocido desde antes cuando yo tenía miedo de encontrarme con él. Porque era treinta años después, cuando yo lo encontré. Es inconcebible la imaginación y la frescura; ayer mismo en la noche, en el aeropuerto, dos recuerdos; inmediatamente los pesca. Ahorita, por ejemplo, no creas que me lo dice por cortesía, claro que se acuerda de mi hija porque viajaron en el asiento de atrás de un coche y al subir yo le dije a mi hija: "No le digas a Borges que yo voy aquí", porque yo había dormido dos o tres horas y me rajé de seguir hablando, él todavía quería seguir hablando y yo me fui. Entonces iba yo callado y caminamos muchos kilómetros, y de pronto mi hija en un momento así natural, dice: "Papá, papá, oye lo que está diciendo el señor Borges." Entonces él dice: "¿Viene aquí su papá?" Yo tuve que confesarlo, y se pone a hablar, pero platicó mucho con mi hija, y de veras que le tiene un gran cariño y un recuerdo muy bello, y esto que me dijo me dio gusto porque se acordó ya con eso de Gladys. Tiene una memoria... le dijo a mi hija, te llamas igual, en gaélico serías Gladys.

Borges y Arreola están en el alcázar del Castillo de Cahapultepec.

A: No me podía acordar anoche del lugar, que Papini tiene una frase semejante, cuando un emperador romano o un cónsul dice: "Yo reclamo para mí ese infame privilegio."

B: Qué linda.

A: Voy a ver si la localizo para decírsela mañana completa.

B: Sí, son frases latinas.

A: Dice: "Reclamo para mí este infame privilegio."

B: Qué raro, ¿por qué el idioma, cuando una frase sale bien, parece traducida del latín, eh?

A: Ahí lo tiene usted.

[...]

B: Sí, yo no sé, hay algo, tiene algo el latín.

A: Sí algo de mágico. Pero usted, cuando escribió sobre Quevedo, ¿cómo dice en sus páginas lapidarias? "El español parece volver al arduo latín de Séneca y Lucano."

B: Que eran españoles.

A: Eso, al enérgico latín de la edad de plata.

B: La edad de plata fue mucho más sentenciosa, porque es de Plinio también.

A: "Razonaba oro y no metal bajo, tantos kilates subía su lenguaje." Ahí el español es lo que usted dice, llega a ese nivel tremendo, sin partículas, ¿verdad? La piedra seca. "Fatigó con felicidad la literatura griega." También lo dice Quevedo en el "Marco Bruto". Yo me dediqué a buscar, cuando más me había impresionado a mí, quería recordar... ¿Cuál fue la frase que le impresiono más a usted? Porque Bécquer en un cuento habla de los monteros que fatigan el eco de los montes.

B: "Fatigar las selvas", es Virgilio.

A: Y de ahí lo tomó Góngora.

B: Claro, sólo que Góngora puso "a peinar el viento", que es horrible.

A: Y "fatigar la selva".

B: "Peinar el viento" es imperdonable.

A: No se puede. Pero inmediatamente viene...

B: Pero inmediatamente viene Virgilio y lo salva.

A: Pero él dice: "peinar el viento, fatigar la selva, en vano pula en la maestra mano el generoso pájaro su pluma". Ahí sí está en eso; eso podemos dejar para mañana, Quevedo y Góngora, porque ahora me gustaría estar todavía más sencillos.

B: ¿Qué hacemos rodeados de personas?

A: No, aquí estamos solos en este momento.

B: Yo no veo a personas realizando funciones trabajosas. ¿O no? Diciendo: "no, a la derecha, no a la izquierda" diciendo "ya te equivocaste..."

A: Y estos señores tienen ya tres horas con las cámaras, ensayándolas. Y todavía parece que no llegan, voy a preguntar.

B: Es que eso es lo típico de las máquinas, que no funcionan, que se descomponen...

A: Y luego imagínese usted, en un momento dado...

B: Toda máquina es torpe.

A: Es una venganza misteriosa...

B: Se rebela la materia.

Ilustración de Felipe ErenbergA: De la materia, justamente. Usted se acuerda que había una persona entre otras, luego me acordaré, que se metió mucho al espiritismo y logró de tal manera contaminar a las criaturas medio animadas o inanimadas, que de pronto quería coger un lápiz de la mesa y se le escapaba el lápiz, pasaba bajo un árbol y las ramas le pegaban, porque se había metido a donde no debe.

B: Claro, sí, era un intruso. Yo siempre tengo el temor de ser un intruso.

A: Ay, por favor.

B: Aquí no me siento intruso.

A: No, Borges, aquí sencillamente no se puede usted imaginar eso. Pocas veces...

B: Dígame algo del significado de la palabra "mero" en México, "en la mera puerta", precisamente en la puerta.

A: También cuando alguien le pega a otro dicen: "le dio en la mera madre", por ejemplo cuando se da el balazo: "en la mera madre". "Ya mero" es ya casi.

B: Ah, "mero" es "casi".

B: Porque...

B: Tengo un empleo muy raro de very en inglés, de Kipling, donde habla de Roma, dice que al fin hemos llegado a Roma, que es "la mera Roma".

A: La traducción sería : "Estamos en la mera Roma".

B: Eso se entiende en México y Buenos Aires, podemos decir "en la mera Roma", pero sería despectivo, peyorativo.

A: Sería peyorativo.

B: Sí pero the very Rome está bien, en latín sería Roma excisima...

A: Yo desgraciadamente el inglés no lo he podido frecuentar y sólo leo fichas de enciclopedia, porque no he podido nunca entender el inglés, ni estudiarlo, y eso que he estado meses en Estados Unidos. En cambio el francés sí se me dio, nunca tomé un libro de francés...

B: A mí me ocurrió lo contrario, que en casa hablamos inglés y español y luego yo tuve que estudiar francés.

A: Lo tuvo que estudiar.

B: Y yo me enseñé alemán y luego me enseñé por medio de un programa anglosajón, hemos hecho la antología anglosajona.

A: Y eso ya va a salir.

B: Eso se publica en diciembre en Chile, me gusta que sea Chile por aquello de la decadencia actual de argentinos y chilenos.

A: ¿Y también habló usted de una biografía de Snorris T?

B: Ésa la dejamos haciendo.

A: Oiga, le quiero preguntar esto...

B: Qué lindo nombre, Snorris T.

A: Yo lo repito maniáticamente, pero quiero saber si es suya la frase o está tomada de un texto antiguo, que es una de las frases más tremendas para mi vida personal, le ruego que me consuele. Dice: "Snorris T no fue un traidor sino un hombre desgarrado hasta el fondo de sí mismo por sucesivas y contradictorias lealtades."

B: Desgraciadamente es mía esa frase.

A: ¡Borges!

B: Qué le vamos a hacer.

A: Si yo le hiciera un catálogo –y se lo voy a hacer un día–, breve, porque ahora sí le voy a grabar una cassette con fragmentos que quiero que usted conozca para que la escuche un rato de tiempo antes de que se vaya; un rato de tiempo, qué le parece.

B: Qué otra cosa he de hacer.

A: Pero fíjese, para mí es tan conmovedor eso; qué bueno que me acordé de preguntarle...

B: Ser antológico, esa materia de los ratos es el tiempo.

A: Yo le digo...

B: Dígame.

A: No, ¿cómo era?

B: El rato del tiempo.

A: Un rato largo. 
    
B: Todo corresponde a un dibujo, no hay ningún secreto.

A: Y todo se condensará finalmente en la unidad. Bueno, ya platicaremos mañana...

B: Caramba, es un tema infinito. [...] Al principio es un caos, aunque un dibujo...



Fuente: La jornada Semanal   -  México
La Jornada Semanal,   domingo 18 de mayo del 2003        núm. 428





JORGE LUIS BORGES, DIALOGOS CORTOS

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En una entrevista, en Roma

En una entrevista, en Roma, un periodista trataba de poner en aprietos a Jorge Luis Borges. Como no lo lograba, finalmente probó con algo que le pareció más provocativo: "¿En su país todavía hay caníbales?"
- "Ya no - contestó aquél -, nos los comimos a todos

Borges y un escritor joven debatiendo
Borges y un escritor joven debatiendo sobre literatura y otros temas. El escritor joven le dice: "Y bueno, en política no vamos a estar de acuerdo, maestro, porque yo soy peronista". Borges contestó: "Cómo que no? Yo también soy ciego".

Borges firma ejemplares en una librería
Borges firma ejemplares en una librería del Centro. Un joven se acerca con Ficciones y le dice: "Maestro, usted es inmortal".
Borges le contesta: "Vamos, hombre. No hay por qué ser tan pesimista".

Roma, 1981. Conferencia de prensa
Roma, 1981. Conferencia de prensa en un hotel de la Via Veneto. Además de periodistas, están presentes Bernardo Bertolucci y Franco María Ricci. Borges, inspirado, destila ingenio. Llega la última pregunta. "¿A qué atribuye que todavía no le hayan otorgado el Premio Nobel de Literatura...
 - "A la sabiduría sueca".

Una mañana de octubre de 1967, Borges está al frente de su clase
Una mañana de octubre de 1967, Borges está al frente de su clase de literatura inglesa. Un estudiante entra y lo interrumpe para anunciar la muerte del Che Guevara y la inmediata suspensión de las clases para rendirle un homenaje . Borges contesta que el homenaje seguramente puede esperar. Clima tenso. El estudiante insiste: "Tiene que ser ahora y usted se va". Borges no se resigna y grita: "No me voy nada. Y si usted es tan guapo, venga a sacarme del escritorio". El estudiante amenaza con cortar la luz. "He tomado la precaución", retruca Borges, "de ser ciego esperando este momento".

En la pausa de un acto cultural, el novelista
En la pausa de un acto cultural, el novelista Oscar Hermes Villordo acompañó a Borges al baño, situado en un primer piso al que se llegaba por una empinada escalera de madera. Cuando volvían, Villordo notó que Borges descendía los escalones demasiado rápido y, temiendo lo peor, le preguntó :"¿No deberíamos ir más despacio?""Pero no soy yo - aclaró Borges -, es Newton."

En 1983, un periodista de La Nación
En 1983, un periodista de La Nación pide a Borges su opinión sobre la Guerra de Malvinas. "Absurda", define Borges. "Estoy triste, muy triste. Mandaron a esos pobres muchachos de veinte años a morir al sur. Tener veinte años y pelear contra soldados veteranos es algo atroz, inconcebible. Solamente en el crucero General Belgrano murieron cientos. Claro que los militares dirán que al lado de los desaparecidos esa cifra no es nada, pero no creo que  les convenga ese argumento. No, no les va a convenir..

El escritor argentino Héctor Bianciotti
El escritor argentino Héctor Bianciotti recuerda una de las tantas salidas elegantes de Borges, cuando le incomodaban los halagos de la gente: Ocurre en París, en un estudio de televisión. -"¿Usted se da cuenta de que es uno de los grandes escritores del siglo?", lo interrogan. "Es que este", evalúa Borges, "ha sido un siglo muy mediocre".

Una revista de actualidad reúne a Borges con
Una revista de actualidad reúne a Borges con el director técnico César Luis Menotti. "Qué raro, ¿no? Un hombre inteligente y se empeña en hablar de fútbol todo el tiempo", comenta Borges más tarde.

En 1975, a los 99 años, muere Leonor Acevedo de Borges
En 1975, a los 99 años, muere Leonor Acevedo de Borges, madre del escritor. En el velorio, una mujer da el pésame a Borges y comenta: "Peeero... pobre Leonorcita, morirse tan poquito antes de cumplir los 100 años. Si hubiera esperado un poquito más...". Borges le dice: "Veo, señora, que es usted devota del sistema decimal".

BORGES: Recuerdo el caso del escritor japonés
-BORGES: Recuerdo el caso del escritor japonés que se hizo el harakiri delante de todo el mundo. Me pareció bien. Fue capaz de morir como el último Samurai.
-SABATO: Me parece demasiado espectacular para ser elogiable. Y también un acto de arrogancia. Le advierto, Borges, que no hablo por creerme mejor. Por el contrario, pensé en el suicidio muchas veces en mi vida.
-BORGES: Yo también. Hace setenta y cinco años que vengo suicidándome. Tengo más experiencia que usted, Sábato.
-SABATO: (Sonriendo.) Con muy poca eficacia, por lo que se ve.
-BORGES: Sí, pero con mucha vocación, realmente.

Borges charla con Antonio Carrizo
Borges charla con Antonio Carrizo, en un bar. Por la radio del local se anuncia un tango con letra de León Benarós, amigo de Borges. El locutor propone escucharlo y el escritor acepta.
Cuando el tango termina, Carrizo le pregunta qué le pareció. Borges mueve la cabeza y dictamina, muy preocupado: "Esto le pasa a Benarós por juntarse con peronistas".

El 10 de marzo de 1978, en la Feria del Libro
El 10 de marzo de 1978, en la Feria del Libro, Borges se cruza con un escritor al que quiere y respeta: Manuel Mujica Lainez. Se abrazan e inician una conversación que es interrumpida una y otra vez por los cazadores compulsivos de firmas. "A veces", se queja Borges, "pienso que cuando me muera mis libros más cotizados serán aquellos que no lleven mi autógrafo."

El poeta Eduardo González Lanuza
El poeta Eduardo González Lanuza, uno de los introductores del ultraísmo en la Argentina y gran amigo de Borges, descubre a éste en Florida y Corrientes, solo, con su bastón, esperando para poder cruzar. Lo toca y le dice: "Borges, soy González Lanuza". El vuelve la cabeza y, después de unos segundos, contesta: "Es probable".

Un joven poeta se acerca a Borges
Un joven poeta se acerca a Borges en la calle. Deja en manos
del escritor su primer libro. Borges agradece y le pregunta cuál es el título. "Con la patria adentro", responde el joven. -"Pero qué incomodidad, amigo, qué incomodidad".

En Maipú y Tucumán, un grupo de adictos
En Maipú y Tucumán, un grupo de adictos a Isabel Perón descubre a Borges y lo sigue unos metros, insultándolo. Al ingresar en su casa, un periodista le pregunta cómo se siente. "Medio desorientado - manifiesta -. Se me acercó una mujer vociferando:¡Inculto! ¡Ignorante! "

Durante la dictadura militar
Durante la dictadura militar alguien le comenta a Borges que el general Galtieri, presidente de la República en ese momento, ha confesado que una de sus mayores ambiciones es seguir el camino de Perón y parecerse a él. "¡Caramba! -interrumpe Borges- es imposible imaginarse una aspiración más modesta".

Sobre la situación de la literatura argentina
Cuenta (contaba) Héctor Yanover que durante una reunión de la SADE (SOCIEDAD ARGENTINA DE ESCRITORES) sobre la situación de la literatura argentina, Córdoba Iturburu, que la presidía, inquirió a los gritos: "¿Y qué vamos a hacer por nuestros jóvenes poetas?" Desde el fondo llegó otro grito, éste de Borges: "¡Disuadirlos!"

A principios de la década de los setenta
A principios de la década de los setenta, el escritor y psicoanalista Germán García invita a la Argentina a Daniel Sibony, matemático y psicoanalista francés. Sibony quiere conocer a Borges. Al encontrarse, el francés le pregunta en qué idioma desea hablar.
"Hablemos en francés", propone Borges, y justifica: "Dicen que la lengua francesa es tan perfecta que no necesita escritores.
A la inversa, dicen que el castellano es una lengua que se desespera de su propia debilidad y necesita producir cada tanto un Góngora, un Quevedo, un Cervantes".

Fuente: Listas 20



#OPINIÓN Jorge Luis Borges e Internet #31Dic

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Luis Eduardo Cortés Riera | Ilustración: Victoria Peña | 31 diciembre, 2018

Cuando era yo estudiante universitario emeritense leí, entre otros, un relato famoso del escritor argentino y universal Jorge Luis Borges llamado El Aleph, al que algunos han visto como una prefiguración o predicción de la red de redes o internet, pues fue publicado justo al final de la Segunda Guerra Mundial, septiembre de 1945, nos refiere Daniel Martino en Ficciones-El Aleph. El informe de Brodie. En aquellos años, lo sabemos, nadie pensaba en semejante prodigio de las comunicaciones, pues los autores de tal revolución tecnológica que cambió la faz de la Tierra, Norbert Wiener y Alan Turing,  estaban dando los primeros pasos para crear la cibernética. Y sabemos que la red es un producto de la Guerra Fría en su fase postrera: finales de la década de los años 60 y el terror nuclear.

Carlos Argentino, personaje del célebre relato, muestra a Borges el Aleph en el sótano de una casa bonarense, y quien dice:“Hay un mundo en el sótano, es uno de los puntos del espacio que contienen todos los puntos. El diámetro del Aleph sería de dos o tres centímetros, pero el espacio cósmico estaba ahí, sin disminución de tamaño”. Pero como en la red de nuestros días, todo está allí contenido: la Luna, muchedumbres, pirámides, ciudades como Londres, todos los espejos del planeta, nieve, tabaco, desiertos y cada uno de sus granos de arena, un cáncer de pecho, libros antiguos como los de Plinio, pudiendo ver cada letra simultáneamente, caballos, el Mar Caspio al alba, barajas, helechos, tigres, una baraja española, émbolos, bisontes, todas las hormigas de la tierra…”Mis ojos habían visto -dice Borges- ese objeto secreto y conjetural, cuyo nombre usurpan los hombres, pero que ningún hombre ha mirado: el inconcebible universo.

Cuando visité Buenos Aires en 2012 pensaba constantemente  dónde podría estar esa casa donde Borges colocó el Aleph, y hasta estuve a punto de salir a buscarla, sólo que mi esposa Raiza me impidió hacer aquella búsqueda por “improcedente”, según argumentó mi compañera.

De modo que me puse a buscar aquel prodigioso y extraordinario lugar en donde precisamente ha de estar de seguro: Internet. Para mi sorpresa, no es una idea original del autor de Historia universal de la infamia. No. Existen unos antecedentes en la literatura universal que nos refieren a algo parecido al “punto de los puntos” borgeano, tales como Polyolbion de Michael Drayton. Otros dicen que el argentino es el verdadero padre de la www (worldwide web), hasta le han llamado Cy-Borges. Umberto Eco dice que Borges recrea un mundo devorado por el conocimiento, donde los libros atrapan a sus lectores, donde el saber parece tener vida propia, lo que despierta inmediatas asociaciones con la ciberrealidad actual. El argentino prefigura la realidad virtual, las bibliotecas universales, la lectura infinita e infinitamente personalizada, dice el Diario ABC.

Resulta poco menos que asombroso que un libro como Las palabras y las cosas, del Maestro del pensamiento Michel Foucault, comience precisamente con un relato del escritor ciego y argentino. Alfonso del Toro se atreve a decir que toda la epistemología del siglo XX está contenida en la obra borgeana. En 1940 instaló el tema del rizoma, fundamental en el pensamiento posmoderno, antes que Deleuze y Guattari. Y además creó la teoría de los muchos mundos. Un libro de Hugh Everett, un destacado físico que propuso la existencia de tales mundos paralelos en la física cuántica, comienza con una cita memorable de su cuento El jardín de los senderos que se bifurcan. En el Aleph-agrega Toro- se ve el mundo completo. Pero el narrador no está horrorizado por lo que ve, sino porque no puede escribirlo en forma simultánea tal como lo ve, ya que la lengua y la escritura son lineales.

Adolfo Bioy Casares, su gran amigo, ha escrito que “La imagen de Borges aislado del mundo, que algunos proponen, me parece inaceptable…he comprobado que la palabra de Borges confiere a la gente más realidad que la vida misma.” Resulta, de tal modo poco menos que incomprensible que la Academia Sueca no le haya otorgado el Nobel a este inmenso literato argentino y universal, autor de los circunloquios, proposiciones y espejismos intelectuales más sorprendentes de la literatura de todos los tiempos, una preocupación metafísica literaturizada: existe o no la realidad.

Fuente: El Impulso.com


El diccionario que debes leer para entender a Borges

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Por: Eduardo Limón

No es de la A a la Z. Es más infinito que eso...

Jorge Francisco Isidoro Luis Borges Acevedo era su nombre completo. Nació un 24 de agosto de 1899 —hace 119 años— y su obra sigue siendo recordada, analizada, valorada y objeto de múltiples estudios que lo posicionan hoy como una de las grandes transformaciones en el mundo de las artes escritas. Borges, habiendo operado una producción estética que va de la literatura leída como acto creador a las letras escritas como un (re)descubrimiento de lo dado, logró lo que muy pocos han sido capaces: dar nuevo reglamento y fecundidad al encuentro de la ficción, la no-ficción y el ensayo.

Hay quienes dicen —o creen— que leer a Borges es un síntoma de inteligencia o, incluso, un detonante de esta misma; sin embargo, y sin restar importancia a que este hombre ha unido en su obra la complejidad de la filosofía con la de la literatura, que su producción es en verdad complicada para un lector párvulo, cerrar su creación a un estereotipo es frenar justamente lo que el autor intentó siempre: quebrar los límites de la aproximación y la cuestión literaria.

No, no es sencillo acercarse a él de primera vez y no lo vamos a contrariar. Pero ir a Borges y salir de sus universos no es tarea de otro mundo. Basta con brincar un poco a su vocabulario y terminología para notar que, en efecto, está lleno de nombres y situaciones a veces desconocidas, pero que no exigen una mente prosaicamente erudita. Y si no te está funcionando, apelemos a sus mismas ideas: si no lo entiendes, si no te convence, déjalo. No tienes por qué atarte a un libro a la fuerza.

Aleph

La primera letra del alfabeto hebreo con valor numérico de uno. Aunque silencioso y utilizado principalmente para indicar la puntuación vocal, el aleph en la creencia cabalística se considera la letra hebrea más destacada, un símbolo de todas las demás letras y, por lo tanto, por extensión, del universo mismo. Una de las muchas interpretaciones del Aleph es que su forma simétrica simboliza el concepto de que todo en el mundo inferior es un reflejo de su forma arquetípica en el mundo de arriba. En matemáticas, indica un mayor poder del infinito que números enteros o números que están en línea recta. Esto permite el concepto de una pluralidad de alephs o infinitos.

Beth

La segunda letra del alfabeto hebreo con el valor numérico de dos. Beth es reflejo de la naturaleza dual del universo que consiste en el cielo y la tierra.

Infierno

El lugar del castigo eterno para los impenitentes. En Tres versiones de Judas la alusión al Redentor en el infierno es una referencia oblicua a la tradición cristiana de que de todos los pecadores, sólo Judas y Caín —quienes perdieron la esperanza— son inequívocamente condenados a la maldición eterna.

Arte

Todas las artes propenden a la música, en que la forma es el fondo. El arte siempre opta por lo individual, lo concreto. El arte no es platónico. Barroco es el estilo que deliberadamente agota o quiere agotar sus posibilidades y que linda con su propia caricatura (…) Quienes dicen que el arte no debe propagar doctrinas suelen referirse a doctrinas contrarias a las suyas. El arte debe ser como un espejo que nos revela nuestra propia cara (…)


España y los españoles

Algún ejemplo de genialidad española vale por literaturas enteras: Francisco de Quevedo, Miguel de Cervantes. El que no es genio, es nadie; el único recurso español es la genialidad. Tanto es así que el español no sospechoso de genialidad nunca recabó una página buena. El común de la literatura española fue siempre fastidioso. Su 'cotidianería', su término medio, su gente, siempre vivió de las descansadas artes del plagio.

Ciencia

La ciencia es una esfera finita que crece en el espacio infinito; cada nueva expansión le hace comprender una zona mayor de lo desconocido, pero lo desconocido es inagotable.

Destino

El destino es el nombre que aplicamos a la infinita operación incesante de millares de causas entreveradas.

Tiempo y Eternidad. El tiempo es un problema para nosotros, un tembloroso y exigente problema, acaso el más vital de la metafísica; la eternidad, un juego o una fatigada esperanza.

Literatura

La literatura es un sueño dirigido y deliberado.

Sociedad

La masa de oprimidos y de parias no es más que una abstracción. Sólo los individuos existen, si es que existe alguien.


Valiéndonos de su Diccionario Privado, varias veces ya revisitado, y de otros textos críticos, advertimos entonces que al abrir una conexión sin precedentes entre texto, paratexto, hipotexto e hipertexto, Borges inauguró un sistema de relaciones antijerárquica para lo que solíamos entender como centros y periferias de un discurso o narrativa, así como un glosario o aparato referencial distinto para lo que distinguíamos entre realidades y elementos de lo real. Que Borges es un sinfín de lenguajes y narraciones en todo rumbo.

Fuente: Cultura Colectiva - 12 de junio, 2018


Borges, profesor

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Isaías Lerner

Después de la revolución militar que sacó del poder al presidente Perón en 1955, las universidades argentinas, y en particular la de Buenos Aires, comenzaron un periodo de recuperación y renovación que, por lo menos en la de Buenos Aires, supuso la reincorporación de muchos docentes que el régimen peronista había excluido ya sea por razones políticas o por mero favoritismo; la confirmación de otros, y el nombramiento de nuevos catedráticos que, por complejos motivos, habían permanecido hasta entonces al margen de la docencia universitaria.

La Facultad de Filosofía y Letras, que había sido particularmente castigada durante los años del primer peronismo, recibió como interventor a un destacado historiador, Alberto M. Salas, que inició una tarea de reordenamiento, ahora tal vez algo olvidada, pero que hoy algunos consideramos de extraordinarias y valiosas consecuencias académicas.

Entre sus nombramientos más prestigiosos, y al mismo tiempo más innovadores, estuvo el de Jorge Luis Borges. Si no me equivoco, se le ofreció entonces la cátedra de literatura alemana, ya que había publicado su Antiguas literaturas germánicas «con la colaboración de Delia Ingenieros», porque, creo, era la materia que le hubiera gustado enseñar. Lo cierto es que por esos años (19561957) su vista había desmejorado mucho y no podía leer más solo. Dependía entonces de su madre para la lectura y Leonor de Acevedo no sabía alemán. Podía sí leer inglés y Borges propuso al decano dictar esa materia. Todo esto transgredía muchas banales ordenanzas administrativas, pero para entonces Borges comenzaba a ser una figura internacional de prestigio indiscutido, aunque nada comparable a lo que sería en los años posteriores a la década de los sesenta, y fue aceptada su propuesta.

En esos años estaba al final de mis estudios y me faltaban muy pocos cursos para completar la carrera de letras. Decidí postergar la graduación para poder inscribirme en el curso de Borges. Nunca me he arrepentido de esta, entre las muchas demoras que caracterizan mi conducta. Yo ya era fervoroso lector de su obra y oyente infaltable de sus conferencias y cursillos. Especialmente los del Colegio Libre de Estudios Superiores, institución privada de corte liberal que se había convertido, en los años del gobierno de Perón, en foro para intelectuales desplazados de la universidad y de otras instituciones, por la política cultural y científica del régimen.

La idea de seguir todo un curso sobre literatura inglesa y norteamericana con Borges en la facultad se convirtió en una prioridad sobre cualquier otro proyecto profesional, o así creo que lo veo ahora.

Las expectativas eran grandes, menos por lo que iba a aprender de literatura inglesa que por lo que iba a entender sobre literatura desde la perspectiva personal y antiacadémica de Borges. Pensar un Borges profesor contestatario y rebelde suena disparatado. Particularmente ahora, cuando la opinión que prevalece es la del Borges que han inventado las entrevistas y las banalidades del periodismo que pretende ser cultural. Tampoco creo que lo veían así los jóvenes escritores que se rebelaban contra lo que entonces consideraban el orden establecido por las instituciones culturales consagradas. Pero frente a cierta chatura académica que caracterizaba la universidad de los años en que cursaba mis estudios, y salvo muy raras y honrosas excepciones, las clases de Borges representaron un auténtico aire renovador y un verdadero privilegio. Por lo demás, Borges sospechaba bastante de la metodología académica y así lo declara, con su particular forma irónica, en versos de «Invocación a Joyce»: «Fuimos el imagismo, el cubismo, / los conventículos y sectas / que las crédulas universidades veneran».

En el viejo edificio lindero con el Rectorado de la Universidad, en la calle Viamonte, en donde se había arrinconado la Facultad de Filosofía y Letras, por entonces la más pequeña de todas las facultades, porque todavía no se habían incorporado las ciencias sociales, que la transformaron en una institución multitudinaria y altamente sospechosa para los militares sospechosos de todo pensamiento crítico que volvieron al poder en 1966. En ese edificio, pues, a Borges le asignaron un aula de la planta baja en el pasillo central seguramente para hacerle menos azaroso el acceso. Para entonces, había adquirido Borges una perfecta noción del tiempo de una conferencia. Es decir, cincuenta minutos exactos para desarrollar el tema que se proponía examinar. Borges llegaba minutos antes, siempre rodeado de amigas, colaboradoras y lectoras fieles, fácilmente reconocibles en el mar de rostros jóvenes de los estudiantes que poblaban las aulas y los corredores. De ellas recuerdo que lo acompañaban y asistían a las clases Delia Ingenieros, Rosita Genijovich y Alicia Jurado; no era yo entonces capaz de reconocer a las otras amistades, seguramente del ambiente de la revista Sur, que, por lo demás, tenía su redacción a escasa distancia del edificio de la facultad.

Los alumnos ya estábamos reunidos junto a la puerta del aula a la espera de que terminara la clase inmediatamente anterior, cuando Borges llegaba. En ella, ese año, dictaba clase de literatura española del xvi y del xvii el catedrático Ángel Batistessa, que se demoraba casi siempre más allá del tiempo reglamentario, por pura distracción o por perversa manía. Esto ponía muy nervioso a Borges, que veía la estructura de su clase a punto de ser alterada.

En efecto, la larga experiencia que había adquirido como conferencista le había dado una infrecuente capacidad para dotar a sus clases de un orden riguroso y de una simetría ejemplar basada no solo en el orden de ideas sino también en el tiempo asignado. El placer de reconocer esas virtudes que hicieron de su prosa de creación (en la que naturalmente hay que incluir sus ensayos) el modelo que habría de cambiar la manera de escribir en castellano (o así lo veíamos nosotros) es hasta hoy el mejor recuerdo docente que conservo de sus clases y que traté de aplicar, con resultados no siempre satisfactorios, a mi propio modo de enseñar. Pero no solamente esta deslumbrante arquitectura de la clase casi geométricamente diseñada y con clara conciencia de los elementos que de cada autor quería destacar Borges. La más atractiva enseñanza que se desprendía de sus clases estaba relacionada con lo que me gusta considerar como sus conceptos fundamentales de una teoría general de la escritura; una especie de estética que cada una de sus clases ejemplificaba con otros textos. Por cierto, algo de esto está expuesto de modo fragmentario en sus escritos. Pero la transposición a las clases le otorgaba a sus ideas un dinamismo particular y también un poder mayor de convicción que la inmediatez de los gestos, las curiosas inflexiones de voz, en su particular monotonía y cadencia marcadas por su peculiar stacatto, hacían más convincentes y más retadoras.

Así pues, comenzar el curso con una larga introducción sobre poesía gauchesca para autorizar su lectura de Chaucer; o al revés, utilizar a Virgilio con el propósito de aclarar un texto en apariencia alejado de la imitación de los clásicos, representaba no solamente una nueva manera de leer las literaturas del mundo desde la lejana Buenos Aires, para alumnos muy ignorantes y agobiados por la enseñanza de una historia literaria que solo parecía interesarse por la biografía de los autores tratados, también significaba poner en práctica la idea tan borgiana de la universalidad del acto literario, la posesión universal y despersonalizada de la palabra y de la expresión artística. Es decir, el descubrimiento del universo de la creación. Por ello, en «Otro poema de los dones» mezcla en su agradecimiento al «… divino / laberinto de los efectos y las causas» a Homero y Schopenauer con Sócrates y Swedenborg, a Verlaine con «… aquel sevillano que redactó la Epístola Moral / y cuyo nombre, como él hubiera preferido, / ignoramos» a «… Séneca y Lucano, de Córdoba, / que antes del español escribieron / toda la literatura española» con Walt Withman y Francisco de Asís…

Por ello la elección de autores olvidados o no siempre presentes en el canon tradicional (¿qué hacían Gibbon y su favorito Sir Thomas Browne cuando detenía su repaso de las letras inglesas en el xix?) era un modo de transgresión que no podía confundirse con la arbitrariedad. Era más bien la literatura inglesa de Borges y en esto residía su enseñanza especial.

He hablado de su voz y de sus gestos. De estos últimos es imposible olvidar, porque tenía algo de conmovedor y de idiosincrático al mismo tiempo, el movimiento, al principio de la clase, de sacar su gran reloj de bolsillo y acercarlo peligrosamente al rostro para poder ver las agujas; el acto de acomodar sus manos sobre el pupitre, una cubriendo la otra, como siempre, y que daba a su postura una curiosa dignidad; la mirada de sus ojos claros y casi inmóviles fija en un vacío terriblemente literal, y para nuestro pánico, el movimiento expresivo de los brazos, que marcaban siempre un énfasis didáctico, y que acercaba peligrosamente (y para desesperación de todos) una de sus manos, al perenne vaso de agua que a veces solía tomar. Nunca volví a sentir la inexorabilidad de la próxima ceguera con tanta ansiedad y con mayor sentido de perversa ironía: quien iluminaba los textos elegidos con tan deslumbrante claridad, estaba entrando, literalmente, en la oscuridad.

Por cierto, preparar los exámenes orales era otro de los desafíos. No sabíamos bien lo que Borges quería de nosotros o lo que iba a pedir que supiéramos. Ni siquiera sabíamos cómo poder prepararnos para sus preguntas, pues los apuntes tomados a velocidad de vértigo eran de poca ayuda, porque sonaban tan a Borges. Ahora me parece que tampoco él lo sabía muy bien. La mayoría se decidió por una forma austera de la paráfrasis de sus clases y era esto, en verdad, lo que más habría de apreciar a la hora de contestar sus preguntas definidas por una completa falta de especificidad. Lo sé por experiencia propia, imposible de olvidar.

No sé si llegamos a transmitirle, los que admiramos sus clases, nuestro agradecimiento por lo recibido y tampoco sé si esperaba algo especial a cambio. Sin embargo, la suerte y un misterioso y muy borgeano tejido de casualidades, hizo posible que pudiera expresarle, casi treinta años después y un poco atolondradamente, mi gratitud. Borges había sido invitado a Nueva York para la convención multitudinaria de profesores de lenguas y literaturas de las universidades de Estados Unidos para dar una conferencia magistral. Estaba también en Nueva York Enrique Pezzoni, su amigo y uno de sus mejores críticos, y viejo compañero de avatares docentes en Buenos Aires. En un tranquilo restaurante japonés donde cenamos con María Kodama y Lía Schwartz le dije finalmente a Borges todo lo que había significado su curso y se mostró honestamente sorprendido y particularmente agradecido. Este rasgo de genuina modestia de parte de quien había sido ovacionado horas antes por un vasto auditorio de especialistas y escritores volvió a dar intensa y melancólica actualidad a sus clases en la ruinosa aula de la calle Viamonte, que tal vez ya ni exista.

Lo que hoy recuerdo, alejado de toda comprobación que no esté basada en una vaga y traicionera memoria de la experiencia vivida, es la conciencia clara y firme de una deuda intelectual y estética extraordinaria y de importancia fundamental para mi formación. Finalmente, y como sucede muchas veces en el azaroso mundo de la enseñanza de las humanidades, la literatura inglesa tuve que estudiarla por mi cuenta, cuando fue necesario.

Fuente: Revista Clarin

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