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Borges por Piglia, clase 4

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Compartimos "Historia y política en Borges", el cuarto y último programa especial de clases abiertas de Ricardo Piglia para analizar la obra de Jorge Luis Borges, en una segunda producción conjunta entre la TV Pública y la Biblioteca Nacional que pone al alcance de todo el país a uno de los más talentosos intelectuales contemporáneos buscando renovar y replantear las conceptualizaciones clásicas. En esta clase contamos con la participación especial del director de la Biblioteca Nacional, Horacio González y del historiador Javier Trímboli.

Nota de Oye Borges  : Programa original, con publicidad de la Televisión Pública.


Fuente : You Tube




Borges por Piglia, Clase 3

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Compartimos "La biblioteca y el lector en Borges", el tercero de un ciclo de cuatro programas especiales de clases abiertas de Ricardo Piglia para analizar la obra de Jorge Luis Borges, en una segunda producción conjunta entre la TV Pública y la Biblioteca Nacional que pone al alcance de todo el país a uno de los más talentosos intelectuales contemporáneos buscando renovar y replantear las conceptualizaciones clásicas. En esta clase contamos con la participación especial de los escritores Mario Ortiz y Luis Sagasti.

Nota de Oye Borges  : Programa original, con publicidad de la Televisión Pública.


Fuente : You Tube



Borges por Piglia. Clase 2

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Compartimos "Memoria y violencia en Borges", el segundo de un ciclo de cuatro programas especiales de clases abiertas de Ricardo Piglia para analizar la obra de Jorge Luis Borges, en una segunda producción conjunta entre la TV Pública y la Biblioteca Nacional que pone al alcance de todo el país a uno de los más talentosos intelectuales contemporáneos buscando renovar y replantear las conceptualizaciones clásicas. En esta clase contamos con la participación especial de los escritores Germán Maggiori y Marcos Herrera.

Nota de Oye Borges  : Programa original, con publicidad de la Televisión Pública.


Fuente : You Tube



Borges por Piglia, clase 1

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"Borges, un escritor argentino" el primero de un ciclo de cuatro programas especiales de clases abiertas de Ricardo Piglia para analizar la obra de Jorge Luis Borges, en una segunda producción conjunta entre la TV Pública y la Biblioteca Nacional que pone al alcance de todo el país a uno de los más talentosos intelectuales contemporáneos buscando renovar y replantear las conceptualizaciones clásicas.

Nota de Oye Borges  : Programa original, con publicidad de la Televisión Pública.

Fuente : You Tube


 

Fabulaciones al instante con Borges

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Por Alfonso Gonzalez Calero 

¿Matamos el tiempo justo cuando no tenemos nada que hacer entre un tiempo y otro o es el tiempo quien nos mata porque avanza sin que nosotros lo aprovechemos? Si hay un tema filosófico (además de la muerte) central en el pensamiento este es el del tiempo, considerado un misterio por algunos o como la materia constituyente del ser humano por muchos otros.

De todos estos temas, del tiempo, de su efecto en los humanos, de los múltiples intentos -en todas las épocas- por abolir el tiempo, y, sobre todo ello, de las reflexiones que este factor vital sugirió al escritor argentino Jorge Luis Borges, trata el libro de Luis Peñalver Alhambra que acaba de ser presentado en Toledo, en la Biblioteca de Castilla-La Mancha.

En el lenguaje coloquial decimos con frecuencia “no tengo tiempo que perder” y en otras ocasiones nos referimos a “voy a matar el tiempo”, justo cuando ninguna ocupación perentoria nos requiere. De esa ambigüedad en el uso del tiempo nace también la noción de aburrimiento, otro concepto filosófico relevante, como apunta Julián Santos Guerrero, toledano también, profesor de Estética en la Universidad Complutense, prologuista del libro que estamos comentando y que a su vez lo presentó hace unas semanas en la Biblioteca de Castilla-La Mancha.

La literatura es muchas veces hija de esos tiempos muertos, de esos vacíos entre unos tiempos y otros y el propio Borges señalaba que “el tiempo de la literatura es un tiempo regalado”.

El libro se plantea sobre 19 diálogos entrecortados entre el autor, el filósofo y profesor toledano (Peñalver), y el argentino universal (Borges) e insertadas entre ellas otras tantas fabulaciones del autor al hilo de otras tantas reflexiones propias y ajenas (de Sófocles, Cervantes, Azaña, Cioran Nietzsche, etc.) sobre este misterio que nos constituye y que sólo sabemos intuir si nadie nos pregunta por su definición. El autor dialoga con Borges sobre las miradas de uno y otro en torno al tiempo y su eterna capacidad de huida, de incapacidad de ser aprendido. Para concluir, con Séneca, que “es rico aquel hombre dueño de su tiempo”.

Fuente : Periodistas en Español

EL SECUESTRO DE BORGES

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Dr. Luis Alberto Melograno Lecuna

Con el mismo espíritu trasgresor con que pergeñábamos nuestras irreverentes narraciones, lo fuimos a recibir al aeropuerto. No teníamos idea en esa época del respeto académico que naturalmente se le profesaba en el mundo de las letras, ni de su trascendencia mundial, y si sí lo sabíamos, era algo que no nos quitaba el sueño.

Con el mismo desparpajo había estado yo tantas veces en la casa de la calle Maipú, solo o con algún secuaz circunstancial como Carlos o Juan Pablo, donde me hablaba o nos hablaba de Mar del Plata, de Bioy y las hermanas Ocampo, inquiría sobre el origen vasco del apellido Lecuna, y final e indefectiblemente iteraba una confusa historia de un asesinato en una estancia de la zona, que sin duda todavía lo tenía, décadas después, muy intrigado.

Finalmente el avión llegó, y con él, los hermanos Borges. En un coche oficial que el inepto Secretario de Gobierno nos había facilitado después de febriles negociaciones, nos dirigimos al Hermitage Hotel.

El viaje de Camet al centro fue intelectualmente excitante. Hablamos de "si literatura comprometida o compromiso con la literatura", de la "previsible influencia del misógino Shopenhauer, del pragmático James, del idealista Hume o del nominalismo en la obra borgesiana", del "plagio como acto generador de nuevas instancias artísticas, (haciéndole creo, un interesante paralelo Borges - Picasso)", de que "hasta qué punto los filósofos y las ideas filosóficas que usted cita en su obra no son meros personajes y temas para alimentar sus ficciones", de "qué pasa con la influencia de Carriego en su obra, y sin ir más lejos, con la de Juan Filloy", y (como no podía ser de otra manera), también se habló cual tácito ritual, "de una confusa historia de un asesinato en una estancia de la zona".

Llegados al Hermitage, y antes de subir a sus respectivas habitaciones, Georgie y su hermana acordaron disfrutar de un almuerzo más que frugal. Sobre la mesa del restaurante sólo había una botella con agua, y humildes porciones de arroz con queso. De postre, y como contrapartida paradojal, el se sirvió unas oximorónicas gotas para combatir el estreñimiento, que Norah le llevaba en su cartera. Le hice notar el contrasentido de comer arroz con queso teniendo este tipo de inconveniente intestinal, pero no obstante consideró que ya estaba habituado a ambas contingencias.

En la sobremesa, continuamos el ping pong de datos y citas que habíamos iniciado en el aeropuerto. Lejos de defenderse de algunos planteos que hoy juzgo inútilmente agresivos, él consentía mis temerarias aseveraciones respondiendo trémulamente y con cierto pudor "-Sí, Lecuna, efectivamente, no sé pensar en sentido filosófico, - me decía - sí, llegar a la esencia última de las cosas, es así.

Norah quedó prendada del perfil griego de mi primo Carlos, a punto tal que sacó un lápiz y un papel, y bocetó su rostro. (Es un obsequio que Balmaceda guarda con unción, y luce actualmente en el enmarcado living de su casa).

Finalmente, los conducimos a sus habitaciones. Carlos acompañó a Norah, y yo a Borges. Cuando atravesamos el umbral, me pidió que "le enseñara cómo era el cuarto". Con una mano fue memorizando las dimensiones del mismo, y la ubicación del escaso mobiliario que necesitaría. Para mi sorpresa, (o para mi ignorancia, que lo hacía absolutamente ciego), me pidió que tapase la ventana, porque la luz le hacía daño.

Dejó el bastón sobre la cama más cercana al placard, y me pidió que le mostrara el baño, al que también investigó minuciosamente. Con una precisión envidiable identificó artefactos, se desplazó del baño al placard, del placard al baño, demostrándome con suficiencia lo innecesaria de mi presencia de pseudo lazarillo. Mientras se quitaba el saco, me pidió cortésmente que apagara todas las luces, y que lo pasara a buscar una hora antes de la conferencia, que estaba prevista para las ocho de la tarde.

Al reencontrarme con él ( ya nos esperaba en el lobby del hotel), tuve el desatino de comentarle que el teatro estaba rebalsando de gente, y que muchos ni siquiera habían podido entrar. Al enterarse de la presencia de tanto público, sintió pánico, y rápidamente me lo transmitió, al decirme que mejor iba a ser no dar la conferencia, porque "le asustaba estar delante de tanta gente".

No sé si fui crudo, irónico, exulto o realista, pero lo único que desesperadamente atiné a decirle sin pensar fue: "-Haga de cuenta que no hay nadie, total, no los va a ver..." Instantáneamente recapacité arrepentido de haber proferido tamaño irrespetuoso desatino verbal, pero, para mi tranquilidad, lejos de ofenderse, tomó mi sugerencia como una consideración lógica y aplicable...

Aún no sé si Juan Carlos hablaba en broma o en serio, pero en los días previos a la llegada de Borges, García Reig insistía en la posibilidad de secuestrarlo sin que él se diera cuenta, y recrear un viaje imaginario con el único objeto de registrar todo en un libro que obviamente se titularía: "El secuestro de Borges".
  
Siguiéndole el juego, la cosa se fue armando con cierta lógica. El grupo de terroristas literarios nos denominaríamos a los fines periodísticos, con el apelativo de "Comando Jacinto Chiclana". Se pensó además en hacer acopio de diversos elementos como ventiladores, butacas, perfumes, reflectores, micrófonos, calefactores, con el objeto de ir creando, en una misma habitación, distintos efectos especiales de modo tal que Borges creyera que viajaba en avión, en auto, percibía olores, brisas o soles inexistentes en un viaje imaginario con el único propósito de despistarlo, y hacer que el secuestro fuera de lo más ameno y climáticamente variado.

Para ser más convincentes, alguno sugirió que el lugar indicado tenía que ser el estudio de grabación de José Milano. Afortunadamente, en esa época habían empezado a pulular las novelas tituladas: "El secuestro de...", por lo que finalmente nos pareció muy poco original eso de secuestrarlo, aunque más no fuera con fines literarios... Y si algo teníamos claro todos en ese entonces era que había que ser original, o no ser.

Como era de esperar, la conferencia en el Auditórium fue un éxito absoluto. Como broche de oro, al día siguiente estaba previsto un programa de TV en Canal 8, cuya grabación lamentablemente descreo haya sido conservada.

En el trayecto de regreso al Hermitage, que Borges quizo hacer a pie, se me ocurrió contarle la absurda historia del secuestro, pero el ruido de la calle, los automóviles, y la gente que lo reconocía y se acercaba a saludarlo, me impidieron hacerlo.
  
La ocasión se dio en el lobby del hotel, mientras aguardábamos a Norah para cenar. Le conté al detalle sobre la alocada idea de secuestrarlo "con fines literarios", le dije que no era la primera vez que se nos habían ocurrido desatinos semejantes, pero que se quedara tranquilo, porque estas propuestas no pasaban del terreno de las ideas, y que eran meros ejercicios intelectuales sin consecuencia práctica alguna, aunque muchas veces obedecían a cuestiones atendibles.

Recuerdo que cité como ejemplo, la que en un momento consideramos como "la imperiosa necesidad de organizar el Comando Estético", con el noble propósito de destruir las innumeras y adefésicas esculturas perpetradas en plazas y paseos públicos del balneario, y de distribuir panfletos y / o periódicos murales alertando a la desprevenida población de la ciudad, de la existencia de autodenominados círculos y / asociaciones literarias que agredían a mansalva y sin consideración alguna a la lengua que nos dio Castilla.

La idea del secuestro, lejos de asustarlo, le pareció asaz interesante, a punto tal que lamentaba que no se hubiera concretado, consideración que en aquél momento me dejó absolutamente perplejo. El me quería hacer creer que había tomado absolutamente en serio lo que para nosotros significaba simplemente un juego...

Insistió en que el secuestro hubiera sido una experiencia excitante, y que si le habría encontrado diferencias con los viajes reales, seguramente esas diferencias serían a favor del viaje imaginario, ya que si era organizado por escritores, seguramente iba a estar mejor preparado que los otros...

Al día siguiente, ya en la cafetería del aeropuerto, y mientras aguardábamos la salida del avión que lo llevaría de regreso a Buenos Aires, obligado a cumplir un absurdo requisito municipal, como era hacerle firmar un contrato a un ciego, le expliqué de qué trataba el papel que ponía en sus manos, tras lo cual Borges, dócilmente, firmó. Fue todo un acto de fe, pues podría haber firmado la declaración de la independencia de Tertius, la Equal Rights Amendment, o un contrato de locación.

Ya con un pie en el avión, y como saludo final, me recriminó nuevamente que no se hubiera concretado un secuestro de esas características, y me alentó para que lo intentáramos en otra ocasión.

(Esa ocasión nunca existió, pero hoy y a la distancia, precisamente desde el lugar donde Borges de algún modo comenzó a ser dado a conocer de la mano de Anderson Imbert, quise rememorar aquel momento a partir del cual los verdaderos secuestrados fuimos nosotros: aquellos jóvenes marplatenses afectos a las letras. Secuestrados por la prosa precisa, la intuición poética, el inveterado escepticismo, la fina ironía, el goce estético, la libertad de creación, y el afán lúdico de la genial pluma borgesiana).

  
 Harvard Square, Cambridge, marzo de 1996

Fuente :Ocities



 

Jorge Luis Borges - Ajedrez

SUEÑOS, CIUDADES Y ARQUETIPOS (DE BORGES A PAPINI)

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Juan José Torres

Un emperador mogol sueña en el siglo XIII con un palacio que edifica siguiendo el plano inspirado por su sueño. Muchos años después, en el siglo XVIII, un poeta inglés (Coleridge) reconstruye ese palacio (ya destruido) del que nada sabe en un poema que, a su vez, ha soñado en una tarde del verano de 1797 ó 1798.


En “El sueño de Coleridge” (Otras Inquisiciones, obras completas, II, páginas 20 a 24, Emecé), Jorge Luis Borges cuenta como el fragmento lírico Kublai Khan formado por cincuenta y tantos versos rimados e irregulares “… de prosodia exquisita”, fue soñado por el poeta inglés en uno de los días del verano de 1797 “… bastenos retener, por ahora, que a Coleridge le fue dada en un sueño una página de no discutido esplendor”. Relata Borges que Coleridge sonó su poema en 1791 ó 1798 y publicó su relación con el sueño en 1816, a manera de glosa o justificación del poema inconcluso. Veinte años después apareció en París, fragmentariamente la primera versión occidental del Compendio de Historias de Rashid Ed-Din, que data del siglo XIV. Dice Borges de este Compendio que: “… en una página se lee: al este de Sangthu, Kublai Khan erigió un palacio según un plano que había visto en un sueño y que guardaba en la memoria”. Quien esto escribió era visir de Ghazan Mamad y descendía de Kublai Khan. Lo que resulta asombroso en el relato de Borges es la relación entre sueño, poema y palacio. En efecto, un emperador mogol sueña en el siglo XIII con un palacio que edifica siguiendo el plano inspirado por su sueño. Muchos años después, en el siglo XVIII, un poeta inglés reconstruye ese palacio del que nada sabe en un poema que,a su vez, ha soñado. El poeta nada sabe de este hecho y, sin embargo, si se confrontan el plano del palacio y el poema existe una asombrosa simetría. Borges lo explica así: “… Acaso un arquetipo no relevado aún a los hombres, un objeto eterno … esté ingresando paulatinamente en el mundo; su primera manifestación fue el palacio; la segunda el poema. Quien los hubiera comparado habría visto que eran esencialmente iguales”.
Releyendo a Gog (Giovanni Papini, Gog, 1982, Plaza y Janés), he recordado el Sueño de Coleridge de Borges, y me ha sido sugerida una lectura conjunta de dos relatos, la Ciudad Abandonada de Papini y El Inmortal de Borges. En ambos relatos hay elementos de simetría y reflexiones similares. Gog encuenta la Ciudad Abandonada tras cabalgar más de dieciséis horas por el desierto y la describe inicialmente como la ciudad “… más maravillosa que he visto en toda el Asia, es sin duda aquella que descubrí una noche de octubre, al oriente de Khamil, en pleno desierto”; no en vano se le presenta “… en la blancura velada de la noche otoñal”. Sin embargo, no se trata de una ciudad cualquiera, no es fácil acceder a la misma, como si se resistiera a ser hollada por persona alguna, Gog tiene que fracturar una puerta para penetrar en la ciudad y no encuenta nada ni a nadie. Es algo más simple y a la vez más complejo que una ciudad abandonada, las construcciones, los edificios, las calles no denotan ruina ni abandono, la ciudad es espectral “… desierta en medio del desierto”, nada rompe el silencio perfecto, sólo la sensación de desasosiego que va inundando el alma del viajero que ve transformado su sentimiento y que se siente “… dentro de ella, sólo, espantosamente sólo … infinitamente extranjero, irrevocablemente lejano de mi gente, casi fuera del tiempo y de la vida”. Al final, esa sensación da paso al horror, la ciudad se convierte en un laberinto del que no es fácil escapar y del que finalmente consigue huir Gog para descubrir que esa ciudad de la que nadie le dijo su nombre, ha empapado su vida para siempre de soledad.
En el relato de Borges, Joseph Cartapilus, el tribuno romano, el Inmortal, pues todos pueden ser él mismo, en su búsqueda de la fuente de la vida eterna, llegan en el desierto a una ciudad a cuyos pies bebe de un río descrito en términos antitéticos a la representación de la utopía del agua que da la vida sin final. La ciudad se alza sobre ese manantial ciclopea, soberbia … atrae irresistiblemente al viajero que, sin embargo, no puede entrar fácilmente y tiene que insistir hasta que le es revelado su acceso. Cuando entra en la ciudad se encuentra inmerso en un dédalo de alternativas, de calles, de pasadizos, de sótanos de nueve puertas, en un laberinto interminable. Esa arquitectura sin sentido primero le subyuga y por eso cree que sus palacios “… son fábrica de los dioses”; luego duda de esos dioses y piensa que “… los dioses que lo edificaron han muerto”; finalmente concluye que esos mismos dioses “… estaban locos”. La ciudad devora la cordura de Cartapilus, Borges lo relata con su maestría insuperable: ” … Esta ciudad … es tan horrible que su mera existencia y perduración, aunque en el centro de un desierto secreto, contamina el pasado y el porvenir y, de algún modo, compromete a los astros. Mientras perdure, nadie en el mundo podrá ser valeroso o féliz”.
Puede verse que Gog y el Inmortal presienten y sienten lo mismo, la ciudad se les aparece en el desierto, anhelan entrar en ella, quieren descubrirla, presienten que algo importante les será revelado. Esa atracción aumenta hasta lo irracional poque la ciudad se resiste a ser visitada. Finalmente, consiguen entrar en la ciudad, pero paseando por ella se va transformando su sentimiento, no se trata de una ciudad abandonada, es algo diferente, más profundo, una sensación de pesadumbre y desánimo que se adueña de sus almas y finalmente se transforma en horror, necesitan escapar de la ciudad y nuevamente ésta no les deja, no quiere soltar su presa, hasta que consiguen escapar y huir pero llevando consigo esa sensación, ese silencio sepulcral, perfecto y cristalino o esos dédalos laberínticos.
No creo que Papini tuviese en mente al Inmortal de Borges cuando escribe La Ciudad Perdida de Gog; y desconozco la mutua influencia entre ambos autores(aunque no creo que la haya más allá de la influencia universal de Borges); sin embargo, he encontrado en esta lectura conjunta una simetría más allá de la mera coincidencia entre ambos relatos, entre sus descripciones, sus sensaciones y los sentimientos de sus protagonistas. Esta relación me ha sugerido una lectura conjunta de ambos textos parecida a la que cuenta Borges en el Sueño de Coleridge aunque en este caso el maestro argentino sea obviamente mucho más preciso y sutíl, pues nada menos que concluye que el sueño que inspira un palacio primero y luego permite reconstruir en verso ese mismo palacio cuatrocientos años después, puede ser él mismo. Quizás sea aventurado dar aquí la misma explicación que ofrece Borges sobre la aparición de un arquetipo que se revela en Gog y en el Inmortal contando la historia de la misma ciudad, aunque en el caso del Inmortal se trate de la visión de quien busca la inmortalidad y luego la mortalidad con el mismo ahinco; mientras que en el de Gog sea la de alguien salvaje, estrafalario que nada busca y nada persigue, ni siquiera el conocimiento.

Fuente :  Cátedra José María Cervelló - IE Law School


Jorge Luis Borges y los sueños

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Por Osvaldo Ferrari, Para La Nación - Buenos Aires, 1998

El idealismo metafísico del autor de Ficciones era más que una posición filosófica o literaria, tenía sus raíces en un sentimiento de perplejidad ante la aparente irrealidad de la vida y la contundencia del mundo supuestamente fantástico.


"EL mundo, desgraciadamente, es real; yo, desgraciadamente, soy Borges", dice nuestro mayor escritor al concluir su ensayo "Nueva refutación del tiempo".

¿De dónde provenía -podemos preguntarnos- este sentimiento de la vida como ámbito de la diversidad y de sí mismo como circunscripto a esa diversidad?

No provenía, ciertamente, de un carácter sentimental, ni de que en él hubiera una propensión natural al pesimismo, sino de ese característico escepticismo que acompañó siempre a Borges -escepticismo afín al de su padre y al de Macedonio Fernández- y a la vez, indudablemente, de su condición de poeta en contraste con la inexorable realidad.

La experiencia de la vida y las alternativas de su propio destino como sujetas a la contrariedad, a la injusticia y a la desdicha, se irán resolviendo en la paulatina creación de un universo personal, signado por una original manera de mirar el mundo, de inconfundible inspiración literaria:para Borges, para su universo, la realidad serán los sueños.

Había asumido -a raíz de la constante persuasión de su padre y más tarde, debido al influjo de Macedonio Fernández- la necesidad de reflexionar acerca de las cuestiones últimas, de los interrogantes permanentes, al punto de crearse en él lo que podría llamarse el deber de pensar ; y, en consecuencia, alternaba el ejercicio de la imaginación con el del pensamiento: "En el decurso de una vida consagrada a las letras y (alguna vez) a la perplejidad metafísica", dice refiriéndose a sí mismo en el ensayo citado.

Adoptó la filosofía más cercana a la literatura: el idealismo. Incorporó a Berkeley, al que consideraba "un idealista piadoso", porque sostenía que mientras los hombres no están percibiendo las cosas, Dios lo hace por ellos. Pero si para Berkeley ser es ser percibido, para Borges ser equivaldrá a ser soñado. Incorporó a Hume, que, según recordó, negaba el "Yo", afirmando que cada vez que quería examinar el yo "no encontraba a nadie en casa". Y en esta línea, incorporó localmente a Macedonio Fernández, del cual nos dice que por sus propios medios, también había llegado a la negación del yo.

Sin tomar partido respecto a la existencia o inexistencia del yo, Borges exaltará la idea del individuo, piedra angular de su interpretación de la ética; pero filosóficamente se identificará, sobre todo, con Schopenhauer, del que tempranamente había leído El mundo como voluntad y representación , y a cuya concepción de que la esencia de la vida es de naturaleza onírica , había adherido desde entonces.

El idealismo era el pensamiento que le permitía soñar lúcidamente, sin apartarse de la lógica ni tampoco del mito; sin necesidad de abstenerse de la razón ni de la intuición.

"Para borrar o mitigar la saña/ de lo real, buscaba lo soñado", decía, refiriéndose a la vida de Cervantes, un poema suyo. Y estas palabras surgían de la inteligencia que había en Borges respecto al devenir de su propia vida. El desarrollo incensante de su idea -lugar de encuentro de la poesía y la metafísica- acerca de lo soñado , dará forma a una (quizá involuntaria) teoría, a la vez literaria y ontológica: Borges propondrá en sus poemas, en sus relatos y en sus diálogos, a los sueños como posible origen y generación de los hombres y los acontecimientos. El cuento "Las ruinas circulares" y su protagonista, el soñador o mago que da vida a un hombre soñándolo en todas sus partes, prefigura o transfigura dicha teoría.

En uno de nuestros diálogos, al recordarle su poema "Sueña Alonso Quijano", le comenté que allí él proponía o conjeturaba, por lo menos, dos sueños, ya que el poema dice: "El hidalgo fue un sueño de Cervantes /Y don Quijote un sueño del hidalgo/ El doble sueño los confunde". Y Borges respondió: "Cervantes sueña a Alonso Quijano y Alonso Quijano sueña a don Quijote. Pero esos dos sueños tienen como raíz la conciencia de Cervantes". Entonces yo le recordé su cuento "Everything and Nothing", y le señalé un tercer soñador, ya que Dios sueña a Shakespeare en aquel cuento. Y Borges acotó: "Y Shakespeare sueña a los personajes". "Sí, y Cervantes también podría ser soñado", le respondí. Y Borges dijo: "Indudablemente Cervantes fue soñado por Dios o por la conciencia universal; sí, sobre todo si somos panteístas. Yo precisamente acabo de escribir un poema, "¿Qué ha soñado el tiempo?", cuyo tema es ése: el ver toda la historia como un sueño del tiempo". Pero al leer íntegramente el poema, encontraremos que el último verso afirma que el tiempo "Ha soñado que Alguien lo sueña".

En otro diálogo, al mencionarle yo que últimamente él identificaba cada vez más el acto de escribir con el de soñar, Borges dijo: "Sí, el acto de vivir con el de soñar, también. Creo que esa frase "la vida es sueño" es estrictamente real. Ahora, lo que cabe preguntar es si hay un soñador, o si simplemente se trata de un soñarse. Es decir, si hay un sueño que se sueña a sí mismo".

Y esto nos introduce plenamente en su visión: era esencial para Borges su conjetura acerca de si la vida es soñada por alguien, o si se trata de un sueño que se sueña a sí mismo.

Si la vida es soñada por alguien -y aquí surge la presunción que Borges no se decide a convalidar, a pesar de que escribe que el tiempo "Ha soñado que Alguien lo sueña"- el único soñador posible de ese gran sueño que llamamos la vida, sólo puede ser Dios o lo que llamamos Dios. De lo contrario, el sueño se sueña a sí mismo. .

Fuente : La Nacion

Documento : Conferencia de Jorge Luis Borges en Medellín - 1978

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El escritor argentino Jorge Luis Borges "durante los días 18, 19 y 20 de Noviembre de 1978, estuvo en Medellín y Cartagena de Indias". Aquí el audio durante su presencia en la Biblioteca Pública de Medellín (Colombia).

Fuente : You Tube

La temprana devoción de Borges por el norte

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Gustavo Rubén Giorgi

Como si se tratara de una declaración de principios, Borges hizo coincidir con la ceguera su decisión de estudiar en forma sistemática el idioma inglés antiguo, o anglosajón:

    Me dije: ya que he perdido el querido mundo de las apariencias, debo crear otra cosa: debo crear el futuro, lo que sucede al mundo visible que, de hecho, he perdido. (...).

    Pensé: he perdido el mundo visible, pero ahora voy a recuperar otro, el mundo de mis lejanos mayores, aquellas tribus, aquellos hombres que atravesaron a remo los tempestuosos mares del Norte y que, desde Dinamarca, desde Alemania y desde los Países Bajos conquistaron a Inglaterra; que se llama Inglaterra por ellos, ya que “Engaland”, tierra de los anglos, antes se llamaba “tierra de los britanos”, que eran celtas.1

Pero, aunque se tratara de una decisión crítica, destinada a impregnar con su impronta el resto de su obra acompañándolo, literalmente, hasta la tumba, el gran escritor nunca declaró cuándo se despertó en él una vocación tan cara a sus sentimientos como a sus preferencias estéticas. Esto, hasta donde podemos conocer: se ha escrito tanto sobre Borges y las entrevistas que se le hicieron en la última etapa de su vida fueron tantas, que toda compulsa resultaría provisional. No nos queda entonces más recurso que acudir a la memoria de sus lecturas, a los registros más difundidos de su palabra y a nuestra flaca intuición.

La primera aparición en la obra de Borges de la literatura de lo que él llamaba “el Norte” —los pueblos afincados a orillas del mar de ese nombre y del Báltico: Escandinavia, los Países Bajos, Alemania, Inglaterra e Islandia en el Atlántico— es de 1932. En Historia de la eternidad estudia con deleite contagioso ciertas rudimentarias formas de la metáfora, sello distintivo de la poesía islandesa, “Las kenningar”, que nombran el artículo en cuestión. Para un “viejo” poeta ultraísta como él lo había sido, predicador de la reducción del fenómeno poético a la metáfora, el descubrimiento de las kenningar y de aquellos predecesores (que también se valían de la aliteración) debió ser estimulante y conmovedor.

    Una de las más frías aberraciones que las historias literarias registran son las menciones enigmáticas o kenningar de la poesía de Islandia. (...) ...fueron el primer deliberado goce verbal de una literatura instintiva.2

Confiesa haber hallado un placer “casi filatélico” en la compilación de estas extrañas comparaciones:

    casa de los pájaros y casa de los vientos (el aire), flechas de mar (los arenques), cerdo del oleaje (la ballena), asamblea de espadas (...), fiesta de vikings (la batalla), fuerza del arco y pierna del omóplato (el brazo) (...), cisne sangriento y gallo de los muertos (el buitre) (...), castillo del cuerpo (la cabeza) (...), marea de la copa (la cerveza), yelmo del aire (el cielo) (...), dura bellota del pensamiento (el corazón), gaviota del odio (el cuervo) (...), nubarrón del combate (el escudo), hielo de la pelea (...) (la espada) (...), granizo de las cuerdas de los arcos (las flechas) (...), lobo de los templos (el fuego), delicia de los cuervos (el guerrero) (...), querido alimentador de los lobos (el hacha), árbol de lobos (la horca) (...), dragón de los cadáveres (la lanza) (...).3

¿Cuándo se produjo el encuentro de Borges con estos artificios? Verosímilmente debió ser después de 1928, porque en Inquisiciones, de 1925, encontramos las notas “Después de las imágenes” y “Examen de metáforas”, mientras que “Otra vez la metáfora” aparece en El idioma de los argentinos, de aquel año;4 como en ninguno de los dos se menciona a las kenningar, nos es lícito pensar que éstas significaron para el joven escritor, además de una grata revelación, una especie de renacimiento; tal vez una de las muchas causas que lo llevaron a expurgar de su obra ambos libros y con ellos El tamaño de mi esperanza, de 1926.

El artículo que sigue a “Las kenningar” se llama, derechamente, “La metáfora” y vuelve sobre el tema.5 El feliz hallazgo nos depararía además, con el curso de los años, un capítulo y medio de Breve introducción a la literatura inglesa (con María Esther Vázquez, 1965), Literaturas germánicas medievales (íd., 1966), Breve antología anglosajona (con María Kodama, 1978) y los poemas que se sucedieron a partir de “Al iniciar el estudio de la gramática anglosajona”, de El hacedor (1960). Pudiera hablarse de “Ragnarôk”, prosa breve del mismo libro, pero esa página merece la piedad del olvido; mejor es recordar el famoso cuento “Ulrica” y los mal valorados “Undr” y “El disco”, que encuentran su necesario complemento en el magnífico “El espejo y la máscara” (todos de El libro de arena, 1975), celebración de la otra poesía del norte, la celta.

Jorge Luis Borges murió el 14 de junio de 1986, en Ginebra, y está enterrado en el cementerio de Plain Palais.

La lápida sobre su tumba repite en una cara un verso del capítulo 27 de la Volsunga Saga, que identificamos como la cita que precede a “Ulrica”: “Él tomó su espada, Gram, y colocó el metal desnudo entre los dos”. Del otro lado, se puede leer: “Las puertas del cielo se abrieron hacia él”.6

La lengua castellana, que él apellidó su destino, no publica la muerte de Borges; en cambio, cumplen ese cometido para los tiempos venideros las duras letras del Norte que —justo es reconocerlo— dieron sentido a su vida en la desgracia y a las que tanto amó.

***

Valgan las líneas precedentes como módico inventario de la pasión de Borges por el idioma anglosajón y, en general, por las antiguas literaturas germánicas. Queda en pie la inquietud que nos trajo hasta aquí, que es la de fijar el antecedente más remoto en su vida por esa pasión porque el lapso que transcurre entre sus 26 y sus 33 años nos parece tardío; un antecedente que, rescatado, encendió las cenizas de un recuerdo entrañable.

Borges fue un lector ávido desde siempre y parece que no recordaba un tiempo en el que no supiera leer y escribir.7 Por él, sabemos que los primeros libros que leyó fueron las ficciones de Herbert George Wells, sobre las cuales arriesgó la posibilidad de que fueran los últimos.8

Sin embargo hay un libro humilde, un libro que además es una novela, género al que Borges estigmatizaba como “artificial”;9 un libro, decimos, reservado a niños y jóvenes que pudo ser el más importante de su vida, a despecho de sus declaradas —¿declamadas?— preferencias.

Ese libro es el Ivanhoe, de Walter Scott, que recrea el alto medioevo inglés en el marco de la tensa convivencia entre la vieja aristocracia anglosajona y los conquistadores normandos.

Que la considerada primera novela histórica caló profundamente en su ánimo lo recuerda su biógrafa María Esther Vázquez: “...todavía niño y bajo el hechizo de Walter Scott, quiso averiguar si Fanny —su abuela— tenía sangre escocesa; ella, alarmada, le aseguró: ‘Gracias a Dios, no tengo una sola gota de sangre escocesa, irlandesa o galesa’ ”.10 Este recuerdo nos asegura tanto que Borges había leído Ivanhoe, como que tempranamente se le inculcó el orgullo por su ascendencia inglesa. Recordemos esto último.

Y vayamos ahora sin más preámbulos al encuentro de la primera kenningar que Borges leyó/oyó en su larga vida, por boca de Cedric, el Sajón:

    Glorioso día aquel en que cien escudos protegían las cabezas de los valientes; la sangre corría formando ríos y a pie firme se aguantaba la muerte mucho mejor que si de una bandera se tratase. Un bardo sajón calificó dicha batalla como una fiesta de espadas (...).

        (Ivanhoe, Cap. V; itálicas nuestras).

También debe a Scott el conocimiento de las primeras letras en inglés antiguo, o anglosajón:

    Habiendo tomado buenos tragos para “aligerar” la cena, no creyó necesario aparentar más escrúpulos de ceremonial sino, por el contrario, después de haber llenado de nuevo las copas, dijo al uso sajón:

    —¡Waes hael, Señor Caballero Holgazán! —y vació la suya de una sola vez.

    —¡Drinc hael, santo clérigo de Copmanhurst —contestó el guerrero haciéndole honor al vaciar a su vez la copa de un trago.

        (Ivanhoe, Cap. XVI; itálicas nuestras).

Y aquel ejemplo de laconismo narrado por Snorri Sturlusson, recogido en “El pudor de la historia” (Otras inquisiciones, 1952) y tantas veces celebrado:

    En esta sala Harold dio aquella magnánima respuesta al embajador de su rebelde hermano. Frecuentemente mi padre se emocionaba cuando lo relataba (...).

    —El enviado de Tosti —dijo— avanzó sin dejarse impresionar por las agitadas facciones de los que le rodeaban (...). “¿Qué condiciones, señor rey, debe esperar tu hermano Tosti en caso de deponer las armas y entregarse en tus manos?”, fueron sus palabras. Y el generoso Harold exclamó: “El amor de un hermano y el hermoso condado de Northumberland”. A estas palabras, el mensajero preguntó: “¿Y de aceptar Tosti estas condiciones, ¿qué tierras le serían asignadas al fiel aliado Hardrada, rey de Noruega?”. Harold, orgullosamente, contestó: “Siete pies de suelo inglés (...)”.

        (Ivanhoe, Cap. XXI, itálicas nuestras).

Finalmente, hasta el definitivo nombre de su amor:

    —¡Condenada mujer! —exclamó Cedric—. Mientras los amigos de tu padre, mientras cada verdadero corazón de sajón rezaba un réquiem por su alma y la de sus valientes hijos, sin olvidar en sus plegarias a la asesinada Ulrica, mientras todos lloraban y honraban a los muertos tú has vivido para ganarte nuestro odio y nuestra execración.

        (Ivanhoe, Cap. XXVII, itálicas nuestras).

Aunque perdido hasta hoy11 el primer texto del niño Borges, llamada “La visera fatal” y escrito en castellano antiguo a los siete años,12 tal vez pueda rastrearse hasta su primera lectura del Quijote13 y a la pródiga novela de Scott, la que incluye esta transparente alusión al libro infinito:

    Tan pronto se abrieron las barreras, el nuevo caballero hizo su entrada en el palenque (...). Su armadura era de acero con dibujos dorados, y sobre su escudo aparecía una joven encina desarraigada y, en español, la palabra “desheredado”.

        (Ivanhoe, Cap. VIII, itálicas nuestras).

Borges no se mostró agradecido con Scott. En su citado proemio al estudio de la literatura inglesa no se siente obligado más que a la parquedad peyorativa: “Sólo podemos mencionar los nombres de Shelley (1792-1822) y de Sir Walter Scott (1771-1832), que inaugura la novela histórica”.14 Pero gracias a él, y a muy temprana edad, Borges ha adquirido varios de los elementos personales de su compleja escritura: la admiración por el estoicismo, la fascinación ante la batalla, el culto del coraje sereno, las misteriosas runas boreales y, también, un nombre de mujer.

***

Dijimos al comienzo que la ceguera y el estudio del anglosajón marcaron para Borges un renacimiento. Creemos que fue así más allá del sentido figurado de la expresión. Libre, a su pesar, “del mundo de las apariencias”, se dio al juego muy seriamente jugado de ser otro. De haber sido un guerrero, de haber poseído a una mujer tan hermosa como esquiva, de haber vivido en un mundo —el medioevo en Inglaterra— tan real como la oscura sombra que lo rodeaba y de haber sido en ese mundo poeta otra vez. Pesaron en esa elección el orgullo de su ascendencia inglesa y el mandato de la estirpe militar de sus ancestros. Hoy, esos motivos se nos ocurren tan banales como todos los que resultan atribuibles a la labor ajena, pero él los eligió porque hicieron la parte medular de su educación sentimental. Como tal debemos respetarlos —todos padecemos ese orgullo defensivo ante los pergaminos de los demás— y agradecer la maravillosa literatura que nos legó y que edificó sobre esas bases.

Se ha dicho muchas veces que la patria es la infancia, y le sentencia debe de ser aplicable también a los genios. Borges recibió en esos años muchas cosas de Scott de las que luego abjuraría, como el gusto por las novelas. Tal vez la muerte le haya impedido incluir Ivanhoe en su inconclusa Biblioteca personal15 y así saldar una vieja deuda. O, simplemente, en la vorágine de letras que fue su vida haya asignado al libro juvenil el mero carácter de anunciador de la buena nueva. Scott sería para él nada más que el noticiero de la buena nueva, la voz del que clama en el desierto; pero a la que no dejó de atender.



PS: Al final de su vida, por razones tanto artísticas como personales, Borges se acercó al Japón y su cultura. Es extraño que no haya encontrado en las violentas oposiciones de los ideogramas japoneses un correlato con el sistema metafórico de las kenningar. Allí una boca más un perro se lee como “ladrar” y un ojo más agua equivale a “llorar”. Sobre esos supuestos, Serguei M. Eisenstein construyó un arte visual incomparable que, extrañamente, no impresionó a Borges como espectador.16

Notas

   1- Siete noches, Biblioteca Actual, Fondo de Cultura Económica, Buenos Aires, 1987, págs. 149/150.
   2- Obras completas 1973-1972, Emecé Editores S.A., Buenos Aires, 1974, pág. 368.
    3-Ibídem, págs. 372 y 373.
    4-Un estudio distinto, titulado “La metáfora”, se publicó en Cosmópolis de Madrid, en el Nº 35 de noviembre de 1921.
   5- Ib., pág. 382.
    6-María Esther Vázquez, Borges: esplendor y derrota, Tusquets Editores, Barcelona, 1996, págs. 331/332.
    7-Ibídem, pág. 32.
    8-Biblioteca personal, volumen dedicado a H. G. Wells, Hyspamérica, Buenos Aires, 1985, pág. 9.
    9-Ibídem, pág. 5.
    10-Op. cit., pág. 27.
    11-Alejando Vaccaro, Georgie, 1899-1930, una biografía de Jorge Luis Borges, Ed. Proa-Antonio Casares, pág. 58.
    12-M.E.V., Op. cit., pág. 32.
    13-“...mas a esto suplió su industria, porque de cartones hizo un modo de media celada que, encajada con el morrión, hacana una apriencia de celada entera” (Cap. I).
   14- Obras completas en colaboración, Emecé Editores SA, Buenos Aires, 1979, Pág. 833.
    15-Tampoco lo había hecho en “La biblioteca de Babel”. Franco María Ricci, Librería La Ciudad, La biblioteca de Babel, 1978-1979 y Editorial Siruela, Madrid, 1984-1986.
    16-Sur, Nº 5, verano de 1932.


Fuente : Letralia 273
5 de noviembre de 2012 - Venezuela
 



Documento - Entrevista completa a Jorge Luis Borges - Buenos Aires 1983

Lector de Borges

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Gustó Borges de la reflexión metafísica y la puso al servicio de su obra narrativa...

RICARDO GIL OTAIZA

Leer a Jorge Luis Borges es sin duda alguna una experiencia orgiástica. Ninguno de los géneros literarios tocados por su pluma (poesía, narrativa y ensayo) escapa al sutil encanto de un "algo" (inextricable a veces: ¿qué le vamos a hacer?), que busca desentrañar desde la palabra el universo y su vasta complejidad. Su logo es punto de partida para una comprensión de la realidad, que va más allá de lo anecdótico (el pueblo, la pelea a cuchillo, la farra, la nostalgia), para internarse en la profundidad de un artefacto literario que bordea lo filosófico -como materia fundante de su propuesta y sin querer pontificar (ni sobresalir) en ella, transigimos-, pero que en él es solo una excusa. Definitivamente, no fue Borges un filósofo (y jamás pretendió serlo, aunque muchos filósofos profesionales ya hubiesen querido la hondura y la gracia de sus textos), pero su erudición libresca lo llevó a echar mano de todo ese bagaje de lecturas acometidas desde la primera juventud (Schopenhauer, León Bloy, Stevenson, Berkeley, Hume y Shaw, entre otros), para desde esas alturas del intelecto y la abstracción recrear mundos paralelos, en los que la imaginación, el terror atávico (el paso del tiempo, los espejos), la genialidad y la mera exploración estilística, marquen sus propios cauces y también sus propios derroteros literarios.

En este sentido, gustó Borges de la reflexión metafísica y la puso al servicio de su obra narrativa, sin que ello signifique que toda su obra goce (o tenga) dicho carácter e intención, porque el autor abrió a lo largo de décadas disímiles derroteros en su eterna búsqueda de referentes y de explicaciones ante sus grandes incertidumbres existenciales, y el trasmundo fue en este sentido (para desconsuelo de algunos) mero artificio en medio de una lógica certera e incisiva como la suya. Nadie podría negar que la obra de Borges es expresión de su mundo interior, de sus ingentes (y desaforadas) lecturas, de la admiración por grandes autores (a los que en mucho logró superar a nuestro entender), sin que ello implique negación de sus referentes librescos (como única experiencia de vida). La obra de Borges responde -eso sí- a una visión de conjunto del ser humano y de su impronta civilizatoria (pesimista y maleva), aunque a veces el hombre y la mujer son los grandes ausentes en la misma (no podemos olvidar que algunos de sus relatos giran en torno a abstracciones, en las que el sujeto como Ser se hace inexistente e innecesario: libros, espejos, cuchillos, ciudades fantasmales, ideas, sueños, meros objetos).

Apuesta Borges por el mundo de lo sensible y esta cualidad en su deseo (o determinación) se erige muchas veces en una inexorable dicotomía: pensamiento filosófico y literatura (y viceversa), que lleva al texto a extremos de denodada belleza. Esta conjunción se hace a sí misma unívoca e indisoluble, lo que impide a los exégetas la disyunción del hecho borgiano y el poder desmontar sus magníficos poemas y cuentos (no tanto así a sus ensayos) en sus elementos constitutivos. Interpretar a Borges en su isócrona mirada: razón-creación artística, es tarea muy difícil, sobre todo porque nos sitúa en la peligrosa intención de buscar convertir al narrador y al poeta en filósofo, cuando toda interpretación (o hermenéutica) es en sí misma una lectura particular, una traducción (si se quiere) de un "algo" en otra cosa; de una razón por otra. Encasillar a Borges en lo filosófico; amén de desconocer a su "alma creadora", implica una lectura sesgada; alejada de su verdadero leitmotiv, que a decir de uno de sus más voraces lectores (Eduardo García de Enterría en Fervor de Borges, 1999), fue: "crear él mismo el estremecimiento artístico que ha buscado (desde la lectura) incansablemente en otros".

La voz austera (y feliz) de Borges sigue recorriendo los caminos de América y del mundo, y a pesar de que sobre él se hayan escrito miles de páginas buscando develar al genio, su sombra se yergue en el tiempo y en el espacio para recordarnos que él fue su obra, y ésta lo contiene en cada página escrita o dictada, y entregada con celo a la inmortalidad de la imprenta.

Fuente  :  El Universal  -  Caracas  -  Venezuela
domingo 18 de enero de 2015 

Borges y la Richmond

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Escritores notables –entre los que se encontraban Oliverio Girondo, Conrado Nalé Roxlo, Horacio Quiroga, Leopoldo Lugones, Eduardo Mallea, Raúl Scalabrini Ortiz y Jorge Luis Borges–, fundaron la revista cultural Martín Fierro en el año 1924. El éxito fue inmediato y eso les permitió alquilarse una oficina en Tucumán y Florida para que funcionara como redacción. A solo a dos cuadras de la Richmond de Florida y Corrientes, una confitería ideada por el arquitecto belga Jules Dormal (quien, entre otros trabajos, nos legó el Teatro Colón).

                     Borges en 1924 (Ediciones Gallimard

Agregamos que la confitería se inauguró el 17 de noviembre de 1917 y tuvo dos hermanas: las Richmond de Esmeralda y Corrientes (clásico punto de reunión de los estudiantes); y de Suipacha y Corrientes (clase media baja). Ambas cerraron sus puertas hace mucho tiempo.

Los martinfierristas se reunían todos los días, a partir de las siete de la tarde, en la Richmond de Florida. Iniciaban las concurridas reuniones cantando su himno. Borges (25 años) y los jóvenes poetas se ponían de pie para entonar la célebre “La donna è móbile” que Giuseppe Verdi compuso para su ópera Rigoletto. Pero en vez de decir: “La donna é móbile, qual piuma al vento, muta d’accento e di pensier” (La mujer es cambiante, como la pluma al viento, cambia de tono y de pensamiento”); ellos cantaban:

“¡Un automóvile, dos automóviles, tres automóviles, cuatro automóviles! ¡Cinco automóviles, seis automóviles, siete automóviles, un autobús!”.

Recién después de haber entonado su himno, al que se sumaba gente de otras mesas, comenzaba la famosa tertulia de los hombres de letras en la confitería Richmond.

Fuente : Blogs La Nacion


La mística en las obras de Jorge Luis Borges

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AL-AFIF, Ahmad Husein Issa y ABABNEH, Mohammad Daher

En las obras de Jorge Luís Borges podemos encontrar varios textos que están impregnados de un fino sentido místico. Algunos de los cuentos borgianos residen en el campo de la mística islámica (el sufismo) como la otra vertiente de la religión musulmana. Un dato que corrobora este interés es la afirmación oral del escritor argentino: “[…] He estado también muy interesado por el sufismo. De modo que todo eso ha influido en mí, pero no sé hasta dónde. He estudiado esas religiones, o esas filosofías orientales como posibilidades para el pensamiento o para la conducta, o las he estudiado desde un punto de vista imaginativo para la literatura […]” (Guibert, 1986: 335).

Borges en otra entrevista con Willis Barnstone, le confesó que había vivido la experiencia mística dos veces en su vida:

En mi vida […] he tenido dos experiencias místicas, y no puedo decirlas porque lo que me sucedió no es para ser puesto en palabras […] fue asombroso, deslumbrante. Me sentí avasallado, atónito. Tuve la sensación de vivir no en el tiempo sino fuera del tiempo […]. Escribí poemas sobre ello, pero son poemas normales y no pueden decir la experiencia. No puedo decírsela a ud., ya que ni siquiera puedo repetírmela a mí mismo, pero tuve esa experiencia, y la tuve dos veces, y acaso me sea otorgado volver a tenerla antes de morir (Barnstone, 1982: 11; López-Baralt y Báez, 1996: 256).

Borges en algunos textos suyos desarrolla la experiencia mística en los personajes de sus cuentos que empiezan su búsqueda febril de la evidencia escondida. Los escritos de Borges se interesan por un proceso de búsqueda que llevan a un descubrimiento que convive con el carácter fantástico de la producción borgiana. En los cuentos de Borges, los personajes abandonan las cosas visibles y palpables en un espacio de búsqueda espiritual. Borges emplea la mística en sus obras como camino de la verdad que siempre exige una búsqueda espiritual permanente. Por esto vemos que en algunos cuentos los personajes experimentan una aventura espiritual para descubrir esta verdad absoluta.

El cuento titulado El acercamiento a Almotásim contiene muchos aspectos del sufismo. El autor nos da a conocer una crítica a modo de reseña de las dos versiones de una novela publicada en Bombay, cuyo autor es Mir Bahadur Alí. El narrador trata primero los personajes así como el aspecto formal de la novela, y después amplifica su análisis de los dos primeros capítulos. En adelante, y mediante una especie de enumeración desordenada, se presentan detalles de los capítulos restantes. Sin embargo, la idea central de la novela se explica en estas palabras: “[…] un hombre, el estudiante incrédulo y fugitivo […] El estudiante resuelve dedicar su vida a encontrarlo” (Borges, Historia de la eternidad: 139-140). Podemos considerar, que la búsqueda mística constituye el eje de este cuento, el narrador mismo interpreta este argumento como una verdadera metáfora de la búsqueda mística: “[…] la insaciable busca de un alma a través de los delicados reflejos que ésta ha dejado en otras: en el principio, el tenue rastro de una sonrisa o de una palabra; en el fin, esplendores diversos y crecientes de la razón, de la imaginación y del bien” (Borges, Historia de la eternidad: 139-140).

Borges, como escritor intelectual, no olvida relacionar su cuento con otra obra que tiene desde su perspectiva algo en común con el cuento. Borges en una nota al pie de página, detalla el contenido de la obra Coloquio de los pájaros, del sufí persa Fârîd ad-Dîn `At:âr, y su vinculación con la novela de Bahadur. Como han señalado tanto Ronald Christ como Arturo Echavarría: “Esta nota al calce ofrece por implicación un dato que la reseña misma oculta: que el propio protagonista de la novela de Bahadur es el misterioso Almotásim y que la novela es el recuento de una auto- purificación” (Echavarría, 1983: 194-195; González Pérez, 1995: 216).

La comparación de la historia de `At:âr con la de Bahadur Ali es evidentemente justificable pues Borges resume el poema del sufí persa en una nota al pie:

El remoto rey de los pájaros, el Simurg, deja caer en el centro de la China una pluma espléndida; los pájaros resuelven buscarlo, hartos de su antigua anarquía. Saben que el nombre de su rey quiere decir treinta pájaros; saben que su alcázar está en el Kaf, la montaña circular que rodea la tierra. Acometen la casi infinita aventura; superan siete valles, o mares; el nombre del penúltimo es Vértigo; el último se llama Aniquilación. Muchos peregrinos desertan; otros perecen. Treinta, purificados por los trabajos, pisan la montaña del Simurg. Lo contemplan al fin: perciben que ellos son el Simurg y que el Simurg es cada uno de ellos y todos (Borges, Historia de la eternidad: 144).

Maria Kodama nos justifica la fascinación de Borges por los sufíes como `At:âr, diciendo:
Es natural que Borges se sintiera atraído por los sufíes, ya que el sufismo produjo hombres que fueron no sólo grandes místicos sino también poetas. Persia es, quizá, el país que contó con más poetas místicos, inspirados por una profunda experiencia espiritual. Los cristianos tienen a san Juan de la Cruz, un poeta místico de la misma jerarquía que Attar (Kodama de Borges, 1996: 79).

En El acercamiento a Almotásim, el estudiante emprende un viaje simbólicamente circular en busca de Almótasim, que representa la verdad absoluta y termina reencontrándose a sí mismo, o sea, reconociendo que el universo es una proyección del alma humana. En relación con el secreto de dicha circularidad, Borges advierte en una ocasión: “Los místicos pretenden que el éxtasis les revela una cámara circular con un gran libro circular de lomo continuo, que da toda la vuelta de las paredes; pero su testimonio es sospechoso; sus palabras, oscuras. Ese libro cíclico es Dios” (Borges, Ficciones: 90).

Tanto el cuento del autor indio, como el poema del sufí persa, tratan de la identificación que se alcanza a través del descubrimiento profundo del ser, y su fusión en la esencia divina. Borges resume que la experiencia mística es una prueba experimental de Dios. Este tipo de obsesión de pasar una experiencia mística para descubrir la clave de un misterio, se ve repetido en varios textos borgianos, donde los protagonistas hacen un auto-descubrimiento y se alimentan de la tradición mística. Observamos que algunas alusiones del autor en el cuento El acercamiento a Almótasim hacen que tanto este texto como la novela objeto de comentario, se valgan de la experiencia mística para realizarse. El autor lo expresa de varias maneras: “Esencialmente ambos escritores concuerdan: los dos indican el mecanismo policial de la obra, y su undercurrent místico […] Almótasim es emblema de Dios y los puntuales itinerarios del héroe son de algún modo los progresos del alma en el ascenso místico” (Borges, Historia de la eternidad: 135, 142).

El cuento trata de un viaje ilusorio en busca de la verdad revelada en la figura de Almótasim, el cual no es más que Dios desde la óptica del sufismo. Mediante el manejo de este sistema, Borges nos sitúa frente a la práctica de la mística que es considerada como parte integrante de la religión, y que la podemos encontrar también en la historia del Islam. Gracias a este ejercicio, se produce un contacto con el Uno Absoluto en estados obtenidos por un tipo de comunicación peculiar. A la luz de lo expuesto, se nota que en el cuento de Borges, dentro del yo del personaje opera la indivisa divinidad. Borges resuelve pensar en el universo estimando las ideas místicas y religiosas por su valor estético y, por lo que encierran de singular y maravilloso. A pesar de todo, el escritor argentino no se propone exponer teorías ni sistematizar sus tesis, sino que pone a prueba artística, el conjunto de postulados de la visión mística que ha tratado de penetrar sutilmente.

Borges emplea diferentes métodos y vínculos de la absorción mística, que se ejercitan para buscar la verdad única. A diferencia del Almótasim, en el relato El Zahir, cuyo personaje principal es el narrador protagonista, el descubrimiento de un extenso mundo de símbolos ocultos se reduce a un objeto: la moneda denominada El Zahir. Se trata de una moneda inolvidable, porque siguiendo el proceso de la trama, al narrador se le ha muerto la mujer que ama antes de ver aquella moneda. Por eso, semejante circunstancia puede justificar la impresión de locura que concibe el narrador y su credibilidad de que la moneda es inolvidable. El narrador tras tomar un vaso de caña y pagarlo, descubre entre las monedas de la vuelta, el Zahir. Es en realidad, una experiencia mística y un estado de revelación por los que pasa el hombre. Aquí también se vuelve a recalcar el carácter de circularidad que se traduce en la reacción del personaje: “Vi una sufrida verja de fierro; detrás vi las baldosas negras y blancas del atrio de la Concepción. Había errado en círculo; ahora estaba a una cuadra del almacén donde me dieron el Zahir” (Borges, El Aleph: 123).

La palabra que utiliza el escritor argentino para esta moneda, proviene de la cultura arabo-islámica, y sobre el origen de esta palabra Borges anota en su cuento: “La creencia en el Zahir es islámica y data, al parecer, del siglo XVIII […] Zahir, en árabe, quiere decir notorio, visible; en tal sentido, es uno de los noventa y nueve nombres de Dios; la plebe, en tierras musulmanas, lo dice de los seres o cosas que tienen la terrible virtud de ser inolvidables y cuya imagen acaba por enloquecer a la gente” (Borges, El Aleph: 123).

Igual que en El acercamiento a Almótasim, este cuento tiene el mismo ideal y una misma meta que hacen que el conocimiento sea verdadero. La moneda del Zahir es la otra versión del ser contemplativo que se somete a una metamorfosis espiritual que lo iguala con el mundo. En la misma línea, Borges y citando a los cabalistas que practican un tipo peculiar de adivinación, reafirma: “Los cabalistas entendieron que el hombre es un microcosmos, un simbólico espejo del universo; todo según Tennyson, lo sería. Todo, hasta el intolerable Zahir” (Borges, El Aleph: 130).

El mismo Borges afirma la naturaleza mística de la temática que se desarrolla en su cuento al concluirlo recordando a los místicos musulmanes (los sufíes): “[…] Para perderse en Dios, los sufíes repiten su propio nombre a los noventa y nueve nombres divinos hasta que éstos ya nada quieren decir. Yo anhelo recorrer esa senda. Quizá yo acabe por gastar el Zahir a fuerza de pensarlo y de repensarlo; quizá detrás de la moneda esté Dios” (Borges, El Aleph: 132).

Zahir es un objeto inmortal y enloquecedor que resume y anula la multiplicidad de las apariencias, y ofrece la posibilidad de acceder a los secretos del universo. Refiriéndose a su cuento Zahir Borges dice lo siguiente:

‘El Zahir’ versa sobre… una inolvidable moneda de 20 céntimos. Escribí ese cuento partiendo de la palabra ‘inolvidable’ simplemente, porque leí en alguna parte: ‘ ¡deberías oír cantar a Fulano de tal, es algo inolvidable! y entonces pensé ¿qué ocurriría si existiese algo realmente inolvidable? porque a mí me interesan mucho las palabras, como muy bien puede haberse dado cuenta (Borges el palabrista: 97).

La declaración que hace Borges al final de esta cita, demuestra el excesivo interés del argentino por las palabras. Juan Manuel Velasco Rami subraya este punto cuando testimonia: “Borges quería creer en otra vida con libros, después de la muerte. No creía, desde luego, en una existencia sin ellos, en un mundo sin palabras escritas, sin negro sobre blanco” (Velasco Rami, 1986: 9).

Borges crea una relación profunda con las letras y los libros, y piensa que cualquier objeto adquiere su forma a partir de su nombre, como el caso del Zahir. Por ejemplo, en la palabra rosa se da el sentido de rosa. Esta sensación particular sigue siendo existente aun después de que Borges perdiera el sentido de la vista. Pues, en la oscuridad total, imagina el mundo como un libro edificado por letras indescifrables, y a partir de ahí, interviene el sueño como mejor medio para percibir un desfile de imágenes. En relación a esto, Borges prosigue el mismo camino trazado por los sufíes quienes se interesan en mayor parte por las letras del alfabeto árabe que se dan en algunos primeros versículos del Corán; además de los nombres de Dios.

Luce López-Baralt anota que antes de acercarse a la contemplación de la otra cara de su moneda simbólica, el Borges ficcionalizado del Zahir nos anuncia que, como los sufíes, para prepararse al desasosegante encuentro con el Todo, quiere repetir el mantra, su propio nombre o los noventa y nueve nombres de Dios. Y entonces es cuando estamos preparados para comprender por qué Borges nunca pudo asegurar al lector, que lo que subyacía en El Zahir fuese realmente “Dios”, es decir, la palabra “Dios”. El Zahir es el símbolo místico más respetuoso de todos los que haya podido acuñar Borges (López-Baralt, 1999: 63-64).

El Aleph es otro cuento borgiano, que se basa en la contemplación y la meditación filosófica. La primera pista que relaciona este cuento con la cultura arabo-islámica, es su título: la primera letra del alifato (alfabeto) árabe.

Este cuento está basado, como en el caso de Zahir en la muerte de una mujer. En El Aleph, tras diez años de la muerte de Beatriz Viterbo, se produce la aparición del Aleph, ya que el hermano de Beatriz, Carlos Argentino, descubre en el sótano de su casa una extraordinaria esfera que contiene el universo. “[…] vi en el Aleph la tierra, y en la tierra otra vez el Aleph y en el Aleph la tierra, vi mi cara y mis vísceras, vi tu cara, y sentí vértigo y lloré, porque mis ojos habían visto ese objeto secreto y conjetural, cuyo nombre usurpan los hombres, pero que ningún hombre ha mirado: el inconcebible universo” (Borges, El Aleph: 194).

Borges en este Aleph ve un universo infinito siguiendo el mismo sistema elaborado por el practicante sufí, quien revela un punto que contiene esa variedad infinita. Para ello, el mundo pierde su principio y fin, y se convierte en un volumen esférico en donde los hombres son escritos. Por consiguiente, ya no será el mundo sino el milagroso Aleph. Este prodigioso modelo del cosmos, contiene toda la gama de escuelas filosóficas como el idealismo, el misticismo, etc. En su intento de interpretar el incógnito Aleph, José Miguel Oviedo apunta:

El asunto examinado en El Aleph es básicamente el mismo que el de Funes el memorioso, con la variante en este caso de que el infinito no es una facultad mental de proporciones sobrehumanas, sino un objeto, una manifestación concreta y localizable de la totalidad del mundo real […] El gran proyecto literario de Daneri (protagonista de El Aleph) es insensato: quiere escribir un inmenso poema narrativo que no sólo sea una copia exacta del universo entero, sino que absorba toda la literatura anterior a él […] el Aleph es una visión mística a la vez que infernal, etc. (Oviedo, 2001: 34-35).

Por su parte, Borges evoca esta misma alucinación mística en su cuento informando: “¿Cómo transmitir a los otros el infinito Aleph, que mi temerosa memoria apenas abarca? los místicos, en análogo trance, prodigan los emblemas: para significar la divinidad, un persa habla de un pájaro que de algún modo es todos los pájaros” (Borges, El Aleph: 191).

Los tres cuentos anteriores de Borges, prueban sin duda cómo éste intenta trascender la imagen del mundo y del ser humano. Así, rememora varias escuelas del pensamiento universal entre las que cabe el conocimiento sufí de los musulmanes, mediante el cual Borges revela estéticamente este estado de la persona que se dedica a un tipo de contemplación para unirse inefablemente a la divinidad y al universo. De esta manera, en Borges cualquier atributo divino como el conocimiento y la inmortalidad, se relacionan inmediatamente con la disolución de la personalidad. Dicha potencialidad quita al personaje su ser, y deja de ser un ente determinado para convertirse en arquetipo que se iguala al universo. Podemos concluir que los personajes de los cuentos de Borges, tienen el mismo objetivo de los místicos: el conocimiento exacto de Dios y de la realidad absoluta. En los cuentos de Borges Dios está sustituido por símbolos como Almótasim, El Zahir o El Aleph.

REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS
BARNSTONE, W., “The secret island”, en Borges at Eighty, conversations with Jorge Luis Borges, Bloomington, Indiana University Press, 1982.
BORGES, J. L., “El acercamiento a Almotásim”, en Historia de la eternidad.
BORGES, J. L., “La biblioteca de Babel”, en Ficciones.
BORGES, J. L., “El Zahir”, en El Aleph.
ECHAVARRÍA, A., Lengua y literatura de Borges, Barcelona, Ariel, 1983.
GÓNZÁLEZ PÉREZ, A., “Borges y las fronteras del cuento”, en El cuento hispanoamericano, (E. Pupo Walter, coord.), Madrid, Castalia, 1995.
GUIBERT, R. , “Borges habla de Borges”, en Jorge Luis Borges (ed. Jaime Alazraki), Madrid, Taurus, 1986.
KODAMA DE BORGES, M., “Jorge Luis Borges y la experiencia mística”, en El sol a medianoche: la experiencia mística: tradición y modernidad, Madrid, Trotta, 1996.
LÓPEZ-BARALT, L., “Borges o la mística del silencio: lo que había del otro lado del Zahir”, en Jorge Luis Borges: Pensamiento y saber en el siglo XX, (ed. Alfonso de Toro y Fernando de Toro), Frankfurt am Main, Vervuert, 1999.
LÓPEZ-BARALT, L. y BÁEZ, E. R., “¿Vivió Jorge Luis Borges la experiencia mística del Aleph?”, en El sol a medianoche: la experiencia mística: tradición y modernidad, Madrid, Trotta, 1996.
OVIEDO, J. M., Historia de la literatura hispanoamericana. 4. De Borges al presente, Madrid, Alianza, 2001
VELASCO RAMI, J. M., “Borges”, en Borges, Madrid, Biblioteca Nacional, 1986.

Fuente : Escritoras y escrituras.com


Borges y el éxtasis

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 Por Carlos Gamerro

Voy a partir de la suposición de que Borges arrastró durante toda su vida literaria una íntima frustración: la de no haber sido un poeta místico. Como evidencia, por ahora, voy a citar una de dos frases suyas que me han sugerido esta idea. En el epílogo a El libro de arena, que es de 1975 y por lo tanto da cuenta de casi toda su vida literaria, dice, hablando de su cuento “El Congreso”: “El fin quiere elevarse, sin duda en vano, a los éxtasis de Chesterton o de John Bunyan. No he merecido nunca semejante revelación, pero he procurado soñarla”. Poca cosa, dirá el lector. Puede ser. Pero entre la humildad del “no he merecido” y la resignación de “he procurado soñarla”, cada vez que la leo me deja una sensación de vaga tristeza. Seguramente porque quien la escribió era Borges, nada menos, un hombre al que muchos han estado y están tentados de calificar de visionario, a veces impulsados por ese mito que asocia la ceguera con la visión interior, la profecía y la clarividencia; otras veces por razones más valederas. Pero creo que una de las razones fundamentales es que al leerla, inmediatamente supe que era cierto. Borges nunca había tenido una revelación, un éxtasis como los que habían experimentado algunos de sus autores favoritos y también –esto es aún más interesante– algunos de sus propios personajes. Borges no fue un místico. ¿Qué es exactamente un místico, y cuál la experiencia que lo define como tal? Tomo la definición de Gershom Scholem, por ser un autor que Borges frecuentaba y respetaba. En el capítulo “La autoridad religiosa y la mística” de su libro La cábala y su simbolismo nos dice Scholem: “Místico es aquel al que se ha concedido una expresión inmediata, y sentida como real, de la divinidad, de la realidad última... Tal experiencia le puede haber venido por medio de un repentino resplandor, una iluminación, o bien como resultado de largas y acaso complicadas preparaciones”.

El mismo Borges, en Qué es el budismo, enuncia las siguientes características que, según él, comparten la mística cristiana, islámica y budista: a) el desdén por los esquemas racionales; b) la percepción intuitiva, ajena a los sentidos; c) el conocimiento absoluto, que nos da una certidumbre cabal e irrefutable; d) la aniquilación del Yo; e) la visión del múltiple universo transformado en unidad; f) una sensación de felicidad intensa. Yo agregaría una, g) la anulación de la duración, de la sucesión temporal, o sea una entrada –así sea temporaria– en la eternidad, porque si bien Borges no la incluye en este texto en particular, más de una vez se refiere a ella. Esta anulación de la sucesión temporal supone otra cualidad fundamental de la experiencia mística, que es su carácter no verbal –ya que el lenguaje humano, el verbal al menos, es sucesivo, es decir, inconcebible sin la duración–.

La lista de poetas místicos o visionarios es, al menos en Occidente, relativamente escasa y mayormente constante. Entre los autores que Borges frecuenta se suele tachar de místicos a Dante, Angelus Silesius, Swedenborg, Blake, Whitman y Rimbaud. No a todos Borges les concede el título habilitante: reconoce la plena dignidad de místico a Swedenborg, y, siguiendo en esto a Emerson, lo convierte en prototipo del místico. Del místico, más que de poeta místico: ese sitial parece corresponderle a Blake (“Blake era un gran poeta, cosa que Swedenborg no era”), dice Borges en los Diálogos con Osvaldo Ferrari).

A Dante, en cambio, lo coloca –como a sí mismo– del lado de los que, sin experimentarlo, han procurado soñar un transporte semejante: “En el caso de Dante, que también nos ofrece una descripción del Infierno, del Purgatorio y del Paraíso, entendemos que se trata de una ficción literaria. No podemos creer realmente que todo lo que relata se refiere a una vivencia personal”, dice Borges en la misma conferencia. A los éxtasis soñados de Dante y los suyos propios, Borges agrega las supuestas iluminaciones de Rimbaud: “Rimbaud no fue un visionario (a la manera de William Blake o de Swedenborg) sino un artista en busca de experiencias que no logró”, afirma Borges en “Dos interpretaciones de Arthur Rimbaud”.

Más complejo es el caso de Walt Whitman, cuyo carácter de poeta místico fue afirmado por su discípulo Richard Bucke, quien sugirió que la experiencia mística originaria, la que daría origen al poema, tuvo lugar en “una mañana de junio de 1853 o 1854” repitiéndose luego. Autoridades respetables como Gershom Scholem y Malcolm Cowley coinciden en reconocer que el origen de Hojas de hierba se encuentra en una serie de experiencias místicas. Y sin embargo Borges no menciona, en sus dos ensayos consagrados al autor, “El otro Whitman” y “Nota sobre Walt Whitman”, una posibilidad semejante. El caso es que a Borges, Whitman le sirve para otra cosa: para plantear la diferencia entre el escritor personaje y el escritor real. Dice en “Nota sobre Walt Whitman”: “hay dos Whitman: el ‘amistoso y elocuente salvaje’ de Leaves of Grass y el pobre literato que lo inventó. El mero vagabundo feliz que proponen los versos de Leaves of Grass hubiera sido incapaz de escribirlos”.

¿Por qué seduce a Borges el conocimiento místico? Pienso que este interés se deriva de su escepticismo radical sobre el conocimiento humano. Para Borges, éste siempre fue, es y será limitado y parcial: eso es lo que lo define. Nunca llegará el día en que tengamos certeza absoluta sobre alguna cosa, mucho menos sobre todas. De hecho, ni siquiera podemos estar seguros de que las categorías fundamentales de nuestra intuición (espacio, tiempo, yo) corresponden a la realidad. “Es aventurado pensar que una coordinación de palabras (otra cosa no son las filosofías) pueda parecerse mucho al universo”, nos advierte Borges en “Avatares de la tortuga”.

¿Está, entonces, el conocimiento humano condenado a vagar para siempre por los laberintos del relativismo y el error? La respuesta es sí, si lo pensamos únicamente como conocimiento racional, científico o filosófico, y aun como intuitivo, es decir, meramente humano. La respuesta es no, si lo pensamos como conocimiento místico. La experiencia mística iguala el conocimiento humano al divino, permite al hombre, sea de manera temporaria o permanente, ver el mundo con el ojo de Dios; y en algunos casos, lo convierte en Dios sin más. Borges, que no pudo experimentar este contacto en carne propia, y por lo tanto hablar, como es norma entre los místicos, en primera persona, procuró, nos dice, soñarlo, es decir, experimentarlo en tercera persona, a través de sus personajes.

El ejemplo más claro es el de Tzinacán, el sacerdote maya de “La escritura del Dios” que, a la manera de los cabalistas, busca una sentencia divina que permitirá a los hombres la unión con dios, y la encuentra cifrada en las manchas del jaguar: “Entonces ocurrió lo que no puedo olvidar ni comunicar. Ocurrió la unión con la divinidad, con el universo (no sé si estas palabras difieren)... Yo vi una rueda altísima, que no estaba delante de mis ojos, ni detrás, ni a los lados, sino en todas partes, a un tiempo. Esa Rueda estaba hecha de agua, pero también de fuego, y era (aunque se veía el borde) infinita. Entretejidas, la formaban todas las cosas que serán, que son y que fueron, y yo era una de las hebras de esa trama total, y Pedro de Alvarado, que me dio tormento, era otra. Ahí estaban las causas y los efectos y me bastaba ver esa rueda para comprenderlo todo sin fin. ¡Oh dicha de entender, mayor que la de imaginar o la de sentir!”.

La revelación puede ser buscada (como en el caso de Tzinacán) o recibida por un elegido de Dios o del mero azar. Pero es ahí donde los problemas del místico recién empiezan. Tener la visión es difícil pero posible, lo que es imposible es comunicarla. Es ésta la angustia del “Borges” personaje de “El Aleph”. Cuando ve el punto donde están todos los puntos del universo, siente “infinita veneración, infinita lástima” y llora. Pero recién cuando debe poner en palabras lo que vio habla de su desesperación: “Arribo, ahora, al inefable centro de mi relato; empieza, aquí, midesesperación de escritor. Todo lenguaje es un alfabeto de símbolos que presupone un pasado que los interlocutores comparten; ¿cómo transmitir a los otros el infinito Aleph, que mi memoria apenas abarca?”

Transmitir, comunicar la revelación mística es una variante más compleja del conocido desafío de explicarle los colores a un ciego de nacimiento: en relación a lo que ve el místico, todos somos ciegos de nacimiento... Y donde no hay experiencia compartida, el lenguaje es impotente. Se suele decir que la experiencia mística es inefable. Lo es, pero no porque esté más allá del lenguaje... Palabras siempre pueden inventarse. Es inexpresable porque unos pocos la han tenido y la mayoría no. La imaginación del Aleph permite llevar al absurdo la paradoja de la incomunicabilidad de la experiencia mística, pues la premisa del relato parece ser: ¿qué si la experiencia visionaria le es otorgada a alguien que no la merece, que no tiene ningún talento para expresarla, ni siquiera para apreciarla? ¿Si en lugar de a un Shakespeare, a un Joyce o a un Borges, se la dan a un tarado como Carlos Argentino Daneri? Por eso en este relato la visión debe provenir de un objeto exterior al sujeto: sería difícil aceptar que alguien pudiera tener la capacidad espiritual de alcanzar el éxtasis y la absoluta incapacidad estética de ponerlo en palabras.

La experiencia personal de Borges más cercana a las que aquí hemos estado tratando parece haber sido la que describe en su texto “Sentirse en muerte”. En él cuenta un paseo nocturno por calles alejadas de su costumbre; llegado a una esquina, siente que el tiempo no ha pasado por allí, se dice “estoy en el mil ochocientos y tantos” y luego:

“Me sentí muerto, me sentí percibidor abstracto del mundo. Me sospeché poseedor del sentido reticente o ausente de la inconcebible palabra eternidad”. Este “momento de eternidad” en el que ha brevemente entrado le permite dudar de la existencia objetiva del tiempo.

“Quede pues en anécdota emocional la vislumbrada idea y en la confesa irresolución de esta hoja el momento verdadero de éxtasis y la insinuación posible de eternidad de que esa noche no me fue avara”.

Aquella vez Borges parece haber pisado el umbral de una revelación, y lo que alcanzó a vislumbrar permaneció, entonces, dentro del terreno de lo comunicable. Una experiencia mística verdadera es intransmisible y, cuando se intenta hacerlo, lo inepto del resultado puede llevar, paradójicamente, a sospechar que el pretendido místico es un farsante.

En “El acercamiento a Almotásim” este riesgo se elude mediante una astucia narrativa. En el cuento, un peregrino –un estudiante de Bombay– busca a través de la casi infinita geografía humana de la India a un hombre de luz, un iluminado llamado Almotásim; así, “los puntuales itinerarios del héroe son de algún modo los progresos del alma en el ascenso místico”. El último término de este ascenso es el más problemático: ¿cómo contar, cómo mostrar al “hombre que se llama Almotásim” sin decepcionar al lector? Borges sortea con elegancia el dilema:

“Al cabo de los años el estudiante llega a una galería ‘en cuyo fondo hay una puerta y una estera barata con muchas cuentas y atrás un resplandor’. El estudiante golpea las manos una y dos veces y pregunta por Almotásim. Una voz de hombre –la increíble voz de Almotásim– lo insta a pasar. El estudiante descorre la cortina y avanza. En ese punto la novela concluye.” La revelación mística siempre está del otro lado de esa puerta, de ese umbral, donde terminan el lenguaje y la literatura. Un hombre puede pasar esa cortina, pero al hacerlo ha quedado fuera de nuestro alcance, se ha salido del relato. Aunque vuelva, lo que haya visto del otro lado no puede contárnoslo.

Llegamos así a la segunda de esas dos frases que me sugirieron la idea de un Borges nostálgico de la experiencia que nunca tuvo. Se encuentra en “La muralla y los libros”. En ese texto, Borges señala que el mismo hombre queordenó la edificación de la muralla china, el emperador Shih Huang Ti, fue el mismo que ordenó se quemaran todos los libros anteriores a él. La conjunción de ambas operaciones en un solo hombre parece sugerir un sentido que, admite Borges, sistemáticamente se le escapa, y luego de muchas conjeturas, resignadamente comenta:

“La música, los estados de felicidad, la mitología, las caras trabajadas por el tiempo, ciertos crepúsculos y ciertos lugares, quieren decirnos algo, o algo dijeron que no hubiéramos debido perder, o están por decir algo; esta inminencia de una revelación, que no se produce, es, quizá, el hecho estético”.

Aquí, Borges está definiendo al hecho estético –y por lo tanto a la belleza– como el lado de acá de la mística, lo que se encuentra en el umbral (en las orillas, estaríamos tentados a decir) de la experiencia visionaria. Y al leerla no puedo dejar de sentir, nuevamente, el tono entre triste y resignado de quien la escribe. Borges no proclama la continuidad entre estética y mística con el orgullo y la exaltación de quien ha descubierto una gran verdad, sino con la calma resignación de quien se sabe condenado a permanecer del lado de acá, del lado del hecho estético –que se sitúa en el punto donde el deseo está al borde de alcanzar su culminación, que tiembla permanentemente en el umbral de la revelación.

Así también se explica, y parece natural, que Borges haya sido capaz de poner en palabras, mejor que muchos místicos, la experiencia del éxtasis. La pudo poner en palabras porque no la había vivido. Es (ahora podemos entenderlo mejor) lo que había tratado de decirnos sobre Whitman. En las palabras del relato “El otro”, “si Whitman la ha cantado es porque la deseaba y no sucedió. El poema gana si adivinamos que es la manifestación de un anhelo, no la historia de un hecho”. A quien la ha vivido, le basta con haberla vivido. Quien no, necesita construirla con palabras, crear un análogo verbal de la experiencia que le ha sido negada. De aquí quizás provenga esa insatisfacción que nos parece inherente a la condición del artista, a diferencia del místico, que no puede concebirse sin la plenitud.

Esa tensión de la experiencia estética en el límite de la revelación es la misma que encontramos en cada una de las frases de Borges, en las que el lenguaje está llevado al límite de sus posibilidades sin ir más allá de ellas, está llevado a ese umbral que lo potencia al máximo sin volverlo –como sí lo vuelve la experiencia mística lograda– impotente. La frustración del Borges místico es, aquí, la realización del Borges poeta. Su pérdida (si la hubo) es nuestra ganancia.

Fuente : Pagina 12  -  14 de mayo de 2006


La Cábala en la Visión Teórica de Borges

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Marcin Kazmierczak
Universitat Abat Oliba CEU

Caminos de la «iniciación».

A pesar de una evaluación negativa de Gershom Scholem [1] , considerado por Borges la más alta autoridad en cuanto a los conocimientos de la cábala, y que al mismo tiempo, explica a Borges durante sus viajes a Israel las complicaciones del universo cabalístico, M. R. Barnatán, al igual que varios otros críticos, emprende la tarea de buscar las huellas del pensamiento cabalístico en la escritura de Borges. El crítico considera conveniente recordar el punto de partida, un artículo publicado por Borges en una revista ilustrada argentina en 1931 titulado Una vindicación de la cábala [2] . A lo largo de este artículo, el autor argentino recuerda a Bacon, John Donne, Gibbon o Tennyson, pero sin apoyarse en ninguno de los tres libros cabalistas fundamentales: el Sefer Bahir, Sefer Yetsira y Sefer ha Zohar. Esta falta de puntos de referencia más sólidos parece corroborar la posición de G. Scholem, según la cual, la aproximación borgiana a la cábala carece de profundidad alguna. Sin embargo, M. R. Barnatán intenta efectuar una defensa del autor argentino alegando los derechos y el carácter específico de una aproximación sobre todo literaria y mucho menos científica. [3]

Es un hecho indiscutible, puesto que el mismo Borges lo admite expresamente [4] , que su primero y, quizá, más importante contacto con las ideas de la cábala tuvo lugar ya en Ginebra cuando a la edad de diecisiete años leyó por primera vez la recién escrita (1915) novela de Gustav Meyrink: Der Golem. Sin embargo, en las líneas siguientes del mismo artículo de M. R. Barnatán, el crítico cita una confesión de Borges que indica todavía otras fuentes de su interés por la cábala:

Las nociones de Cábala me llegaron, en primer término, por la versión de la Divina Comedia que hizo Longfellow, en la que hay dos o tres páginas sobre la Cábala. Luego leí un libro de Trachtenberg sobre supersticiones hebreas, donde se habla del Golem -al cual yo he dedicado un poema, quizá el mejor poema que yo he escrito-. [5]

Al investigar las fuentes del interés borgiano por la cábala, hay que admitir finalmente que quien le suministra los datos más precisos acerca del tema fue el mencionado conocedor del asunto, G. Scholem. El mismo Borges lo confirma en otra entrevista periodística:

Kafka y yo compartimos el mismo fervor por Swenderborg, y por William Blake, y sobre todo por la cábala. Kafka, que no conocía el hebreo a la perfección, estudió la cábala en traducciones. Y fue el profesor Scholem en Jerusalén, quien me ayudó a comprenderla mejor. Él me explicó cosas que sin duda son elementales pero que yo no comprendía durante mi solitaria tentativa de descifrarla. [6]

La visión sefirótica de la literatura y la cuestión de la paternidad literaria.

Uno de los conceptos cabalísticos que sirvieron a Borges como modelo para su propia aproximación es la visión que tiene la cábala de la paternidad literaria. Según afirma G. Scholem no conocemos ni siquiera los nombres de los autores de una mayoría aplastante de los libros cabalísticos. En cambio, los que conocemos, en la mayoría de los casos, no pasan de ser tan sólo los nombres no acompañados siquiera de nota biográfica alguna. Esta actitud anónima de los cabalistas hacia la cuestión de la paternidad literaria fue la fuente de la inspiración para un recurso que también se puede encontrar en una serie de escritos de Borges, a saber, la pseudoepigrafía. Según sostiene M. Satz en su prólogo a la edición castellana de Sefer ha-Bahir «La utilización de nombres apócrifos, la atribución de afiladas sentencias a viejos maestros es un recurso tradicional no sólo en el ámbito hebreo: a Plinio o Lucrecio los siglos les fueron agregando libros con los que jamás soñaron» [7] . Pero, aunque el uso de este recurso no fuera un dominio exclusivamente cabalístico, no cabe duda de que en la escritura cabalística se convierte en un elemento clásico y común casi en la totalidad de los escritos. Sin embargo, el ejemplo más espléndido es, sin duda, el mismo Zohar. En la introducción de El Zohar C. Giol escribe: «Generalmente [El Zohar] es atribuido a Rabbi Mošé Šem Tov de León, cabalista del siglo XIII que vivió los últimos años de su vida en Ávila y que murió en 1305. Él mismo afirma en el Zohar que copió sus enseñanzas de Rabbi Simón ben Yohay. Por otra parte, tras la muerte de Rabbi Mošé, su viuda y su hija afirman que no hubo tal manuscrito y que la obra se debe enteramente a él» [8] . Al analizar la actitud de los cabalistas hacia la cuestión de la paternidad literaria, aparte del recurso de la pseudoepigrafía, hay que mencionar también la afición de los místicos judíos a citar obras apócrifas que nunca existieron o que no existieron sino en la imaginación (quizá como un proyecto literario) de los mismos escritores. J. Alazraki, que participó en el curso del mismo profesor Scholem en la Universidad de Jerusalén sobre el misticismo judío, escribe en su ensayo Borges and the Kabbalah: «The whole Zohar is full of bogus references to imaginary writings which have caused even serious students to postulate the existence of lost sources» [9] . También a Borges le llamó la atención este recurso, hecho sobre el cual testimonian muchos escritos suyos. 

La confusión a la que llevó a sus lectores Moisés de León a través de sus referencias ficticias [10] ha tenido su efecto equivalente en el caso de los lectores de Borges. Recordemos algunos ejemplos de la pseudoepigrafía presentes en Borges. Uno de los más evidentes aparece en Tres versiones de Judas, donde Borges atribuye la controvertida idea de la fusión de las figuras del mesías y del traidor Judas a Nils Runeberg, que hubiera expuesto sus intuiciones audaces en su libro Kristus och Judas y en su obra mayor Den hemilge Fräslaren. Otro ejemplo mencionado ya anteriormente en este trabajo son los libros del ficticio Herbert Quain: The God of the Labyrinth, April March, The Secret Mirror, Statements. No se puede olvidar tampoco el Volumen XI de First Ecyclopedia of Tlön, que no sólo suministra al autor una referencia apócrifa que justifica la construcción del relato, sino también, constituye el contenido mismo del relato. Si El Zohar es una transcripción de un libro antiguo del Rabi Simón ben Yohay, el relato Tlön, Uqbar, Orbis Tertius es una transcripción de aquel tomo de la Enciclopedia del Tlön. Merece la pena añadir que la eficacia de la aplicación de este recurso tal y como lo utiliza Borges, llega a equivaler a la del maestro Moisés de León. «In this respect –ironiza J. Alzraki- we cannot help recalling that some of Borges’ naive readers have also made diligent attempts to obtain «the first detective novel to be written by a native of Bombay City», Mir Bahadur Ali’s The Approach to al-Mu’tasim whose summary Borges offers in the story» [11] .

Aparte de las razones psicológicas e históricas alegadas por G. Scholem, quizá se pueda hablar también de razones doctrinales que inspiran a los cabalistas el pavor y la aversión frente a la atribución de rasgos personales a su obra, en el sentido del reconocimiento y declaración de la paternidad literaria. Se trata de la doctrina que tanta sorpresa había causado a Borges y de la cual se habló en el comienzo de este apartado, es decir, la idea del ru’ah ha kodesh, el Espíritu Santo, como el único autor de la Escritura Sagrada. Recordemos que la cábala no tiene intención alguna de crear nueva religión o literatura. Al contrario, es un método especulativo de la interpretación profunda del texto clásico, (la Biblia) de un «canon» fijo e intachable, al igual que el mundo de los arquetipos en la visión platónica. Para el cabalista La Biblia es el «arquetipo» de toda la palabra escrita y de toda la búsqueda mística. Por lo tanto, los escritos cabalísticos, como una extensión de la Biblia, también son obra, aunque de una manera indirecta, del Espíritu Santo. Recordemos que Borges llegó a plantearse, aunque con un tono inminentemente irónico, la cuestión de haber entrado en la literatura «por obra del Espíritu Santo». Esta afinidad entre la aproximación cabalística y la de Borges lleva a dos conclusiones diferentes.

Panteísmo literario.

Primero, indica la fe en la idea de un panteísmo literario, presente en diversos escritos de Borges, como por ejemplo La flor de Coleridge (OCII pp. 17-19) o Tlön, Uqbar, Orbis Tertius [12] . Segundo, revela la astucia de los cabalistas, que supieron esconder su tendencia transgresora bajo la capa de un aparente apego absoluto a la tradición. Si la autolimitación a la tradición ortodoxa fuera sincera, realmente se limitarían a manejar los verdaderos libros bíblicos y no tendrían necesidad de inventar los apócrifos, más afines a las ideas que quieren presentar y para las cuales necesitan un apoyo clásico o, más bien, pseudoclásico. Cosa parecida sucede con Borges, quien en repetidas ocasiones confiesa descreer totalmente de la novedad literaria, quien identifica la creación literaria con la lectura, y quien, por otro lado, cita las obras que no han existido nunca, que para existir han tenido que ser inventadas por él. Así pues, la tensión entre lo tradicional y lo innovador o, en otras palabras, la existencia de lo nuevo en el corazón de lo clásico sometido a una nueva lectura, constituyen otro elemento afín entre la aproximación literaria y mística de los cabalistas y de Borges. G. Scholem menciona este fenómeno al analizar varios momentos del desarrollo del pensamiento cabalístico, uno de los cuales es la doctrina de Isaac Luria, «le système le plus influent du dernier Kabbalisme, quoique le plus difficile. Presque toutes les questions importantes et les principales thèses du système de Luria sont nouvelles, on peut même dire étonnamment nouvelles ; cependant elles furent acceptées partout comme la vrai Kabbale, c’est-à-dire comme la sagesse traditionnelle. Il n’y eut personne pour y faire objection.» [13] Del mismo modo, otro autor apócrifo de Borges, Pierre Menard, aunque parte de la base del precursor (según la terminología de H. Bloom) que, para él, es el Quijote de Cervantes, llega a la conclusión de que la nueva versión (lectura-escritura) es incomparablemente más rica que la anterior. Por eso afirma Borges que las literaturas no difieren tanto por los textos sino por la manera de ser leídas. [14] 

De este modo llegamos a la conclusión de que un recurso más, importantísimo en la aproximación literaria de Borges, que es el papel eminente del lector, también, de algún modo, se asemeja a la aproximación cabalística. Recordemos que para Borges el papel del lector llega a ser predominante en comparación con el del escritor y hasta del mismo texto, puesto que es el lector quien da la última y definitiva forma al “comunicado” es decir a la obra literaria. También el cabalista, aunque parta del “eterno comunicado” escrito por el “eterno escritor” luego no vacila en emprender su propia lectura, aparentemente sometida a la tradición pero en el fondo enormemente independiente e innovadora, por no decir transgresora, como podría parecer desde las posiciones ortodoxas.

77 significados o el emanantismo literario.

La importancia fundamental de la lectura para la especulación cabalística se revela también en la actitud frente a los acontecimientos históricos descritos en la Biblia, la cual sugiere la posibilidad de una doble lectura. Cedamos la voz una vez más al verdadero experto, G. Scholem:

Les aspects historiques de la religion ont une signification pour le mystique principalement comme des symboles d’actes qu’il conçoit comme séparés du temps, ou qui se répètent constamment dans l’âme de tout homme. Ainsi l’exode d’Égypte, l’événement fondamental de notre histoire, ne peut pas, selon le mystique, s’être passé seulement une fois et en une seule place; il doit correspondre a un événement qui a lieu en nous mêmes, la fuite d’une Égypte intérieure dans laquelle nous sommes tous des esclaves. Ainsi conçu, l’exode d’Égypte cesse d’être l’objet de l’enseignement et acquiert la dignité d’une expérience réligieuse immédiate [15] .

No hace falta añadir que nos encontramos aquí con el recurso de la alegoría y que este recurso es uno de los fundamentales en la poética de los relatos de Borges. [16]

Sin embargo, la cuestión de la «lectura profunda» va todavía mucho más allá del concepto clásico de la alegoría. [17] La posibilidad de una lectura creativa en la visión cabalística no sólo no se limita a una sola interpretación alegórica obligatoria (como postulaba Dante) sino que asegura que cada versículo bíblico tiene 77 significados. Si tomamos en cuenta que para los hebreos la cifra 77 representa la infinidad, se entenderá mejor la convicción borgiana de que el factor determinante del carácter de una literatura es más bien la lectura que la escritura. Esta afirmación de Borges inspira a J. Alazraki la asociación de la visión borgiana de la literatura como la relectura de un texto panteísta, un texto-pleroma, un texto primordial, con la visión cabalística de la historia de la literatura propuesta por H. Bloom. [18] El concepto de layerdness o feuilleté del discurso literario sin duda es muy afín a la aproximación cabalística y, como es el caso de Bloom, brota directamente de ella. De modo que la metáfora cabalística de los 77 significados contrapuesta a la visión de dos significados postulada por Dante corresponde perfectamente al modelo propuesto por Barthes de la cebolla (onion) contrapuesto a una fruta con hueso (a kind of fruit with a kernel). El descubrimiento de la presencia de este modelo de la escritura en la obra de Borges sin duda constituye otra corroboración de que su decidida apuesta por el crecimiento y, finalmente, preponderancia del papel del lector también es un recurso de algún modo cabalístico.

La cábala y la causalidad invertida.

La idea de la inversión cronológica de la causa y efecto constituye otro elemento de la visión borgiana que también se presta a un análisis cabalístico. Según afirma Mario Satz en su introducción al Sefer ha-Bahir «La característica más relevante del Libro de la Claridad es su frecuente descontextualización de los pasajes bíblicos, rasgo de uso habitual en la Kábala pues la reversibilidad del sentido es paralela a la reversibilidad misma de la Escritura. Job explica y corrobora los infortunios de Jesús, que aún no ha nacido.» [19] Este procedimiento de la inversión cronológica no se escapa a la atención de H. Bloom, que detecta su existencia particularmente explícita en la obra de Cordovero. El crítico recuerda que, en la doctrina de Cordovero, el cuarto behinah (la emanación posterior de cada sefirah) es el aspecto que capacita a su precursor (el sefirah anterior) para emanar el siguiente sefirah. En otras palabras, una de las condiciones indispensables de la emanación y uno de los motores de ella está en el sefirah emanado y no en él que emana. He aquí la conclusión lógica a la que llega H. Bloom a raíz de esta visión de Cordovero: «This extraordinary formulation ascribes a power in the supposed cause to the supposed effect; indeed it pragmatically all but reverses cause and effect.» [20] En cuanto a la aplicación borgiana de este concepto, es posible encontrarlo tanto en su visión general de la literatura como en su transformación literaria de esta idea efectuada en los relatos fantásticos. En el ensayo Kafka y sus precursores Borges asegura que existe una analogía innegable entre la paradoja de Zenon y la obra de Kafka. De modo que «la forma de este ilustre problema [la carrera de Aquiles y la tortuga] es, exactamente, la de El castillo, y el móvil y la flecha y Aquiles son los primeros personajes kafkianos de la literatura» [21] . Sin embargo, para que pudiéramos darnos cuenta de que el primer paradigma de Kafka está cifrado en la antigua paradoja del Estoico, es necesario tener el conocimiento de los dos y, al asociarlos, crear el vínculo de influencia, que, en la percepción del lector, se crea más bien en el sentido contrario a la cronología. Porque si bien es cierto que cronológicamente la influencia se extiende desde Zenón hacia Kafka, también es cierto que la lectura de Kafka, que rige la asociación con Zenón, va en la dirección opuesta, invirtiendo de este modo el proceso de la influencia. La misma regla aplica Borges a los demás «precursores» de Kafka, entre otros, a Robert Browning: «En cada uno de estos textos está la idiosincrasia de Kafka, en grado mayor o menor, pero si Kafka no hubiera escrito, no la percibiríamos ; vale decir, no existiría. El poema «Fears and Scruples» de Robert Browning profetiza la obra de Kafka, pero nuestra lectura de Kafka afina y desvía sensiblemente nuestra lectura del poema» [22] . Así es que, a través de nuestra lectura, clasificamos y modificamos los textos anteriores, invirtiendo los zinzor (canales) en el mundo sefirótico de la literatura panteísta. Por consiguiente, en la conclusión final de este ensayo Borges afirma de una manera contundente «El hecho es que cada escritor crea a sus precursores. Su labor modifica nuestra concepción del pasado, como ha de modificar el futuro» [23] .

Así pues, la relación primitiva bilateral (entre el autor y el lector) se convierte en un auténtico “Jardín de los senderos que se bifurcan” (relación reversible entre diversas (re)escrituras y (re)lecturas). Quizá esta visión puede llevar a una posible interpretación del relato que lleva este mismo título paralela a la sugerida por el mismo Borges, según quien el relato es una metáfora del tiempo pero que, al parecer, también podría servir como una dramatización artística del proceso de la creación literaria. Por consiguiente un texto individual, materialmente separado de los demás (recordemos que material significa artificial o incluso falso, según los criterios de este mundo especulativo e idealista) no es sino un tramo del laberinto y su existencia solo tiene sentido precisamente dentro de este laberinto. Separarlo de la totalidad sería comparable al acto de arrancar una rama de un árbol. Como una rama arrancada deja de trasmitir la savia de la cual ella misma se alimenta, se seca y desaparece, un texto recortado artificialmente de la cadena del proceso literario pierde sentido o, por lo menos, una gran parte del significado o significados, preprogramados por los textos anteriores y añadidos por las interpretaciones posteriores.

Por otro lado, según se ha mencionado antes, Borges no limita su aplicación del concepto de la causalidad invertida exclusivamente a la teoría de la literatura. Recuérdese los relatos Examen de la obra de Herbert Quain y La otra muerte en los que también aparece un juego de inversión cronológica. Como recordamos, el mismo título de la obra apócrifa, April March, del escritor ficticio Herbert Quain, constituye un juego de palabras que, de una manera ingeniosa, expone la idea de una marcha atrás (desde abril hacia marzo). Un efecto parecido está descrito en La otra muerte, donde la imaginación del protagonista, fortificada por un deseo poderoso, le permite transformar su pasado infame en un pasado heroico, acabando por trasladar su muerte a una batalla sucedida varias décadas antes. Aparte de sugerir la posibilidad de una reivindicación de la aplicación borgiana de este recurso a la influencia cabalística pero también filosófica (Platón y Bradley), este descubrimiento lleva a otra conclusión particularmente importante para una evaluación global de las influencias filosóficas y místicas en Borges. Se trata de la convicción de que contrariamente a lo que afirma Borges en algunas entrevistas su selección de las mencionadas fuentes no es puramente casual y no se rige exclusivamente por las preferencias estéticas de un literato descreído de las ideas filosóficas o religiosas. Por el contrario, al analizar su predilección de explorar en exclusiva las fuentes idealistas (budismo a través de Schopenhauer, Platón, los neoplatónicos, los gnósticos cristianos, la kábala, etc.) es posible llegar a la conclusión de que la selección de las fuentes se rige por una clara clave ideológica cuyo paradigma es una actitud antinaturalista y antimetafísica, que se manifiesta, en primer lugar, a través del rechazo de la materia y del sujeto, pero que se extiende al rechazo de cualquier ente real, bien sea material, bien sea espiritual.  

Bibliografía:

AIZENBERG, E. The Aleph Weaver. Biblical, kabbalistic and Judaic Elements in Borges.  Potomac, Scripta Humanistica, 1984.

ALAZRAKI, J. Versiones, inversiones, reversiones. El espejo como modelo estructural del relato en los cuentos de Borges.  Madrid, Gredos, 1977.

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Notas

[1] "Scholem (...) no cree que las influencias cabalísticas en Borges sean profundas. En una entrevista que mantuvimos hace unos años en Jerusalén me decía: " (Barnatán, M. R. Conocer Borges y su obra. Barcelona, Dopesa, 1978, p. 54). Todas las citas de Borges provienen de la siguiente edición: J. L. Borges, Obras completas, Emecé, Barcelona, 1997, en IV volúmenes. En las notas siguientes, para referirse a esta edición se utilizará la siguiente abreviación: OCI para el primer volumes; OCII para el segundo, etc.  

[2] En la Discusión, OCI pp. 209-212.

[3] Tesis con la que difícilmente se puede estar de acuerdo, visto el carácter por lo menos semicientífico o popularizador de muchos de sus ensayos. Por otro lado y a pesar del carácter superficial de la exposición del tema presente en este ensayo, no se puede negar el acierto con el cual (quizá sobre todo intuitivamente) Borges explora ciertos elementos pertenecientes a la cábala en la construcción de algunos relatos. Hay que decir también que su conocimiento de la cábala va en aumento a lo largo de los años de su creación literaria, debido a su continuo interés por el tema y, como afirma él mismo, gracias a las entrevistas con G. Scholem. Fruto visible de este crecimiento del conocimiento cabalístico es otro ensayo consagrado al tema: "La cábala" (en Siete noches (1980), J. L. Borges, OCIII, pp. 267-275), en el cual la exposición parece notablemente más sustentada por el conocimiento de las mencionadas fuentes básicas de la cábala e incomparablemente más matizada.

[4] Por ejemplo en sus conversaciones con R. Alifano. Véase Alifano, R.   Conversaciones con Borges.  Buenos Aires, Atlántida (Madrid, Debate, 1986), 1985, pp. 191-196.

[5] Barnatán, M. R., op. cit. p. 55. En la misma entrevista indicaba Borges también otros libros sobre la cábala, que él había leído, "a Waite, Sérouya, el artículo de la Enciclopedia Británica y a Adolphe Franck." Buscando otras referencias un poco más antiguas, se han de tener en cuenta los años españoles de Borges, en 1919, 1920 y 1923, época en que visitó frecuentemente a su maestro Rafael Cansinos Assens, el cual, por su descendencia judía y por su preocupación por el tema, le proporcionó algunos conocimientos que despertaron su curiosidad. También hay que tener en cuenta su amistad con un compañero de estudios judío del liceo de Ginebra, Maurice Abramowitz y con otro amigo judío de la época, Simón Jichilinski, citado por vez primera en su obra El otro que abre El libro de arena.

[6] Ibid. p. 56. El subrayado es mío.

[7] El Libro de la claridad, Sefer ha-Bahir (1992), Ediciones Obelisco, Barcelona, p. 6.

[8] El Zohar, El Libro del esplendor, (trad. C. Giol), Obelisco, Barcelona, 1996, p. 22. Para más detalles sobre la cuestión de la paternidad literaria del Zohar véase G. Scholem: Les grands courants de la mystique juive, Ed. Payot, Paris, 1968, (Trad. M.-M. Davy), pp. 172-220.

[9] Alazraki, J. Borges and the Kabbalah, Cambridge University Press, Melbourne, 1988, p. 28.

[10] Entre los libros inexistentes citados en El Zohar hay que enumerar por ejemplo El Libro de Adán, El Libro de Enoch, El Libro del Rey Salomón, El libro de Rav Hammuna Sava, etc. Véase J. Alazraki: Borges and the Kabbalah, op. cit. p. 28.

[11] J. Alazraki: Borges and the Kabbalah, op. cit. p. 28.

[12] Recuérdese que en el planeta Tlön no existe el concepto de plagio puesto que el sujeto de la creación es uno y eterno.

[13] Scholem, G.: Les grands courants..., op. cit. p. 34.

[14] Nota sobre (hacia) Bernard Shaw, OCII p. 125.

[15] G. Scholem.: Les grands courants..., op. cit. p. 32.

[16] Recuérdese que en la introducción al relato El Sur el mismo autor sugiere la posibilidad de una lectura alegórica. Muchos de los relatos aparentemente localistas en el fondo son representaciones alegóricas de la ideas filosóficas favoritas de Borges.

[17] Según Dante (Vita Nuova) la lectura alegórica es única, hay que descubrirla tal y como la había cifrado el autor, sin que el lector tuviera la mínima libertad de interpretación o de una lectura creativa.

[18] También R. Barthes propone una visión semejante de una obra literaria: ‘The problem of style can only be treated by reference to what I shall refer to as layerdness (feuilleté) of the discourse.’ Citado por Alazraki, J. Borges and the Kabbalah , op. cit. p. 8.

[19] Sefer ha-Bahir, El Zohar, Obelisco, Barcelona, 1996, op. cit. p. 9. En el mismo lugar M. Satz alega la siguiente cita del libro de Graves y Patai: Los Mitos Hebreos, (Buenos Aires, 1969): “Adán ve a todas las futuras generaciones de la humanidad colgando de su cuerpo gigantesco; Isaac estudia la Ley Mosaica (revelada diez generaciones después) en la academia de Sem, quien vivió diez generaciones antes que él. En realidad, en el protagonista del mito hebreo no sólo influyen profundamente los hechos, palabras y pensamientos de sus antepasados, y se da cuenta de su profundo efecto en el destino de sus descendientes, sino que influyen en él tanto el comportamiento de sus herederos como el de sus ancestros.” (Ibid. pp. 9-10)

[20] H. Bloom, BLOOM, H. Kabbalah and Criticism, The Seabury Press, New York, 1975, p. 69. Para corroborar su tesis H. Bloom aporta en el mismo lugar una cita de G. Scholem referente a la imagen de los canales (channels – zinzor) de influencia de los diferentes sefirot. Lo sorprendente es que la influencia que se desarrolla entre diferentes sefirot no es idéntica a la dirección de la emanación: “Such channels are paths of reciprocal influence between different sefirot. This process is not a one-way influx from cause to effect; it also operates from effect to cause.” (Citado por H. Bloom, ibid. p. 70)

[21] En Otras Inquisiciones, OCII p. 88.

[22] Ibid. p. 89.

[23] Ibid. pp. 89-90.

Fuente : Hottops.com

  

"El Sur": La reescritura de Don Segundo Sombra por Borges

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Ivonne Bordelois
Universidad de Buenos Aires

En "El Sur", escrito en los años 40, Dahlmann, de origen anglocriollo y bibliotecario como Borges, sufre, como Borges en 1938, una herida grave y va a refugiarse al Sur, donde es provocado a un duelo imposible que sin embargo acepta (Obras Completas p.100). Dahlmann elige así, de un modo prácticamente suicida, la barbarie -como la inglesa cautiva. Percibimos aquí lo que Sarlo llamará el "núcleo amenazante del criollismo" reflejado por Borges, en tanto el mundo criollo o indio toma una revancha sobre el espacio urbano y letrado.

En Don Segundo Sombra Fabio, elevado socialmente a la condición de estanciero, se enfrenta también, en la despedida, con Don Segundo, representante de un criollismo diferente. El desenlace es distinto en Güiraldes, donde en cierto modo es la quieta y superior indiferencia de Don Segundo, al apartarse de Fabio, la que provoca el desangre metafórico del protagonista. En su final abierto, estilísticamente magistral, Borges sugiere la romántica destrucción de un protagonista urbano y vulnerable en manos de una barbarie que él mismo ha ido -en un arrebato de inconciente jactancia- a desafiar. De algún modo paradójicamente más realista, lo que Güiraldes parece decir en su conclusión es que el maestro siempre desborda al discípulo y que el llamado bárbaro profesa acaso una lejana compasión por el pueblero que trata de afincarse en sus valores.

En la arquetípica despedida de Fabio y Sombra, el que se desangra no es Sombra sino Fabio -y no se desangra porque la despedida deba ser definitiva, sino porque acaso duda de su propia integridad para preservar los dones que su maestro le ha transmitido: es Fabio quien se va mientras Don Segundo se aleja sin dar vuelta la cabeza. En cierto sentido, Güiraldes no ha descripto la edad dorada del paisano sino para señalar la dificultad que los hijos de la ciudad decadente tienen para arraigarse en ella. Dice Sarlo:

    "El Sur" es al mismo tiempo trágico e irónico. Advierte doblemente que el pliegue que separa dos culturas tiene un filo amenazador. Uno de sus peligros es el romanticismo blando y evocativo del pasado criollo que conduce a una literatura de revival rural pensada sobre la imagen de la edad de oro, evocada por una estética pintoresquista que purifica la barbarie administrándola en un elenco de virtudes que quieren ser heroicas y resultan mediocres.

(Aquí es claro que Sarlo, sin nombrarlo, está hablando de Don Segundo Sombra. Romanticismo blando y y pintoresquismo son precisamente los pecados capitales que Borges achaca, como lo hemos visto, a Güiraldes).

    Borges escribe que el destino es ciego e implacable con los que se equivocan. Esto se aplica a la ensoñación de Dahlmann y anticipa el desenlace de las adopciones descuidadas. Distraído por el pintoresquismo de la escena rural y la tipicidad de una pulpería, Dahlmann no puede resistir la tentación del duelo que puede ser leído como cumplimiento de un destino pero también como castigo por su bovarismo, porque el criollismo de Dahlmann es, como el romanticismo de Emma Bovary, un efecto superficial y trágico de la literatura tomada al pie de la letra. Ambos sentidos forman el pliegue de la ironía del relato. (Orillas 106-107).

Es decir que es posible leer "El Sur" como un castigo que se autoinflige Borges por su incursión a la vez romántica y bovárica en el criollismo. "Nunca hay final feliz ni mezcla pacífica, sino conflicto" dice Sarlo ( 107). Yo leo sobre todo expiación. Dahlmann, dice Borges, cultivaba "un criollismo algo voluntario, pero nunca ostentoso", propio de un hombre de ciudad, lector de Las Mil y una Noches". En realidad, el criollismo de los años veinte de Borges, aun sin caer en los excesos del moreirismo, es a la vez voluntario y ostentoso. Lo que parece estar en juego aquí es que, cualesquiera fueran sus calificaciones, este criollismo era ilusorio, y por esto merecía ser castigado.

Pienso a mi vez que cabe imaginar que "El Sur" describe sin complacencias el duelo de un joven poeta con el imaginario colectivo. La bravuconada de El Tamaño de mi Esperanza le cuesta a Borges una suerte de muerte o borramiento literario. Hombre de ciudad más apto para otro tipo de fantasía, no puede medirse con las fuerzas bárbaras con las que ha querido inconcientemente -e incoherentemente- retomar contacto y de las que ha querido sustraer inspiración. Es cierto que no son las metáforas de corte francés reprochadas a Güiraldes las que guían al protagonista de "El Sur", sino las fantasías de Las Mil y una Noches, pero el resultado es el mismo: tanto Fabio Cáceres como Dahlmann serán derrotados, sólo que Güiraldes habrá elegido un final incruento y Borges, de acuerdo con sus necesidades y preferencias, uno esperablemente violento aunque la sangre, muy a la manera de Borges, resulte invisible.

Sarlo, que percibe en este relato ante todo un conflicto, acaba por discernir una dimensión elegíaca en el espacio ficticio que crea Borges: "Toda su literatura está atravesada por la nostalgia porque percibe el pliegue de dos mundos, la línea sutil que los separa y los junta, pero que en su existencia misma, advierte sobre la inseguridad de las relaciones" (Orillas 108).

A mi modo de ver, no se trata tanto de nostalgia en la tácita descripción de la derrota autoexpiatoria de Dahlmann -como tampoco hay nostalgia en la despedida de Fabio y Sombra- sino más bien una suerte de austero Juicio Final.

La Vuelta del Moreno: Borges y Güiraldes reescriben el Martín Fierro

Uno de los episodios más interesantes del Martín Fierro, ideológica y estéticamente, es la vuelta del Moreno. Como se recordará, en la primera parte, Martín Fierro, exasperado por una vida de acosos y persecuciones, mata en duelo violento a un negro en un baile, a su regreso de un largo período en que se encuentra fugitivo por deserción. En la segunda parte, otro Moreno, que resulta ser hermano del primero, desafía en venganza a Martín Fierro, en una payada extraordinaria que acaba con gran tensión dramática pero sin desenlace trágico, con la derrota no violenta del Moreno. En cierto modo Hernández reitera así dos veces la victoria del protagonista sobre un hombre de otra raza, primero en forma violenta, luego en forma pacífica, por la superioridad alegadamente demostrada en el talento de payar.

El descrédito con que suele juzgarse la segunda parte del Martín Fierro en comparación con la primera ha dejado relativamente en la penumbra esta magnífica payada -sobre la que hay mucho que decir. El propósito al que me atengo aquí, sin embargo, es comparar otras dos versiones posteriores -o futuribles posibles- que a partir de estos dos encuentros con morenos trazan Borges y Güiraldes, versiones que suponen ambas una "corrección" del texto de Hernández. La primera, cronológicamente, es la de Güiraldes en Don Segundo Sombra, pero como ha pasado inadvertida para la crítica, comenzaré por la segunda, señalada primero por Josefina Ludmer (Desafío y lamento, los tonos de la patria. Borges ante la ley, 1989) y retomada luego por Beatriz Sarlo (Orillas, 1995).

Sarlo señala que Borges reescribe de dos maneras el Martín Fierro, una a nivel crítico y otra a nivel narrativo. Su contribución más decisiva a la relectura y a la reescritura de la vuelta del Moreno está en "El Fin". Sarlo cita aquí pertinentemente a Harold Bloom: "Un poeta completa antitéticamente a su precursor, leyendo el poema padre de modo que se retienen sus términos, pero se los hace significar de modo diferente, como si el precursor no hubiera podido ir suficientemente lejos." La idea aparece en Fenichel, citado también por Bloom:"...se toma una actitud que contradice la original" y "en el proceso de deshacer, se da un paso más. Se hace algo positivo que, en realidad o mágicamente es lo contrario de algo, que en la realidad o en la imaginación, fue hecho antes." Este tipo de reescritura, como veremos, es la que guía tanto a Borges como a Güiraldes al retomar, cada uno a su manera, el texto de Hernández. Ambos trascienden, efectivamente, el escenario original de Hernández, para proponer sus versiones antitéticas del encuentro con el Moreno.

En "El Fin" (1953), Borges imagina una tercera instancia en la cual el Moreno y Martín Fierro se reencuentran, a siete años de la memorable payada. Es el último quien morirá, a manos del primero. Es decir, estamos ante una igualación poética de destinos en la que el Moreno, primero víctima, se vuelve al fin victimario, por una suerte de justicia retributiva. También se convierte el Moreno en el doble de Martín Fierro, porque, como Martín Fierro, él también se ha "disgraciao".

Con este relato, Borges no sólo narra el fin del protagonista, Martín Fierro, sino que de alguna manera intenta terminar simétrica y justicieramente el sentido de la epopeya: si el final de Hernández señalaba una suerte de sublimación del duelo violento en duelo de poesía, "El Fin", de Borges, restablece el duelo de sangre como única salida válida y posible del conflicto, con la particularidad de que opera en este caso una suerte de venganza del destino, y esta vez el matador es el Moreno y el matado Martín Fierro.

Pero la simetría que le interesa a Borges, tal como está expresada en las líneas finales, no es tanto la equivalencia de un blanco muerto con un negro muerto, como la de un negro culpable con un blanco culpable. No es la muerte definitiva de Martín Fierro sino el horizonte infinito de fuga y culpa que adviene al Moreno lo que cierra la historia, típicamente borgesiana, en el sentido de que lo que contemplamos en la figura del vengador es la aparición de un doble, condenado a repetir indefinidamente la historia de su asesino. Así cierra magistralmente Borges su relato: "Cumplida su tarea de justiciero, ahora era nadie. Mejor dicho era el otro: no tenía destino sobre la tierra y había matado a un hombre."

En la segunda parte del Martín Fierro, Hernández muestra un gaucho civilizado y en cierto modo decepcionante -un gaucho sarmentino, comentará sarcásticamente Borges. El retorno a la violencia que escoge Borges devuelve al personaje a un realismo más acorde a las circunstancias esperables y sobre todo, en el sentir de Borges, más aceptables estéticamente. Donde Hernández sublima definitivamente el duelo de sangre en duelo de palabras, Borges añade metonímicamente al duelo de palabras un duelo de sangre, y el tiempo circular de los mitos se cumple así inexorablemente. Es decir, la tercera aparición del Moreno será cruenta, como la primera.

Quiero ahora regresar al duelo originario de Martín Fierro y el Moreno en la primera parte, porque éste es en realidad el que reescribe Güiraldes. La idea de reescribir el Martín Fierro en este episodio es, por lo tanto, primigenia en Güiraldes.

Si se me permite aquí un breve apartado, diría que de hecho podemos hipotetizar que Borges, en "El Fin", no sólo se propone reescribir la vuelta del Moreno en Hernández, sino también la vuelta del Moreno en Güiraldes -de modo que con "El Fin" estamos en realidad ante un doble espejo antitético. Una indicación en este sentido podría estar dada por la memorable descripción que hace Borges del paisaje en que ocurre el duelo: "Hay una hora de la tarde en que la llanura está por decir algo: nunca lo dice o tal vez lo dice infinitamente y no lo entendemos, o lo entendemos pero es intraducible >como una música..."
Esta frase tiene una melodía atrapante que es y no es borgesiana y que por el sentimiento parecería aproximarse mucho más al espíritu del Don Segundo Sombra. Yo leo en esta frase una suerte de reverencia cordial y distante de Borges a Güiraldes, su antiguo compañero de Proa, su camarada en un programa de criolledad que quedó sin cumplirse totalmente. Es indudable que Borges escribe mejor que Güiraldes, pero acaso sin el antecedente que significó Güiraldes nunca hubiera podido escribir estas líneas extraordinarias y extraordinariamente conmovedoras en su pureza y sencillez.

Volvamos ahora a nuestro tema fundamental. Como se recordará, en uno de los primeros episodios del Martín Fierro, el protagonista ha desertado y luego de tres años de huída, al regreso a su pago, encuentra su hogar deshecho y su mujer desaparecida. Una noche en que se siente espoleado por la soledad, concurre a un baile y se emborracha. Al mismo baile llega el Moreno con su compañera, a la que Martín Fierro ofende con un juego de palabras llamando -entre líneas- "vaca" a la mujer, que responde airadamente, y la discusión prosigue con una malhadada estrofa dicha por Fierro:

    A los blancos hizo Dios,
    A los mulatos San Pedro,
    A los negros hizo el diablo
    Para tizón del infierno.

Cuando el Moreno reacciona, Fierro lo trata de "porrudo" y el duelo se arma con toda su inútil y sangrienta violencia:

    Le coloriaron las motas
    Con la sangre de la herida,
    Y volvió a venir jurioso
    Como una tigre parida.

    Por fin en una topada
    Con el cuchillo lo alcé
    Y como un saco e güesos
    Contra un cerco lo largué.

    Tiró una cuantas patadas
    Y ya cantó pa el carnero.
    Nunca me puedo olvidar
    De la agonía de aquel negro.

Comentando el espíritu provocador y racista de Martín Fierro en este pasaje -de una excepcional eficacia expresiva, pero asimismo portador de un mensaje racista muy poco señalado por la crítica oficial- dice Borges en un pequeño ensayo sobre el Martín Fierro, que también parece haber pasado bastante inadvertido: "Desgaciadamente para los argentinos, esta escena es leída con indulgencia o con admiración, y no con horror."

Quizá lo más trágico del episodio es la reveladora pobreza espiritual a la que se ve reducido el gaucho. Humillado por los porteños, que lo obligan a la leva y luego -en la segunda parte- sometido por los indios, que le infligirán un cautiverio miserable, su única salida para el desquite es el negro. La profunda amistad entre varones -Cruz y Fierro (interesante sintagma de corte católico-militar)- distrae la atención y encubre en parte el desdén hacia el indio, el negro y hasta cierto punto hacia la mujer, homologados en la misma marginalidad. Este desdén significa también el terror del Otro. La complicidad en un destino de desprecio, y el fracaso de varones unidos en una suerte de pacto de lealtad y de coraje, será más tarde la herencia de Borges en relatos como "La Intrusa".

Lo que es curioso es que esta cadena de desprecios que se van repicando unos en otros no sólo es típico de la gauchesca sino que se eleva a ideología en obras como El Payador de Lugones. Recordemos que Lugones, por ejemplo, a pesar de su intento de enraizar la tradición gauchesca nada menos que en la épica griega, no creía demasiado en el valor moral intrínseco de su personaje, y esto por razones claramente racistas. Así escribe contundentemente sobre el gaucho en El Payador: "Su desaparición es un bien para el país, porque contenía un elemento inferior en su parte de sangre indígena" (p. 51). Güiraldes está lejos de comulgar con esta perspectiva. Hay un pasaje suyo donde presenta y celebra al gaucho como maestro de estilo para nosotros:

    El gaucho dentro de sus medios más limitados es un tipo de hombre completo. Tiene sus principios morales (...).

    Tiene sus artes, ampliamente representadas por su platería de ensillar; por sus tejidos,(...) sus trabajos en asta y hueso, sus trenzados.

    Tiene su prosa, en sus cuentos de fogón ( magia por lo general) (..)

    Tiene su poesía en sus relaciones jocosas que declama en fiestas como un juego de gracia e ingenio. (...)

    Tiene sus danzas, extraordinarias de donaire y lujuria.

    Tiene su traje y sus adornos y sus lujos.

    Y tiene algo que pocos tienen: un estilo para moverse que implica estética, educación y respeto de sus propias actitudes.

    Si nuestra ciudad y nuestra tan sonada cultura hubiesen llegado a expresarse tan armónicamente tendríamos derecho de mirarlos desde arriba. Y entonces no lo haríamos porque ése es un gesto de parvenus." (Obras Completas 732).

Resulta reveladora la reescritura del tema del racismo y de la violencia criolla, tal como están dados en la primera parte del Martín Fierro, en el segundo capítulo de Don Segundo Sombra - el capítulo escogido precisamente como anticipo de la novela en el periódico Martín Fierro. A mi modo de ver, éste es el capítulo crucial del libro -del cual Borges dirá, algunas décadas más tarde, curiosa pero significativamente, que se trata del capítulo más flojo del libro.

Fabio Cáceres, el adolescente que ha huído de sus viejas tías solteronas y del ambiente mezquino del pueblo, se cruza en la noche con un desconocido que lo sorprende y lo deslumbra. "Me pareció haber visto un fantasma, una sombra, algo que pasa y es más una idea que un ser, algo que me atraía con la fuerza de un remanso, cuya hondura sorbe la corriente del río." Llegado a la pulpería La Blanqueada, Fabio pregunta al pulpero sobre la identidad del forastero. Este pasaje es decisivo. Lo primero que pregunta Don Pedro es: "Decime ¿es muy moreno?"" Me pareció, sí señor... y muy juerte."" El es de San Pedro... dicen que tuvo en otro tiempo una mala partida con la policía." A partir de estas señales se desarrolla el famoso episodio inicial: el Tape Burgos, ya borracho, provoca a Don Segundo diciendo: "En el pago 'e San Pedrino - el que no es mulato es chino". Recordemos que en el Martín Fierro el duelo se provoca precisamente cuando Fierro dice al Moreno:

    A los blancos hizo Dios
    A los mulatos San Pedro
    A los negros hizo el diablo
    Para tizón del infierno.

Para mayor paralelismo, el Tape -en un juego de palabras- llama "bagre" a Don Segundo, del mismo modo que Fierro había llamado "vaca" a la acompañante del Moreno. Como sabemos, Don Segundo ignora olímpicamente al Tape y sólo a la salida se produce un amago de ataque por parte de éste -ataque del cual Fabio previene a Don Segundo. Este desarma rápidamente al Tape y le perdona la vida, lo que ofusca aún más al provocador, que queda humillado y perplejo. Lo que deslumbra a Fabio, precisamente, es el hecho de que Don Segundo, desafiado por el Tape Burgos en términos groseramente agresivos por su color oscuro, desiste de toda revancha y se marcha tranquilamente sin prestarle más atención que una displiscente misericordia. Ésta es"la fuerza del remanso cuya hondura absorbe al río": esa fuerza es precisamente la que fascina a Fabio.

Aquí hay un tajante contrapelo a la tradición gauchesca, un llamado a la no-violencia en que está todo Güiraldes, el Güiraldes que admiraba a Mahatma Gandhi y el Güiraldes enraizado religiosamente en el hinduísmo -el Güiraldes que se expresará luego aún más plenamente en esta dirección en El Sendero y en los Poemas Místicos. Este texto es la antítesis o la tachadura del duelo de Martín Fierro con el Moreno y produce una especie de hiato inesperado, un quiebre de respiración en la esperada violencia de la tradición gauchesca de los duelos.

Si Borges actúa por metonimia, agregando un capítulo final al segundo encuentro del Moreno y recreando una catarsis sangrienta, más afín con sus propias preferencias estéticas, Güiraldes actúa por metáfora y sustitución, remplazando un duelo sanguinario e inútil con un borracho mediante un ademán de suprema libertad y serenidad -que es, precisamente, lo que deslumbra a Fabio. En ambos, sin embargo, tanto en Borges como Güiraldes, se cumple una revancha mítica con respecto al texto de Hernández, en el sentido de que en ambos es el Moreno quien vence al blanco -sangrientamente en Borges, pacíficamente en Güiraldes.

Lo interesante aquí es la vertiente por la cual este episodio va a dividir pareceres estéticos sobre Don Segundo Sombra, colocando de un lado a los admiradores de la novela y por el otro a sus detractores -una línea que va por Borges, Ciro Alegría y culmina en nuestros tiempos en Sarlo.

Esto condice perfectamente con la tesitura pro-cuchillera de Borges, explícita en poemas como "El Tango":

    ¿Dónde estará (repito) el malevaje
    que fundó en polvorientos callejones
    de tierra o en perdidas poblaciones
    la secta del cuchillo o del coraje?
    ¿Dónde estarán aquellos que pasaron
    dejando a la epopeya un episodio
    una fábula al tiempo, y que sin odio
    lucro o pasión de amor se acuchillaron?

En El Tamaño de mi Esperanza, Borges se había repartido con Güiraldes la creación del nuevo paisaje argentino: quede la pampa para Güiraldes y él se reservará el mundo de las orillas. Pero detrás de esta división -y acaso sin preverlo Borges ni Güiraldes- surge otra: la del topos clásico campo versus ciudad, donde el campo ya no es barbarie sino que la barbarie se traslada a la ciudad, foco de violencia -mientras que el campo es irradiación de sabiduría primitiva y paz espiritual.

En la vuelta del Moreno ambos, Borges y Güiraldes, juegan su carta estética y personal. A Borges el final pacifista de Hernández le resulta ineficiente y acaso hipócritamente frustrante. Lo que entiendo que cuenta en Borges, en "El Fin", es un motor permanente de su escritura, que es el despejar la sospecha de la cobardía y el expresar la atracción por el enfrentamiento físico personal y por la victoria en el duelo.

En Güiraldes la tesitura es muy otra. Güiraldes había experimentado el racismo en carne propia, al ser tratado de métèque en París, por ejemplo, en un episodio callejero que acaba a las trompadas, propinadas por Güiraldes -que boxeaba profesionalmente- y con el alejamiento de los agresores. El ser sospechado de cobardía nunca fue su tema ni su experiencia. Su estética no descartaba el conflicto físico, como lo comprueban, acaso demasiado evidentemente, los Cuentos de Muerte y de Sangre. Pero su veta más profunda y acaso su contribución más original a la literatura criolla se vuelcan en un memorable personaje que encauza la violencia "como el remanso que absorbe el río."

Retomando las palabras de Bloom, ambos, Güiraldes y Borges, sintieron que Hernández, el precursor al que ambos admiraban y del que ambos provenían, no había ido suficientemente lejos. Pero Borges sintió que Hernández no había ido suficientemente lejos en la violencia, mientras que Güiraldes sintió que Hernández no había atisbado una sabiduría posible. A su vez, Borges juzgó, con Nicolás Paredes, que la violencia rinde más, literariamente, que la sabiduría. Y el juicio de la literatura, como el de la historia, queda abierto en este punto.

Fuente : Lehman College

"Borges en Sur" de Jorge Luis Borges

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Por Fernando García Ramírez

Sur se pensó y fue creada para difundir, mediante una estricta selección de textos, la obra reciente de escritores argentinos y extranjeros, textos de "ideas" y obras de ficción. Por ello, desde el primer número, su directora Victoria Ocampo atrajo a las páginas de Sur a Jorge Luis Borges, de 32 años, ya que contar con él "era tener en mano un as de triunfo, un futuro pasaporte que nos daría acceso a la alta sociedad literaria contemporánea", en palabras de Victoria. Borges colaboró en Sur 49 años, de 1931 a 1980, con ensayos y notas, cuentos y reseñas, poemas y traducciones, con notas sobre cine y valientes artículos sobre la guerra en Europa. En Sur Borges publicó sus mejores cuentos, ensayos y poemas, es decir, varios de los mejores textos literarios de este siglo en cualquier idioma. Este volumen reúne únicamente los textos que Borges no recogió en sus libros, un total de 98. Un auténtico banquete literario: 98 textos nuevos de Jorge Luis Borges.
     Borges desconfiaba, con razón, de la crítica literaria que se olvidaba del análisis de los textos para destacar el "valor humano" de la literatura, esto es, la literatura vista "como ejemplo de tal país, de tal fecha o de tales enfermedades"; desconfiaba también de la crítica que reducía la obra a un documento social: "La interpretación económica de la literatura (y de la física) no es menos vana que una interpretación heráldica del marxismo o culinaria de las ecuaciones cuadráticas..." Siguiendo a Schopenhauer, desconfiaba de la historia; a Hume, del yo y sus naderías. Sin embargo, este argentino escéptico se convirtió en el motor secreto de la literatura de su tiempo, el nuestro.
     Con los nazis en París como telón de fondo, Borges escribió al final de una reseña de 1940: "Cada mañana la realidad se parece más a una pesadilla. Sólo es posible la lectura de páginas que no aludan siquiera a la realidad". Por eso, ese año publicó —con Bioy y Silvina— la Antología de la literatura fantástica y, en Sur, "Tlön, Uqbar, Orbis Tertius"; de ese año es también el prólogo a La invención de Morel, una llamada al orden en la invención. Para eludir la terrible realidad de la guerra, optó por la fantasía, al caos opuso un orbe preciso de símbolos, una literatura. Ese mismo año terrible, escribió al comienzo de otra reseña: "Ignoro si la historia de la literatura inglesa es posible, ignoro si la historia de la literatura es posible, ignoro si la historia es posible". No la historia ni la guerra, lo único real era la literatura. Pero no la literatura en general, sólo unos cuantos —intensos— momentos de ella. Para Borges, "ese delicado juego de cambios, de buenas frustraciones, de apoyos, agota para mí el hecho estético", ya que "la literatura es fundamentalmente un hecho sintáctico". A Borges le interesaba la intensidad literaria, lograda por medio de ese "delicado juego de cambios", intensidad alcanzada por innumerables autores sólo en ciertas piezas o momentos. Momentos más intensos que la realidad, "ya que están obligados a ser más pobres", meros hechos sintácticos. Esa intensidad buscaba Borges en la literatura, con esa vara medía a los autores que juzgaba. No lo hacía a partir de una estética, porque desconfiaba de ellas, sino del examen de sus mejores líneas. Para Borges, "la literatura es arte verbal, es arte de palabras".
     A pesar de esa profesión de fe literaria ("no descubro otra pasión que la de las letras ni casi otro ejercicio"), la historia, la guerra, seguía allí. Borges supo enfrentarla: "Es posible que una derrota alemana —escribió en 1939— sea la ruina de Alemania; es indiscutible que su victoria sería la ruina y el envilecimiento del orbe [...] Espero que los años nos traerán la venturosa aniquilación de Adolf Hitler, hijo atroz de Versalles". Al término del conflicto, por su apoyo a la causa aliada, Borges fue orillado a dejar su trabajo; la historia de nuevo se hacía presente, esta vez bajo la forma de la tiranía: "las dictaduras fomentan la opresión —escribió en 1946—, el servilismo, la crueldad; más abominable es el hecho de que fomenten la idiotez [...] Combatir esas tristes monotonías es uno de los muchos deberes del escritor". Capaz del éxtasis ante un verso afortunado, persa o sajón, Borges quiso pero no pudo cerrar los ojos ante las pesadillas del siglo.
     Al lector de las Obras completas publicadas por Emecé, ¿qué le ofrece este volumen? Generosos ensayos sobre autores sajones (Chesterton, Shaw, Kipling, Twain, Whitman) y latinos (Groussac, Reyes, Unamuno, Lugones, Macedonio), espléndidas traducciones de Langston Hughes, Lee Masters, Delmore Schwartz y Ponge, un poema ("Variación") no recogido antes en libro, sentencias y un puñado de excelentes consejos literarios. Borges propendía a la sentencia ("No sólo dicha quiere el hombre sino también dureza y adversidad"; "Más revelador que sus actos puede ser el aire de un hombre"), pero, según cuenta él mismo, el trato con Bioy Casares le fue quitando esa mala costumbre. En cuanto a los consejos, son varios y muy valiosos, principalmente dirigidos a los narradores. Uno de ellos refiere a la inverosimilitud psicológica, otro a la descripción indirecta, otro más a la inverosimilitud por exceso de detalles. Al aficionado le agradará encontrar anticipos de cuentos futuros ("entre las obras que no he escrito ni escribiré —pero que de alguna manera me justifican, siquiera misteriosa y rudimentariamente— hay un relato de unas ocho o diez páginas cuyo profuso borrador se titula Funes el memorioso") y tramas de cuentos nunca escritos ("otra de esas ficciones constará de un diálogo tranquilo y abstracto; gradualmente se comprenderá que los interlocutores son Judas y Jesús...") Al lector de Borges le agradará encontrar, en fin, más allá de pruritos respecto a la difusión de la obra no autorizada por él, de cuerpo entero, a Jorge Luis Borges. –

Fuente Letras Libres  -  México


Sobre la presencia de Las mil y una noches en “El Sur” de Borges

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Por Maritza Requena

De un rey que entrega, al despuntar el día,
su reina de una noche a la implacable
cimitarra, nos cuenta el deleitable
libro que al tiempo hechiza todavía.

Borges: “Ariosto y los árabes.”

En el siguiente artículo quisiera remitir el famoso cuento de Borges “El Sur” no al Martín Fierro sino a Las mil y una noches porque este intertexto pone de manifiesto el interés de Borges por la cultura oriental.

Juan Dahlmann, protagonista de este cuento, es un bibliotecario y asiduo lector; lee la realidad a través de los referentes literarios del Martín Fierro y de Las mil y una noches. En su análisis Guillermo Gotschlich plantea que “El Sur” tendría como fundamento el tópico de las armas y las letras, puesto que Dahlmann posee una doble naturaleza derivada de su doble linaje germano-argentino. De su abuelo paterno, pastor de la iglesia evangélica, habría heredado su naturaleza pasiva y reflexiva que se manifiesta en su oficio. Por otro lado, su abuelo materno representa a los hombres que pelearon y murieron de manera valerosa. Estos antecedentes dan cuenta de una dualidad: “la del arte de la palabra confrontada con la lucha, la del pensamiento con la acción, o si se quiere, la de la página historiada con la guerra.” (56) Gotschlich afirma que el eje de la narración es la visión de la realidad a partir de un complejo espectro de imágenes literarias, por lo tanto, “la irrealidad que domina al texto, reside de manera esencial en la visión libresca que domina en la consciencia de Dahlmann.” (58) Las influencias literarias de Dahlmann son tres: Las mil y una noches en la versión de Weil, Martín Fierro y Pablo y Virginia (novela que también es referente de Madame Bovary y funciona como un modelo literario que condiciona su romanticismo). Estos libros desempeñan, cada uno a su manera, un papel fundamental en la lectura del cuento. La lectura del Martín Fierro sería determinante en el tipo de muerte que escoge Dahlmann, ya que el duelo a cuchillo en la llanura constituye una muerte literaria que sigue el modelo del gaucho argentino representado por el Martín Fierro. Al respecto, Allen Phillips sostiene que:

“El Sur presenta una muerte doble: la que en el sanatorio experimenta Juan Dahlmann y la que sueña el moribundo. En su sueño emprende un viaje regresivo hacia el pasado y hacia el Sur, donde realiza su propio destino al morir en una de esas muertes típicas de la literatura gauchesca del siglo XIX. La acción supone, pues, un anacronismo presentado a través de la alucinación del personaje central.” (140)

En el cuento se enfatiza que Dahlmann elige su identidad y su destino, se dice que su criollismo es voluntario:

“(...) morir en una pelea a cuchillo, a cielo abierto y acometiendo, hubiera sido una liberación para él, una felicidad y una fiesta, en la primera noche del sanatorio, cuando le clavaron la aguja. Sintió que si él, entonces, hubiera podido elegir o soñar su muerte, ésta es la muerte que hubiera elegido o soñado.”

En este párrafo se manifiesta claramente la preferencia de Dahlamnn y sobre todo su voluntad. Esta vitalidad demostrada al momento de morir se opone a la pasiva vida de bibliotecario, Dahlmann deja la inactividad de la lectura para actuar como Martín Fierro.

“A la literatura en sí parece oponerse la nueva vitalidad que experimenta Dahlmann al iniciar su viaje al pasado. Abandona, como vimos, la lectura porque ya no le entusiasmaban los milagros de Sherezada, y prefiere entregarse a la felicidad de vivir.” (Phillips 145)

Siguiendo el estudio de Zunilda Gertel el libro de Las mil y una noches juega un papel primordial como causa del accidente y también como estímulo psíquico, pues sirve para ilustrar las pesadillas de Dahlmann durante la primera noche de fiebre. Aquí los relatos de Las mil y una noches operan como modelos literarios, pero cuando Dahlmann deja de leer en la pulpería para actuar a la manera del gaucho Martín Fierro, entonces, la función del libro es contraponer el mundo intelectual con el mundo primitivo de la pampa. De esta manera, el tópico de las armas y las letras cobra sentido por la lectura o no lectura del libro maravilloso, el cual conecta, como vemos, las dos identidades de Dahlmann.

Según Gertel, el libro también representaría el laberinto ya que Las mil y una noches es el ejemplo clásico de los relatos que contienen otros relatos. La estructura de la ficción dentro de la ficción, es decir, que una historia contenga otras historias, sugiere la idea de infinito y produce que se pierdan los límites entre la ficción y la realidad. El propio Borges se refiere a esta estructura del relato enmarcado y sus efectos en “Magias parciales del Quijote”:

“¿Por qué nos inquieta que el mapa esté incluido en el mapa y las mil y una noches en el libro de Las mil y una noches? ¿Por qué nos inquieta que don Quijote sea lector del Quijote, y Hamlet, espectador de Hamlet? Creo haber dado con la causa: tales inversiones sugieren que si los caracteres de una ficción pueden ser lectores o espectadores, nosotros, sus lectores o espectadores, podemos ser ficticios.” (Otras Inquisiciones 75-76)

Sobre la idea de infinito Borges señala, en su conferencia sobre “Las mil y una noches”, que el título ya sugiere un libro infinito:

“En éste hay otra belleza. Creo que reside en el hecho de que para nosotros la palabra “mil” sea casi sinónimo de infinito. Decir mil noches es decir infinitas noches, las innumerables noches. Decir “mil y una noches” es agregar una al infinito (...) La idea de infinito es consustancial con Las mil y una noches.” (Siete Noches 61)

En este sentido, Las mil y una noches, como ejemplo de inclusión del relato en el relato o el libro que se contiene a sí mismo, es símbolo de la estructura de “El Sur”, puesto que considero en mi postulación que el relato del sueño de Dahlmann, se incluye dentro de la historia de “El Sur”, así como los relatos de Shahrazad se incluyen en una historia situada en un nivel narrativo mayor.

El ejemplar que Dahlmann consigue es el de Gustavo Weil, una de las cuatro versiones alemanas de Las mil y una noches y que, justamente, Borges comenta en “Los traductores de Las 1001 Noches.” La traducción de Weil, un bibliotecario judío, estaría influenciada por las Escrituras. Las historias que Dahlmann lee en el tren son el relato de la montaña de piedra imán y el del genio que ha jurado matar a quien lo libere. El vínculo con estos relatos es la relación entre el destino y la libertad, por un lado, y la elección del tipo de muerte, por otro. La relación intertextual establece la conciliación de los términos opuestos de voluntad y destino. Se observa esta idea en las siguientes líneas: “Viajar con este libro, tan vinculado a la historia de su desdicha, era una afirmación de que esa desdicha había sido anulada y un desafío alegre y secreto a las frustradas fuerzas del mal.”

El relato sobre la montaña de piedra imán corresponde a la historia del tercer saaluk, enmarcada en la historia del faquín con las jóvenes. El tercer saaluk señala que, a diferencia de sus dos compañeros, a quienes todo se lo ha causado el destino y la suerte, la causa de que él lleve el mentón afeitado y que haya perdido un ojo radica en él mismo. El saaluk reconoce que él ha sido el causante de lo que le ha ocurrido. Él es un rey, su ciudad estaba situada a la orilla del mar y rodeada de islas. Decidió viajar a inspeccionar las islas y se embarcó en una escuadra de diez buques con provisiones para un mes. Viajó durante veinte días hasta que, tras una noche de huracán, perdieron el rumbo. Después de un par de días navegando, el vigía vio a lo lejos una mole negra que unas veces parecía negra y otras, blanca; se trataba del monte de la piedra negra, llamada piedra magnética, cuyo poder es atraer los objetos de hierro. Las aguas conducían al buque hacia esa dirección, lo cual hacía inevitable el naufragio, pues, al llegar, todos los clavos del buque serían atraídos por la montaña. Así sucedió y el saaluk se salvó. En un sueño una voz le dijo que cuando despertara cavara debajo de sus pies, donde encontraría un arco de cobre y tres flechas de plomo, con los cuales debería atacar al caballero que estaba encima de la cúpula, ya que mientras éste no se cayera, la montaña seguiría atrayendo el hierro de las embarcaciones. Al derrotarlo las aguas subirían hasta cubrir el monte, allí habría una lancha con una persona que lo llevaría hasta el mar de la Salvación, donde encontraría quién lo llevase a su país siempre que no mencionara el nombre de Dios. Así lo hizo el saaluk, pero al ver las islas de la Salvación se alegró tanto que mencionó el nombre de Dios, entonces, fue lanzado al mar y la lancha emprendió el regreso. Nadando llegó a una isla que tenía una puerta que conducía hacia jardines subterráneos, allí encontró un caballo que montó, al descabalgar, el caballo le dio un golpe con la cola en el ojo, y al volver a Bagdad se afeitó el mentón y se convirtió en saaluk.

Se puede advertir que en esta historia la idea de la predestinación no anula la libertad, si bien el motivo del viaje ya implica el cumplimiento de un tipo de destino, tal como ocurre en “El Sur”: Dahlmann puede escoger morir en un duelo a cuchillo en la llanura en vez de hacerlo en un sanatorio.

La noción de destino aparece de manera reiterativa en “El Sur”, ya sea de manera explícita o aludiendo a él con distintas expresiones: “(...) el destino puede ser despiadado con las mínimas distracciones” –se dice justo antes del accidente–; “(...) Dahlmann se echó a llorar, condolido de su destino”– la condolencia ante el destino da cuenta de un deseo de cambiarlo–; “increíblemente el día prometido llegó” –el día prometido es el día en que Dahlmann emprende el viaje a la estancia en el Sur–; el otoño “era como un símbolo natural de su destino rescatado de la muerte y la fiebre”, “era como si el Sur hubiera resuelto que Dahlmann aceptara el duelo”.

Dahlmann crea otra realidad para corregir su destino y su deseo de morir a la manera del gaucho Martín Fierro se realiza en la forma de un viaje soñado. Considero que Dahlmann, luego de leer el Martín Fierro y Las mil y una noches, escribe su destino, elige cómo morir y realiza su deseo a través de una narración.

En su ensayo “Las mil y una noches” Borges reconoce, en la aparición de un genio al frotar una lámpara, la causalidad de la magia y recuerda precisamente la historia del pescador y el genio. Esta historia se trata de un pescador que, a la tercera vez que arroja su red al mar, saca un jarro de cobre dorado, lleno, cuya boca estaba sellada con plomo y que tenía el sello de Salomón. Al abrir el jarro sale un humo que se transforma en un genio. El genio le cuenta al pescador que era uno de los genios que se rebeló contra Salomón y que por eso lo había encerrado y lo había arrojado al mar. Durante cien años juró que a quien lo liberara lo enriquecería por toda la eternidad, pero nadie lo sacó. Durante cien años más juró que entregaría todos los tesoros del mundo a quien lo liberara, pero nadie lo liberó. Así pasaron cuatrocientos años. Juró que le concedería tres gracias al que lo liberara de su encierro, pero nadie lo hizo. Hasta que, enojado, juró que mataría al que lo liberara, pero él podría morir como quisiera. Así el genio le plantea al pescador que debe elegir cómo quiere morir. El hecho de que ésta sea una de las historias que Dahlmann lee enfatiza el carácter electivo de su propia muerte.

Las mil y una noches es modelo de las historias que salvan de la muerte, de acuerdo a ello contar un buen relato constituye la oportunidad de vivir. Además, para conseguir más tiempo de vida, la forma de narrar debía despertar la curiosidad de quienes oían el relato, de manera que Shahrazad, debe mantener al rey en suspenso, y, por lo tanto, se demora varias noches en llegar al final de sus historia y el rey, entretenido, desea que le cuenten más historias tanto o más maravillosas que las que ya ha oído. El personaje de Shahrazad demuestra que contar una buena historia permite salvarse de la muerte, constituye así un modelo para Dahlmann, ya que la narración permite prolongar el tiempo de vida, aplazar la muerte y cambiar el destino. “En las Mil y una noches Shahrazad es personaje y también creadora de la ficción. Dahlmann, protagonista, crea el viaje a su destino, y el sueño así se justifica.” (Gertel 52)

Dahlmann, a través del relato-sueño, tiene la posibilidad de reescribir su propia muerte, así se retrasa la muerte mediante la narración:

“Dahlmann, como Shahrazad, crea un relato, el viaje de convalecencia al Sur, para postergar una muerte no deseada. Así el viaje posterga y modifica una muerte. Se narra para no morir, el sujeto se refugia en el relato que emite. Mientras narra seguirá viviendo. Sin embargo, lo narrado conduce a la muerte.” (Rodríguez 23)

Hay, entonces, una similitud entre los personajes de Dahlmann y Shahrazad como narradores, aunque su narración tenga objetivos distintos. Mientras que en un caso se narra para conservar la vida, en otro, se narra para crear una manera de morir: “Así Dahlmann, a diferencia de Shahrazad no intercambia relato por vida, sino muerte degradada y accidental, por muerte elegida o soñada.” (Rodríguez 24)

El retraso de la muerte mediante la narración supone una dilatación del tiempo, así la elaboración textual interviene para conseguir una muerte desviada en un final ilusorio. En otros cuentos de Borges la ruptura del tiempo puede manifestarse en su detención o en su repetición, por ejemplo, en “El milagro secreto” el tiempo se detiene para que Hladík termine su obra dramática.

En conclusión, el intertexto de Las mil y una noches funciona como un modelo literario, de manera que su presencia no responde solamente a la fascinación de Borges por el tema del libro de Las mil y una noches sino que es clave para comprender la estructura narrativa del cuento. Además enfatiza las concepciones del destino y de la muerte que operan en el relato, esto es su posibilidad de cambio. Queda mucho que decir acerca del interés de Borges por este libro, la cultura árabe, el Islam y el Corán, el cual se ve reflejado en toda su obra literaria, tanto en narrativa como en poesía.

Fuentes citadas

Borges, Jorge Luis: Ficciones. Buenos Aires. Emecé. 2004.

_____________: Otras Inquisiciones. Buenos Aires. Emecé. 2005.

_____________: Siete Noches. México, D. F. Fondo de Cultura Económica. 2001.

Gertel, Zunilda: “El Sur, de Borges: búsqueda de identidad en el laberinto.” Nueva Narrativa Hispanoamericana. Vol. 1. Nº 2. Septiembre. 1971.

Gotschlich, Guillermo: “Lectura borgeana de la literatura gauchesca. Ensayos y cuentos.” Revista Chilena de Literatura. Nº 57. 2000.

Phillips, Allen: “El Sur de Borges.” Revista Hispánica Moderna. Nº 2. 1963.

Rodríguez, Mario: “La postergación: un nuevo sentido de El Sur de Jorge Luis Borges.” Acta Literaria. Nº 12. 1987.

Fuentes consultadas

Anónimo: Las mil y una noches. Barcelona. Planeta. 2000. Tomo I. Traducción, introducción y notas de Juan Vernet.

Fuente :  Arabismos blogspot.com

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