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Una religión llamada Borges

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Luis Roux

El verano es una estación tan buena como cualquier otra para leer los textos sagrados del gurú ciego. Sugiero a los novicios empezar por leer la gran Historia universal de la infamia

En la novela La piedra lunar, de Wilkie Collins, el mayordomo, Gabriel Betteredge, apela a la lectura de Robinson Crusoe para encontrar la solución a todos sus problemas inmediatos.

Abre la novela al azar y encuentra respuesta a sus dudas y consuelo a su alma. A veces encuentra el problema al que le daba solución una lectura de la noche anterior.

Yo nunca tuve un libro en particular que cumpliera tan altas exigencias pero sí un autor: Jorge Luis Borges.

Me cayó del cielo un libro que recogía la obra en prosa de Borges desde Discusión hasta El Libro de arena. Eran 813 páginas en octava que abarcaban sus escritos en prosa desde 1932 hasta 1975.

Era el año 1978 y este era un autor vivo al que no conocía. No tenía ni idea. No conocía ni siquiera la leyenda negra. No sabía que era facho. No sabía que era difícil.

Empecé a aprender sobre Borges leyéndolo. Tenía 15 años y me convertí en acólito, en propagandista, en misionero de Borges. Lo empecé a leer al azar, primero los cuentos.

Pronto empecé a alucinar. Cuando agarré El milagro secreto no podía creer lo que me estaba pasando.

El protagonista es un judío condenado a muerte por la Alemania nazi.

Es un dramaturgo y lo que lamenta es que la obra de teatro que está escribiendo quedará inconclusa. Necesitaría un año más para terminarla.

La noche anterior a la ejecución sueña que Dios le concede el año que necesita.

A la hora señalada, el capitán da la orden de fuego al pelotón y las balas salen de los fusiles.

El protagonista ensaya un grito pero las balas se detienen en el aire. El héroe no puede moverse ni lo necesita. Ve el pelotón apuntándole y las balas que proyectan una débil sombra.

Tarda en comprender qué sucede. El autor lo dice de manera sucinta: “El universo físico se detuvo”.

Dios le había concedido el año para terminar la obra, pero ese tiempo solo pasaría en su mente.

El dramaturgo logra, de memoria, completar la obra y el mundo se reanuda, las balas siguen su camino y el hombre muere, con la tranquilidad espiritual del deber cumplido. “La cuádruple descarga lo derribó”.

¿Qué dios de piedad serena y elegancia infinita le había concedido ese milagro tan íntimo?

Yo hasta ese momento me decía ateo pero empecé a revisar mi postura, empecé a pensar en el asunto. Cerré el libro y empecé a pensar.

La maravilla acechaba por todas partes. En La lotería en Babilonia el juego se vuelve demencial cuando se instauran los premios negativos. Al principio eran multas, luego días de cárcel y luego eran castigos cada vez más complicados.

Un esclavo roba un billete cuyo premio es que le quemen la lengua. Esa era exactamente la pena por robar un billete.

“Algunos argumentaban que merecía el hierro candente en su calidad de ladrón; otros, magnánimos, que el verdugo debía aplicárselo porque así lo había determinado el azar”.

Sin embargo, el Borges más entrañable es el de los ensayos. Tiene una capacidad de ser brillante sin apabullar.

Logra discurrir sobre filosofías, historias, literaturas y culturas de oriente y occidente con una brevedad y una simplicidad milagrosas.

Provoca, mediante estratagemas de una habilidad que parece hechicería, la sensación de que el lector está entendiendo cosas muy difíciles porque el lector es muy inteligente.

Para cualquiera cuya ambición sea escribir correctamente en español, yo diría que la lectura de Borges es imprescindible, pero lo esencial es el placer que provoca esa lectura.

“Nadie tiene el derecho de privarse de ese placer, la Comedia”, dice Borges en referencia a la novela de Dante.

Yo creo que tampoco hay derecho de ignorar el universo literario de Borges. Sería un lujo muy caro, un pecado capital.

Fuente : El Obsevador



Análisis y representaciones del «Ajedrez», de Jorge Luis Borges

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Por Alejandra González Hermosilla

Palabras iniciales:

El juego de las interpretaciones y la infinidad exorbitante de realidades no imaginadas dentro de un complejo textual logran su punto de encuentro en el análisis de la instancia narrativa y de la consideración de los elementos que lo constituyen, es decir, de todos aquellos elementos que hacen que la realidad se construya dentro de este corpus textual. Especialmente cuando tratamos con el elementos de carga significativa mayor en el plano de las interpretaciones.

El tema que se desarrollará en este escrito y tal como lo quiere presentar este introito será: «El complejo lírico como un tablero de ajedrez, juego y magia en la lírica de Borges». El objetivo general presentar el tablero de ajedrez como lugar de múltiples significancias. Y los objetivos específicos son analizar los elementos que componen el complejo textual del poema Ajedrez y determinar la analogía que se establece del tablero de ajedrez y su representación en la realidad concreta.

Cuerpo interpretativo:

«El ajedrez representa la vida, su organización y la resolución de sus conflictos».[1]

La revista de crítica cultural, en el artículo de Nancy Fernández, titulado Poéticas del margen. César Aira y Arturo Carrera, postula que «Escribir el (y sobre) el margen es una toma de posición que define el perfil del autor, en su relación con la experiencia de vida y trabajo».[2] Esto quiere decir que una experiencia puede determinar mi modo de expresión o ciertos rasgos que son interesantes de analizar, al mirar la vida de Borges y la influencia de su padre en sus escritos, resulta imposible no asociar sus representaciones de la vida con el legado filosófico que su progenitor le entregó. Esto queda claramente reflejado en las siguientes líneas: «Mi lector notará en algunas páginas la preocupación filosófica. Fue mía desde niño, cuando mi padre me reveló, con ayuda del tablero del ajedrez (que era, lo recuerdo, de cedro) la carrera de Aquiles y la tortuga».[3] Es, en definitiva, lo que hace que Borges conciba la propia poesía como un tablero de Ajedrez: «Ajedrez misterioso la poesía, cuyo tablero y cuyas piezas cambian como en un sueño y sobre el cual me inclinaré después de haber muerto».[4]

Pensar, sentir, observar o determinar en alguna media el pensamiento de un autor al momento de escribir un texto, es sumamente complicado, no sólo por las instancias que conocemos, que pertenecen a los niveles de los sujetos de la escritura, sino también a la mente de un escritor. Pero al hacerse repetitivo su pensamiento, su decir, su actuar, nos invita a entrar en el juego de las representaciones, en el mundo de las interpretaciones, y es precisamente aquí donde podemos descubrir qué es lo que el sujeto de la enunciación nos quiere contar.

La mirada general frente a un tablero de ajedrez es que es un juego de estrategias, donde uno de los jugadores termina siendo el vencido y el otro el ganador. Pero para Borges y otros escritores como Lewis Carroll en su libro, Alicia a través del espejo, y Julio Cortazar en varios de sus escritos los postulan como el lugar donde las figuras de diferente nivel y colores contrarios y radicalmente opuestos confluyen en un combate, en un lugar determinado que ya no sólo es el tablero de ajedrez sino que es la vida. Pero las piezas del ajedrez no se mueven solas, es imposible, no tienen vida a menos que exista algún jugador que las mueva, dirija, en la representación de Borges el tablero de ajedrez es la vida, y en ella se juega indefectiblemente una batalla. Al decir en su poema Ajedrez que hay un Dios que mueve las piezas está claramente representando la postura de oposiciones que encontramos en las disyuntivas precisas del existir: el blanco y el negro, el bien y el mal y preguntas básicas como el quién ganará. En qué se constituyen todas estas imágenes a la hora de leer este juego, a la hora de interpretar la batalla, en la hora en la cual la piezas cobran vida y ya no hablamos del simple tablero de ajedrez, sino de una batalla, una que hay que ganar o perder, una que terminará con la declaración al rey de jaque mate. Bien dicen que para ganar la partida hay que conocer al oponente, pensar como él pensaría y actuar en el juego anticipándose a los movimientos del otro para así vencerlo.

Representaciones:

El tablero es la vida, y sus infinitas posibilidades de victorias y derrotas, en su plataforma se ubican los trebejos, que son en orden: la torre, el caballo, el alfil, la reina, el rey, alfil, caballo y torre nuevamente para cerrar la primera fila de ocho piezas, y luego en la fila segunda o primera línea en la «batalla» encontramos a los peones. Cada una de las figuras representa algo en el campo de batalla.

«Adentro irradian mágicos rigores/ las formas: torre homérica, ligero/ caballo, armada reina, rey postrero,/ oblicuo alfil y peones agresores».

El Peón: es un soldado de infantería que está subordinado y que va a pie a la batalla, son los de las primeras líneas, protegen la escuadra mayor de guerra.

La Torre: es la segunda pieza más fuerte en el tablero de ajedrez, tiene sólo una única limitación que es que no puede saltar por sobre otras piezas, excepto en el acto de enroque. En sus inicios era llamada Roque, de roca.

El Caballo: es un arma de caballería, la única pieza autorizada para saltar por sobre otras piezas y que además tiene movimiento de ‘L’.

El Alfil: Simboliza a un oficial de ejército o funcionario medio, se mueve en forma diagonal.

La Reina: es la pieza más poderosa del ejército, se puede mover de cualquier manera, sólo no puede saltar.

El Rey: es la cabeza del ejército y a quien se debe proteger, representa figurativamente precisamente al jugador, ya que es a esta figura a la cual hay que proteger para no perder el juego o batalla.

«El ajedrez es un juego de variaciones infinitas. Si las jugadas que se hacen sobre el tablero correspondieran a la realidad, las variantes imaginadas, pero no hechas, equivaldrían a ficciones literarias».[5] La trascendencia es un concepto que no podemos dejar de lado cuando pensamos en analizar un escrito, sea cual sea, y la intencionalidad de Borges quien no sólo es un presentador de las figuras de la batalla, sino que también un ecuánime caracterizador, presentando no sólo la visión superficial sino que también la visión epistemológica de los conceptos.

«Tenue rey, sesgo alfil, encarnizada/ reina, torre directa y peón ladino/ sobre lo negro y blanco del camino/ buscan y libran su batalla armada».

Es el tenue rey, el protegido pero a la vez cara visible y protagonista en la batalla. El sesgo alfil en símil con el concepto de elefante, que es el significado de la palabra, cuando los árabes usaban a los elefantes para salir a la lucha, y con su imponencia y simple postura vencían; la encarnizada reina es la pieza más importante, quien está facultada de autoridad y es capaz de realizar casi todos los movimientos, el peón ladino el que ocupa la primera fila el que pelea no por porte sino por convicción y compromiso a la corona son los que están presentes en la representación de Borges, en esta analogía de la realidad, de la vida.

El espacio en el que se desarrolla la confluencia de adversarios, el tablero de ajedrez es un «…ámbito en que se odian dos colores». Los dos colores presentes en este juego son el blanco y el negro, en la batalla serían ejércitos contrarios, los buenos y los malos, donde la ventaja la tiene el que parte o sea el blanco y donde el segundo adopta la postura defensiva para vencer.

La segunda parte del poema nos habla respecto de que la batalla jugada en este tablero, no es cualquier batalla y no representa la simplicidad de cualquier jugador.

«Dios mueve al jugador, y éste, la pieza». Luego las siguientes líneas del verso nos muestran el común y constante cuestionamiento del ser humano, la tierra es el tablero, la vida es aquel lugar que hay que preservar y el lugar para conseguir seguir viviendo. ¿Existirá alguien, que mueve las «piezas» de manera determinada y predeterminada?, ¿será acaso ese «alguien» el que determina la vida ser humano, para determinarlo como tal? Aquel que decide quién será el rey y las estrategias para protegerlo.

Jaime Alazraki describe perfectamente el juego que Borges realiza a la hora de relacionar simbólicamente la realidad con sus múltiples relaciones: «El sentido simbólico del juego como una contienda entre dos ejércitos que buscan la victoria, está aludido por Borges en su poema Ajedrez». Borges representa a la vida como el tablero de ajedrez y ahí volvemos al concepto citado anteriormente de que el ajedrez es un juego de relaciones infinitas y que sólo en la mente de quien dirige el juego, en el poema, Dios, se encuentra la victoria, el destino se encuentra en un tablero bicolor que adquiere significancia cuando las figuras están allí puestas, pero mucho más que eso, cuando existe alguien interesado en jugar la partida.

Palabras finales:

- No conjugar los conceptos de juego y realidad en Borges, sobre todo en su poema Ajedrez, resulta imposible, la impresionante calidad de representación, de alineación, de complicidad en los conceptos nos lleva a reconocer la presencia de estos elementos en su lírica.

- El complejo textual en su proceso de semiosis nos lleva interpretar los elementos que constituyen el texto para poder representarlo de alguna manera u otra. Borges consigue que en este tablero compuesto de colores opuestos se logre precisamente la lectura de la reunión de elementos opuestos que se enfrentan por conseguir sobrevivir y proteger el porqué de sus luchas. Nos permite entender que este juego adquiere vida y magia cuando existe quien está detrás de los trebejos, quien idea las jugadas y quien nos dirige a la búsqueda de sentidos, quien ya vio cómo llegar al objetivo aun cuando sólo se ha movido la primea pieza o cuando un «jaque» nos encuentra con una jugada mal lograda.

«La efectividad poética del símbolo depende, creo yo, de la capacidad del artista para encontrar una figura adecuada capaz de convocar simultáneamente este doble nivel en la representación, al que denomino el fenoménico y el absoluto, sin que ninguno de estos dos niveles prevalezca en la representación hasta el punto de anular el otro». [6]

Quisiera terminar este escrito con las mismas palabras que utilicé al inicio del cuerpo del trabajo, porque creo que engloban, sin lugar a dudas, el sentido desarrollado en las líneas anteriores: «El ajedrez representa la vida, su organización y la resolución de sus conflictos».


Bibliografía consultada:

- Pérez, Alberto Julián (1986). Poética de la prosa de J.L.Borges. Madrid, España: Editorial Gredos.
– Alazraki, Jaime (1983). La prosa narrativa de Jorge Luis Borges. Madrid, España: Editorial Gredos.
– Vargas Pereira, Javier (2001). Jorge Luis Borges y el Ajedrez. Revista literaria de ajedrez. Colombia.
– Pedró Fernando (2001). Jorge Luis Borges y el ajedrez.
– http://www.metajedrez.com.ar/vargas.htm. Consultado el 10 de mayo de 2008.
– Fernández, Nanci (2007). Poéticas del margen. César Aira y Arturo Carrera. Revista de Crítica cultural volumen 2, número 1. Versión electrónica: (http://www3.unisul.br/paginas/ensino/pos/linguagem/critica/0201/02.htm)
– Borges, Jorge Luis (1989). Obras completas: El Oro de los Tigres. Emecé, Buenos Aires, Vol.II, pág.517.
– Borges, Jorge Luis (1964). El otro, el mismo. Emecé, Buenos Aires, Argentina.

Notas

[1] Vargas Pereira, Javier (2001). Jorge Luis Borges y el Ajedrez. Revista literaria de ajedrez.
[2] http://www3.unisul.br/paginas/ensino/pos/linguagem/critica/0201/02.htm
[3] Prólogo a El oro de los tigres, 1972.
[4] Prólogo a El otro, el mismo, 1964.
[5] http://www.metajedrez.com.ar/vargas.htm
[6] Texto extraído del libro de Pérez, Alberto Julián (1986). Poética de la prosa de J.L.Borges. Madrid, España: Editorial Gredos. Página 130, bajo el título Símbolos cronotópicos.

Alejandra Loreto González Hermosilla. Profesor investigador proyecto MIMETIC Chile. Profesor Ad Honorem. Universidad de La Frontera (Chile). Profesor de Castellano y Comunicación Colegio Nueva Concepción, Temuco-Chile. Licenciado en Educación.
Es egresada de la Universidad de La Frontera, UFRO en la carrera de Pedagogía en Castellano y Comunicación, con la especialidad de interculturalidad, y en Licenciatura en Educación.
En el campo de la educación ha trabajado en investigación sobre temáticas evaluación universitaria; Generación de instrumentos audiovisuales como recursos pedagógicos. Ha estudiado e investigado la importancia de la creatividad y el desarrollo de las habilidades comunicacionales en los estudiantes, desde el punto de vista conceptual como práctico creando proyectos de desarrollo teatral en aula.
Desde el campo de la especialidad trabajó como ayudante de investigación en el Doctorado de Comunicación Intercultural de la Universidad de La Frontera (proyecto en curso).


Fuente : Revista Almiar – Margen Cero


Borges y sus laberintos

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En este texto inédito, la destacada pensadora tucumana , María Eugenia Valentiérecientemente fallecida, analiza uno de los símbolos que caracterizan la obra del autor de "Ficciones".

Por María Eugenia Valentié.

Como todos los borgeanos lo saben, el laberinto es uno de los símbolos más recurrentes en la obra de Borges. Pedro Luis Barcia dice: "Laberinto es una de la media docena de palabras que todo lector asocia espontáneamente con Borges". Como refugio, trampa o camino de iniciación, el laberinto formó parte de la cultura humana desde sus comienzos.
También parece haber formado parte de la prehistoria literaria de Borges. Según María Esther Vázquez, "una de las obsesiones infantiles que trasladó a la literatura fue el laberinto. En su casa había un libro que mostraba las Siete maravillas del Mundo y entre ellas estaba, por supuesto, el Laberinto de Creta. El niño lo observaba incansablemente y creía que si hubiera contado con una lupa muy grande hubiera podido ver al Minotauro en su centro". Como adulto, sin duda, lo vio en La casa de Asterión, recorriendo esos interminables corredores construidos por Dédalo.
Según el mito clásico, esta historia comenzó en una playa, una noche en que la reina Pasifae vio surgir del mar un hermoso toro blanco, animal sagrado de Creta. De ese encuentro entre la reina y el toro nació el Minotauro. Cuando el rey Minos vio al monstruo, hizo construir un laberinto para ocultarlo. Dédalo, el mejor arquitecto, "hizo una casa labrada para confundir a los hombres", una de las definiciones del laberinto que se encuentra en la obra de Borges. Los que entraban a esa casa ya no salían vivos jamás.
Son numerosos los autores que retomaron esta historia y su protagonista. Pero, a pesar de sus antecedentes, el Minotauro de Borges es único. Es un solitario que juega como un niño, que inventa a otro para poder jugar mejor, que no aprendió a leer ni le importa, que se asoma a la calle donde los hombres lo rechazan o le temen, pero él desprecia a la plebe porque recuerda que su madre es una reina. Es el que espera un salvador, que se llamará Teseo y lo matará sin que él se defienda.

Historias que se bifurcan

Todo laberinto, como casa, construida para que los hombres se pierdan, supone una serie de lugares uniformes, de encrucijadas siempre iguales, de sendas que bifurcan monótonamente. A veces aparece algún signo distinto y el que lo sigue descubre luego que está otra vez en el punto de partida donde se perdió. En Atlas, Borges le dedicó un poema que reproduce en sus palabras y en su ritmo la forma del laberinto. El último verso dice: "Este es el laberinto de Creta cuyo centro fue el Minotauro que Dante imaginó como un toro con cabeza de hombre y en cuya red de piedra se perdieron tantas generaciones, como María Kodama y yo nos perdimos en aquella mañana y seguimos perdidos en el tiempo, ese otro laberinto".
Pero ya habían pasado años desde que Borges había hablado del tiempo como laberinto en un cuento que es, en sí mismo, laberíntico: El jardín de los senderos que se bifurcan. El protagonista, un chino que es un espía, en el día que sabe que va a morir, va a ver un académico inglés que posee el libro de Ts'ui Pên, su ilustre antepasado. Este, que era un hombre muy poderoso, se retiró con el propósito de hacer un laberinto y escribir una novela. El laberinto no se encontró nunca y el libro decepcionó a sus lectores, pues era confuso, incoherente y contradictorio. Por ejemplo, un personaje que muere en un capítulo, aparece actuando en el siguiente; un ejército en una parte es derrotado y en otra celebra su triunfo; etcétera. Pero el erudito le da la clave. Ts'ui Pên "creía en una infinita serie de tiempos, en una red creciente y vertiginosa de tiempos divergentes, convergentes", y en esos tiempos se dan todas las posibilidades, y cada posibilidad, a su vez, engendra nuevas situaciones. De esa manera la novela va creciendo como un jardín cuyos senderos se bifurcan infinitamente y es un laberinto infinito como el tiempo. Laberinto, novela y tiempo son lo mismo. Todavía hoy científicos y filósofos siguen preguntándose sobre la naturaleza del tiempo y sobre la posibilidad de que existan distintas corrientes de tiempos, lo que originaría también múltiples universos.
Todo esto nos lleva a concluir que hay dos clases de laberintos: unos son hechos por el hombre y, en consecuencia, el hombre puede descubrir sus claves; y otros, los más terribles, no son obra de los seres humanos. Ese es el tema de Los dos reyes y los dos laberintos. En este cuento, el rey de Babilonia hace construir un complejo y bello laberinto de bronce e invita al rey de Arabia para que lo visite. Lo deja solo dentro del laberinto, y el visitante se pierde y empieza a recorrer infinitos pasillos, escaleras y muros. Ya desfalleciente, le pide a Dios que le ayude a encontrar la puerta y puede salir. Sin emitir una queja, le dice al rey de Babilonia que en Arabia tiene un laberinto que le hará conocer. Vuelve a su país y regresa con un ejército que arrasa Babilonia, toma prisionero al rey y lo deja en el desierto donde se pierde y termina muriendo de hambre y sed. En este cuento, el desierto es lo totalmente homogéneo, sin señales, el caos primitivo, un ámbito en el que no hay claves para el hombre.
En un poema, incluido en el libro Elogio de la sombra, extiende esta visión del laberinto a todo el Universo. Dice: No habrá nunca una puerta. Estás adentro / Y el alcázar abarca el universo / Y no tiene anverso ni reverso/ Ni externo muro ni secreto centro / No esperes que el rigor de tu camino que tercamente se bifurca en otro / tendrá fin. Es de hierro tu destino.
El universo, como el desierto que mató al rey de Babilonia, no tiene puertas ni límites precisos. No hay centro, ni un afuera, ni un adentro. Nada lo trasciende, ni siquiera la inteligencia o la pasión del hombre. Es un Todo que lo encierra como una prisión cuyos límites desconoce.
Pero, como ya lo sabía el viejo Aristóteles, el hombre tiende naturalmente al conocimiento. Siempre quiere ir más allá: quiere saber. Por eso hace ciencia, filosofía, religión y hasta mitología. Y no sólo quiere conocer el universo sino también buscar el sentido de su existencia. Cuando el hombre alcanza una postura vertical cambia su percepción del espacio en el que debe orientarse. Percibe las cuatro direcciones horizontales, cortadas por el eje arriba / abajo, lo que origina la noción de centro. Para las antiguas mitologías, la idea del centro del mundo tiene una importancia fundamental, pero esta noción no era concebida desde un punto de vista geográfico ni geométrico sino espiritual. El centro era el lugar donde se concentraba la sacralidad, el sitio por donde pasaba el eje del mundo, que comunicaba la Tierra con el Cielo y el Infierno.
En Los Conjurados, su último libro, aparece una nueva versión del laberinto, Dice: Nuestro hermoso deber es imaginar que hay un laberinto y un hilo. Nunca daremos con el hilo, acaso lo encontramos y lo perdemos en un acto de fe, en una cadencia, en un sueño, en las palabras que se llaman filosofía, en la mera y sencilla felicidad. Aquí estamos lejos de ese otro laberinto que marca un destino de hierro, sin centro ni salida. Quizás tengamos que optar por uno de esos dos laberintos, por el absurdo o por el sentido. Quizás también ocurra que en nuestras vidas pasemos por ambos. Borges nos habla de un hermoso deber. El de buscar el hilo que Ariadna dio a Teseo y que él, después de su triunfo, no supo retener. Y también dice dónde encontrarlo: en la filosofía, en la fe o, simplemente, en la felicidad.
De nuevo estamos ante dos laberintos, que son dos interpretaciones de nuestro ser en el mundo. Podemos sentirnos como prisioneros en un mundo cerrado y absurdo, o vivir la aventura de una búsqueda del sentido último, de un hilo que nos conduzca a un centro donde fluye una sacralidad que nos justifica como seres humanos capaces de cumplir "un hermoso deber". Por supuesto son opciones que surgen de lo profundo, más allá de las pruebas que puede dar o negar la razón razonante. El laberinto en que vivimos puede ser la prueba del absurdo o el camino de una iniciación hacia la luz. En cierta medida, eso depende de cada uno de nosotros. Tenemos libertad para elegir.

María Eugenia Valentié - Profesora Emérita de la Universidad Nacional de Tucumán. Murió el 29 de julio pasado. Fue una de las colaboradoras fundacionales y una de las más asiduas de estas páginas a lo largo de seis décadas.

N. de la D. - Este escrito fue rescatado por Cristina Bulacio.

Fuente :  La Gaceta Literaria – Tucumán
Lunes 16 de Febrero 2015

La muerte y el laberinto en tres cuentos de Borges

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Por Lilian Elphick

Emma Zunz [1] en el país de las pesadillas

No hay maravillas en este cuento; Emma, de casi diecinueve años, está lejos de ser Alicia. Emma es una muchacha tremendamente sola, huérfana, obrera textil que se declara “contra toda violencia”, y los hombres le inspiran “un terror casi patológico”. Tiene un par de amigas de ascendencia judía, como ella, con las cuales va al cine o al gimnasio. Su padre ha muerto en Brasil, tras haber “ingerido por error una fuerte dosis de veronal ”. Manuel Maier es Emmanuel Zunz. Después de haber sido acusado de desfalco por su patrón, el señor Loewenthal, Zunz debe huir a Brasil con un nombre falso. Ahí vive en una pensión, alejado de su familia. Es claro el suicidio. El narrador logra una ambigüedad en la descripción de la carta que Emma recibe: “ nueve o diez líneas borroneadas” de “ un tal Fein o Fain”, compañero de pensión del muerto que, movido por la compasión y el honor, ha decidido insertar la palabra “error” para cubrir el suicidio de Zunz. Pero para Emma su padre ha cometido un acto volitivo: el de darse muerte. Sólo así se entiende su reacción de “ciega culpa, de irrealidad, de frío, de temor.”

Con la muerte del padre, Emma ingresa al laberinto de la venganza y del autocastigo. Al matar a su patrón, ex patrón de su padre, se mata un poco así misma. Vengar al padre viene a significar la autoinmolación de Emma: se hace violar por otro para así demostrar ante la justicia y la sociedad que ella ha obrado por defensa propia. Su coartada es perfecta.
Emma guarda el secreto de su padre y en secreto urde el plan de asesinato. Incluso destruye la carta que notifica el deceso de Zunz. El tiempo adquiere connotaciones laberínticas, en el sentido de que se eterniza: “Procuró que ese día, que le pareció interminable, fuera como los otros”. Incluso, la muerte del padre se repetirá constantemente en el presente eterno de Emma: […] “quiso ya estar en el día siguiente. Acto continuo comprendió que esa voluntad era inútil porque la muerte de su padre era lo único que había sucedido en el mundo, y seguiría sucediendo sin fin.” (Mis destacados).

Con respecto a un pasado un poco menos degradado (“los antiguos días felices”) que el presente, Emma recuerda o trata de recordar, como dice el narrador. Nótese la repetición e intensificación del verbo ‘recordar’: “Recordó veraneos en una chacra, cerca de Gualeguay, recordó (trató de recordar) a su madre, recordó la casita de Lanús que les remataron, recordó los amarillos losanges de una ventana,[…] recordó (pero eso jamás lo olvidaba) que su padre, la última noche, le había jurado que el ladrón era Loewenthal.”
Presente y pasado, memoria y olvido, realidad e irrealidad: estos son los caminos sinuosos de Emma. Ella no puede acordarse de su propia madre, quizás de su rostro, pero ‘piensa’ que ese ser lejano y evanescente que es la madre ha sido violada por el padre: “Pensó (no pudo no pensar) que su padre le había hecho a su madre la cosa horrible que a ella ahora le hacían.” (Mis destacados). Para sobrevivir a esta experiencia, Emma, hija de una violación, se refugia en un vértigo de ojos cerrados para ser violada. Esta doble violación da cuenta de una repetición y de un tiempo circular. La “rasgadura” de Emma se emparenta con el hecho de ‘rasgar’ o ‘romper’ la carta de Fain y el dinero que el marinero le deja en la mesa de luz. El vértigo de Emma es la pesadilla misma, el ingreso a un espacio donde Eros y Tánatos se confunden, recreando un caos o destrucción del ser y los objetos: “El asco y la tristeza la encadenaban…” ; “ En el cuarto no quedaban colores vivos; el último crepúsculo se agravaba”. (Mis destacados). La muerte se yergue en forma de noche encadenando así a Emma y su ‘representación’.

Su ida a los muelles del puerto (lugar de fugacidad y de no retorno) en busca de un hombre extranjero que la viole está determinada por el laberinto infernal –una caída -, y por la ascensión de una identidad fabricada para el plan de muerte: Emma virgen finge ser prostituta: “Acaso en el infame Paseo de Julio se vio multiplicada en los espejos, publicada por luces y desnudada por los ojos hambrientos.”(Mis destacados).
Hay varias dualidades en este cuento: el padre tiene dos nombres; Emma, dos identidades y comete una doble venganza: venga al padre, humillado y traicionado por Loewenthal y a la madre, humillada por el padre al hacerle ‘la cosa horrible’. Al respecto, Beatriz Sarlo [2] señala:

“De allí en más, lo que sería simplemente una coartada/móvil/ atenuante del acto, se convierte en una motivación tan fuerte y urgente como la venganza del padre. El saber del cuerpo restituyó una memoria familiar que no era la que Emma creía estar sirviendo. Al evocar a la madre de un modo tan vívido como al padre, el cuerpo de Emma cancela la piadosa memoria del padre e instala la figura de la madre humillada. Esa figura, que aparecía borrosa en los recuerdos de Emma, es restaurada por la memoria que se despierta en el cuerpo. En unas pocas horas, ella supo lo que su cuerpo quiso, y recordó la escena siempre temida del padre haciéndole esa "cosa horrible" a su madre. El cuerpo de Emma, que debía ser sólo instrumento, se convierte en causa de sus actos.”

La repetición de la palabra ‘después’, genera una tensión narrativa que tiene que ver en cómo el narrador cuenta la historia, privilegiando la entrada a este laberinto infernal:
“El hombre la condujo a una puerta y después a un turbio zaguán y después a una escalera tortuosa y después a un vestíbulo (en los que había una vidriera con losanges idénticos a los de la casa en Lanús) y después a un pasillo y después a una puerta que se cerró.”

Como lo dice el narrador, Emma ingresa a “un tiempo sin tiempo” donde se repetirá el recuerdo de los losanges amarillos de la casa de Lanús (la madre). Pasado y presente fundidos en una irrealidad. Tanto los espejos como los losanges, multiplican a Emma y la confunden. El narrador también establece una inseguridad:
“Referir con alguna realidad los hechos de esa tarde sería difícil y quizá improcedente. Un atributo de lo infernal es la irrealidad, un atributo que parece mitigar sus terrores y que los agrava tal vez. ¿Cómo hacer verosímil una acción en la que casi no creyó quien la ejecutaba, cómo recuperar ese breve caos que hoy la memoria de Emma Zunz repudia y confunde? ”

Sin embargo, como acota Manuel Jofré :
“ La complejidad de la realidad trae una desconfianza ante el lenguaje y la escritura. La relación entre palabra y cosa es ambigua : pero el hablante confía en sí mismo y siempre emprende la tarea de narrar fielmente.” (Jofré. 1993 :155).

Beatriz Sarlo agrega:
“ En efecto, esos hechos son difíciles de relatar porque pertenecen a una temporalidad que es independiente de aquella a la que tanto el narrador como Emma recurrieron o recurren para organizar ella un plan de venganza; él, un relato de ese plan. La materialidad de una experiencia física se inscribe mal en el diseño intelectual y consciente de Emma, a quien los hombres "inspiraban, aún, un temor casi patológico." La vejación buscada y recibida, tuerce el plan y lo inserta en otra temporalidad, la de la recuperación (el "recuerdo") de la escena primaria, que por su propio peso debilita la realidad de "los hechos de esa tarde", desplazándolos de su carácter instrumental en el proyecto de venganza hacia una centralidad no sospechada antes, porque "la cosa horrible" es padecida materialmente y recuperada moralmente en el mismo instante.”

La araña teje su tela

No es casual que Emma sea obrera en la fábrica de tejidos (espacio enrevesado) que ahora pertenece a Aarón Loewenthal, el hombre que maneja los hilos (“ …creía tener con el Señor un pacto secreto…” ) , sin pensar que la verdadera ‘urdidora’ es ella misma. El avaro Loewenthal vive solo en los altos de la fábrica, en un “desmantelado arrabal” . Temeroso de los ladrones, tiene un perro y guarda un revólver en el cajón de su escritorio. Como una araña pronta a atrapar a su presa, espera que Emma llegue para que delate a los compañeros en huelga. Para llegar a la fábrica, Emma viaja por “barrios decrecientes y opacos”, iniciando así otro periplo laberíntico. Sin embargo, Emma tiene un solo propósito y que cumplirá cabalmente: instaurar el orden destruyendo al dios injusto que es Loewenthal; limpiar el nombre de su padre y el de su madre. En suma, ella se somete a la violación, mata a Loewenthal y miente a la sociedad:“abusó de mí, lo maté…” , impulsada por la “ intrépida estratagema que permitiría a la Justicia de Dios triunfar de la justicia humana.”


El verdadero detective –urdidor

La historia de Emma Zunz está narrada en tercera persona omnisciente. En la pirámide de ‘urdidores’, el narrador se sitúa en la cúspide: urde una historia con características policiales. Relata la apariencia de los hechos que engañarán al mundo y la esencia de los realmente ocurridos, las dos premisas que rigen todo relato policíaco, según la línea clásica de Poe, oscilante entre el ser y el parecer. El narrador adopta la forma de un detective que escribe un informe ( “ Nos consta que esa tarde fue al puerto” ; “ Yo tengo para mí que pensó una vez”; “Acaso en el infame Paseo de Julio…” ), pero también la de enjuiciador del relato que cuenta, equilibrándose entre la duda y la conjetura, otorgándole – a través del punto de vista de Emma- características de pesadilla, sueño, irrealidad, laberinto. Así, los personajes, son puestos en escena por el verdadero titiritero que es el narrador: “La historia era increíble, en efecto, pero se impuso a todos”. ¿Increíble en términos de verosimilitud o de algo sorprendente? El narrador transmite una incertidumbre para demostrar que la vida está atada a la presencia del tiempo que todo lo destruye. Él cuenta la historia de Emma Zunz desde los múltiples abanicos de la memoria que se abren y cierran constantemente. La realidad es inabarcable y el lenguaje es insuficiente para emprender la tarea de desmembrarla, pero el narrador siempre está avanzando, no se rinde. Como dice Ana María Barrenechea [3]: “…transmite la incertidumbre y la fantasmagoría, buscando la vigilancia y la precisión.” (Barrenechea.1984:111).

El Muerto [4]: el irresistible destino de Benjamín Otálora

Así como todos los personajes de Emma Zunz (salvo el marinero) son de ascendencia judía, inmigrantes (o su descendencia) establecidos en Buenos Aires, en El Muerto los personajes son ya un producto híbrido, mestizo, fenómeno muy típico de Latinoamérica: Benjamín Otálora es un compadrito de Buenos Aires, un porteño “ de sinceros ojos claros, de reciedumbre vasca”,”…se ha criado en los barrios del carrero y del cuarteador”; Azevedo Bandeira es un contrabandista del Uruguay, pero “…alguien opina que […] nació del otro lado del Cuareim, en Río Grande do Sul. […] “En su rostro […] están el judío, el negro y el indio.”
En el epílogo a El Aleph, Borges declara que Azevedo Bandeira es ...“una tosca divinidad, una versión mulata y cimarrona del incomparable Sunday de Chesterton.” Lo importante es comprender que Azevedo Bandeira es una leyenda, un ser mítico con inmenso poder en el ámbito de la pampa, la llanura interminable, las infinitas distancias: “…ante cualquier hombrada, los gauchos dicen que Bandeira lo hace mejor.” Y Otálora, movido por la ambición y las ansias de poder, se introduce en el mundo de Bandeira y su gente y “antes de un año se hace gaucho”. El joven Otálora quiere ser Bandeira, desea usurparle su identidad. Consigue mandar a los hombres del caudillo, consigue la amistad con el capanga Ulpiano Suárez, al cual confía su traición, logra el amor de la mujer de cabellos rojos y monta el colorado cabos negros, “símbolo de la autoridad del patrón.” Sólo al final de su vida –y también de la historia- Otálora se dará cuenta de que su destino ha sido prefijado por un ser superior, un dios encarnado en la figura de Azevedo Bandeira. Otálora quiere trazar su destino, pero éste ya ha sido trazado. Siempre estuvo muerto. Jaime Alazraki [5] señala que:

“La idea del universo como libro de Dios aparece en muchos de sus ensayos. En uno de ellos ("Del culto de los libros") Borges recuerda ese pensamiento de Bacon, según el cual Dios nos ofrece dos libros: "El primero, el volumen de las Escrituras, que revela Su voluntad; el segundo, el volumen de las criaturas, que revela Su poderío". Para Carlyle "la historia universal es una Escritura Sagrada que desciframos y escribimos inciertamente y en la que también nos escriben". Según Bloy "somos versículos o palabras o letras de un libro mágico, y ese libro incesante es la única cosa que hay en el mundo: es, mejor dicho, el mundo". En su cuento El muerto, Borges da cauce a esta idea.”


El montaje teatral

Azevedo Bandeira monta una representación teatral donde él, sus hombres y Otálora serán los actores. El escenario es la hacienda El Suspiro, “guampuda y menesterosa”. Junto con la llegada de Azevedo Bandeira , se predisponen objetos y personas para armar este teatro: “Llegan cajones de armas largas; llegan una jarra y una palangana de plata para el aposento de la mujer; llegan cortinas de intrincado damasco; llega de las cuchillas, una mañana, un jinete de barba cerrada y de poncho. Se llama Ulpiano Suárez y es el capanga o guardaespaldas de Azevedo Bandeira.”
Los finos objetos, como la jarra y palangana de plata, y las cortinas, contrastan con el escenario real del “pobre establecimiento”, en mitad del desierto.
Obnubilado por el poder, Otálora erige su tragedia, su propia torre de Babel construida a costa de la suplantación, de ser otro del que realmente es: “En la cabecera de la mesa, Otálora, borracho, erige exultación sobre exultación, júbilo sobre júbilo; esa torre de vértigo es un símbolo de su irresistible destino.”
Nuevamente nos encontramos con el tema del ser y del parecer, visto ya en Emma Zunz. Otálora –actor de su tragedia- no es más que “ el forastero agauchado que está queriendo mandar demasiado”, frase que él escucha y atribuye a una broma. Nótese el adjetivo ‘agauchado’ que indica con claridad el mundo de las apariencias. Otálora no alcanzó a ser un verdadero gaucho.
La epifanía o revelación (cuando el personaje aprende una verdad sobre sí mismo y sus circunstancias) se produce cuando Otálora está pronto a morir. Con respecto a esto Ana María Barrenechea señala:

“Al final la revelación se produce y la última frase muestra una progresión de ideas que expresan el camino de progresión en la mente del protagonista: “Otálora comprende, antes de morir, que desde el principio lo han traicionado, que ha sido condenado a muerte, que le han permitido el amor, el mando y el triunfo porque ya lo daban por muerto, porque para Bandeira ya estaba muerto.” El hecho está visto primero dentro de las relaciones humanas con su sucesión temporal, luego como una anticipación aún humana en su suposición del final –“ya lo daban por muerto”- , por último como la súbita revelación de lo divino con la anulación del tiempo en la órbita eterna de la visión del Creador. Importa destacar que nunca el plano simbólico desvitaliza a los personajes, y que por el contrario ahonda la dramaticidad y el misterio al proyectar el duelo de dos contrabandistas en el duelo del hombre con su destino.” (Barrenechea. 1984:89).

El hombre que entreteje estos símbolos

Ana María Barrenechea ha hecho un importante estudio sobre las aclaraciones parentéticas en Borges, así como las expresiones de la duda y la conjetura, correcciones, rectificación y otras. En El Muerto la más importante de las aclaraciones parentéticas es esa añoranza o saudade del narrador: “…porque lo mismo que los hombres de otras naciones veneran y presienten el mar, así nosotros (también el hombre que entreteje estos símbolos) ansiamos la llanura inagotable que resuena bajo los cascos.”(Mi destacado).
En primer lugar, el narrador usa el verbo ‘entretejer’, él es, como en Emma Zunz, el urdidor de la historia, sitúa a los personajes en ciudades y fechas determinadas, describe sus perfiles psicológicos y físicos, y utiliza la figura del ‘resumen’, aunque para el lector (a) la historia no sea una abreviación: “Ignoro los detalles de su aventura; cuando me sean revelados, he de rectificar y ampliar estas páginas . Por ahora, este resumen puede ser útil.”
También se vale de la figura de la ‘versión’ para dar la impresión de historia conocida o leyenda donde verdad y ficción se confunden: “Otras versiones cambian el orden de estos hechos y niegan que hayan ocurrido en un solo día.”
El narrador dispone a los personajes para representar la historia como en un juego de ajedrez: “Azevedo Bandeira es diestro en el arte de la intimidación progresiva”; la última escena de la historia corresponde a la agitación de la última noche de 1894”; “Aquí la historia se complica y ahonda.” (Mis destacados).
Otálora muere un 31 de diciembre de 1894, “cuando las doce campanadas resuenan”. Junto con él muere un año y se reinicia un nuevo ciclo temporal con Azevedo Bandeira como único dueño del destino de los seres humanos y de su laberíntica tierra. Otálora no supo cómo salir del laberinto de Bandeira. Quedó atrapado como el ratón en una trampa con cebo.
En segundo lugar, el narrador nos habla de ‘símbolos’. Para Borges símbolos del infinito son la llanura inagotable, vastos amaneceres, vasto lecho blanco, interminable llanura, alguien infinitamente rasguea una trabajosa milonga. Las selvas populosas, ciénagas, de inextricables y casi infinitas distancias, según Ana María Barrenechea, también tienen que ver con lo monstruoso y caótico.

“ Borges sabe que toda realidad se disuelve con la presencia del infinito –señala Barrenechea- y lo convoca constantemente en sus obras. […] Pueden distinguirse ciertas formas esenciales de concretarlo: los vastos ámbitos espaciales y temporales, las multiplicaciones interminables, el camino sin fin (lineal o cíclico o laberíntico), la inmovilización en un gesto.” (Barrenechea.1984:19).

Sin embargo, lo más significativo es el “hecho mismo de la simbolización”, agrega Barrenechea:

“ Borges se ha nombrado en El Muerto como “el hombre que entreteje estos símbolos”, es decir que, cuando ha adoptado la máscara del escritor, ha querido mostrarse esclavizado o justificado por esa tarea. Palabras, signos, figuras, cifras, simbolizan los actos humanos y la entera creación; el universo entero y los actos de los hombres son, a su vez, figuras, letras, palabras o símbolos de nuestro destino.” (Op.Cit. 142).

El narrador se enmascara y los personajes también. Recordemos a Azevedo Bandeira fingiendo enfermedad en su dormitorio repleto de armas y con un espejo de luna empañada que no refleja el simulacro, la farsa. Y Otálora, en su espejismo de ambición, ve lo que quiere ver: a un viejo enfermo que podría matar de un sólo golpe.
Lucha eterna entre la ciudad y la pampa, entre la civilización y la barbarie. Pero el hombre que entreteje los símbolos, construyendo así el mundo literario, tiene una certeza: todo es relativo. El tiempo es un río que me arrebata hasta estas fugaces palabras.


El jardín de los senderos que se bifurcan [6]: los laberintos del tiempo


En el prólogo de Ficciones Borges nos advierte que "El jardín de senderos que se bifurcan" es una pieza policial. Sin embargo, el cuento es mucho más complejo porque, en una lectura profunda, incluye al tiempo como su protagonista. Y no se trata del tiempo cronos, sino del tiempo aión. Estos dos tiempos son revisados por Gilles Deleuze en su libro Lógica del Sentido [7](Deleuze.1994) . Para Cronos, sólo el presente existe en el tiempo. Pasado y futuro son dilataciones del presente. Para Aión, sólo el pasado y el futuro persisten en el tiempo. El presente es el lugar del encuentro del pasado y el futuro, porque el presente es puro acontecimiento, eventum tantum . Cronos es limitado, regulado por la profundidad, en cambio Aión es infinito como futuro y pasado, pero finito como instante, que se mueve en la superficie. Siempre ya pasado y eternamente por venir. Es el tiempo donde reinan los llamados “incorporales”, habitantes de un lugar ‘atopon’, un no-lugar, poblado de efectos, sin nunca llenarlo.

"... Dos tiempos, uno de los cuales se compone sólo de presentes encajados, y el otro no hace sino descomponerse en pasado y futuros alargados. Uno de ellos está siempre definido, activo o pasivo, y el otro, eternamente Infinitivo, eternamente neutro. Uno es cíclico, mide el movimiento de los cuerpos, y depende de la materia que lo limita y lo llena: el otro es una pura línea recta en la superficie, incorporal, ilimitado, forma vacía del tiempo, independiente de toda materia” ( Deleuze. 1994: 82).

Deleuze compara este tiempo Aión –forma vacía del tiempo- con el concepto de ‘vacuidad’ o ‘vacío’ en el budismo zen, su principio fundamental. Esta cualidad no es negativa, sino positiva y está ligada estrechamente al concepto de no-acción (wu wei), que significa –en su sentido más amplio- no forzar la esencia de las cosas. No es laissez faire, es ser la corriente, ‘fluir en el momento’. El Tao es ‘fluir -ahora’. Para el maestro D.T. Suzuki, el vacío es la fuente de infinitas posibilidades (Wilson Ross.1990)) [8]:

“Estas palabras podrían aplicarse también al término Zen “no pienses”, que implica la liberación de la tiranía del pensamiento conceptual y la confianza en otras energías y habilidades físicas…”
“El zen sostiene que la razón es incapaz de resolver el más profundo problema del hombre: su propio significado para él mismo y para la vida. Según el punto de vista Zen, no existen respuestas finales a las dudas existenciales ni se pueden encontrar por discusión dialéctica ni por el pensamiento”. (Wilson Ross.1990: 157).

Wu wei también puede ser entendido como un estado nebuloso de la (in) conciencia, donde se vive un tiempo onírico. Alan Watts en su libro El camino del Tao [9]
( Watts.2000:131) ilustra este concepto con el pequeño relato de Chuang-Tzu, “Sueño de una mariposa”: Una vez yo, Chuang-chou, soñé que era una mariposa, una mariposa que volaba, gozando de sí misma. No sabía que Chuang-chou era ésta. Repentinamente, desperté y volví a ser realmente Chuang-chou. Pero no sé si era yo soñando que era una mariposa, o si era una mariposa soñando que era Chuang-chou.

*

Yu Tsun, espía y protagonista de la historia, debe transmitir el nombre de una ciudad a los oficiales alemanes. Acosado por el implacable capitán Richard Madden, decide comunicar su mensaje matando al sabio sinólogo Stephen Albert, porque su apellido es igual al nombre de la ciudad que los alemanes tienen que atacar. Así, cuando los diarios británicos publiquen la noticia del asesinato de Albert en manos de un desconocido, los alemanes recibirán el mensaje. Yu Tsun encuentra la dirección de la casa de Albert en la guía telefónica y, una vez allí, Albert reconoce a Yu Tsun como el bisnieto de Ts'ui Pên, un astrólogo chino que ha escrito un libro extraordinario: El Jardín de Senderos que se Bifurcan. Ts'ui Pên se había propuesto dos tareas inconcebibles: construir un laberinto infinitamente complejo y escribir un texto interminable. Después de su muerte se pensó que había fracasado por cuanto la existencia del laberinto no estaba clara y la novela no sólo estaba incompleta sino que resultaba absurda e incoherente (por ejemplo, algunos personajes morían y reaparecían en capítulos posteriores). Para sorpresa de Yu Tsun, Albert le revela que ha descubierto el secreto de la enigmática novela: el libro es el laberinto, y el laberinto no es espacial sino temporal. El jardín es la imagen del universo tal como lo concebía Ts'ui Pên ; el mundo es un jardín de senderos que se bifurcan.

El testimonio de Yu Tsun

El cuento está escrito en primera persona. Yu Tsun, condenado a la horca, es el narrador y la historia que narra tiene características de testimonio. Para Manuel Jofré, la inclusión de referencias bibliográficas y de notas al pie de página, el hecho mismo de testimoniar o declarar los hechos, generando otras historias, como la del libro de Ts’ui Pên, dan cuenta del procedimiento llamado letra sobre la letra, como las matrioshkas rusas, por ejemplo, Las mil y una noches. La escritura puede ser guardadora, reveladora o transmisora del enigma. Es, además, un laberinto.

“En este relato, el lenguaje y la “escritura” abren la acción, la posibilitan y la comunican. La “escritura” proporciona las claves sobre otras escrituras y también sobre procesos reales. Envuelve como una red todo acontecimiento, y lo transmuta a un orden desde donde requiere ser descifrado. Permite la realización de proyectos humanos, su trascendencia y su nihilización.” (Jofré.1993:164).

Yu Tsun ingresa de un laberinto en otro, huyendo de Madden y sabiéndose muerto, cumple su misión y mata a la persona que más sabe de su antepasado Ts’ui Pên y de su fabulosa empresa. Albert, que ha comprendido la visión del eterno retorno, también sabe que morirá. Yu Tsun es víctima del destino y de la guerra: “Nada me importa un país bárbaro, que me ha obligado a la abyección de ser un espía. […]Yo quería probarle [al Jefe] que un amarillo podía salvar sus ejércitos.”
En cambio, Albert ha sido favorecido por el destino: “A mí, un bárbaro inglés, me ha sido deparado revelar ese misterio diáfano.” (Mis destacados).
Para el catedrático Tsun lo más importante y real es el encuentro con Albert porque genera una revelación: “Me pareció que el húmedo jardín que rodeaba la casa estaba saturado hasta lo infinito de invisibles personas. Esas personas eran Albert y yo en otras dimensiones del tiempo.” Los ‘bárbaros’ occidentales ni siquiera sospechaban de tales disquisiciones orientales. La irrupción de Madden y posterior arresto a Yu Tsun, su futura muerte, la guerra, el bombardeo, el espionaje, son hechos irreales e insignificantes. Si los innumerables antepasados confluyen en Yu Tsun (p.473), él es un laberinto que se encuentra a sí mismo en la reunión con Albert; ha retornado a sus orígenes y ha comprendido esa confluencia.

Consideraciones finales

El común denominador de estos tres cuentos es el relativismo [1]: En Emma Zunz la historia es verdadera y falsa; en El Muerto, el personaje está vivo y está muerto; en El jardín de los senderos que se bifurcan, el personaje principal huye y tiene encuentros notables; puede ser un ‘bárbaro’ (al matar a Albert) y formar parte de una profunda y misteriosa civilización oriental. En los tres textos se sintetiza la línea entre el ser y el parecer. Los temas de la muerte y el laberinto, conjuntamente con la aparición de motivos como la traición y la venganza se proyectan de diferentes maneras en estas historias.
El tema del laberinto alcanza su apogeo en El jardín de los senderos que se bifurcan. El cuento mismo se bifurca en dos historias a medida que el protagonista avanza, mental y físicamente. El lector (a) se enfrenta a un cuento de corte policial que desemboca en una historia que es una disquisición filosófica sobre el tiempo. Así como Yu Tsun tiene una revelación con respecto a su propia vida, el lector (a) también tendrá revelaciones con la propia lectura del cuento. Esta comunión entre narración y lector (a) tiene mucho en común con el ‘efecto único’ de Poe.
La imagen de Europa, como la de América, es convulsa y violenta. La guerra también tiene características de laberinto en cuanto caotiza y degrada los destinos del ser humano. Yu Tsun vive una situación límite, como Benjamín Otálora muere en una tierra que no es la suya.
Con respecto al americanismo en Borges, Ariel Dorfman [2] señala que éste “resulta innegable . Pero su deseo de dar la espalda a esa realidad es igualmente innegable.
El mundo americano de la violencia existe en Borges, pero su fin es ser disuelto en la nada de Shopenhauer, en el tiempo cíclico de Nietzsche, en los avatares del pensamiento, en la cábala judía, en los laberintos chinos. El mundo concreto se desintegra y es absorbido por el pensamiento de Borges. […]Encontramos el tema de los dos Borges, el sentimiento y la razón, América y Europa, barbarie y civilización.” (Dorfman.1970:53).

Para Dorfman la violencia es inevitable y es un acto gnoseológico. Los personajes, a través o dando la muerte, tienen una salida y una liberación.

La muerte y la vida son, en estos cuentos, un arco iris doble, maravilloso y evanescente. Que los laberintos se conmuevan y nos filtren la luz del ciego Borges.

[1] Con respecto al relativismo, Alazraki señala:
“ Este relativismo nos obliga a ver la realidad en perpetuo movimiento, nos incita a trascenderla más allá de su monótona cotidianidad y a penetrarla en sus dimensiones inéditas. [Los cuentos de Borges], que algunos consideran de evasión de la realidad, nos acercan más estrechamente a la realidad, no a esa realidad crónica que nos aturde, sino aquella que nos reduce a un número fortuito de una gigantesca lotería y a la vez nos articula con todo lo que fue y será, a aquella que nos transforma en un ciclo de una realidad ya ocurrida y a la vez nos enseña que un minuto puede ser recipiente de la eternidad, a aquella que desdibuja nuestra identidad y nos convierte a la vez en depositarios de una Identidad suprema. En resumen, una realidad inverosímil, contradictoria, ambigua y hasta absurda. Pero ¿no son acaso estos rasgos los ingredientes auténticos de su irrecusable misterio? Vista la realidad desde un plano que trasciende ilusorias precisiones y lógicas adventicias, más allá de esa corteza resistente y visible de racionalidad, la recta se comba y el infinito universo encuentra un tope de finitud; la múltiple visión de la realidad que Borges nos propone es un intento de abarcar los contradictorios elementos que la conforman. Aunque "A" excluya a "B", Borges los presenta juntos, conviviendo, para mostrar que esa exclusión es falaz, porque se rechazan, se oponen, pero también se completan y se necesitan. Ese mundo ficticio, donde la medida de todas las cosas es un relativismo que otorga validez a lo inverosímil y a lo absurdo, no es una evasión de la realidad, es más bien su retorno, pero con la flor que, como la de Coleridge, prueba que existe y que es también un sueño.” (Alazraki.1978).

[2] Dorfman, Ariel. Imaginación y violencia en América. 1970. Santiago, Editorial Universitaria.

[1] Borges, Jorge Luis. “Emma Zunz”. En: Obras Completas. Vol. I. 1996. Buenos Aires, Emecé. Pgs. 564-568.[2] Sarlo, Beatriz. "El saber del cuerpo. A propósito de 'Emma Zunz'" Borges Studies on Line. On line. J. L. Borges Center for Studies & Documentation. (http://www.hum.au.dk/romansk/borges/bsol/bsez.htm).[3] Barrenechea, Ana María. La expresión de la irrealidad en la obra de Borges. 1984. Buenos Aires. Centro Editor de América Latina.[4] Borges, Jorge Luis. “El Muerto”. En: Obras Completas. Vol. I. 1996. Buenos Aires, Emecé. Pgs. 545-549.[5] Alazraki, Jaime. Narrativa y crítica de nuestra hispanoamérica. 1978. Encontrado en: http://www.apocatastasis.com/jorge-luis-borges.htm
[6] Borges, Jorge Luis. “El jardín de los senderos que se bifurcan”. En: Obras Completas. Vol. I. 1996. Buenos Aires, Emecé. Pgs. 472-480.[7] Deleuze, Gilles. 1994. Lógica del sentido. España, Paidos. 329 p.[8] Wilson Ross, Nancy. Para vivir el camino del Buda. 1990. México, Árbol Editorial.[9] Watts, Alan. El camino del Tao. 2000. Barcelona, Kairós Editorial.

El film Birdman gano el Oscar

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Alejandro González Iñárritu se consolidó el domingo como el director del año en los Oscar y “Birdman”, su sátira sobre la industria del espectáculo, se impuso como mejor película. La cinta también se llevó los premios al mejor guión original y la mejor cinematografía, del mexicano Emmanuel Lubezki.
                                                                                       
“Este filme tiene una gran deuda con Julio Cortázar, Jorge Luis Borges, Ernesto Sábato, Octavio Paz, Carlos Fuentes. Creo que todos estamos en deuda con todos estos escritores. Juan Rulfo, (Juan José) Arreola”, señaló el director. “Esta película tiene mucha de la sangre y venas de los escritores latinoamericanos”.

En una escena donde aparece la cama de bronceado, Michael Keaton está leyendo "Laberintos", de Jorge Luis Borges, otra de las influencias de Iñárritu.

Fuente : La Cronica y Telesur
http://www.telesurtv.net/news/12-curiosidades-sobre-Birdman-20150223-0020.html

Una ‘Cita a ciegas’ en el Teatro de la Huchette

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Por María Carolina Piña

El histórico teatro parisino presenta en estos momentos la pieza del argentino Mario Diament que resucita al célebre Jorge Luis Borges en el rol de un escritor ciego y a la vez, vidente y sabio.

Un banco en el medio de una plaza en Buenos Aires, un hombre ciego, el azar, el destino. Estos elementos se reúnen en esta pieza del argentino Mario Diament que presenta el Teatro de la Huchette, en el corazón de París. Una obra que gira en torno a las situaciones más extrañas, encuentros fortuitos y también desencuentros entre cinco personajes cuyos destinos se entrelazan de forma trágica, para algunos, feliz para otros.

En el rol central, un viejo escritor ciego a quien los transeúntes le hacen las más íntimas confidencias.

“Mi idea era trabajar con una figura a quien yo admiro muchísimo. Jorge Luis Borges me permitió crear este personaje de un escritor ciego, sentado como solía hacerlo Borges en una banca de la Plaza San Martín en Buenos Aires, y a quien se le acerca una persona. Como en los cuentos de Borges, esta historia involucra a otros personajes. Me interesaba explorar formas diferentes de la pasión: la de un hombre mayor por una mujer más joven, la falta de pasión en un matrimonio, o de la pasión que viene del recuerdo de un amor no realizado”, explicó a RFI Mario Diament.

Esta es la segunda obra de Mario Diament que presenta el Teatro de la Huchette luego del éxito de su pieza "Un informe sobre la banalidad del amor". El actor André Nerman ha protagonizado estas dos obras del autor argentino.

“¿Quién no ha vivido coincidencias que parecen increíbles pero que finalmente suceden? Para mí, es una pieza con una estructura remarcable, que nos hace pasar de la risa al llanto y en ese sentido tiene un color muy latinoamericano, con sentimientos extremos”, agregó Nerman.

En los zapatos del escritor ciego, el actor y dramaturgo francés Victor Haïm, quien se mostró muy honrado de dar vida a Borges.

“’Cita a ciegas’ es una suerte de thriller psicológico: el autor nos mantiene en tensión pero sin que haya violencia. Eso sí, hay mucho humor. Es lo que se espera del teatro. Si tomamos el ejemplo de los autores clásicos, que sean latinos, griegos o Shakespeare; en sus obras se mezclan risas y lágrimas. Lo mismo pasa en 'Cita a ciegas'. Esa figura central que es Borges es capaz de decir cosas muy profundas pero con mucho humor”, confesó Haïm.

"Cita a ciegas" ha suscitado más de 20 puestas en escenas en varios países, entre ellas la del director John McLean para el Teatro de la Huchette de París.

Fuente : Rfi - español

De JORGE LUIS BORGES a WALT WHITMAN: POR QUÉ BORGES SÍ ESCRIBE EL IMPLÍCITO ‘YO’

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Ruth Levy

Universidad de Guadalajara

Cuando leemos un prólogo escrito por el traductor del texto, en el caso de ser poesía, la mayoría de las veces encontramos una ‘justificación’ por el ‘atrevimiento’ ante el autor y para el lector. En el prólogo a Hojas de hierba de Walt Whitman (1819-1892), Jorge Luis Borges no se justifica, sólo destaca su traducción de otras: "Mientras tanto, no entreveo otra posibilidad que la de una versión como la mía, que oscila entre la interpretación personal y el rigor resignado" (Borges, 1991: p. 11).

Para fundamentar mi afirmación, en el título de este breve trabajo, me basaré en la primera estrofa de tres versos del texto original: "Song of myself" de Walt Whitman, incluido en el citado libro Hojas de hierba; (Whitman, 1991: p. 20) y en las traducciones de Armando Vasseur (Vassseur, 1997: p. 89), León Felipe (Felipe, 1997: p. 25), y Jorge Luis Borges (Borges, 1991: p. 21).

Desde la traducción del título "Song of myself" empezamos a notar las diferencias entre los tres porque el sustantivo Song no lleva el artículo y la preposición of significa ‘de’. Vasseur lo traduce como "Del canto de mí mismo"; si con arbitrio él selecciona estrofas, debería ser "De Canto a mí mismo"; pero él agrega el sustantivo contracto.

León Felipe sí respeta la omisión del artículo, mas otorga a la preposición of un sentido de dirección y no el de pertenencia: "Canto a mí mismo"; quizás porque of también significa ‘para’ si hablamos de la hora: twenty of five; y ‘para’ en español puede implicar pertenencia; pero, en otros contextos. Como él lo traduce parece que Whitman se canta a sí mismo; cuando lo que leemos, en realidad, es un canto que brota de él para los demás.

Borges sí prescinde del artículo y traduce la preposición en su sentido fiel: "Canto de mí mismo".

 
       SONG OF MYSELF

I celebrate myself, and sing myself,

And what I assume you shall assume,

For every atom belonging to me as good belongs to you.

       DEL CANTO DE MÍ MISMO

Me celebro y me canto,

Lo que me atribuyo también quiero que os lo atribuyáis,

Pues cada átomo mío también puede ser de vosotros, y lo

será.

(Traducción de Armando Vasseur)


        CANTO A MÍ MISMO

Me celebro y me canto a mí mismo.

Y lo que yo diga ahora de mí, lo digo de ti,

porque lo que yo tengo lo tienes tú

y cada átomo de mi cuerpo es tuyo también.

(Traducción de León Felipe)


        CANTO DE MÍ MISMO

Yo me celebro y yo me canto,

Y todo cuanto es mío también es tuyo,

Porque no hay un átomo de mi cuerpo que no te pertenezca.

(Traducción de Jorge Luis Borges)
  
Sabemos que en el idioma inglés no se debe omitir el pronombre personal en la conjugación de los verbos; también, que los poetas recurren a la omisión ya sea a causa de la métrica, o de su propio estilo, o de la estética. Asimismo sabemos que, en el idioma español, podemos prescindir de mencionar cualquier pronombre personal, en la conjugación de los verbos, sin incurrir en el error gramatical; los utilizamos para reforzar, personalizar, identificar la tercera persona, o diferenciar, en algunos tiempos, a personas que se puedan confundir por la conjugación idéntica.

En el primer verso de la primera estrofa Whitman debió escribir dos veces el pronombre I, no lo hace; y me aventuraré a tratar de mostrar que no fue por alguna de las causas que mencioné en el párrafo anterior; así como señalar por qué en el segundo verso sí escribe el pronombre; y cómo fue traducido.

El poema es un canto de su alma para su hermano/ser humano, desea homenajearlo, amonestarlo, que éste aprenda de él; para ello debe ejemplificar, transcribir vivencias, ser soberbiamente justo consigo, ¡hablar tanto de sí mismo! Escribirá el pronombre de la primera persona cientos de veces; entonces, por modestia, no lo menciona en la primera palabra, en el primer verso de su obra con los verbos: ‘celebrar y cantar’; palabras festivas en su forma activa, ya convertidas en tan intimistas en su forma reflexiva por el pronombre myself.

En el tercer verbo: to assume, cuando Whitman podría haberse tomado la licencia de excluir el pronombre, sí lo escribe porque conoce, sabe lo que lleva en sí como "poeta de la democracia", porque asume su ofrecimiento al lector y la obligación de éste de asumir, en el futuro, cada una de las experiencias transcritas.

En el primer verso, Vasseur y León Felipe acatan la omisión de Whitman en cuanto al pronombre; hacen reflexivo los verbos ‘celebrar y cantar’ con base en la función del pronombre myself, puesto que el ‘me’ en español implica ya ‘mí mismo’; la diferencia con León Felipe es que redunda el pronombre reflexivo.

Con el tercer verbo, Vasseur se vale de la licencia de no mencionar el pronombre en español; León Felipe sí lo señala. En cuanto a cómo traducen el verbo to assume, el auxiliar shall, y el tercer verso, ya sería un análisis aparte.

En el primer verso, Borges no acepta la supresión; también hace reflexivos los verbos y, aunque ya podría ser redundante ‘yo me’, él sí incorpora el pronombre en ambos verbos. En el tercer verbo evade la utilización del pronombre al usar el verbo ‘ser’ con el sentido de posesión, y en tercera persona.

Borges nos previno en el prólogo en cuanto a que su traducción oscilaría entre la interpretación personal y el rigor resignado. Desde su grande altura como poeta, con el conocimiento que tenía de Whitman y de su obra, reconoció la modestia de ‘su maestro’ en la omisión del ‘yo’ en la primera palabra de su canto; Borges no quiso omitir el implícito ‘yo’.

Si Whitman lo utilizaría ya cientos de veces en el poema, igual Borges podía prescindir de escribirlos por la conjugación explícita del español. En el idioma inglés ‘yo’ siempre se escribe con mayúscula; en español, solamente cuando es inicio de oración; entonces así lo elogia, así validó Borges, también gramaticalmente, la ‘traición’ a la mención de una palabra que Whitman no había escrito. Borges se otorgó el derecho de empezar su traducción con un justo, merecido ‘yo’.
  
BIBLIOGRAFÍA

- WHITMAN, Walt. Hojas de hierba. Edición bilingüe. Traducción y prólogo de Jorge

    Luis Borges. Barcelona, Editorial Lumen, 1991.

- WHITMAN, Walt. Hojas de hierba. Traducción de Armando Vasseur. México,

    Distribuciones Fontamara, 7ª edición, 1997.

- WHITMAN, Walt. Canto a mí mismo. Traducción de León Felipe. México,

    Editorial Océano, 1997.

Fuente : Sincronia
Julio de 1998

Borges y el Papa

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En 1964, Jorge Mario Bergoglio fue designado profesor de literatura en el Colegio María Inmaculada de Santa Fé, Argentina. Por ese entonces el futuro Papa tenía 28 años de edad. El anuario de 1964 registra la incorporación del joven y lista sus especialidades.


La revista del colegio del año siguiente (1965) registra esta faceta e incluye un texto de su pluma y letra, titulado “Al comenzar las clases”. Pero hay más: El joven padre Bergoglio había sentido siempre un gran interés por la obra de Borges. Ese año decidió invitarlo a dar una clase a sus alumnos. Borges, increíblemente, accedió.


 Uno de los alumnos de ese entonces, Jorge Milia, quien presenció esa clase, se encontró con Borges mucho tiempo después. Recuerda al respecto la siguiente anécdota:Cuando años después me encontrara fortuitamente con Borges en una mesa de café, […] yo le recordé aquella visita suya al Colegio de la Inmaculada y su memoria prodigiosa dio datos precisos. Pero entre todo lo que dijo lo que más le intrigaba era cómo esos adolescentes – nosotros – podíamos haber leído tanto de su obra. Un poco en broma y un poco en serio le dije que el responsable era Bergoglio que nos perseguía cada día con la obra de Borges. Él se rio un poco, entrecerró los ojos como recordando y dijo algo así: “-¡Sorprendentes, estos jesuitas! Tienen “eso” inexplicable ¿no?”

Y agrega Milia: Yo estoy seguro que con “eso inexplicable” de “estos jesuitas” se estaba refiriendo a Jorge Mario Bergoglio.

Fuente : Diario de Cultura
http://www.diariodecultura.com.ar/literatura/el-dia-en-el-que-el-futuro-papa-se-encontro-con-jorge-luis-borges/

Jorge luis Borges: el sentido de la violencia

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Ricardo Rey Beckford

Los primeros trabajos narrativos de Borges, reunidos en 1935 en Historia Universal de la Infamia, fueron escritos entre 1933 y 1934. Unos veinte años después esos mismos trabajos no eran para su autor más que "el irresponsable juego de un tímido que no se animó a escribir cuentos y que se distrajo en falsear y tergiversar (sin justificación estética alguna vez) ajenas historias".

La aspiración de quien falsea la historia no suele ser otra que la historia misma. Pero estos "ambiguos ejercicios" que no aspiran, por cierto, a la historicidad, no omiten ninguno de sus gestos. Examen de hechos y detalles significativos, distinción entre circunstancias comprobadas y simples conjeturas, enumeración de fuentes documentales y bibliográficas: todo obedece a las apariencias del más riguroso historicismo. Pero la ambigüedad de estas "historias" va mucho más allá de los gestos.

Sabemos que los hechos por sí mismos, aislados, resultan ininteligibles; que sólo la teoría y el método de la historia, al descubrir sus íntimas conexiones, al darles un sentido, les otorgan historicidad. Por consiguiente, no es imposible hacer historia con hechos falsos o erróneos -historia falsa o errónea, por supuesto- del mismo modo en que es posible no hacer historia con hechos ciertos.

La ahistoricidad de estas historias de la infamia no deriva de la presunta falsificación de los hechos. Falsificación, por otra parte, cuyos alcances no pueden ser determinados a través de una simple lectura. Ignoramos dónde Borges se atiene a los hechos y dónde los falsea. Sabemos, en cambio y con absoluta certeza, que la totalidad es ficticia. Y lo sabemos no porque el texto lo declare de un modo expreso, sino porque lo oculta de un modo expreso. Es a través de un procedimiento irónico, de un deliberado exceso de semejanzas y similitudes con la historia, que Borges alcanza la ficción.

La de estos relatos no es, por lo tanto, la simple ambigüedad de lo que participa al mismo tiempo de lo falso y de lo verdadero. Lo que aquí se observa es una ambigüedad más radical y exasperada: es el encuentro de dos modos de concebir el mundo- el histórico y el literario- que se contraponen y excluyen con violencia.

El resultado de este enfrentamiento- que vuelve difíciles todos los caminos- es una estructura narrativa discontinua, fragmentaria; una serie de rápidos disparos. Una estructura que está declarando la incompatibilidad del tiempo histórico y del tiempo literario.

La violencia que caracteriza a los protagonistas de estos relatos se suma a la violencia de la estructura narrativa y ambas se encarnan en un estilo que, como el de Borges, está hecho de bruscos contrastes, de enumeraciones arbitrarias, de saltos imprevistos.

El estilo de Borges no tolera la neutralidad. Su prosa excluye cuidadosamente todo posible reposo; no permite ni se permite la menor indolencia. El lector no tarda en averiguar que el curso de esta prosa es imprevisible, que no puede adelantársele. Apenas lo intenta, descubre que no es eso lo que se le dice, que es otra cosa.

Pero, ¿cuál es el sentido o, al menos, qué presupone la violencia del narrador? Los cuentos de Borges no nos conceden un solo momento de reposo. Buscan, casi con desesperación, sorprendernos. Esta desesperación tiene un significado inequívoco: desconfianza, falta de fe en lo literario. Aunque en rigor la falta de fe rebasa aquí lo meramente literario. De lo que se trata es de un escepticismo radical, de una visión del mundo muy próxima al nihilismo.

El aspecto lúdico de su literatura, que con tanta ligereza se le ha reprochado, tiene un sentido dramático: en el universo incognoscible el hombre es un jugador de puro azar, un jugador forzado. La apariencia de este juego es racional, como por necesidad lo son los distintos sistemas y doctrinas que pretenden conocer y explicar el universo. Pero esta racionalidad sólo oculta para Borges una arbitrariedad esencial: la arbitrariedad de la apuesta.

El juego de azar excluye la experiencia. Cada partida exige una apuesta del jugador. Gane o pierda, el resultado no le servirá como experiencia cuando deba enfrentar la próxima partida. El juego de puro azar no permite el adiestramiento ni el progreso del jugador. En cada partida deberá comenzar de nuevo, partir de la nada y en esa nada que es la partida, apostar.

La literatura de Borges parte de esa nada que es el mundo para quien advierte la impotencia del conocimiento humano y sobre ella arriesga una nueva interpretación. Esa interpretación puesta sobre la nada, es apuesta -conjetural, renovable y siempre renovada- es la confirmación de que el mundo admite todas las interpretaciones y ninguna.

Al igual que para el jugador de azar, a quien ni la experiencia ni la racionalidad pueden asistir, para Borges sólo cuenta el destino, la fatalidad. En ese enigma impenetrable del universo, en donde el hombre es apenas un jugador forzado, todo es posible. El reino del azar es el reino de la arbitrariedad.

Pero esta concepción del mundo que los relatos de Borges repiten con insistencia, no obedece al extravagante capricho de una subjetividad singular. Por más grande que sea el talento de Borges -y lo es en grado superlativo- su obra no deja de pertenecer a un lugar y a un tiempo determinados.

Creo que estos cuentos fantásticos, tal como se los suele calificar, han captado y expresado estéticamente rasgos muy profundos de nuestra realidad. Hasta el punto de convertirse en el testimonio más lúcido y más valiente que la literatura argentina podría exhibir en lo que va del siglo.

Esta última afirmación puede no ser compartida. Intentar demostrarla o determinar, al menos, el modo en que lo testimonial se manifiesta en los cuentos de Borges, es una pretensión no sólo ardua sino también injusta. Pone en peligro esa distancia que es condición esencial del mundo estético e implica un inevitable rebajamiento de lo literario.

"Nuestro pobre individualismo" es un ensayo que data de 1946. Se trata de un trabajo menor: unas pocas páginas en donde se señalan algunos rasgos distintivos del carácter argentino. Escribe Borges:

    El argentino, a diferencia de los americanos del Norte y de casi todos los europeos, no se identifica con el Estado. Ello puede atribuirse a la circunstancia de que, en este país, los gobiernos suelen ser pésimos o al hecho general de que el Estado es una inconcebible abstracción; lo cierto es que el argentino es un individuo no un ciudadano. Aforismos como el de Hegel El Estado es la realidad de la idea moral, le parecen bromas siniestras. Los films elaborados en Hollywood repetidamente proponen a la admiración el caso de un hombre (generalmente, un periodista) que busca la amistad de un criminal para entregarlo después a la policía; el argentino, para quien la amistad es una pasión y la policía una maffia, siente que ese héroe’ es un incomprensible canalla.

    El mundo, para el europeo, es un cosmos, en el que cada cual íntimamente corresponde a la función que ejerce; para el argentino, es un caos. El europeo y el americano del Norte juzgan que ha de ser bueno un libro que ha merecido un premio cualquiera; el argentino admite la posibilidad de que no sea malo, a pesar del premio. En general, el argentino descree de las circunstancias. Puede ignorar la fábula de que la humanidad siempre incluye treinta y seis hombres justos -los Lamed Wufniks- que no se conocen entre ellos pero que secretamente sostienen el universo; si la oye, no le extrañará que esos beneméritos sean oscuros y anónimos . . . .

Pienso que estas líneas podrían multiplicarse y aún agravarse sin mayor esfuerzo. Pero sea cual fuere nuestra opinión sobre su veracidad, lo cierto es que no nos escandalizan, ni siquiera nos sorprenden. Por el contrario, si algo estuviéramos dispuestos a reprocharles sería su falta de novedad, su trivialidad casi. Porque, en definitiva, que el mundo sea un caos, el Estado una inconcebible abstracción y una desagradable realidad, los gobiernos pésimos, los funcionarios venales, la policía una maffia, los libros premiados generalmente ilegibles, es sólo una parte de lo que esperamos de la realidad.

Y no es lo contradictorio de esta realidad lo que llama la atención. La vida se funda en contradicciones. Pero la contradicción es sólo un momento, un paso hacia un estadio en donde lo contradictorio se resuelve y supera.

En la realidad descripta por Borges no sucede lo mismo. Aquí los contrarios conviven sin solución. Esto, además, se caracteriza por la simultaneidad; por el hecho de que nada es algo definido nunca, nada obtiene lo que merece nunca. Se caracteriza por la ambigüedad y el equívoco.

Y el reino de la ambigüedad y el equívoco no es otro que el reino del sueño. No sugiero, por supuesto, que nuestra realidad sea onírica. Digo que en ella son reconocibles ciertos rasgos típicos del mundo onírico y del mundo lúdico. Uno de ellos es la semejanza. Al igual que en el sueño, todo es semejante. Cada imagen es semejante a otra y ésta a otra y así indefinidamente. Se busca la figura verdadera pero siempre se nos deriva a lo semejante. El soñador, como el argentino, "descree de las circunstancias".

En el sueño, por otra parte, estamos inermes, entregados a lo que el sueño mismo decida, sin posibilidad de modificarlo o dirigirlo. Las peripecias del sueño son una fatalidad a la que el soñador debe resignarse. El azar, la buena o la mala suerte, dibuja el imprevisible destino del soñador. En el sueño podemos "sin escándalo" ser todos los hombres. Del mismo modo, en el juego de puro azar, se gana o se pierde sin necesidad de mérito o culpa.

Pienso en los cuentos fantásticos de Borges. En este fragmento de la "Lotería en Babilonia", tan deliberadamente alejado de la realidad:

    He conocido lo que ignoran los griegos: la incertidumbre. En una cámara de bronce, ante el pañuelo silencioso del estrangulador, la esperanza me ha sido fiel; en el río de los deleites, el pánico. Heraclides Póntico refiere con admiración que Pitágoras recordaba haber sido Pirro y antes Euforbo y antes algún otro mortal; para recordar vicisitudes análogas yo no preciso recurrir a la muerte ni aun a la impostura.

    Debo esa variedad casi atroz a una institución que otras repúblicas ignoran o que obra en ellas de modo imperfecto y secreto: la lotería . . . . Soy de un país vertiginoso donde la lotería es parte principal de la realidad.

La obra narrativa de Borges ilumina un mundo fungible, onírico. Un mundo donde el pensamiento sólo se manifiesta como arbitrario ordenador y no conduce a la verdad, donde la esencia de la razón se revela como ferocidad destructora que se destruye. Si el mundo es algo para Borges, es una pesadilla. Este sentimiento de espanto ante la creación es el reconocimiento de la desdichada aventura de una razón abandonada a su pura negatividad.

Pero el nihilismo es también un clamor, una protesta, una desesperada nostalgia de Dios: "No me parece inverosímil -escribe en "La Biblioteca de Babel"- que en algún anaquel del universo haya un libro total; ruego a los dioses ignorados que un hombre -uno solo, aunque sea, hace miles de años!- lo haya examinado y leído. Si el honor y la sabiduría y la felicidad no son para mí, que sean para otros. Que el cielo exista, aunque mi lugar sea el infierno. Que yo sea ultrajado y aniquilado, pero que en un instante, en un ser, Tu enorme biblioteca se justifique".

Desde el silencio estos textos repiten siempre un mismo clamor. El relato construye una brillante conjetura -con ese placer que sólo una inteligencia superior como la de Borges puede proporcionar- una brillante conjetura que destruye y arruina toda certeza, para que lo que no se nombra hable, para que sólo resista aquello que sigue resistiéndose.

Fuente : Lehman College

10 librerías imperdibles del mundo

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 Desde Lello en Oporto, hasta la famosa Shakespeare and Co. de París, y desde El Ateneo Gran Splendid de Buenos Aires hasta la Librería del Virrey, en Lima, un delicioso recorrido por librerías que hay que conocer.                        

Algunas listas incluyen diez, veinte, veinticinco. Son las librerías más lindas del mundo, un universo de papel dentro de otro de arquitectura, diseño y color. Son muchas: basta decir que Buenos Aires es la ciudad del mundo con más librerías por habitante, por lo que para cualquier turista argentino entrar a una, en cualquier país, es parte de la rutina, del paisaje que queremos admirar. Aquí mostramos una lista de diez librerías que merecen una visita. Faltan, claro. Porque la larga lista incluye también desde la Librería del Pensamiento, en Guatemala, hasta City Lights, en San Francisco. Desde la Librería Stranford, en Londres, hasta Acqua Alta, en Venecia, donde hay que mirar los libros, muchos joyas antiguas, entre bañeras y gatos. Desde el espacio abierto y verde de El Péndulo, en Ciudad de México, hasta la librería Antonio Machado, en Madrid, una de las preferidas del escritor Jorge Carrión, que le dedicó un extenso, riguroso y bello ensayo a este tema. El cree que es durante la infancia y la adolescencia cuando uno se vuelve amante estos lugares. En “Librerías”, de editorial Anagrama, Carrión dice: “Nos ha tocado vivir el lentísimo fin del libro de papel, tan lento que quizá nunca llegue a ocurrir del todo”.

1. Librería Lello, Oporto, Portugal.

De esta librería se dice mucho. Que es la más bella de Europa y que fue utilizada como escenario de algunas películas de Harry Potter. J.K.Rowling, la creadora de este personaje, vivió algunos años en Oporto y se deslumbró con el ambiente antiguo, de 1909, con las gigantescas estanterías de madera que apenas sostienen los libros, la escalera de madera torneada y la luz natural. Pero no: una de las dos cosas no es verdad. No se utilizó para filmar escenas de Harry Potter, la librería Lello fue apenas una inspiración, pero es preciosa de todos modos. No sólo la fachada, también la planta baja, donde se exhiben y venden libros en varios idiomas, pero esencialmente de los portugueses Pessoa y Saramago. Trabajan especialmente con libros de ficción de autores de todo el mundo. El segundo piso funciona como sala de arte y café.

2. El Ateneo Gran Splendid, Buenos Aires, Argentina

No hay lista de las librerías más bonitas del mundo que no la mencione. Los que la conocen, lo saben. Para construirla, se utilizó un viejo teatro, y luego cine, de Santa Fe y Callao. El respeto por la arquitectura original permitió dejar, entre otros elementos, los palcos, la cúpula decorada y el telón de terciopelo. En el sitio que hace años ocupaba el escenario, ahora hay un café y, una buena noticia, se pueden llevar libros para leer y decidir. El fondo de libros es enorme, inabarcable, pero para eso están los sillones, cómodos y repartidos en los pasillos de la librería. Eso sí: hay que tener suerte para conseguir ubicación.

3. Librería del Virrey, Lima, Perú.

La fundaron, hace 40 años, dos exiliados uruguayos, uno de ellos especializado en libros antiguos. La librería del Virrey es, quizá, la más famosa de Lima por las dimensiones de su espacio, de pisos y estantes de madera y mesas. Está en la zona de Miraflores, en la Plaza Bolognesi, y durante 30 años tuvo otra sede, que ahora es una sucursal bancaria. Fue una suerte de centro cultural, por el que pasaron desde el brasileño Jorge Amado hasta el escritor español Enrique Vila-Matas. Ahora, la librería ocupa una casona gris con patio. Se especializan en literatura peruana, libros políticos y de arte y recientemente agregaron otro sector: novela gráfica.


4. Polare Maastricht, Maastricht, Países Bajos

¿Una librería en una iglesia del siglo XII? Sí, todo es posible: estantes distribuidos en medio de una arquitectura gótica, huellas del pasado en las paredes y una librería digna del siglo XXI, que funciona en una iglesia gótica de la orden dominicana, construida en 1294. En 1794 fue confiscada por el tropas al mando de Napoleón y su uso fue cambiando hasta ahora, cuando un grupo de empresarios renovó la catedral., pero conservando su esencia, y desde 2007 se la conoce como la librería Selexyz Dominicanen. Es un número puesto entre las más bellas del planeta y miles de personas la visitan cada año para ver los techos abovedados, los frescos de la decoración, los arcos: es espectacular. Tiene uno de los mayores fondos de libros de Maastricht (más de 25.000 ejemplares) y una cafetería.


5. Librairie des Colonnes, Tánger, Marruecos

Por la Librairie des Colonnes (de las columnas) pasaron cientos de grandes escritores, desde Paul Bowles hasta Juan Goytisolo, que compartieron allí una lectura o la firma de libros; también Marguerite Yourcenar y Samuel Beckett. Su antigua dueña dijo una vez que “tener una librería no es solamente leer, es también saber contar”. Con el años, el negocio lo compró un amigo del diseñador francés Ives Saint Laurent, pero sigue siendo un remanso en una ciudad ruidosa y trajinada. Columnas rojas y mucha madera son el escenario de una enorme variedad y cantidad libros en francés, inglés y español.


6. Shakespeare and Co., París, Francia

No es la librería original, la de Sylvia Beach, la de los primeros años del siglo XX, cuando Ernest Hemingway decía que “París era una fiesta, cuando éramos muy pobres y muy felices”. De todos modos, la actual, ahora en el Barrio Latino, sigue siendo un ícono de la ciudad. No sólo es una de las más lindas del mundo, también es una de las más filmadas. Dos ejemplos recientes: “Antes del atardecer” (Richard Linklater) y “Medianoche en París” (Woody Allen). Cada ejemplar que se vende, sale con un sello que señala “Shakespeare and Co. Kilometer 0 París”. Adentro, la librería es un desprolijo pero encantador espacio de bibliotecas y sillones para sentarse a leer.


7. Cook and Book, Bruselas, Bélgica

Combinación perfecta de librería, restaurante y diseño, Cook & Book se divide en dos edificios o bloques (A y B) que suman unos 500 metros cuadrados dedicados a la cultura y la gastronomía. Además, tiene nueve espacios temáticos, diseñados según la temática. Por ejemplo, la sección BD es la más elegante, con una mesa central, estanterías de madera y ficheros con libros. Jeunesse (Juventud) está dedicado a los niños y a los juegos, en un espacio blanco, en el que el color está en los libros y en los pequeños sillones. Otros sectores: Voyages (Viajes) funciona como un bar y Serre, un invernadero, es el restaurante; Beaux-Arts (Bellas Artes) quizá resuma en sus libros de arte todo el vanguardismo; en Musique está la disquería de Cook and Book y, quizá el no va más del diseño sea el sector Roman, en el que los libros invaden el espacio y cuelgan del techo. En Cucina están los mostradores con comida y bebida. El detalle de la decoración: un Fiat 500 estacionado. El último espacio es Anglais, en el que, taza de té en mano, se puede leer a Sherlok Holmes.


8. Puro Verso, Montevideo, Uruguay

En un edificio de 1917, de estilo art decó y donde hasta no hace mucho tiempo funcionaba una óptica, ahora está la librería Puro Verso, con dos preciosas y enormes vidrieras a los costados para exhibir los libros: para el amante de las librerías, es como una chocolatería. El reloj de la fachada, el ascensor que aún funciona son sólo dos de los detalles de Puro Verso, que parece resumir el viejo Montevideo, tan bien se utilizó la arquitectura de la antigua óptica. En la planta baja está la librería, con un fondo editorial admirable -títulos y autores para todos los gustos- y en el primer piso hay un restaurante, con un menú innovador. De regalo, las postales que se ven desde allí arriba: el Palacio Salvo, la puerta de la ciudadela de Montevideo, el Teatro Solís y la peatonal Sarandí.


9. La Central, Barcelona, España

La Central es una cadena de librerías que tiene varias sucursales, tanto en Madrid como en Barcelona. Esta, la del precioso barrio del Raval, está ubicada en el solar que antiguamente ocupaba la Capilla de la Misericordia, con una superficie de más de 850 metros cuadrados, La Central del Raval, que tuvo un minucioso reciclado, es, especialmente, una librería dedicada a las humanidades y tiene un catálogo de más unos 80.000 títulos, una sala destinada a las actividades culturales y hasta un pequeño sector donde comprar piezas de diseño, como anillos y collares. También tienen un muy buen catálogo de las novedades en narrativa, arte, poesía, arquitectura y novela gráfica.


10. Libreria Internazionale Luxemburgo, Turín, Italia

Fundada 1872, la Libreria Internazionale Luxemburgo es la mejor y más completa de la ciudad. Desde ficción a libros especializados en casi todas las materias, siempre hay libros para detenerse y mirar, en inglés, francés, alemán, español y otros idiomas. Cuando abrió era conocida como la librería Casanova. Además, se hacen presentaciones de libros de grandes escritores, como el francés Emmanuel Càrrere, que dará una charla en marzo. Con una preciosa fachada de piedra amarilla, también venden diarios y revistas de todo el mundo. Adentro, grandes mesas con las novedades, enmarcadas por las fotos de los escritores más famosos.

Fuente : Clarín – Todo Viajes

LECTURA BORGEANA DE LA LITERATURA GAUCHESCA. ENSAYOS Y CUENTOS.

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Guillermo Gotschlich
   
Universidad de Chile.
    
    Las primeras y más acentuadas inquietudes nacionalistas en la literatura argentina de este siglo, tienen origen en la revaloración de las expresiones vernaculares que en los años veinte surgen por razones de tipo político, cultural y literario. En una suerte de avanzada nacionalista, grupos de diversa orientación estética tienden a coincidir en un objetivo común con el propósito de estimular el conocimiento y evaluación de la cultura rioplatense. Sin duda, una de sus manifestaciones más identificatorias fue la poesía gauchesca, tema de tratamiento extenso por la crítica argentina e hispanoamericana. Nos interesa observar esta cuestión desde la perspectiva criollista y el posterior vanguardismo o universalismo, que asume Jorge Luis Borges en su obra. (1) A través de variadas formas expositivas, mostrará una posición renovada acerca de dos asuntos que probablemente se concentren en uno: la literatura gauchesca y lo nacional argentino.

    El examen crítico de estas materias fue expuesto por el autor a lo largo de una serie de ensayos y obras narrativas en el curso de, al menos, tres décadas. En Discusión se recogen las versiones más completas, aunque no definitivas del tratamiento de los temas mencionados. (2) La parte ensayística tiene antecedentes en los primeros libros críticos, (3) borrados de la memoria del autor pero no así de los lectores y convertidos en una leyenda de la escritura borgeana. Las discusiones iniciales contenidas en ellos enfocan el asunto gauchesco, autores y temas criollistas y otros que conformaron una tradición en la literatura argentina y universal. Si agregamos su primer pilar ensayístico, Evaristo Carriego (4), podemos vislumbrar un enlace entre estas obras y las que escribe en Sur, e incorpora en libros como el ya citado y el de otros posteriores.

    Nuestro propósito inicial es fijar ciertos límites en relación a "El escritor argentino y la tradición" y "La poesía gauchesca", seleccionados para la segunda edición de Discusión (1957). El énfasis especulativo que da Borges a los contenidos de estos artículos, tiene su punto culminante, aunque no definitivo, en los escritos de los años treinta. En el campo de la creación narrativa, publica en Sur, "Biografía de Tadeo Isidoro Cruz", y posteriormente "El Sur", y "El fin", cuentos que remiten a la presencia directa e indirecta de Martín Fierro y del poema de Hernández. (5) Estos relatos forman parte del corpus seleccionado para nuestra investigación.

   Un antecedente. Evaristo Carriego.

    Al revisar los primeros escritos de Borges en Sur, surgen temas que tienen directa relación con una visión analítico estética de la realidad argentina, muy vinculada al criollismo vigente y del cual el autor se manifestó menos aproximado que crítico. Un sondeo por sus primeros libros de ensayos, entregan la pauta de un momento en la vida literaria de Borges, posteriormente descartada por él mismo. Existe consenso, por otra parte, para afirmar que en la década de los años treinta, Borges inicia su segunda etapa como escritor al asumir su definitiva postura vanguardista. (6)

    Evaristo Carriego representa una muestra inusual en la producción de un escritor que advierte las posibilidades creativas del ensayo: el texto enfatiza una consciente imagen del propio autor como sujeto de la escritura y generador de sus propios principios estéticos, algo más que vislumbrados en este sugerente libro. (7) La obra contiene reflexiones, imágenes simbólicas y modalidades de exposición en torno a temas que serán desarrollados en cuentos y ensayos posteriores. Relevancia especial asume la fragmentaria e incidental imagen que se nos entrega de la figura biográfica del poeta. Para sus efectos inmediatos, éste pudo no haber sido más que un pretexto, un hilo entre otros, y la obra, la expresión de un lenguaje, una figura, una mitología de lo argentino. Evaristo Carriego no es un libro de crítica literaria o poética en sentido estricto. Comienza como breve historia de un sector de Buenos Aires, de barrios y personajes populares, de arquitecturas pobres y desolación pampera, de poesía que canta a lo antiguo que se desvanece. Escrito que sorprende al lector por los difusos límites de su singular modo de exposición y la diversidad de sus temas: la ciudad que empieza a cobrar aspecto de moderna y un espacio aledaño que representa la vasta infinitud de la geografía argentina. Se entrecruzan lo civilizado y lo bárbaro (entendido en sentido más bien convencional), cuestiones que el autor modula, más que en su dicotomía, a través de una extraña simbiosis enmarañada de poesía popular, de tangos y guitarreros, de pujanza larvaria y guapos envanecidos por deber una muerte, de símbolos e historias simbólicas, en fin, de lenguaje y escritura a lo Borges.

    Para James Irby, esta obra "resume la fase criollista, esperanzada de su autor y anticipa la fase más experimental, desconcertante que sigue". (8) Si el texto se mira dando crédito a la primera proposición, es natural afirmar, también, que estaríamos ante un ensayo desconcertante. Pero si el desconcierto es la reacción propia de quien lee dos códigos superpuestos: el criollista y el vanguardista, la cuestión implica descubrir cuál es el énfasis fundamental del libro o tal vez, su propósito menos evidente. Porque hablar de Carriego y consagrarlo en parte de su poesía, puede afirmar que en su autor perviven ciertos códigos argentinos o vernáculos. Ahora bien, si se mira ya no el objeto sino el ensayo en su totalidad, lo más desconcertante y a la vez asertivo es la forma que sigue tomando el libro hasta llegar a su expresión final. Y lo que el lector percibe hoy es parte importante de la transformación definitiva que ocurre en Borges desde sus primeros libros de ensayos a éste, que se afirma como pretexto de exposición de su obra posterior. En este sentido, nos parece que sólo atendiendo al localista entorno que configura la poesía de Carriego se podría afirmar que un único o primordial asunto domina la obra. Sin embargo, la mitologización de Palermo, del cantor y la serie de personajes y símbolos que entrecruzan la escritura, constituyen, a nuestro juicio, la justificación del giro poético narrativo que se aúnan en la (anti) forma de este escrito. A diferencia de la breve nota de 1926 sobre el poeta, (9) en Evaristo Carriego, Borges desarma la madeja realista de las acechanzas del mundo concreto y somete al arbitrio del lector el sentido que cobran algunos símbolos, incluyendo el del libro mismo como tal.(10) Más allá de la biografía, hasta donde ésta llega como escritura y cuando se pierde en el laberinto del discurso, encontramos emblemas, metáforas o figuras que proyectan fuera del tiempo su permanencia simbólica. Este es uno de los rasgos fundamentales que perfilan el curso de la estética borgeana.

    Sobre este punto, nos interesa resaltar el espacio que tienen en el ensayo, dos pasajes adicionados a la segunda edición de 1955 estrechamente vinculados a temas de vertiente hernandiana y "popular". Respecto del primero, "Historias de jinetes", Borges afirma: "son muchas y podrían ser infinitas"; su finalidad, reducir su sentido a uno esencial, explicación que encontrará en la anécdota, la historia o el ejemplo literario. En estas formas, recientes o perdidas en el tiempo, otras en la madeja de la ficción, aparece la figura del hombre reticente a la ciudad. El más característico, el gaucho. A través de la explicación histórica, el narrador corrobora que en muchos orbes y civilizaciones los jinetes conjuran el estar en "la ciudad", se resienten de su forma y proximidad. Este protagonista "es eterno". El jinete, dirá Borges, "es el que pierde al fin" -se entiende ante el hombre citadino o mejor, ante la civilización- pero es quien nos identifica y ello "por obra del gaucho Hernández o por gravitación de nuestro pasado". Su conclusión: desde la historia bíblica hasta la napoleónica, estos "son emblemas y sombras de ese destino". (11)

    En "Historia del Tango", Borges retoma un hilo poetizado por Carriego, e interpreta el baile (el carácter festinante) en su propiedad más universal: la de confrontar o llegar a la pendencia, amen de su índole sexual, signos identificadores de este antiguo ritual. Así lo comprueba en su experiencia libresca, expresión poética de los infatigables duelos vividos en la historia del hombre. Inevitablemente la exposición borgeana nos lleva, no a sentar reflexiones de orden causal, sino a constatar conclusiones como las que leemos: el tango traduce una "belicosa alegría cuya expresión verbal ensayaron en edades remotas, rapsodas griegos y germánicos". (12) Esto es, el baile, de tan incierto origen histórico, se configura a partir de otras formas de vinculación: es música, danza, combate. Siguiendo el pensamiento de Schopenhauer, Borges esgrime el que será uno de sus más frecuentes argumentos para arribar a la compresión última del fenómeno estético: el que la música preexiste al mundo y es una forma de voluntad independiente, "la música es la voluntad, la pasión". En cualquier circunstancia, constituye un ritual avenido al mundo y por lo tanto universal, en toda cultura se manifiesta adoptando formas que la pasión les otorga. De este modo, Borges llega a deducir que la motivación a la pendencia que supone el tango anida en el alma argentina. O como también afirma, "tal vez la misión del tango sea ésta: dar a los argentinos la certidumbre de haber sido valientes, de haber cumplido ya con las exigencias del valor y el honor". La cita completa es muy elocuente: "En un diálogo de Oscar Wilde se lee que la música nos revela un pasado personal que hasta ese momento ignorábamos y nos mueve a lamentar desventuras que no nos ocurrieron y culpas que no cometimos; de mí confesaré que no puedo oír El Marne o Don Juan sin recordar con precisión un pasado apócrifo, a la vez estoico y orgiástico, en el que he desafiado y peleado para caer al fin, silencioso, en un oscuro duelo a cuchillo". (13) Pasaje en extremo sugerente que prefigura muchos duelos de personajes borgeanos muertos al confrontarse con su destino. Probablemente el más próximo al recuerdo del lector, la última escena de "El Sur".

    Las reflexiones histórico poéticas de Borges, en "Historia del tango" constituyen uno de los llamados pretextos del autor, sumado a la de otros trabajados en su obra, quizás desde la primera edición del ensayo o en los libros censurados. (14) De estos pretextos, fundamentalmente uno: probar que la valentía del argentino no es consecuencia de su condición de ciudadano inmerso en un estado y un orden establecido que haya modulado la índole de su nacionalidad. Es sintomático lo que Borges apunta al respecto: "Nuestro pasado militar es copioso, pero lo indiscutible es que el argentino, en trance de pensarse valiente, no se identifica con él (...) sino con las vastas figuras genéricas del Gaucho y del Compadre". (15) Enaltecida la figura del gaucho en desmedro de la del militar, el asunto se enmarca en una cuestión de vinculación simbólica con la patria, ajena al sentido tradicional del valor genérico que suscita la visión del uniformado. Borges conjetura que es la rebeldía ante las instituciones la fuerza que da imagen valórica a sus congéneres en identidad. Se nos aclara en este punto, una, entre muchas, de las finalidades de Evaristo Carriego: la suposición de una actitud ante el juego literario, que Borges fue alternando con los ensayos de Discusión y que maduran, como consecuencia, en los primeros años de la década del 50.

    Momento en que resurgen decantadas las figuras simbólicas de personajes que animaron, en cierta medida Carriego, y fundamentalmente José Hernández.

    Aquí comienza un camino que tiene diversas variantes en la creación borgeana y uno de los cuales será su reflexión como crítico del porqué la poesía gauchesca alcanza un nivel de primacía en la conciencia cultural argentina. Al año siguiente de la primera edición de Evaristo Carriego, Borges publica en Sur, las primeras versiones de los artículos posteriormente modificados y ensamblados, en los que va a plantear el tema en cuestión. (16) En otro ensayo, "El escritor argentino y la tradición", Borges amplía el desarrollo crítico del asunto gauchesco. El seguimiento del problema se vuelca además a su obra narrativa y continúa hasta el momento en que incluye en Ficciones los relatos escritos en 1953, "El Sur" y "El fin". Temporalmente el tema reaparece el año 1957 con "Martín Fierro", en Sur, relato de escritura y estilo muy singulares, de "argumento" histórico y que forma parte de los relatos de El hacedor (1960).

    Los ensayos.

    "El escritor argentino y la tradición", aborda el asunto propuesto a partir de la preponderancia que habrían tenido textos y autores canonizados en la cultura rioplatense como cultivadores del género gauchesco. Una vez planteado el problema, Borges adopta un criterio refutacionista en relación al valor y situación de la poesía gauchesca como origen de un acervo cultural propio y único. Su revisión a la crítica se afirma en al menos dos enfoques considerados también en "La poesía gauchesca"; el de la analogía existente entre los poemas homéricos y otros ejemplos del la tradición épica y Martín Fierro, en sus correspondientes culturas -proposición de Lugones-, y la más americana, si se quiere, de Ricardo Rojas, quien postula la derivación de la poesía gauchesca -la de Hidalgo, Ascasubi, Del Campo y Hernández- de la poesía popular de los payadores, basado en la identidad métrica octosilábica de la primera y su frecuente aparición en la segunda. Para Borges, el error de este planteamiento, según su visión del problema, radica en que el endecasílabo de los escritores gauchescos no pudo ser de uso poético en la poesía popular. Lo prueba al verificar una serie objetiva de diferencias en los planos temáticos y lingüísticos y a su vez en las intenciones afincadas en leas tendencias propias de la poesía de los payadores.

    Por otra parte, la artificiosidad de la poesía de Hidalgo, Del Campo o Ascasubi la aleja de las formas características del léxico de los payadores situándola en el marco de otros principios sancionados por las convicciones creativas de estos autores. Ejemplos visibles son Paulino Lucero, Fausto y Martín Fierro. Con el objeto de resaltar afinidades y diferencias entre unta y otra poesía, Borges esgrime como hipótesis, la desigualdad perceptible entre la totalidad del discurso narrativo del poema de Hernández y el de la payada circunstancial entre el Moreno y Fierro. Considera ésta, la prueba objetiva de las diversidades léxicas y de perspectivas que definen los versos de los payadores y de la poesía gauchesca. Desaparece del citado pasaje, el español de tono gauchesco y se introducen temas de vuelo filosófico que exigen otro uso del idioma, contrario al vernáculo del resto de obra. Borges refuta entonces la perspectiva de raigambre nacionalista en el sentido de vincular, lenguaje, temas y color local como expresiones de la identidad que definirían a la literatura argentina. De este modo, el problema de la tradición no radica en un asunta de percepción geográfica, nacional o americana. Esta es atemporal, en cierto modo, complejamente vinculada por lazos no visibles y generada, posiblemente, en la conciencia crítica de Borges, desde una larga conjunción de autores que han ido creando a sus precursores. Esta idea, estimamos, es más que sugerida en estos ensayos de los años treinta, particularmente en "El escritor argentino...". Las restricciones al color local, como rasgo adjudicado por cierta literatura a la identidad argentina, muestran que la posición de Borges es notoriamente contraria a la perspectiva decimonónica, a la tradición moderna y al acendrado nacionalismo que las caracteriza. (17)

    En "La poesía gauchesca" nuevamente Borges alude al planteamiento equívoco acerca de la aparición del subgénero en la tradición rioplatense. Para sus antecesores las causas se originan en la modalidad pastoril de la vida en la pampa, razón suficiente que afirmaría el nacimiento de esta poesía; Borges agrega otra explicación necesaria, reduciendo la generalidad de la anterior a una que la complementa y justifica. La objeción apunta a considerar al gaucho como materia del origen de esta literatura, explicación que distrae otra: la de que una compleja conjunción de hechos afirmados en la visión de "hombres de cultura civil", (los precursores de Hernández) accedieron a un fondo sustantivo de comprensión del fenómeno del gauchaje. De este modo, Borges discute los argumentos en favor del nacionalismo representado en la figura del personaje como prueba de la existencia de esa literatura. Atribución parcialmente adjudicable a Bartolomé Hidalgo quien habría descubierto un particular estilo fónico en la dicción del gaucho. A su vez, la hipótesis de haber sido Ascasubi "precursor borroso de Hernández", se debilita por inconsistente y remata en lo que es para Borges un argumento definitivo: la relación del destino del protagonista Martín Fierro, tema o situación ajenos a algún propósito similar en las obras de Hidalgo o de Ascasubi. La obra de éstos pudiera prefigurar ciertos aspectos del Martín Fierro, no su condición esencial. Esta es, en rigor, una afirmación de la propia estética borgeana. Su percepción del problema enfatiza la heroicidad realista y novelesca del gaucho, al desviar a un lugar secundario el descriptivismo, ausente o muy parcialmente evocado por el narrador personaje. De este modo, afirma la ineficiencia poética del socorrido "color local" como característica fundamental de un rasgo de estilo, inexistente en el Martín Fierro.

    El discurso de Fierro -así lo estimó Borges- exhibe la conciencia del gaucho, por sobre la expresión externa y visual de hechos o conflictos en la vida de la pampa. Por esta razón, Ascasubi le parece situado en la línea de una relación directa de costumbres típicas, cuestión que en Hernández ocurren como asuntos de la vida temporalmente entendida. (18) Esto es, enfatizada en uno la contemplación y acentuada en el otro la vivencia.

    De los precursores, la figura más cercana y concordante con Hernández es Antonio Lussich. Dice Borges: "El mayor interés de la obra de Lussich es su anticipación evidente del inmediato y posterior Martín Fierro". Los tres gauchos orientales fue publicada seis meses antes que el poema de Hernández. La máxima proximidad no es ciertamente la temporal, sino la que constituyen los pasajes autobiográficos de los cantos de los tres gauchos (Borges reitera la incidencia que tiene como narrador personaje el héroe de Hernández), en los que se encuentran "digresiones de orden personal y patético, ignoradas por Hidalgo o por Ascasubi"; aptitudes poéticas o creativas que "prefiguran el Martín Fierro". (19) Sintetizando las posturas críticas de ese momento, Borges enfatiza la equivocidad en que se sitúa a esta obra. (20) Rechaza las alabanzas que ocultan lo esencial del poema, al atribuirle rasgos clásicos o localistas originados en visiones erróneas de orden estético o histórico. Estima relevante que se eluda referir a la vida puntual del gaucho, evitando la madeja de información realista que, por obviedad, la supone lo verdaderamente central en el poema: el relato del propio destino, narrado por el protagonista desde su edad viril. La madurez permite fijar el punto de hablada que refiere el curso degradado de la existencia del gaucho, desde la mítica edad dorada (Canto II, 1ª) hasta las atrocidades de su condición de matrero. Borges reafirma entonces la hipótesis de ser Martín Fierro una novela tan propiamente en su género como cualesquiera de las más notables de su época, las "del siglo novelesco por antonomasia". Con este argumento destierra cualquier vínculo con el género épico y una postura obcecadamente nacionalista como fue, por ejemplo, la de Lugones.

    Con énfasis, la interpretación de Borges se inclina a ver al personaje como objeto central del poema, más en "La ida" que en "La vuelta", puesto que la segunda parte nos entrega un héroe transformado y adocenado por el rigor de su vida y la sabiduría de la edad. Sabiduría de la cual el autor no hace mención entusiasta, dado que los pasajes de mayor significado y recalcados continuamente por Borges, son el encuentro con Cruz en la primera parte y como momento excepcional, la payada de la segunda. Es cierto, como se ha destacado en algunos estudios, que la visión acerca del libro y del personaje sufre variaciones en la apreciación del autor a lo largo del tiempo. Visto como protagonista de novela, son notorias las circunstanciales limitaciones del gaucho. (21) La pregunta que surge entonces, radica en el engarce posible entre esta interpretación, la que Borges propone en los cuentos y sus opiniones vertidas en algunas entrevistas en relación con personaje. (22) Los críticos ocupados de este asunto advierten sobre la ambigüedad que rodea a la percepción del libro. "Borges acepta la ambigüedad como condición de la naturaleza novelesca del poema" dice Rodríguez Monegal, rescatando al mismo tiempo lo que el propio autor salva: "El pobre Martín Fierro no está en las confusas muertes que obró ni en los excesos de protesta y bravata que entorpecen la crónica de sus desdichas. Está en la entonación y en la respiración de los versos; en la inocencia que rememora modestas y perdidas felicidades y en el coraje que no ignora que el hombre ha nacido para sufrir. Así me parece que lo sentimos instintivamente los argentinos. Las vicisitudes de Fierro nos impactan menos que la persona que los vivió." (23) Esta cita sigue una huella que enfatiza la literariedad del texto y la presencia del héroe, en el lenguaje, el tono, la forma del libro. No condice en nada con la opinión sesgada de la imagen seudo real de un personaje transformado en la conciencia de Borges cuando afirma lo expresado en la entrevista. Es notorio, entonces que Borges llegue a dimensionar la obra en su textualidad poética. Quizás si para él, el verdadero personaje sea El gaucho Martín Fierro, obra de José Hernández; libro, sobre cualquier cosa, texto verbal, larga payada en la que un héroe cuenta su vida.

    Si esta consideración puede tomarse como la más efectiva, estos ensayos preparan, o, en el lenguaje borgeano, prefiguran, la otra interpretación de la existencia del personaje: la que se encuentra en los cuentos señalados anteriormente y en los cuales, Borges busca definir lo que tan certeramente enfatiza: el carácter del protagonista de Hernández, el cumplimiento de su destino y el destino de todo argentino.

    Los cuentos. "Biografía de Tadeo Isidoro Cruz. (1829-1874)."

    La escena final y capítulos del cierre del poema de José Hernández, 1ª parte, sorprenden al protagonista en un primer acto de redención o de recuperación de su valor, de una cualidad, perdida o extraviada debido al historial de crímenes que carga. La persecución que padece Fierro es un hecho previsible y éste ha sentido el peso de su degradación. En estado alerta enfrenta al grupo de policías que buscan arrestarlo. Debido al extremo valor de Fierro, la escena es ponderada por uno de sus captores, el sargento Cruz. El policía, por más de una razón, se rebela contra la justicia que representa, situándose en el lugar de Fierro a causa de la admiración que despierta en él, el valor extremo del gaucho. ("Cruz no consiente / que se cometa el delito / de matar así un valiente". vs. 1624, 1626. ) El acto, vindicativo y temerario, tiene una proyección que Borges interpreta en dos direcciones: la del valor como ejemplo, asunto de extenso desarrollo en su obra, y otro no menos reiterado, el tema del doble. Si pensamos en el propósito de Hernández, la idea de encontrar, en medio de la soledad casi raigal de Fierro, otro que lo valore y libere de su degradación, el gesto implica un acto de identidad que trasciende la visión de uno de los personajes. Ambos ven en el otro, su propio rostro, una suerte de hermandad de la soledad y el valor que refuerza el sentido de su vínculo y reconocimiento. (24)

    "Biografía de Tadeo Isidoro Cruz" es el primer relato de Borges donde una situación, escena o pasaje del poema de Hernández es recreado como cuento, reescrito en otra "versión" o "perversión" según los términos del narrador en el texto. El cuento abre un abanico de referencias intertextuales, además de sustentar la historia en la biografía: el episodio de la salvación de Fierro a manos de Cruz y la conversión (o anticonversión según se lo quiera ver) de éste. Uno de los hechos sustanciales aludidos en el discurso, cuando la "Biografía..." se lee como relato "convencional" de hechos, es la similar relación del peligro que envuelve el acto de la captura, (en el cuento y el poema) unido al canto del chajá y la premonición que este indicio connota. La premonición se entiende en el contexto del Martín Fierro, es decir en la textualización de la situación original, como aviso de un devenir (inmediato), curso de una acción con los resultados conocidos de la lucha enfática de Fierro contra sus opresores. (25) En otro nivel quizás, el cuento se sumerge aparentemente en los signos discursivos del poema de Hernández, pero anuncian un "peligro" más radical y que consiste en un hermoso juego filosófico o tal vez metafísico de Borges: el anuncio del develamiento de la propia identidad. Este velo que se corre es una instancia de tan fuerte intención novelesca que suscita la idea de que, cuando trascurre aquélla, "la última noche fundamental", (de encuentro y revelación) ocurre el instante del mayor y único conocimiento significativo de todo hombre: el saber para siempre quién es. Este no es sin embargo un tipo de noción que se genera en la literal acción de un relato común, sino en el entramado textual que este singular cuento provoca. Al discurso narrativo lo antecede un epígrafe del poemario de Yeats, The winding stair, concretamente del poema "A woman young and old" (1929), (26). El momento de escritura de esta obra coincide con la premonición de su muerte por parte de Yeats. El núcleo del poemario es una alabanza a la vida, pero en el verso del epígrafe, se lee cómo el efecto aniquilador del tiempo actúa sobre la juventud, especialmente de la mujer, con su implacable fuerza destructiva. La mujer, personaje del poema, se maquilla buscando, no por vanidad, el rostro que tuvo "before the world was made". La idealización de la juventud que sostiene este verso se expresa desde la melancolía de la vejez. Para Yeats lo fundamental del cambio reside en la perspectiva del enamorado, en la mitificada imagen de la lozanía y del permanente amor que recupera la plenitud anterior. (27) El notorio idealismo del punto de vista, concuerda con una perspectiva similar de otros poemas de Yeats. El cuestionamiento nos encamina hacia la lectura que Borges da a la cita del poema y al propósito del cuento. En lo fundamental, un proceso de búsqueda entrañable, la certeza de haber recobrado algo esencial y que orienta la interpretación del autor argentino a partir de su relectura del poema citado. El epígrafe provoca la extensión de sus sentidos a la matriz del relato: el conocimiento del propio destino, oculto en la sucesión del tiempo, recorrido por la biografía y develado en un instante que son todos los instantes. La interacción de textos, poema y relato, colicionan imágenes de mundo análogas. En el poema, la doble faz de la amada que recuerda el hombre enamorado y en la que reconoce la verdad de su rostro; en el cuento, la imagen lírica de Yeats se superpone a la de otra historia, ajena al modo de evocación romántica del poema. El rostro buscado no se vincula a un tiempo pasado, sino a la sustancia o verdad de un ser perdido y reencontrado en virtud de un acto fundamental.

    La biografía de Cruz repite o analogiza en sus momentos de conversión a la de Fierro. Perseguido por un crimen, se defiende con fiereza y valentía. Apresado, anula o es anulada la "barbarie monótona" en que ha vivido. Se apacigua y cumple la ley; la ejecuta cuando debe detener a un criminal. La persecución y casi captura repiten una historia, un segmento de la biografía de dos hombres que son uno. Al ver el rostro del acosado, Cruz advierte que su valentía y destreza en la lucha no le son ajenas. Se reconoce en el otro, en el otro ve y comprende el sentido de su propio destino. La similitud con el fragmento del poema de Hernández tiene sus límites; en Martín Fierro la escena supone otras y una segunda parte, se presume, prevista por Hernández al concluir la primera. A su vez, la escena del cuento está interceptada por la alusión a un texto reiterado en varios escritos de Borges: un pasaje de Corintios, que proyecta la lectura biografiada a otro nivel de sentido y reduce a un momento sustancial la explicación de la vida de Cruz, (y también la de Fierro): "La aventura consta en un libro insigne; es decir, en un libro cuya materia puede ser todo para todos (I Corintios 9:22), pues es capaz de casi inagotables repeticiones, versiones, perversiones." (28) La mención, a la vez que desperfila al cuento como biografía convirtiéndolo en espejo universal de otra, en esencia lo sitúa en el plano de una notable entre muchas de las revelaciones de la historia, recogidas en la Biblia, la de San Pablo, el Salvador, cuya acción se origina en la fidelidad a la palabra sagrada: El Evangelio. (29) La alusión de Borges se refiere al pasaje clave en la cual el evangelista asume el modelo egregio de la palabra, la de Cristo, es decir la Verdad como revelación. Modelo y cuento superponen una idea fundamental que el narrador de la "Biografía..." la sentencia como "el momento en que el hombre sabe para siempre quién es" (p. 562). Es claro que el lector perciba el cuento como una posible superposición de la palabra original, en un sentido amplio y a la vez limitando la expresión sacralizada de la conciencia divina. En el pasaje citado que alude a la "materia [que] puede ser todo para todos", lo más obvio es que esa referencia nazca del discurso de Corintios, el libro insigne. De modo que, el discurso narrativo no parece aludir sólo a la obra de Hernández y específicamente a "la aventura" o noche del entrevero. La aventura, por tanto, no sería literalmente ésta puesto que el juego borgeano abre dos canales simultáneos de referencia, en verdad, explícitos: el texto sagrado y el poema gauchesco. Más allá de la aventura novelesca, la referencia se proyecta a una gran situación humana que anida en el espíritu de Corintios, la del conocimiento superior de sí mismo y por lo tanto de la conversión del hombre. Sustancialmente ésta es la historia de Pablo, la de su conversión después de transgredir la ley de Cristo, seguida de la posterior vindicación de esa ley, la del espíritu, verdadera en oposición a la de los hombres. (30) "La Biografía..." escrita por Borges como relato de la vida de Cruz, ejemplariza, en el valor (equivalente a la fe), el reconocimiento de que ese otro soy yo: Fierro visto por su doble, "convertido" e identificado en él. Esta es la nueva versión o perversión del texto bíblico, modelo de una escritura egregia y vertido a otra, cuyo modelo anterior, el poema de Hernández, es reescrito en cuento sintetizando el sentido de una experiencia primigenia. Para ello Borges relee de manera antojadiza si se quiere, el pasaje de la "aventura", vindicativa de Fierro para verterlo en las engañosas palabras de una biografía, en una no menos engañosa escritura. Este es el primer comentario o glosa ficcional sobre un pasaje del Martín Fierro con el que Borges inicia la revisión e interpretación poética del libro de Hernández.

    "El Sur".

    Una consideración necesaria, a nuestro juicio, en la lectura de "El Sur", la constituye la presencia de un antiguo tópico: el de las armas y las letras. La historia personal y la identidad de Dahlmann lo sugieren. Hijo de un pastor protestante y heredero de una supuesta naturaleza reflexiva, a la vez descendiente de hombres que pelearon y murieron valerosamente, este bibliotecario lee con avidez las fotos gastadas (pero presentes) de sus abuelos y añora en lo profundo de su ser la herencia familiar de su hacienda del Sur; además se conjugan -y conjuran- en el relato varios textos, fundados menos en los referentes simples de la realidad que en los artificios de lo literario. De ahí que el discurso narrativo inicial del cuento sea una información imprescindible como antecedente de la historia y de la configuración del texto, dado que sugiere notoriamente esta dualidad: la del arte de la palabra confrontada con la lucha, la del pensamiento con la acción, o si se quiere, la de la página historiada con la guerra. Lo notorio pero velado al mismo tiempo es que éstos no parecen significar términos encontrados u opuestos; si lo planteáramos como tal, estaríamos ante un relato que evidencia la fuerza constitutiva del tópico mismo y su desarrollo haría necesaria la prueba de su significación o forma en la forma del cuento. Como el lector sabe, si acepta esta interpretación, el tópico indiscutiblemente aparece, pero queda en suspenso o se manifiesta y oculta en el entramado textual en varios momentos hasta el duelo final. El punto es saber si la hipótesis propuesta nos lleva a confirmar la validez constructiva del tópico en el relato para asegurar que letras y armas son y poetizan la clásica oposición u otra cosa.

    La primera secuencia del cuento deja en pie una de las vertientes del tópico: la presencia evidente en el texto del mundo de las letras, debido a la poderosa sugerencia que tienen para Dahlmann al menos dos libros canónicos en sus respectivos contextos. Uno de ellos, Las mil y una noches, el otro, mencionado y de apariencia menos imperativa para el personaje, Martín Fierro. (31) En realidad los dos libros no dicotomizan excluyentemente la oposición tópica ya que en ambos, el juego y el valor de narrar están circundados por un peligro que en determinada circunstancia implicará un desafío y la posibilidad de morir. A Schahrazad, el acto de narrar en sí, la pone en una situación límite; a su vez, el narrador del poema gauchesco, particularmente en la primera parte, y en la payada con el moreno en la segunda, actualiza vivencias que ciertos desafíos cruciales imponen a su vida. En todo caso, la adquisición del libro maravilloso y comprometedor da origen a la primera situación fundamental del cuento. De allí, un encadenamiento de derivaciones se suceden: el accidente, la operación, el sueño, el viaje y el enfrentamiento. Es posible que un pasaje clavo en las interpretaciones de "El Sur", incluyendo la del propio autor, sea la estadía y muerte de Dahlmann en el sanatorio. Estos hechos constituyen la instancia desencadenante del proceso de irrealidad que marca la segunda parte del cuento. (32) El desmedro físico y su odiada identidad, coinciden con la operación a que es sometido el personaje y su estado de degradación máxima; la impersonalidad sorda y blanca del lugar lo rebajan al punto de la anulación misma, dejando en suspenso la posibilidad de lograr una muerte valerosa. Ausente el desafío, el duelo y la voluntad de enfrentar, resta la entrega sometida al destino. Sin embargo, la ensoñación de una muerte romántica, anidada en su espíritu germano, toma su lugar en la narración y se une al otro deseo no realizado, el viaje al sur. La estrecha relación entre ambas es una de las más lúcidas y, notorias "simetrías" del cuento. El comienzo y realización del viaje tienen un enlace con, al fin, la lectura parcial de Las mil y una noches en el tren. Distraen a Dahlmann la realidad y la grata sensación de ser. El motivo del viaje está fundado, sin duda, en expectativas precisas: una fundamental, el cumplimiento de un tipo de destino. Qué sucede en el trayecto es menos importante que el recogimiento especial del viajero. Por diversos motivos, Dahlmann se siente cogido por una reiterada sensación de "felicidad"; esta impresión le ayuda a reconocer las calles de la ciudad, lo distrae de Shahrazad, le permite respirar el olor del trébol al bajar del tren; percibir, por último, como liberación, el que en el sanatorio hubiera podido entrever el tipo de muerte al que definitivamente ahora se enfrenta. Se entrecruzan además, desafíos alegres y goces tranquilos. En este nivel de comprensión, la inmersión en la conciencia viva del destino por cumplir es mucho más abarcadora y fundamental que la lectura del libro adquirido, aún cuando la especularidad del texto sea un referente que aluda a los múltiples y secretos mecanismos que se derivan del arte de contar (y de leer). Esta actitud del personaje caracteriza la secuencia del viaje como cumplimiento del destino, siempre en el marco de una opción fuertemente vinculada al eje de la narración: el ver la realidad a partir de un complejo espectro de imágenes literarias. La irrealidad que domina al texto, por tanto, reside de manera esencial en la visión libresca que domina en la conciencia de Dahlmann y por cierto en todo el relato. La escena en el almacén, situación que precede a la lucha en la llanura, opone afrenta (provocación con la miga de pan), a sumisión en la lectura reanudada con el objeto de tapar la realidad. Se podría aquí hablar de dos niveles de realidad, en el entendido que se abandona un libro, el mundo de Shahrazad, para confrontar un "hecho verdadero", la agresión del muchacho en el almacén, desafío crucial, como aquellos que aparecen en los libros que Dahlmann busca con apetencia. La acción requerida e inminente de la pelea, que no puede ser obviada a causa del "reconocimiento" del cual es objeto el personaje -"Señor Dahlmann, no les haga caso a esos mozos"- situaría este hecho en un plano de efectiva ocurrencia, cuya contrapartida es el libro y los cuentos que salvan de la muerte a quien los narra. Dahlmann, al contrario, decide, en medio de un conjunto de acontecimientos inmediatos, en los que interviene el gaucho extático y el almacenero, salir a la llanura empuñando un cuchillo. La forma de realidad que adopta la escena lo conduce a un desenlace inevitable y si la ensoñación es parte de la secuencia de hechos que provocan el fin, la escritura de este último segmento traduce, como en todo el cuento, la acción de un personaje focalizado internamente y que enfrenta los hechos desde su especial punto de vista. De manera que la visión más coherente de este bibliotecario y lector asiduo, definido por su ineludible percepción cultural de la realidad, es la de quien no puede dejar de "leer" el mundo, el de los sueños, y el que se descifra por el de los sueños, desde la literatura. (33) Por esta razón, "El hábito de estrofas del Martín Fierro" es otra, y notoriamente, la más marcada de las obsesivas lecturas del personaje. Cuando se apresta a coger el cuchillo que cae a sus pies, literal y simbólicamente Dahlmann lee el Martín Fierro, es decir pasa (sin transición) del sueño de Las mil y una noches al sueño del poema gauchesco que le insta a descifrar el mundo a partir de su lectura mental: como desenlace del cuento, del poema de Hernández y de su propia existencia. De modo que el puente entre uno y otro nivel, va desde una lectura directa (e1 libro maravilloso), a otra lectura elaborada en su conciencia de argentino. El almacén, el compadrito y sobre todo, el gaucho extático, están insertos en el diccionario mental de Dahlmann, tal como lo está el libro fantástico, leído antes en otras versiones y ahora en la de Weil. Desde esta perspectiva, observamos que Dahlmann se mueve entre dos lecturas, dos libros y dos códigos equivalentes en la maravillosa relación de dos pasajes ficcionales fundidos en su conciencia. Es cierto que la lectura de Las mil y una noches es postergada, (34) pero esta elusión ocurre porque otra anterior forma parte de sus registros de lector ávido. En ella entrevé un peligro, equivalente al de la necesidad de narrar para salvar la vida, y esto porque los códigos hernandianos contienen modelos favorables para salvarse de una mala muerte, puesto que alegorizan en un duelo o una pelea, el valor del enfrentamiento. Podemos decir, entonces, que es Martín Fierro la lectura interceptada por la de los relatos de Shahrazad, a su vez interrumpida por la fuerza de una realidad de poderoso juego ficcional como es la que contiene una imagen de muerte romántica y que termina por ser uno de los motivos fundamentales del relato: aquél que ha consagrado la forma del duelo a cuchillo. El sentido de ambos propósitos, a la vez, es inverso y semejante; en uno se narra por conservar la vida, en el otro, para sobreponer una muerte indigna a otra romántica que sobrevalore el enfrentamiento como camino certero hacia el honor y la identidad. Para Dahlmann, haber odiado su identidad significa llegar al punto más bajo del propio conocimiento, recuperado en el duelo y la muerte a la manera de Martín Fierro. Este enfrentamiento singular prefigura, a su vez, el duelo y muerte de Fierro en "El fin", relato que Borges publica pocos meses después de escribir "El Sur". Sin embargo, el simbolismo de una lucha y muerte como acto vindicativo de la identidad, implican una voluntad transtextual anidada en el espíritu de la primera parte del poema de Hernández y que tiene su gesto emblemático en el rescate de Cruz a Fierro y, tal vez, en la no consumada venganza del moreno en el duelo verbal que sostiene con Fierro en la segunda parte. Borges la soluciona en "El Sur" con la muerte de Dahlmann, elevado a la figura de Martín Fierro como su doble. Si Fierro es salvado por Cruz en la "Biografía...", en "El Sur", el bibliotecario, obseso por los versos que lo escriben y que están grabados en su memoria, reescribe y modifica el destino final del gaucho con su propia muerte que es la de ambos. Es ésta la más poderosa de "las simetrías y anacronismos" del cuento, juegos, que según el narrador, "le gustan a la realidad". Del mundo que recrea Shahrazad en sus relatos, ocurre "el maravilloso tránsito'' hacia el siempre requerido mundo del poema de Hernández.

    A través de la lectura de "El Sur", el tópico de las armas y las letras permite afirmar que éste sería, en efecto, el arma de combate último y final en la cual se consagra al arte de la palabra como fundamental y fundador. En el duelo o "discordia de sus dos linajes" es efectivo que en Dahlmann se dicotomizan ambas vías; que secretamente pervive la idea de llegar a la muerte como su antepasado (hispano), en un desenlace, habrá que insistir, "literario", por que es romántico y que da luz a la otra vertiente literaria, la de las armas, con la muerte del abuelo materno, Francisco Flores. (35) En la conjunción de uno y otro figura la primacía aparente que tiene Las mil y una noches en el cuento (y sobre el que pende la amenaza de la ejecución si la palabra falla). La otra expresión creativa, no obstante, el poema gauchesco, somete en última instancia a ésta por el duelo y las armas, que en "El fin" y "El Sur" dan por terminada la paradigmática vida literaria del último de los gauchos. En verdad, el tópico no acierta a inclinar prioridad de uno de los términos de la oposición sobre el otro, sino a vincularlos estrechamente. La mejor arma puede ser la palabra, dirá una sentencia que, a su vez, sentencia el carácter agresivo que ésta puede tener, en el sentido de ser (creativamente) refundadora y trasgresora. Borges, al actualizar la forma que asume el tópico, destacando con sabia visión estética su estrecha y quizás simbólica relación, desarticula precisamente, en gesto vanguardista, la dicotomía y crea otro orden de relación entre extremos que, culturalmente parecen situarse en las antípodas, pero que desde la perspectiva del escritor argentino, y del enigmático Dahlmann, suponen resuelta la discordia de su linaje. La historia de este inagotable cuento parece afirmarlo.

    "El fin".

    El contenido del relato es breve y asombroso. Un pulpero llamado Recabarren, yace tendido en su cama en estado de reciente invalidez. No puede articular palabra y tiene un cencerro atado a su muñeca para indicar sus necesidades. Al lado de su pieza, en la pulpería, un negro rasguea continuamente su guitarra "como a la espera de alguien". Ha perdido un desafío en una payada y su actitud es expectante. El relato se vuelve a centrar en la figura del hombre inválido y, tras un breve comentario del narrador acerca de los héroes novelescos, sindica al pulpero como hombre habituado a una existencia rigurosa y a vivir como los animales en un eterno presente. Ahora percibe el paso del tiempo y la inmediatez de un cambio atmosférico. Sin mayores indicaciones temporales se señala la hora del atardecer y como espacio externo, la llanura. Al lugar llega un jinete sin identidad precisa y se introduce en el lugar con la certeza de un encuentro previsto; hasta ese momento el relato está focalizado en Recabarren. Una intensa e inmediata escena se desarrolla a continuación con un alusivo diálogo de impresionante justeza. El negro desafía al desconocido y éste responde, quedando afirmada la inminencia de un duelo a cuchillo. La razón, la muerte muy anterior del hermano del negro a manos del recién llegado. Éste es, por cierto, Martín Fierro. Tras un notable cambio de palabras, los contendores se trenzan en una rápida lucha que termina con la muerte del gaucho. El negro, cumplida su tarea de justiciero "ahora era nadie". Cerrado el diálogo, en el último párrafo, el narrador introduce extrañamente su voz y reflexiona acerca de lo que parece decir la llanura a la hora del crepúsculo para focalizar de nuevo a Recabarren, espectador del "fin". La situación ocurre en la pulpería, -de la cual es dueño el personaje inicialmente mencionado- y en la llanura.

    Lo asombroso de este relato no radica en el hecho de que Borges vuelva a introducir al gaucho en la trama del cuento ni porque trasgreda el poema de Hernández. Estos son asuntos que no tienen que ver sólo con una interpretación borgeana sobre el destino del personaje, sino con un conjunto de razones que el autor de Ficciones ha desarrollado en los cuentos y ensayos que analizamos. En El "Martín Fierro", al estudiar la segunda parte del poema, Borges comenta, a propósito de "uno de los episodios más dramáticos y complejos de la obra", la payada entre el moreno y el gaucho, encuentro que pudo terminar en un duelo: "El desafío del moreno incluye otro, cuya gravitación creciente sentimos, y prepara y prefigura otra cosa, que luego no sucede o que sucede más allá del poema" (36). La crítica ha sindicado a éste como claro enlace entre ensayo y relato y el discernido antecedente del primero con relación al segundo. (37) La intención de reconsiderar "e1 fin" de este singular encuentro, queda destacado en los subrayados de la cita reciente y reafirmado a propósito del comentario de otro pasaje inmediato del poema en el cual los contendientes "resuelven separarse y cambiar de nombre para poder trabajar en paz". Borges agrega un paréntesis en el que reafirma un propósito ya vislumbrado en esta idea anterior: "(Podemos imaginar una pelea más allá del poema, en la que el moreno venga la muerte de su hermano)". (38)

    La conjetura tendrá lugar en otro relato en el cual se manifestará inversamente el destino del gaucho. En la nota introductoria de Artificios el autor argentino explica en "Postdata de 1956": "Tres cuentos he agregado a la serie "El Sur", "La secta del Fénix", "El Fin". Fuera de un personaje -Recabarren- cuya inmovilidad y pasividad sirven de contraste, nada o casi nada es invención mía en el decurso breve del último; todo lo que hay en él está implícito en otro libro famoso y yo he sido el primero en desentrañarlo, o por lo menos en declararlo". (39) La afirmación remite en concreto al Martín Fierro; el propósito es suponer que la situación de Recabarren se opone a algo no resuelto, obviamente en relación a una lectura desviada del poema, cuyo objetivo se orienta a definir o cerrar el curso de una historia. Por otra parte, la alusión al pulpero remarca la importancia de su rol personal: Recabarren ostenta las trazas de hombre limitado a la vida reclusa en una pulpería y finalmente de su desmedrada condición de inválido. A partir de lo insinuado en las citas, Borges abre el camino para innovar el desenlace en el cuento. Desde la perspectiva de Hernández, la ética del gaucho, a esas alturas de su vida, deja suspendida la posibilidad de un duelo, de modo que el poema insinúa en varios momentos, pero no desarrolla, una pelea buscada por el negro para vengar la muerte de su hermano. (40)

    Lo que sigue es conjetura, es decir, proyecto de una imagen poética fundada en otra, el poema, la fuente original, el intertexto. Como en los cuentos anteriores, la escritura borgeana se pliega a la de Hernández y el diálogo parafraseado de "El fin", supone el de la parte final del Canto XXX. El desenlace sin resolución se encargará de revelarlo Borges, y su gestor poético, Recabarren. Personaje sin voz, vive en un mundo clausurado, abierto sólo a la forma que le puedan dar sus pensamientos. Sus preocupaciones simples y pocas en apariencia se reducen a una lúcida y esencial: su desgaste vital y próxima muerte. Indicios textuales como "sufrido" hombre o "soledades de América", se vinculan a un código referido a la vida de la llanura y al mundo del gaucho. Entendemos que a esta identidad postula Recabarren y de ella nace la relación poética (y protagónica) entre el pulpero y Fierro. Así queda manifiesta la decisión de enfrentar un momento esencial y el valor probatorio de su antigua condición de gaucho.

    Como ocurre a Dahlmann, Recabarren percibe sueños de la llanura, vinculados al atardecer, hora de irresoluciones o de situaciones ineludibles por acaecer. También como en "El Sur", un duelo y una muerte deberán cerrar un proceso que se entiende como signo del destino. El pulpero desea que alguien aparezca. El negro lo espera convencido. La imagen difusa del jinete que se acerca, se origina en un ensueño de Recabarren quien da forma al rostro del forastero para ser testigo del enfrentamiento. Su ensoñación -literaria como la de Dahlmann- prefigura la imagen del gaucho que pudo (que quiere) ser la propia. Desde el sueño, Recabarren relee el duelo verbal del poema de Hernández entre Fierro y el Moreno, pero concibe otro fin. Este es en principio, su propio anhelo de morir valerosamente en la llanura, en un duelo a cuchillo, acto consagrado en su conciencia de hombre de la pampa. El duelo traduce el sueño de la honrosa muerte del pulpero, primero identificado con Fierro, pero también con quien lo beneficia en ese excelso acto de justicia metafísica, "el otro", el negro, aquél que cumplida su misión, no tenía destino sobre la tierra.

    De esta manera, la matriz del cuento está insinuada en la digresión del narrador, la que nos invita a reflexionar sobre el destino de los héroes novelescos, condición esencial requerida por el pulpero. Nuevamente una muerte literaria (romántica), ensoñada en la crepuscular hora del día, por quien desea precisar el curso de su destino. Este no es otro que el de Martín Fierro, modelo de vida afirmada en el rigor de las soledades de América. En este punto, Recabarren modifica la piadosa resolución del gaucho de no derramar la sangre del hombre, según dice el poema, expresión que el diálogo (y el duelo) del cuento transmuta. Desde su conciencia desvalida, el pulpero "lee", quizás no con la obsesión de Dahlmann y probablemente sí con la de Borges, el fragmento de la payada del moreno y el gaucho. Pariente del duelo verbal en su pulpería tiempo atrás, recupera el suspendido desenlace de una confrontación para situarlo en el centro de su propio duelo vital, que debe terminar rectificando el destino adocenado de Fierro y el propio, en uno sólo e idéntico "fin".

    La parte final del relato, sin embargo, interpone un último alcance de la voz narrativa en el instante postrero del duelo. El discurso es una paráfrasis de otros similares del propio autor y que encontramos en pasajes de Evaristo Carriego y del primer ensayo de Otras inquisiciones, "La muralla y los libros". En la cita del cuento se lee: "Hay una hora de la tarde en que la llanura está por decir algo; nunca lo dice o tal vez lo dice infinitamente y no lo entendemos, o lo entendemos pero es intraducible como una música..." (41) En el párrafo final del ensayo se afirma: "La música, los estados de felicidad, la mitología, las caras trabajadas por el tiempo, ciertos crepúsculos y ciertos lugares, quieren decirnos algo, o algo dijeron que no hubiéramos debido perder, o están por decir algo; esta inminencia de una revelación, que no se produce, es, quizá, el hecho estético" (42) El breve escrito refiere a la inmortalidad o anulación del tiempo con que un príncipe chino busca ignorar la ignominia de su madre libertina, anulando la historia y construyendo la muralla china. También revoca el pasado quemando libros y nombrándose el primero de una dinastía que aspira a ser interminable, es decir que "la historia empezara con él" y así elaborar la inacabable causalidad de lo infinito.

    La cita remite a la idea de Schopenhauer, de que la música preexiste al mundo y contiene las formas del universo y de la voluntad y en ellas estarían contenidas virtualmente todas las posibilidades de ser o de existir. Para el caso del cuento, esa posibilidad es buscada, ensoñada por quien transforma su anodina existencia en un hecho esencialmente heroico, salvando también la heroicidad de quien la ha perdido: el gaucho genérico. Indescriptible como la música, la función poética de la revelación se cumple en la conciencia poética de Borges que la traduce como la del pulpero inválido, transformándolo en hombre de valor a partir de la imagen de Fierro. Visión metafísica que conjuga la noción de que la más ínfima circunstancia se hace eterna y que todos los hombres son uno. Este verdadero cuestionamiento ensayístico poético, vincula la idea literaria contenida en los tres cuentos en los que Borges revela otra finalidad y otro fin para la imagen de Fierro, para la lectura del poema de Hernández y la consideración relativa a un paradigma del valor argentino. (43)

    Conclusiones

    La inmersión temprana de Borges en el género gauchesco, a partir de algunos breves ensayos de sus libros censurados, suponen una primera revisión crítica de su propio pensamiento en torno a cuestiones diversas en el mundo de las ficciones. La revaloración de la literatura popular, al menos en cierta tendencia de ella, y en vínculo estrecho con la realidad argentina inmediata, forman parte de su inicial camino poético identificado con el ultraísmo y del enfático cuestionamiento al modernismo. Lugones fue la presencia que sirvió de contrapartida a la elevación legendaria de la figura de Evaristo Carriego y que le permite trazar el deslinde, a poco de publicar el ensayo dedicado al poeta, a su nacionalismo literario iniciado en los primeros libros de poemas y ensayos. La preocupación de Borges por la poesía gauchesca limita en su parte sustantiva con el ensayo sobre Carriego, al iniciar una serie de publicaciones en "Sur" acerca de este tema a lo largo de un camino con alternativas y variantes. Una de las fundamentales es la relación de su obra ensayística con la narrativa, conjugadas en ese reconocido tránsito entre "las mitologías del arrabal" y los "juegos con el tiempo y con el infinito". (44) El deslinde nos parece relativo, al menos en el ensayo sobre el poeta finalizado en 1955, notoria muestra inorgánica de (su) escritura (45), y los ensayos de Discusión o El "Martín Fierro", unidos a los cuentos que analizamos. Es efectivo que Borges busca una orientación a su estética en momentos en que crece o se desvía el tamaño de su esperanza (criollista) hacia caminos diversos en los que cuestiona con mirada casi obsesiva los modos de relación literarios originados en las más diversas tradiciones. El centro de esa reflexión va a ser su propia obra y quehacer literarios pero también la que corresponde al escritor argentino o hispanoamericano. Por esta razón creemos que la visión sesgada que en Evaristo Carriego adopta en relación con la forma inorgánica del ensayo, es parte de un momento definitorio de su postura estética. Juego e inversión de la biografía, ésta parece sublimarse en la imagen eterna de una figura emblemática para el argentino: el jinete; además, otros juegos que son ritmo y poesía como el truco, las inscripciones de los carros o el tango eterno, se suman al ludismo de una creación elusiva y cambiante. Actitud que libera esa ortodoxia del hablar criollo traducido en los ensayos de Inquisiciones o El tamaño de mi esperanza y que busca situar en el eje del pensamiento al sujeto de la propia escritura, a Borges, no al otro. En una medida importante, los ensayos gauchescos dimensionan a ese sujeto que convierte en inquisición, la discusión de las figuras más prominentes de la crítica y la literatura argentinas trazando un pensamiento sin parangón en las letras hispanoamericanas. Así, una de las más representativas expresiones de nuestro continente, "El gaucho Martín Fierro", se vierte en las diversas formas de su creación, tanto en las del rigor poético como del ensayístico. Es destacable en Borges el seguimiento con que busca realizar desde obras tempranas, el juego para él entrañable de vincular ficciones, de prefigurarlas desde otros escritos y registrarlas, primero en su memoria poética y posteriormente en los textos. La muerte de Fierro a manos del Moreno ya fue imaginada, entre una cadena de hechos infinitos, por el narrador de "El espantoso redentor Lazarus Morell" (46), quizás como una manera de anunciar redenciones y condenas literarias que fijaría su escritura en los libros por venir. Más allá de lo declarado acerca de la dimensión moral del gaucho como figura imitable por el argentino, Martín Fierro fue para Borges un personaje de fuertes connotaciones simbólicas y el libro de Hernández una suerte de paradoja, tanto o más simbólico que el personaje mismo.

    En "El Sur", su cuento más famoso, emerge una escritura que intenta reencaminar esa paradoja al hacer verdad poética la relación entre Borges-Dahlmann y el texto de Hernández. Conjunto de estrofas que ambos recitan por hábito de pertenecer al entrañable mundo argentino que los contiene y los revela. De este talante resulta ser la historia narrada en ese cuento. Laberíntica circulación por el mundo de las letras, privado de alusiones representativas, en el poderoso juego de oscilaciones literarias que dimensionan la temporalidad infinita de entes de ficción, situados en niveles diversos de la conciencia poética del bibliotecario, ensoñador por excelencia, aun en el rigor sabio del saber morir. La trasgresión que Borges ejerce en relación al Martín Fierro y la no conversión del gaucho para conveniencia del estatuto moral de un pueblo o un continente, movido entre la barbarie civilizada y la barbarie monótona en la que habitaba Tadeo Isidoro Cruz, ameritan al menos el reconocimiento de que en la dicotomía sarmientina, figuraba como real el primero de sus términos e ideal el de la civilización, sinónimo no sabemos si de adocenamiento político social o de pensamientos de raíz dudosamente hispanoamericana. Por eso el espíritu del tópico, armas y letras, contenido en "El Sur", es además un recurso irónico que Borges crea para las lecturas, novelescas o de otro tipo del cuento; a la vez la muerte de Fierro se eleva a dimensión universal, relegando a un plano secundario la figura maleva o apaciguada del personaje. La conversión de Cruz en Fierro asimismo, es un acto preparatorio para aquélla que espera a Dahlmann y a Recabarren, y su modo de revelación resultará ser tan universal e intraducible como la música. O tal vez, como la música, admitiría la forma de todas las formas. Algunas de sus manifestaciones, como las que se nombran en la cita de "La muralla y los libros", darían fe de aquella preexistencia que toma cuerpo en la obra de arte. Su acto más genuino, la iluminación de una verdad acaecida en un instante fundamental, percibido en una noche, en un atardecer intemporal o en la infinita llanura. De este modo, lo revelado se suma a una forma eterna que aluda a formas del arte conjugadas en un poema concreto, con reclamos continuos de la relevancia que tiene el destino y lo eterno humano: un relato bíblico, un cuento que lo contiene y otros que a su vez contienen al poema y lo relatan. Martín Fierro, como fenómeno estético, pasa a ser en la perspectiva de Borges, un poema conjetural y a la vez una obra cuya trascendencia vive de la relación del personaje que lo cuenta y que cuenta su destino. Así, las entelequias borgeanas sólo llegan a vislumbrar una finalidad esencial: que su destino, literario, Cruz, Dahlmann o Recabarren, está previamente escrito, contenido, ya sea en las palabras sagradas del Evangelio o en las que Borges recupera para que sus héroes relean la versión o perversión de su historia, que son una y a la vez todas las historias.

    
Fuente :  Revista de la Facultad de Filosofía y Humanidades - Universidad de Chile

Jorge Luis Borges y el problema de la interpretación

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René Ceballos |

Herbst 1995

Todo hombre debe ser capaz de todas las ideas y entiendo que en el porvenir lo será.
Jorge Luis Borges Pierre Menard, autor del Quijote.

Uno de los autores más leídos y a su vez más controvertidos —en lo referente a su interpretación— es Jorge Luis Borges. Existen diferentes puntos de vista que intentan ofrecer una interpretación de los cuentos de Borges, sin embargo, la mayoría de ellos se llevan a cabo en un nivel en el que se pregunta cuál es la intención del autor; qué pretende y qué podemos deducir de sus textos como lectores.

Uno de estos puntos de vista nos lo proporciona Umberto Eco (1). Según él, la técnica que Borges generalmente utiliza en sus cuentos está regida por la forma del pensamiento de la abducción. La abducción aparece cuando el pensamiento desarrollado por la inducción no nos ayuda más a resolver o aclarar cierto problema o fenómeno. Esto es, nos enfrentamos a una situación que podríamos llamar extraordinaria. Para que esta situación deje de ser inexplicable se tiene que encontrar una ley o norma bajo la cual las características de la misma sean aclarables o descifrables. Suponiendo que todos los datos que encontramos en un cuento de Borges fueran realmente verdaderos no tendríamos entonces ningún misterio, ninguna situación ilógica o inexplicable. Es decir, todo sería normal.

Eco propone que el lector adopte una posición spinoziana para poder encontrar un método lógico de lectura. Spinoza dice que “el orden y conexión de las cosas es idéntico con el orden y conexión de las ideas”, es decir, el mundo está organizado con una exactitud parecida a la de las matemáticas. Lo que Borges hace con esta concepción es convertirla en un universo en el cual todo se rige bajo las normas de una biblioteca: de una Biblioteca de Babel. En este “mundo spinoziano” el detective conoce de antemano cuál será el siguiente paso del asesino —y viceversa— porque ambos se rigen bajo las normas de una lógica fantástica que no es más que una “lógica de biblioteca” (2). Eco agrega más adelante que el universo borgesiano funciona bajo las leyes de la “escenificación”, es decir, de la Ficción (3). Este modelo parece funcionar sólo para algunos cuentos, es decir, las propuestas anteriores son “correctas” para los cuentos detectivescos pero pierden su validez al no poder ser aplicadas a aquellos de corte “fantástico” o a los “cuentos-ensayo”.

El anterior sólo es un ejemplo de los muchos intentos interpretativos de los cuentos de Borges. Al parecer no se hace el intento de penetrar en la estructura de los mismos (en el caso de que ésta exista) y tratar de determinar el funcionamiento general de los mismos. El propósito del siguiente trabajo no es tratar de demostrar si estas posiciones son válidas o correctas. Sin embargo, podemos decir que éstas no ayudan al lector a comprender la forma en la que Borges escribe, y por el contrario, crean aún más desconcierto y dudas en el mismo.

En el presente trabajo hemos analizado El idioma analítico de John Wilkins (4) tomando como punto de partida la teoría del Rizoma propuesta por Deleuze y Guattari en su libro Rhizom (5). En ella no se menciona en ningún momento la obra de Jorge Luis Borges, sin embargo, sus propuestas pueden ser empleadas para abrir un nuevo nivel interpretativo en la llamada Obra Borgesiana. Este es un intento más, si así se quiere ver, pero creemos que las ideas expuestas por Deleuze y Guattari pueden ayudar a explicar un poco la estructura de la escritura en Borges.

Al leer El idioma analítico de John Wilkins, el lector se encuentra, como en muchos otros textos de Borges, con una gran número de escritores, filósofos, científicos y sus respectivas obras, que el autor implícito menciona. Estos provocan, en primera instancia, perplejidad o desorientación en el lector. Tales nombres son los siguientes: John Martin Scleyer (volapuk), Peano (interlingua románica), Letellier, Descartes, Leibniz, Bonifacio Sotos Ochando, Pedro Mata (Curso de lengua universal; Buenos Aires 1886), Franz Kuhn, David Hume (Dialogues concerning natural religion; V, 1779), Chesterton, P. A. Wright Henderson (The Life and times of John Wilkins; 1910), Fritz Mauthner (Woerterbuch der Philosophie; 1924), E. Sylvia Pankhurst (Delphos; 1935), Lancelot Hogben (Dangerous thoughts; 1939) y John Wilkins (An Essay towards a Real Character and Philosophical Language; 1668) (6).

A continuación hacemos un excursión a través de las enciclopedias para saber hasta qué punto nos pueden ayudar los títulos y escritores citados en la interpretación de los textos.

Empezamos por John Wilkins, siguiendo la pista que el yo-narrador incinúa al comienzo del cuento: “He comprobado que la decimocuarta edición de la Encyclopaedia Britannica suprime el artículo sobre John Wilkins. Esta omisión es justa, si recordamos la trivialidad del artículo [...].”(7)

Consultamos la Enciclopedia   Britannica, sin embargo, no la decimocuarta edición sino la decimoquinta. En ella encontramos que  el obispo John Wilkins es mencionado, en el volumen  decimooctavo,  como uno de los primeros y más importantes exponentes del llamado “diccionario conceptual” o “diccionario de conceptos”: “The ‘conceptual dictionary,’ in which words   are   arranged   in groups by their meaning, had its first important expo-nent in Bishop John Wilkins, whose Essay towards a Real Character and a Philosophical Language was published in 1668.”(8)

Como podemos comprobar por medio de la cita anterior tanto el autor como el libro y la fecha de aparición que menciona el yo-narrador al inicio son verídicos (9). Más adelante encontramos en el mismo tomo de la enciclopedia una referencia a la forma de predicar de John Wilkins, según la cual, éste intenta substituir palabras por cifras y liberarlas así de sus asociaciones [podemos ver un intento de ello en el cuento de Borges (10)]: “John Wilkins, bishop of Chester, advocated a plain style in his discourse on preaching, Ecclesiastes (1646), and in his Essay towards a Real Character and a Philosophical Language (1668) he made a galant attempt to substitute ciphers for words so that their associations should be lost.” (11)

En otras páginas de la misma enciclopedia se hace mención a las investigaciones de John Wilkins en la rama de la física: Wilkins intenta utilizar las fuerzas magnéticas o eléctricas para producir un movimiento perpetuo (12).

El yo-narrador acota que John Wilkins se interesó por “la posibilidad de un viaje a la luna (13)”. A este respecto no encontramos nada en las obras consultadas, sólo se menciona que John Wilkins se interesó por volar (14). Es quizás este aspecto el que le da pie al comentario del yo-narrador y no limitarse a mencionar solamente su inclinación por las cuestiones del lenguaje. Este último aspecto es un punto que tienen en común el personaje y el narrador.

Pasemos ahora a otro de los autores mencionados: Fritz Mauthner (15). Este autor provocó con su obra principal Beitrage zu einer Kritik der Sprache (Aportaciones a una crítica del lenguaje), publicada en tres tomos entre 1901 y 1902, un cambio radical en la filosofía del lenguaje. Mauthner niega radicalmente la capacidad del lenguaje como instrumento de conocimiento del mundo; afirma que el lenguaje es metafórico y abstracto, razón por la cual carece de una relación directa con la realidad. Para Mauthner no existe ninguna conexión entre las cosas y sus denominaciones con la realidad. Afirma también que no solo hay un idioma sino que los idiomas son individuales y cada individuo los utiliza, en consecuencia, de distintas formas. El idioma es un juego con muchos jugadores para quienes las palabras nunca tienen el mismo significado y por ello se convierte el lenguaje en un medio del No-entendimiento. Sin embargo, la lengua sí resulta útil para la poesía y la política. Mauthner propone en su obra renunciar al intento de crear un “lenguaje universal” —ya que éste no nos serviría para percibir la realidad— y entregarse a la Mística en la que la división entre objeto y sujeto no existe.

Las posiciones anteriores se encuentran sin duda en mayor o menor grado en los cuentos de Borges, como lo afirma en su trabajo la autora Silvia G. Dapía (16). Sin embargo este hecho no nos es de gran utilidad para explicar la estructura o el funcionamiento de la literatura borgesiana.

Después de esta pequeña excursión nos preguntamos cuál es el objetivo del narrador al mencionar dichos autores y cuál es su fimción o de qué le sirve ésto al lector. En primer lugar podemos afirmar que no son mencionados para irritar, ahuyentar o desorientar al lector. Se trata de una especie de pista que el narrador nos brinda, es solamente el incicio de un cabo que comenzará ha desenvolverse en el transcurso de los narrado, sin implicar esto que el texto tomará una forma o estructura tradicionalemte coherente. Es también un pronóstico de lo que al lector le espera en las próximas líneas. El factor común entre John Wilkins y Fritz Mauthner es la ocupación con el lenguaje y el intento de ofrecer una nueva forma del mismo. Como hemos visto, ambos escribieron trabajos en este campo.

El yo-narrador en El idioma analítico de John Wilkins presenta, como los dos autores anteriores, su contribución a una nueva forma en el uso y posibilidades del lenguaje. Es aquí donde podemos hablar de intertextualidad. Ésta es, sin embargo, débil, es de “menor intensidad funcional”, es decir se trata más bien de una hipotextualidad (17). El autor implícito simula que su procedimiento al escribir se basa en la intertextualidad; no se trata de una intertextualidad al ciento por ciento, en la que el diálogo entre dos o más textos puede comprobarse fácilmente. Ésta sólo se simula, es decir, tenemos una serie en la que el peso de las informaciones no es proporcional al peso de las significaciones. La vaga codificación de la intertextualidad es también en algunos casos imaginaria, lo que nos sugiere que se trata de una simulación. Es curioso pero Borges, en sus inicios, simulaba ya, como lo comenta el crítico J. Alazraki. Borges era de la idea que al escribir de una manera sencilla la gente creería que no sabía escribir bien: “I used to write in a very baroque and ostentatious style. Out of timidity, I believed that if I wrote in a simple way, people would think that I did not know how to write. I then felt the need to prove that I knew many rare words and that I was able to combine them in a very startling fashion.” En su artículo comenta J. Alazraki que Borges con esta actitud juega a ser un escritor moderno: “Borges was then playing the role of being a modern writer, and by doing so he was at most a pseudo-modern” (18). Moderno o no el comentario anterior nos muestra cuál es la actitud de Borges al escribir.

Con otras palabras podríamos decir que el universo Borgesiano se rige por las leyes de la simulación (ficción) y también por las del rizoma. En el texto nos topamos con situaciones que aparentan otras que no son y parecen estar ligadas ilógicamente entre sí. Esto es, nos enfrentamos a una conexión asignificante de signos, existe una aparalelidad tanto en el nivel de la semántica como en el de la sintagmática. Los signos forman una red en la cual la relación convencional, directa entre significado y significante se desvanece. En este caso la intertextualidad se convierte en un rizoma. La conexión entre los signos no sigue la lógica de la semántica como en la clasificación taxonómica de la enciclopedia china. De este modo se crea una imposibilidad en la recepción inmediata y contemporánea de la lectura de las obras citadas. La intención del autor implícito es crear un texto totalmente nuevo a partir de los textos citados. En este sentido, el autor implícito se encuentra en la tradición intelectual de aquellos autores mencionados y la codificación ambigua es un signo más que el lector implícito debe descifrar para descubrir la afinidad literaria e intelectual con textos pasados. Los textos falsos atribuidos a autores existentes pueden haber sido escritos por ellos o no, esto no juega ningún papel importante ya que en el intertexto se mantienen las características y la tradición literaria de dichos autores. Es así como Borges lleva a cabo una deconstrucción de las obras citadas: identifica primero cuál es la estructura de dichas obras y las transporta al siglo XX sin imitarlas o destruirlas, las transforma a tal punto que resulta casi imposible reconocerlas ampliando asimismo las posibilidades de contenido. El punto de unión ficticio o verdadero entre los textos de Borges y aquellos por él citados no es más que un nudo más en el rizoma. No es un punto de partida ni tampoco uno de llegada, es simplemente un punto común con ramificaciones en diferentes sentidos y direcciones. Lo anterior nos lleva a pensar que Borges funciona como el alter ego de dichos autores creándose, a su vez, a sí mismo. Es decir, Borges crea, por medio de su escritura, a Borges.

En Foucault nació la sospecha, a partir de este texto de Borges, de que “hay un desorden peor que el de lo incongruente [...] que hace centellear los fragmentos de un gran número de posibles órdenes en la dimensión, sin ley ni geometría, de lo heteróclito” (19). Lo anterior con palabras de Deleuze y Guattari es un rizoma. En este punto nos preguntamos ¿qué tiene que ver lo anterior con Borges, qué es lo nuevo en él y cuál es su aportación literaria? La respuesta puede ser la siguiente. En los textos de Borges encontramos un nuevo paradigma en la tradición literaria en cuanto que niega la mimesis literaria e inaugura una escritura de carácter intertextual extremo, es decir, rizomática. Además de esto introduce una nueva concepción del signo: sus textos están formados en base a una cadena cuyos signos se encuentran drásticamente liberados de la convención. El modo de significación entre el significante y el significado se ha desvanecido. La codificación que normalmente hay entre ellos, ya sea explícita o implícita, es difícil de establecer. Ella ya no es unánime o constrictiva, fuerte o débil (20). Las “nuevas” características del signo en El idioma analítico de John Wilkins no están determinadas por la substancia de los mismos, sino por la forma (21). La yuxtaposición de los diferentes tipos de animales con las letras del alfabeto es lo que irrita al lector porque viola las reglas de la lógica del pensamineto e imaginación. Esta serie contrapone el desorden al orden, rompe con la tradición en la que el modo de significación estaba basado en la semejanza de significado y significante; rompe también con el orden de subordinación a un concepto o término superiormente codificado. La relación entre los signos es ahora ontológica y es ésta quien determina el sentido, como nos dice el narrador: “En el idioma universal que ideó Wilkins al promediar el siglo XVII, cada palabra se define a sí misma”. (Borges: 103)

El autor implícito juega con la imaginación, con lo ficticio y con lo real. Imagina animales, no monstruos (esto sería ya una exageración banal), y una clasificación fantástica, por ser imposible fuera de la narración. Todo esto lo sitúa en el lugar ideal o tradicional para el almacenamiento de conocimiento: un libro, una enciclopedia. Pero ésta, curiosamente, no es conocida en el occidente (como la Britannica), es apócrifa y además china. Para el recipiente occidental es todo aquello referente a China o su cultura tan lejano que casi podría decirse que aparece envuelto de un velo de fantasía conjugado con antigüedad y meticulosidad. Estos factores combinados son los que nos apetecen imposibles, rompen con la supuesta organización basada en similitudes y diferencias: nos parecen imposibles de pensar. Por otro lado vemos que este “conjunto de imposibilidades” es real y además goza de una realidad tanto óptica como acústica, sólo es posible dentro del lenguaje y es a través de él como percibimos y comprendemos la “realidad” en primera instancia.

Quizás se podría decir que el enigma del discurso borgesiano se desvanece poco a poco en la medida que el lector activo, el lector-coautor, se introduce más y más en este mundo que en ocasiones parece irreal pero que no lo es. Se va desvaneciendo cuando se descubren las diferentes pistas que Borges ofrece al lector. Un ejemplo de cómo puede entenderse a Borges nos lo proporciona él mismo en Kafka y sus precursores: “El hecho es que cada escritor crea a sus precursores. Su labor modifica nuestra concepción del pasado, como ha de modificar el futuro. En esta correlación nada importa la identidad o la pluralidad de los hombres”. Es decir, el significado externo o anterior (en el sentido de espacio y tiempo) de cada uno de los signos incluidos en un texto no son importantes. Ese significado anterior ya no es válido, lo que cuenta es sólo el nuevo significado que ellos adquieren en el texto que el lector tiene frente a sí mismo. Esto es, entender la literatura como una reescritura de la literatura. Borges es un autor que opera y divaga en el pasado literario (sin substituirlo o destruirlo), y su vez crea así una nueva forma literaria: rizomática e intertextual-simulada.

Para finalizar nos gustaría añadir una cita de Jacques Derrida. En ella leemos que una estructura sin “centro” representa lo impensable, sin embargo, encontramos que en el disurso borgiano lo impensable ya se ha vuelto posible: “Indem das Zentrum einer Struktur die Koharenz des Systems orientiert und organisiert, erlaubt es das Spiel der Elemente im Inneren der Formtotalitat. Und noch heute stellt eine Struktur, der jegliches Zentrum fehlt, das Undenkbare selbst dar.” (22)

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(1) Eco, Umberto: Über Spiegel und andere Phänomene. München (dtv), 1988.
(2) (Ibíd. 1988:212-213).
(3) (Ibíd.: 212).
(4) Borges, Jorge Luis: El idioma analítico de John Wilkins en: Otras Inquisiciones. Madrid (Alianza Editorial), 1989. Las citas fueron tomadas de este ejemplar.
(5) Deleuxe, Gille/Guattari, Félix: Rhizom. Berlin (Merve Verlag), 1977. Es importante aclarar que nuestras posiciones se basan también en los diferentes trabajos publicados a este respecto por A. de Toro.
(6) De todas las obras y autores mencionados sólo encontramos en las obras de consulta general (véase bibliografía) los nombres de John Wilkins, Fritz Mauthner, David Hume, Descartes y Leibniz. Los nombres volapuk e interlingua románica corresponden a idiomas “artificiales” parecidos al Esperanto.
(7) Vid. Borges, J. L.: (1989: 102).
(8) Enciclopaedia Britannica. Volumen 18 (1986: 390).
(9) La única diferencia se encuentra en la palabra An con la que comienza el título en el ensayo de Borges.
(10) John Wilkins acomete hacia 1664 la empresa de crear un idioma general capaz de organizar y abarcar todos los pensamientos humanos (análogo al sistema de numeración, propuesto por Descartes, que facilita en un solo día nombrar y escribir todas las cantidades hasta el infinito). En 1668, cuatro años después, escribe su libro An Essays towards a Real Character and a Philosophical Language.
(11) (Ibíd. 1986:580-581).
(12) (Ibíd. 1986: 442 y 457).
(13) Borges (1989: 102).
(14) No se puede negar que Borges es también un autor interesado por el lenguaje. Sin embargo, una de la “hazañas” del siglo XX que más le impresionaron fue la llegada del hombre a la luna (aquí se expresa otro punto en común con John Wilkins: volar). En un de las conversaciones que Jorge L. Borges sostuvo con Osvaldo Ferrari, comenta el primero, con respecto a la llegada del hombre a la luna, lo siguiente: “[...] yo escribí un poema sobre este tema. Ahora por razones políticas, es decir, circunstanciales y efímeras, la gente tiende a disminuir la importancia de esa hazaña que, para mí, es la hazaña capital de nuestro siglo.” Vid. Ferrari, O./Borges, J. L. (1987: 37).
(15) Con respecto a la obra de Fritz Mauthner hemos consultado: Neu Kindlers Lexikon (Vid. bibliografía).
(16) Vid. Silvia G. Dapía (1993: 49-139).
(17) Con respecto al término de hipotextualidad aquí utilizado vid. Alfonso de Toro (1992: 160).
(18) Vid. Jaime Alazraki (1990: 100).
(19) Vid. Foucault (1988:3).
(20) Con respecto al término “codificación” cfr. Guiraud (1992: 33).
(21) Utilizamos los términos substancia y forma en el sentido de Guiraud, quien a su vez se remite Hejelmslev. Vid. Guiraud (1992: 41-42). La forma se refiere a la conexión entre los signos y la substancia a todo aquello que se entiende bajo cierta palabra (signo).
(22) Derrida (1972:422).

BIBLIOGRAFÍA

Alazraki, Jaime: Borges and the New Critica! Idiom, en: Aizenberg, Edna (Ed.): Borges and His Successors. The Borgesian Impact on Literature and the Arts. University of Missouri Press. Columbia and London, 1990, pp. 99-108.

Dapía, Silvia G.: Die Rezeption der Sprachkritik Fritz Mauthners im Werk von Jorge Luis Borges. Koln, Weimar, Wien (Bohlau Verlag), 1993.

Derrida, Jacques: Die Struktur, das Zeichen und das Spiel im Diskurs der Wissenschaften vom Menschen, en: Derrida, Jacques: Die Schrift und die Differenz. Frankfurt am Main (Suhrkamp Verlag), 1972.

Deleuxe, Gille/Guattari, Félix: Rhizom. Berlín (Merve Verlag), 1977.

Eco, Umberto: Semiotik und Philosophie der Sprache. München (W. Fink Verlag), 1985.

Eco, Umberto: Über Spiegel und andere Phanomene. München (dtv), 1988.

Foucault, Michel: Las palabras y las cosas. México (Ed. Siglo XXI ) 1988.

Guiraud, Fierre: La semiología. México (Ed. Siglo XXI), 1992.

Toro, Alfonso de: El productor ‘rizomórfico’ y el lector como ‘detective literario’: la aventura de los signos o la postmodernidad del discurso borgesiano (intertextualidad-palimsesto-rizoma -deconstrucción), en Karl Alfred Blüher/Alfonso de Toro (Eds.): Jorge Luis Borges: Procedimientos literarios y bases epistemológicas. Frankfurt am Main (Verlag Klaus Dieter Vervuert), 1992.

Toro, Alfonso de: Borges y la “simulación rizomáíica dirigida “: percepción y objetivación de los signos, en: Revista de Estudios Hispánicos 28, (1994).

Kindlers Neues Literatur Lexikon. München 1991.

Enciclopaedia Britannica. Tomo 18 15a. Edición 1986.

Fuente :  Quetzal

“PIERRE MENARD, AUTOR DEL QUIJOTE”. BIOGRAFÍA DE UN LECTOR

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Mario Rodríguez Fernández
Universidad de Concepción

RESUMEN / ABSTRACT

En este relato, Borges declara, mucho antes de que lo hiciera Barthes, la muerte del autor. El autor ha muerto y el lector viene a ocupar su lugar. Ello es posible gracias a la “lectura irreverente” del Quijote practicada por Borges, lectura fundada en el “robo” y la “traición”. Menard, al efectuar una “citación total” del texto de Cervantes, lo “roba” letra por letra, traicionando, asimismo, las nociones de autor y original. Lo que hace Menard es “escribir su lectura” del Quijote, que aunque resulta ser una copia a la letra, es radicalmente distinta en el significado de ella, porque se lee siempre desde una tradición cultural, que muchas veces se construye. Resulta, así, que hay tantos Quijotes como lectores del Quijote.
Como suplementos se exploran las ideas de Pierre Menard como precursor de Cervantes y la convicción de la superioridad del lector sobre el autor. “La carrera literaria más difícil es la del lector”, escribe Macedonio Fernández, fuente secreta de todo lo aquí afirmado.


In this story, Borges, long before Barthes, proclaims the death of the author, The author is dead and the reader takes his place, This is possible through an “irreverent reading” of Don Quijote as practised by Borges, a reading based on “theft” and “betrayal”
Menard, when effecting a “total citation” of Cervantes’ text, steals word by word, betraying likewise the notion of author and original. What Menard does is “to write his own reading of the Quijote, which, although becoming a literal copy, is radically distinct in meaning, because it is always read from a cultural tradition that is often constructed. The result is that there are as many Quijotes as readers of it.
As supplements, the ideas of Pierre Menard as Cervantes’ predecessor are explored, and the superiority of the reader over the author. “The most difficult literary career is trhat of the reader”, writes Macedonio Fernandez, secret source of all that is affirmed here.

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A comienzos del siglo XX, el novelista y poeta simbolista francés Pierre Menard concibe un proyecto asombroso: “producir unas páginas que coincidieran –palabra por palabra y línea por línea– con las de Miguel de Cervantes”. “No quería componer otro Quijote –lo cual es fácil– sino el Quijote” (Borges 1996: 446).
Naturalmente, el narrador de una empresa tan estupenda como falaz no podía ser otro que Jorge Luis Borges que escribe en la tercera década del siglo XX un cuento titulado “Pierre Menard, autor del Quijote”, donde difunde este (in)útil ejercicio intelectual.

El texto pertenece a esa línea borgeana que trabaja con el apócrifo, el plagio, la cadena de citas fraguadas, las enciclopedias falsas, y donde la erudición define la forma de los relatos.
¿Cómo justifica su propósito Menard? “Mi recuerdo general del Quijote simplificado por el olvido y la indiferencia, puede muy bien equivaler a la imprecisa imagen anterior de un libro no escrito. Postulada esa imagen (que nadie en buena ley me puede negar) es indiscutible que mi problema es harto más difícil que el de Cervantes.Mi complaciente precursor no rehusó la colaboración del azar: iba componiendo la obra inmortal un poco a la diabla, llevado por inercias del lenguaje y de la invención. Yo he contraído el misterioso deber de reconstruir literalmente su obra espontánea. Mi solitario juego está gobernado por dos leyes polares. La primera me permite ensayar variantes de tipo formal o psicológica; la segunda me obliga al texto ‘original’ y a razonar de un modo irrefutable esa aniquilación. A esas trabas artificiales hay que sumar otras, congénitas. Componer el Quijote a principios del siglo XVII era una empresa razonable, necesaria, acaso fatal; a principios del XX es casi imposible. No en vano han transcurrido trescientos años cargados de complejísimos hechos. Entre ellos para mencionar uno solo: el mismo Quijote” (Borges 1996: 448).


La justificación comienza por su eje central: la “imprecisa imagen” del Quijote tiene su equivalencia exacta en una lectura lejana del texto de Cervantes, que simplificada por el olvido y la indiferencia, hace creer que el libro no ha sido escrito. No escrito, pero sí leído, podría afirmarse, frase paradójica que privilegia por sobre todo al lector, difumando la figura del autor.


No es de ninguna manera azaroso que Menard ensaye preferentemente la reescritura del capítulo IX del Quijote, porque allí se desarrolla el problema de la autoría del texto, enunciado sorpresivamente al final del capítulo VIII:
“Pero está el daño de todo esto que en este punto y término deja pendiente al autor de esta historia, esta batalla, disculpándose que no halló más escrito de estas hazañas de don Quijote, de los que deja referidas. Bien es verdad que el segundo autor de esta obra no quiso creer que tan curiosa historia estuviese entregada a las leyes del olvido ni que hubiesen sido tan poco curiosos los ingenios de la Mancha, que no tuviesen en sus archivos o en sus escritores algunos papeles que de este famoso caballero tratasen; y así, con esta imaginación, no se desesperó de hallar el fin de esta apacible historia…” (Cervantes 1964: 1060-1061).

Este segundo autor de la obra resulta ser el lector de unos papeles escritos por el primero, a cuya autoría debemos atribuir desde la famosa frase inicial (“En un lugar de la Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme”) hasta la suspendida batalla entre don Quijote y el vizcaíno.


Primer punto cervantino desde donde se inicia la construcción de la paradoja, de la parodia borgeana: el punto en que un autor deviene lector.


El capítulo siguiente añade nuevas complejidades a la transformación. Estando el segundo autor un día en Alcaná de Toledo se encuentra con un muchacho que vende unos cartapacios y papeles viejos y como el autor (lector) es aficionado a leer “hasta los papeles rotos de las calles” no resiste trajinar los cartapacios y ve con estupor que
contienen una historia titulada Historia de don Quijote de la Mancha, escrita por Cide Hamete Benengeli, historiador arábigo.

El primer autor adquiere un rostro, y un nombre y, especialmente para el pastiche borgeano, una lengua extranjera, la morisca.


Menester será entonces traducir: “Apartéme luego con el morisco por el claustro de una iglesia mayor y roguéle me volviese aquellos cartapacios todos los que trataban de don Quijote en lengua castellana, sin quitarles ni añadirles nada” (Cervantes 1964:1062).


Se completa el sistema narrativo cervantino: un autor devenido lector, que para seguir leyendo necesita de un traductor. Se confunden, o pertenecen a la misma esfera, autor, lector, traductor.


Pierre Menard opera con idéntico sistema narrativo, aunque invierte su primer término: es ahora el lector que deviene autor (se conserva la equivalencia del lector y el autor con el traductor); cambio decisivo para la comprensión del texto borgeano.


Basado en estas correspondencias, Menard se propone escribir no otro Quijote, lo que es fácil, lo que el quiere hacer es escribir “El Quijote”.


Ello lo obliga a sacrificar todas las variantes al “texto original” de lo cual resulta que su Quijote es idéntico, línea por línea, frase por frase al Quijote de Cervantes. El laborioso ejercicio recae, finalmente, en el plagio, en la copia mecánica, lo que no obsta para que Borges afirme que los capítulos escritos por Menard son “infinitamente más ricos que los redactados por Cervantes”:


“Es un revelación cotejar el Don Quijote de Menard con el de Cervantes. Este, por ejemplo, escribió Don Quijote” (primera parte, noveno capítulo):
...“La verdad cuya madre es la historia, émula del tiempo, depósito de las acciones, testigo de lo pasado, ejemplo y aviso de lo presente, advertencia de lo por venir”.





Redactada en el siglo XVII, por el “ingenio lego”, Cervantes, esa enumeración es un mero elogio retórico de la historia. Menard, en cambio, escribe:
...“La verdad cuya madre es la historia, émula del tiempo, depósito de las acciones, testigo de lo pasado, ejemplo y aviso de lo presente, advertencia de lo por venir”.


La historia madre de la verdad; la idea es asombrosa. Menard, contemporáneo de William James, no define la historia como una indagación de la realidad, sino como su origen. La verdad histórica para él, no es lo que sucedió; es lo que juzgamos que sucedió. Las cláusulas finales –ejemplo y aviso de lo presente, advertencia de lo por venir– son descaradamente pragmáticas.


También es vívido el contraste de los estilos. “El estilo arcaizante de Menard –extranjero al fin– adolece de alguna afectación. No así el del precursor, que maneja con desenfado el español corriente de su época” (Borges 1996: 4499).


“Menard enriquece, por desplazamiento y anacronismo, los capítulos del Quijote de Cervantes”, escribe Beatriz Sarlo. “Los hace menos previsibles, más originales y sorprendentes. Borges destruye, por un lado, la idea de identidad fija de un texto; por el otro, la idea de autor; finalmente la de escritura original. Con el método de Menard no existen las escrituras originales y queda afectado el principio de propiedad sobre una obra. El sentido se construye en un espacio de frontera entre el tiempo de la escritura y el del relato, entre el tiempo de la escritura y el de la lectura. La enunciación (Menard escribe en el siglo XX) modifica el enunciado (sus frases idénticas a las de la novela de Cervantes)” (Sarlo 1995: 78-79).


Puedo añadir a este análisis, en una suerte de conclusión, que las palabras, sus significados, fuera del contexto en que se recepcionan son como el pez fuera del agua, ya que el sentido emerge, fundamentalmente, en el acto de leer.


Postulo, en esta línea, que para Borges y Cervantes todo texto es la escritura de una lectura. Y que Borges lleva al límite este procedimiento utilizando una lógica impecable y cómica al mismo tiempo, al presentar la escritura de la lectura del Quijote efectuada por Menard, como una réplica exacta del texto cervantino.


Pero queda un remanente serio dentro del mecanismo paródico: la transformación del lector en autor. Con ella se declara la muerte de la noción de autoría: existen tantos Quijotes como lectores del Quijote. O si se quiere decir en forma más suave, cada época escribe su lectura del Quijote.


Borges, a través de Menard, escribe el Quijote, desde donde puede leerlo. Es necesario recordar la conocida anécdota que narra el autor de El Aleph: Su lectura, a muy temprana edad de el Quijote fue en una edición inglesa, de tal modo que cuando se encuentra con el original en español, le parece una mala traducción.


La actividad de leer equivale en buena medida a la de traducir (como lo demostró Cervantes) y así como hay “malas” traducciones, y aquí entramos en un juego borgeano, hay “malas lecturas”. Leer mal significa –como lo demuestra Borges en “El escritor argentino y la tradición” (2001;267)– “Manejar todos los temas europeos, manejarlos sin supersticiones, con una irreverencia que puede tener, y ya tiene, consecuencias afortunadas”. Hay varios modos de leer así (leer “entre líneas”, “leer al revés”: donde hay una afirmación se debe leer una negación y viceversa). Menard practica otra más amplia y transgresora: la del “robo”, de la “traición”. El cariz negativo del robo en literatura (plagio, copia) solo se justifica con las nociones canónicas de autor y original. Si estas “supersticiones” son arrojadas lejos, el robo pasa a ser un mecanismo afortunado de creación. Menard “roba” a Cervantes cada palabra, cada línea del Quijote para darles un nuevo sentido, para demostrar que el significado es un efecto frágil del lenguaje. “Traiciona”, también, su lengua: “Dedicó sus escrúpulos y vigilias a repetir en un idioma ajeno en un libro preexistente”. Y se traiciona a sí mismo quemando alegremente los borradores en que ensayó las variantes que lo llevaron a la escritura final: “Recuerdo sus cuadernos cuadriculados, sus negras tapas tachaduras, sus peculiares símbolos topográficos y su letra de insecto. En los atardeceres le gustaba salir a caminar por los arrabales de xxx; solía llevar consigo un cuaderno y hacer una alegre fogata”.


“Se escribe desde donde se puede leer”, pero se lee siempre desde una tradición cultural, afirma Piglia (Demaría 1999: 191). Lo que interesa en esta tradición cultural son los “malos” lectores, no la buena lectura que respeta los sentidos canónicos. El mal lector se realiza en ese “uso irreverente” del que habla Borges, o en el “libertinaje literario” propuesto por Sarmiento (Demaría 1999: 190).


Menard representa el extremo cómico al que se puede llegar aplicando una lógica irrebatible a estas propuestas. Pero representa, al mismo tiempo, algo que me parece fundamental: la utopía del lector. ¿Qué mayor utopía literaria existe que la de adjudicarse la autoría del Quijote, por el solo hecho de escribir una de sus lecturas posibles?


Borges, a través de la paradoja irónica de Menard, se da cita con todos los “malos” lectores del Quijote que han pulverizado los sentidos canónicos, como que el texto es solo una parodia de las novelas de caballería. La citación (Menard efectúa, en el fondo una “citación total del Quijote”) el robo y la traición permiten la expulsión irreverente del autor como dueño del libro y como autoridad que define sus sentidos. El autor ha muerto y su lugar lo viene a ocupar el lector.


Utopía del lector, porque desautoriza los poderes absolutos del autor. Porque como toda utopía es una forma de resistencia al poder, que en este caso es la “privatización del libro”. Si en las utopías no existe la propiedad privada, todo es de todos, Don Quijote no tiene dueño porque pertenece tanto a Cervantes como a Menard, a Borges que soñó su existencia, a todos los lectores que nos soñamos autores del Quijote.


Si en La ciudad del Sol de Campanella no hay tuyo ni mío, tampoco lo habría en La ciudad letrada de Angel Rama. Borges, mediante el “sueño voluntario” de Menard, ha expulsado de la ciudad la noción de “original” y la idea de “autor”. La ciudad de las letras es ahora un espacio imaginado –utópico– en que todos somos autores de los libros leídos, como si fuera entrevero de filiaciones en que los padres se confunden metafóricamente con los hijos.
El problema del lector funciona en forma equivalente a lo anterior, en el nivel de los personajes –Don Quijote es un personaje al que se le secó el “celebro” por mucho leer novelas de caballería. Menard padece del mismo proceso desencadenado por la lectura obsesiva del Quijote. Ambos son lectores locos que conciben proyectos anacrónicos: restaurar la figura del caballero andante, por una parte, y escribir, por otra, un libro preexistente.


Pero su locura debe clasificarse en la que Macedonio Fernández llama locura lúcida, estado relacionado con el misterio del arte que privilegia la locura sobre la lucidez y que se juega por una forma de soñar despierto. Pero, por sobre todo, jugársela por proporcionar antes que personajes dementes, una lectura loca: “Es un proceder más franco y una labor mayor que me tomo por el público, que la tan usada y cómoda de introducir dementes en las novelas. Quijote, Sancho, Hamlet, son personajes confesadamente enfermos, como el idiota de Dostoiesvki […]; el demente exige al autor de cuidarse de absurdos […] la locura en arte es una negación realista del arte realista […] yo no doy personajes locos doy lectura loca…” (Macedonio Fernández 1996: 46).


¿Qué otra cosa hace Menard que una lectura loca? Suponer que creyó que escribir su lectura del Quijote como copia absoluta del texto cervantino pudiera suscitar imágenes que fueran una negación realista del indubitable realismo del Quijote, es postular que fue un loco lúcido como don Quijote o Sancho, el de los capítulos finales.


Muy importante en este proceso es la traslación de la función autor con todos sus atributos de autonomía, originalidad, inventiva, a la función lector. El traslado pone en jaque la noción de sujeto, individuo, persona, tan unido al nombre autor. Si éste ya no es dueño del texto, el Quijote en este caso, el libro se colectiviza y pasa a ser una medida de pertenencia a una lengua, un dialecto o grupo. Ya no habría sujeto –según Derrida– sino dispositivos colectivos de enunciación, en los que las frases serían –según Bajtin– “correas de transmisión entre la historia de la sociedad y la historia de la lengua”.


En mi análisis, estas correas de transmisión se llaman lectores que se mueven desde el texto al contexto para mostrar que la identidad fija, que la idea de que los sentidos de un libro están consagrados para siempre, es falsa (excepto en los libros sagrados).


Todo lo anterior autoriza mi vanidad a presentarse ante ustedes como Mario Rodríguez, autor del Quijote. –Aunque estoy pronto a reconocer a un ferviente lector como Alfredo Matus, Director de la Academia Chilena de la Lengua, la misma autoría.


“A veces creo que los buenos lectores son cisnes más tenebrosos y singulares que los buenos autores”, ha escrito Borges (1996: 288). Macedonio Fernández afirma que la carrera literaria más difícil es la de lector. Opiniones que exigen desde ya no seguir aumentando la numerosa y previsible existencia de biografías de autores e iniciar la tarea de escribir las biografías de los lectores.

“Pierre Menard, autor del Quijote” es precisamente lo último: la biografía de un lector.


En ella es muy importante el escrutinio del archivo particular de Menard que registra los textos “visibles” ( la “obra invisible” es el dilate de componer El Quijote) que se adjudican al novelista francés; verificación que recuerda el examen de la biblioteca de don Alonso Quijano efectuada por el cura y el barbero. Suplementariamente, Borges entrega otros datos: Menard había fallecido en Nimes poco antes del año 1939 (fecha recurrente en las vidas de los personajes borgeanos, como es el caso de Dahlmann en el Sur: “En los últimos días de febrero de 1939, algo le aconteció”). Fue novelista y poeta simbolista devoto de Poe. Asiduo concursante de los “salones literarios” franceses, entre ellos el de la baronesa de Bacount, y en los atardeceres le gustaba caminar por los arrabales de Nimes, encender alegres fogatas con los papeles que contenían sus variantes (sacrificadas) al texto “original del Quijote”). Se desliza en medio de estos datos anecdóticos un juicio fundamental del biógrafo, Borges, sobre el lector historiado: “su hábito resignado o irónico de propagar ideas que eran el estricto reverso de las preferidas por él” (Borges 1996: 449).


Mecanismo tan singular está explicado puntualmente en el recuento alfabético de las obras de Menard en el sitio correspondiente a la letra p: “Una invectiva contra Paul Valéry, en las Hojas para la supresión de la realidad de Jacques Reboul ( Esta invectiva, dicho sea entre paréntesis, es el reverso exacto de su verdadera opinión sobra Valéry…” (Borges 1996: 445).


En términos mucho más amplios e intranquilizadores, la misma idea está expuesta en Tlon, Uqbar, Orbis Tertius: “Un libro que no encierra su contralibro es considerado incompleto” (Borges 1996: 439).


La conclusión lógica que se desprende de estas afirmaciones nos puede llevar a inferir que El Quijote de Menard es exactamente el reverso o el contralibro del Quijote de Cervantes.


Las opiniones de Menard serían el “reverso exacto” de las de Cervantes, aunque aparentemente se presentan como similares al coincidir en sus enunciados.


La diferencia en la coincidencia la muestra Borges al comentar la “opinión” que separa radicalmente a Menard de Cervantes, a propósito de su concepción de la historia. Si la frase “la verdad cuya madre es la historia” … representa para Cervantes –según Borges– un “mero elogio retórico de la historia”, para Menard implica un giro revolucionario en la significación de la verdad y lo real. ¿Cómo un mismo enunciado puede ser interpretado de un modo tan distinto? Ya sabemos que la causa reside en el contexto desde donde se lee la frase.


El comentario desaprensivo de Borges –lector del Quijote de Cervantes y del de
Menard– incluye con disimulo una interpretación canónica del Quijote basada en la convicción de que la verdad y la realidad son una, que están fijadas para siempre y no admiten relativismos. De esta convicción se desprendería el sano realismo de el Quijote tan alabado por los críticos.


Menard no comparte esta lectura y su apartamiento es el que lo impulsa a componer “el” Quijote, texto idéntico en la letra al de Cervantes, pero tajantemente distinto en los significados. Menard, al leer El Quijote desde otro lugar, desde un contexto cultural distinto al que se escribió, se aparta de la idea de la verdad real para proponerla como una convención, una construcción a partir no de lo que sucedió (el hecho en bruto en sí), sino de lo que “juzgamos que sucedió”. Menard estima, por lo tanto, que no existe una verdad, sino varias y contradictorias, dependiendo su número del lugar de donde se juzgan los hechos.


El Quijote de Menard abandona la representación “verdadera” y canonizada de lo real, y se sitúa en un espacio novelesco ambiguo, un reino (des)gobernado por el principio de incertidumbre. Leer El Quijote que propuso Menard puede constituir un proceso asombroso: punto por punto –lo que significa de coincidencia en coincidencia– va negando las certezas de El Quijote de Cervantes, construyendo el contratexto de las incertidumbres modernas.


Se cierra, de este modo, el círculo. El punto extremo al que pueden llegar la “malas lecturas”, las “lecturas irreverentes”, las “utilitarias”, es el contratexto: negar y proponer el reverso exacto de cada una de las “opiniones” que expresa el texto leído.


Lo cómico, lo irónico en el relato borgeano, es el hecho de que la lectura de Menard (comentada por Borges) pareciera ser una mala (en el sentido recto del término) lectura del Quijote. Aparentemente es una lectura escéptica, reducidora, propia de una actitud nihilista: “El Quijote –me dijo Menard– fue ante todo un libro agradable; ahora es una ocasión de brindis patrióticos de soberbia gramatical, de obscenas ediciones de lujo. La gloria es una incomprensión y quizá lo peor” (Borges 1996: 450).


La estrechez de esta lectura que sacrifica la pluralidad de sentidos del Quijote: “fue ante todo un libro agradable”, es la que permite equívocamente “recuperar” esa misma pluralidad expulsada, privilegiando el principio de incertidumbre. Paradójicamente, es la lectura estrecha la que genera el propósito de Menard de componer “el Quijote y no otro Quijote –lo cual habría sido fácil”.


Finalmente, Borges resuelve mediante una nueva complejidad la ya difícil composición del asunto: “He reflexionado que es lícito ver en el Quijote “final” una especie de palimpsesto en el que deben traslucirse los rastros –tenues pero no indescifrables– de la previa “escritura de nuestro amigo” que requerirían un segundo Pierre Menard que “invirtiendo el trabajo del anterior podría exhumar y resucitar esas Troyas” (Borges 1996: 450).


Según la lógica con que he trabajado, El Quijote “final” debe ser, por una parte, el resultado, la sumatoria, de sus innumerables y diversas lecturas, pero por otra, la mención de las Troyas resucitadas añade un suplemento que nos remite al conocido texto borgeano “Kafka y sus precursores”. Menard sería un precursor de Cervantes, en el sentido de que la existencia del Quijote permitiría rastrear en la tradición literaria, giros, tonos narrativos, que lo prevén y lo anuncian. El “dislate” de Pierre Menard sería la opción extrema de la teoría, que “todo escritor crea sus precursores” (Borges 1996: 90).

BIBLIOGRAFÍA

Borges, Jorge Luis, Obras Completas. Buenos Aires: Emecé Editores, 1996.         [ Links ]
Cervantes Miguel de, Obras completas. Madrid: Aguilar S.A. de editores, 1964, pp. 1060 – 1061.         [ Links ]
Demaría, Laura, Argentina(s). Buenos Aires: Ediciones El Corregidor, 1999.         [ Links ]
Fernández, Macedonio, Museo de la novela de la Eterna. Madrid: Allca XX/Fondo de Cultura Económica, 1996.         [ Links ]
Sarlo, Beatriz, Borges, un escritor en las orillas. Buenos Aires: Ariel, 1995. 

Fuente :  REVISTA CHILENA DE LITERATURA
Noviembre 2005, Número 67, 103-112

 

Lector de Borges

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Gustó Borges de la reflexión metafísica y la puso al servicio de su obra narrativa...

RICARDO GIL OTAIZA

Leer a Jorge Luis Borges es sin duda alguna una experiencia orgiástica. Ninguno de los géneros literarios tocados por su pluma (poesía, narrativa y ensayo) escapa al sutil encanto de un "algo" (inextricable a veces: ¿qué le vamos a hacer?), que busca desentrañar desde la palabra el universo y su vasta complejidad. Su logo es punto de partida para una comprensión de la realidad, que va más allá de lo anecdótico (el pueblo, la pelea a cuchillo, la farra, la nostalgia), para internarse en la profundidad de un artefacto literario que bordea lo filosófico -como materia fundante de su propuesta y sin querer pontificar (ni sobresalir) en ella, transigimos-, pero que en él es solo una excusa. Definitivamente, no fue Borges un filósofo (y jamás pretendió serlo, aunque muchos filósofos profesionales ya hubiesen querido la hondura y la gracia de sus textos), pero su erudición libresca lo llevó a echar mano de todo ese bagaje de lecturas acometidas desde la primera juventud (Schopenhauer, León Bloy, Stevenson, Berkeley, Hume y Shaw, entre otros), para desde esas alturas del intelecto y la abstracción recrear mundos paralelos, en los que la imaginación, el terror atávico (el paso del tiempo, los espejos), la genialidad y la mera exploración estilística, marquen sus propios cauces y también sus propios derroteros literarios.

En este sentido, gustó Borges de la reflexión metafísica y la puso al servicio de su obra narrativa, sin que ello signifique que toda su obra goce (o tenga) dicho carácter e intención, porque el autor abrió a lo largo de décadas disímiles derroteros en su eterna búsqueda de referentes y de explicaciones ante sus grandes incertidumbres existenciales, y el trasmundo fue en este sentido (para desconsuelo de algunos) mero artificio en medio de una lógica certera e incisiva como la suya. Nadie podría negar que la obra de Borges es expresión de su mundo interior, de sus ingentes (y desaforadas) lecturas, de la admiración por grandes autores (a los que en mucho logró superar a nuestro entender), sin que ello implique negación de sus referentes librescos (como única experiencia de vida). La obra de Borges responde -eso sí- a una visión de conjunto del ser humano y de su impronta civilizatoria (pesimista y maleva), aunque a veces el hombre y la mujer son los grandes ausentes en la misma (no podemos olvidar que algunos de sus relatos giran en torno a abstracciones, en las que el sujeto como Ser se hace inexistente e innecesario: libros, espejos, cuchillos, ciudades fantasmales, ideas, sueños, meros objetos).

Apuesta Borges por el mundo de lo sensible y esta cualidad en su deseo (o determinación) se erige muchas veces en una inexorable dicotomía: pensamiento filosófico y literatura (y viceversa), que lleva al texto a extremos de denodada belleza. Esta conjunción se hace a sí misma unívoca e indisoluble, lo que impide a los exégetas la disyunción del hecho borgiano y el poder desmontar sus magníficos poemas y cuentos (no tanto así a sus ensayos) en sus elementos constitutivos. Interpretar a Borges en su isócrona mirada: razón-creación artística, es tarea muy difícil, sobre todo porque nos sitúa en la peligrosa intención de buscar convertir al narrador y al poeta en filósofo, cuando toda interpretación (o hermenéutica) es en sí misma una lectura particular, una traducción (si se quiere) de un "algo" en otra cosa; de una razón por otra. Encasillar a Borges en lo filosófico; amén de desconocer a su "alma creadora", implica una lectura sesgada; alejada de su verdadero leitmotiv, que a decir de uno de sus más voraces lectores (Eduardo García de Enterría en Fervor de Borges, 1999), fue: "crear él mismo el estremecimiento artístico que ha buscado (desde la lectura) incansablemente en otros".

La voz austera (y feliz) de Borges sigue recorriendo los caminos de América y del mundo, y a pesar de que sobre él se hayan escrito miles de páginas buscando develar al genio, su sombra se yergue en el tiempo y en el espacio para recordarnos que él fue su obra, y ésta lo contiene en cada página escrita o dictada, y entregada con celo a la inmortalidad de la imprenta.

Fuente  :  El Universal  -  Caracas  -  Venezuela
domingo 18 de enero de 2015 

Los libros imprescindibles para Jorge Luis Borges

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Una lista de más de sesenta títulos que fueron fundamentales para uno de los escritores más importantes del siglo pasado.

Si dentro de cada gran escritor se esconde un gran lector, Jorge Luis Borges es un ejemplo claro (no en vano aseguraba que, si de algo se enorgullecía, era de los libros que había leído). Era, además, un consumidor ecléctico y libre, que no se guiaba por pretensiones intelectuales (se atrevía a despreciar a Goethe, James Joyce o Gabriel García Márquez) sino simple y llanamente por el gozo de leer. Por eso, uno no puede menos que confiar en su criterio.

Y los de la editorial Hyspaméria debían de tenerlo también muy claro cuando le pidieron, allá por 1985, que seleccionase 100 títulos de lectura imprescindible, y que escribiera el prólogo de cada uno de ellos. Solo le dio tiempo a elegir 61 libros antes de morir, pero fueron todos publicados en una colección llamada “Biblioteca personal”.

Es también famoso (y bellísimo) el prólogo a la colección, que dice lo siguiente:

“A lo largo del tiempo, nuestra memoria va formando una biblioteca dispar, hecha de libros, o de páginas, cuya lectura fue una dicha para nosotros y que nos gustaría compartir. Los textos de esa íntima biblioteca no son forzosamente famosos. La razón es clara. Los profesores, que son quienes dispensan la fama, se interesan menos en la belleza que a los vaivenes y en las fechas de la literatura y en el prolijo análisis de libros que se han escrito para ese análisis, no para el goce del lector.

La serie que prologo y que ya entreveo quiere dar ese goce. No elegiré los títulos en función de mis hábitos literarios, de una determinada tradición, de una determinada escuela, de tal país o de tal época. “Que otros se jacten de los libros que les ha sido dado escribir; yo me jacto de aquellos que me fue dado leer”, dije alguna vez. No sé si soy un
buen escritor; creo ser un excelente lector o, en todo caso, un sensible y agradecido lector. Deseo que esta biblioteca sea tan diversa como la no saciada curiosidad que me ha inducido, y sigue induciéndome, a la exploración de tantos lenguajes y de tantas literaturas. Sé que la novela no es menos artificial que la alegoría o la ópera, pero incluiré novelas porque también ellas entraron en mi vida. Esta serie de libros heterogéneos es, lo repito, una biblioteca de preferencias.

María Kodama y yo hemos errado por el globo de la tierra y del agua. Hemos llegado a Texas y al Japón, a Ginebra, a Tebas, y, ahora, para juntar los textos que fueron esenciales para nosotros, recorreremos las galerías y los palacios de la memoria, como San Agustín escribió.

Un libro es una cosa entre las cosas, un volumen perdido entre los volúmenes que pueblan el indiferente universo, hasta que da con su lector, con el hombre destinado a sus símbolos. Ocurre entonces la emoción, singular llamada belleza, ese misterio hermoso que no descifran ni la psicología ni la retórica. “La rosa es sin porqué”, dijo Ángelus Silesius; siglos después, Whistler declararía “El arte sucede”.

Ojalá seas el lector que este libro aguardaba”.

¡Pero vayamos ya con esos 61 títulos imprescindibles para Jorge Luis Borges!

1-Julio Cortázar: Cuentos
2-Evangelios apócrifos
3-Franz Kafka: América. Relatos breves
4-Gilbert Keith Chesterton: La cruz azul y otros cuentos.
5-Maurice Maeterlinck: La inteligencia de las flores
6-Dino Buzzati: El desierto de los tártaros
7-Henrik Ibsen: Peer Gynt. Hedda Glaber
8-José María Eça de Queiroz: El mandarín
9-Leopoldo Lugones: El imperio jesuítico
10-André Gide: Los monederos falsos
11-Herbert George Wells: La máquina del tiempo. El hombre invisible
12-Robert Graves: Los mitos griegos
13-Fiodor Dostoievski: Los demonios
14-Edward Kasner & James Newman: Matemáticas e imaginación
15-Eugene O’Neill: El gran dios Brown. Extraño interludio.
16-Herman Melville: Benito Cereno. Bily Budd. Bartleby, el escribiente
17-Giovanni Papini: Lo trágico cotidiano. El piloto ciego. Palabras y sangre
18-Arthur Machen: Los tres impostores
19-Fray Luis de León: Cantar de cantares. Exposición del Libro de Job
20-Joseph Conrad: El corazón de las tinieblas. Con la soga al cuello
21-Oscar Wilde: Ensayos y diálogos
22-Henri Michaux: Un bárbaro en Asia
23-Hermann Hesse: El juego de los abalorios
24-Enoch A. Bennett: Enterrado en vida
25-Claudio Eliano: Historia de los animales
26-Thorstein Veblen: Teoría de la clase ociosa
27-Gustave Flaubert: Las tentaciones de San Antonio
28-Marco Polo: La descripción del mundo
29-Marcel Schwob: Vidas imaginarias
30-George Bernard Shaw: César y Cleopatra. La comandante Bárbara. Cándida
31-Francisco Quevedo: La Fortuna con seso y la hora de todos. Marco Bruto
32-Eden Phillpotts: Los rojos Redmayne  
33-Sóren Kierkegaard: Temor y temblor
34-Gustav Meyrink: El Golem
35-Henry James: La lección del maestro. La vida privada. La figura en la alfombra ((H. Isnardi)
36-Heródoto: Los nueve libros de la Historia
37-Juan Rulfo: Pedro Páramo
38-Rudyard Kipling: Relatos
39-Moll Flanders . Jean Cocteau: El secreto profesional y otros textos
40-Thomas de Quincey: Los últimos días de Emmanuel Kant y otros escritos
41-Ramón Gómez de la Serna: Prólogo a la obra de Silverio Lanza
42-Selección de Antoine Galland: Las mil y una noches
43-Robert Louis Stevenson: Las nuevas noches árabes.
44-León Bloy: La salvación por los judíos. La sangre del pobre. En las tinieblas
45-Poema de Gilgamesh. Bhagavad-Gita
46-Juan José Arreola: Cuentos fantásticos
47-David Garnett: De dama a zorro. Un hombre en el zoológico. La vuelta del marinero
48-Jonathan Swíft: Viajes de Gulliver
49-Paul Groussac: Crítica literaria
50-Manuel Mujica Láinez: Los ídolos
51-Juan Ruiz: Libro de buen amor
52-William Blake: Poesía completa
53-Hugh Walpole: En la plaza oscura
54-Ezequiel Martínez Estrada: Obra poética
55-Edgar Allan Poe: Cuentos
56-Publio Virgilio Marón: La Eneida
57-Voltaire: Cuentos
58-J. W Dunne: Un experimento con el tiempo
59-Attilio Momigliano.: Ensayo sobre el Orlando Furioso.
60-William James: Las variedades de la experiencia religiosa. Estudio sobre la naturaleza humana
61-Snorri Sturiuson: Saga de Egil Skallagrimsson

Fuente: Cristina Domínguez en http://www.libropatas.com/

Fuente : MDZ – On Line



¿Qué tiene que ver Borges con Google y un hotel infinito?

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 El origen del cuento El Aleph y del nombre de Google tienen mucho que ver con el trabajo del matemático David Hilbert con el infinito.

Unos arriesgados empresarios deciden construir el hotel más grande del mundo. Pero quieren estar seguros de que nadie les pueda hacer la competencia jamás. Piensan en dotarlo con 1.000 habitaciones, 10.000 habitaciones, 100.000 habitaciones. Sin embargo temen que, con los años, alguien construya uno con una habitación más. Consultan a los más prestigiosos pensadores y reflexionan acerca de cual puede ser la solución. Finalmente toman una decisión: construir un hotel con infinitas habitaciones. La idea no es que tenga una cantidad innumerable de habitaciones. No. Lo que quieren es que, literalmente, tenga infinitas habitaciones.

Una vez inaugurado y en un alarde de eficiencia empresarial, el gerente del hotel consigue colgar el cartel de "Completo". Todas y cada una de las infinitas habitaciones están ocupadas. Sin embargo el destino quiere poner en aprietos a nuestro eficaz director. Una persona de muy alta posición decide hospedarse en el hotel. ¿Cómo poder encontrar una habitación libre en un hotel de infinitas habitaciones ocupadas?

Se le ocurre una idea. Decide hacer una llamada a todos los huéspedes pidiéndoles, por razones de seguridad, que se trasladen a la habitación contigua. De esta forma el huésped de la habitación 23 debe mudarse a la habitación 24, el de la 666 a la 667, el de la 778.216 a la 778.217 y el de la habitación número 1 a la habitación número 2. Una vez realizado el traslado, el nuevo cliente recibe la llave de la habitación 1. La única libre.

¿Y si vienen infinitos huéspedes nuevos?

Los días transcurren en calma mientras el director del hotel utiliza su gran truco para hospedar a cuantos nuevos clientes desean dormir en el hotel. Sin embargo el destino le ha preparado una dura prueba. Esa noche llega un representante de una agencia de viajes con una estupenda noticia. Tiene contratada una excursión de infinitos viajeros y necesita habitaciones para todos. El gerente piensa en las posibles ganancias que le puede aportar esta operación, pero ¿cómo hacerlo? El hotel está completo. Ha sido capaz de hospedar a un número finito de nuevos clientes, pero ¿qué hacer con infinitos huéspedes nuevos?

No hay nada mejor que los problemas para agudizar el ingenio. Nuestro sagaz gerente tiene una idea. Decide mover de nuevo a todos los huéspedes. Les pide que se trasladen a la habitación con el número resultante de multiplicar por 2 su habitación actual. De esta forma el huésped de la habitación 2 se trasladará a la habitación número 4, el de la 3 a la 6, el de la 4 a la 8, etc. Una vez realizado el traslado todos los clientes del hotel se encuentran en habitaciones pares quedando libres las habitaciones impares. Como el número de las habitaciones impares es infinito, da orden de que sean ocupadas por los infinitos viajeros de la excursión. De nuevo el hotel se encuentra completo y todos los nuevos clientes hospedados.

David Hilbert, el creador del Hotel Infinito

El 23 de enero de 1862 nació el matemático alemán David Hilbert, sin duda uno de los grandes. Participó en el desarrollo de nuevas herramientas matemáticas necesarias para el desarrollo de la mecánica cuántica y la relatividad general. De hecho se le atribuye, antes que al propio Einstein, el descubrimiento de las ecuaciones correctas para la teoría de la relatividad general. Justo con la entrada del siglo XX presentó 23 problemas que marcaron el rumbo de las investigaciones matemáticas de las sucesivas décadas.

Pero posiblemente su trabajo más popular fue el relacionado con la teoría de los números transfinitos (bautizados así por su colega alemán Georg Cantor), donde no todos los infinitos son de la misma categoría. Hilbert utilizó la metáfora del Hotel Infinito para ilustrar las paradojas que nacen de los conceptos de diferentes categorías de infinitos. Incluso Jorge Luis Borges, el genial escritor argentino, utilizó uno de estos conceptos para dar nombre y argumento a uno de sus memorables cuentos: El Aleph.

Y no hay dos sin tres

En 1938 el matemático norteamericano Edward Kasner trató de comparar y diferenciar en su libro Las Matemáticas y la Imaginación el concepto de infinito frente al concepto de grandísimo. Para ello utilizó el número googol, un término inventado por su sobrino de 9 años Milton Sirotta, al que Kasner asignó un valor de 10100 (un uno seguido de 100 ceros =10 000 000 000 000 000 000 000 000 000 000 000 000 000 000 000 000 000 000 000 000 000 000 000 000 000 000 000 000 000 000 000 000 000).

En 1997 dos jóvenes, Larry Page y Serguéi Brin estaban buscando un nombre para su nuevo buscador de Internet y encontraron el concepto de googol que hacía mención a la enorme potencia de búsqueda en la red. Debido a su pronunciación en inglés cometieron un error al escribirlo y terminó siendo Google. El resto ya es historia.

Fuente : Libertad Digital  - Ciencia

Página para recordar al Coronel Suárez, vencedor en Junín

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El Coronel  Manuel Isidoro Suárez, bisabuelo materno de Borges, lucho en las guerras de la Independencia (dirigió la caballería peruana y colombiana en la batalla de Junín).

Borges lo recuerda en Inscripción sepulcral, poema de Fervor de Buenos Aires, Página para recordar al coronel Suárez, vencedor en Junín (El otro, el mismo) y Coronel Suárez (La moneda de hierro).

Fuente : You Tube

Y el tango nació de nuevo

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Se cumplen cincuenta años del mítico disco “El Tango” que reunió a Jorge Luis Borges con Astor Piazzolla. Aquí, los entretelones de esa sociedad y anécdotas del encontronazo entre los genios.

Por Irene Amuchastegui


El título El Tango , para un escaso puñado de canciones como el que alcanza a contener un vinilo, podría resultar, cuanto menos, presuntuoso. Pero el álbum El Tango , su exquisita rareza, ese tejido en el que resplandecen vestigios y prefiguraciones de todas las edades del género, fue una cosa aparte. Sigue siéndolo, después de medio siglo en el que sus entretelones se incorporaron a la antología del chisme, y su milonga “Jacinto Chiclana” al repertorio clásico del género.

La biografía de Piazzolla (de Simon Collier y María Susana Azzi) consigna una fecha precisa: el 14 de marzo de 1965, Jorge Luis Borges, en compañía de su madre, visita la casa de Astor para escuchar los primeros resultados del trabajo del músico sobre sus milongas, trabajo destinado a un long play que uniría las dos firmas. En el origen de esta alianza autoral, que se limitó a un único disco, se mezclan el nombre del compositor Carlos Guastavino –quien en realidad le había pedido las milongas a Borges, según María Esther Vázquez– y unas negociaciones bastante arduas en las que intervino la discográfica Phonogram. En la confitería St. James de Córdoba y Maipú, que el escritor frecuentaba, se cerró el acuerdo. Y en el living familiar de la calle Entre Ríos, Astor, al piano, le hizo escuchar a Borges las tres milongas, entonadas provisionalmente por Dedé –la primera esposa de Piazzolla, que no era cantante sino pintora– y reservadas a una voz muy distinta (muy distinta de todas): la voz de Edmundo Rivero.

“Borges dice que está escribiendo tangos y milongas de mala gana”, titulaba La Razón un mes más tarde. La nota, en rigor, transcribía una declaración algo más extensa: “Contra mi voluntad, estoy escribiendo mucha poesía, letras para tangos y milongas y un ensayo sobre literatura inglesa…” En esos días, el bandoneón de Aníbal Troilo inauguraba Caño 14. El crítico del New York Times, tras un concierto en el Phillarmonic Hall del quinteto de Piazzolla, concluía: “No se parece a ninguna otra cosa más que a sí mismo, y eso es suficiente”. Las páginas de Le Figaro de París, en su consabida predicción del Nobel de Literatura, señalaban las chances de Borges.

Para Piazzolla, el vínculo con la obra de Borges no comenzó en 1965, sino cinco años antes, cuando Ana Itelman le propuso crear un ballet sobre el cuento “Hombre de la esquina rosada”. En Nueva York, donde la coreógrafa y el músico coincidían en 1960, trabajaron en el proyecto, que nunca se concretó. Con la publicación del Archivo Ana Itelman –en 2002, ordenado por Rubén Szuchmacher– vieron la luz sus borradores sobre la puesta. A pedido de Itelman, Piazzolla creó una partitura para recitante, canto y doce instrumentos, siguiendo el plan de los pasajes y textos seleccionados por ella. En 1965, esta suite pasó a ocupar el Lado 2 del disco El Tango , donde Piazzolla anotó: “El tratamiento musical está concebido desde la esencia tanguera más simple hasta incursiones en la música dodecafónica”.

A propósito (otra vez según Collier y Azzi), desde su encuentro con Itelman, Astor alentó la ambición de un West Side Story tanguero, y algo de esa intención subyacía en la Introducción a Sobre Héroes y tumbas , que grabó con la participación de Ernesto Sabato en el disco del Nuevo Octeto Tango contemporáneo, de 1963, y finalmente no desarrolló. Cuando se produzca su decisivo encuentro con Horacio Ferrer, a fines de 1967, la operita María de Buenos Aires surgirá de este germen que era para Astor su admiración por West Side Story . Pero ese, justamente, es otro lado de la historia.

En el disco de Borges-Piazzolla, al “Hombre de la esquina rosada” se sumaban el poema “El Tango”, el tango “Alguien le dice al tango” (probando que la fatigada variante autorreferencial del género todavía podía dar piezas exquisitas) y las milongas “Jacinto Chiclana”, “El títere” y “A Don Nicanor Paredes”. A los extraordinarios músicos de su quinteto, Astor sumó otros notables instrumentistas. El actor Luis Medina Castro –cuya actuación en televisión, cine y teatro estaba en el punto culminante– intervino en los recitados. La elección del cantor Edmundo Rivero no podía ser más adecuada para la porción orillera del repertorio. Para Rivero, ese imaginario de Borges “fue como otro país, a pesar de nombrar seres y lugares que creía conocer desde años…” En sus memorias ( Una luz de almacén ), recuerda que en los días de la grabación del disco, Borges lo interrogó: “–¿Con qué autoridad, con qué conocimiento canta usted estos temas?

No había intención agresiva sino simple curiosidad, acaso certeza de mi obligado dominio del asunto. Le contesté también sobre una suposición: –Bueno, las canto porque las entiendo y las entiendo porque las he vivido. Lo mismo que usted, que las escribió porque las conoce, porque las vio.

–No, en mi caso no es así –me dijo–. Yo no he tenido la fortuna que usted tuvo. Estos personajes y estas historias me llegaron por otros, por terceros. O son imaginarias.” Rivero descreyó de esta afirmación. Como es sabido, Don Nicanor Paredes (“de aquel Palermo perdido / del baldío y de la daga…”) no es un invento, apenas una variante de Nicolás Paredes; por lo demás, llamativamente funcional a algunas de las opiniones de Borges sobre el tango, género que desdeñaba en favor de la milonga. Como cuando refiere el veredicto de Paredes sobre Caminito de Filiberto y Coria Peñaloza: “Todo está muy bien, pero esto es demasiado científico para mí”.

La presencia de Borges en el estudio, durante la grabación del disco, dio lugar a algunos otros episodios coloridos. El guitarrista Oscar López Ruiz, además autor del imperdible Piazzolla loco loco loco , fue parte de esas sesiones. En su libro, evoca la evidente tensión entre las personalidades de Borges y Piazzolla, “un maridaje imposible”. Cuenta López Ruiz que el escritor asistió a todo el proceso de ensayos y grabación, sentado en la sala de control del estudio, tan imperturbable frente al despliegue musical de las grabaciones como ante el jolgorio característico de los descansos entre toma y toma: “Comentábamos esto y aquello, nos reíamos como locos (…), puteábamos como camioneros borrachos y armábamos bastante escándalo haciéndonos todo tipo de bromas referentes a cómo habíamos tocado tal o cual parte.

Borges, inmutable.

Astor no aguantó más y (…) le preguntó: ¿Y, Borges? ¿Qué le parece? ¿Le gusta? Borges le contestó: ‘Sí; claro; por supuesto; pero qué quiere que le diga, Piazzolla, a mí me gustaba más cómo lo cantaba la chica’.” Se refería a la versión que había escuchado en casa de Piazzolla cantada por Dedé. Las carcajadas de Rivero y los demás obligaron a prolongar la pausa. Unos años más tarde, Rivero compuso una milonga con versos de Luis Alposta: Soneto para un malevo que no leyó a Borges (y que cambió el cuchillo por el gatillo) .

Las Memorias de Astor, compiladas por Natalio Gorin, ofrecen una perspectiva menos risueña de la esgrima mediática que lo enfrentó con Borges: “Llegó a decir que yo no entendía de tango, y mi réplica le endilgó a Borges no entender nada de música. Era un hombre autoritario, quizá prepotente en algunas cosas. Yo recuerdo que lo invité a mi casa para hacerle escuchar toda la obra, antes de que se grabara. (…) le dije que había compuesto toda la música a la manera del 900, menos la Oda íntima para Buenos Aires . Borges me contestó que él de música no sabía nada, ni siquiera diferenciar entre Beethoven y Juan de Dios Filiberto. No sabía quién era quién, y además no le interesaba”.

Cuentan que Borges tildaba a Astor de ignorante y vanidoso, que se refería a él como “Pianola” y que alguna vez desertó de un concierto suyo diciendo: “Me voy, como no tocan tango hoy…” La inquina –contracara de un disco con puntos excelsos– simboliza una polarización del tango que en los años 60, y también mucho más allá, supuso para Astor una batalla sin cuartel. El hecho de que Borges deplorase aun la transformación operada en el tango por Gardel (frente a la cual reivindicaba formas arcaicas) describe la medida de “la grieta”, que haría parecer insignificante aquella que se abría entre Piazzolla y los puristas del 40.

En 1965, el escritor dictó una serie de conferencias sobre el tango, registradas en una cinta y exhumadas con revuelo internacional en 2013. Allí, además de calificar “Hombre de la esquina rosada” como “injustamente famoso” y de hablar sobre Nicolás Paredes, se ocupa especialmente del período inicial del tango, y de su herencia milonguera.

Borges decía que sus milongas se habían escrito solas, surgiendo sin esfuerzos de “un viejo fondo criollo que tengo…” El mismo fondo criollo de Rivero –sublime epígono del cantor nacional–, de Nelly Omar, de Jairo, delicados intérpretes de “Jacinto Chiclana”. El fondo criollo, nobleza obliga, de Gardel.

Fuente : Revista Ñ

The Fractal Cauliflowers Semi-big Band at Telakka – Homenaje a Borges

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Con Aku-Pekka Niemi en batería y Inari Ruonamaa en saxo barítono, The Fractal Cauliflowers Semi-big Band at Telakka presentan Die Bibliothek von Babel (La Biblioteca de Babel) en Homenaje a Jorge Luis Borges.

Grabado en Rahvaanmusiikin kerho en Telakka, Tampere, Finlandia el 12 de marzo de 2015.
 
Fuente : You Tube

HALLAZGO : AL CORONEL FRANCISCO BORGES

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DOMINGO FAUSTINO SARMIENTO
JORGE LUIS BORGES


Esta edición se genera con el hallazgo de una carta escrita por Domingo Faustino Sarmiento, entonces Presidente de la República Argentina al Coronel Francisco Borges, abuelo paterno de Jorge Luis Borges, cuya épica muerte marcó al escritor. El culto de los mayores y del coraje, por algo fue un tema recurrente en su obra. La carta desconocida del Presidente Sarmiento, que es el hilo conductor de esta edición, está fechada el 26 de septiembre de 1874, exactamente dos meses antes de la muerte del Coronel, ocurrida en la batalla de La Verde, en la provincia de Buenos Aires, el 26 de noviembre del mismo año.  Ella nos brinda más elementos sobre esta relación donde se entrecruza el honor y las cuestiones políticas y militares. En cierta manera este libro es una caja de recuerdos, una especia de museo privado, y para nosotros un homenaje al Coronel Borges que entregó su vida por lo que entendía correcto, a Domingo Faustino Sarmiento, gran escritor y el uno de los impulsores de la educación en América, y a Jorge Luis Borges, que con su maravillosa poesía recordó la muerte de su abuelo, y que valoró tanto la obra literaria de Sarmiento.
 
Cada volumen incluye, en una caja-libro, forrada con tela y papel estampado a mano, lo siguiente:

-Una carpeta entelada con la nota de los editores, la introducción de María Kodama,  la trascripción de la carta, el poema de Jorge Luis Borges "Alusión a la muerte del Coronel Francisco Borges", breve referencia biográfica de cada una de las personas nombradas, y fotografías.

-Reproducción facsimilar de la carta aplicada sobre cartón entelado.

-CD con la grabación de la voz de Borges diciendo el poema "Alusión a la muerte del Coronel Francisco Borges", aplicado sobre fotografía del Coronel Borges pegada esta a su vez sobre cartón entelado.

-Fotografías  enmarcadas del Coronel Francisco Borges y Domingo Faustino Sarmiento con cartón cubierto de tela.


Al Coronel Francisco Borges. Edición de Del Centro Editores con la colaboración de la Delegación Española de la Fundación Internacional Jorge Luis Borges, con un tiraje único de cien ejemplares, realizados en forma totalmente artesanal, numerados y firmados por María Kodama y los editores.

Fuente  :  Centro de Arte Moderno - Madrid

 
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