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Nueva York : Las obras completas de Borges proyectadas en el puente de Manhattan




En el marco del Festival Dumbo Arts de Nueva York 2014

Borges: Las obras completas comprende todas las palabras que Jorge Luís Borges ha escrito en sus obras completas, tanto en el español original y en la traducción al inglés.

Presentado en un formato de búsqueda de palabras, cualquier persona puede verlas  tanto en  inglés, como en español. Cada versión comprende 135.000 caracteres y juntas contienen más de un millón de palabras escondidas.

En el puente de Manhattan, en Nueva York, todas las palabras se proyectan en una  pantalla colectiva. Comprende cada palabra seleccionada por cualquier persona que juegue en la computadora de su casa, o en sus teléfonos celulares o en el mismo sitio. La pantalla colectiva se actualiza cada treinta segundos, por lo que cualquiera de las palabras marcadas en los dispositivos aparecen en la pantalla del puente en vivo.

Para jugar desde la computadora ir a :


Borges: The Complete Works comprises every word that Jorge Luis Borges has ever written, both in the original Spanish and in English translation. Presented in a word search format, anyone can view the board and circle words (one board for English, another for Spanish). Each board is 135,000 characters, together containing over a million hidden words.

On the Manhattan Bridge, a collective board will be projected. It will combine every word circled by anyone working on the board from home, or on their phones at the site. The collective board updates every thirty seconds, so anyone circling words on their device would see their selections appear on the bridge live.

The web project can be seen here: http://borgeslibrary.com/b/en/All


Daniel Temkin (b. 1973, Boston) makes images, programming languages, and interactive pieces exploring our inherently broken patterns of thought, and the clash between human thinking and algorithmic logic. He has appeared on PBS’s Off Book series and presented at academic conferences such as GLI.TC/H, Media Art History (in 2011, Liverpool and 2013, Riga), the New Media Caucus, as well as hacker conferences such as Notacon and HOPE. His essays have been published in World Picture Journal, Media-N Journal, NOOART, and the GLI.TC/H Reader. His programming language Velato, which requires programmers to write music to control code, belongs to the runme.org software art collection, and his Dither Studies and Glitchometry are archived by Rhizome-at-the-New-Museum’s ArtBase. His work has been shown at Mass MoCA, American University Museum, and featured at galleries such as Transfer, Christopher Henry, Higher Pictures and Carroll/Fletcher.

Rony Maltz (b.1983, Rio de Janeiro, RJ) holds an MFA in Photography from the ICP-Bard College (2012), in New York, and a BA in Social Communications from the Federal University of Rio de Janeiro (2005). Borges: The Complete Works is a word-search grid comprising the entire literary output of Jorge Luis Borges, and was projected at 3-LD Arts & Media Center, in Manhattan, December 2012. Riocities, a book with photographs taken in Rio de Janeiro, participated in the Portuguese-Brazilian Festival in Soho, 2012, and was also featured in the NY Art Book Fair (2012 and 2013). In 2014, Maltz founded ABRASIVA, focused on photography, film and theater production. Their photobooks were recently exhibited in art book fairs at the Museum of Image and Sound, in São Paulo, and at RioArtsClub, in Rio. ABRASIVA’s latest film, Repartida, was awarded best short-film at The Walkers contest. Maltz also works as a free-lance reporter for publications such as Folha de São Paulo and O Globo, and is currently teaching a workshop at Ateliê da Imagem, in Rio: The Photography Book, How to Use, aiming to explore the artistic and narrative possibilities of the photobook.
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Fuente : Dumbo Arts Festival


Documento : Jorge Luis Borges en la Feria del Libro, 1977

Borges y los orientales




Rubén Loza Aguerrebere

Decía Alfonso Reyes que “todo cuanto Borges ha escrito es digno de leerse y conservarse”. Quiero recordar algunos de sus juicios de sus años juveniles sobre distinguidos escritores del Uruguay de aquellos tiempos. Figuran en “Textos recobrados: 1919/1923”, que reúne facetas poco conocidas de su literatura.

Sobre su afecto por el Uruguay hemos escrito en estas páginas, pero siempre regresan sus textos con esa mirada a nuestras letras. Veamos, así, textos sobre la poesía y la narrativa de varios autores, que son hoy algunos de nuestros (olvidados) clásicos.

En la revista “Síntesis”, en 1927, sobre “El hombre que se comió un autobús”, del poeta uruguayo Alfredo Mario Ferreiro. Dice: “Este libro no es un libro de felicidad, sino de alegría. Yo creo interesarme mucho en la felicidad y muchísimo menos en la alegría, ya que soy poseedor frecuente de esta última y no de la primera...”. Prosigue definiendo al autor como “el único futurista que he conocido”. Y agrega estas elogiosas palabras: “No es, como el orador itálico Marinetti, un declamador de las máquinas ni un dominado por su envión o su rapidez; es un hombre que se alegra de que haya máquinas. También de que haya viento y potros y vidas. Es decir, la realidad le da gusto”.

En abril de 1928, en la misma revista, comentó el libro de cuentos de Francisco Espínola, “Raza ciega”. Define su contenido como “cuentos gauchos”, aunque de inmediato hace esta aclaración: “Mejor dicho, son cuentos de la general pasión humana en ambiente gaucho”. Y continúa: “En desacuerdo salvador con las habituales muestras insípidas del género criollo, la localización aquí es lo adjetivo y el yesquero, el mate y las quinchas son meros accidentes de lugar y nunca obsesiones. Esa posesión es tiránica: la lectura, por más que se inicie con el desgano y la languidez, no dura mucho en ellas y nos impone su imaginada y dura verdad”.

En ese mismo año Borges escribió sobre “Montevideo y su cerro”, de Montiel Ballesteros. Se refiere a la convivencia que advierte, en ese libro, de dos lenguajes: “el de los ya invisibles lugares comunes de ayer y el de los demasiado visibles de mañana”. Y observa: “Dos lenguajes valen dos almas. Me gusta más la antigua: creo que es la auténtica de Montiel”.
No menos emotivo para los lectores de este lado del “río de sueñera y barro” es el prólogo que escribiera para la “Antología moderna de la poesía uruguaya, 1900-1927”, que fuera seleccionada por nuestro poeta y ensayista Ildefonso Pereda Valdés.

Aquí Borges va más allá y se extiende sobre los orientales de la Banda Oriental, y lo escribe con estas palabras: “Obligación no final de mi prólogo es no dejar en blanco esta observación. Los argentinos vivimos en la haragana seguridad de ser un gran país, de un país cuyo solo exceso territorial podría evidenciarnos, cuando no la prole de sus toros y la feracidad alimenticia de su llanura. Si la lluvia providencial y el gringo providencial no nos fallan, seremos la Villa Chicago de este planeta y aún su panadería. Los orientales, no. De ahí su claro que heroica voluntad de diferenciarse, su tesón de ser ellos, su alma buscadora y madrugadora. Si muchas veces, encima de buscadora fue encontradora, es ruin envidiarlos. El sol, por la mañanas, suele pasar por San Felipe de Montevideo antes que por aquí”.
Mayores elogios, imposible.

Fuente : El País

La noche en que Borges conoció a Gardel




Se habrían visto fugazmente en una pulpería de Tacuarembó

Juan Manuel Bordón

Era difícil hacerlo hablar de Gardel a Borges. Uno le preguntaba: '¿No le parece que fue un gran cantor criollo?', y el contestaba 'y sí... por qué no', como diciendo 'me importa muy poco'", cuenta el narrador uruguayo Enrique Estrázulas, que acaba de desempolvar, en el diario El País, de Montevideo, fragmentos de una entrevista inédita a Borges. En las pocas líneas que le dedican al tema, Borges habla de la presunta noche en que conoció a Carlos Gardel.

"Gardel era un paria oriental que murió quemado. Tal como Homero, cantaba por las provincias, errabundo e indocumentado, hasta hacerse famoso. Lo vi en Tacuarembó, una sola noche, en una pulpería. El local estaba entorpecido por bolsas, cueros y barricas de yerba. Tenía un alto enrejado sobre el mostrador. Todos los parroquianos estaban pendientes del joven cantor. Me lo presentó Enrique Amorim y Gardel me sonrió sin decir nada. Estaba templando la guitarra", dice la entrevista que cita Estrázulas y que Francisco Lanza le habría hecho a Borges en su departamento de la calle Maipú, un año antes de su muerte en Ginebra. "El reportaje estaba inédito porque Lanza también murió un año después, en 1986, aunque antes me dio una copia a mí. Lanza no era periodista sino escritor, pero hizo la entrevista porque admiraba a Borges. Yo estoy convencido de que el encuentro fue real. Lanza también. De todas maneras, cada cual lo armará como le parezca, pero Lanza no podía escribir así, sale por todos lados que está hablando Borges", cuenta Estrázulas sobre esa posible noche en que Borges entró junto al escritor uruguayo Enrique Amorim a por una copa de caña que le aliviara la gripe a este último. Habría sido en una pulpería de Tacuarembó esta cumbre Borges-Gardel, literaria por donde se la mire. El supuesto Borges describe el rasgar de una guitarra como lo hacía en su cuento El fin, pero esta vez los acordes no vienen del Moreno que espera a Fierro sino de un morocho y taciturno Gardel, que parecía esperar a Borges. "Era una noche muy fría. (...) Saludamos al cantor y éste respondió el saludo con la misma sonrisa. Ese recuerdo mío data de 1917 o 1918", dice el Borges de la entrevista.

El problema es que Borges, el memorioso, estaba por esa época en Europa, de donde recién volvería en 1921. Amorim, el otro testigo de ese encuentro mítico, murió antes que Borges. Fabuloso o no, que se encuentren después de tantos años bien vale la pena. Ah, por cierto, en la entrevista de Lanza, Borges lo dejaba bien clarito: Gardel, "aquel trovador mítico", era uruguayo.

La versión que dejó Bioy

En "Borges", el extenso diario de Adolfo Bioy Casares sobre su amistad con Borges, el autor de "El Aleph" niega el encuentro. "Nunca lo vi (a Gardel). Una vez fui con Mastronardi a un cinematógrafo a ver 'La batida', con George Bancroft; anunciaron que Gardel iba a cantar al final: nos fuimos sin oírlo, porque no queríamos que el efecto del film se nos arruinara", le dice a Bioy en la entrada del 2 de setiembre de 1957. No contento, Borges se extiende en un retrato bastante menos amable que el que le habría hecho en 1985 a Francisco Lanza. "La cara de Gardel era la típica cara del otario. Malevo, sí, pero malevo soso". Esa misma noche, se les ocurre la idea de "una biografía de Gardel en la que se dijeran cosas inconvenientes, como sin darse cuenta. Que era provenzal, que se llamaba Gardez, que era el zorzal francouruguayo, etcétera..."

Fuente : Clarín – 26/junio/2007


Borges y Maria Esther Vázquez




Omar González

Algunos biógrafos apuntan que Jorge Luis Borges se enamoró de María Esther Vázquez y quiso casarse con ella, pese a que él era un anciano de 66 años y su asistente una joven de 24. En La vida de Jorge Luis Borges. El hombre en el espejo del libro (Gedisa, 1998), James Woodall narra el episodio con pelos y señales; entre lo que apunta se lee entre las páginas 264 y la 267:
   “En el ‘Ensayo autobiográfico’ [que escribió en inglés con el auxilio de Norman Thomas di Govanni, publicado el 19 de septiembre de 1970 en The New Yorker] Borges no menciona los hechos ocurridos en 1965 y, según sospecho, tenía una buena razón para ello; esto estaba relacionado con María Esther Vázquez, un asunto que repentinamente se hizo penoso para él [...]
(Gedisa, Barcelona, 1998)
   “En ese momento Borges y Vázquez estaban trabajando en dos proyectos: uno era la revisión del libro sobre literatura germánica que Borges había publicado con Delia Ingenieros en 1951; el otro proyecto consistía en una breve introducción para estudiantes argentinos de la literatura inglesa. La asociación profesional de Borges y María Esther se había desarrollado hasta convertirse en una estrecha camaradería y Borges sinceramente creía que el casamiento estaba en el tapete. Era éste un asunto que preocupaba a Leonor tanto como a su hijo. Leonor lo apremiaba para que tomara una decisión aunque no se sentía muy feliz con la idea de tener a María Esther como futura nuera. ‘Lo está exprimiendo como un limón’, habría dicho Leonor.
"El editor José Rubén Falbo con Borges y la autora durante la presentación de la
primera edición de Literaturas germánicas medievales (Col. De las palabras, Falbo,
Buenos Aires, 1965)  en la librería del primero de los nombrados. Buenos Aires, 1965."
  “En general, se consideraba que María Esther Vázquez se había mostrado complaciente con Borges. Cuando en noviembre de 1965 ella anunció que se casaría con Horacio Armani [se casaron el 14 de diciembre de 1965], Borges quedó sumamente abatido. Muchos de sus amigos afirmaban que la decisión de María Esther lo había alterado profundamente; la consideraba una especie de abandono, una defección. Es probable que la visita que hizo con ella al Perú acentuara las tensiones que había entre ellos; ciertamente, su compromiso con Armani, después del viaje que hicieron juntos desde la ciudad de Mendoza, fue un toque de difuntos para las esperanzas amorosas de Borges.”
   Y más aún: “Al enterarse del compromiso de María Esther Vázquez, Borges fue a ver al dentista y se hizo extraer dientes y muelas. Esa parecía ser la única solución a su desazón: un poquito de dolor físico para distraer su espíritu de aquel fracaso sentimental.”
  Este último episodio lo comenta así Leonardo Tarifeño en el número 78 de la revista virtual Origina (agosto de 1999), precisamente en un fragmento de su artículo “Viaje al fondo del Borges galán”:
   “Corre 1965 y Borges se entera que María Esther Vázquez, a quien tenía en la mira matrimonial, va a casarse con el poeta Horacio Armani. Un personaje de Hemingway se habría emborrachado; Philip Marlowe hubiera enunciado dos o tres frases inolvidables contra el poder rubio. Pero la literatura norteamericana nunca fue de las favoritas del autor de Historia universal de la infamia, así que rápidamente decide extirparse las tres muelas que debía arreglarse. El cruel experimento dental suponía que el dolor físico podría reemplazar, o al menos atenuar, el dolor espiritual. Hundido en esa rara sospecha, al rato llega a su despacho de la Biblioteca Nacional con un pañuelo ensangrentado en la boca. Su amigo y vicedirector de la Biblioteca, José Edmundo Clemente, se alarma y le pregunta qué le pasó. La respuesta es tan extraña que jamás podrá olvidarla: ‘Vengo del dentista. Me fui a sacar unas muelas y le pedí que lo hiciera sin anestesia. Estoy triste por un asunto de faldas. Quería olvidar el dolor, Clemente, pero creo que no puedo olvidarlo.”

Fuente : Omar González blogspot.com
Fragmento de nota del 13 de enero de 2013

La persistencia de la conciencia: Borges y la inmortalidad




Dr. Gorka Bilbao Terreros

School of Cultures Languages and Area Studies, Hispanic Department
University of Liverpool


Resumen: El presente artículo propone un acercamiento comprensivo a uno de los temas claves de la literatura de Jorge Luis Borges, la inmortalidad, a través del análisis de una de sus obras más representativas: ‘El Inmortal’. Se expondrá así el modo en el que, en las páginas del bonaerense, se rechaza la posibilidad de la persistencia de la conciencia individual y se aboga por la integración en una memoria colectiva absoluta de naturaleza inconsciente que alcanzaría el carácter de inmortal gracias a la acción de aquellos que, mediante sus palabras, obras y actitudes, seguirían facultando su existencia eterna.


Uno de los temas que con más asiduidad se asoma a las páginas de la obra de Jorge Luis Borges, junto al lenguaje, al tiempo o a los límites de la razón, es la posibilidad de la existencia eterna. Tradicionalmente, como se expondrá a continuación, la crítica ha entendido el posicionamiento borgesiano como uno en el que para acceder a la inmortalidad el individuo ha de transformarse en una suerte de ser superior mediante la recolección de vivencias ajenas, es decir, un hombre sería inmortal al aglutinar en sí mismo todas las experiencias de todas las vidas de todos los seres humanos. En este artículo, y tomando como referencia la historia corta “El inmortal” y una de sus clases magistrales que lleva por título “La inmortalidad”, se tratará de ofrecer una alternativa a esta perspectiva tradicional mediante el estudio de lo que el propio Borges acuñaría como “la inmortalidad cósmica”; una de carácter general, pero cuyo énfasis se sitúa en la falta de consciencia y en la disolución absoluta de cualquier rasgo de individualidad.

En 1978, Borges es invitado a impartir una serie de clases en la universidad de Belgrano en Argentina. Años después, esas lecciones que versarían sobre el libro, la inmortalidad, Emanuel Swedenborg, el cuento policial y el tiempo serían recogidas y publicadas en un volumen titulado Borges Oral. En él, el bonaerense expone algunos de los diferentes acercamientos que han existido a lo largo de la historia al problema de la persistencia humana. Tras nombrar a autores de la talla de Sócrates, Platón, William James o Tácito, entre otros, Borges utiliza a Unamuno [1] como paradigma del inmortal individualista y, rápidamente, se apresta a censurar la actitud del vasco: “Él repite muchas veces que quiere seguir siendo don Miguel de Unamuno. Aquí ya no entiendo a Miguel de Unamuno” (OC 4: 172). El autor platense concede que la inmortalidad es uno de los deseos íntimos de los seres humanos y, sin embargo, entiende que la perspectiva de prolongarse en el tiempo de forma personal quizá no sea la más idónea o, incluso, necesaria: “Tenemos muchos anhelos, entre ellos el de la vida, el de ser para siempre, pero también el de cesar […]. Todas esas cosas pueden cumplirse sin inmortalidad personal, no precisamos de ella. Yo, personalmente, no la deseo y la temo”. (175)

Este temor de Borges a la inmortalidad personal le va a llevar a creer en otro tipo de persistencia eterna; aquella que valida una inmortalidad de corte general o común -nunca individual- inconsciente y anónima; lo que él mismo daría en llamar una ‘inmortalidad cósmica’ (OC 4: 172). Así Borges afirmaría:

Intellectus naturaliter desiderat esse semper, la inteligencia desea ser eterna. Pero, ¿de qué modo lo desea? No lo desea de un modo personal, no lo desea en el sentido de Unamuno que quiere seguir siendo Unamuno; lo desea de un modo general. (178)

Para Borges, este modo general se constituye en una suerte de entidad abstracta compuesta por todos los hechos, todas las actitudes, todos los actos y experiencias que aquellos que hemos pasado por esta vida, digamos, terrenal dejamos tras nuestras existencias. Estas serán recordadas por aquellos que vendrán después y, de algún modo, traídas de nuevo a la vida: “En fin, la inmortalidad está en la memoria de los otros y en la obra que dejamos”. (178)

En opinión del argentino, la simple amalgama de actos, la conjunción de las circunstancias de todos aquellos que han existido y su puesta al servicio de los que vendrán no son los únicos requerimientos para alcanzar una inmortalidad cósmica. Para Borges, el logro de la inmortalidad conlleva la pérdida total y absoluta de todo rasgo identificador e individualizador:

Esa inmortalidad no tiene que ser personal, puede prescindir del accidente de nombres y apellidos, puede prescindir de nuestra memoria. ¿Para qué suponer que vamos a seguir en otra vida con nuestra memoria, como si yo siguiera pensando toda mi vida en mi infancia, en Palermo, en Adrogué o en Montevideo? ¿Por qué estar siempre volviendo a eso? (OC 4: 179)

En esta desaparición, en esta disolución del individuo en la generalidad, para ser más exactos, se encontraría el anhelado descanso que persigue el autor, la liberación definitiva de la opresión a la que le somete su “yo”: “Sería espantoso saber que voy a continuar, sería espantoso pensar que voy a seguir siendo Borges. Estoy harto de mí mismo, de mi nombre y de mi fama y quiero liberarme de todo eso” (175). Para Borges, la posibilidad de que su individualidad, su personalidad misma, sobreviva por los siglos de los siglos no es sino una perspectiva que le causa temor. La eternidad cósmica que propone el escritor se sitúa, por lo tanto, más allá de una simple unión de sujetos y sus experiencias para convertirse en una entidad nueva e independiente de cualquier atisbo de rasgo individualizador o identificador; una suerte de infinita biblioteca anónima. Esta entidad sin conciencia ni consciencia -y de la que aquellos que están vivos tampoco tendrían por qué tener una noción lúcida- reuniría todo el conocimiento, todas las actitudes, todos los actos de aquellos que han sido y que son. Estos últimos, además, accederían a esa información almacenada, a una pieza particular de sabiduría, de forma inconsciente y, al hacerlo, de acuerdo a Borges, volverían a traer a su autor a la vida.

La inmortalidad en “El inmortal”

Es en el relato “El inmortal” donde Borges expone de manera más directa su visión sobre la inmortalidad. En esta historia se nos detalla la existencia de un manuscrito que la princesa de Lucinge encontró en el sexto volumen de la Ilíada de Pope que previamente había recibido de manos del anticuario Joseph Cartaphilus [2]. Este manuscrito narra las peripecias de Marco Flaminio Rufo, un tribuno de las legiones romanas que, tras un encuentro con un viajero que le informaría de la existencia de un arroyo capaz de conceder la inmortalidad a los hombres, comienza una búsqueda en pos de la ciudad de los inmortales y del río que otorga ese don a los seres humanos. Rufo encuentra el cauce que garantiza la perdurabilidad eterna “custodiado” por trogloditas y, tras beber de él, se encamina al encuentro de la ciudadela; un lugar de pesadilla en la que las edificaciones no corresponden a la lógica humana [3].

En su regreso de la metrópoli al asentamiento donde moran los trogloditas, Marco Flaminio entablará una cierta relación con uno de ellos, quien más adelante resultará ser Homero, el escritor de la Ilíada, transformado también en inmortal. Tras pasar algún tiempo entre los “salvajes”, el tribuno romano y algún otro miembro del clan deciden que la existencia de un río que garantice la vida eterna inequívocamente indica la existencia de otro que la borre y parten sin demora en su busca. Durante siglos Rufo tratará de hallar el torrente en vano. En su búsqueda Marco Flaminio perderá su propia individualidad transformándose, de algún modo, en todos los hombres. Finalmente, en las afueras de una ciudad de Eritrea, nuestro protagonista dará con el caudal que le restaurará a su condición de mortal. Antes de morir, el romano escribirá un manuscrito donde detallará los hechos de su vida. Un año después lo repasará para advertir que, en apariencia, la narración que él mismo compuso corresponde en realidad a los actos realizados por dos hombres, él mismo y Homero. Una vez acabada la revisión, el ahora mortal -a quien intuimos también como Cartaphilus, el anticuario- se prepara para morir.

La crítica tradicional ha adoptado diferentes acercamientos a la hora de acometer el análisis del relato. Como es bien sabido, en sus historias cortas Borges no se limita al examen de un único argumento sobre el cual edificar su narración sino que tiende a construir sus ficciones combinando diferentes enfoques sobre diversos temas[4]. De este modo, autores como James Woodall o Rodríguez Monegal han identificado como fuentes de la narración aspectos íntimamente relacionados con la vida privada del bonaerense, tales como la impotencia sexual o el insomnio, respectivamente [5]. Estos acercamientos, sin embargo, parecen a priori un tanto restrictivos. Es bien cierto que el propio Borges reconocería en ocasiones que algunos de sus relatos se inspiraban en hechos acontecidos en su propia vida. Así, de “Funes el memorioso” diría que se trataba de una metáfora de su propio insomnio que, precisamente, la redacción del texto le ayudó a combatir (Borges 2007). Sin embargo, en el mismo epílogo a la colección de cuentos El Aleph que publicaría en 1949, el literato argentino se refiere a “El inmortal” no ya como experiencia personal, sino como historia cuyo tema “es el efecto que la inmortalidad causaría en el hombre” (OC 1: 629); por lo tanto identificar inequivocamente a la impotencia o el insomnio como motores de la narración parecen aproximaciones un tanto arriesgadas.

En La prosa narrativa de Jorge Luis Borges, Jaime Alazraki señala a la filosofía de Spinoza como la estructura sobre la que se sostiene la construcción narrativa de “El inmortal”. Así, el crítico va a identificar el panteísmo como la idea que subyace en la transformación del protagonista en inmortal y, más tarde, en todos los hombres: “El tema de ‘El inmortal’ es la idea panteísta de que un hombre es nada y es nadie para ser todos los hombres” (1974: 87). Alazraki sí hace una mención velada a la inmortalidad como aglutinación de experiencias anónimas, pero lo condiciona de forma sustancial al prisma del panteísmo. Lejos queda de mi intención refutar la posibilidad de que la ideología de Spinoza tenga cierta influencia en la creación de la ficción, pero sí es mi opinión que la noción de panteísmo derivada de la filosofía del holandés pasa por la aceptación de la existencia de una suerte de deidad o entidad superior que, bajo mi punto de vista, no es posible hallar en “El inmortal”.

En Pantheism: A Non-Theistic Concept of Deity, Michael P. Levine describe diferentes acercamientos que la noción del panteísmo ha tenido a lo largo de los siglos: “Just as there are alternative theisms, one would expect that there are alternative pantheisms” (26). Así, después de tomar en consideración las diversas posturas promovidas por Spinoza, Tao o, incluso, algunas mantenidas por el hinduismo, el crítico concluye que para los panteístas: “God, the world and the all-inclusive divine Unity all allegedly refer to the same thing” (28). Sin embargo, esta concepción, esta definición que Levine repetirá a lo largo del volumen -“The definition of pantheism as the belief in a divine Unity” (71)- va a chocar de manera frontal con la concepción de eternidad cósmica borgeana. Para Borges, su inmortalidad no tiene rasgo alguno de divino, independientemente de si se entiende “divino” como todopoderoso, como omnisciente o simplemente como unidad perfecta. El hecho irrefutable es que la memoria colectiva en la que el bonaerense anhela obtener su inmortalidad anónima está lejos de la perfección que se deriva de la noción de divinidad. Debido al hecho de que la memoria cósmica no tiene una voluntad que ejercer no puede ser todopoderosa, pues el ejercicio de un poder supremo implica una consciencia de, sino uno mismo, al menos el elemento sobre el que se va a aplicar ese poder. La memoria cósmica tampoco es omnisciente, pues únicamente acumula conocimientos, actitudes y hechos presentes y pasados, pero nunca futuros, pues estos se agregarán a ella a medida que vayan ocurriendo. Es por esto que la memoria cósmica de la que nos habla Borges se aleja de la perfección que se encuentra en la divina Unidad de los panteístas.

Quizá el acercamiento más interesante lo encontremos en los trabajos de Alfred Mac Adam y Dominique Jullien. De acuerdo a Mac Adam: “in ‘El inmortal’ he [Borges] wants to show that authorship is a matter of multiple identities, that to be an author entails absorbing -and being absorbed by- tradition” (125). En opinión del crítico, la historia del tribuno romano sería una alegoría de la realidad del autor moderno, quien no es sino un compendio de todos aquellos autores previos a él. Por lo tanto, si el autor carece de originalidad debido a que es el resultado de la suma de los que le preceden, lo mismo ocurrirá con sus obras: “[Borges] uses immortality here to show that being a writer means constructing texts out of preexistent material -the concept of the new being merely a delusion” (126). En este mismo registro se mueve el artículo de Jullien “Biography of an Immortal”. El crítico analiza los posibles orígenes históricos del relato, que identifica con la leyenda del Wandering Jew [6] y concluye afirmando que: “[Borges’s] version of the legend turns the Wandering Jew from a symbol of all humankind into an impersonal author of all literature” (Jullien 139). De nuevo, la noción del autor como resultado de la suma de todos los literatos del pasado aparece en el análisis de Jullien quien añade, además, una interesante perspectiva, la que ofrece la noción de la pérdida de la identidad: “In becoming an Immortal, the protagonist loses his identity: in becoming a writer, he forsakes his individuality as a man to embrace an impersonal destiny as an author”. (142)

Esta perspectiva parece derivar, en cierto modo, de los conceptos desarrollados el siglo pasado por los franceses Roland Barthes y Michel Foucault. Barthes en “The Death of the Author” aboga por la desaparición del autor, entendido este como elemento aislado y desplazando el énfasis del análisis de una obra desde su autor hasta el texto mismo, sustituyendo de este modo “language itself for the person who until then had been supposed to be its owner” (222). El pensador francés argumenta su tesis en el hecho de que “writing is the destruction of every voice, of every point of origin […] the negative where all identity is lost” (221). Su compatriota parece compartir una idea bastante similar. En el artículo “What is an Author?”, Foucault, como el título mismo indica, estudia el significado, la noción misma de “autor” y escribe: “using all the contrivances that he [the author] sets up between himself and what he writes, the writing subject cancels out the signs of his particular individuality” (226). Tomando como referencia estos textos, así como los anteriormente mencionados de Jullien y Mac Adam, no sería descabellado afirmar que “El inmortal” es una alegoría de la actividad creadora del autor mismo y que la intención de Borges no es otra sino la de equiparar a esta con la propia inmortalidad cósmica. Sin embargo, hay ciertos aspectos que nos señalan la posible inadecuación de esta teoría.

Aún admitiendo que el relato sea en parte un estudio de la actividad creadora, reducir la totalidad de su calado simplemente a este hecho resulta, de nuevo, un tanto limitado. De acuerdo al propio Barthes: “a text is not a line of words releasing a single ‘theological’ meaning […] but a multidimensional space” (223). No estaría totalmente fuera de lugar, como se mencionaba anteriormente, entender parte del posible mensaje de la narración como simbólica de la actividad creadora; no obstante, no debemos olvidar el hecho de que la historia lleve por título “El inmortal” [7] y no “El autor”, ni que el propio Borges se refiera a ella en el epílogo a El Aleph como: “la más trabajada [de la colección]; su tema es el efecto que la inmortalidad causaría en los hombres” (OC 1: 629, énfasis añadido). Siguiendo la línea de pensamiento marcada por los textos de Mac Adam y Jullien -y acaso también por los de Barthes y Foucault- se podría caer en la tentación de definir el intertexto, la literatura en general, como garante de la inmortalidad. Es decir, un autor se convierte en inmortal debido a que su obra es leída y reciclada además en los textos de otros escritores. Sin embargo, esto sería tanto como aceptar la existencia de un cierto matiz clasista que no se encuentra en el concepto de eternidad que Borges propone. Quizá pueda acusarse al literato argentino de ser demasiado exquisito en el uso del lenguaje o de abusar de continuas referencias filosóficas, pero la noción de eternidad reservada únicamente para aquellos que adquieran un cierto estatus en la literatura universal, no es en absoluto lo que Borges defiende:

Esa inmortalidad [cósmica] se logra en las obras, en la memoria que uno deja en los otros. Esa memoria puede ser nimia, puede ser una frase cualquiera. Por ejemplo: “Fulano de tal, más vale perderlo que encontrarlo”. Y no sé quién inventó esa frase, pero cada vez que la repito yo soy ese hombre ¿Qué importa que ese modesto compadrito haya muerto, si vive en mí y en cada uno que repita esa frase? (OC 4: 179)

La inmortalidad cósmica a la que se refiere el porteño ha de ser alcanzable por todos y cada uno de nosotros; desde el autor de innumerables obras imperecederas William Shakespeare, hasta el anónimo y modesto compadrito de los barrios de Palermo.

No obstante, el hecho de que desestimemos la escritura como vehículo a través del cual alcanzar la inmortalidad, tampoco debe hacernos caer en la tentación de identificar al lenguaje [8] en sí como tal. A pesar de que es innegable que Borges siempre ha mostrado gran interés por él y ha dedicado numerosas páginas a su estudio, tampoco es este el método por el cual asegurarse la eternidad. Según el argentino: “más allá de nuestra muerte corporal queda nuestra memoria, y más allá de nuestra memoria quedan nuestros actos, nuestros hechos, nuestras actitudes” (OC 4: 179, énfasis añadido). Por lo tanto, debemos entender que no es sólo el lenguaje lo que permanece una vez abandonamos este mundo. Es un compendio de elementos el que de nosotros queda y es a través de este que logramos alcanzar la inmortalidad cósmica. Es cierto que a través del lenguaje nos es posible volver a la vida -al repetir los nuestros descendientes nuestras frases [9] y dichos, al narrar nuestras peripecias- pero también es cierto que no es la única vía y que también nuestras actitudes [10], nuestros movimientos y acontecimientos nos garantizan la eternidad tal y como la entendía el bonaerense.

La noción del autor como compendio de escritores pasados no es en absoluto ajena a la obra de Borges [11] y, sin embargo, es mi parecer que en “El inmortal” ese fundamento está íntimamente relacionado con la idea de la persistencia eterna, precisamente, a través de esa noción de la pérdida de la identidad. A la luz de la clase magistral recogida en Borges Oral, vamos a tratar de explicar las motivaciones que llevan al tribuno romano protagonista del relato a buscar, primero, la fuente de la eterna existencia y, más tarde, el remedio que le libre de tal don.

Al comienzo de “El inmortal”, Marco Flaminio Rufo se embarca en la búsqueda de la ciudad de los inmortales y del río que concede la vida eterna. Sin embargo, el soldado romano falla a la hora de manifestar una razón clara que revele el motivo por el cual emprendió su viaje en pos de la leyenda. Nos dice que tras conquistar la ciudad de Alejandría para el César: “yo logré apenas divisar el rostro de Marte. Esta privación me dolió y fue tal vez la causa de que yo me arrojara a descubrir, por temerosos y difusos desiertos, la secreta Ciudad de los Inmortales” (OC 1: 533). Como decía, el propio tribuno no parece comprender claramente el impulso que le llevó a iniciar su búsqueda imposible. Quizá esa explicación la hallemos en la sección sobre la inmortalidad de Borges Oral. En ella, como ya hemos mencionado, el argentino repite en numerosas ocasiones una cita que atribuye a Santo Tomás de Aquino y con la que parece concordar de forma plena: “Intellectus naturaliter desiderat esse semper (La mente espontáneamente desea ser eterna, ser para siempre)” (OC 4: 175). Si la inteligencia humana desea de forma natural perdurar, no es de extrañar que, tras su encuentro con un viajero que le informaría de la existencia de un caudal capaz de otorgar la inmortalidad a los hombres, Rufo determine descubrir la localización de este.

Por supuesto, Marco Flaminio logra su propósito y bebe las aguas que le proporcionan la vida eterna. Sin embargo, varios siglos después y junto con un grupo de inmortales, nuestro protagonista abandona su retiro y emprende un viaje para tratar de encontrar el río que le transformará de nuevo en un simple mortal. En sus andanzas a lo largo de los años, el tribuno romano adquiere múltiples identidades y es, de este modo, soldado en Stamford en el siglo XI, transcriptor en Bulaq, preso en Samarcanda o astrólogo en Bikanir y en Bohemia. Vive en Kolozsvár y en Leipzig en el siglo XVII, se suscribe en Aberdeen a la Ilíada de Pope en 1714, discute filosofía con un profesor de retórica en 1729 hasta que, el cuatro de octubre de 1921, en un puerto de Eritrea descubre el ansiado objeto de su búsqueda. Bebe sin dudar y, tras herirse por primera vez tras dieciséis siglos de inmortalidad, escribe: “Incrédulo, silencioso y feliz, contemplé la preciosa formación de una lenta gota de sangre. De nuevo soy mortal, me repetí, de nuevo me parezco a todos los hombres”. (OC 1: 542)

Al convertirse en inmortal, el tribuno romano sufre una serie de transformaciones, de migraciones o incluso acumulaciones si preferimos, que han sido identificadas por la crítica como una pérdida de identidad personal; de acuerdo a Jullien: “In becoming an Immortal, the protagonist loses his identity” (142). En apariencia, esta privación de conciencia propia es el preámbulo al modo en el que Borges concibe la inmortalidad. Mac Adam así lo entiende y afirma: “It is equally clear that the multiple identities make the individual into a multitude -not everyman but all men- which is exactly what being immortal entails for Borges” (125). Jaime Alazraki parece ser de la misma opinión y escribe: “Cartaphilus ha perdido su identidad individual y ahora puede ser todos y, consecuentemente, Homero” (86). Es decir, la negación de la unicidad de la identidad propia y la adopción de múltiples conciencias parece responder a una concepción de la inmortalidad que se atribuye a la “cósmica” de la que nos habla Borges, una inmortalidad a la que todos colaboramos y gracias a la cual: “Cada uno de nosotros es, de algún modo, todos los hombres que han muerto antes. No sólo los de nuestra sangre” (OC 4: 178). Mac Adam resume así este modo de entender la visión del escritor argentino:

For Borges, becoming immortal involves a fundamental transformation of the person in question: to be immortal is to posses all possible human experiences, which, in the context of the story includes being Homer, Homer”s translator Alexander Pope, and Giambattista Vico. (126)

Sin embargo, este acercamiento que defienden Alazraki, Jullien y Mac Adam no termina de explicar el acto que determina la segunda mitad de la narración en “El inmortal”; la búsqueda del río que borre los efectos de aquel que aseguraba la vida eterna. Si la noción de inmortalidad que Borges defiende responde a una simple suma de “todas las experiencias humanas” y, como resultado, a una pérdida de la identidad individual en favor de una general -requisitos ambos ya conseguidos por nuestro protagonista- ¿por qué entonces ese empeño de Marco Flaminio en buscar el manantial que permita su destrucción total? ¿Por qué no nos regala Borges una conclusión en la que el protagonista continúe su vida eterna mutando y recogiendo experiencias? La respuesta, quizá, nos la ofrezca de manera involuntaria Rodríguez-Carranza en el análisis de estilo al que somete a la historia que nos atañe.

En “De la memoria al olvido: Borges y la inmortalidad”, Rodríguez-Carranza estudia el papel que el olvido juega en el relato “El inmortal” y analiza el juego de voces que Borges utiliza para ilustrar el viaje de Rufo desde la mortalidad a la inmortalidad y de nuevo a la mortalidad. Concluye la crítica que: “El cambio de identidad que se produce […] se logra narrativamente pasando de una primera persona singular a una plural y luego a la inversa” (229). Es decir, el militar romano Marco Flaminio Rufo tiende a la utilización del “yo” cuando aún es mortal, a la del “nosotros” cuando adquiere la vida eterna, y de nuevo a la del “yo” cuando vuelve a la mortalidad en forma de Cartaphilus. El esquema responde, en principio, al planteamiento de Mac Adam, Jullien y Alazraki. Mientras el protagonista es mortal muestra su manifiesta individualidad mediante el empleo reiterado del pronombre personal “yo”. Cuando se transforma en inmortal, pierde su identidad única y adopta una globalizadora, de ahí el “nosotros”. Finalmente, al volver a la mortalidad, a la individualidad, prevalece de nuevo el “yo”.

No obstante, al analizar el uso del estilo a la hora de plasmar las intervenciones de aquellos que no son, estrictamente, nuestro protagonista, Rodríguez-Carranza nota lo siguiente:

Casi no hay otras voces en el cuento, no hay prácticamente estilo directo: el yo de la narración se apropia de las voces de los otros. Así, la narración de Homero, la más importante ya que explica a Marco no sólo que se encuentra entre los Inmortales sino que se ha transformado en uno de ellos, está en estilo indirecto, como el prólogo de los editores. La propiedad de las palabras desaparece, pues, y es asumida por el yo final que las integra en su propio discurso (230)

Es decir, el tribuno, al convertirse en inmortal, efectivamente, pierde su propia personalidad y adquiere una identidad global que integra a todos y cada uno de los personajes/seres humanos. Y, sin embargo, esta integración, esta consciencia plural en la que se transforma el ser humano al adquirir la vida eterna, aún muestra síntomas de conciencia propia, de identificación con un ente particular, un “yo”. Uno diferente, sí, al “yo” individual, personal, formado por las experiencias particulares de cada individuo, pero un “yo”, al fin y al cabo, con realidad propia, con consciencia de su propia existencia e identidad como ente sino superior sí, al menos, íntegro, universal.

Es menester recordar en este punto que, como se ha expuesto con anterioridad, este tipo de inmortalidad, aquella que preserva la identidad particular y la conciencia, es contraria al pensamiento de Borges. Y es precisamente debido a esto que, en previsión de la creación de esa superestructura aglutinante de experiencias, Cartaphilus siente la necesidad de borrar de forma total cualquier huella de existencia. El tribuno romano logra la inmortalidad general a través de la simultaneidad, es decir, es a la vez todos aquellos que han existido antes que él. Y, sin embargo, aunque su identidad personal ya se ha borrado -lo que junto con la acumulación de todas las experiencias asegura la inmortalidad de acuerdo a Mac Adam, Jullien y Alazraki- Rufo sigue persiguiendo la exterminación. El razonamiento es sutil, pero, en mi opinión, clave para entender la lógica borgeana. De acuerdo al argentino, el hecho de ser yo todos los hombres no me convertiría a mí en inmortal, sino a ellos. Alcanzar la inmortalidad no residiría simplemente en el hecho de que yo sea todos los demás, sino en el de que todos los demás sean yo.

En su conversación con Homero, nuestro protagonista descubre cuál es el resultado de su inmortalidad recién adquirida: “Todo me fue dilucidado, aquel día” (OC 1: 540). Así, conoce la historia de la ciudad de los inmortales y de sus moradores, le es revelado el principio del equilibrio -según el cual todo acto está compensado por su contrario- aprende que “en un plazo infinito le ocurren a un hombre todas las cosas” (540) y, de este modo, concluye: “Como Cornelio Agrippa, soy dios, soy héroe, soy filósofo, soy demonio y soy mundo, lo cual es una fatigosa manera de decir que no soy” (541). En su conversión a la inmortalidad, Rufo, efectivamente, ha perdido su identidad particular. No obstante esta circunstancia no le ha hecho a él acreedor de la inmortalidad cósmica de la que habla Borges, sino a aquellos que han vivido a través de él y de su manuscrito de forma más o menos inadvertida; Homero, Plinio, de Quincey, Descartes o Shaw: “Palabras, palabras desplazadas y mutiladas, palabras de otros, fue la pobre limosna que le dejaron las horas y los siglos”. (544)

A través de esta inmortalidad, llamémosla simultánea o aglutinante, todos aquellos que han existido a través de Marco Flaminio han llegado a la eternidad cósmica. Sin embargo, para que nuestro protagonista adquiera ese estatus ha de dejar de ser de forma total y absoluta; en palabras del tribuno romano: “Yo he sido Homero; en breve, seré Nadie, como Ulises; en breve, seré todos: estaré muerto” (OC 1: 544); en las del propio Borges: “yo no quiero seguir siendo Jorge Luis Borges, yo quiero ser otra persona. Espero que mi muerte sea total, espero morir en cuerpo y alma” (OC 4: 172). La desintegración absoluta del “yo” es la condición sine qua non para que el individuo participe de esa inmortalidad cósmica de la que nos habla el argentino. No un ente único, con conciencia, al que se vayan sumando las experiencias de aquellos que sigan viviendo y, consecuentemente, muriendo. No un Dios o una Naturaleza, sino una entidad infinita y abstracta, sin identidad ni conciencia propia, sin otro motivo de existencia que el que le den aquellos que, mientras vivan, la rescaten y traigan de vuelta a la vida. Una memoria universal no a su propio servicio ni auto-sustentada, sino sostenida por la acción del ser humano.

Es de este modo en el que Borges entiende la inmortalidad y, cinsecuentemente, en el que se encuentra la explicación más probable de la búsqueda del río que permita su exterminio total en el caso de Marco Flaminio Rufo. La eliminación de cualquier tipo de conciencia propia en esta memoria universal que salvaguarda nuestra inmortalidad cósmica separa dramáticamente el pensamiento borgeano de las tradiciones metafísicas occidentales. La eternidad, en el caso del argentino, se lograría de un modo casi involuntario y, paradójicamente, sin que nosotros nos percatemos conscientemente de que hemos accedido a ella. Es por esto que Borges subraya el hecho de que: “seguiremos siendo inmortales […] aunque no lo sepamos y es mejor que no lo sepamos” (OC 4: 179). Al contrario que en el caso del mencionado Unamuno, ni la inmortalidad individual, ni la colectiva -entendida esta la de la unión de conciencias en una Conciencia Superior- parecen ser perspectivas que seduzcan al argentino. La única posibilidad que el autor bonaerense contempla es la de la extinción total, la de la integración en una memoria colectiva absoluta de naturaleza inconsciente y que alcanzaría el carácter de inmortal gracias a la acción de aquellos que, mediante sus palabras, obras y actitudes, seguirían facultando su existencia eterna, su inmortalidad cósmica.

Notas

[1] Borges parece dejarse llevar aquí por las corrientes críticas más clásicas en cuanto a la noción de inmortalidad en el ideario de Unamuno. Así, simplifica quizá en demasía la posición del bilbaíno, acaso como método para estructurar su clase magistral partiendo de un enfoque estrictamente individualista para llegar a uno general más acorde con su propia idiosincrasia.

[2] El último de los seis volúmenes en los que Alexander Pope dividió la Ilíada de Homero en su proceso de traducción al inglés (1715 - 1720).

[3] La composición desconcertante de la ciudad nos recuerda sobremanera a la morada del “habitante” en otro de los relatos de Borges; “There Are More Things”. En esa historia, un Borges ficticio describe una casa cuya construcción tampoco se correspondería con la lógica humana. En aquel caso, el hogar del “habitante” es una alegoría del universo que no podemos comprender. Tal vez, en el texto que nos ocupa, la monstruosa ciudad lo sea de la propia inmortalidad que nuestra mente limitada no acierta a concebir.

[4] Jean Franco trata este asunto brevemente en “The Utopia of a Tired Man”: “What is surprising is not that the fictions are read in these different ways nor that they become arguments for the right and for the left, but rather the critical consensus: everyone agrees that what the fictions display is mastery”. (53)

[5] Véanse los trabajos de Woodall (1996), Rodríguez Monegal (1978) o Mac Adam (2000).

[6] Para un análisis más detallado de la leyenda del Wandering Jew véanse Jullien (1995) pp. 137 - 139 o el artículo homónimo en la frecuentemente citada por el propio Borges Encyclopaedia Britannica, edición de 1911.

[7] Curiosamente Alazraki registra una variación del título del relato pasando de llamarse “Los inmortales” en Los anales de Buenos Aires (febrero 1947, año II, n.12) a “El inmortal” en El Aleph (Buenos Aires: Emecé, 1957).

[8] De él diría el argentino en Borges Oral: “El lenguaje es una creación, es una especie de inmortalidad”. (OC 4: 179, énfasis añadido)

[9] “Yo sé -mi madre me lo dijo- que cada vez que repito versos ingleses, los repito con la voz de mi padre. […] Cuando yo repito versos de Schiller, mi padre está viviendo en mí”. (OC 4: 178 - 179)

[10] “Por ejemplo, cada vez que alguien quiere a un enemigo aparece la inmortalidad de Cristo”. (178)

[11] El tema se encuentra en un gran número de sus cuentos y ensayos pero, quizá, el que trata la cuestión de la novedad literaria de forma más directa al poner el énfasis en el ojo del lector más que en la pluma del escritor sea “Pierre Menard, autor del Quijote”.


Bibliografía

Alazraki, Jaime (1974): La prosa narrativa de Jorge Luis Borges: Temas - Estilo. Madrid, Gredos

Barthes, Roland (2002): “The Death of the Author”, The Book History Reader, Ed. David Finkelstein & Alistair McCleery. London, Routledge, pp. 221-24

Borges, Jorge Luis (1989-1996): Obras Completas I-IV. Ed. Carlos V. Frías. Barcelona, María Kodama y Emecé Editores

_____ (1995): Inquisiciones. Ed. por Osvaldo Ferrari. Barcelona, Seix Barral

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Butt, J.W (1972): “Unamuno”s idea of ‘intrahistoria’; its origins and significance”, Studies in Modern Spanish Literature and Art. Ed. Nigel Glendinning. London, Tamesis Books Ltd., pp. 13-24

Foucault, Michel (2002): “What Is an Author?”, The Book History Reader. Ed. David Finkelstein & Alistair McCleery. London, Routledge, pp. 225-30

Franco, Jean (1981): “The Utopia of a Tired Man: Jorge Luis Borges”, Social Text, 4, pp. 52-78

Jullien, Dominique (1995): “Biography of an Immortal”, Comparative Literature, 47.2, pp. 136-59

Koch, Dolores M (1984): “Borges y Unamuno: Convergencias y divergencias”, Cuadernos Hispanoamericanos, 15, pp. 113-22

Levine, Michael P (1994): Pantheism: A Non-Theistic Concept of Deity. London, Routledge

Mac Adam, Alfred (2000): “Machado de Assis and Jorge Luis Borges: Immortality and Its Discontents”, Hispanic Review, 68.2, pp.115-29

Panico, Marie J (1963): “Unamuno: Doubt or Denial?”, Hispania, 46.3, pp. 471-75

Ribas, Pedro (1971): “El Volksgeist de Hegel y la intrahistoria de Unamuno”, Cuadernos de la cátedra de Miguel de Unamuno XXI. Salamanca, Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Salamanca, pp. 23-33

Rodríguez-Carranza, Luz (1994): “De la memoria al olvido: Borges y la inmortalidad”, La memoria histórica en las letras hispánicas contemporáneas. Ed. Patrick Collard. Ginebra, Librairie DROZ, pp. 225-35

Rodríguez Monegal, Emir (1978): Jorge Luis Borges: A Literary Biography. New York, E.P. Dutton

Unamuno, Miguel de (1958): Obras Completas Vols. VI & XVI. Madrid, Aguado

Woodall, James (1996): The Man in the Mirror of the Book: A Life of Jorge Luis Borges. London, Hodder & Stoughton

El URL de este documento es http://www.ucm.es/info/especulo/numero48/perconc.html.html


Fuente : Espéculo. Revista de estudios literarios. Universidad Complutense de Madrid
Gorka.Bilbao-Terreros@liverpool.ac.uk


La Casa Borges de Adrogué se abre al mundo

 Tras impedir su demolición en 2011, y luego de tres años de refacciones, el inmueble que habitó el escritor con su madre en los años '40 se constuirá en un museo abierto a toda la comunidad y el mundo.

El inmueble recuperado para el patrimonio cultural browniano, en museo vivo, abierto a la comunidad del mundo.

Durante el año 2011, el Concejo Deliberante de Almirante Brown declaró de utilidad pública y sujeto a expropiación esta casa, por lo que la comuna compra la casa que había pertenecido a la familia Borges, impidiendo que un pedido de demolición impulsado por sus últimos propietarios, sepultara la evidencia testimonial del paso del escritor por Almirante Brown.

Después de distintos trabajos de refacción y refuncionalización llevados a cabo por profesionales especializados en tareas de conservación y preservación patrimonial, se logró la puesta en valor de la emblemática propiedad emplazada en el corazón mismo del casco histórico de Adrogué.

CASA BORGES comenzará a funcionar cuando se suscriba un convenio de cooperación e intercambio institucional entre la Fundación Internacional Jorge Luis Borges y el gobierno municipal, con el fin de realizar actividades para difundir la vida y obra de uno de los escritores de mayor relevancia universal.

El inmueble donde Borges transcurrió numerosos pasajes de su vida junto a familiares y amigos, funcionará como un centro de estudios e investigación, ofreciendo actividades totalmente gratuitas, como conferencias, seminarios, simposios, talleres, charlas, debates y visitas guiadas, convirtiéndose en el primer y único lugar en todo el mundo que, habiendo sido habitado por Jorge Luis Borges, podrá ser visitado por cualquier persona, interesada en conocer aspectos íntimos de la vida y obra del escritor.

Fuente : Diario Popular


Starbucks literario: Jorge Luís Borges va al mostrador y pide café


 Hay todo tipo de tumblrs literarios, ya lo sabemos. Están los que ponen fotos de los escritores con sus gatos, los que ven las librerías como si fuera porno y los que te estropean el final de los libros. Y a la amplia lista ha venido a sumarse hace poco ‘Literary Starbucks‘, otra web ideal para procrastinar.

Se trata de un proyecto de tres estudiantes americanos, dos de filología inglesas y una de historia que, según ellos mismos reconocen, tienen mucho tiempo libre. Comenzaron a pensar en qué pedirían distintos personajes y autores de todas las épocas si frecuentasen una cafetería como el Starbucks  y el resultado, que comparten en este tumblr, es hilarante.

De hecho, en solo un mes han conseguido más de  10000 seguidores, por imaginar cosas como estas -aunque aviso que vale la pena leer el original, se pierde mucho con la traducción-:

George R.R.Martin: George R. R. Martin va al mostrador y pide una serie de bebidas increiblemente complicadas, cada una más con más ingredientes que la anterior. El camarero trabaja durante una hora y finalmente acerca las bebidas a través del mostrador hasta George.R.R.Martin quien, de repente, tira una de ellas al suelo sin dar ninguna explicación. Ese café era el favorito del camarero.

Tom Sawyer:  Tom Sawyer no va al mostrador, sino que convence a un niño bastante menos inteligente que él para que se lo pida mientras él espera al lado de la ventana.

Borges: Jorge Luís Borges va al mostrador. Llega a la conclusión que la cantidad de permutaciones de sabor, tamaño e intensidad es muy son muy superiores a las que cualquier hombre podría experimentar. Pide cada permutación y se sienta en la parte de atrás, donde permanece el resto de su vida intentando catalogar todas las posibilidades del infinito Starbucks.

Othello: Othello va al mostrador y pide una bebida que parece muy inocente: un café moca helado. El camarero toma su pedido, pero le dice que esa bebida no es lo que parece. Othello le cree. Claramente no está celoso del poder de Othello. La bebida es obviamente un fraude.  Othello apaga el sabor de la bebida con una menta. Confía siempre en tu camarero.

Charlotte Brönte: Charlote Brönte va al mostrador a por una taza de té y Lector, ¡lo pide!

Poe: Egar Allan Poe va al mostrador y pide un café. Durante los siguiente doscientos años todo el mundo discute sobré lo que tomó exactamente, no pueden ponerse de acuerdo, de lo único que están todos seguros es de que, definitivamente, pidió algo.

Kafka: Kafka va al mostrador y trata de pedir un café solo. Todo el mundo huye gritando del establecimiento.

Orwell: George Orwell va al mostrador, mira suspicazmente hacia los lados y se marcha. Solo bebé café de tiendas independientes.

Fuente : Librópatas.com


Memoria, olvido y recuerdo en Psicoanálisis; a propósito de “Funes, el memorioso” de Jorge Luís Borges


 Muchas veces la literatura favorece la profundización de temáticas teóricas. En otras oportunidades son los conceptos teóricos los que iluminan la apreciación de obras literarias. A continuación el ensayo final para un ramo de Literatura y Psicoanálisis.

“Pedro Leandro Ipuche ha escrito que Funes era un precursor de los superhombres, un Zarathustra cimarrón y vernáculo”, narra Borges en el cuento “Funes, el memorioso”, publicado por primera vez en 1951. Ireneo Funes a los 19 años habría sido arrojado por un caballo a medias domado, quedando tullido sin remedio y, además, con una curiosa secuela: “Al caer perdió el conocimiento; cuando lo recobró, el presente era su percepción exacta del tiempo, su memoria casi intolerable de tan rico y tan nítido, y también las memorias más antiguas y más triviales…Nosotros de un vistazo percibimos tres copas en una mesa; Funes, todos los vástagos y racimos y frutos que comprende una parra” [1]. De ahí en adelante el protagonista se atrevía a asegurar: “Mis sueños son como la vigilia de ustedes…mi memoria, señor, es como un vaciadero de basuras”. Incapaz de pensar, de concebir ideas abstractas, generales; Funes “no sólo recordaba cada hoja de cada árbol de cada monte, sino cada una de las veces que la había percibido o imaginado…le molestaba que el perro de las tres y catorce (visto de perfil), tuviera el mismo nombre que el perro de las tres y cuarto (visto de frente)”.Para Borges, Funes no generaba pensamientos ya que “pensar es olvidar diferencias, es generalizar, abstraer. En el abarrotado mundo de Funes no había sin detalles, casi inmediatos”.Un ser tal, fue imaginado primero por Friedrich Nietzsche en “Sobre la Utilidad y los Perjuicios de la Historia para la Vida”, desde quien (no me cabe ninguna duda) Borges ha extraído a su protagonista. Cito ampliamente:

“Imaginemos el caso extremo de un hombre que careciera de la facultad de olvido y estuviera condenado a ver en todo un devenir: un hombre semejante no creería en su propia existencia, no creería en sí, vería todo disolverse en una multitud de puntos móviles, perdería pie en ese fluir del devenir; como el consecuente discípulo de Heráclito, apenas se atreverá a levantar el dedo. Toda acción requiere olvido: como la vida de todo ser orgánico requiere no solo luz sino también oscuridad. Un hombre que quisiera constantemente sentir tan solo de modo histórico sería semejante al que se viera obligado a prescindir del sueño o al animal que hubiera de vivir solamente de rumiar y siempre repetido rumiar. Es, pues, posible vivir y aun vivir felizmente, casi sin recordar, como vemos en el animal; pero es del todo imposible poder vivir sin olvidar. O para expresarme sobre mi tema de un modo más sencillo: hay un grado de insomnio, de rumiar, de sentido histórico, en el que lo vivo se resiente y, finalmente, sucumbe, ya se trate de un individuo, de un pueblo, o de una cultura”…“He aquí la tesis que el lector está invitado a considerar: lo histórico y lo ahistórico son igualmente necesarios para la salud de los individuos, de los pueblos y de las culturas” [2].

El pensar a Funes desde una mirada freudiana, nos permite señalar un punto conflictivo en el pensamiento de Freud referente al rol de la memoria, el recuerdo y el olvido en el aparato psíquico. Un punto de partida que permite desarrollar (al menos) dos argumentos.

Freud escribe en su Proyecto de Psicología para Neurólogos (de 1895): “Cualquier teoría psicológica atendible tiene que brindar una explicación de la memoria” [3]. Tempranamente en su obra, entonces, rescata el rol de la memoria como elemento fundamental a incorporar a cualquier teoría sobre lo psíquico.

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Una forma de leer el cuento desde lo freudiano es que Funes y su capacidad no se inscriben en un ámbito extrapsicoanalítico, sino que más bien en un terreno que se aproxima a su ideal y su objetivo en términos de cura. Mucho del psicoanálisis resuena, desde cierta lectura de un Freud investigador y arqueólogo, en esa posibilidad, esa aspiración por recordar; por colmar eso que está vaciado y oculto por la desmemoria, la represión o por recuerdos encubridores. Freud aspira en amplios momentos de su obra, a jugar al detective y recolectar pieza por pieza las evidencias tangibles de la memoria, de la reconstrucción arqueológica, histórica de sus casos, de la recreación del pasado y traspaso en imágenes lúcidas y claras sobre la memoria histórica subjetiva.

En “Recordar, Repetir y Reelaborar” [4], Freud indica sobre su técnica:

“[Su meta] ha permanecido idéntica. En términos descriptivos: llenar las lagunas del recuerdo; en términos dinámicos: vencer las resistencias de represión…[El médico]Se dispone a librar una permanente lucha con el paciente a fin de retener en un ámbito psíquico todos los impulsos que él querría guiar hacia lo motor,- y si consigue tramitar mediante el trabajo del recuerdo algo que el paciente preferiría descargar por medio de una acción, lo celebra como un triunfo de la cura.”

Reitera en sus “Conferencias de Introducción al Psicoanálisis”[5]:
“Dijimos que la tarea del tratamiento psicoanalítico puede condensarse en esta fórmula: trasponer en conciente todo lo inconciente patógeno. Ahora quizá les asombre enterarse de que esa fórmula puede sustituirse también por esta otra: llenar todas las lagunas del recuerdo del enfermo, cancelar sus amnesias. Es que vendría a significar lo mismo”. Funes refleja una “desrepresión”, una clara elucidación. Al recordar todo, Funes se convierte en el sujeto que habría cursado, por así decirlo, una “cura completa”, ideal. Pero Freud fluctúa, abre sendas y permite lecturas y énfasis diferentes, no del todo concordantes con lo que aquí se formula.
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En “La Interpretación de los Sueños” [6], Freud plantea que no se propone analizar el sueño, sino que “el relato del sueño”. Específicamente la diferencia entre un relato del sueño y otro posterior entregado por el enfermo. En la fisura del relato, el error, el olvido; ahí aparece el inconciente. En el desmoronamiento de la memoria histórica surge el inconciente, el síntoma, brindando su particularidad, su peculiaridad.

“Uno aprende que no todo cuanto considera olvidado lo está en efecto [7]”. Para Freud, sólo se recuerda lo olvidado y sólo se olvida aquello de lo cual fuimos concientes en algún momento, en algún punto recóndito e impreciso de la historia, en algún punto ya irrecuperable de lo histórico y sus evidencias positivas, evidentes y directas. Un personaje memorioso no recuerda porque nada olvida. Es sólo conciencia absorta en sí misma.

Funes nada tiene que ver, en realidad, con el recuerdo ni el pensamiento. De hecho Funes nada recuerda: sólo posee memoria histórica, es memorioso. En Funes no existe síntoma posible, no hay cabida al lapsus, el error, el sueño (sus sueños son como la vigilia de alguien normal), no hay olvido, ni recuerdos encubridores, no hay repetición ya que todo es distinto a todo, nada es igual a nada; no hay resquicio por donde pueda discurrir el sujeto. Es un no-sujeto. El recuerda cada detalle de su infancia (en términos neurológicos eso sería una hipermnesia retrógrada y anterógrada absoluta), no existe aquello que constituye al sujeto, no existe represión primaria ni cualquier otra. No hay inconciente, ya que todo el bagaje de su historia se encuentra disponible con lujo de detalles sin alteración, sin condensación ni desplazamiento. No solo olvida olvidar, sino que recuerda toda su vida como si la estuviera sintiendo a cada momento, recreable a voluntad. Podría ser, sin duda, un capítulo más en el “Libro de los Seres Imaginarios” [8] de Borges, pero sujeto no podría ser.

El Freud de “Recordar, Repetir y Reelaborar” también afirmaría [9]:

“El olvido de impresiones, escenas, vivencias, se reduce las más de las veces a un «bloqueo» de ellas. Cuando el paciente se refiere a este olvido, rara vez omite agregar: «En verdad lo he sabido siempre, sólo que no me pasaba por la cabeza»”

Sólo lo olvidado puede ser recordado. Lo que no se puede recordar jamás es aquello de lo cual nunca fuimos concientes, lo reprimido primariamente.

En conclusión, se confirma desde el Psicoanálisis la tesis Nietzscheana. Sólo olvidar habilita el recuerdo; la memoria por sí sola tiende a su propio exceso, a una saturación indeseable de lo histórico. Sin embargo, la memoria histórica se hace imprescindible: para el Psicoanálisis también es relevante la búsqueda detectivesca, arqueológica de restos, despojos, evidencias de lo psíquico anterior, con las cuales rastrear y elaborar, cual trabajo arqueológico y que Freud mismo planteara como tal desde Die Traumdeutung, de 1900 [10] .

En “Construcciones en el Análisis” Freud zanja los límites de su célebre metáfora arqueológica:

“El objeto psíquico es incomparablemente más complicado que el objeto material del exhumador, y que nuestro conocimiento no está preparado en medida suficiente para lo que ha de hallarse, pues su estructura íntima esconde todavía muchos secretos. Y en este punto termina nuestra comparación entre ambos trabajos [Arqueología y Psicoanálisis], pues la principal diferencia entre los dos reside en que para la arqueología la reconstrucción es la meta y el término del empeño, mientras que para el análisis la construcción es sólo una labor preliminar”.
El analista da cima a una pieza de construcción y la comunica al analizado para que ejerza efecto sobre él; luego construye otra pieza a partir del nuevo material que afluye, procede con ella de la misma manera, y en esta alternancia sigue hasta el final” [11]. Sólo la continuación del análisis puede decidir si nuestra construcción es correcta o inviable: “Y a cada construcción la consideramos apenas una conjetura, que aguarda ser examinada, confirmada o desestimada. No reclamamos para ella ninguna autoridad, no demandamos del paciente un asentimiento inmediato, no discutimos con él cuando al comienzo la contradice. En el curso de los acontecimientos todo habrá de aclararse” [12]. Se aleja del análisis de la “verdad histórico-vivencial” directa para dar curso a la asociación, para validarla como indicador de peso, liberándose de la necesidad de recolección del dato “arqueológico”, giro homólogo al que propondría al percatarse de que sus histéricas le mentían, misma desilusión a sus intenciones de rescatar la presencia de lo que debió siempre reelaborar, construir, recrear a partir de evidencia inicialmente dudosa e inconexa; nunca llegando a la tangibilidad de lo histórico.
Para Borges pensar es olvidar, olvidar diferencias, generalizar, abstraer; Igualar lo no-igual (según Nietzsche), otorgarle a la perpetua ruptura y fragmentariedad de todo, continuidad y permanencia. Funes al caer del caballo deja de ser sujeto, contemplando eternamente crin por crin, hoja por hoja, la sucesión eterna de lo esencialmente singular, la diferencia perpetua y radical, el funesto caos.
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BIBLIOGRAFÍA

Borges, J. L. 1999a. El Libro de los Seres Imaginarios. Alianza Editorial. Madrid

Borges, J. L. 1999b. Funes el Memorioso, contenido en La Muerte y la Brújula. Emecé Editores. Buenos Aires.

Kuspit, Donald. 1993. A Mighty Metaphor: The Analogy of Archaeology and Psychoanalysis, contenido en Sigmund Freud and Art. HNA Books. EEUU.

Freud. S, 1895. Proyecto de Psicología para Neurólogos. Obras Completas de Sigmund Freud (Standard Edition, ordenamiento de James Strachey) Extraído de versión electrónica Infobase.

Freud. S, 1900. La Interpretación de los Sueños. Obras Completas de Sigmund Freud (Standard Edition, ordenamiento de James Strachey) Extraído de versión electrónica Infobase.

Freud. S, 1901. Psicopatología de la Vida Cotidiana. Obras Completas de Sigmund Freud (Standard Edition, ordenamiento de James Strachey) Extraído de versión electrónica Infobase.

Freud. S, 1914. Recordar, Repetir, Reelaborar. Obras Completas de Sigmund Freud (Standard Edition, ordenamiento de James Strachey) Extraído de versión electrónica Infobase.

Freud. S, 1916-17. Conferencias de Introducción al Psicoanálisis. Obras Completas de Sigmund Freud (Standard Edition, ordenamiento de James Strachey) Extraído de versión electrónica Infobase.

Freud. S, 1937. Construcciones en el Análisis. Obras Completas de Sigmund Freud (Standard Edition, ordenamiento de James Strachey) Extraído de versión electrónica Infobase.
Nietzsche, F. 1874. Sobre la Utilidad y los Perjuicios de la Historia para la Vida.
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Citas
[1] Borges, J. L. 1999b
[2] Nietzsche, F. 1874. Capítulo 1, párrafo 3 y 4 (negrita es del original)
[3] Freud, S. 1895
[4] Freud, S. 1914.
[5] Freud, S. 1916-17
[6] Freud, S. 1900.
[7] Freud, S. 1901
[8] Borges, J. L. 1999a
[9] Freud, S. 1914
[10] Y rescatado explícitamente como tal, posteriormente. Por ejemplo: Kuspit, Donald. “A Mighty Metaphor: The Analogy of Archaeology and Psychoanalysis”.
[11] Freud, S. 1937.
[12] Op. Cit.


Fuente : El ombligo del sueño

Borges se copia



  
 Por Rodolfo Alonso *

Primero me pareció de no creer, casi imposible sólo atreverme a imaginarlo, y cerré y guardé el libro de inmediato, avergonzado de mí mismo. Pero fui y busqué el otro. Lo abrí. Era evidente. No podía creerlo.

Después, tan intrigado como para volver a cerciorarme, los fui a buscar de nuevo, juntos. Los hojeé. Y allí estaba, imposible negarlo. La frase, las palabras y los signos exactos que componían esa frase están allí, prácticamente idénticos. En ambos libros.

Me quedé confundido. En semejante autor eso no podía ser un ardid ni una minucia, ni mucho menos un simplísimo error. Eso a cualquiera iba a pasarle, pero no a El.

Presa de cierto pánico, me arrojé desconfiado pero ansioso a las aguas insondables de la memoria digital, para indagar en esos archivos confusos e infinitos alguna prueba, algún testimonio, algún otro. Algún otro que también se hubiera dado cuenta. Pero no, no había nada. Y tuve que aceptar lo ya evidente: una y otra frase son exactamente iguales.

Se me ocurrió buscar en la primera edición de sus obras completas, que conservo con su firma insegura, de ciego. Si había sido un desliz, allí podría haberlo subsanado. No fue así. Todo seguía igual. Y el hecho resultaba, pues, flagrante. Tan flagrante como impenetrable, en su enceguecedora nitidez.

Porque se trataba de Borges, ese escritor que ejerce el adjetivo como el torero su estocada final. Un escritor en cuya entera obra casi no se repite una palabra. Una obra que congenia exquisita modestia con la exigencia más altiva.

Pero aquí están las pruebas. Y tenía que ser en el justamente memorable cuento “El Sur”, que cierra a toda orquesta ese libro, Ficciones, donde empezó a consolidar su nombre. En la segunda parte que subtituló (precisamente) “Artificios” y fechó en 1944, puede leerse lo siguiente: “Los muchos años lo habían reducido y pulido como las aguas a una piedra o las generaciones de los hombres a una sentencia”.

Es bello, es preciso, es justo, es tocante. Pero veamos.

No mucho tiempo después –nada menos que en El aleph, libro que como es sabido apareció originalmente en 1949, pero en uno de los cuatro cuentos que le agregó según su Posdata de 1952–, puede leerse en el relato “El hombre en el umbral”, esta otra frase que su personaje Pierre Ménard (¡quien crea el Quijote como por primera vez!) bien pudiera haber reclamado como suya, pero que mi flaca memoria insiste en reiterar del todo semejante a la primera: “Los muchos años lo habían reducido y pulido como las aguas a una piedra o las generaciones de los hombres a una sentencia”.

¿Qué hacer frente a eso, frente a una cosa así? ¿Yo, descubrirlo en eso, a El? Y peor aún: ¿quién iba a creer que Borges se había copiado literalmente a sí mismo, que había repetido en dos cuentos de temas y asuntos diferentes, casi letra por letra, signo por signo, la misma frase similar? ¿Quién podía imaginar que El, nada menos que Borges, no había hecho de esa repetición una trampa para incautos sino que, directamente, o se le había escapado o tanto le gustó que fue a sabiendas?

Por si fuera poco, además de ese autocitarse, ¡repetirse!, en ambos cuentos también son similares, aunque no ya tan idénticas, las frases precedentes. Donde se cambia de situación y de contexto, pero el protagonista sigue siendo básicamente el mismo. Y hasta con idéntica, o casi idéntica función.

Dice en “El Sur”: “En el suelo, apoyado en el mostrador, se acurrucaba inmóvil como una cosa, un hombre muy viejo”. Y dice en “El hombre en el umbral”: “A mis pies, inmóvil como una cosa, se acurrucaba en el umbral un hombre muy viejo”. Sólo que aquí intercala, antes de la frase que vimos reiterada en ambos casos, esto acaso imprescindible: “Diré cómo era, porque es parte esencial de la historia”. Lo cual agrava el hecho. O insisto, me parece, puede ser: también lo embebe de ironía.

Nunca sabremos con exactitud, del todo, a ciencia cierta, qué lo movió a El a esa jugada. Nunca sabremos si no se dio cuenta (cosa impensable, aterradora) o, como todo pareciera indicar, lo hizo adrede, a propósito. ¿Y entonces, Borges, estoy diciendo Borges, no tuvo otro remedio que recurrir a la reiteración porque sintió que era el momento justo para hacerlo, que precisamente esas palabras debían estar de nuevo allí?

¿O acaso fue el justo momento el que le demandó, a El, que era eso lo que debía insertarse en ese punto? ¿Lo que correspondía, ahí? ¿Se le puede haber escapado, a El, algo como eso? ¿Lo hizo ex profeso? ¿Quiso demostrarnos que lo de Pierre Ménard seguía siendo, como siempre lo fue, nunca una burla ni una zancadilla sino una demostración, una evidencia?

¡Maten a Borges!, dicen que les gritó Gombrowicz a sus escasos seguidores locales, cuando logró escapar, después de décadas, de su empantanamiento en Buenos Aires, proa a la Europa que iba también a consagrarlo.

¿Maten a Borges? Probablemente una metáfora, una alusión, un símbolo. De cualquier modo, estoy seguro, ni soy yo ni esta leve digresión quien va a lograrlo.

Pero se lee en “El Sur”: “En el suelo, apoyado en el mostrador, se acurrucaba inmóvil como una cosa, un hombre muy viejo. Los muchos años lo habían reducido y pulido como las aguas a una piedra o las generaciones de los hombres a una sentencia”.

Y al leer “El hombre en el umbral” ineludiblemente El también dice: “A mis pies, inmóvil como una cosa, se acurrucaba en el umbral un hombre muy viejo. Diré cómo era, porque es parte esencial de la historia. Los muchos años lo habían reducido y pulido como las aguas a una piedra o las generaciones de los hombres a una sentencia”.

El mismo caso de que ambos libros sean de escritura consecutiva en pocos años, de 1944 a 1952, primero uno, después el otro, no resuelve el asunto. Es más, lo agrava. Si la reiteración se hizo a propósito, el mismo hecho de ubicarla en su obra inmediata ostenta la honestidad de ofrecernos una pista, demostraría la inocencia con que lo hizo.

Pero también nos deja, al hacerlo, lo nunca imaginado: que El no llegó a darse cuenta. Que no lo percibió, cosa inaudita. ¿Y no se dio cuenta, si así fue, a lo largo de toda su vida? ¿Y en cada reedición de dichos libros? ¿Y en sus obras completas? ¿Reeditadas una y otra vez? No, si lo hizo, lo hizo a sabiendas. Y si no se dio cuenta, peor aún.

¿Matar a Borges? Díganle a Pierre Ménard.

* Poeta, traductor, ensayista.

Fuente : Pagina 12
http://www.pagina12.com.ar/diario/contratapa/13-259310-2014-11-07.html

Don Quijote y Borges en la biblioteca




Por: Juan Valdano

Recuerdo que una noche de 1977, siendo yo estudiante de la Complutense en Madrid, Jorge Luís Borges confesó que tanto Miguel de Cervantes como don Quijote “eran sus amigos personales”. Cuando lo escuché decir eso (porque lo dijo públicamente, frente a las cámaras de la televisión) me pregunte: ¿qué era lo que a Borges le acercaba a esos dos personajes? Probablemente, me dije, aquello que los tres tienen en común: el hecho de que cada uno de ellos, a su manera, guardaba algo (o mucho) de Alonso Quijano, aquel pacífico manchego, buen labriego y mejor lector y a quien sus vecinos lo conocían como “el  bueno”. Del agrio don Francisco de Quevedo dijo, en cambio, que si bien lo conocía y admiraba, sin embargo, “nadie se siente amigo de él.”


Hay vidas que, entre ellas, se parecen y la de Borges no estuvo distante de la de ese hidalgo llamado Alonso Quijano y soñado por Cervantes y de quien se cuenta que se pasaba “de claro en claro” y “de turbio en turbio” sin alzar cabeza, leyendo en su biblioteca. Una misma pasión les consumió a ambos: la lectura; pues tanto el manchego como el argentino imaginaron el mundo a partir de la literatura. Con una sustancial diferencia, mientras Quijano, se revistió de don Quijote y salió de su biblioteca para enfrentarse al mundo que él imaginaba tal como lo representaban los libros, Borges, en cambio, nunca salió de ella.


En 1985, en Buenos Aires, en una entrevista con Oswaldo Ferrari, Borges, ya anciano, recuerda su infancia y declara: “tengo la impresión de no haber salido nunca de la biblioteca, íntimamente yo estoy en la biblioteca de mi padre... Ahora, a mí me ocurre algo raro con la memoria y es que yo tiendo a recordar lo leído y a olvidar lo que me ha sucedido... Si yo pienso en el pasado, pienso sobre todo en los libros que he leído”.  Su vida, a la larga, se volvió una cita entre memoriosa y erudita de lo vivido a través de los libros; un recuerdo entre comillas de todo lo leído ya que en Borges (como en don Quijote) lo leído se convierte en lo vivido; el tormento de Funes, ese personaje suyo y quizás su alter-ego.
Borges, mientras más se asemeja al Alonso Quijano, lector, más se aleja del Quijote, aventurero.  Nunca abandonó la biblioteca, más bien, imaginó el mundo a semejanza de ella. “El universo que otros llaman la Biblioteca...” y en cuyos laberínticos pasillos los hombres deambulan la vida entera en busca de ese libro de lomos circulares, el de los místicos,  “ese libro cíclico de Dios”.


Fuente : ElTiempo

Dos versiones del Tercer Reich: El milagro secreto y Deutsches Requiem


DANIEL SALAS

Las preocupaciones de Jorge Luis Borges por el nazismo son significativamente tempranas. La lucidez con la que, desde 1937, juzga severamente los nacionalismos en diversos artículos periodísticos, demuestra su sutil y prematura comprensión de la desmesurada crisis que el fascismo estaba generando en la cultura occidental. José Eduardo González apunta que “Borges saw the emergence of fascist governments in Europe as the return of ‘barbarism’, as a threat to Western civilization in general” (172). Esta aseveración, siendo correcta, sólo puede servirnos de punto de partida, ya que es necesario además comprender en qué sentido, para Borges, el fascismo es una amenaza para la civilización occidental. La respuesta a esta pregunta no se constata únicamente en el reconocimiento de un crimen, de los tantos que han azotado a la historia, sino en la comprobación de que el nazismo es un punto de quiebre para la humanidad.
Edna Aizenberg no solamente ha enfatizado las preocupaciones antifascistas como elementos centrales de la escritura borgiana. También a calificado a Borges como “founder of literature after Auschwitz” (141). “Literatura después de Auschwitz” es un término bastante sugerente, pues expresa el problema de la representación del Holocausto. Así, Aizenberg no se refiere a alguna posible “literatura sobre Auschwitz”, sino a un tipo de escritura que incorpora la crisis espistemológica producida por el nazismo.
Como puede observarse, ello supone ver en el Holocausto la cifra de algo nuevo, de un tipo de suceso que exige una redefinición del acto de narrar. La pregunta se puede plantear de esta manera: ¿de qué modo se puede contar un tipo de suceso que no encuentra su sentido en ningún artificio hasta entonces ejecutado? Aizenberg señala la historia de este cuestionamiento recurriendo a la discusión iniciada por Theodor Adorno:
‘To write poetry after Auschwitz is barbaric’ Theodor Adorno wrote in a much quoted statement (34). His larger boundary-question is: Given the artifice of any work of art, how can adequately, and ethically, represent the catastrophe? Berel Lang, glossing Adorno, argues that keep silent would be worse, that the imagination must do its work of insightful recreation. (146)
Los argumentos presentados por Adorno y Lang muestran así las dos caras del problema: por un lado, la consciencia de que estamos ante un suceso incomunicable, porque las posibilidades de representación se encuentran agotadas; por otro lado, la exigencia ética de encontrar nuevas formas para expresar aquello que no puede ser silenciado.
En este trabajo quiero explicar de qué manera El milagro secreto y Deutsches Requiem, dos ficciones borgianas, construyen artificios que intentan expresar la crisis espistemológica producida por el Tercer Reich. La denomino “crisis epistemológica” porque el problema crucial es discernir modos de aprehensión y conocimiento de un fenómeno. Tanto Jaromir Hladík, el protagonista de El milagro secreto, como Otto Dietrich zur Linde, el protagonista de Deutsches Requiem, son ambos autores que se ven en la urgencia de recurrir a la escritura para definir el sentido de su existencia y de su muerte. Ambos, significativamente, son ejecutados a las nueve de la mañana. Dicho esto, las divergencias en el modo en que asumen su relación con la textualidad marcan su diferencia ética.

El milagro secreto
El inicio de este relato nos remite inmediatamente a las vísperas de invasión de Praga:
La noche del catorce de marzo de 1939, en un departamento de la Zeltnergasse de Praga, Jaromir Hladík, autor de la inconclusa tragedia Los enemigos, de una Vindicación de la eternidad y de un examen de las indirectas fuentes judías de Jakob Boheme, soñó con un largo ajedrez. (El milagro secreto 139)
La presencia de la historia se halla, pues, marcada fuertemente desde el inicio.
Daniel Balderston, quien ha indagado en las fuentes históricas de los relatos de Borges, comenta sobre el lugar que ocupa este relato dentro de la colección El jardín de senderos que se bifurcan: “es sólo en El milagro secreto que Borges toma un acontecimiento histórico muy reciente cuyas ramificaciones no podían ser visibles aún” (103). En opinión de Balderston, Jaromir Hladík reúne a dos figuras de la literatura checa: Vlacac Hladík (1868-1913) y Karel Čapec (1890-1938), ambos prolíficos dramaturgos. Balderston señla que la obra de Čapec, en particular, fue reseñada por Borges y posee similitudes con el drama que el personaje del cuento se propone concluir (99-103). Balderston también destaca el hecho de que el narrador utilice el nombre alemán de una calle en donde por dos años estuvo ubicado el negocio de Herman Kafka. En la fecha señalada por el relato, los nombres alemanes ya habían sido reemplazados por nombres checos y así, afirma el crítico:
al usar nombres alemanes para designar la calle en que vive Hladík y el río que atraviesa la ciudad, Borges está remontándose al período anterior a la Primera guerra mundial o, quizá, está narrando la historia desde la perspectiva de uno de los germanoparlantes no judíos que hubiera simpatizado con la anexión del Sudetenland y con la posterior conquista de Checoslovaquia por los nazis. (97-98)
No parece ser el caso que el narrador evidencie otras simpatías con los nazis. Por ello, de las dos sugerencias de Balderston, prefiero la primera, que sugiere la confluencia problemática de dos temporalidades. Y esto contribuye a sostener que el problema del tiempo se constituye en el elemento central de la experiencia que sufre Hladík.
El problema del tiempo como asunto clave salta a la vista en la alusión histórica, pero también en la frase que califica a Hladík como “autor de la inconclusa tragedia Los enemigos”. Estas dos alusiones marcarán un conflicto con la experiencia del escritor: dentro del tiempo histórico, es el caso que la tragedia ha quedado inconclusa; en el tiempo vivido por Hladík, la tragedia fue terminada.
En el sueño soñado por Hladík esa noche, dos familias ilustres juegan un largo ajedrez en una torre secreta para disputar un premio ya olvidado, pero que se murmuraba “era enorme y quizá infinito” (El milagro secreto 139); se dice también que “en los relojes resonaba la hora de la impostergable jugada; el soñador corría por las arenas de un desierto lluvioso y no lograba recordar las figuras ni las leyes del ajedrez. En ese punto se despertó. Cesaron los estruendos de la lluvia y de los terribles relojes” (El milagro secreto 139).
La referencia a los relojes del sueño en los que resuena la hora crucial y los que despiertan al soñador señalan ya claramente a la temporalidad como el gran problema que debe afrontar Hladík. Ya en este punto, se anuncia la divergencia entre la temporalidad vivida exclusivamente por el sujeto y la temporalidad de la historia. Dentro de este conjunto de claves, no es difícil concebir que ese premio ya olvidado es el tiempo, “enorme y quizá infinito”.
¿Qué puede significar apoderarse del tiempo sino apoderarse de la historia? Lo que está en juego, por tanto, es la voz que va a permanecer y esto es otro modo de enunciar el poder y el riesgo de la escritura. Que la escritura es una labor riesgosa y que pone al sujeto ante la inminencia de la muerte puede comprobarse en el singular proceso al que es sometido. El narrador no menciona los cargos de los que es acusado Hladík y este detalle enfatiza los rasgos ridículos y paródicos del proceso: Hladík es condenado por ser escritor y judío:
No pudo levantar ninguno de los cargos de la Gestapo: su apellido materno era Jarolavski, su sangre era judía, su estudio sobre Boehme era judaizante, su firma dilataba el censo final de una protesta contra el Anschluss. En 1928 había traducido el Sepher Yezirah para la editorial Hermann Barsdof. (El milagro secreto 140)
La absurda situación parece ser además un reflejo de las acusaciones que recibió Borges de los nazis argentinos y que motivaron la escritura de su ensayo Yo, judío. No podemos dejar de notar que en estas líneas también reverbera el lenguaje de la Inquisición.
Dictada la sentencia, la preocupación de Hladík se dirige más al modo de la muerte que a la muerte misma:
El primer sentimiento de Hladík fue de mero terror. Pensó que no lo hubieran arredrado la horca, la decapitación o el degüello, pero que morir fusilado era intolerable. En vano se redijo que el acto puro y general de morir era lo temible, no las circunstancias concretas. (El milagro secreto, 140)
La reflexión de Hladík es, ciertamente, extraña, ya que “la horca, la decapitación o el degüello” son formas de ejecución más infames que el fusilamiento. Éste último procedimiento está más asociado a la puesta en escena de un martirio heroico.
Siendo la preocupación de Hladík las circunstancias de su muerte, procede como un dramaturgo imaginando las posibles puestas en escena de su muerte:
Anticipaba infinitamente el proceso, desde el insomne amanecer hasta la misteriosa descarga. Antes del día prefijado por Julius Rothe, murió centenares de muertes, en patios cuyas formas y cuyos ángulos fatigaban la geometría, ametrallado por soldados variables, en número cambiante, que a veces lo ultimaban desde lejos; otras, desde muy cerca. (El milagro secreto 140-41)
¿A qué se debe esa obsesión del dramaturgo por figurar la puesta en escena de su ejecución? La inminencia de la muerte lo coloca ante el sentido de su oficio, que es la escritura. Que Hladík sienta el impulso de dramatizar su final puede ser consecuencia de su visión teatral del mundo.
Sin embargo, esta percepción del mundo como teatro se halla en conflicto la idea de que la realidad está separada de la ficción o que, más precisamente, esta última contradice y niega a la primera:
Luego reflexionó que la realidad no suele coincidir con las previsiones; con lógica perversa infirió que prever un detalle circunstancial es impedir que éste suceda. Fiel a esa débil magia, inventaba, para que no sucedieran, rasgos atroces; naturalmente, acabó por temer que esos rasgos fueran proféticos. (El milagro secreto 141)
Hladík teme la capacidad profética de la escritura y esto puede ser un indicio de su timidez al escribir. Hasta el momento, él ha sido un traductor y un comentarista, pero no se ha afirmado como escritor, quizá porque no ha resuelto los conflictos entre las ideas de realidad y de ficción, porque aún siente temor de que la ficción se compenetre con la realidad. El miedo a su propia escritura sólo podrá ser vencido cuando la muerte se convierta en una presencia crítica.
Antes de esta revelación, el dramaturgo intenta negar el poder de la escritura. En efecto, en un principio la muerte parece convertirse en excusa para su obra inconclusa: “A veces anhelaba con impaciencia la definitiva descarga, que lo redimiría, mal o bien, de su vana tarea de imaginar” (El milagro secreto 141). Observemos que el narrador anota inmediatamente que: “[e]l veintiocho, cuando el último ocaso reverberaba en los altos barrotes, lo desvió de esas consideraciones abyectas la imagen de su drama Los enemigos” (El milagro secreto 141). Las consideraciones son “abyectas” porque el escritor pretende encontrar en la muerte una justificación para renunciar a su papel. La llegada de las vísperas de su ejecución produce una urgencia: la de acabar su drama Los enemigos para definir el sentido de su existencia.
Hladík siente por fin que su obra es demasiado pobre como para justificar su vida y su muerte:
Todos los libros que había dado a la estampa le infundían un complejo arrepentimiento. En sus exámenes de la obra de Boehme, de Abnesra y de Flood, había intervenido esencialmente la mera aplicación; en su traducción del Sepher Yezirah, la negligencia, la fatiga y la conjetura (El milagro secreto 142).
Podemos derivar entonces que el sacrificio de Hladík carece de valor porque los nazis van a dar muerte a un escritor que se percibe a sí mismo como secundario. Sin embargo, es importante anotar que, dentro de su obra conclusa, Hadlík encontraba “menos deficiente, tal vez, la Vindicación de la eternidad: el primer volumen historia las diversas eternidades que han ideado los hombres, desde el inmóvil Ser de Parménides hasta el pasado modificable de Hinton” (El milagro secreto 142) Vindicación de la eternidad evoca, por cierto, Historia de la eternidad (y esto enfatiza la relación entre Borges y Hladík, junto con otros detalles como la edad y la disconformidad con su obra temprana) pero también señala la preocupación del dramaturgo por el tiempo. Estas reflexiones sobre el tiempo circular y la inmovilidad ensayadas en Vindicación de la eternidad se volcarán con lucidez en Los enemigos.
Gracias al milagro secreto operado por Dios, Hladík podrá escribir Los enemigos y construir una obra de pleno sentido que pueda oponerse a la muerte banal que le imponen sus ejecutores. El título anuncia una estructura mítica. El drama, en efecto, opera sobre la base del modelo de la hostilidad hasta convertirlo en una neurosis. Como es evidente, el sentido de la enemistad se encuentra en la oposición, lo que significa que el enemigo se define gracias a la existencia de su contrario. En el drama de Hladík, esta necesidad de involucrarse en la enemistad para afirmar la propia identidad se convierte en una enajenación radical, como consecuencia de la cual el enemigo se involucra en la personalidad del rival de un modo obsesivo y cíclico. Jaroslav Kubin, el protagonista, ha adquirido la personalidad del barón de Roemerstadt y está condenado a vivir una escena que se repetirá indefinidamente.
La idea de un objeto que causa una obsesión y que aliena al sujeto al punto de apartarlo de la realidad se halla también desarrollada en los cuentos El Zahir y El libro de arena. En El Zahir una moneda baladí se apodera de la mente del personaje, mientras que en El libro de arena un volumen inverosímil desestabiliza el retiro y la quietud de un lector, quien debe aceptar la existencia de un texto inagotable.
Obsérvese que tanto en el imaginario drama Los enemigos como en El Zahir y El libro de arena se halla presente el peligro de desplazar el sentido de realidad, de apartarse de la situación en la que se desarrolla la existencia. Este es un motivo que se opone, por cierto, a la crítica que convierte a Borges en un autor “irrealista”. Nancy Kanson opina, en efecto, que “[l]os textos de Borges revelan una búsqueda de autonomía ficcional en la que carece de importancia o, mejor dicho, deja de existir, el mundo extratextual” (5). Pero esto es exactamente lo contrario a lo que ocurre en los cuentos de Borges y, como lo podemos ver ahora, en El milagro secreto. Jaromir Hladík debe enfrentar un hecho perfectamente real como la muerte; está, por tanto, marcado por su aquí y su ahora. La definición crucial de su existencia ha de definirse en la conclusión de su escritura. Mientras que críticos como Kanson parten de la separación entre realidad textual y extratextual (una idea que, por cierto, Hladík está por redefinir hacia el amanecer del veintiocho de marzo de 1939); en Borges el texto se convierte en estructurador de la experiencia. La ficción entra en la realidad no para sustituirla, sino para darle forma. Este es, precisamente, el desafío que debe resolver Hladík, quien descubre la clave para no temer a su propia escritura.
Los enemigos guarda, claramente, similitudes con los artificio borgianos. No en vano el narrador afirma que “Hladík preconizaba el verso, porque impide que los espectadores olviden la irrealidad, que es condición del arte” (El milagro secreto 142). Esta postura estética de Hladík se asemeja, evidentemente, a la de Bertolt Brecht. El distanciamiento permite que la obra no se convierta en un simulacro y de este modo pueda expresar el sentido. Así, el drama Los enemigos da forma a un tipo de hostilidad neurótica y, al estar construido como artificio, permite que esta forma permita la comprensión no solamente del tipo de hostilidad que preconiza Kubin, sino de cualquier enemistad análoga.
Kubin expresa un tipo de enemistad que combina el deseo de apropiarse de lo que el rival posee y de eliminarlo. Convertida en fijación, la envidia secreta opera como motor que desencadena el delirio, delirio que, finalmente, termina por destruir al envidioso. El miserable Jaroslav Kubin puede así expresar la obsesión nazi con la apropiación y el exterminio de judaísmo. Hladík es condenado por escribir como judío y, por tanto, lo que lo condena es pertenecer a un espacio de la cultura europea que es codiciado y que debe ser eliminado.
Es importante resaltar que la trascendencia de lo que está por ocurrir durante el fusilamiento de Hladík contrasta severamente con una realidad prosaica, diferente a las aventuradas puestas en escena que el dramaturgo había previsto:
Hladík había previsto un laberinto de galerías, escaleras y pabellones. La realidad fue menos rica: bajaron a un traspatio por una sola escalera de fierro. Varios soldados—alguno de uniforme desabrochado—revisaban una motocicleta y la discutían. El sargento miró el reloj: eran las ocho y cuarenta y cuatro minutos. Había que esperar que dieran las nueve. Hladík, más insignificante que desdichado, se sentó en un montón de leña. (El milagro secreto 145)
Las circunstancias de la muerte, contrariamente a lo imaginado por Hladík, no señalan nada apoteósico.
Este detalle cobra un sentido especial al ser contrastado con el tiempo secreto concedido por Dios. Como el narrador había señalado hacia el principio del relato, los nazis querían proceder siguiendo el “deseo administrativo de obrar impersonal y pausadamente, como los vegetales y los planetas” (El milagro secreto 140). La muerte del judío debía carecer de significación especial para darle la posibilidad de convertirla en martirio. Pero en la dimensión íntima, se estaba creando una obra de arte que denunciaba la miseria del nazismo, su carácter pobre y limitado que se reducía a una obsesión circular.

Deutsches Requiem

El epígrafe de Deutsches Requiem (“Aunque él me quitare la vida, en él confiaré” Job 13:15) indica uno de los motivos del cuento: la necesidad de encontrar sentido al sufrimiento. En este caso, Otto Detrich zur Linde busca, a través de un ensayo autobiográfico, ofrecer a su muerte un significado trascendental. Como veremos, Linde, aunque admite que va a ser fusilado por “torturador y asesino” (Deutsches Requiem 93-94) figurará su muerte como un martirio necesario para continuar con la tarea heroica de limpiar a la humanidad de la piedad judía.
Es significativo que Otto Dietrich zur Linde se muestre desde una genealogía militar, que abarca tanto el lado materno como el paterno. Afirma que uno de sus antepasados “murió en la carga de caballería que decidió la victoria de Zorndof” (Deutsches Requiem 93), que su “bisabuelo materno fue asesinado en la foresta de Marchenoir por francotiradores franceses” (Deutsches Requiem 93) y que su padre “se distinguió en el sitio de Namur, en 1914, y, dos años después, en la travesía del Danubio” (Deutsches Requiem 93).
Hay dos detalles que contrastan con esta relación. El más evidente es la nota a pie de página del editor que señala que:
Es significativa la omisión del antepasado más ilustre del narrador, el teólogo y hebraísta Johannes Forkel (1799-1846), que aplicó la dialéctica de Hegel a la cristología y cuya versión literal de algunos de los libros apócrifos mereció la censura de Hengstenberg y la aprobación de Thilo y Geseminus. (Deutsches Requiem 93)
Esta primera aparición del editor revela que el texto ha quedado como testamento del condenado y que ha sido objeto de una revisión crítica. La presencia de esta nota, además, desestabiliza la solidez de la estirpe que se atribuye a sí mismo Linde. Otras notas a pie de página servirán también para crear una tensión entre la voz del narrador y la de un lector crítico, así como para mantener presente que la escritura autobiográfica implica una labor de ficcionalización y selección de la información, que deja de lado aquello que pueda poner en crisis el sentido central del relato. Antonio Gómez observa que, gracias al efecto producido por estas glosas, “Deutsches Requiem deja de ser un cuento que recrea, sin más, las confesiones de un nazi, para convertirse en la tensión dramática, sutil pero clara, que se establece entre esa confesión y su editor” (146).
El segundo detalle que contrasta con esta operación de filiación a través de la genealogía es el destino que recayó sobre Linde. A diferencia de los antepasados con los que busca enlazarse, él no destaca en la vida militar. En efecto, una mutilación sufrida en Tilsit el primero de marzo de 1939 lo aleja de la guerra y lo lleva a ser nombrado subdirector de un campo de concentración.
Este episodio señala un claro punto de inflexión a partir del cual Linde distancia su destino de aquel de sus antepasados. Ello al punto de que le exige una detenida reflexión. Linde, en efecto, se empeña por demostrar que su la tarea que ahora le tocaba asumir no requería de menos sacrificio que el de sus antepasados:
Al fin creí entender. Morir por una religión es más simple que vivirla con plenitud; batallar en Éfeso contra las fieras es menos duro (miles de mártires oscuros lo hicieron) que ser Pablo, siervo de Jesucristo; un acto es menos que todas las horas de un hombre. La batalla y la gloria son facilidades; más ardua que la empresa de Napoleón fue la de Raskolnikov. (Deutsches Requiem 98)
La empresa de Raskolnikov es, por cierto, el asesinato de la anciana y la capacidad de despojarse de piedad. Para Linde, ejercer la tortura implica una transformación y un acto de limpieza mucho más radicales que la participación valerosa en una batalla:
El nazismo, intrínsecamente, es un hecho moral, un despojarse del viejo hombre, que está viciado, para vestir el nuevo. En la batalla esa mutación es común, entre el clamor de los capitanes y el vocerío; no así en el torpe calabozo, donde nos tienta con antiguas ternuras la insidiosa piedad. (Deutsches Requiem 98)
Quizá debido a esta capacidad de reconocer un sentido de renovación moral al exterminio y la tortura, Linde es capaz de decir que “desde el principio, yo me he declarado culpable” (Deutsches Requiem 94).
Esta aclaración tiene mucho significado para comprender el sentido de la biografía que busca elaborar Linde. Uno de los detalles más conocidos de los juicios de Nurenberg es que los inculpados excusaron su responsabilidad en el hecho de que cumplían órdenes. Ya derrotados, los líderes nazis pretendieron así borrar el discurso con el que justificaban sus actos. Linde se convierte así en un caso anómalo. Al admitir su culpa prefiere vindicar su papel y brindar así una perversa lección moral: para afirmar el sentido de sus crímenes se declara culpable ante el tribunal, el cual, curiosamente además, según su punto de vista, “ha procedido con rectitud” (Deutsches Requiem 94). Gracias al elogio de la crueldad y la impiedad que vendrá más adelante, podremos entender que “la rectitud” con la que actuó el tribunal fue la de haber sido capaz de renunciar toda forma de compasión. Linde intenta así ser consecuente con sus ideas: si él no practicó la piedad con sus víctimas, considera virtuoso que que tampoco se la aplique a él.
Unas pocas líneas más adelante, sin embargo, se produce una interesante contradicción. Como un modo de explicar las razones que lo llevan a escribir, afirma: “[n]o pretendo ser perdonado, porque no hay culpa en mí, pero quiero ser comprendido” (Deutsches Requiem 94). Podemos salvar esta contradicción observando que Linde se ha declarado culpable, pero que no se siente culpable. Ello puede significar que no le interesa tanto vindicarse ante sus verdugos (a pesar de que acepta el papel que cumplen) sino ante algún lector que extraiga la lección de que lo importante es el triunfo de la violencia, no quién ocupe las posiciones de víctima y victimario.
La autobiografía, en efecto, se dirige a lograr esa demostración.
Para ello, figura la manera en que progresivamente el personaje se adhiere a la nueva moral. Linde cuenta que nació en 1908 y sugiere que tuvo una infancia infeliz, aliviada por la música y la metafísica (Deutsches Requiem 94). Tres nombres marcan en la infancia y la primera juventud el carácter del protagonista: Brahms, Schopenhauer y Shakespeare. El homenaje a estos tres hombres busca el patetismo: “Sepa quien se detiene maravillado, trémulo de ternura y de gratitud, ante cualquier lugar de la obra de esos felices, que yo también me detuve ahí, yo el abominable” (Deutsches Requiem 95).
La lectura de Spengler y Nietzsche, a los diecinueve años, será decisiva para aproximarse a la idea de una revolución moral. No se debe, por cierto, asumir como natural que el acceso y la identificación con ambos autores conduzca hacia el nazismo. Lo interesante es observar que, si seguimos fielmente la versión de Linde, él llega a adherirse al partido más por sus lecturas que por sus experiencias fuera de la lectura. Su concepción de la vida y su fe ciega en la urgencia de una revolución moral se urde desde la lectura. Debido a que él mismo señala que sus primeros años fueron “infaustos” (Deutsches Requiem 94), podemos interpretar que Nietzsche y Spengler le sirven al personaje como modelos para explicar y dar sentido a su infelicidad. El señalamiento de la decadencia de Occidente y la promesa de un orden nuevo ofrecen a Linde la posibilidad de eliminar su individualidad y econtrar valor a su existencia como parte de una gran hecatombe:
Poco diré de mis años de aprendizaje. Fueron más duros para mí que para muchos otros ya que a pesar de no carecer de valor, me falta toda vocación de violencia. Comprendí, sin embargo, que estábamos al borde de un tiempo nuevo y que ese tiempo, comparable a las épocas iniciales del Islam o del Cristianismo, exigía hombres nuevos. Individualmente, mis camaradas me eran odiosos; en vano procuré razonar que para el alto fin que nos congregaba, no éramos individuos. (Deutsches Requiem 96)
La desintegración de la individualidad producida por el totalitarismo es uno de los aspectos de estas ideologías que a Borges más le producía abominación. Linde, por el contrario, encuentra en el procedimiento de anulación de la personalidad una forma de liberarse de la infelicidad.
En este punto, el contraste con Hladík resulta revelador. Mientras que para el judío checo la lectura y la escritura son modos de afirmarse personalmente y de involucrarse en una experiencia única, para el nazi, la lectura y la escritura llevan a la destrucción de lo personal. El nazi, desprendido de individualidad, justifica sus actos en razón de una poderosa metafísica que disuelve su responsabilidad. Permitirse la misericordia es, dentro de su perspectiva, una vana presunción, pues implica contrariar una voluntad trascendental que se encuentra más allá del individuo.
La expectativa de participar del combate se ve interrumpida por los disturbios de Tilsit que, como ya expliqué, señalan un quiebre crucial en la perspectiva que el personaje había figurado sobre su destino. A partir de este hecho, Linde regresa al estado de infelicidad de sus primeros años juveniles y debe resituarse en un nuevo papel.
Al narrar los sucesos que lo dejaron discapacitado, una nota del editor afirma que “[s]e murmura que las consecuencias de esta herida fueron muy graves” (Deutsches Requiem 97). Las consecuencias “muy graves” de una mutilación en la pierna, al punto que se confinan a la murmuración, sugieren, por cierto, una castración (Gómez 146).
En muchos otros cuentos de Borges está sugerida la idea de que un acto cifra la vida de un personaje. En el caso de estos personajes, el acto no solamente debe ser ejecutado, sino que debe ser narrado. Para Linde, la llegada al campo de concentración de un tal David Jerusalem produce un desafío crucial. El torturador declara una singular admiración por la obra de este poeta del cual se dice “Era éste un hombre de cincuenta años. Pobre de bienes de este mundo, perseguido, negado, vituperado, había consagrado su genio a cantar la felicidad” (Deutsches Requiem 99). Actuado como crítico de su obra, Linde afirma que “Whitman celebra el universo de un modo previo, general, casi indiferente; Jerusalem se alegra de cada cosa, con minucioso amor. No comete jamás enumeraciones, catálogos” (Deutsches Requiem 99). Como veremos más adelante, este estado de felicidad que expresaba la poesía de Jerusalem, en contraste con el sufrimiento padecido en su vida, puede ser una clave para comprender la relación que Linde establece con su víctima.
Muy significativamente, la narración de la tortura de Jerusalem enfatiza las marcas de la narratividad, porque la escritura de Linde, en este punto, se expone como particularmente artificiosa. A Linde le importa el sentido trascendental del acto y su significación moral, no las circunstancias concretas. Por ello, gracias a dos evidencias notorias sabemos que concentra en una figura ficticia el acto (que para él tiene un sentido heroico) de haber anulado toda forma de compasión. Estas evidencias son un nombre emblemático, una descripción prototípica y una nota del editor.
La descripción física de Jerusalem no puede ser más evidentemente artificial: “era el prototipo del judío sefardí, si bien pertenecía a los depravados y aborrecidos Ashkenazim” (Deutsches Requiem 99). La nota a pie de página no hace sino confirmar esta lectura: “Ni en los archivos ni en la obra de Soergel figura el nombre de Jerusalem. Tampoco lo registran las historias de la literatura [...] ‘David Jerusalem’ es tal vez un símbolo de varios individuos. Nos dicen que murió el primero de marzo de 1943; el primero de marzo de 1939, el narrador fue herido en Tilsit” (Deutsches Requiem 100).
El paralelo que el editor sugiere entre la fecha de la muerte de Jerusalem y la herida de Linde permiten replantear el discurso del nazi, quien se empeña, como hemos visto, en justificar su labor en una metafísica que anula su individualidad. La justificación trascendental de sus crímenes es desestabilizada por la observación de que sus actos pueden ser, en realidad, fruto de un resentimiento profundo que sólo puede saciarse en el exterminio del enemigo a través de un método particularmente cruel. Linde está marcado por un trauma que no se atreve a revelar y que le causa una obsesión. Su castración física se convierte en una seña manifiesta de sus frustaciones. Ello permite que tenga mucho sentido el método de tortura que elige para Jerusalem:
Fui severo con él; no permití que me ablandaran ni la compasión ni su gloria. Yo había comprendido hace muchos años que no hay cosa en el mundo que no sea germen de un Infierno posible; un rostro, una palabra, una brújula, un aviso de cigarrillos, podrían enloquecer a una persona, si ésta no lograra olvidarlos. ¿No estaría loco un hombre que continuamente se figurara el mapa de Hungría? Determiné aplicar ese principio al régimen disciplinario de nuestra casa y 4... A fines de 1942, Jerusalem perdió la razón; el primero de marzo de 1943, logró darse muerte. (Deutsches Requiem 97-98)
La nota a pie de página marcada con el número 4 dice: “Ha sido inevitable, aquí, omitir algunas líneas. (Nota del editor.)” (Deutsches Requiem 100).
La censura del editor permite concentrar la mirada en las relación entre la víctima y el victimario y menos en el tenebroso acto de tortura. El editor parece evitar que busquemos un placer perverso en conocer los detalles del crimen y que nos observemos que lo realmente perverso está en la forma en que esos procedimientos son dotados de sentido.
La idea de que una obsesión, por banal que fuese, pone en peligro al sujeto y lo enfrenta al horror se desarrolla también en otros cuentos como El Zahir y El libro de arena. Mientras que Jerusalem parece ser un hombre aliviado de sus penas, capaz de cantar con alegría sobre el universo entero, Linde es un personaje incapaz de resolver sus traumas y que se encuentra en una relación de admiración y envidia por el otro. Mediante este extraño procedimiento de tortura, Linde logra transmitir su estado obsesivo, su neurosis, a su víctima.
La relación entre Linde y Jerusalem se muestra así intensamente problemática porque víctima y victimario no son dos entidades distintas, sino compenetradas. De modo perverso, Linde en efecto se identifica con su víctima y convierte a la tortura en un modo de exorcisar sus frustraciones:
Ignoro si Jesusalem comprendió que si yo lo destruí, fue para destruir mi piedad. Ante mis ojos, no era un hombre, ni siquiera un judío; se había transformado en el símbolo de una detestada zona de mi alma. Yo agonicé con él, yo morí con él, yo de algún modo me he perdido con él; por eso, fui implacable. (Deutsches Requiem 100)

Obras citadas

Aizenberg, Edna. “Postmodern or Post-Auschwitz. Borges and the Limits of Representation”. Variaciones Borges 3 (1997): 141-52.
Balderston, Daniel. ¿Fuera de contexto? Referencialidad histórica y expresión de la realidad en Borges. Rosario: Beatriz Viterbo Editora, 1996.
Borges, Jorge. “El milagro secreto”. Ficciones. Bogotá: Oveja Negra. 1997 [1947]. 139-47.
---. “Deutsches Requiem”. El Aleph. Madrid: Alianza Editorial. 93-103.
Gómez, Antonio. “En los márgenes de Borges: Las notas a pie de página en Deutsches Requiem y Pierre Menard”. Variaciones Borges 12 (2001): 139-65.
González, José Eduardo. Borges and the Politics of Form. New York, London: Garland Publishing, 1998.
Kason, Nancy. Borges y la Posmodernidad. Un juego de espejos desplazantes. México D.F: U Nacional Autónoma de México, 1994.

Fuente : Ficciones

Deutsches Requiem. Un texto de Borges sobre el mal




Gustavo Cosacov                

0. Comienzo con fragmentos de un texto de Teilhard de Chardin publicado originalmente en 1946: (1)

“Su cuerpo estaba intacto. Pero a su alma ¿qué le había acontecido?”
“Inevitablemente, en el corazón mismo de su ser, se da cuenta que ha iniciado, ipso facto, una larga cadena de reacciones que, en el breve intervalo de una exposición material, le ha convertido, al menos virtualmente, en un ser nuevo, que no se reconocía a sí mismo.”
“[...] los primeros experimentadores de la bomba atómica se habían tendido sobre el suelo del desierto. Cuando se alzaron, después del estallido, era el hombre el que se erguía en ellos, animado de un nuevo sentido de poder.”
“Y por ello he aquí, en cada uno de nosotros, al hombre abierto al sentido de la responsabilidad y a las esperanzas de su función cósmica en el universo, es decir, transformado, quiera o no, en otro hombre hasta el último fondo de sí mismo.”

Después de la Segunda Guerra Mundial y especialmente después del plan de exterminio del judaísmo a través de la matanza industrial de millones, se ha vuelto a actualizar la cuestión del mal. Hannah Arendt, en 1945, declaraba: “El problema del mal será la cuestión fundamental de la vida intelectual de Europa de posguerra”.
    El acontecimiento de la Shoá ha puesto en entredicho, para numerosos pensadores, la vigencia de la doctrina kantiana sobre el mal radical en el hombre. Así, Hannah Arendt, Adorno, Richard Bernstein, Silber, Zizek, entre otros, han considerado la cuestión y, de alguna manera, han llegado a la conclusión de la insuficiencia de la doctrina kantiana para dar cuenta de lo que pasó allí.

1. En Deutsches Requiem, (2) Borges ensaya la cuestión del límite del mal. Este escrito participa así de aquel conjunto de textos en los que se pone en entredicho la imposibilidad, para los hombres, de hacer el mal diabólicamente. Ciertamente, la doctrina kantiana del “mal radical” supone un hombre que por debilidad, fragilidad o impureza comete acciones malas, aún las más condenables, pero que, en la misma conciencia de la trasgresión rinde tributo al bien que, aunque no puede alcanzar, se le impone al reconocimiento bajo la forma de ley moral. (3) El experimento mental es un recurso metódico válido en filosofía. Tal vez por eso la distinción entre filosofía y ficción literaria no es posible de manera absoluta; y aunque es un poco provocativo hablar de “bomba de intuición” (Dennett) para todo experimento mental, no está mal, quizá, si se habla de este tipo de artefacto en un relato y en una época de cargas explosivas que hacen estallar al sujeto mismo que las porta hasta llevarlo a la autodestrucción. Tal vez no sea una exageración si le damos el estatus de bomba de intuición a un texto que nos aproxima a un aspecto del acontecimiento catastrófico (Shoá). Creo que su lectura nos permite intuir un abismo en el hombre y es el mismo abismo que Kant entrevió al reflexionar sobre el bien y el mal y que los pensadores del signo que entró en la historia con la Shoá han atisbado también: el mundo después de la Shoá no es el mismo. Inmediatamente se abrió una época como la que anuncia Otto zur Linde: implacable.
    Agosto de 1945. Hiroshima, es la confirmación del triunfo de eso que propicia la psique nazi imaginada por Borges. El mundo que habitamos ahora está signado por la catástrofe. Los hornos de la Shoá no se apagan. Quemar a cien mil en un instante en el horno de Hiro­shima apretando sólo un botón permite suplantar el trabajo sobre esa zona del alma que tanto aborrecía Otto zur Linde. En el texto de Borges la cuestión es central (Linde quiere destruir en él lo que ve en su víctima: la piedad). El nazi borgiano impedido de la bravura episódica en el campo de batalla, ha de pasar la prueba de su libertad administrando “un torpe calabozo, donde nos tienta con antiguas ternuras la insidiosa piedad”. No piedad por el prisionero al que tortura, un judío, separado ya de lo humano, sino piedad por el “hombre superior”, él mismo. Aunque es ambigua la frase en el texto que, luego de llamar “insidiosa” a la piedad, dice: “No en vano escribo esa palabra: la piedad por el hombre superior es el último pecado de Zarathustra. Casi lo cometí (lo confieso) cuando nos remitieron de Breslau al insigne poeta David Jerusalem”. El santo maligno confiesa su debilidad: casi llegó a sentir piedad por un hombre de cincuenta años “pobre de bienes de este mundo, perseguido, negado, vituperado”, que “había consagrado su genio a cantar la felicidad”.
    Linde comienza y termina su escritura en trance de muerte, pero sin llegar tampoco al instante borgiano del milagro secreto, sino más bien al temor y temblor, presente como anticipación de la muerte anunciada. Linde todavía no sabe quién es. Aquí Borges abandona el relato y deja a la imaginación del lector a Linde en un punto de indeterminación: dice que sólo su carne puede tener miedo, pero conserva todavía la distancia necesaria para preguntarse cómo se comportará en el instante de la re-unión (primera y última) del que dice “yo” y su carne mutilada.

2. El texto borgiano comienza con un prólogo de Otto zur Linde, de aproximación al mundo de sus antepasados militares y su heroica muerte. Aunque, anota el “editor”, Linde omite a su antepasado más ilustre, vinculado al judaísmo. Es admirable cómo la compasión de Borges por su personaje se expresa evocando que, también él (abominable) se detuvo en Brahms, en Shakespeare y en Schopenhauer. Es alguien que soñó con ser soldado de batallas gloriosas, pero que terminó mutilado, sin gloria militar. Aunque en el hospital, impedido de guerrear y aun de celebrar el triunfo alemán en Bohemia, después de “perderse y olvidarse” en la lectura de Schopenhauer, obtiene una revelación: “no hay consuelo más hábil que el pensamiento de que hemos elegido nuestras desdichas”. Es posible que Linde haya sido castrado como consecuencia de las heridas recibidas en el ataque al barrio judío de Tilsit: para esta conjetura, dos enunciados serían los indicios. El primero, subjetivo (“Símbolo de mi vano destino, dormía en el borde de la ventana un gato enorme y fofo”). El segundo, objetivo: “Se murmura que las consecuencias de esa herida fueron muy graves” anota (Borges), el “editor”.
    Otto zur Linde encuentra su lugar en el mundo como subdirector de un campo de concentración. En este escenario descubre la clave de su pasión: destruir el último resto de piedad (en él) que podría enturbiar la pureza de su elección. Como en una especie de santidad invertida, sigue una ley de índole moral (el nazismo es un hecho moral) superando toda tentación de hacer el bien.
    El narrador sabe que será ahorcado (a diferencia del fusilamiento, ésta es una pena infamante) a la mañana siguiente, al ejecutarse una ineluctable sentencia por “torturador y asesino”. Él se ha declarado “culpable” (aunque sólo en un sentido fáctico, ya que no siente culpa alguna).

3. En el título del texto de Borges, el artículo indefinido (ein) que ha sido suprimido, transforma el sentido de la obra de Brahms de “un réquiem alemán” según lo tituló éste último a “réquiem por Alemania”, Deutsches Requiem. El nazismo es el hecho moral de la autodestrucción (de sí mismo y de Alemania). El título de la obra de Brahms, de Borges, es alusivo a la muerte de Alemania. Tratándose de un réquiem ateo, como el de Brahms, hay que entender esta plegaria como un consuelo a los deudos por el descanso del alma de los difuntos. Pero su irresoluble paradoja es celebrar el cielo desde el infierno. Claro que se trata de un nuevo cielo, ése que renace después del factum destructor del judaísmo y de su enfermedad “la fe de Jesús”. Salvar al mundo que se “moría” de judaísmo y de su enfermedad, es instaurar el valor de “la violencia y la fe de la espada”. La certeza de la contribución a lo que “después de...” Auschwitz, Tarnowitz, Treblinka, queda en el mundo, da satisfacción a la propia derrota de Alemania. Como forma insuperable, el sacrificio de sí (sui-cidio), individual y colectivo, propicia la llegada de un nuevo reino. El “nuevo orden” apetece la entrega total del oficiante, “hasta las heces”. Un extraño amén lo corona: “que el cielo exista, aunque nuestro lugar sea el infierno”. “Hemos dado algo más que nuestra vida, hemos dado la suerte de nuestro querido país. Que otros maldigan y otros lloren; a mi me regocija que nuestro don sea orbicular y perfecto”.(4)

4. Alemania ha muerto y un nazi lo celebra. Una época nueva se ha inaugurado y el que va a morir se regocija de esta certeza. Él no hizo nada por obediencia debida, sino por una “libre” aceptación del destino y una denodada pasión por contribuir al “nuevo orden”. Su odio fue certero en el blanco: Alemania. Su logro mayor, el que parece redimirlo ante sí mismo, a pocas horas de la muerte infame en la horca, es haber contribuido a la autodestrucción de la piedad alemana y su propia piedad, abriendo así para todas las naciones una era de violencia arrogante. De una violencia que se quiere mostrar como tal, orgullosa e injusta. Aunque, extrañamente, dice el condenado: “me falta toda vocación de violencia”.(5)
    ¿Qué aspecto medular del judaísmo y del cristianismo odia Linde? “Ignoro si Jerusalem comprendió que si yo lo destruí, fue para destruir mi piedad. Ante mis ojos no era un hombre, ni siquiera un judío; se había transformado en el símbolo de una detestada zona de mi alma”. Antes ya había declarado: “El nazismo, intrínsecamente, es un hecho moral, un despojarse del viejo hombre, que está viciado, para vestir el nuevo”.
    ¿Estamos ante un discurso que intenta persuadirnos mediante la ficción, acerca de la posibilidad de un hombre malvado (diabólico) y no sólo de la malignidad del hombre? Más allá del mal radical, que lleva a la transgresión ocasional de la ley moral y, con todo, reconoce su autoridad, se trata, en este personaje, Otto zur Linde, del mal absoluto. Según la doctrina kantiana un hombre absolutamente malo es imposible desde el punto de vista fenoménico; así como es también imposible un hombre santo que se identifique absolutamente con el Bien Supremo.
    En el mismo sentido, pero refiriéndose concretamente al nazismo, Karl Jaspers, en su carta del 17 de agosto de 1946, le dice a Arendt:

Usted dice que lo que los nazis hicieron no se puede entender como un “crimen”. No estoy del todo satisfecho con su opinión, porque una culpa que va más allá de toda culpa criminal inevitablemente cobra relieves de “grandeza”, de grandeza satánica, lo cual es para mí tan inadecuado en el caso de los nazis como toda esa palabrería sobre el elemento demoníaco de Hitler y demás. Creo que debemos ver estas cosas en toda su banalidad, en su prosaica trivialidad, porque eso es lo que las caracteriza en realidad. Las bacterias pueden causar epidemias que borran naciones enteras, pero siguen siendo meras bacterias. Veo con horror toda insinuación de mito o leyenda, y todo lo que no es así de específico es una insinuación semejante [...]. Por la forma en que usted se expresa, casi parece haber tomado la senda de la poesía. Y Shakespeare nunca sabría darle forma adecuada a este material; su instintivo sentido estético lo llevaría a falsificar las cosas, y por eso no podría ni intentarlo.

    Arendt se plegó al punto de vista de Jaspers. Su conocida tesis de la “banalidad del mal” se sostiene en el “rechazo total a cualquier insinuación de ‘grandeza satánica’ o mítica atribuida a los líderes nazis”.(6) ¿Lo intentó Borges en nuestra historia? La confesión de Otto zur Linde es una ficción de tal fuerza que hace creíble el cumplimiento de la confesión que contiene. Es curioso que, en el texto, la injusticia aparezca como una “magnitud negativa”, es decir, con un valor que quiere ser propio. La injusticia como oposición real a la piedad. “La victoria, la injusticia y la felicidad”, como oposición a la paz, la justicia y la dignidad de ser felices. Y precisamente lo que hace verosímil la confesión es la distancia que toma Borges como editor y que le permite introducir, como he señalado, la patología del personaje. Un castrado que no puede cumplir con su sueño originario: ser un militar digno de la estirpe de sus mayores y que dice asumir su destino como modo de encontrar el verdadero sentido de su vida.
    La visión es la de un condenado a muerte por torturador y asesino; un nazi de posguerra. Nada de llanto ni de maldición, sino la conciencia del mal consumado regocija a Otto zur Linde: el triunfo se ha logrado aun a costa de la derrota del Tercer Reich. Una nueva época, implacable, se cierne sobre el mundo. Destruir Alemania (“nuestro querido país”), se justifica si hay que pagar ese tributo para destruir la enfermedad del mundo, el cristianismo, y su causa, el judaísmo.

5. Pero esta transformación no ha abolido la negativa kantiana respecto a la maldad. Ni siquiera la consideración del mal como magnitud negativa cambia esta conclusión. Ningún hombre, en el fenómeno, puede ser elevado a la santidad ni tampoco hundido en el mal en forma pura. Kant insiste desde aproximaciones sucesivas con la misma idea: el carácter inteligible del hombre es malo porque el fundamento de todas las máximas está corrompido. No porque el hombre haya adoptado la maldad como tal. El hombre no puede ser ni santo ni diabólico porque ambos extremos exigen una pureza que no tiene el hombre. Éste es el sentido del razonamiento siguiente:

Por lo tanto, la malignidad de la naturaleza humana no ha de ser llamada maldad si esta palabra se toma en sentido estricto, a saber: como una intención (principio subjetivo de las máximas) de acoger lo malo como malo por motivo impulsor en la máxima propia (pues esta intención es diabólica), sino más bien perversidad del corazón, el cual por consecuencia se llama también mal corazón.(7)

    Para terminar, quisiera señalar lo siguiente: la Shoá, la catástrofe, no ha concluido. Al menos todavía no hay un después de Auschwitz. La transformación que ha operado este acontecimiento es lo que ahora estamos viviendo. Nuestro presente es catastrófico.

N O T A S

1 De Chardin T. “Algunas reflexiones acerca de la repercusión espiritual de la bomba atómica” en El porvenir del hombre (1964). Con profunda agudeza el autor sitúa el momento crucial en el experimento realizado en Arizona, antes del lanzamiento efectivo de la bomba.
2 Se trata de un texto de Jorge Luis Borges publicado en El Aleph en 1949. Cito de la edición de las O. C., 1974, Emecé, Bs. As.
3 Declara Linde: “El nazismo, intrínsecamente, es un hecho moral, un despojarse del viejo hombre, que está viciado, para vestir el nuevo”. Las cursivas son mías. Borges da muestra aquí de la distinción entre conciencia moral y disposición al bien.
4 Borges, op. cit., p. 580, in fine.
5 Op. cit., p. 567.
6 Bernstein, p. 299 y s.
7 Kant, p. 47, La religión...

B I B L I O G R A F Í A

Bernstein RJ. El mal radical. Una indagación filosófica, M. Burello (trad.), Lilmod, Buenos Aires (2005).
Derrida J. Kant, el judío, el alemán, Patricio Peñalver (trad.),Trotta, Madrid (2004).
De Chardin T. El porvenir del hombre, Taurus, Ensayistas de hoy, Madrid (1964).
Forster R. Memoria y olvido: Derrida lee a Hermann Cohen.
Kant E. “Ensayo para introducir las magnitudes negativas en filosofía” en Opúsculos de Filosofía Natural (1763), Atilano Domínguez (introd., trad. y notas), Alianza Clásicos, Madrid (1992).
Kant E. La religión dentro de los límites de la mera razón (1793), Felipe Marzoa (introd., trad. y notas), Alianza clásicos , Madrid (1995).
Poliakov L. “Historia del antisemitismo VI. La Europa suicida. Segunda parte: 1914-1933” en Raíces 46, Buenos Aires (1989).
Rosenfield DL. Del mal. Ensayo para introducir en filosofía el concepto del mal, H. M. M. (trad.), Fondo de Cultura Económica, Breviarios 524, México (1993).
Sichére B. Historias del mal, Alberto Bixio (trad.), Julia Kristeva (pról.), Gedisa, Barcelona (1996).

Gustavo Cosacov
Universidad de Córdoba, Argentina

Fuente : Revista Elementos

Las fragancias despiertan misterios




Julián Bedel - Creador de perfumes personalizados, sus productos son deseados desde Oriente hasta Occidente.
Muchos de los perfumes están inspirados en Jorge Luis Borges, como La Biblioteca de Babel o Sur

Por Mariangeles Lopez Salon 
 
Cuando se perfuman, las rusas reflejan toda su exuberancia con notas especiadas, maderas pesadas y mucha sensualidad. Buscan impacto y duración. En cambio, las japonesas evitan invadir espacios ajenos y, más recatadas, eligen notas verdes o acuáticas. Lo sabe Julián Bedel, que con las fragancias de Fueguia 1886 llega a más de 20 países, de Oriente a Occidente. La empresa que creó con su amiga Amalia Amoedo sumó a las notas más exultantes del mundo los olores propios de nuestra Patagonia.

Huele bien en su laboratorio, y no podría ser de otra manera. Conviven más de 800 ingredientes, que parecen competir entre sí hasta que el hacedor de aromas, la nariz que los reconoce y combina a la perfección, les da forma, una etiqueta y un lugar en el mundo. Es elegido tanto por la Casa Real de Suecia y el príncipe Akishino de Japón como por Elton John y la familia de Steve Jobs.

A través del programa Vivencias Extraordinarias, el Four Seasons de Buenos Aires propone la creación de una fragancia personalizada de Bedel. sólo por 10.000 dólares. Así escuchó uno de los pedidos más insólitos, como aquel que le requería una fragancia de "sudor de caballo". Pero valió la acertada interpretación para recrear, a fuerza de muestras, un buen aire de campo.

Como todo perfumista, no escapa de los recuerdos olfativos. Prefiere los aromas de los campos entrerrianos de su infancia; de la madera cuando, en su época de luthier, armaba sus instrumentos musicales. Aunque reconoce que el recuerdo más devastador es el de una ex novia, el olor de su piel. "Es lo que tiene de involuntario el recuerdo. Te monopoliza el cerebro."

Recién llegado de Rusia y de Taipei, donde abrió las últimas tiendas de la firma, proyecta mudarse a Italia. Lo esperan además de nuevos proyectos viajes eternos entre Buenos Aires y Milán. Hijo del arquitecto Jacques Bedel, creció en una familia de artistas. "Me interesaban la escultura y la pintura, y estudié luthería. De alguna manera reemplacé los pigmentos y la música por moléculas, pero la composición o el approach de crear algo, bueno a malo, es el mismo", dice

"El sentido del olfato es muy especial. Los perfumes despiertan misterios porque son intangibles. Generan mucha curiosidad", dice Bedel, que además de sus puntos de venta en todo el mundo es convocado por grandes marcas y hoteles para desarrollar sus propias fragancias. Ya lo hizo para el Yacht Club de Mónaco, County de Milán y Chamber NY. También preparó la línea de amenities para el Park Hyatt de Moscú, Mandarin Oriental de Taipei, Rosewood de Londres, y muchos más.

Aunque considera que la sustentabilidad es muy compleja en la Argentina y en el mundo, porque las certificaciones son muy difíciles de alcanzar, la filosofía de Fueguia es lograr la mayor sustentabilidad posible, y lo demuestra eligiendo envases de vidrio 100% reciclables y cajas hechas a mano en una escuela de carpintería de la Patagonia. Dentro de ese packaging, las combinaciones son infinitas. Muchos de los perfumes están inspirados en Jorge Luis Borges, como La Biblioteca de Babel o Sur, o en destinos, como Beagle, Misiones y Pampa Húmeda.

Fuente : La Nacion Revista
Las fragancias despiertan misterios - Fragmento

Borges y la Crítica Genética: El objeto de lo imposible




 Entrevista a Daniel Balderston, Director del Centro Borges y profesor titular de la Universidad de Pittsburgh-EEUU
 
Jorge Zavaleta Alegre

Lima, en octubre del 2014, tuvo la oportunidad de analizar y apreciar la trascendencia de los mejores escritores latinoamericanos, a través de dos congresos internacionales, conferencias y encuentros convocados por prestigiadas universidades y centros de estudios especializados y la asistencia de destacados valores y especialistas. Aunque con lentitud, América Latina y particularmente el Perú despiertan ante la nueva y abundante creación literaria, después del fenómeno editorial del Boom y el Post Boom y de la corriente narrativa de las últimas décadas caracterizada por la temática política y la innovación en lo técnico.

Esta impresión se percibió  en los  recientes congresos  sobre Literatura Latinoamericana y de Narrativa Fantástica, organizados por el Instituto Raúl Porras Barnechea - la  Universidad Nacional Mayor de San Marcos - UNMSM,  el Centro peruano de Estudios Literarios Antonio Cornejo Polar y la adherencia  de la Pontificia Universidad Católica.

Un valioso  aporte de los estudios literarios fue su  exposición sobre la investigación genética, es decir el acceso a los manuscritos de  autores, labor muy especializada que en el Perú aún no se ha ingresado, opinó   Elton Honores, presidente y coordinador de ambas citas.

El Dr. Daniel Balderston, profesor titular de  University of Pittsburgh, EE.UU, ofreció tres conferencias sobre  el escritor argentino Jorge Luis Borges, una de las figuras más destacadas en este continente, cuya universalidad se consolida, precisamente, con la crítica genética, que permite  comprobar la fortaleza de su obra. Recurriendo a una invalorable documentación Balderston  ofreció detalles sobre  “Cómo escribía Borges", la relación de Borges y  Bioy Casares su amigo más cercano, y las versiones primarias de “El jardín de senderos que se bifurcan”

Daniel Balderston es director del Centro Borges que publica semestralmente la revista  Variaciones Borges. Uno de sus libros más difundidos sobre la obra del célebre escritor argentino se titula Fuera de contexto. Además de ser un experto en Borges, aborda la literatura del Cono Sur, la literatura brasileña, y estudios latinoamericanos de género y sexualidad. Entre sus publicaciones recientes se incluyen: Aproximaciones a la enseñanza de El beso de la mujer araña, de Manuel Puig; y El deseo, enorme cicatriz luminosa: Ensayos sobre homosexualidades.

Muy valiosa su exposición por la meticulosidad, por la lección de cómo se investiga. Cuanto  quisieran las universidades de América Latina tener esa posibilidad.  ¿Qué consejos  daría Ud. para llegar a esa  exigencia que reclaman  los lectores?
Lo que he desarrollado hoy en este foro, forma  parte de aquello que los franceses llaman la “Crítica  Genética” y hay investigadores en varias latitudes, en América Latina  que están haciendo eso. Tal vez la persona más importante es Élida Lois, en Buenos Aires, que escribió un manual, que publicó  la editorial Hachette, sobre la génesis de los textos.  

A principios de este año 2014, publicamos en el Nº 246  de la Revista Iberoamericana,  ensayos de Élida Lois, Julio Premat, Jorge  Schwartz, Raúl Antelo, uno mío, María Laura Bocaz   y  otros sobre esta cuestión.

Las posibilidades que abren los manuscritos son  muy interesantes para el estudio crítico, porque uno se da cuenta de cómo  un escritor va  desarrollando sus  hipótesis,  sus posibilidades,  sus preguntas, sus dudas. A veces,  algunos escritores lo hacen de  modo muy sistemático.  Por  ejemplo, José Donoso,  planea obsesivamente, hay partes de El obsceno pájaro de la noche,   que después va escribiendo, va comentando su  proceso de reescritura.

Hay otros escritores donde  la misma página es el laboratorio, por decirlo de algún modo, del texto final. Y Borges forma parte de esa tendencia. Es decir, no hay papeles previos sino que  utilizan  el cuaderno o la hoja suelta como  lugar para ensayar  posibilidades. Mantiene un proceso intenso de reescritura. Borges solía firmar sus originales cuando los tenía terminados.

A veces es apenas por la versión publicada que nos enteramos  qué escogió y qué descartó  el autor. Es decir, el  método es muy rico  en posibilidades. Una de las cosas que dice la crítica genética es que hay que  estudiar el proceso  de cada  escritor.  No hay  un  proceso creativo sino que hay  procesos muy individuales. Y la distancia que media  entre  Donoso y Borges,  por  ejemplo,  es una distancia muy grande con respecto  a cómo piensa su texto  el escritor.

¿En este proceso de investigación, muchos estudiosos no se frustran  de pronto sobre las bondades del escritor o las  limitaciones que se descubren?
Bueno, en el caso de Borges,  creo uno queda  cada vez más admirado  por la imaginación fértil que puede dar  22  posibilidades para escoger luego apenas dos,  en uno de los manuscritos del poema 'A Francisco López Merino' o en los  ejemplos de “El jardín de senderos que se bifurcan”, donde la  hipótesis de Stephen Albert, en ese cuento  sobre la coexistencia  de muchas vidas posibles, se ve ya en  los manuscritos preliminares. Es decir  esa ideal radical  de  la incertidumbre.

Me habla de las incertidumbres o  encantos en esta labor de investigador...
Uno tiene que sentirse ya muy interesado  en la obra, tener  la paciencia necesaria  para  estudiar este tipo de material. En mi caso llevo  35 años  escribiendo sobre Borges, pero apenas hace cinco tuve  la osadía o la locura de  sentarme a tratar de estudiar este tipo  de materiales.

Parecía imposible inicialmente. Incluso el que había sido el dueño del  manuscrito de “La muralla de los libros”  me dijo  que en ese documento no iba a ver nada  que me interesara  y ustedes pueden  apreciar que en el final de  ese ensayo hay esa variedad  de posibilidades para definir  la  sensación de cómo se llega hasta la inminencia de una revelación  que no  se produce,  que es la sensación  de la belleza o el  hecho estético.

Es  decir que uno tiene que  estar ya comprometido  con un escritor para  sujetarse a esta tortura. Uno no hace esto con  un texto que no le haya llamado la atención desde hace tiempo.  Es un trabajo  muy  arduo, y llegar a las fuentes   es a  veces arduo, difícil.

Hay archivos que están más o menos intactos. En las  Bibliotecas Nacionales hay  archivos completos de ciertos escritores: José Enrique Rodó, Delmira Agustini o  gran parte de la  obra madura de Juan Carlos Onetti en la  Biblioteca Nacional de Montevideo.  Solo para dar un ejemplo.

Hay también otros archivos que están muy dispersos. El caso de Borges es un caso  muy radical. No hay  una buena colección de manuscritos de Borges, hay pedacitos aquí, pedacitos allá,  cuadernos destruidos y mucha  incertidumbre, incluso, sobre  dónde están los originales  de los que se tienen fotocopias a veces o ediciones facsimilares.

Cuando me puse a trabajar este tema, algunos  de los coleccionistas estaban dispuestos a dejarme ver solo  por un minuto: “aquí tengo esto como fetiche”.

Y otros han sido  más generosos. Pero también es cuestión de insistencia,  de  mucha paciencia. En el mercado los escritos de Borges se cotizan entre 100 mil y 600 mil dólares, aunque yo no he comprado ninguno. He recurrido siempre a  coleccionistas y a veces uno ve fragmentos que ayudan mucho a entender la imaginación del creador.

De pronto en la vida de un investigador  uno se siente  limitado, porque el conocimiento es multidisciplinario, interdisciplinario. ¿Cómo se juega en esa posibilidad?
Uno tiene que comenzar a  aprender sobre las cosas  que están en el  texto.  Si  el texto contiene referencias,  alusiones implícitas o explícitas,  uno tiene el deber de buscar, consultar las fuentes, de corroborar, de cotejar. Y en el caso de  un escritor como Borges  el  texto lleva al  estudioso a todos los campos del saber. No hay límites previsibles o pre establecidos. Uno no puede decir: Ah yo soy especialista  solo de x  o de y.  Uno tiene la obligación de averiguar a qué se está   aludiendo.

En su calidad de editor de las Novelas cortas de Onetti,  y autor de libros sobre Manuel Puig, o sus estudios sobre diversidad sexual en la literatura latinoamericana, ¿cómo ha visto este proceso de interpretación de nuestra literatura regional por la academia norteamericana, en los departamentos de Español? Es decir,  durante sus treinta años   como profesor, crítico y estudioso cómo entiende la evolución de su propio quehacer y de sus colegas en la Universidad.
Ha  habido corrientes y teorías al interior de la Academia, ha habido esfuerzos por aplicar determinadas teorías. Hay muchas maneras de interrelacionar los textos,  hilvanar tradiciones, estudiar  ecos e influencias y creo que lo que llama la atención en estos momentos es  precisamente, la diversidad de enfoques.


Yo estoy muy contento en lo mío en estos momentos porque siento que el  estudio de los manuscritos es un asunto apasionante y rico, pero  hay otra gente que mira con asombro este tipo de cosas y dice “cómo puedes pasar tanto tiempo, con una lupa y cotejando versiones”. Hay gente que piensa  tal vez, gracias al ensayo de Derrida, que el archivo es una suerte de enfermedad o causa de una especie de mal. Creo todo lo contrario acerca de los procesos creativos del escritor de modo muy vivo y muy rico.   

En América Latina quisiéramos conocer más sobre el Centro Borges, que Ud. dirige en la Universidad de Pittsburgh, y que además de ser una institución global de referencia sobre la vida, obra y legado del célebre escritor argentino, publica la revista académica Variaciones Borges.
El Centro Borges se fundó a mediados de los noventa en la Universidad de Aarhus (Dinamarca). Estaban allí dos argentinos, Iván Almeida y Cristina Parodi. Ellos fundaron el Centro para tener un medio de comunicación con otros lectores, publicaron la revista durante su permanencia y en el 2005  retornaron a la Argentina tratando de ver quién podría continuar la labor. Ahora, de algún modo, me eligieron  y   llevo editando la revista desde el número 21  en el 2006, y en el año que viene  (2015) voy a cumplir el segundo ciclo  de 10 años.

Además de publicar Variaciones Borges,  y organizar  coloquios  y conferencias, queremos dar mayor énfasis a la página web www.borges.pitt.edu  que es muy consultada desde distintas partes del mundo, incluyendo países del Asia y el Pacífico Sur, lo cual demuestra la universalidad de un autor como  Borges.

Fuente : Cambio 16 Digital
Sábado, 8 de noviembre de 2014


¿Se puede oler un cuento de Borges?




Por Santiago Eneas Casanello

Para Julián Bedel, su impronta artística es clave en la tarea de perfumista que lleva adelante

¿Se puede oler un cuento de Borges? ¿Se puede convertir una imagen poética, casi surrealista, como la de una ballena durmiendo la siesta en medio de la pampa, en un aroma? ¿Se puede respirar la exuberancia austral del Lago del Desierto – patagónico, helado, boscoso– a dos mil kilómetros? Eso es lo que se propusieron en Fueguia, la primera marca de perfumes de nicho – más sofisticados aún que los de lujo– de Sudamérica que creada hace dos años, está teniendo un crecimiento meteórico con 88 puntos de venta en 22 países y con clientes que van desde marcas de ropa como Cardón o Jazmín Chebar a Elton John, quien es un obsesivo de sus velas aromáticas o la viuda de Steve Jobs que también es fan. Y es que el concepto de Fueguia es distinto, primero porque es la única marca de perfumes de Argentina que tiene su propio laboratorio y segundo porque atrás hay una exploración muy sui generis, parecida a la de un pintor cuando crea, pero en vez de óleos con ingredientes. Y es que el tándem de socios que está al frente, Julián Bedel (36) y Amalita Amoedo (36), es un tándem de artistas. Bedel, pintor, músico, escultor, lutier, es el hijo de Jacques Bedel. Maleva conversó con él en el local de Fueguia de la avenida Alvear.

¿Cuál es el cuento de Borges que hicieron perfume?

La Biblioteca de Babel.

¿Y cómo lo pudiste reflejar en una fragancia?

Con mucho cedro, olor a papel, a encuadernación, un olor antiguo y sofisticado.

El trabajo de expresar en un perfume ideas así empalma con el del artista cuando crea.

Y, en parte sí, yo soy artista, pintor, músico y esto es como cambiar la paleta. Mi viejo también es artista y cuando nacés en una casa con un taller, lo ves laburar y vos también laburás y terminás aprendiendo cosas como, por dar un ejemplo, el tema de los pigmentos.  Yo también construía guitarras, que es más trabajo de taller y creo que el artista de taller que labura todos los días tiene un trabajo muy empírico, de observar y ver qué sucede. Y cuando empecé a componer perfumes había mucha afinidad con ese approach que le das a una composición, en sí tenés que aprenderte todos los ingredientes que son más de ochocientos treinta.

“A veces uno encuentra un ingrediente espectacular y te da la posibilidad de desarrollar un perfume solo alrededor de ese ingrediente y a veces es la inspiración de un lugar, de un concepto, desde un Tango a una obra de Borges y uno quiere reproducir eso y justamente ahí está de nuevo lo artístico, la creación. Una imagen original que convertí en perfume es la de una ballena durmiendo la siesta en la pampa.”

Fuente : Maleva- Fragmento
02/09/2013





Deutsches Réquiem o Borges y su pasión por el Laberinto




Osiris Vallejo

Piense en un ser horrible. Haga el intento de transfigurarse, de convertirse en otro. Suponga que más allá del rostro, más allá de esa máscara con que nació y que el espejo recuerda y reconstruye cada día, se oculta un demonio. Pero no un ser víctima de los azotes continuos de su propia conciencia, sino un demonio que asume su condición con toda la naturalidad del mundo; que justifica cada acto, por horrible que parezca, como si fuera el único acto posible. ¿Qué le parece el ejercicio? ¿Difícil, espantoso, horrible?

Al realizar el ejercicio anterior, cabría preguntarle qué le ha quedado: ¿el horror de quien se acerca a un abismo profundo o la curiosidad de quien se ve al espejo? La respuesta depende de su habilidad para colocarse más allá del bien y del mal o de su inexorable claudicación ante la imponente intensidad de las imágenes que perciba. Pocos son capaces de, a la hora de juzgar, colocarse en una posición de absoluta frialdad analítica. Muy pocos, repito, son capaces de tan saludable tarea.

Uno de esos pocos es Jorge Luis Borges. Con gran agudeza, utilizando la razón como principal recurso, Borges hurga sigilosamente, muy a su manera, por entre laberínticas existencias de personajes representativos de la esencia humana.

Fijémonos en uno de los relatos más característicos de Borges con el objeto de acompañarlo a una de esas aproximaciones al laberinto de la conciencia humana. Deutsches Requiem es el relato al que me refiero. Es esta una de las piezas literarias en que este escritor universal penetra con más agudeza por entre los laberínticos rincones del alma humana. El relato está narrado en primera persona. Otto Dietrich zur Linde es el narrador-personaje. Soldado defensor de la causa nazi, hecho prisionero tras el fracaso alemán en la segunda guerra mundial, es condenado a muerte “por torturador y asesino”,1 según lo manifiesta él mismo. Ya al umbral de la muerte, zur Linde enjuicia su vida, tomando como epicentro su participación en la guerra y, más importante aun, su adhesión absoluta al sueño nazi.

El lector poco avisado corre el riesgo de dejarse confundir por este relato de Borges. El título mismo está concebido para despertar suspicacias. Habrá quien piense que el autor de este texto toma partido por la causa nazi. Pero no. La mayor virtud del Borges escritor consiste precisamente en plantear posibilidades; inducir al lector a un gesto de interrogante perpetua, o circular, para usar un término borgiano. Borges pone a Dietrich zur Linde a defenderse con buenas razones... y, claro, no podría ser de otro modo. Sería una patente falta de honestidad intelectual hacerle trampas a los personajes por el solo hecho de que no comulguemos con sus posiciones o ideas. He aquí una de las pruebas de fuego de todo escritor, y Borges sale de ella invicto. Se sabe que existe una vasta literatura en que Borges se convierte en defensor del pueblo judío. Sin embargo, en el relato al que aludimos parece convertirse en cómplice del torturador y asesino zur Linde. La explicación a dicha discrepancia hay que buscarla, insisto, en la honestidad intelectual de Borges.

En Deutsches Requiem, a través de Otto Dietrich zur Linde, Borges se ve al espejo y contempla de aquel lado el trágico destino, no ya del hombre alemán, sino del hombre en sí. Se pregunta a través de la literatura qué parte del mundo murió con el fracaso alemán. Yo no condeno a Borges por esa pregunta, así como no lo condeno por ninguna otra. Este relato no es otra cosa que una interrogante visceral, un intento (y claramente un acierto) de penetrar un laberinto donde copulan dragones y palomas. Dietrich zur Linde traza las líneas argumentales de su tragedia personal (símbolo indudable de una tragedia mayor) con tal profundidad que ningún lector imparcial (ave rarísima) la tomará por superflua o poco fundamentada.

Cuenta el personaje sus antecedentes familiares, es decir, una muy comprometedora genealogía, que es ya, en cierto modo, sin que por esto adoptemos una actitud determinista, presagio de su ulterior destino. A esto se suma una sucesión de elementos acumulativos en la conciencia de zur Linde que constituyen, en cierto modo, una parábola sobre el surgimiento del nazismo. “Durante el juicio (que afortunadamente duró poco) no hablé; justificarme, entonces, hubiera entorpecido el dictamen y hubiera parecido una cobardía”, dice zur Linde. De esa manera retrata lo que es, sin duda, una obsesión alemana: la adhesión espiritual a un ideal de fuerza o poder y el rechazo casi patológico a la debilidad. Más adelante, zur Linde repetirá esta misma idea, aunque con otras palabras.

Otro elemento de la sucesión antes mencionada que hemos de tomar en cuenta (pensando siempre en Alemania como trasfondo) es el contacto de zur Linde con lo más esencial de la filosofía alemana. He aquí su testimonio: “Hacia 1927 entraron en mi vida Nietzsche y Spengler”. Nótese que dice “entraron en mi vida”, apuntando así a la influencia decisiva que ambos tuvieron en él. Para nadie es un secreto que Nietzsche, especialmente, fue, si no un arquitecto, al menos un factor catalizador del delirio de grandeza alemán.

En este relato, como en tantos otros de Borges, cada frase, cada palabra es fundamental. Cada concepto, cada acto es una pieza decisiva. Ninguna hoja de otoño desciende del árbol en vano. La alusión a Nietzsche y a Spengler no es casual. La aparente sugerencia de Borges es que debe tomarse con seriedad la influencia histórica de la filosofía alemana en el papel jugado por el pueblo alemán en tiempos modernos. Aunque, por supuesto, no vamos a cometer la idiotez, que tampoco incurrió en ella Borges, de supeditar la violencia o las ansias de gloria del alemán a la literatura de Nietzsche. Lo que sí debe subrayarse es el insoslayable vínculo entre ambas cosas. En este relato abundan los ejemplos que atan, irremediablemente, la vida de zur Linde con la concepción nietzscheana del superhombre.2

“No pretendo ser perdonado, porque no hay culpa en mí”, declara zur Linde. Cómo no pensar aquí en el muy conocido concepto de Nietzsche del criminal que no está a la altura de su acto. Para este filósofo alemán (y esto se desprende de su entera filosofía), zur Linde sería el criminal ideal, que sí está a la altura de su crimen. Éste que hemos citado es el vínculo más estrecho entre la filosofía y el surgimiento del torturador y asesino zur Linde o, lo que es lo mismo, entre filosofía alemana e historia alemana. De manera que este relato genial nos proporciona una especie de macro-visión histórica que nos hace comprender mejor el drama de Alemania.

Otro acierto de Borges en su tránsito por el laberinto de la conciencia de su narrador-personaje es la relación alemano-judía, vista a través del encuentro entre zur Linde y el personaje David Jerusalén. Si zur Linde representa al pueblo alemán, el poeta Jerusalén encarna al pueblo judío. Pero, ¿por qué escoge Borges la figura de un poeta para representar al pueblo hebreo? Dos posibles respuestas, que se contraponen entre sí, pudiéramos citar. La primera tiene que ver con la imagen del poeta ante el poder. Es decir, la condición de poeta como encarnación de la debilidad, de enfermedad del espíritu. La segunda apunta a algo absolutamente distinto, como ya he indicado: la poesía o el poeta como ente de fuerza y, por lógica consecuencia, como peligro amenazante. Aunque el contexto del relato señala a la primera de las posibilidades como la más factible, veo en la segunda cierto fundamento, o casi tanto fundamento como en la primera. Me parece que a esto alude también Borges cuando presenta a David Jerusalén como poeta. La verosimilitud que le atribuyo a lo antedicho tiene su raíz en otros relatos de Borges. Bastaría con valernos de la brevísima Parábola del Palacio,3 en la que se plantea la posibilidad de que la poesía (y en general la palabra) sea capaz, incluso, de borrar el universo y transfigurar su esencia, convirtiéndolo en un mero (¿?) símbolo.

Es también seductora otra conclusión de Borges. Esta conclusión se refiere al asunto de la relación que el alemán zur Linde tuvo con el judío David Jerusalén, a quien el primero tenía órdenes de destruir y, en efecto, destruyó.

“Ignoro si Jerusalén comprendió que si yo lo destruí fue para destruir mi piedad. Ante mis ojos no era un hombre, ni siquiera un judío; se había convertido en el símbolo de una detestada zona de mi alma. Yo agonicé con él, yo morí con él, yo de algún modo me he perdido con él; por eso fui implacable”, afirma zur Linde. Aquí Borges nos toma del cabello y parece decirnos: “Miren allá abajo; observen con minucioso rigor la génesis del espanto”. Esta cita ahonda más que cualquier otra por entre los escondrijos del alma de zur Linde, o sea del alma nazi. Es, quién lo duda, minucioso retrato de la esencia de este alegórico narrador personaje.

A través de todo el relato se halla presente una constante discursiva que se parece mucho al determinismo, pero que no lo es realmente. Se trata de la concepción borgiana de que cada cosa es lo que es porque no puede ser otra cosa. Fíjese el lector en esta cita en que Borges pone en boca de zur Linde varios ensayos explicativos sobre por qué el personaje ve su derrota, el fin, el ocaso de la pesadilla nazi, como algo casi deseable. “...me satisface la derrota, porque me sé culpable y sólo puede redimirme el castigo... me satisface la derrota, porque es un fin y estoy muy cansado... me satisface la derrota porque ha ocurrido, porque está innumerablemente unida a todos los hechos que son, que fueron, que serán, porque censurar o deplorar un solo hecho real es blasfemar del universo”. A la luz de esas aseveraciones, surge de entre las brumas de la conciencia de zur Linde y, claramente, del ingenio de Borges, una conclusión terrible: en un entramado psicológico como el que plantea Borges, el verdugo es tan inocente de su crimen como lo es la víctima. Cada personaje es lo que es porque no puede ser otra cosa. Estos juegos de Borges tienen como raíz explicativa la clara intención de hurgar minuciosamente en el laberinto de la conciencia humana.

De manera que, planteadas las cosas del modo antedicho e insistiendo, naturalmente, en que esta pasión de Borges por el laberinto es en él casi una obsesión, queda, en consecuencia, casi establecido que Borges el narrador, el intelectual, el filósofo, el artista, no toma partido más que por el proceso creativo, por el arte, por la honestidad intelectual, por las ansias incontenibles y desesperadas de entender al Otro.
  
Notas

Jorge Luis Borges, El Aleph, Alianza Editorial, España, 1999, pp. 93-103. Todas las alusiones al relato Deutches Requiem remiten a la misma fuente.

Véanse dos textos fundamentales de Nietzsche: Así hablaba Zaratustra, Biblioteca Edaf, España, 1985 y La voluntad de poderío, Biblioteca Edaf, España, 1981.

Jorge Luis Borges, Narraciones, Cátedra, Letras Hispánicas, 1994, p. 136.

Fuente  :  Letralia 122


"El Zahir", cuento esotérico de Borges




 Jessica Enriquez

El cuento "El Zahir", del célebre escritor argentino Jorge Luis Borges, está inscrito en el rubro de los cuentos misteriosos, es decir, aquellos que ofrecen cierta "dificultad" a la hora de interpretarlos, pues generalmente son extraños y ambiguos; además, el narrador suele sugerir un clima sobrenatural, sin apartarse de la realidad sino más bien deformándola. En este sentido, "El Zahir" relata la obsesión de un hombre por un "zahir", es decir, una moneda de veinte centavos de la ciudad de Buenos Aires. De igual forma, "zahir""en árabe quiere decir notorio, visible; en tal sentido, es uno de los noventa y nueve nombres de Dios; la plebe, en tierras musulmanas, lo dice de 'los seres o cosas que tienen la terrible virtud de ser inolvidables y cuya imagen acaba por enloquecer a la gente'" (Jorge Luis Borges).

Como vemos, el argumento del cuento tiene en sí mismo mucho de esotérico, de misterioso, de oculto. Además, el personaje principal acabará por volverse loco por no pensar en otra cosa que en el "Zahir"; aunque cabe la posibilidad de que estuviera esquizofrénico desde antes, personaje característico en los cuentos misteriosos.

En el relato, un narrador protagonista cuenta su historia en primera persona de una manera personal y subjetiva, nos regala un monólogo interior de sus percepciones, de sus más profundos pensamientos y de sus temores; sin duda, el escaño de intimidad es muy alto, pues nos brinda la confesión de su locura. Ese narrador protagonista, llamado Borges, es el único personaje del cuento, su personalidad es rara y comunica en todo momento un sentimiento de extrañeza; su carácter es reflexivo, mas lo inusual en ello son las cosas metafísicas sobre las que reflexiona, como una profunda meditación sobre las connotaciones de una moneda.

Todo ello nos hace pensar que el personaje sufría ya una especie de esquizofrenia antes de encontrar al "Zahir" y de enloquecer por esa causa, pues, según parece, la locura es anunciada en una especie de prolepsis, entonces, cuando el protagonista escribe su texto se supone que aún no está loco, sin embargo, sus reflexiones y la gran cantidad de imágenes que disparan los pensamientos que refiere son como una especie de aceleración o desorden mental. Incluso hace experimentos raros en los que trata de pensar en otras monedas, pero no lo consigue y va a dar al psiquiatra. El insomnio que lo atormenta y los calmantes que utiliza para dormir y no tener sueños raros son síntomas de su estado mental.

No podemos precisar el tiempo físico de "El Zahir", sabemos que el narrador comienza a escribir su texto un trece de noviembre, cinco meses después de que encontrara el Zahir; debe ser un año posterior a 1932, que es el último año que se menciona en el texto. A partir de allí ya no sabemos nada del tiempo físico hasta que el narrador irrumpe la marcha de su relato, para, por medio de una prolepsis, darnos la fecha casi exacta en la que se volverá completamente loco: "Antes de 1948, el destino me habrá alcanzado. Tendrán que alimentarme y vestirme, no sabré si es de tarde o de mañana, no sabré quién fue Borges".

Poco sabemos del tiempo psicológico, debido a la irrupción de la prolepsis, pues bien ésta puede ser parte del estilo discursivo y podemos intuir que la narración (o escritura) del texto se concluyó después de la locura total; o bien (cosa más probable), el tiempo vivencial del narrador se ubica entre la conclusión de la acción y la locura, tras lo cual estaríamos ante una prolepsis efectiva que acentúa lo misterioso del cuento y la condición del personaje

brindando una mayor eficacia al relato.

En "El Zahir", el mundo se construye a través de las percepciones que implican la intuición del espacio y el tiempo; en el universo del cuento pareciera que se fusionan, que se disuelven. La moneda es para el personaje todo el espacio y todo el tiempo; porque el espacio implica reconocer al otro, reconocer a un "no yo", "el espacio es la forma de la intuición de objetos externos que conceptuamos opuestos al 'yo'" (Enrique Anderson Imbert); estos elementos son a fin de cuentas mentales y emocionales, los conocemos en nuestro interior y es allí donde se encuentran ambos elementos, en la conciencia del personaje; para éste, la moneda es espacio porque es música, mapas, café y también es tiempo, tiempo futuro. Pienso que esta cita de Anderson es capaz de ubicar la forma del tiempo y el espacio que podemos dilucidar en "El Zahir": "(...) la percepción de los objetos exteriores a nosotros (ordenados con la forma del espacio) ocurre en nuestra intimidad (que se ordena con la forma del tiempo). El tiempo, pues, comprende al espacio. La forma del tiempo relaciona una multiplicidad de percepciones, las ordena y afirma la unidad del espíritu humano".

Fuente :  El Sol de México
10 de noviembre de 2014

João Paulo Lorenzon - Memória Do Mundo - Inspirado no universo de Luis Borges




Aos 15 anos, li pela primeira vez um conto de Jorge Luis Borges:

As Ruínas Circulares. Foi a primeira vez que senti o impacto de uma

obra de arte. Até então, nenhuma música, nenhuma pintura, nenhum filme,

 nenhum verso, tinha me comovido daquela maneira. Quando terminei de ler o conto de 8 páginas, os meus limites de sonho e realidade tinham se confundido. Minhas crenças de que a vida é cheia de sonhos e

os sonhos são bem verdadeiros  se confirmavam. Eu havia encontrado alguém com quem conversar.

Na última página do conto, logo em baixo do último ponto final, minha avó que já não era mais viva, mas que sempre foi muito viva em mim, havia escrito em caneta azul: “Lindíssimo!”

Essa palavra fortalecia meu impacto com a arte daquele escritor e fortalecia minha admiração por minha avó.

Com os anos fui lendo a obra de Borges, lendo e me transformando, lendo e me decifrando, lendo e me desconhecendo.

Chegou um momento em que eu mesmo precisei passear em seus universos.

Mundos habitados por tigres, espelhos, ampulhetas, escadas inversas, sonhos e memórias. Memórias.

Mémoria do Mundo começou como uma seleção dos meus trechos favoritos de Borges,  passou por muitos olhos, olhos que não me canso de agradecer, até se transformar em um texto que tenta, timidamente, explorar as atmosferas do escritor, tocar em algumas de suas questões, mas é, no fundo, um elogio à memória.

Foi então que encontrei Élcio Nogueira, diretor da peça, como companheiro incansável, lúcido e delirante e partimos atravessando os  desertos e os labirintos.

Obrigado Élcio, pela parceria e por nunca cortar a corda.

Sobre Borges, recordo as palavras de um outro poeta: o teu dever é não se deixar levar pelo sacrifício. O teu dever real é salvar o teu sonho.



Fuente : João Paulo Lorenzon

 



Borges ante su último laberinto: El Tiempo en “El jardín de senderos que se bifurcan”



 
“Hume ha negado la existencia de un espacio absoluto […] yo la de un solo tiempo, en la que se eslabonan todos los hechos ” * * *

“El jardín de senderos que se bifurcan es una imagen incompleta, pero no falsa, del universo” 1. Introducción Imposible es proferir una interpretación absoluta e inequívoca de los grandes cuentos que Jorges Luis Borges urdió. Nos encontramos ante una obra que usufructúa, con una eficacia sin parangón, lo canónico al mismo tiempo que, de un modo no menos contundente, elude una ligera taxonomía. Esto no debe ir en detrimento del original trabajo hermenéutico, ya definitivo, que identificó los grandes temas y arquetipos borgeanos para siempre. Sin embargo, restan intersticios no menos interesantes que aquellos, que nos aventuran hacia una nueva exploración, más de resignificación que de originalidad crítica, para encontrar los tópicos que Borges, acaso, no considero explícitamente como inspiración, pero que con su habitual lucidez prefiguró. En este trabajo nos ocuparemos de brindar una relectura del “Jardín de senderos que se bifurcan” desde dos diferentes perspectivas: una, la de la tradición filosófica y mística vinculada a los debates sobre la esencia del tiempo; otra, desde la vanguardista física contemporánea. En los ensayos de Borges encontraremos todo lo necesario para disponer de un preciso mapa de todas las doctrinas que alguna vez influyeron en el modo en que los hombres entendieron el enigma del tiempo y a eso dedicaremos una parte importante de nuestras consideraciones. No pretenderemos agotar esos arduos sistemas filosóficos sino más bien evaluarlos como elementos de contraste respecto de la ulterior interpretación que hagamos del relato que aquí estamos analizando, la que involucra a la controversial mecánica cuántica. La pregunta que persistirá en esta exposición es la siguiente: ¿Borges extiende la literatura fantástica, y con ella la metafísica en los términos de su conocida sentencia, hasta el campo científico o, más bien, es el campo científico el que se vuelve hacia la literatura fantástica? 2. El jardín de senderos que se bifurcan y sus precursores Quisiera antes de comenzar el análisis de los precursores borgeanos que dispusiésemos desde el principio de la definición que Borges brindo de lo que es un laberinto, para que así podamos ir cotejando a lo largo de nuestro trabajo si la misma es consistente, abolida o superada en

El Jardín de senderos que se bifurcan: “el laberinto ideal sería un camino recto y despejado de una longitud de cien pasos donde se produjera el extravío por una razón psicológica [...] un laberinto debe ser un sofisma, no un galimatías” . Como primera elucubración podemos suponer que esta definición no se ajusta cabalmente al tipo de laberinto que vamos a encontrar en el relato. Retomaremos esto a la hora de brindar nuestras conclusiones. Pasemos ahora al análisis argumental del cuento y los antecedentes filosóficos que en él pueden rastrearse. El jardín de senderos que se bifurcan asume la tesis la existencia de un tiempo bifurcado, superador de las formulaciones que en términos de rectas y círculos se dieron a lo largo de la historia de la filosofía, al afirmar que todas las posibilidades de un acontecimiento, incluso las que implican una contradicción, acaecerán en tiempos paralelos y simultáneos al nuestro.

Este conjunto que no agota, necesariamente, las permutaciones de todos los sucesos del universo halla su expresión en el libro-laberinto que Ts'ui Pên acometió para perplejidad de sus intérpretes. Es preciso aclarar que la posesión de dicha simultaneidad nos es forzosamente ajena pero, al menos para Borges, podríamos intuirla considerando todas las variaciones de la novela: “Crea, así, diversos porvenires, diversos tiempos, que también proliferan y se bifurcan. De ahí las contradicciones de la novela. Fang, digamos, tiene un secreto; un desconocido llama a su puerta; Fang resuelve matarlo.

Naturalmente, hay varios desenlaces posibles: Fang puede matar al intruso, el intruso puede matar a Fang, ambos pueden salvarse, ambos pueden morir, etc. En la obra de Ts'ui Pên, todos los desenlaces ocurren; cada uno es el punto de partida de otras bifurcaciones” No deberíamos caer en la interpretación trivial de considerar al El jardín… como un simple experimento de permutaciones sino como involucrando una reflexión sobre el tiempo en tanto un entramado inextricable. Ts'ui Pên, continuador de las tesis de Dunne sobre la imposibilidad de un tiempo absoluto , pretende urdir en su novela un tiempo multidimensional arrojando un resultado tan caótico como total. El modelo laberíntico que el relato deja vislumbrar es tan singular que cada red se bifurca y cada bifurcación es una red que desata otras posibilidades, permitiendo así dar cuenta de realidades simultáneas en un universo hipotéticamente infinito. El límite de esta ramificación viene dado por el lenguaje que, necesariamente, es sucesivo y del soporte impreso que acaba imponiendo una organización lineal y coherente. Disponer de alguna comprensión de un tiempo bifurcado nos compele a una propuesta reduccionista como la que Borges propone bajo la forma de una extraordinaria teoría de la lectura . Otras teorías que refutan la sucesión temporal, y que Borges examina, son las que asocian la eternidad a la mente divina. Detengámonos en una de esas aproximaciones. Platón escribió en el Timeo que “el tiempo es la imitación móvil de la eternidad”. A partir de ese dictamen, para luego refutarlo, se fundan los itinerarios intelectuales del medievo que tratarán de salvaguardar a la divinidad de la inevitable corrupción que el devenir temporal engendra. No obstante, la tradición cristiana albergará el anhelo de aproximarse a la eternidad a través de una búsqueda dialogal y nostálgica por la unidad pérdida con Dios. Ese es el lema del neoplatonismo. Partiendo de esto, y adscribiendo a las tesis de Hilton Alers Valentin , valoraremos las semejanzas entre el Jardín de senderos que se bifurcan y el Dios de San Ireneo, quien es el que irá delimitando las notas fundacionales de una doctrina cristiana de la eternidad. El énfasis, sin duda, habría que ponerlo en el debate sobre la predestinación. Esta no es más que una consecuencia lógica de la omnipotencia y la eternidad divina, que conoce no sólo todas las cosas reales sino también las posibles. La inteligencia divina sabe en una instantánea captación intelectual, sin detrimento del libre albedrío, lo que el hombre hace en sus circunstancias presentes, así como lo que podría haber hecho si las circunstancias fuesen otras. Borges comenta esto en la siguiente cita de Historia de la eternidad “Con este repetido apoyo, los modos potenciales del verbo pudieron ingresar en la eternidad… nosotros percibimos los hechos reales e imaginamos los posibles (y los futuros); en el

Señor no cabe esa distinción, que pertenece al desconocimiento y al tiempo…Su eternidad combinatoria y puntual es mucho más copiosa que el universo” Esa serie infinita de permutaciones que Dios conoce desde el no- tiempo ,que es el lugar creador que siglos después San Agustín le asignaría, se encontraría compilada en un microcosmos como lo es el extraordinario libro de Ts'ui Pên. Su lectura, que en el unidimensional tiempo de nuestra conciencia es absurda, nos revela no sólo un acceso privilegiado al dilema temporal sino, lo que es mucho más relevante, nos permite leer, o al menos entrever, la mente divina. Lo que Borges quiere comunicar con ello es que el enigma del tiempo no guarda una cabal relación, aunque no puede excluirse del todo, con un flujo representacional del mundo que se nos manifiesta, como lo juzgó Berkeley.
Es preferible entenderlo como “duración en la conciencia” próxima a la dualidad que Henri Bergson postuló, distinguiendo entre un tiempo puro o interior, que es el yo de la conciencia donde todos los estados mentales son simultáneos, y el exterior que mide el reloj, contaminado por la tradición que lo asoció a la medición del espacio . Borges adhiere a una caracterización sustancial del tiempo pero no univoca; admite la necesidad de múltiples tiempos que no suponen un vínculo causal necesario. No creemos que Borges entendiera a la eternidad más allá de una metáfora, pero ello no debe resultar en una consideración baladí de la misma, puesto que, es lúcida la estrategia que intenta clarificar la temporalidad desde su negación como un continuo o desde la superadora mirada divina. El matiz preciso que Borges describe oscila entre la eternidad platónica que se circunscribe a una selección de arquetipos, que es inferior a la realidad del mundo, y la concepción cristiana de la eternidad, más copiosa e inventiva que la temporalidad humana. 2.1 Borges y los multiversos de Everett Por razones de extensión no podemos ofrecer una reconstrucción racional de la mecánica cuántica para así poder cotejar exhaustivamente la pertinencia del aporte borgeano en esta materia.

Brindaremos, en su lugar, una paradoja que usualmente se utiliza para divulgar las controversias cuánticas. Los átomos y otras partículas subatómicas no admiten una interpretación en la que indicar el estado de la partícula se corresponda con indicar su posición y velocidad en un instante determinado porque, sencillamente, no es posible bajo los términos del principio de incertidumbre estar totalmente seguro de dichas magnitudes; cuanto con más exactitud conozco la velocidad de un electrón con menos precisión conoceré su posición y viceversa. Dicha incerteza es estructural y no un conjunto de variables ocultas. Esto termina implicando una rareza aún mayor que se ha explicitado bajo la paradoja del gato de Schrodinger: un gato ha sido colocado en una caja cerrada, de forma tal que no pueda ser observado. Existe un mecanismo que, de activarse, acaba con la vida del gato. Se dispara una partícula de la que no se sabe cuál es el valor de una magnitud llamada espín , que puede ser igualmente positiva o negativa, con igual probabilidad, pero atendiendo que son estados mutuamente excluyentes. Si el valor del espín es positivo, el mecanismo se activa y el gato muere; si el valor del espín es negativo, el mecanismo no se activa y el gato salva su vida. Dado que no se mide el espín antes de que la partícula penetre en el mecanismo, no puede decirse que ella tenga un valor positivo o negativo; la única forma de saberlo es abriendo la caja y observando si el gato ha muerto o no. En consecuencia, antes de observar el gato, y dada la incerteza que portaba el espín, deberíamos afirmar que el gato está vivo y muerto al mismo tiempo. En otras palabras, y esto es lo que conmociona, no tiene sentido hablar de la vida del gato mientras no se abra la caja. No se trata de una verdad en suspenso, sino de una verdad bifurcada entre sus dos contrarios. Podemos así resumir el lema de la mecánica cuántica diciendo que “nada existe hasta que no es observado”. ¿Es entonces la medición lo que provoca que el gato esté vivo o muerto?, ¿Es la intervención del observador que hace el experimento la que define la realidad del objeto de estudio?. Esta superposición de estados que la interpretación de Copenhague acepta sin mayor sobresalto, para muchos otros científicos involucraba un problema de medición que desbordaba uno de las teorías con mayor capacidad predictiva en la historia de la ciencia. La única solución que se aceptó a regañadientes es la tesis de Everett- Dewitt . Sucintamente puede ser expuesta de la siguiente manera: en cada medición cuántica el universo se ramifica, con una componente por cada resultado posible del experimento. En uno de los universos nuestro memoria se corresponde con el espín para arriba (o con el gato de Schrodinger muerto); en el otro, con el espín para abajo (o con el gato de Schrodinger vivo). La secuencia de las configuraciones de nuestra memoria es diferente para cada uno de los universos. De ese modo, realidades simultáneas pero en mundos paralelos parecen salvar el colapso de la función onda que implica que el átomo esté en una superposición de estados antes de ser observado y en un estado definido después de la observación.

Everett señala que el estado que no verificamos en nuestra realidad (por ejemplo, que el gato de Schrodinger está muerto) se realizará en otro tiempo simultáneo creado a partir del resultado del experimento en nuestro mundo. El jardín de senderos que se bifurcan representa así la imagen del universo tal como la concebía Ts'ui Pên y, si aceptamos la hipótesis de Everett, el mundo subatómico también participa de esa concepción: “creía en una serie de tiempos, en una red creciente y vertiginosa de tiempos divergentes, convergentes y paralelos. Esa trama de tiempos que se aproximan, se bifurcan, se cortan o que recularme se ignoran abarcan todas las posibilidades. No existimos en la mayoría de esos tiempos; en algunos existe usted y no yo; en otros, yo, no usted; en otros, los dos […] En todas las ficciones, cada vez que un hombre se enfrenta con diversas alternativas, opta por una y elimina las otras; en la del casi inextricable Ts'ui Pên, opta simultáneamente por todas. Crea, así, diversos porvenires, diversos tiempos, que también proliferan y se bifurcan” Es tal la lucidez de Borges que remarca “Crea”, tal como lo hace Everett al afirmar que un experimento crea en otros tiempos las realizaciones efectivas sobre las que no se colapso en el nuestro . La aproximación de Everett, que luego de todo este arduo itinerario es también la de Borges, no soluciona el enigma temporal sino que lo proyecta a otros mundos paralelos de los que jamás tendríamos noticias por encontrarse, probablemente, en dimensiones de orden superior .

El problema de la simultaneidad confrontado con la sucesión del tiempo queda así salvado, al menos, provisoriamente . 3. Conclusión Hemos ofrecido dos interpretaciones, en principio, diferentes del mismo relato. Lo hemos abordado desde las tesis medievales que postulan que en la eterna mente divina, preservada de la corrupción del tiempo por ocupar un lugar de prioridad ontológica respecto de aquel, se encuentran los arquetipos (esencias de todo lo real pasado y venidero que pueda acaecer) guarda semejanza con la idea de Dios representado en la sagrada escritura en tanto un libro infinito. Esto es explicado por Juan Escoto Erígena, cita recurrente en la ensayística borgeana, que entendió que la escritura admitía tantas interpretaciones como lectores del libro sagrado . Retomemos la definición inicial que dimos de Laberinto: “debe ser un sofisma, no un galimatías”. El espacio y sus laberintos asociados: “La esfera de Pascal”,

El romboide de “La Muerte y la Brújula”, La Biblioteca de Babel y “El libro de arena” son una forma del terror y la perplejidad ante lo que aparentaba ser un orden secreto, epifánico, que acaba revelándose como anatema. El costo de evitar un laberinto que sea un galimatías es la certeza de que detrás de ese aparente cosmos nos aguarda la fatalidad, el minotauro, que Borges entiende superior a la mera e inescrutable permutación del azar como destino del hombre. Esa definición normativa de un laberinto no se aplica al caótico y más infatigable Jardín de Senderos que se bifurcan, que de algún modo, es la expresión real de la libertad y sus contradicciones, la abolición de los límites físicos que impone ser esto aquí y ahora, para devenir en una existencia múltiple. Cada elección de lectura de la novela de Ts'ui Pên nos revela todas aquellas que omitimos y que abarcan las acciones que no pudimos ejecutar en ese instante. Crear diversos porvenires ante cada elección asegura que nada esencial va a perderse, que todo lo potencial va a ser actualizado, eludiendo así la trampa de un tiempo unidimensional y aproximándonos, en consecuencia, a la perfecta memoria de Dios:” Solo una cosa no hay es el olvido/Dios que salva el metal salva la escoria/ y cifra en su profética memoria/ las lunas que serán y las que han sido” , dice el poeta resumiendo su credo en estas materias. Esta sofisticada fuga del tiempo ordinario es la máxima aventura especulativa que la obra de Borges se haya propuesto. En el caso de la interpretación de Everett, creo que ha corrido menos suerte, ya que acaba siendo demasiado metafísica para los criterios demarcatorios de la ciencia, lo cual no es inconveniente alguno para Borges, que redujo “la filosofía primera” a la literatura fantástica, y ésta a una singular forma de realismo. Excede el propósito de este trabajo extenderse sobre las numerosas implicaciones filosóficas y científicas de un texto como el que con hemos comentado. Sin embargo, queda suficientemente claro que estamos muy lejos de considerarlo como la propuesta de un simple experimento de permutaciones. El Jardín de senderos que se bifurcan, como tantos otros textos de Borges, presenta una trama que involucra tanto implícita como explícitamente una reflexión sobre el tiempo en tanto un laberinto filosófico inextricable. Al observar este laberinto en la generalidad de su obra, veremos que, recurrentemente, la manera de salir de él, si es que alguna vez se sale, es por arriba, mediante la elevación poética, el único recurso que nos queda cuando ya hemos transitado los sentidos y contrasentidos de la especulación filosófica y, todavía sin respuestas para las mejores preguntas, lo único que no podemos negar es que el tiempo es algo que nos involucra y que, de una manera u otra, termina por dar un plazo a nuestra propia vida.



Bibliografía Borges, J.L., - “ El tiempo y J.W. Dunne” en Otras inquisiciones, Emecé, Buenos Aires, 2005. - “El jardín de senderos que se bifurcan”, en Ficciones, Emecé, Buenos Aires, 2000. - “Laberintos” en Textos recobrados 1931-1995, Emecé, Buenos Aires, 2001. - “La poesía” en Siete Noches, Emecé, Buenos Aires, 1980. - “Everness” en “El otro, el mismo”, Emecé, Buenos Aires, 1964. Bergson, Henri, La evolución creadora, Aguilar, Mèxico, 1963 Berkeley, Principios del conocimiento humano, Aguilar, México, 1968. Gribbin, J., En busca del gato de Schrodinger, Salvat, 1986, Barcelona Levinas, M., “La invención borgeana y la verdad científica” en Borges y la ciencia, Eudeba, Buenos Aires, 2004. Mateos, Z., La filosofía en la obra de Jorge Luis Borges, Biblos, Buenos Aires, 1998. (consultado) Martínez, G., Borges y la matemática, Eudeba, Buenos Aires, 2003 (consultado) Platón, Timeo, Gredos, 2002, Madrid.


Fuente : Escritores.org
Autor: Carlos Andrés Russo


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