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Jorge Luis Borges – “Yo quería ser el hombre invisible”

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 Fuente: Revista Crisis, Mayo de 1974, págs. 40-47.

Reportaje por María Ester Gilio

Jorge Luis Borges desayunaba. Había un rutilante mantel individual, con el diseño de la bandera inglesa, bajo el café. Su madre, una mujer frágil y pálida, lo contemplaba con expresión ensimismada o ausente.
Borges se puso de pie y me extendió su mano, que pasivamente se dejó apretar.
«Tener que vivir 97 años, no se lo deseo a nadie», dijo la madre.

-A mí me gustaría vivir muchos años.

-Cuando uno depende de otros para vivir, vivir no es agradable. Es un gran sacrificio, dijo, y se encaminó hacia el balcón con pequeños pasos vacilantes. «Me dicen que camine, yo no quiero caminar; no quiero caminar más.»
«Vaya ahora al balcón, madre», dijo Borges, y se sentó. Tenía la expresión vagamente feliz que le conozco ya de otros reportajes y que podría sintetizarse: «No me incomoda hablar, más bien me divierte».
Desde la calle, entre voces, chirriar de frenos y bocinas, subía discontinua la melodía de un tango. «No se puede vivir aquí con tanto ruido.»

-¿No le gusta el tango?

-Detesto el tango -dijo enfáticamente-. Tan sentimental. Cuando pienso en los orígenes infames del tango, inventado en los prostíbulos de la calle Junín del año ochenta, o quizás en los prostíbulos de la calle Yerbal en Montevideo, en la misma fecha. Tiene un origen infame que se nota.

-El origen de las cosas … ¿quién piensa en eso? Además poco tiene que ver este tango con aquél.

-Este es peor que aquél.

-¿Piazzolla no le gusta?

-¡Oh Piazzolla! Piazzolla qué tiene de tango, es lo último que puede haber… Bueno, en realidad, yo he tenido problemas con él.

-¿Qué le pasó?, ¿le hizo alguna letra suya?

-Sí, desgraciadamente le puso música a una milonga, pero de milonga no tiene nada.

-Cuénteme de su infancia.

-Bueno -dijo, y quedó pensativo-. Recuerdo mis largos veraneos de entonces. Algunos en la quinta de mi tío Francisco Haedo en Montevideo en el Paso del Molino, en la calle Lucas Obes, sobre un arroyo que se llamaba Quitacalzones. Mis veraneos en las estancias. Cuando chico era bastante jinete, bueno como todo el mundo.

-Como todo el mundo que pertenece a su clase.

-¿Ser jinete?

-Seguro, los chicos no son jinetes salvo que sean del campo o de clase alta. Los chicos de la ciudad juegan al fútbol.

-Eso es verdad, pero cuando yo era chico la palabra fútbol era desconocida salvo en los colegios ingleses. En cambio a casi todo el mundo le gustaban las riñas de gallos.

-¿Veía, de niño, riñas de gallo?

-Niños y mujeres no iban a las riñas. Vi más tarde.

Mientras habla se pellizca las manos, se aprieta los dedos en un gesto que repite interminable, inevitablemente. Son los gestos que corresponderían a un nervioso. Sin embargo están realizados con una tal lentitud y hay tanta desconexión entre ellos y la expresión serena, un poco ajena a todo, de su rostro, que manos y rostro parecen pertenecer a personas diferentes.

-¡Qué manos tan chicas tiene! -dije acercando las mías. Con un gesto sobresaltado retiró las suyas.

-Sí. sí… chicas. Y de golpe:

-Me gusta el campo.

-¿Recuerda con placer, verdad?

-Sí. Me gustaba nadar. Aprendí en el arroyo Ramallo. Mis recuerdos … bueno, tengo esos recuerdos comunes a todo chico. Las vacaciones en el campo, los peones.

-¿Estaba con ellos, escuchaba sus conversaciones?

-Los peones son muy parcos. Posiblemente porque se sienten distintos -dijo, y quedó pensando.

-Era un niño feliz.

-Si, tal vez. El otro recuerdo importante para mí es la biblioteca de mi padre. Una gran biblioteca con una mayoría de libros ingleses porque su madre era inglesa. Él me dejaba leer cualquier cosa.

-¿Veía bien de niño?

-Veía mal, pero los miopes ven lo que está cerca. Acercaba bien los libros y leía -dijo, y acercó las manos a la cara como si se tratara de un libro-. Yo me he educado en la biblioteca de mi padre. Como dijo Bernard Shaw: «Mi educación fue interrumpida por mis años escolares». Tal vez la educación de todos los niños es interrumpida por los años escolares, ¿no?

-Otra vez debo recordarle su clase.

-¿Usted cree? ¿Por qué?

-Porque a las escuelas van los hijos de todo el mundo. En la mayoría de los casos el maestro está en mejor situación para educar un niño que sus padres.

-Me parece horrible aplazar a alguien.

-¿Por qué pensó en eso?

-No sé. Yo soy profesor de literatura inglesa y en veinte años sólo reprobé a dos alumnos.

-¿Sería en definitiva el sentimiento de que uno no puede ser juez de otro?
-Sí… puede ser eso.

-¿O es el dolor que le da producir dolor a otro?

-Es, tal vez, la sensación de que cada uno debe salvarse a sí mismo, y aquí vuelvo a Bernard Shaw. Cuando él oía decir que Jesucristo era Dios que había tomado forma humana y se había hecho crucificar, decía: «Un caballero no puede aceptar la salvación que le ofrece otro, tiene que salvarse él mismo» -dijo y se tentó, con esa risa que nunca es mucho más que un proyecto, que muere apenas nacida-. Disculpe si la estoy escandalizando. Yo no creo en el cielo ni en el infierno, y no creo que un hecho ajeno pueda salvarme o condenarme, porque si fuera así yo sería culpable de todos los crímenes que se cometen también. Volviendo a mi infancia, esos son mis recuerdos fundamentales, la biblioteca de mi padre … Nosotros vivíamos en ese entonces en un arrabal: Palermo. El de los cuchilleros y payadores.

-¿Ese mundo de cuchilleros y payadores usted lo veía, lo imaginaba, o era una cosa sobre la que oía?

-No, no, no. Todo eso estaba muy cerca, y por demasiado cerca no me interesaba. Evaristo Carriego era amigo nuestro y venía a casa todos los domingos, pero a mí no me interesaba su poesía, me interesaban más los cuentos de Stevenson o Las mil y una noches.

-¿Qué edad tenía cuando empezó a leer?

-Yo no me acuerdo de mí mismo cuando no sabía leer. No podría decirle cuándo empecé a leer. Si no supiera que a los tres años no pude haber leído diría que siempre leí. Tanto en inglés como en español porque … ¿posiblemente estoy aburriéndola? Yo tenía una abuela criolla.

-De origen español.

-No, no, de origen criollo, a los españoles no podía verlos. Los llamaba «los godos». Y tenía también una abuela inglesa. Yo sabía que tenía que hablar de dos modos diferentes. De cierto modo con mi abuela criolla y de otro con mi abuela inglesa. Al cabo de un tiempo me fue revelado que esos dos modos de hablar, entera o casi enteramente distintos, eran la lengua castellana y la lengua inglesa. Mi abuela criolla sabía la Biblia de memoria.

-¿Fue educado en alguna religión?

-Voy a explicarle. Mi madre era católica como todas las señoras argentinas, es decir, sin entender absolutamente nada de religión. Mi padre era libre pensador, como todos los señores argentinos también. Como Spencer. Mi abuela paterna era muy religiosa, protestante. Cuando llegó el momento de la primera comunión, mi padre me dijo: «Mira, para mí es una ceremonia absurda, pero para tu madre es muy importante. ¿Querés hacer la primera comunión o querés esperar a haber llegado a alguna conclusión sobre estos hechos? Mi hermana eligió hacer la primera comunión y es católica, yo elegí no hacerla y soy libre pensador todavía, aunque eso parezca anticuado.

-¿Considera que hay algún hecho en su infancia que lo ha marcado de alguna manera a usted o a su literatura?

-Muchas cosas. Las espadas de mis abuelos por ejemplo.

-¿En qué sentido?

-Provocaban mi fantasía. También el retrato de mi bisabuelo, el coronel Suárez, me impresionaba mucho. El ganó la batalla de Junín. Salió de Buenos Aires con San Martín a los dieciséis años. Cuando volvió a los veintisiete la familia no lo conocía. Y mi abuelo Borges que inició su carrera militar defendiendo la plaza sitiada de Montevideo, la plaza sitiada por los blancos de Oribe, y tenía en ese momento catorce años. Luego tomó parte en la batalla de Caseros, en la división oriental de César Díaz, y tenía dieciséis años. Después ya vino una larga carrera militar: dos balas en la guerra del Paraguay, las campañas con …

-Usted tiene una gran añoranza de todo eso. ¿Le hubiera gustado?

-Sí, sí, sí. Pero no sé si hubiera servido.

-Aparte de que hubiera servido o no. Tal vez su añoranza es también de no haber servido. Se ve en sus cuentos, en Sur por ejemplo. Ese personaje es usted mismo.

-Sí, sí. Ese es un cuento autobiográfico, en parte.

-Ahí está eligiendo su muerte. Preferiría morir acuchillado en la llanura que morir en un quirófano.

-Sí. Matar o ser muerto acaso no sea peor que envejecer, morir en la cama o sufrir la noche, dije alguna vez.

-Sufrir la noche. ¿Sufre realmente la noche? Porque leyéndolo, a veces, uno tiene la sensación de que usted siente cierta felicidad no viendo, de que eso no le pesa, e incluso al contrario. En el cuento sobre Homero, el héroe descubre que ha dejado de ver. Usted dice: «Sintió como quien reconoce una música o una voz», y luego: «Lo había encarado con temor, pero también con júbilo, esperanza y curiosidad».

-No, una cierta felicidad no. Pero yo nunca viví en un mundo visual. Por ejemplo… -dijo, y quedó callado por tan largo rato que pensé que se había olvidado de mí.

-¿Qué quiere decir con que nunca vivió en un mundo visual?

-Por ejemplo, yo sé que tengo, lo ha asegurado mi madre que no me engaña, dos corbatas. En otras épocas habré tenido más, pero nunca he sabido cuántas.

-Me parece que eso tiene más que ver con otras características suyas. Usted dice: «Nunca viví en un mundo visual». Tampoco táctil. Usted no sabe cuántas corbatas tiene porque no le interesan las corbatas, simplemente.

-Yo no sé cuál es el color de la ropa que llevo. Por ejemplo me ha sucedido de estar enamorado de una mujer, muy enamorado, este… este… y no poder imaginármela bien.

-Explíqueme qué quiere decir exactamente.

-Imagino el ambiente de ella, la felicidad de estar con ella. Eso sí lo imagino. Pero si me preguntan el color de sus ojos, la forma de la nariz o de su boca, yo no sabría contestar.

-¿Entonces lo que le llega de una mujer qué es? ¿Su manera de hablar por ejemplo?

-¡Ah, no! pero… pero…

Otra vez volvió a distraerse. Le dije:

-Estábamos hablando de las mujeres. De las mujeres que lo enamoran.

-No, pero es que yo creo que hay algo misterioso ahí, aun en el tema de la inteligencia. Uno va a una reunión, uno conversa con varias personas. Entre esas personas hay una que hace observaciones agudas y hay otra que no dice nada o que dice trivialidades. Al salir uno piensa: fulana de tal es una imbécil y la otra es inteligente.

-¿Cuál es la inteligente, la que dijo las cosas agudas o la otra?

-No, la que no dijo nada. Uno ha sentido la inteligencia de un modo misterioso. En cambio una persona puede decir cosas inteligentes y dejar la impresión final de que es idiota. Posiblemente eso ocurra porque una persona brillante es fácilmente una persona vanidosa, entonces uno siente antipatía por ella, ¿no? ¿Qué le parece si dejamos?

-¿Así de golpe?, ¿por qué?

-Me parece que estoy hablando demasiado.

-A mí me gusta oírlo. Lo que usted no quiera que diga no voy a decirlo.
¿Quiere que borre todo lo que acaba de decir sobre las mujeres?

Muy fastidiado:
-Usted puede decir lo que quiera.

-Bueno. ¿Quiere seguir?

-¿Usted prefiere?

-Por supuesto.

-Siga entonces.

-Me decía que no podría describir físicamente a la mujer que ama.

-Sí. Eso es todo.

-Veamos algunas de las constantes de su literatura: las bibliotecas. Usted ha vivido la mayor parte de su vida entre bibliotecas, la de su padre, la Nacional… ¿en qué momento escribió esas historias de bibliotecas?

-Mientras trabajaba en la de Almagro. En la Nacional comprobé que estaba rodeado de novecientos mil libros, un paraíso de libros que me estaba negado porque no podía leer. Sólo leía las carátulas, los títulos. Ahora ni eso. Lo único que veo son sombras, bultos, luces, el color blanco y el color amarillo.

-¿Cómo se sintió cuando se dio cuenta que no podía leer más?

-Cuando sentí eso fue allí, en la biblioteca. Un día me di cuenta de que sólo veía las letras muy muy grandes. Entonces recordé una frase del filósofo alemán Steiner: «Cuando algo concluye -no sé, una mujer lo deja a uno, o lo que sea, o se pierde la vista- uno debe pensar que empieza algo nuevo». Claro que ese consejo es un poco inútil porque uno sabe lo que ha perdido y no sabe lo que comienza. Con todo, yo dije: «Aquí va a empezar «algo».

-¿En el momento en que sintió que había perdido la vista?

-Sí.

-Usted lo relata en el cuento de que le hablaba: «Una terca neblina le borró las líneas de la mano, la noche se despobló de estrellas»

-Sí, hablando de Homero. Entonces volví estudiar anglo-sajón, inglés antiguo. Más tarde comencé a escribir con una amiga un libro sobre Spinoza y además, ahora, estoy corrigiendo mi obra que Emecé publicará completa. Tengo 74 años y mis facultades imaginativas e inventivas están mermando.

-Usted siente eso. ¿O lo dicen sus críticos?

-No, no. No sé. Tal vez lo dicen mis críticos. Yo siento eso. Bueno, voy a hacer algo que no requiera esas facultades.

-¿Qué entiende por corregir sus obras?

-Lo que en general se entiende por corregir. Además pienso dejar caer ciertas cosas que no me gustan.

-¿Qué cosas? Cosas enteras no.

-Sí, cosas enteras sí. Estoy tratando de hacer un libro que me desagrade menos que los anteriores. Hay ciertas composiciones que voy a dejar caer del todo porque me parecen muy sensibleras, muy tontas.

-¿Qué por ejemplo?

-No, no es cuestión de hacerles propaganda. Libros enteros voy a dejar caer, porque no me gustan, me parecen ridículos.

-¿Será un buen crítico de usted mismo?

-No sé, pero soy el único crítico de que dispongo.

-Por lo menos con un criterio que usted respeta…

-Bueno, después de todo yo escribí esas cosas con mi criterio también. Suponga que yo estoy escribiendo y se me ocurre hacer alguna modificación. ¿Por qué no voy a usar ese mismo criterio dos años después? Eso es propiedad mía y yo mismo no me voy a hacer ningún pleito.

-¿Cómo se siente cuando piensa que dejará una obra tan vasta?

-De esa obra se encargarán el polvo y el olvido.

-¿Está seguro que va a ser olvidado?

-Estoy totalmente seguro.

-¿En serio?

-Pero si lo que yo he escrito no vale nada -dijo, y su afirmación tuvo el acento de la sinceridad y la humildad no fingida.

-¿Pero usted está hablando en serio? Impaciente:

-A mí no me gusta lo que yo escribo. Tendré algunos cuentos que son buenos porque habrá algún eco de Kipling, por ejemplo.

-Pero, ¿por qué no le gusta lo que escribe? ¿Nunca le gustó o ahora mira para atrás y no le gusta?
-No sé, uno escribe lo que puede y no lo que quiere. Uno no toma la decisión de ser Shakespeare.

-Pero toma la decisión de ser Borges, y hay toda una generación que lo aplaude en varios idiomas. Una generación de críticos, de lectores.

-Ese es un criterio estadístico.

-Sí, es un criterio estadístico, pero me parece válido. No conozco un solo crítico que lo impugne. Para manejarnos hoy no tenemos muchas otras pautas objetivas.

-Con ese criterio tendríamos que aceptar todos los gobiernos que se eligen por mayoría.

-Usted, como liberal, tiene que aceptarlos.

-¿Quién dice que soy liberal? -dijo con aire quisquilloso y por un largo rato quedó callado.

No le pregunté nada. Esperé silenciosa a ver qué sacaba del ignoto pozo de su memoria. Y cuando habló lamenté largamente no haber podido seguirlo a través de sus singulares asociaciones.
Dijo:

-Estoy seguro de que no hay nada después de la muerte. Esté segura de que no hay; puede estar tranquila.

-¿Qué lo llevó a pensar eso ahora?

-Oh.

-¿Usted piensa que si hubiera otra vida caería en el infierno?

-No, ¡cómo voy a caer en el infierno! Ni en el infierno ni en el cielo. Yo no merezco ni castigo ni recompensa. He vivido como he podido. Tratando de ser una persona justa, razonablemente justa. Hay tantas cosas en el sentido contrario que yo no entiendo… Por ejemplo, la venganza no la entiendo.

-Sin embargo usted en sus cuentos suele referirse a la venganza y es posible pensar que le causa placer.

-Sí… mis cuentos… pero si una persona que me ha hecho una injuria y yo tengo motivos de resentimiento la olvido casi enseguida, de modo que yo no estoy peleado con nadie, no le deseo mal a nadie. A nadie.

-Esa es una forma de despreciar al otro…

-Ah, puede ser, pero… pero…

-Es más útil. ¿Le parece más útil? ¿Socialmente más útil?

-¡NO!, ¡qué socialmente! Porque si usted está pensando en una persona, odiándola -todo esto está escrito, estoy plagiándome a mí mismo- usted depende de la otra, es un poco esclavo de la otra. Es su sirviente. Como un hombre cuando una mujer lo deja, lo único que puede hacer es olvidarla, porque si no se condena a sí mismo a la desdicha. Sobre todo si se vuelve sensiblero, si busca encontrarse con ella, si vuelve al barrio en que ella vive. Todo eso es molesto para la otra persona que lo sabe y desdichado para uno. Desde luego, el valor no es tan fácil. Pero cuando pasa el tiempo, el valor llega, ¿no?, porque llega el olvido. Porque la vida trae otras cosas. La realidad es muy inventiva, la realidad le trae a uno intereses nuevos y personas nuevas. Claro que para una persona a mi edad es bastante difícil; a los 74 años no es fácil esperar novedades, entonces uno tiene que inventarlas. En el 55 yo inventé el estudio del anglo-sajón y después del escandinavo antiguo.

-¿Para leer qué?

Vacila, masculla, dice dos o tres palabras ininteligibles.

-Esa pregunta no le gustó, ya veo.

-No, no, no. Sí, me gusta. Desgraciadamente de todas las naciones germánicas de la Edad Media la que produjo una literatura más rica es la escandinava. La literatura anglo-sajona, la inglesa, es rica. Pero no sabían escribir en prosa. Cuando llegué a Islandia se me llenaron los ojos de lágrimas. Me sentía tan conmovido de pensar que estaba en Islandia.

-¡Qué extraño! ¿Por qué lo conmovía tanto Islandia?

-Hablan la lengua como hace siete siglos. Desprecian a los noruegos y a los suecos porque su lengua se ha deformado. Fui en otoño, el sol estaba muy bajo en el horizonte. La luz era la que correspondería a nuestro atardecer. Además es un país de clase media. No hay ni grandes miserias ni grandes fortunas. Para mí la clase media es una clase superior. La aristocracia es muy parecida al pueblo.

-¿Sí?

-En todos los países.

-¿En qué se parecen?

-Son muy nacionalistas y el pueblo también lo es. Les da por las mismas cosas. Les interesa el lujo, las carreras.

-¿De veras? Pero, ¿qué es lo que le encuentra de bueno a la clase media? Es la clase que tiene más miedo a los cambios. La que está más llena de trabas, la más conservadora.

-¡Y está bien que sea conservadora! Cuando me invitaron a México -dijo, y cayó en la distracción más total.
Al cabo de treinta o cuarenta segundos volvió a hablar.
-Yo… si pudiera irme…

-¿A dónde? Cambiando la voz:

-No sé… para otra parte.

-¿Le gustaría irse a vivir a otro lado? Muy pensativo:

-No, me gusta Buenos Aires, porque viajar… para un ciego…

-Pero querría irse.

-Yo creo que voy a terminar quedándome aquí.

-¿Sí?

-Sí, yo quiero mucho a Buenos Aires, aunque es una ciudad tan fea.

-Buenos Aires no es fea; es muy parecida a París.

-París es muy fea y Buenos Aires también. Mire Florida, con esas tinas que le han puesto en el medio. En México, por ejemplo, la gente es mucho más educada que aquí.

-Esa debe ser una impresión de viajero.

-En México nadie levanta la voz. En una reunión había una señora que hablaba a gritos, me acerqué: argentina. Noticias policiales casi no hay.

-Pero, ¿cómo me va a decir eso?

-Además, ¿usted cree que allá se comen picantes?

-Sí.

-No, ellos comen a la manera americana -dijo, y otra vez se distrajo. Finalmente:
-Me acuerdo del reto que me dio mi padre el día que le conté que había estado en el mercado del Abasto y había comido chinchulines y parrillada. Me dijo: «¡Pero no te da vergüenza a vos?, ¡un criollo comiendo esas cosas! Esas cosas se reservan para los mendigos y para los negros. Ningún señor come esas cosas». La verdad es que son inmundas. Son las vísceras de los animales, la parte más innoble.

-Es muy interesante lo que decía su padre. Conocer a los padres de alguien puede a veces aproximarlo a uno a explicaciones de cosas que parecían incomprensibles.

-Bueno, pero estamos apartándonos del tema, ¿en qué estábamos?

-Usted me contaba de cuando dejó de ver.

-Yo era un buen latinista, y siento haber perdido el latín, es una lástima, un idioma tan lindo, y actualmente no lo sé. Sin embargo debería insistir, ¿no? -murmura algo ininteligible y dice «¿Qué estamos haciendo? Estamos hablando una especie de cocoliche del latín, el idioma español es una especie de cocoliche del latín».

-Pero a esta altura nuestra lengua ya tomó su camino.

-Yo pertenezco a la Academia y es muy malo eso de amontonar palabras. Cuanto menos palabras tenga un idioma mejor.

-¿Ah sí?

-¿Qué ventaja puede haber en que tenga muchas palabras?

-Las palabras dan matices.

-Es que no dan matices.

-¿Cómo que no?

-Solamente acumulan nomás. En América tenemos una ventaja y es que, fuera del Brasil, hablamos el mismo idioma. Lo que debería hacer la Academia es eliminar diferencias: no incluir ni americanismos ni andalucismos.

-¿De qué serviría? A la lengua no le importa la Academia.

-Los que están echando a perder el idioma son los diarios. Hablan de una misma persona y la llaman de un modo diferente: el señor fulano en una línea, el primer mandatario en otra, el señor presidente en otra. Si la persona no ha cambiado, por qué hacerse el genio nombrándola de maneras diferentes. Yo estuve en México y no tuve ninguna dificultad de entenderme con nadie. Hablaba con todo el mundo, todo el mundo me entendía. En cuanto a todo eso de «chamaco, mira tú» está sólo en las películas. Sin embargo la Academia se pasa incorporando argentinismos y americanismos. Una vez le echaron en cara a Roberto Arlt su ignorancia total del lunfardo. Bueno, dijo él, yo me he criado en Villa Luro, allá en los arrabales, junto a la gente pobre, entre malevos, y no he tenido tiempo de estudiar el lunfardo. Imagínese que alguien en la conversación dijera: «Fulana era un mosaico diquero» o «La rantifusa milonguera». Yo he sido amigo de muchos orilleros, hasta de cuchilleros también, y jamás les he oído decir una palabra en lunfardo.

De pronto como con un golpe de impaciencia:

-Bueno, ¿qué otra cosa quiere saber?

-Cómo se da la situación de escribir entre dos. No le pregunto por libretos, porque me parece más fácil. Digo un libro serio.

-La única manera de hacerlo es olvidar que son dos.

-¿Cómo puede ser eso, cómo puede olvidarse?

-Si uno tiene amistad con la otra persona, acepta la idea del otro cuando es mejor y no quiere imponer la propia por vanidad. Uno piensa simplemente en la otra idea. Si usted me pregunta a mí cuál frase de los libros hechos con Bioy es mía o de él, yo no sé. Él tampoco sabe.

-Pero en la práctica, ¿cómo ocurre eso?

-En la práctica dedicamos dos o tres noches a estudiar el argumento.

-¿Nunca va saliendo a medida que escriben?

-Ah, no, no.

-¿Y cuando el cuento lo escribe solo?

-Cuando yo escribo un cuento solo, sé muy bien cuál es el principio y cuál es el final, lo que ocurre en el medio me va siendo revelado a medida que escribo.

-Usted siempre utiliza la palabra revelado. «Me fue revelado», como si una voz ajena a usted le dictara.

-No, es como si el cuento ya existiera y yo fuera viéndolo cada vez más cerca. Al principio lo que veo es una forma general vaga, con más claridad en las dos puntas.

-Onetti me dijo una vez: «Sé lo que va a pasar, no sé cómo va a pasar».

-Viene a ser lo mismo. A veces me ha ocurrido con un cuento que he escrito dos páginas y de golpe me doy cuenta de que las cosas no sucedieron así. Entonces las borro y vuelvo para atrás.

-¿Cuánto le lleva escribir un cuento?

-Mucho, mucho. Escribo muy lentamente. De un tirón hice uno que se llamaba… espere … espere… El cuento de un hombre que sueña con otro…

-«Ruinas circulares».

-Sí, ese cuento lo hice en una semana, lo cual para mí es una gran velocidad.

-¿Qué le pasa con la poesía?

-La poesía la trabajo mucho. Cuando termino un cuento o un poema lo dejo, no los nueve años que recomendaba Horacio, pero sí nueve días. A mí me cuesta mucho escribir.

-¿Nunca se propuso escribir novela?

-Novela no, no. No; sé que es un esfuerzo inútil, pues antes del capítulo cuarto la abandonaría. No se pueden escribir trescientas páginas valiosas. La novela terminará por desaparecer. La mejor novela tiene largas parrafadas inútiles, destinadas simplemente a servir de puente entre un episodio y otro, verdadero relleno.

-¿Usted cree que el problema de su vista ha influido en sus temas?

-No en la elección. Ha influido en otros sentidos. Ha influido en la mayor sencillez con que escribo. Hay palabras que uno se atreve a escribir y no se atreve a dictar porque las considera rebuscadas. Yo creo escribir ahora de un modo más sencillo. Con una sintaxis que se parece más al lenguaje oral. Claro que eso cambia según las personas. En el caso de Henry James, él se acostumbró a dictar y como era un conversador brillante se le ocurrían frases larguísimas.

-Su problema determinó en definitiva modificaciones de tipo formal.

-Sí. Yo soy una persona muy torpe para la expresión oral, por eso tengo tendencia a abreviar, en cambio Henry James no. Era un hombre que hablaba muy pomposo, entonces cuando caminando de una punta a la otra de la pieza se sentía…

-Genial.

-Sí, genial, le salían párrafos de media página.

-Nunca pensé que una circunstancia exterior pudiera modificar un estilo. Cuando yo le hice la pregunta me refería más bien a su visión del mundo que se refleja en sus obras. Pensé que sus obsesiones literarias eran las de alguien a quien se le fue cerrando uno de los accesos al exterior.

-No, no.

– Recuerdo una conferencia suya; usted dijo: «Las casas son para mí laberintos»…

– Sí…pero siempre fueron laberintos, no sólo cuando dejé de ver.

– Su mundo literario con espejos, tigres…

-Cuchillos.

-…cuchillos, ¿no es el específico mundo que recrea alguien que sólo ve luces, sombras … ?

-No, no, no. ¿Usted sabe? Actualmente trato de huir de ese mundo para no parecerme demasiado a Borges; cuando hago una frase muy característica mía la tacho.

-¿Por qué?

-Para que no digan: acá está Borges, repitiéndose a sí mismo.

-También pueden decir: «Acá está Borges en la búsqueda de algo nuevo que no puede compararse, evidentemente, con lo anterior».

-Bueno, eso no me importa. Se han escrito no sé si cuarenta o cincuenta libros sobre mí. De esos cuarenta o cincuenta libros yo he leído uno solo.

-¿Realmente no le importa lo que dicen de usted?

-No me importa.

-¿Así que este reportaje no lo va a leer?

-No lo voy a leer, dijo y me preguntó si podía volver al día siguiente, pues eran ya las dos de la tarde.

-Sí, puedo, pero mañana es Navidad.




-¿Pero puede venir?

-Puedo, sí.

-Entonces venga.

Cuando llegué, al día siguiente, Borges se despedía de un amigo. Mientras esperaba, recorrí lentamente los muebles construidos con viejas maderas ya casi desconocidas u olvidadas: raíz de caoba, nogal, haya. Porcelanas, seguramente inglesas, ocupaban su sitio en los estantes, parecía que desde siempre y para siempre. Su madre, como una sombra indecisa, caminaba en uno y otro sentido por el corredor. Una irredimible melancolía, que no aventaban el sol ni los ruidos alegres del verano, llenaba la casa hasta todos los rincones.
El amigo se fue y yo me senté. Así recomenzó la absurda ceremonia.

-¿En cuál de sus historias le parece que usted está más presente de una manera consciente? Ya me lo contestó, pero quizás, quiera extenderse.

-En todas ellas. Aun en las fantásticas porque en ellas me siento más cómodo. Estoy narrando una historia que sucede en otra época, en otro país, puedo soltarme. El lector no tiene por qué suponer que hay allí nada personal. En cambio si estoy hablando de un hombre de ahora y lo describo parecido a mí, el lector puede rastrearme a mí mismo y yo me inhibo.

-Es decir que a través de lo fantástico usted puede dar rienda suelta a lo que quiere decir.

-Sí, yo creo que en definitiva todo lo que uno escribe es finalmente autobiográfico. Sólo que eso puede ser dicho, «nací en tal año, en tal lugar» o «había un rey que tenía tres hijos».

-En varios de sus cuentos, en El ajedrez o en El condenado a muerte, aparecen pesadillas e insomnios. ¿Tiene eso relación con su vida concreta?

-Sí, yo tengo ahora pesadillas casi todas las noches.

-¿Pesadillas? ¿Usted tiene pesadillas?

-Usted me acaba de preguntar por las pesadillas, ¿de qué se sorprende?

-Pensé que me iba a decir: «nunca he tenido pesadillas».

-No era lógico.

-¿Cómo son esas pesadillas?

-Contadas no son horribles, pero soñadas sí lo son.

-Cuénteme.

-Noches pasadas soñé con un señor alto, rubio, muy paquete, a la manera del siglo XIX. Y yo sabía que él era inglés, como uno sabe las cosas en los sueños. Ese señor tenía melena y una cara que era casi la de un león. Un semicírculo de personas que tenían un poco cara de leones, aunque menos que él, lo rodeaban.

-A mí me parece un sueño bien extraño.

-Y él vacilaba. Todo eso estaba fotografiado en un gran cuadro y abajo decía: «Leones». Y había otro señor, de espaldas a mí, que gesticulaba y daba testimonio de todo lo que pasaba en el cuadro. Él era judío y yo lo sabía, como uno sabe las cosas en los sueños, sin que se las digan. Ese señor estaba en el medio, así, enamorado.

-¿Enamorado?

-Sí, y alrededor de él ese semicírculo de personas todas vestidas como él, con melenas y barbas. Algunos, yo me di cuenta, casi no tenían cara de leones. Simplemente buscaban ese puesto y se habían caracterizado. Eso contado no tiene nada de particular.

-¿Y qué será lo que lo angustia tanto, entonces?

-Bueno, eso es lo que yo no sé, pero me desperté temblando.

-¿No le buscó una explicación?

-Como usted ve, en sí ese sueño, es disparatado, pero no terrible. A mí no me amenazaban esas figuras. ¿Cómo? ¿Cómo?

-No, nada. Yo no dije nada. Quisiera saber qué es lo que le resultaba tan terrorífico. ¿Qué interpretación le daría usted al sueño?

-¿Yo? Ninguna. Yo creo en lo que decía Coleridge, el poeta inglés, que en la realidad los hechos producen emociones. Por ejemplo, si entra aquí un león uno siente miedo, o si se le apoya un animal en el vientre, siente opresión. Pero en los sueños uno empieza por una emoción, luego de un modo dramático inventa una explicación.

-Que es el sueño.

-Sí. Es decir que yo dormido por alguna razón sentí miedo o sentí horror, y entonces inventé esa explicación disparatada.

-El sueño sería una explicación a su miedo.

-Sí.
-Que usted mismo se da.

-Sí, yo le podría contar muchos otros sueños.

-Cuénteme, entonces.

-No, no, no. He elegido éste porque precisamente, en sí mismo no es terrorífico, es disparatado. Imagínese el desatino de una persona que tiene cara de león y busca un acompañante parecido a él.

-La verdad es que yo no lo encuentro tan inocente, lo encuentro bastante terrorífico.

-No, no es terrorífico. Simplemente es raro. Posiblemente si uno viera un cuadro…

-Esos tipos, con caras de leones vestidos de personas …

-¡Es que eran personas! Lo único que tenían de leones era la cara. Y este señor tenía un bastón muy lindo, estaba vestido de negro, creo que de frac, no estoy seguro de ese detalle. Este sueño en sí no es horrible, sin embargo cuando lo soñé era una pesadilla, y cuando desperté estuve unos minutos aterrado, hasta que pensé que ante todo el sueño no era terrible, que además era un sueño. En cuanto me di cuenta de eso me quedé dormido a los cinco minutos

-¿No sufre de Insomnio?

-He sufrido mucho de insomnio y he escrito un cuento que refleja eso.

-Por eso le preguntaba. Pensaba en Funes el memorioso.

-Ese cuento … voy a contarle un detalle que quizás pueda interesarle. Yo padecía mucho de insomnio. Me acostaba y empezaba a imaginar. Me imaginaba la pieza, los libros en los estantes, los muebles, los patios. El jardín de la quinta de Adrogué, esto era en Adrogué. Imaginaba los eucaliptus, la verja, las diversas casas del pueblo, mi cuerpo tendido en la oscuridad. Y no podía dormir. De allí salió la idea de un individuo que tuviera una memoria infinita, que estuviera abrumado por su memoria, no pudiera olvidarse de nada y por consiguiente no pudiera dormirse. Pienso en una frase común: «recordarse», que es porque uno se olvidó de uno mismo y al despertarse se recuerda. Y ahora viene un detalle casi psicoanalítico: cuando yo escribí ese cuento se me acabó el insomnio. Como si hubiera encontrado un símbolo adecuado para el insomnio y me liberara de él mediante ese cuento.

-Como si escribir el cuento hubiera tenido una consecuencia terapéutica.

-Sí.

-¿Qué soporta mejor, su oscuridad de antes o su situación de ahora con medallas, honores, los periodistas que lo acosan?

-Recuerdo que cuando yo era chico mi padre me regaló El hombre invisible de Wells y me dijo: «Aquí tenés este libro que es muy bueno. Yo querría ser el hombre invisible».

-¿Dijo él?

-Sí, y además lo soy, dijo, porque nadie me conoce. Yo siento eso.

-¿Qué es lo que siente?

-El deseo de ser el hombre invisible.

-¿Le molesta la fama entonces?

-Sí… Yo he vivido diez días en Escocia. Uno de los países que más quiero. Viví en casa de un poeta amigo mío. Entonces yo conocí a sus amigos. Salimos a caminar a la orilla del mar. Uno sabe que del otro lado del mar está Noruega. De algún modo fui un ciudadano escocés. Pero estando una semana en México he participado en mesas redondas, en reuniones de periodistas, en conversaciones con políticos, y a mí no me interesa la política …, no sé hasta dónde puedo decir ahora que conozco México. Probablemente no lo conozco nada, además estando ciego… México es un país muy culto donde nadie alza la voz. Y en Montevideo, ¿usted ha observado que cuando habla por teléfono y pregunta: «¿Hablo con la familia tal?», le contestan: «Es verdad».

-Sí.

-Porque decir sí les parece demasiado brusco, breve. ¿Usted no ha visto que entre paisanos o entre malevos, la manera de negar algo, y eso ya es bastante fuerte, es «Usted lo dice»?

-Como diciendo …

-Usted lo dice, yo no me responsabilizo. Parte por cortesía y parte por el deseo de no decir cosas violentas.

-Sí, seguramente. En su literatura hay psicologías muy bien relatadas que se refieren a personajes fantásticos.

-Usted lo dice.

-Yo lo digo. Pero cuando se trata del hombre real la descripción es más somera, ¿a qué atribuye eso? Es como si el hombre real siguiera siendo una invención.

-No sé, puede ser, no sé. No había pensado en eso. Tiene cierta lógica eso. Es natural que sea así. Yo le digo a usted: Fulana de tal caminaba por la calle Chacabuco. No precisa que se la detalle porque usted conoce la calle Chacabuco. Si yo elijo hacer una escena fantástica preciso ser un poco detallado.

-Bueno, fíjese que al contestarme eso está corroborando indirectamente lo que acabo de decirle. Yo le hablaba de personas, no de cosas.

-Puede ser, pero en todo caso es inconsciente.

-¿No habrá alguna forma de lejanía entre usted y sus contemporáneos? ¿Alguna incapacidad de acercamiento?

-No, yo no creo. Soy un hombre que tiene muchos amigos.

-Yo no dudo de eso, pero es muy claro que usted está realmente ajeno a los problemas de la sociedad en que vive.

-No tengo la vanidad de creer que puedo resolver los problemas de mis contemporáneos.

-Esa vanidad le crearía obligaciones que seguramente no desea asumir.

-Mi escepticismo me impide crearme tales obligaciones. Usted debería ya saber que soy un escéptico; un escéptico no se propone vaguedades tales como salvar a sus contemporáneos. ¿Qué otra cosa quiere saber?

-¿Usted se ha dado cuenta de que en su obra hay una gran ausencia de mujeres?

-Será porque he pensado tanto en ellas, en realidad.

-Quiere decir entonces que no se debe a una actitud de misoginia.

-Noooo, yo le doy demasiada importancia a las mujeres, demasiada.

-¿Sí?

-No, a ellas no. A ella, a una en particular.

-A una cuyos ojos no puede describir. Una niñita que acaba de llegar atraviesa la terraza y se detiene en la puerta del living.
-Ahí tiene un lindo ejemplar de cuatro años.

-No la veo. ¿Dónde?

-En el balcón.

-No la veo, no la veo.

-Casi no hay mujeres en sus cuentos.

-Les he escrito cientos de poemas.

-Escribirles poemas serviría para negar su misoginia, pero no su particular visión de las mujeres. Son muy pocas, y cuando las hay, cumplen roles adjudicados regularmente a los hombres. Estoy pensando, por ejemplo, en la mujer que va a matar a su patrón.

-Ese cuento me lo dio Cecilia Ingenieros, ella inventó el argumento y yo lo escribí. Aunque a mí no me gustan las historias de venganzas porque la venganza me parece horrible. La venganza es un error, no sirve de nada la venganza. El pasado no se modifica, y entonces ¿para qué? Los hombres vengativos para mí tienen algo de femenino. La gente vengativa no es gente fuerte. El olvido es lo único, y el olvido al mismo tiempo es una forma de perdón, porque si se perdona y se recuerda no se perdona del todo. Si usted le perdona a una persona algo y está pensando todo el tiempo en la ofensa, no es verdad que perdonó.

-Los problemas del perdón y la venganza le preocupan mucho. Ya me habló, por lo menos, dos o tres veces del tema.

– Hum…

-Ahora, creo que siempre se refiere al perdón y la venganza en una relación de amor.

-Hum.

Sube desde la calle un ruido de campanillas de Navidad mezclado con gritos y bocinas. Por un momento quedamos en silencio.

-Queensy dijo que la Navidad es un día particularmente triste porque obliga a la gente a simular alegría. Ahora, ¿por qué le hacen caso a la Navidad? no sé. Con el tiempo quizás desaparezca.

-¿Por qué le atrae tanto la novela policial?

-Actualmente ya no me atrae.

-¿No le atrae porque decayó o porque usted personalmente no se siente interesado?

-No, no, no. Porque no me siento interesado en los problemas de la novela policial. Porque no puedo sentirme interesado.

-¿Qué es lo que le atraía antes, entonces?

-Lo que me atraía de la novela policial era que de alguna manera estaba defendiendo lo clásico, el orden. Mientras que la literatura de cierta época y quizás también la de ahora tienden al caos. Piense que Ionesco es considerado un gran dramaturgo. En una novela policial el autor no puede permitirse juegos con el tiempo, incoherencias, o contar dos historias simultáneamente. Como Faulkner en Las palmeras salvajes. ¿Qué es lo que él consigue con este inocente juego?

-No sé, creo que busca alguna forma de paralelismo.

-No sé si existirá alguna forma de paralelismo. Si eso es lo que buscaba lo hecho de una forma más sutil que jugando con un medio tipográfico. Volviendo a la novela policial, ésta estaba a su modo, salvando ciertas reglas clásicas. Ahora cualquier persona escribe una novela diciendo: «Fulano de Tal se levantó, se sentía un poco triste. No sabía por qué. De pronta recordó: era por lo que había ocurrido entre él y Fulana en la víspera». Después, por ejemplo, lo hacen encontrarse con amigos. Describen dos o tres meses. Al cabo de un tiempo hay uno de ellos que hace una caminata por la ciudad. Otros han tenido conversaciones sobre temas políticos con los amigos y ¡hasta puede haberse suicidado alguno! Y de ahí sale una novela. Una novela que no sirve para nada, un mamarracho. En cambio en una novela policial todo está ordenado. De cualquier modo, luego empecé a sentir lo que dice Stevenson, que la novela policial deja la impresión de un mecanismo, que puede ser ingenioso pero que, al fin de todo tiene algo muerto. Y lo único posible es salvarla mediante los caracteres, pero entonces de la novela policial se pasa a lo psicológico y se pierde el género. Actualmente creo que ya no toleraría una novela policial. Porque ocurre, entre otras cosas, que hace un tiempo fundamos con Bioy Casares el Séptimo Círculo. Con ese motivo tuvimos que elegir los cien primeros volúmenes y para eso leímos una cantidad enorme de novelas policiales. Bueno, hasta que se dieron cuenta de que no nos precisaban. Yo le había dicho a Adolfito: «Mira, el día que se den cuenta de que el «Tíme’s Literary Suplement» tiene una sección dedicada a la novela policial, que no tienen más que buscar allí a los autores que ya han publicado para encontrar material, nos van a echar. Y eso fue lo que sucedió. Ellos han seguido haciéndolo y lo han hecho muy bien. Aunque ahora está sustituido por la ciencia-ficción.

-¿Le interesa la ciencia-ficción?

-Sí, pero lo mejor creo que es lo más viejo.

-¿Bradbury?

-No. Wells. Los primeros hombres en la luna, La máquina del tiempo. El hombre invisible, La isla del doctor Moreau.

-¿Conoce a Bradbury?

-No solamente lo he leído, sino que prologué la traducción de su novela Crónicas marcianas. En Bradbury lo más importante como invención mágica es su tristeza. El tedio, la melancolía, la inutilidad. Bueno, pero en general yo creo que sucede con todo. Pienso en Wells. Wells era un pobre muchacho desconocido, tuberculoso, de familia muy humilde. Y tuvo la sensación de que no estaba rodeado de seres humanos sino de fieras. Eso lo llevó a la invención de la novela. Es decir que la invención fantástica deriva de su experiencia personal. Yo creo que, en general, cualquier forma literaria, cualquier cuento tiene su parte imaginativa, pero siempre es una proyección de estados de alma.

-Toda obra de arte sería, en definitiva, una confesión.

-Claro, ahora es mejor que no se note y que sea aceptado como una invención. Es decir que si uno en un poema romántico dice que se siente solo y que la humanidad es feroz, eso es…

-Una lata.

-Sí. En cambio inventando toda esa idea de un individuo que llega a una isla y nota algo raro en los hombres y descubre finalmente que esos hombres han sido animales transformados en hombres, eso ya tiene otro valor. ¿No estoy hablando mucho.

Fuente: El Historiador





ENCUENTRO CON BORGES EN DOLORES

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DANIEL ORONO                                                                                                                                      
Supe de su llegada al pueblo desde el primer momento, creo que el núcleo generador de su llegada me hizo partícipe de la conmoción de inmediato ( Diego, o Gabriela Siccardi o tal vez Chiquito , gente de Cultura , o no sé quién o todos a la vez ).

Su presencia física fue quizá uno de los momentos más intensos que me otorgó el haber nacido en Dolores ( los otros dos maravilloso fueron el encuentro con Piazzolla, y la correspondencia con Cortázar …. ).

El domingo, posterior a su charla era espléndido y entrada la mañana alguien lo aproximó en paseo por la plaza . Borges fue ubicado a descansar en uno de los bancos que dan frente al club Ever Ready 

Era como si su impecable traje no hubiese pasado por la fatiga del día anterior. Muchos niños y adultos a una distancia prudencial lo asediaban con silenciosa veneración. Creo que Chiquito Siccardi que acompañaba sacando fotos me facilitó su cercanía. Hoy después del paso de los años no me siento participe de aquel encuentro y en realidad se me figura que tanto desee aquello, que por insistencia imaginativa hoy perduran conmigo unas inciertas fotos en las cuales Borges esta junto a un muchacho desconocido (Al ver las imágenes se confirma esto).

Recuerdo , o imagino , que sin saber por dónde entrarle, y teniendo conmigo dos de sus libros “La rosa profunda “ y “La moneda de hierro “ , le interrogue por el origen de “ Ein traum “, un extraño poema que él intentaba aclarar en la nota final del libro..

Para mi decepción ratificó lo mismo que escribió en sus notas, con el agregado displicente de haber sido un mero capricho el publicar aquel sueño. Mi inmadurez literaria y su coloquial predisposición me dejaron mudo sin saber cómo seguir ante tanta comodidad. Paso él, a modo de confesión, del sueño de Kafka al sueño que había tenido en el Plaza Hotel la noche pasada . Según me dijo “La cierva blanca” era recurrente y soñarla era muy grato ya que podía volver a ver y en colores ( esto que en su momento lo atesore como una revelación privada , años después me entere, desencantado, que lo manifestó muchas veces públicamente, cuando felizmente le ocurría ) .

Me preguntó a qué me dedicaba. Le informe – con cierto temor y vergüenza – que estudiaba un profesorado en literatura y castellano en el pueblo , y que casualmente estaba preparando un examen de Latín en donde , entre otras cosas que le enumere ,debía leer la Egloga IV de Virgilio ,. Esto fue motivo para disculpase ante mi por su descuidado latín ( creo hoy que había perfeccionado tanto la ironía que llegaba a confundirse sin agravios con la humildad ) , y fue entonces cuando comenzó a recitarme varios versos hasta encontrar en su memoria la cuestión del nacimiento del niño . Me recordó autores y bibliografías (que jamás oí) que confrontaban interpretaciones diversas para aquel misterio.

Mientras discurría su maravillosa y blanda erudición ante mi evidente ignorancia jamás me hizo sentir ni menospreciado ni agredido. En todo momento trataba a su interlocutor con una cálida respetuosidad que estimulaba al intelecto. Pude vivenciar en aquel momento que sus seniles modos no le impedían fluir con feliz intensidad por la literatura. Alguien o algo lo distrajeron de esta virgiliana ensoñación para caer en algún requerimiento más social. Se despidió deseándome suerte en el examen y creo que me aleje tan sobrepasado que ni atine a agradecérselo ni mucho menos solicitarle la firma en los ejemplares de sus libros.
Obviamente el inmaduro poema que adjunto, apareció, si mal no recuerdo, aquella misma noche.

BORGES

“No sé cuál es la cara que mira
Cuando miro la cara del espejo “
JLB


En ciertas tardes en que un ciego escucha
De sus memorias versos de Virgilio
Pareciera la rosa ser la Rosa
Y la muerte un lejano laberinto.

Pero el engaño dura sólo instantes
El espejo lo muestra, esa es la prueba
De los que fueron y que vuelven
A nombrarle el dolor de no ser uno.

Pues la rosa no es ella y no es ninguna
Y algún tigre infinito la deshoja
Y torna todo a repetirse en esa
Cotidiana manera de la bruma.

Al fin sólo ha quedado el otro,
La soñada figura de la máscara,
La inconclusa presencia de la forma
Del que no ve al que también lo busca.

 Y ha callado en cambio, tras la noche      
La soledad de las dos manos sobre un libro,
La milenaria cadencia de los labios
De un ilusorio Borges amarillo

DANIEL ORONÓ    - 1981 

Fuente: Zona Creativa
                                                                                                                                                


“Desgraciadamente, soy un escritor popular”

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Jose Antonio Cedron

En 1985, Borges dio una entrevista en la universidad de Córdoba. Venía de asistir a los juicios a los comandantes de la dictadura. Habla de cuáles fueron sus sentimientos frente a aquel horror, pero también de la muerte, del amor, de las mujeres, de Dios y, claro, de la literatura y sus autores favoritos.


La escena reúne a un escritor con sus lectores. Allí Borges se mostró elegante, reticente, dispuesta a contestarlo todo pero no a condescender con ningún lugar común ni con ninguna comodidad del pensamiento.

—Todos los que estamos aquí reunidos en la universidad somos o hemos sido alumnos. Muchos somos o hemos sido profesores. Esto es cierto al menos en el aspecto formal. ¿Qué condiciones piensa usted como necesarias para que haya un maestro o un discípulo?

—Creo que uno sólo puede enseñar el amor de algo. Yo he enseñado no literatura inglesa, sino el amor a esa literatura. O, mejor dicho, ya que la literatura es virtualmente infinita, el amor a ciertos libros, a ciertas páginas, quizá a ciertos versos. Yo dicté esa cátedra durante veinte años en la Facultad de Filosofía y Letras. Disponía de cincuenta a cuarenta alumnos y cuatro meses. Lo menos importante eran las fechas y los nombres propios, pero logré enseñarles el amor de algunos autores y de algunos libros. Y hay autores, bueno, de los cuales yo soy indigno, entonces no hablo de ellos. Porque si uno habla de un autor debe ser para revelarlo a otro. Es decir, lo que hace un profesor es buscar amigos para los estudiantes. El hecho de que sean contemporáneos, de que hayan muerto hace siglos, de que pertenezcan a tal o cual región, eso es lo de menos. Lo importante es revelar belleza y sólo se puede revelar belleza que uno ha sentido.



—Borges, ya que estamos en el tema maestro-discípulo, siempre ha considerado —al menos lo ha reconocido en muchas oportunidades— que su gran maestro de juventud fue Macedonio Fernández…

—Macedonio Fernández, Rafael Cansinos Assens… en fin, yo creo que le debo algo a todos los libros que he leído y sin duda a muchos que no he leído pero me han llegado a través de otros. Esto se llama tradición. ¿Sí? Yo lo he interrumpido a usted, discúlpeme…

—Quisiera que nos contara algo de su relación con Macedonio.

—Yo creo que Macedonio fue menos escritor que un maestro oral. Era un hombre tenue con una voz aún más baja que la mía. Nosotros nos reuníamos todos los sábados en una confitería de la Plaza del Once, en Buenos Aires. Yo hubiera podido verlo más seguido, ya que era amigo de mi padre, pero pensé que no debía abusar del privilegio de ser contemporáneo de Macedonio. Era un hombre de una exquisita cortesía, que siempre atribuía sus opiniones al interlocutor; siempre comenzaba diciendo: “Habrás observado, sin duda…”, y luego decía algo que ninguno de nosotros había observado. Creo que el talento de Macedonio fue más bien un talento oral. Sé que quienes no lo han conocido no han podido satisfacerse con sus libros. Él me dijo que escribía para ayudarse a pensar y que no quería publicar. Sin embargo, unos amigos le robamos textos suyos y aparecieron en la Colección Cuadernos del Plata, de Alfonso Reyes. Pero él no tenía ningún interés. Vivía pensando y podía haber dicho como Bernard Shaw cuando le preguntaron qué deporte, qué diversión había en su vida, él contestó: “Pensar”. Yo creo que Macedonio había leído poco pero había pensado esas perplejidades que llamamos, no sin ambición, la metafísica, la filosofía, la psicología… lo que fuere.
Y todos nosotros sentíamos esa felicidad de haber nacido en la misma época, en la ciudad de él, en el ambiente de él. Tengo el mejor recuerdo de Macedonio.
A mí me dijeron, me avisó Mujica Láinez, que Macedonio había muerto, entonces yo fui a la Recoleta y hablé. Ahora, Macedonio pensaba que la muerte corporal no tiene ninguna importancia. Yo conté algunas anécdotas de él, la gente se rio. Y cuando salimos, Mujica Láinez me dijo: “haz hecho algo que nadie ha hecho antes”. ¿Qué he hecho?, le dije. “Bueno, has hecho que la gente se ría en la Recoleta”. Y vuelvo otra vez al Japón (parece que no puedo dejarlo al Japón): cuando estuve en templos de la enseñanza del Buda noté algo que no había notado en ningún país: que la gente en los templos se ríe; hacen bromas, se sienten felices, no hay un silencio reverencial; eso me pareció muy grato, el hecho de que la religión alegrara.
Bueno, creo que Macedonio Fernández es uno de los hombres de genio que ha dado este país. Y si tuviera que mencionar a otro pensaría en aquel poeta tan desparejo que ha escrito… bueno (los peores versos de la lengua castellana, pero también los mejores) pensaría en Almafuerte, ¿y los demás?, quizá Sarmiento fuera una excepción, los demás fueron hombres de talento pero no hombres de genio, pero también tendría que mencionar aquí al grabador Alejandro Xul Solar, en fin, y me es muy grato oír el nombre de Macedonio aquí, ya que no pasa un día sin que yo lo recuerde.

—Usted mencionó el amor. ¿Qué es el amor para Borges?

—Es algo tan esencial que yo no podría definirlo sin diluirlo en palabras. Yo creo que siempre estuve enamorado; parece ridículo que a mi edad yo diga eso, pero la verdad es que el amor me acompaña. El amor y la amistad. Y compruebo —y esto me alegra— que no he sentido odio en mi vida. Cuando yo era chico me enseñaron el odio de mi lejano pariente Juan Manuel de Rosas, y creí odiarlo. (…).
Hay cosas, desde luego, que pueden dolerme pero trato de olvidarlas. Bergson dijo que la memoria es selectiva. Posiblemente mi memoria sea falsa ya que mi padre, profesor de psicología, me dijo que cada vez que recordamos algo lo modificamos siquiera ligeramente. (…)
Decía que si yo quería recordar algo lo mejor era olvidarlo y de pronto nos llega. Cuando uno piensa mucho en las cosas, va modificándolas en la memoria, que está hecha, supongo, de olvido en buena parte.
En este momento me siento lleno de amistad, de amor, y espero seguir así hasta el momento —espero no muy lejano— en que yo muera, ya que he cometido la indiscreción de cumplir ochenta y seis años.
Y la muerte, que también es una esperanza, puede tener sus sorpresas. Yo creo que no, espero ser borrado por la muerte, pero si hay otra vida después, la aceptaré como he aceptado a ésta… (aplausos) Uno se va acostumbrando a todo, a la vida, a la muerte, al dolor físico incluso… (aplausos)

—Borges, usted habló de Macedonio diciendo que él creía en la inmortalidad y después habló de la muerte. ¿Qué piensa usted de la inmortalidad?

—Yo la aceptaría a condición de olvidarme de esta vida. Olvidarme sobre todo de un escritor sudamericano llamado, creo, Jorge Luis Borges. Veo la muerte como una esperanza, o de anulación de otras aventuras quizá no menos extrañas que ésta.
Qué raro estar en un cuerpo, qué raro vivir sucesivamente en el tiempo. Bueno, toda la vida de uno es rara y todo eso parte (como decía Aristóteles, creo), la filosofía parte del asombro de ser. Simplemente de ser, no sólo de ser en tal condición o en tal época, o en tal región del planeta. Simplemente el asombro de ser y de saber que uno es. Supongo que los animales, por ejemplo, son pero quizá no sepan que son. Pero en nosotros se da ese hecho raro de ser y de saber que somos. Y de esa dualidad sale toda la filosofía, supongo.

—El sonido de las palabras, ¿nos ayuda o nos desvía de su contenido?

—Yo no sé si puede hacerse esa separación. Yo diría que cada palabra es un ser, es una entidad y posiblemente no haya sinónimos. No estoy seguro; voy a elegir un ejemplo muy simple: no estoy seguro de que la palabra luna sea exactamente equivalente a la palabra moon en inglés, o lune en francés. Pero quizá “moon” y “lune” estén más cerca porque son monosílabas, pero quizá… cada palabra sea un ser. Por eso creo que es imposible de traducir la poesía. En cuanto a mí, cada vez que yo leo una versión mía en cualquier idioma digo, ¡caramba!, qué buenos versos, ojalá yo los hubiera escrito.

—Entre el verso y la prosa, ¿cuál de esas dos formas de escritura es la más diferenciada y mejor vehículo para la palabra?

—Yo creo que ambas, pero eso no depende del escritor, yo creo que cada tema le dice al escritor si quiere ser expresado por medio del verso libre, de las formas clásicas, de la estructura italiana, del soneto, o de la prosa. Ahora, Stevenson pensaba que la prosa viene a ser la forma más compleja del verso. Mallarmé dijo: desde el momento en que cuidamos lo que escribimos, versificamos. El argumento de Stevenson era éste: si uno tiene una unidad métrica (por ejemplo, el verso octosílabo del romancero y de los payadores) basta repetir esa unidad para tener el poema; ahora, esa unidad puede ser el verso alejandrino, o puede ser el hexámetro —un sistema de sílabas largas y breves—, pero… si uno tiene esa unidad basta repetirla. En cambio, en la prosa uno tiene que variarla continuamente, de un modo que sea grato (…). Cuando yo empecé a escribir cometí el error que cometen casi todos los escritores jóvenes: pensar que el verso libre es la forma más fácil. De hecho, no lo es. Ahora, en apoyo de ese parecer de Stevenson que la prosa es la forma más compleja del verso, tenemos un dicho de que no hay literatura sin verso, pero hay literaturas que no han alcanzado nunca la prosa.

—La magia de las palabras, ¿está en la grafía, en el sonido…?

—No, porque uno puede prescindir de la grafía. La grafía viene mucho después. Yo diría que en el sonido y en las connotaciones de las palabras, en el ambiente de las palabras (…). Yo diría que la poesía es, ante todo, cadencia. Cuando yo empecé a escribir todos estábamos bajo el influjo de Lugones. Él creía que la metáfora es un elemento esencial de la poesía. Y Emerson dijo que el lenguaje es poesía fósil. Y él creía que el poeta tenía que descubrir nuevas metáforas. Yo creo que no; hay ciertas metáforas esenciales dichas con distintas sintaxis, con distintas entonaciones; con eso basta para la poesía. Sin embargo, a veces se encuentran metáforas nuevas; entonces, todo se viene abajo.

—Borges, ¿por qué hasta ahora no ha escrito novela?

—Porque para escribir novelas es preciso ser un lector de novelas y yo he leído pocas novelas en mi vida. Además, creo que es imposible escribir una novela sin ripio. Sin embargo,  he leído el Quijote. Y luego, si tuviera que nombrar un novelista sería Conrad; en sus novelas hay algo épico que no encontré en otros autores. Y luego Dickens. He fracaso en muchas novelas famosas; he tratado de leer La guerra y la paz, Crimen y castigo que me han emocionado, pero he fracasado con Flaubert, Sartre, en fin, tantos. En cambio, creo que el cuento puede ser esencial, puede ser legislado por el autor. Un autor puede tener en su mente todo un cuento pero no una novela, porque ésta se escribe y se lee sucesivamente. La novela es algo que apenas podemos divisar de lejos. Por eso creo que es imposible una novela sin ripio, pero un buen cuento —un cuento de Kipling por ejemplo—, puede no contener ningún ripio, que yo sepa.
No he escrito novelas porque para mí —yo… yo soy un hombre tímido— entrar en una novela es como entrar en una habitación con cien personas; me siento un poco mareado, un poco perdido, y luego tengo que conocerlas, tengo que averiguar quiénes son, tengo que saber los parentescos, las relaciones que tienen… todo eso me da mucho trabajo. En cambio, el poema o el cuento se ofrecen inmediatamente y no exigen esfuerzo.

—Borges, a Don Quijote, ¿podemos llamarlo literatura psicológica?

—Bueno, yo creo que literatura ya es bastante algo, ¿por qué agregarle un epíteto?

(…)

—Muchos autores, dentro de la literatura universal han dejado expresados sus sueños y una interpretación de esos mismos sueños. ¿Hay una manera unívoca de interpretar esos sueños? ¿O existe la posibilidad de que la interpretación cambie?

—No, yo creo que no, felizmente. De igual modo que cada texto es capaz de un modo indefinido de lecturas, cada texto se renueva cada vez que lo leemos. Yo imaginé una literatura que constara de una sola palabra. Y esa palabra sea interpretada de diverso modo por las generaciones, pero claro, es simplemente una broma.

—Gershon Sholem explica la aparición del doble en los hebreos como la certidumbre de haber alcanzado el estado profético…

—Ese tema del doble es capaz de varias interpretaciones. En Escocia lo llaman el fetch, es decir, el que busca a un hombre para llevarlo a la muerte, y es un tema que recorre la obra de Stevenson. Para los hebreos no; si uno se encuentra consigo mismo, uno ha dado con la verdad. Esto vendría a ser una idea parecida al poema del Simur que conocemos, ese poema persa en el cual hay sesenta pájaros que buscan a su rey y cuando lo encuentran, en una isla o en una montaña, el Simur es todos los pájaros. (…). Ahora, supongo que la idea del alter ego, del otro yo, le fue sugerida a Pitágoras por los espejos del agua o del cristal. La idea del doble tiene que tomar partida en esa imagen física, pero tiene tantos valores ahora. (…) En alemán vendría a ser el doble que camina a nuestro lado, lo cual es más terrible. En castellano es doble, simplemente.


 —En los escritos suyos se suele percibir dos aspectos, uno que puede estar relacionado con Borges persona, y otro que se percibe que no es suyo…

—Evidentemente, lo que no es mío no es mío, sino de los autores que he leído, ¿sí?

—Lo que le pregunto es si usted distingue eso que trasciende lo mero personal, esa segunda escritura que no es suya y que se percibe allí.

—Es que yo pienso que, si un escritor escribe lo que se ha propuesto y nada más, no tiene ningún valor su escrito. Lo importante es lo que el escritor escribe sin saber (…). Lo que el escritor se propone suele ser mínimo; por ejemplo, Cervantes quiso hacer una parodia de las novelas de caballería, y ahora si recordamos esas novelas recordamos el Quijote. El propósito puede ser un estímulo ocasional, pero conviene que lo que se escriba vaya más allá del propósito del escritor. Yo descreo de la literatura comprometida. Pero esa literatura puede ir más allá de la intención del autor. Por ejemplo, a mí personalmente no me interesa el concepto de democracia, pero sin él Whitman no habría escrito sus Hojas de hierba, lo cual sería una lástima, y ese estímulo puede ser ocasional y esa literatura comprometida puede llegar a ser literatura, lo cual es más, desde luego. Yo descreo de la mitología cristiana y de la mitología pagana de Dante, pero sin esa mitología no tendríamos su obra y seríamos mucho más pobres. La teología y la mitología fueron instrumentos necesarios para que Dante dejara su obra, que vive más allá de sus opiniones teológicas o de sus creencias mitológicas.

—Yo pienso que se ha perdido, que hemos perdido la capacidad del asombro…

—No, yo creo que no. En cuanto a mí, yo sigo asombrado a cada instante. En Chesterton se trataba de eso, de seguir dice… dice… los hombres envejecen para el amor, los hombres envejecen para la mentira, pero no para asombrarse, y a mí —dice— sigue asombrándome ver surgir la enorme noche, una nube mayor que el mundo y un monstruo hecho de ojos —no lleno de ojos, sino hecho de ojos—. Bueno, era un hombre viejo y seguía asombrándose…

—¿Cómo se puede recuperar esa capacidad, Borges, que usted dice que no, pero que yo creo haber perdido?

—Pero cómo… ¿usted no sigue asombrándose? A mí todas las cosas me parecen raras, por ejemplo el hecho de que haya minerales, de que haya plantas, de que haya animales, de que haya personas, de que exista más o menos un pasado, de que exista el porvenir. Sobre todo, el momento presente. Todo eso está interrogándome y yo estoy interrogándolo a usted también. Yo considero muy triste el no asombrarse de que estén las cosas. Bueno, yo asistí a un juicio oral hace poco, y lo más terrible era el hecho de que quienes estaban declarando habían sufrido castigos corporales, se habían —digamos— acostumbrado a ese infierno… hablaban de los tormentos, hablaban de la picana eléctrica y sin asombro habían aceptado su infierno. Es decir, bueno… como aceptaban los demonios de quienes lo infligían también. Es un hecho terrible que alguien no se asombrara. Porque para mí el dolor físico es siempre un milagro; un milagro atroz, pero un milagro. Y el placer también es un milagro. Luego, el diálogo es un milagro, y los hábitos del tiempo, las estaciones, el hecho de que haya alba, aurora, mediodía, anochecer, noche… todo eso sigue asombrándome y creo que a todas las personas, porque es imposible que no ocurra eso.

—Borges, usted dijo que nunca sintió odio en su vida. ¿Qué sentimiento lo invadió cuando presenció una de las audiencias del juicio público a los ex comandantes?

—No ciertamente odio; no porque no creo en el libre albedrío. Sentí lástima. Lástima por las víctimas y por los verdugos también. Es que los vi igualmente perdidos a todos. Pero odio no; claro que esa es una pobreza de la que sin duda el odio es una fuerza, pero yo por lo tanto a esta edad soy incapaz de odio. De desagrado sí. (…)

—¿Qué es para usted la comunicación? ¿Piensa que es posible la comunicación entre los hombres?

—Sí, creo además que es un hecho continuo, que nos comunicamos no a través de las palabras, por medio de las palabras, sino a pesar de ellas. Creo que uno siente continuamente la amistad, la bondad, la indiferencia, la hostilidad y también la inteligencia o la estupidez de los otros. Eso se siente inmediatamente, más allá de lo que digan. Continuamente estamos comunicándonos. (…)
El hecho de estar en Córdoba es algo que yo siento como algo distinto de estar en Edimburgo, en Egipto, o de estar en Francia. Entonces creo que uno continuamente está recibiendo mensajes y está también emitiéndolos, más allá de los sentidos. Creo que la idea de que el conocimiento nos llega a través de los sentidos es un error; creo que nos llega de un modo más sutil y a pesar de los sentidos. Desde luego es un hecho tan inexplicable como el mundo, bueno… como el universo.


—¿Qué significan los niños en la vida de Borges?

—A partir de los cuatro o cinco años los niños empiezan a ser mágicos. Voy a contar una anécdota que he contado muchas veces. Teníamos el hábito en casa de contarnos los sueños. Yo estaba hablando con un sobrinito mío, Miguel, en el pueblo de Adrogué, que queda al sur de Buenos Aires. Y yo le dije que me contara qué había soñado, esa mañana. Entonces él me dijo: “Sí, yo estaba perdido en un bosque pero vi una casita blanca de madera, llegué a la casa, tenía un corredor que daba toda la vuelta, unos escalones. Yo subí, llamé a la puerta y saliste vos que estabas con un libro en la mano”. Luego se interrumpió y me dijo: “Decime, ¿qué estabas haciendo con ese libro?”. Entonces yo le dije que había ido a la casa para buscar ese libro, y él siguió contándome; no se dio cuenta de lo espléndido de ese hecho: la confusión de la vigilia y lo que llamamos la realidad, siendo ambas este (…) sueño, siendo ambas reales. Ahora, un ensayista, Ann Roland, decía que todos somos niños de genio más o menos hasta los diez años, pero que ya después vamos a la escuela, perdemos nuestra genialidad, queremos ser como todo el mundo, nos enseñan una serie de opiniones…

—Acá hay otra pregunta, Borges: ¿Qué es el poder?

—Algo que no he ansiado nunca. Si me dieran la suma de los poderes, renunciaría enseguida. Es algo terrible realmente, sólo un irresponsable puede buscarlo. Si yo pienso que he gobernado mal mi propia vida (estoy arrepentido de casi todo lo que he hecho), si tuviera que gobernar otras vidas, bueno… sería el matete, si me permiten esa palabra criolla. (…). Me parece raro que alguien pueda desearlo; me parece inconcebible. Es más raro un político, bueno… que un centauro, digamos, ¿sí?

—¿Cómo definiría el arte?

—Mi hermana Norah, decía “el arte de dar alegría por medio de formas y colores”. Claro, es una definición como otra cualquiera. Ahora, en mi caso no sé si puedo dar alegría, pero puedo dar curiosidad, quizá cierta ansiedad… que puede no ser ingrata. Pero no sé si las definiciones importan, creo que lo elemental no puede definirse; es como si tuviéramos que definir el sabor del café. (…) No podemos.

—¿Cree usted que el amor puede curar la locura?

—Y… esperemos que sí, pero… yo no sé si puedo hablar de la locura. Ahora, es raro que personajes famosos de la literatura sean locos, como “Alonso Quijano”, que se creía Don Quijote, o Hamlet… Es raro que esos personajes sean locos, y no requieran reclusión. Es un hecho, una perplejidad que siento en este momento. Y nada más. No sé nada de los poderes curativos del amor.

—Apartándonos apenas de la temática, ¿Borges teme la locura?

—Sí, la he temido muchas veces. Me consuelo leyendo la biografía de Johnson. Hay una plegaria de Johnson en la cual él pide a Dios no enloquecerse, y creo que realmente yo no sé si soy un hombre cuerdo, pero… espero no estar loco. (…) Quizá si un hombre llega a cierta edad —y yo he llegado más allá de cierta edad— está condenado a estar loco, ya que uno va acumulando manías, locuras, supersticiones… Me enseñaron una bastante terrible en Japón. Voy a comunicárselas a ustedes a ver si puedo librarme de ella. Nosotros pensamos que el número trece es terrible (pensamos, claro en La última cena), pero en Japón el número cuatro es terrible, por eso los hoteles tienen primer piso, segundo piso, tercer piso, quinto piso, o si no —lo cual es un énfasis— primero, segundo, tercero, tercer piso y medio, quinto…
Mi padre decía que los malos augurios no producen las cosas, simplemente las anuncian. Por ejemplo, si hay trece comensales, eso quiere decir que uno de ellos va a morir muy pronto, pero no se gana nada agregando un decimocuarto comensal, porque el anuncio ya ha sido dado. De igual modo, si yo cometo un acto cuatro veces seguidas, ya he recibido el anuncio, y es inútil que cometa cinco, o seis. Bueno, en fin… siento haberles dado esta mala noticia del poder maléfico del cuatro, en la que no creo, o trato de no creer porque no creo estar completamente loco.

—¿Cree en Dios? ¿Qué piensa de la religión, en general?

—Creo en Dios. No como un ser personal, pues eso me resulta imposible; pero creo que hay un propósito ético en el mundo. Ético e intelectual, estético. Stevenson —a quien vuelvo continuamente— creía que el universo está regido por una ley moral y creía que, por ejemplo, un rufián, un tigre, una hormiga, sabían que hay cosas que no deben hacer. Eso estaría de acuerdo con el budismo, según el cual cada vida está determinada por la vida anterior, la anterior por la anterior y así literalmente, de modo infinito hacia atrás. Vendría a ser la telemoral. Hay budistas que creen que si hay, por ejemplo, grandes desiertos en el mundo, esos desiertos corresponden a pecados cometidos por los hombres, y si hay regiones hermosas, praderas, mares y ríos, eso corresponde a la virtud. De modo que todo el universo sería obra de la ética. No sólo de la conducta de un hombre, sino de la conducta de un zorro o de un pez. Si alguna vez fuimos un zorro o un pez, según la teoría de la migración.

—Borges, usted demuestra en sus obras un gran dominio, y un conocimiento profundo del ocultismo…

—No, no…

—…y sobre el esoterismo en general. La pregunta es: ¿Qué relación tiene o tuvo usted con estos temas, fue miembro o es de alguna secta esotérica?

—La verdad es que no soy miembro de ninguna secta esotérica. Perdóneme. Que yo sepa, a lo mejor soy un miembro secreto, claro. Hay una superstición judía según la cual hay en el mundo en este momento treinta y seis hombres justos. Esos treinta y seis son los que mantienen el mundo. Cuando uno de ellos muere, es reemplazado por otro, y si piensa que él es uno de ellos, ya pierde su poder. Es decir, esos treinta y seis son los pilares del mundo, y en este momento existen y no sospechan que lo son, y justifican el mundo ante la dignidad. Es una creencia de los cabalistas, creo.

—De alguna manera esos hombres a los cuales usted alude, ¿estarían conjurando?

—Estarían conjurando sin darse cuenta, desde luego. Serían benévolos. Conjurados sí, salvadores, mesiánicos.

—¿Es posible que exista un pensamiento latinoamericano y, en especial, un pensamiento argentino?

—Yo creo que es demasiado amplio eso. Puede existir un pensamiento individual; desde luego, pero un pensamiento colectivo no sé si puede existir, menos que abarquen un continente. Me parece muy difícil, pero pensamiento individual, desde luego; yo mismo creo que pienso.

—¿Piensa que una vida alcanza para dilucidar la existencia de Dios?

—No, por eso creo en la transmigración; se necesitan varias vidas. Sería temerario llegar a una solución en esta vida. Mi padre era agnóstico; cuando alguien le hablaba de otra vida o de Dios, él decía: “Bueno, en otra vida hablaremos de este tema”.

—Borges, aquí hay una afirmación y una pregunta. En su obra se observa mayor contacto con la literatura inglesa, no así con la literatura francesa. ¿Hay una razón para esto?

—Hay la razón del hábito, pero yo creo que prescindir de la literatura francesa sería peligroso. Además, esas dos literaturas se han beneficiado mutuamente. Por ejemplo, Voltaire le debe mucho a Swift, y éste a muchos franceses, sin duda. Ese comercio ha sido continuo. Yo no creo que a uno deba gustarle una cosa contra la otra. Una vez escribí un poema a Francia y alguien me dijo: “Yo creí que usted era amigo de Inglaterra”. Pero, desde luego, de Inglaterra, y de Francia y ojalá de todos los países hasta donde pueda alcanzar mi conocimiento… Pero, yo pienso en Francia, en Montaigne, basta mencionar a Voltaire, y a Hugo, y a Verlaine… Uno solo de esos bastaría para justificar una literatura. Es tan vasta la literatura francesa que por eso es peligroso hacer listas, se notan las omisiones y no las inclusiones.

—¿Qué le diría Borges a la juventud argentina de hoy?

—Que el porvenir depende de ellos. Y “de ellos” es demasiado vago. Más bien de cada uno de ustedes. En cada uno de ustedes está la salvación no sólo de la patria, sino del mundo quizá. ¿Por qué no? Seamos infinitamente responsables. (aplausos)

—¿Cree usted en el futuro de Occidente?

—Bueno, ante todo es tan vago eso de Occidente. Yo creo que el Occidente está hecho de Grecia, pero ya en Grecia está el Oriente, ya que Pitágoras debe mucho a los hindúes, por ejemplo. Y, además, si ahora decimos el Occidente habría que pensar ante todo en dos países: en Grecia y en Israel, desde luego, e Israel es el Oriente; no sé hasta dónde vale esa división. Creo que todos, después de Grecia y después de la Biblia, y antes, a través de Herodoto —cuando habla de Egipto—, Marco Polo, Las mil y una noches, la obra de Kipling. Pero yo creo que es una lástima que Europa haya perdido la hegemonía en esas dos guerras civiles que fueron la Primera y la Segunda Guerra Mundial. (…). Todos nosotros somos europeos en el destierro. Al decir esto pienso en Canadá, en los Estados Unidos y en Sudamérica también, y una prueba de ello es que aquí estamos hablando un ilustre dialecto del latín que se llama idioma castellano. Y en los Estados Unidos hablan inglés que no es ciertamente un idioma americano. Tenemos que ser dignos de todo ese influjo, de toda esa herencia que es la cultural occidental que tiene, por lo menos, una mitad oriental.

—¿Qué consejo le daría a un joven que comienza a escribir?

—El consejo que me dio mi padre hace tantos años: que sólo escribiera cuando sintiera necesidad íntima de hacerlo, y que no pensara en publicar. Emily Dickinson pensaba que publicar no es parte esencial del destino de un escritor; pero yo creo que si uno escribe cuando algo insiste en que uno lo escriba, ese resultado puede no ser desdeñable. La idea de sentarse a escribir algo me parece un error; querer buscar un tema también. Hay que dejar que los temas nos busquen y nos encuentren, y hay que tratar de ser dignos de los temas. Pero proponerse un tema, decir: “esta tarde voy a escribir un soneto”, me parece absurdo.

—Borges, ¿qué opinión le merece la creciente liberación femenina?

—Bueno, agradezco muchísimo que me haya preguntado eso. Yo soy feminista, desde luego. Y creo —como toda persona que no está loca, o cree no estarlo— (aplausos) que uno espera mucho de las mujeres. Creo que las mujeres por lo general son mucho más sensatas que los hombres, y también, más sensibles, (aplausos) pero sobre todo más sensatas (aplausos). Las mujeres son sensatas, y también te aplauden, confirma la teoría.

—¿Qué piensa de la psicología, en un sentido amplio? ¿Y qué de la terapia psicológica?

—Mi padre decía que la psicología era una ciencia futura. Quién sabe si hemos llegado todavía… Claro, él descreía de la psicología anterior, sí.

—¿Cuál es para usted el sentido mítico de la vida?

—Yo creo que el mito no es menos real que lo que llamamos realidad. El mito es una fábula que leemos en cierto modo con cierta reverencia, y el mito es necesario ya que no podemos sin mitos, o soñar sin mitos. Pero es tan misteriosa la vida que todo es posible, hasta una explicación mítica de la vida, que es la que han buscado los hombres en la religión, por ejemplo, y en raciocinio también.

—¿Existe un tema sobre el cual no haya podido escribir? En el cuento “El libro de arena”, ¿de dónde surge la idea del infinito?, ¿sólo de su imaginación, ¿qué representa para usted?

—No, ese cuento pertenece a una serie de cuentos en los cuales hay un objeto precioso que después resulta fatal. Por ejemplo, Funes tiene una memoria infinita y muere abrumado por ella. En “Zahir” hay un objeto inolvidable que mata a quien está pensando continuamente en él. En “El libro de arena” hay un libro infinito que está a punto de enloquecer a su poseedor y él lo pierde en la Biblioteca Nacional, pero es el mismo cuento, la idea de un objeto precioso que finalmente resulta terrible, de algo que parece un don pero que realmente es un castigo. (…) Son de hecho el mismo cuento. Diversas versiones del mismo levemente disfrazado.

—Lo que expresa el lenguaje, ¿podría ser expresado por otro medio?

—Quizá sea expresado por la música, ya que sabemos por Pehiteers que todas las artes aspiran a la condición de la música. Yo soy un sordo musical, desgraciadamente, aunque me gusta la música popular, sobre todo los blues, los spirituals, la milonga… Pero creo que quizá el arte supremo sea la música. (…).

—Borges, aquí se le pide que dé definiciones…

—No, no, no. No puedo dar definiciones. ¿De qué? Las cosas se intuyen o no se intuyen. No creo en las definiciones. Definiciones pueden darse de lo artificial. Podemos definir… no sé, qué es un Congreso, qué es una Constitución, pero no podemos definir el amor, el sabor del té, una música…

—¿Usted considera que la etimología sea una forma de la metafísica?

—Es… más bien una serie de aventuras de la palabra, pero esas aventuras son interesantes. Yo recordaba hoy, la palabra Caribe. Ahora, de caribe han salido dos palabras famosas en todo el mundo: caníbal, antropófago, y Calibán el personaje. Hay otras etimologías raras. Tenemos la palabra blanco en castellano —es obvio lo que significa— y la palabra black en inglés, que curiosamente proceden de una misma raíz. Todos saben que black significa negro. Pues bien, esa palabra al principio significó lo que no tiene color, y en inglés se corrió para el lado de la sombra: black, negro. En castellano, y en francés, y en italiano y en portugués se corrió para el lado de la claridad y ahora quiere decir blanco. Una curiosa aventura de las palabras. (…). Hay una palabra muy desagradable, la palabra náusea, y sin embargo esa palabra tiene un origen noble; procede de navis, o nawis, porque uno siente náusea cuando está a bordo, de igual modo que mareo tiene su origen en el mar. Navis, entonces dio naval, en latín, náutico y la palabra que ningún escritor usaría nunca porque es muy desagradable: náusea, pero este es el origen.

—¿Le hubiese gustado ser un hombre de arrabal…?

—No, no…

—¿O acaso menos instruido? ¿O tal vez un personaje fantástico, ya que se arrepiente de todo lo que ha hecho?

—No. Creo que ya soy bastante bárbaro para desear serlo más para enriquecer mi ignorancia; no. Cuanto más sepamos y más sintamos, mejor. Ser un hombre de arrabal me parece triste. Pero esta época fomenta la barbarie. Quizá seamos bárbaros todavía, pero debemos tratar de no serlo. Cuanto más pensemos, cuanto más leamos, mejor. Pero buscar la barbarie, lo pintoresco, la acción… buscar meramente eso me parece un error.

—Aquí le preguntan, ¿qué le falta a Borges para ser un escritor popular?

—Yo creo que, desgraciadamente, soy un escritor popular.

Fuente:  Plural Revista Cultural de Excelsior

Fuente: Socompa  -  Fotos: Rafael Calviño








El pintor argentino Gustavo Masó entregó a Bergoglio un cuadro de Borges

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Gustavo Masó con su obra "La palabra oculta" que le entregó al Papa Francisco durante una audiencia privada./ Foto: Víctor Sokolowicz

Julio Algañaraz

 --Gustavo Masó le explicó al Papa el cuadro de Borges, que tituló “La palabra oculta”? Me pareció una pintura surrealista, aunque la expresión de Borges está muy bien hecha y es lo más realista del cuadro.

-Es cierto. Se lo expliqué ampliamente porque el objetivo es mostrar el comportamiento de los hombres a través de un verso de la Exhortación Apostólica “Amoris Leticia”, que contiene una cita de un poema de Borges, “Calle desconocida”, que publicó en 1923 en “Fervor de Buenos Aires”. La frase del poema es “toda casa es un candelabro”.}


-El cuadro hay que mirarlo de cerca porque está lleno de significados y de personajes, un poco como había Salvador Dalía en sus obras…

-En la imagen, desde el centro de pensamiento de Borges se dispara un haz de luz que atraviesa el vitral del cuerpo, el templo de alma, reflejándose sobre el libro de su obra. En el vitral se ve la imagen de su padre, Jorge Guillermo Borges.
La obra "La palabra oculta" realizada con motivo del 120 aniversario nacimiento de Jorge Luis Borges./ Foto: Víctor Sokolowicz

La obra "La palabra oculta" realizada con motivo del 120 aniversario nacimiento de Jorge Luis Borges./ Foto: Víctor Sokolowicz

En su rostro cerca del cuello, la piel se transforma en roca, desde donde cae el agua proveniente de la estatua con la figura de su mujer María, Kodama, fuente de vida.

La flor de cerezo (Sakura) representa la vida efímera y evoca la belleza de lo etéreo. La flor de la pasión (Pasionaria), tiene un significado religioso vinculado a la Pasión de Cristo, simboliza la fe.

--¿Y el reloj de arena, una imagen tan borgiana?

--Está sobre el libro en el que se apoya su figura. Es el reloj de arena sin arena, que tiene un mecanismo cíclico. En el vidrio del reloj se reflejan dos imágenes de una misma figura que simbolizan la fe y su carencia, a lo largo de la vida. Las dos mujeres bajo el libro son su hermana, Norah Borges, y su madre, Leonor Acevedo Suárez.

Las estrellas, al igual que las vidas de los hombres que arden como velas aisladas, en el idioma de los ciegos trazan la palabra oculta.

-¿Qué hará el Papa con el cuadro de Borges, una de las personalidades argentinas que más admira?

-La pintura la tendrá el cardenal Gianfranco Ravasi, presidente del Consejo Pontificio para la Cultura, hasta que se decida un destino definitivo.

-¿Verá al Papa antes de volver el martes a Buenos Aires?

--Sí, pero este encuentro es algo que prefiero dejar abierto…

Fuente: Clarín -fragmento

El puente de Barracas que apasionaba a Borges y ahora tendrá su nombre

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El escritor solía utilizarlo para ver los trenes que salían desde Constitución. Y hasta le sirvió de inspiración de un poema.


El puente de Barracas que apasionaba a Jorge Luis Borges y ahora tendrá su nombre (Foto Lucía Merle)

“El primer puente de Constitución y a mis pies/ fragor de trenes que tejían laberintos de hierro/ Humo y silbidos escalaban la noche/ que de golpe fue el Juicio Universal”. Así comienza el poema “Mateo XXV, 30”, de Jorge Luis Borges. Está inspirado en un puente vial de hierro, que cruza las vías del tren Roca y ofrece una vista inusual de la estación Constitución. Ahora, llevará el nombre del escritor.

De estructura metálica, el puente es una prolongación de la calle Ituzaingó, entre Guanahaní y Paracas, en el límite de los barrios de Barracas y Constitución. El proyecto de ley para bautizarlo se votó esta semana en la Legislatura, por iniciativa de los diputados Carolina Estebarena, Héctor Jorge Apreda (Vamos Juntos) y María Patricia Vischi (Evolución).

Se lo conoció como “puente de los carros”. Se construyó para reemplazar a otro provisorio, cuya construcción había sido autorizada en 1927 a la empresa Ferrocarril del Sud, con el objetivo de permitir el cruce sobre la parrilla de vías en cercanías de la estación Constitución.

La idea de llamarlo Jorge Luis Borges surgió de un vecino de Barracas, que lo pensó en función de los 120 años del nacimiento de Borges.

Según los relatos, y el mismo poema del autor de "El Aleph", Borges era un admirador de este puente en particular. También se sabe que allí solía trasladarse a menudo sólo para observar el movimiento de los trenes que entraban y salían de Constitución.

La estructura de hierro fue fabricada en Liverpool, Inglaterra. Es un puente del tipo cerrado y está construido con perfiles metálicos, que se unen mediante platabandas y remaches para constituir una estructura tubular reticulada de dos tramos.

La calzada conserva aún en excelente estado los antiguos adoquines colocados en semicírculo. También permanece allí una vía de tranvía.

El cine lo utilizó para recrear antiguos espacios porteños. Fue el caso de la película “La señal”, protagonizada por Ricardo Darín, en 2007.

Según registros históricos de la Ciudad, el permiso que se otorgó en 1927 a la Empresa del Ferrocarril del Sud fue para construir un puente provisorio.

El puente definitivo es la prolongación de la calle Ituzaingó hacia el oeste. Guanahaní corre paralela a las vías hasta cortarse en Aristóbulo del Valle.

En otros tiempos, se lo conoció como puente como "de los carros". Su principal beneficio es que facilita el cruce de la parrilla de vías, ya que no existe otro lugar para atravesarlas entre la avenida Brasil y el puente de la calle Brandsen. Por eso, se convirtió en un paso vital. Y por muchos conductores conocedores de la zona es utilizado como vía de escape hacia el sur-oeste, cuando las salidas la avenida Garay se congestionan.

Fuente: Clarín

Dios para Borges

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Esteban Pittaro

A 120 años del nacimiento de Jorge Luis Borges, una de las plumas literarias más fascinantes del español, una de las preguntas más persistentes subsiste: ¿En qué creía Borges?
Conoce el lector de Borges que su sinceridad en la literatura difícilmente pueda ser tenida en cuenta. Desde citas absolutamente apócrifas pero verosímiles, entremezcladas con referencias a clásicos de todos los tiempos, en su obra crea personajes que pueden ser desde un orgulloso y culto nazi que busque autojustificarse a notables autores que reescriben el Quijote, todos falsos pero increíblemente verosímiles. Borges reza los sueños religiosos que evoca o inventa, cree en el perdón cristiano, la cábala judía, el panteísmo. ¿Es quien dice ser en su obra, pero en cuál de sus cuentos?

Interrogado en entrevistas, se ha llamado ateo o agnóstico, pero a la vez ha expresado envidia por aquellos que creían. Negaba a Dios, pero lo respetaba, y lo buscaba en su obra casi de manera permanente, buscando descifrarlo, desandar sus laberintos. El filósofo Santiago Kovadloff se refirió a Borges y a Dios en una edición del Atrio de los Gentiles que tuvo lugar a finales de 2014 en palabras luego recopiladas por la revista Criterio. Borges, decía Kovadloff, no accede al enigma de Dios desde la fe religiosa sino desde la imaginación poética. Y para Borges, como define el padre Osvaldo Pou, es más poética la duda que la afirmación de la fe.

Está claro que admiraba a los hombres de fe como Chesterton, incluso admiraba más esa fe encarnada que la Fe de los hombres, y en particular la de los argentinos. Borges escribe en Discusión: ‘los católicos (léase los católicos argentinos) creen en un mundo ultraterreno, pero he notado que no se interesan en él. Conmigo ocurre lo contrario; me interesa y no creo’.

Borges, en literatura y entrevistas, que acaso son lo mismo, ha expresado que le cuesta llamar a Dios con el nombre de Dios, porque supondría por ejemplo individualizar una Trinidad que la doctrina enseña y en la que él, reconoce, no termina de creer. Su padre agnóstico, recordó alguna vez, le decía sin embargo que “el mundo es tan extraño que hasta la idea de la Trinidad es algo posible”.

Aún sin creer, Borges hace caso a su madre católica, que cuentan antes de morir le pidió que recé un Avemaría cada noche. Cosa que él hizo. Y solicitó el sacramento de la unción de los enfermos poco antes de morir.

¿Creía o no creía Borges en Dios? La duda persiste en la respuesta, aunque quizá no en la búsqueda. Para Borges, comprender la existencia de Dios fue una fascinante búsqueda de toda su vida.


En el Argumentum Ornithologicum Borges comparte otra de sus enigmáticas piezas de búsqueda de Dios y emulando el argumento ontológico de San Anselmo escribe:

Cierro los ojos y veo una bandada de pájaros. La visión dura un segundo o acaso menos. No sé cuántos pájaros vi. ¿Era definido o indefinido su número?

El problema involucra el de la existencia de Dios. Si Dios existe, el número es definido, porque Dios sabe cuántos pájaros vi. Si Dios no existe, el número es indefinido, porque nadie pudo llevar la cuenta.

En tal caso, vi menos de diez pájaros (digamos) y más de uno, pero no vi nueve, ocho, siete, seis, cinco, cuatro, tres o dos pájaros. Vi un número entre diez y uno que no es nueve, ocho, siete, seis, cinco, etc.. Ese número entero es inconcebible, ergo, Dios existe.

La retórica borgiana puede llevar al lector a dudar si es que acaso con su argumento Borges está parodiando los argumentos lógicos de la existencia de Dios o simplemente está aportando el suyo. Vicente Cantarino, analizando este poema, ya en 1976 concluía tras una extensa revisión del argumento que una u otra visión, la parodia o la honesta argumentación, llevan a la misma conclusión: Dios existe. Cantarino titula ese artículo: Borges: filósofo de Dios.

Fuente: Aletelia


34 Festival de Cine de Mar del Plata - 2019: “La invención de Borges” de Nicolás Azalbert

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Camila Mollica 

Si buscamos en el diccionario la cinefilia refiere al amor por el cine, eso que sentimos todos en el momento en el cual nos sentamos en una sala en la oscuridad y la pantalla gigante nos transporta hacia otro espacio. Ese mismo sentimiento llevó a Hayrabet Alacahan a volverse un “enfermo” por el cine, adjetivo que él mismo se adjudicó cuando presentó la película “La invención de Borges” junto a su director Nicolás Azalbert, en esta edición del Festival Internacional de Cine de Mar del Plata, film que forma parte del Panorama de Cine argentino en este evento.

El film recorre la historia de este personaje que merece un reconocimiento por el gran trabajo que le ha dedicado al cine. Hayrabet realizó dos tomos de Enciclopedia con todos los realizadores de cine que han existido desde los inicios del séptimo arte, sin dejar a ninguno de ellos afuera, para reconocer a los olvidados y repasar aquellos que sí llegaron a los ojos de la mayor cantidad de espectadores, un esfuerzo gigante hecho con amor y que esta película logra realizar el necesario homenaje.

Su título remite a la comparación que hace el film entre Borges y Hayrabet. Los cuentos del escritor fueron motor de inspiración para una cantidad innumerable de films. Como en sus obras existe la presencia de una tercera persona que relata los hechos, el film toma el mismo método para contar los diferentes recorridos que va realizando el protagonista junto a Emma (interpretada por Camila Fabbri), donde se narran algunos hechos verdaderos y otros ficticios, contados por una voz en off, la cual escuchamos a lo largo de toda la cinta. Junto a estos relatos ficticios observamos fragmentos de varias películas clásicas que se unen con la historia del protagonista. Es el propio Hayrabet quien se interpreta a sí mismo, pero la ficción le agrega la ceguera, particularidad que sufrió Jorge Luis Borges.

De la misma manera que el documental de Luz Ruciello llamado “Un cine en concreto” retrataba la pasión que sentía Omar José Borcard por el cine al construir una sala en su casa para que pudieran asistir los habitantes del pueblo donde vive, la película en cuestión también realiza un gran homenaje a Hayrabet Alcahan, un personaje que debe ser conocido por todos los que amamos el cine: las películas que se centran en estos personajes particulares hacen que reflexionemos sobre todos los sentimientos que se pueden despertar a partir de los films y son estas vidas que es hermoso conocer y emocionarse junto a ellas.

En resumen, “La invención de Borges” es una historia para emocionarse, es una película sobre el amor hacia el cine, donde además de ver la cinta, vemos otros films dentro de la misma, además de otras referencias sobre las diferentes etapas y modos de filmar que existieron a lo largo de la historia del séptimo arte. Un film que todo cinéfilo va a disfrutar.

Fuente :Cinéfilo serial

Un puente llamado Jorge Luis Borges

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 Alejandra Lazo

 La Legislatura porteña convirtió en ley el proyecto de la diputada Carolina Estebarena que denomina “Jorge Luis Borges” al puente vehicular que cruza sobre las vías del Ferrocarril Roca, en el límite de los barrios de Barracas y Constitución.

Este curioso puente de hierro es un lugar que Jorge Luis Borges admiraba y visitaba a menudo sólo para observar el movimiento de trenes de la estación Constitución, y que además fue fuente de inspiración para uno de sus poemas, “Mateo XXV, 30”.

Fabricado en Liverpool (Inglaterra), está construido con perfiles metálicos que se unen mediante platabandas y remaches para constituir una estructura tubular reticulada de dos tramos, en cuyo solado se pueden observar todavía en excelente estado de conservación los antiguos adoquines colocados en semicírculo y una vía de tranvía.

“Fue colocado para reemplazar a otro provisorio cuya construcción había sido autorizada en 1927 a la empresa Ferrocarril del Sud a fin de permitir el cruce sobre la parrilla de vías, uniendo las calles de Guanahaní y Paracas, en las cercanías de la Estación Constitución, en la prolongación virtual de la calle Ituzaingó”, explicó en los fundamentos la autora de esta ley.

“Durante mi niñez y adolescencia he cruzado en innumerables ocasiones este puente, por la cercanía a mi hogar, maravillándome una y otra vez su estructura que en mi apreciación de aquellos años me resultaba llamativa e imponente”, comentó la diputada de Vamos Juntos que promovió esta iniciativa.

“Fue una alegría en su momento el que la Legislatura porteña lo declarara integrante del Patrimonio Cultural de nuestra Ciudad, sentimiento que ahora se renueva, con la sanción de la ley que lo bautiza con el nombre de uno de mis escritores favoritos”, agregó Carolina Estebarena

Además la diputada contó acerca del origen de esta propuesta parlamentaria: “En una reunión de vecinos a la que asistí acompañando al Jefe de Gobierno Leandro, quien vive en un departamento con vista al puente, nos propuso ponerle el nombre de Jorge Luis Borges a modo de homenaje al genial escritor al cumplirse este año el 120 aniversario de su natalicio, y sin dudarlo, tomamos su sugerencia. Pero no quedó ahí, además del proyecto legislativo que presenté para promover esta denominación oficial, el Ejecutivo avanzó en la puesta en valor del puente, que hoy luce hermosísimo, especialmente de noche, cuando se enciende su iluminación”.

Fuente: ADN


Los magistrales interrogantes y certezas de Borges en "El Sur"

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Roque A. Sanguinetti

Tal vez "El Sur" sea el más conocido entre los cuentos de Borges referidos al campo argentino. Y la historia de Juan Dahlmann, ese hombre de ciudad un tanto soñador, lector del Martín Fierro, que tras un serio accidente viaja en uno de aquellos trenes al decaído casco de estancia que había heredado en el Sur, es posible que ya forme parte de la memoria cultural de los argentinos, como sin duda forma parte con otros cuentos de Borges de la mejor literatura.

La primera parte del relato es muy autobiográfica, por la descripción del personaje y su mundo, y porque el accidente que le ocurre a Dahlmann es idéntico al que en la vida real sufrió Borges al golpearse la cabeza con el filo de una ventana, y lo puso varios días entre la vida y la muerte, en un estado de inconciencia y ensoñación.

Y el cuento puede leerse como un relato directo, según se suceden los acontecimientos que van llevando a Dahlmann, inexorablemente, hacia su destino. Pero extrañamente, también puede ser otra cosa, ya que en cambio podría interpretarse descubriendo que desde su estadía en el hospital o desde el viaje en tren los demás hechos pueden no haber ocurrido nunca, y solo existirían en el estado de somnolencia en que se halla Dahlmann.


Y Borges deja ambiguamente la duda al lector, inspirándose posiblemente, opinamos, en el también ambiguo relato inglés llamado Otra vuelta de tuerca. ¿Es un cuento directo o una ficción dentro de la ficción? Borges mismo dijo alguna vez que se puede leerlo como una directa narración o de otro modo.

También se puede deducir, con una mirada política, que además es una metáfora de la famosa alternativa de Sarmiento entre civilización y barbarie planteada en el libro Facundo, que Borges admiraba. Una metáfora que asimismo se vislumbra en otro cuento magistral suyo situado en el campo profundo, "El evangelio según Marcos". Y no faltó quienes dijeran que habría alusiones a las circunstancias del país cuando escribió esos cuentos, y que él las veía como incorregibles, y por eso no son precisamente esperanzados.

Por todas esas facetas y los interrogantes que provoca, más allá del interés del relato y de su notable y rara descripción de las sensaciones, la ciudad, el viaje y aquel campo primitivo, "El Sur" ha dado materia para la interpretación. Como suele ocurrir en los relatos de Borges, en los que siempre se encuentra algo nuevo.

Y para culminar, el final puede considerarse incierto. O evidente, según se piense. ¿O imagen de alguna otra cosa? Y aquí le deja la palabra última al lector.

La vigencia continuada de la disyuntiva de Sarmiento lo convierte en un cuento argentino simbólico. Y hay un matiz más: aún en la actualidad, el lector tal vez haya sufrido o imagine sufrir circunstancias similares a las que cercan a Dahlmann en los penúltimos párrafos de "El Sur".

Fuente: La Nación

La ficción y los multiversos: De Jorge Luis Borges a Christopher Nolan

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Los universos cuánticos del director Christopher Nolan se cruzan con algunas ideas expresadas en la obra de Jorge Luis Borges. Todo esto a propósito de los cinco años del estreno de “Interestelar”.

Interestelar, película dirigida por Christopher Nolan, fue asesorada por el físico estadounidense Kip Thorne, y parte de su trama ocurre cerca de un enorme agujero negro llamado Gargantúa. A pesar de pertenecer al género de la ciencia ficción, Interestelar lleva al cine principios físicos y recrea lo que se conoce hasta ahora sobre los agujeros negros.

Hanguk Yun Y Saneli Carbajal

De entre todas las posibles facetas atribuibles a Jorge Luis Borges —que no son pocas— una no tan conocida fue su habilidad para fabular ideas científicas. Durante la vida del escritor argentino (1899-1986), se revelaron muchos de los descubrimientos de la ciencia moderna, o, dicho de otro modo, las verdades observables del mundo. En la obra de Borges, un entusiasta del conocimiento, hay rastros de estos hallazgos: algunos de sus cuentos dialogan con teorías científicas que proponen la existencia de universos paralelos.

La filmografía de Christopher Nolan muestra, por su parte, algunas incursiones en la ciencia ficción. Una de las más recientes fue Interestelar, película que en octubre cumplió cinco años, con la que el cineasta británico deseaba “inspirar a una nueva generación para echar un vistazo hacia las estrellas otra vez”. Con la asesoría del físico teórico Kip Thorne, la película fue elogiada por la rigurosidad de sus ideas científicas. La más osada de todas es quizá su propuesta de dimensiones ocultas de la realidad.


Los mundos cuánticos

La tarde en que lo perseguían para capturarlo, el espía Yu Tsun ideó un plan para cumplir su misión. Tomó sus pertenencias —documentos, dinero y un revólver— y huyó a la mansión del sabio Stephen Albert. Allí pasó una tarde casi íntima y sostuvo una amena conversación sobre su bisabuelo, un antiguo gobernante que renunció a todo para dedicarse a construir un laberinto y un libro. Pero, al final de la velada, cumpliendo su plan secreto, Tsun disparó al sabio. Con este acto, transmitió la ubicación de la base enemiga, una ciudad de nombre idéntico al del sabio: Albert. Tsun cumplió su misión.

Aunque ese es el argumento del cuento “El jardín de los senderos que se bifurcan” (1941), de Jorge Luis Borges, el desenlace pudo haber sido cualquier otro: Tsun pudo ser atrapado por su captor; perderse de camino a la mansión de Albert; o arrepentirse a último momento de dispararle porque, como se lee en el cuento, todos los desenlaces ocurren y cada uno es el punto inicial de otros posibles. Y es que, en el centro de este relato, está presente una idea científica inquietante: la existencia de universos distintos al nuestro, en los que —como en el cuento— todas las realidades ocurren a la vez.

Dieciséis años después de que Borges publicara el relato, en 1957, el físico Hugh Everett III propuso la tesis de los muchos mundos. Esta es una continuación de la llamada “mecánica cuántica”, la teoría científica que explica el comportamiento de los átomos y partículas subatómicas. De acuerdo con Everett, el mundo cuántico está regido por reglas complejas. Una de las más enigmáticas es que las partículas subatómicas no tienen un solo destino, sino que experimentan distintos estados a la vez. En otras palabras, viven, como propone el cuento de Borges, todas las realidades posibles.

En el relato borgeano, el sabio Albert lo explica de esta manera: “El jardín de senderos que se bifurcan es una imagen incompleta, pero no falsa, del universo tal como lo concebía Ts’ui Pên (bisabuelo del espía). A diferencia de Newton y de Schopenhauer, su antepasado no creía en un tiempo uniforme, absoluto. Creía en infinitas series de tiempos, en una red creciente y vertiginosa de tiempos divergentes, convergentes y paralelos. Esta trama de tiempos que se aproximan, se bifurcan, se cortan o que secularmente se ignoran, abarca todas la posibilidades”.

La teoría de Everett ha sido sustentada en experimentos posteriores que concluyen, con poco margen de error, que una partícula puede estar en varios estados a la vez. Y más aún, si todo lo existente es una combinación de partículas, la materia e incluso los seres humanos estarían experimentando todas las realidades posibles, solo que no pueden percibirlo. Si Everett acertó —las teorías por ahora le dan razón—, el universo sería como lo imaginó Borges: un laberinto de muchas realidades.

Otra dimensión

En el mundo de Joseph Cooper, la humanidad ha agotado las reservas alimenticias y la Tierra es estéril como un desierto. En un intento de supervivencia, la NASA buscará, en una galaxia remota, un planeta habitable. La misión es a todas luces riesgosa —quien la emprenda debe estar listo para la soledad y tal vez la muerte—, y, aunque es uno de los pilotos de mayor genio, Cooper no está seguro de hacerlo. Aun así acepta. Le consuela saber que, de encontrar ese nuevo mundo, sus hijos podrán sobrevivir al hambre.

El argumento que propone Interestelar (2014), de Christopher Nolan, está tejido sobre una rigurosa base de preceptos científicos: ingeniería espacial, agujeros negros, viajes interestelares y, quizá lo más sorprendente, una teoría cuántica de la gravedad. Esta teoría —uno de los sueños frustrados de Stephen Hawking— es central para entender el hecho más importante de la película: los mensajes que Murphy (hija de Joseph) recibía de un supuesto fantasma.


Muchos años después de que su padre se perdiera en el espacio, Murphy regresa a la granja de su infancia. En la biblioteca, frente a sus viejas cajas de objetos personales, algo extraño vuelve a ocurrir: unas marcas de código morse aparecen en su reloj. Entonces, recordando los mensajes que un supuesto fantasma le enviaba de niña, Murphy se da cuenta de que el remitente es en realidad su padre. Usando el código, desarrolla una teoría cuántica de la gravedad. La humanidad, gracias a ella, logra dominar los viajes interestelares y salvarse en otro planeta.

Como en el cuento de Borges, la película se sostiene sobre la física cuántica. En efecto, era Joseph Cooper quien enviaba los mensajes a su hija. Lo hacía desde una dimensión creada por unos seres —la historia sugiere que son humanos del futuro—, que lo ayudan a sobrevivir. Desde esta dimensión, Cooper puede moverse en distintos momentos del tiempo, y transmitir mensajes a su hija. Crear una dimensión así solo sería posible con un control avanzado de la teoría cuántica de la gravedad.

Multiversos cosmológicos

En la última etapa de su vida, un bibliotecario anónimo decide contar los secretos del lugar que habita, una biblioteca de tamaño incalculable. Su descripción del espacio se inicia así: “El universo (que otros llaman la Biblioteca) se compone de un número indefinido, y tal vez infinito, de galerías hexagonales”.

Como el propio personaje lo dice, “La biblioteca de Babel” (1944) puede leerse como una metáfora del universo. Al igual que en la biblioteca, el número de libros es infinito; las galaxias del universo —de acuerdo con observaciones cosmológicas actuales— lo son también. Así como la biblioteca borgeana dispone de 25 caracteres con los que están escritos todos sus libros, el universo posee poco más de 100 átomos para crear toda la materia.

Dado que esta es infinita y los caracteres de los libros son solo 25, estos necesariamente se repiten. Borges lo justifica diciendo que la biblioteca es ilimitada, pero periódica. Y remata con esta frase: “Si un eterno viajero la atravesara en cualquier dirección, comprobaría al cabo de los siglos que los mismos volúmenes se repiten en el mismo desorden (que, repetido, sería un orden: el Orden). Mi soledad se alegra con esa elegante esperanza”.

La teoría del llamado multiverso cósmico estudiada por el físico Max Tegmark propone una idea similar. Si el universo es infinito y existe un número determinado de átomos que forman todo lo existente, un viajero podría llegar en algún momento a rincones del espacio virtualmente idénticos al que habitamos. Hallaría otra Tierra, otra Vía Láctea y otro sistema solar. Un universo espejo pero distante.

Esta certeza científica se apoya en el análisis de la radiación cósmica de fondo, la fotografía más antigua del universo, y en la teoría inflacionaria, la cual propone una expansión tremenda y acelerada del universo en su origen. Por estas evidencias, los científicos saben —como los bibliotecarios de Babel— que el universo está lleno de materia y se extiende hasta el infinito.

Aunque parezca increíble, existen cálculos sobre la distancia que debería recorrer este viajero cósmico para llegar al universo espejo del nuestro. Tegmark estima 1010 metros. Una distancia enorme, pero finita. Quizá nuestra soledad podría alegrarse con esa esperanza.

Fuente: El Comercio  -  Perú

El día que LACAN citó a BORGES

El Bellas Artes rescata la obra de Norah Borges, una mujer en la vanguardia

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Más de 200 piezas entre pinturas, dibujos, grabados y objetos de la artista plástica argentina se exhibirán hasta marzo.

 Norah Borges, “El diván amarillo”, 1961, Colección Museo Rosa Galisteo de Rodríguez. (Foto: MNBA)

Por Jessica Fabaro

"En todos nuestros juegos era ella siempre el caudillo, yo el rezagado, el tímido, el sumiso". Así retrataba Jorge Luis Borges en uno de sus textos a su hermana, Leonor Fanny Borges Acevedo, Norah Borges. El Museo Nacional de Bellas Artes decidió ponerse a tono con la época y rescatar merecidamente la trayectoria de una mujer con lenguaje propio; que ilustró libro de grandes escritores (su hermano, Victoria y Silvina Ocampo, Julio Cortázar, Adolfo Bioy Casares, entre otros); que vivió en las sombras de sus colegas de los años '20, pero dejó huella en el campo artístico de nuestro país.

Con la exposición “Norah Borges. Una mujer en la vanguardia”, curada por el especialista Sergio Alberto Baur, el MNBA inaugura un nuevo capítulo. Se trata de la primera muestra de la artista plástica argentina y es la primera vez que una artista mujer llega con una exposición monográfica, que reunirá más de 200 pinturas, dibujos, grabados y objetos.

La muestra analizará toda su vida artística a través de piezas provenientes de 28 colecciones públicas y privadas y se propone enlazar los mundos que vivió Borges desde su período de formación, y su destacado trabajo como ilustradora de la vanguardia española y argentina.

 “En su producción Norah Borges experimentó con diversas técnicas, como el dibujo, la pintura y el grabado, todas ellas marcadas por la sencillez, la levedad y la sutileza, la misma discreción que adoptó en su vida que transcurrió siempre al margen, evitando el centro de la escena”, destaca el director de la institución, Andrés Duprat.

Según explica Baur, la artista “constituye una rara excepción dentro de la historia del arte argentino, debido a que su presencia en las décadas de auge de las vanguardias internacionales le permitió acompañar a personajes de la relevancia de Juan Ramón Jiménez, Federico García Lorca, Gabriela Mistral, y a los jóvenes poetas de renovación de España y de la Argentina, y establecer un diálogo plástico con los movimientos artísticos de esos años”.

Su desarrollo artístico personal atraviesa con un lenguaje propio las formas de la modernidad. A lo largo del siglo XX, en contacto con la vida literaria de su tiempo, ilustró los primeros libros de escritores como Borges, Victoria y Silvina Ocampo, Julio Cortázar, Adolfo Bioy Casares, Eduardo Mallea, Ricardo Molinari, Concha Méndez Cuesta, Carmen Conde, Rafael Alberti, y los chilenos Luis Enrique Délano y Humberto Díaz Casanueva. También realizó ilustraciones para las revistas de vanguardia españolas Grecia, Ultra y Baleares, y fue colaboradora destacada de las publicaciones argentinas Prisma, “Proa”, Martín Fierro y Valoraciones, entre otras.

“A la sombra de su hermano y de su marido, pareciera que esta mujer artista de la vanguardia permaneció oculta frente a sus compañeros de ruta de los años '20, alejada del mundo de la crítica y del sistema del arte en general”, explica Baur.

Los once núcleos que organizarán en sala esta gran exposición son “Infancia”, “Norah, una artista ultraísta”, “Norah Borges en la vanguardia” I y II, “Cartografías”, “Quintas y viaje a España”, “Norah ilustradora”, “Españoles de tres mundos”, “Salas de pintura y dibujo”, “Norah por Jorge Luis Borges” y “Manuel Pinedo: Norah Borges crítica de arte en los Anales de Buenos Aires”.

El redescubrimento y la puesta en valor de su obra en el mapa de las artes plásticas del siglo XX comenzó en los años '90, cuando fue incluida como protagonista en la muestra “El ultraísmo”, organizada por el Instituto Valenciano de Arte Moderno. En 1994, la crítica e investigadora Patricia Artundo, con apoyo del Fondo Nacional de la Artes, publicó “Norah Borges, Obra gráfica 1920-1930”, libro pionero en la sistematización y análisis de su producción.

“Su involuntario olvido encuentra su reconocimiento en esta exposición, como un merecido homenaje a esta extraordinaria pintora, que, entre otras cosas, fue la mujer más relevante del ultraísmo, que exploró el expresionismo, y que se fue definiendo como artista, más allá de las tendencias y de las escuelas artísticas del siglo XX, o transitando en los márgenes de los innumerables ismos que concibió ese tiempo histórico”, cierra el curador.

Fuente Todo Noticias

A Don Nicanor Paredes

"Borges anticipó la idea de muchos mundos paralelos"

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 En "El jardín de los senderos que se bifurcan" postuló una teoría científica que Hugh Everett III enunciaría quince años más tarde.

Por Máximo Soto

Junto a investigaciones profesionales, creaciones artísticas como cuentista, dibujante y música (grabó con Mercedes Sosa), Alberto Rojo no deja de explorar y descubrir la relaciones de los textos de Borges con la ciencia, como lo demuestra en “Borges y la física cuántica” (Siglo XXI), obra que acaba de aparecer en versión renovada y ampliada. Rojo es doctor en física. Fue investigador en la Universidad de Chicago y profesor titular en la Universidad de Oakland, y de Ciencia y Humanidades en la Universidad del Este de Nuevo México. Junto a numerosos trabajos científicos, ha publicado “La física en la vida cotidiana”, “El azar en la vida cotidiana”, “The Principle of Least Action: History and Physics”. Dialogamos con él.

Periodista: Comienza su libro señalando que Borges, en uno de sus cuentos, adelantó desarrollos de la física cuántica…

Alberto Rojo: Borges anticipó la idea de muchos mundos, de los universos paralelos. La postuló en 1942 en “El jardín de senderos que se bifurcan”, y en 1957 el físico Hugh Everett III la propuso como teoría científica. Cuando eso se publicó, otro físico, Lane Hughston, le adviertió que Borges había escrito un cuento con esa idea 15 años antes.A partir de 1970, la ”Teoría de los muchos mundos de la mecánica cuántica” incluye un epígrafe del cuento de Borges. Me siguió intrigando si Everett podía haber leído “El jardín de senderos que se bifurcan”, dado que es el primer cuento de Borges traducido al inglés; apareció en la revista “Analog” en 1950. Everett era un ávido lector de ciencia ficción y podría haberlo leído y sentirse inspirado. Sigo indagando, pero no puedo sustanciar mi sospecha.

P.: ¿Borges es el poeta más citado por los científicos?

A. R.: Si se busca a Borges en los sitios de internet Web of Science o en Google Scholar, donde aparecen citas de trabajos científicos, se encuentran miles de menciones a Borges, no en literatura sino en física, matemática, antropología, teología, lingüística. Es el escritor que más ha irradiado a otras disciplinas más allá de la literatura. En Combinatorio, una rama de la matemática, hay un resultado que se conoce como la ley exponencial “El teorema de Borges”. Si un mono teclea caracteres al azar llegará en algún momento a escribir “era una noche oscura y tormentosa”. La probabilidad es muy baja pero. a medida que aumenta esa secuencia, en algún instante puede aparecer. En paleontología está “El dilema de Borges” sobre si el universo tuvo o no tuvo un comienzo, la alegoría que se usa es la de “El libro de arena” que no tiene un comienzo, que es infinito, se abre en una página a la que luego no se va ya a volver a ver. Cuando Herbert Simon visitó la Argentina, en 1967, quiso ver a Borges. ¿Por qué me quiere ver a mí que no soy economista? Es que mi Teoría de Toma de Decisiones está influida por sus ideas sobre los laberintos. La cita más habitual es a Michel Foucault en “Las palabras y las cosas”, en donde parte del texto “El idioma analítico de John Wilkins”, de Borges. Lo curioso es que Borges no había leído a Wilkins sino que se manejó con lo que había leído sobre Wilkins en la British Encyclopedia. Y basado en esas referencias escribió el ensayo más famoso que existe sobre Wilkins

P.: Cuando habló con Borges, él le dijo que sobre física sólo sabía lo que el padre le había enseñado sobre el barómetro.

A. R.: Descreo de eso. Borges alguna vez dijo irónicamente que es preferible ser inculto a semiculto. Él pensaba por su cuenta y tenía cierto desparpajo respecto de la ciencia. La ciencia tiene avances muy técnicos pero otros son conceptuales y van más allá del conocimiento técnico, y son muchas veces anticipados por la buena literatura.

P.: En su nota “Tertium organum” señala la relación de Borges con el esoterista Ouspensky. Más que en la ciencia Borges pareció estar influido por la cábala, el ocultismo, el gnosticismo…

A. R.: A Borges le interesa tanto el ocultismo como las matemáticas o la filosofía. No hace teoría científica, se nutre de ideas para construir ficciones. La física cuántica es como un cuerpo de recetas que funcionan espectacularmente bien para predecir y dar cuenta de un montón de fenómenos microscópicos, pero en cierto punto uno se encuentra sin palabras, no está claro cómo interpretar esas ecuaciones, y cuando uno se queda sin palabras toca los límites del lenguaje. Quienes son capaces de trascender esa frontera de lo inexpresable son los grandes poetas, y Borges es el caso, nos acerca a lo inexpresable de los misterios. Eso lo hace tan atractivo para los científicos.

P.: ¿Cómo fue ese único encuentro con Borges?

A. R.: Fue el día siguiente a mi casamiento. Mis padres habían venido de Tucumán y estaban parando en el hotel Dorá, en Maipú al 900. Fuimos a verlos con mi mujer antes de viajar de luna de miel. Mirá quién está ahí, me dice mi padre. Borges comía con Estela Canto. Mi padre, que era filósofo, me dice vamos a hablar con él. Yo era un fan total. Le preguntamos. Cómo no, vengan cuando pida el té y charlamos. Mi padre, que era muy orteguiano, le preguntó por Ortega y Gasset. Ah, sí… lo conocí cuando vino por acá, me pareció cero. Mi viejo: ¿cómo usted que dice no creer en Dios escribió tanto sobre Él? Ah, pero también escribí mucho sobre el Minotauro. Yo venía de encontrar en el libro “Física térmica”, de Kittel, en una nota al píe: para un estudio literario científico del tema ver “La biblioteca de Babel” del argentino J. L. Borges. Se lo comenté. A Borges los físicos lo citan mucho. Pero… qué imaginativos los físicos.

P.: ¿En que está trabajando ahora?

A. R.: Sigo leyendo a Borges refractado a través del cristal de la ciencia. Estudiando intersecciones del arte y la ciencia. Investigo temas de física cuántica. Escribí el libro “El principio de mínima acción: historia y física”, que publico Cambridge University Press. Voy a publicar la segunda parte de “Física en la vida cotidiana”. Y en este momento hay una muestra de mis dibujos en la 22 North Gallery, de Michigan.

Fuente: Ambito

Borges y la física cuántica, entre la ciencia y la fantasía

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 El músico e investigador Alberto Rojo acaba de reeditar su libro "Borges y la física cuántica", en el cual indaga los territorios en común que comparten la ciencia y el arte. Publicado hace seis años, esta nueva edición fue enriquecida con ensayos inspirados en el cuento “Funes el memorioso”.

En “Borges y la física cuántica”, el investigador Alberto Rojo indaga en el territorio común que habitan el arte y la ciencia. La obra de Rojo, que publicada por primera vez hace seis años tuvo una gran recepción entre científicos y amantes de la literatura, llega ahora enriquecida con ensayos como el surgido del cuento “Funes el memorioso”, donde Borges, sin saberlo, aborda un tema fundamental de la física como la flecha del tiempo.

En diálogo con Télam, el investigador que además es músico y grabó con Mercedes Sosa, se refirió a la obra reeditada por la editorial Siglo XXI.

P- ¿Cuándo comenzó a estudiar la conexión entre la obra de Borges y la física?

R- Cuando estaba estudiando en Bariloche, en un libro de física estadística del estadounidense Charles Kittel, un problema proponía calcular la probabilidad de que un mono tecleando al azar escribiera “Hamlet”. Y si bien éste es un problema que Borges citaba, lo interesante es que al final del capítulo de Kittel una nota al pie señalaba: ‘para un estudio literario científico leer “La Biblioteca de Babel”, de Jorge Luis Borges’. No decía el cuento, decía estudio literario científico. Y aunque entre los estudiantes de física ya hablábamos de la presencia de la ciencia en la obra de Borges, el hecho de que fuera citado como un estudio científico me interesó particularmente. Años después tuve la posibilidad de conocer a Borges y decirle que los físicos lo citaban y a partir de ahí empecé a hacer una nueva relectura de su obra e indagar en posibles conexiones. Él me dijo -y le creo- que no sabía nada de física, cuando en realidad sabemos que leyó mucho de divulgación de matemáticas, por ejemplo.

P- ¿En qué radica el poder anticipatorio del cuento “El jardín de los senderos que se bifurcan” respecto de la ciencia?

R- En ese cuento hay un anticipo clarísimo de una teoría cuántica en la que entran en juego la existencia de varios universos o realidades relativamente independientes que se multiplican, y es anticipatorio porque esa teoría se publica en 1957, quince años después del cuento de Borges. A partir de eso estuve indagando la posibilidad de que el autor de la teoría, el estadounidense Hugh Everett, hubiera leído el cuento, y si bien no pude encontrar un subrayado, es posible que lo haya leído porque el cuento se publicó antes del trabajo científico y es el primer cuento de Borges publicado en inglés.

P- ¿Qué lecturas o influencias tuvo Borges para crear cuentos de impronta científica?

R- Tenía un abanico de lecturas amplísimo y la gente que lo conocía dice que ejercitaba un arte microscópico sobre las palabras y los nombres. En el caso de “El jardín de los senderos que se bifurcan” hay una influencia de la literatura policial, de Edgar Allan Poe, y del escritor inglés de ciencia ficción Olaf Stapledon, y combinando todos esos elementos Borges va más allá de la ciencia ficción, del anticipo conceptual de una teoría científica.

P- ¿Cómo alguien, en este caso Borges, puede intuir ciertos conceptos científicos?

R- Cuando uno es suficientemente inteligente y tiene una especie de antena o radar por las cosas que están flotando en la matriz cultural de un determinado momento, pero aún no han precipitado en la ciencia, es capaz de destilar esas ideas y convertirlas en ficciones que no son un trabajo científico, pero contienen el germen de lo que será una teoría científica. O sea que la combinación de la inteligencia con lirismo y matriz cultural hace que una fantasía sea parte de una teoría. De la misma manera que una teoría suficientemente bella y sofisticada en algún lugar va a tener una cabida en la realidad.


P- Esto se relaciona con lo que señala el libro respecto de la belleza del arte que anida en la ciencia.

R- Un prestigioso científico decía que las teorías para ser verdaderas tienen que ser bellas, agradables, tienen que tener simetría, elegancia. La búsqueda de la belleza es la búsqueda de la verdad, porque la misma imaginación que crea la ciencia es la que crea el arte. Los científicos crean mundos posibles y muchas veces el mundo que no vemos opera con las mismas reglas de la fantasía.

La ciencia, el arte y los chicos

Alberto Rojo consideró que para que los niños y adolescentes puedan apreciar el vínculo entre arte y ciencia “hay que despertar la autoestima científica en los chicos”, cuestión que radica en “convencerlos de que pueden entender la ciencia”.

P- ¿Qué debe hacer la educación para que los chicos puedan vincular ciencia y arte?

R- Se necesita una reforma de la actitud educativa para integrar el arte con la ciencia, porque el arte es un vehículo facilitador de la enseñanza de la ciencia. Lo que hay que hacer es despertar la autoestima científica en los chicos: la convicción de que son capaces de entender más de que lo que el docente tiene que explicar.

La clave del éxito es el convencimiento de que podés hacer algo y, en este caso, hay que convencerlos de que pueden entender la ciencia, en una especie de amistad con el rigor, con la disciplina, que es algo que también tienen los artistas.
El arte no solo nutre el alma, es parte de la construcción de la economía, porque no solo avanza buscando la utilidad, sino buscando el sentido.

P- ¿Cómo fue ese aprendizaje en su caso, que hizo una carrera científica?

R- Fue un proceso gradual. Por un lado tuve la fortuna de tener padres muy estimulantes que me enseñaron arte desde muy chico y me hicieron pensar la física a través de experimentos relacionados con la pintura, algo que nunca abandoné. Además, tuve muy buenos docentes: hice mis estudios en la educación pública desde el jardín de infantes, la universidad en Tucumán y el doctorado en el Balseiro, donde me pagaron por estudiar, lo cual es increíble a los ojos de un estadounidense, que tiene que pagar 70 mil dólares para recibir la misma educación que yo recibí con menos de 30 mil.

Fuente: Rio Negro


Un relato perdido de Borges reaparece y reabre los estudios sobre su obra

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Fue publicado en el último número de la legendaria Ayesha. El responsable del rescate cuenta aquí la génesis del hallazgo


Encontré hace unos meses este cuento de Borges, que casi nadie leyó, entre los libros de una de las bibliotecas de casa. Digo casi nadie porque sí lo vienen disfrutando los lectores de Ayesha, la revista literaria, en papel, de nuestra agencia de difusión de autores. Mi casa queda sobre un bonito pasaje cercano a lo que era el arroyo Maldonado. Hay quien dice que de esa cercanía surgieron las primeras representaciones imaginarias de Borges acerca de los compadritos. Yo no sé si fue realmente así.

Por supuesto aquel arroyo hoy es absolutamente invisible. También era invisible el cuento desconocido de Borges que estamos publicando. Su tema principal es el dolor que cura el amor. La trama es biográfica. Se centra en el modo en que un joven Borges intentó superar el abandono de una mujer. ¿Sospechaba el Borges maduro que se lo narró a un joven que su anécdota iba a volver a circular en el 120 aniversario de su nacimiento? Me gusta imaginar que sí. Ya hacía mucho Borges practicaba el arte del dictado a sus colaboradores.

Como sea, tuve suerte.

Si me permito llamar cuento a las circunstancias personales que me confió azarosamente a mí, contra su discreción habitual, es porque contiene todos los componentes del género cuento borgeano: la conversión de un hombre miedoso cuyo estado se invierte en el transcurso de la peripecia; el texto enmarcado en una cita culta (en este caso, de Macedonio Fernández), y la conclusión metafísica a la que llega el protagonista, cuyos rasgos coinciden en un todo con los del Borges que todos conocemos: tímido, genial, irónico.

Por supuesto, no voy a contar ahora qué hizo o dejó de hacer ese otro Otro Borges del relato. En principio, para no spoliarlo ante sus improbables lectores -diría Borges. No conozco mayor placer que la del descubrimiento literario. Lo que incluye tanto la búsqueda como la epifanía del exégeta ante el hallazgo. En este caso viene involuntariamente a reabrir la obra terminada.

Yo era un aprendiz de escritor y periodista de veinte años. Borges iba a cumplir los ochenta y tres. 

Los dos éramos de virgo. Contaba en mi currículo haber hecho una revista literaria en papel, primera época de la actual. Borges ya era Borges. Para cumplir con el encargo de una publicación médica, fui a entrevistarlo con mi grabador Sony al departamento del sexto piso de la calle Maipú donde vivía al cuidado de Fanny, la señora que se ocupaba de sus menesteres. Había varias otras personas esperando. Intuí unas estudiantes de Letras cuyo interés no recuerdo en absoluto, probablemente otro periodista, unas cuatro o cinco almas más. Borges se interesó por el origen del apellido Margulis (del que he hablado en mi último libro.

Omití decirle que mi abuelo paterno se jactaba de haberle aplicado inyecciones en su farmacia de la calle Quintana, en la Recoleta. Tampoco le hablé de las imitaciones desopilantes de su voz finita que hacía el borgeómano que resultó ser mi abuelo.

Dejé que Borges desarrollara su relato y me limité a hacer preguntas mínimas. Me refiero a los conectores gramaticales ineludibles, los y después, los y entonces. Cuando terminó de narrar se extendió unas palabras sobre las cuestiones de su próstata. Al despedirnos me sorprendió la blandura de la mano. Me acordé del inefable Platero de Juan Ramón Jiménez, que también era como si no llevara huesos. Luego no tuve que retocar ninguna de sus frases. Hasta la puntuación, que durante la charla me había parecido exageradamente lenta, cosa que atribuí a su edad, era perfecta. Oraciones y párrafos se enlazaban con naturalidad.

A raíz del 120 aniversario del nacimiento de Borges busqué aquel relato, cuyo contenido no recordaba, en mi biblioteca. Cuando lo pasé a un archivo Word para enviárselo al diseñador volví a admirarme. Ahí estaban el tema de la conversión del héroe que encuentra en un punto de la ciudad el destino, estaban el culto al coraje y las enseñanzas que el padre de Borges le había hecho a éste en vida, estaba la filosofía y la búsqueda siempre imposible de la felicidad, estaba la figuración de lo real y la construcción de lo vivido como proyección de la imaginación creadora. Y todo eso se encontraba en una anécdota increíblemente trivial, que no revelaré por las razones antes mencionadas.

Cuando le mostré este cuento a mi querida María Kodama, con quien tuve el gusto de trabajar durante un año en un concurso organizado por Ayesha, ella lo refrendó como auténtico. “Es Borges”, me dijo. “Publicalo. Pero no digas que es inédito”. De nada habría servido que le argumentase que la revista médica dejó de existir hace demasiado tiempo. Kodama reconoció de inmediato el estilo de Borges y apreció que yo lo trajese del olvido.

Fuente: El Día    La Plata
https://www.eldia.com/nota/2019-12-15-6-58-45-un-relato-perdido-de-borges-reaparece-y-reabre-los-estudios-sobre-su-obra-septimo-dia

Montando un caballo blanco

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Por Omar López Mato

La Verde

El 26 de noviembre de 1874, en el contexto de la revolución mitrista contra la elección de Avellaneda, tropezaron las fuerzas insurgentes contra el gobierno conducido por el coronel Arias. El coronel Francisco Borges, luciendo un poncho blanco y montando un caballo del mismo color, condujo con "coraje inútil" (como diría su nieto) a las fuerzas rebeldes de Mitre y terminó muriendo por una causa que se ha diluido con los años.

El 26 de noviembre, temprano por la mañana, el ejército constitucional se puso en marcha en tres columnas hacia la estancia La Verde (Provincia de Buenos Aires).

Hay un momento en que la pampa está a punto de hablar a través del mudo grito de miles de hombres dispuestos a derrochar coraje por una causa que muchos podrían no entender. El cielo, el sol y las nubes eran testigos de ese desafío al destino.

A los flancos marchaba la caballería, por el centro los batallones de infantería, y a la cabeza cabalgaba Mitre al frente de su Estado Mayor. Con las primeras luces del día podía verse claramente la arboleda de la estancia, cortada por el brillo de las bayonetas y el humo de los fogones.

A medida que avanzaban, los edecanes de Mitre partían a todo galope a impartir instrucciones. La tropa fue tomando su puesto de combate. A la derecha estaba Segovia, frente al escuadrón Tuyú de Don Manuel Ramos. En el centro de la línea, el coronel Matías Ramos Mejía con Borges a la cabeza, dispuesto a exhibir, más allá de toda duda, que él era hombre de la revolución.

A la izquierda había quedado Don José Vidal con sus voluntarios. De allí en más se extendía la línea comandado por el coronel Murga.

Desde el casco de la estancia, Arias contemplaba la extensión de la línea. Cinco mil hombres desplegados en el campo eran un espectáculo intimidatorio pero el hombre, a pesar de su corta edad, se había visto en peores circunstancias. Arias se abrochó el cuello de su guerrera y revisó que su revólver estuviese cargado. Sin pensarlo, se acarició la oreja cercenada.

Una partida de cuarenta hombres montando tordillos partió al galope desde la línea rebelde. El coronel Borges llevaba una bandera blanca. Arias y seis ayudantes le salieron al encuentro. Al verse, Arias y Borges se estrecharon en un abrazo. El afecto primó sobre las ideologías. Hacía tiempo que no se veían; hablaron de la familia, los amigos, los días pasados. El cielo y el sol se detuvieron. La pampa fue silencio, mientras ellos cultivaban una vieja tradición argentina. Quizás la más antigua, la amistad.

Habrá pasado media hora cuando el general Rivas se impacientó y galopó hacia el grupo. En ese momento el coronel Borges volvió a su encuentro después de parlamentar con Arias. Su gesto todo lo decía. Los argumentos para evitar el derrame de sangre entre hermanos habían sido en vano. “No acata la orden de rendición”, fue el escueto mensaje con el que Borges informó a Rivas el final de las tratativas. Ahora las palabras debían dar lugar a las armas.

Rivas quedó en silencio por un instante. En el fondo sabía que la confrontación era inevitable. ¿Acaso estaba escrito en las estrellas? ¿era esto lo que llamaban destino? No había forma ni era momento para saberlo.

Su caballo corcoveó y salió disparado mientras rugía órdenes: “Comandante Palacios, prepare su batallón”. “Comandante Rebución prepare su batallón”. Sí señor. Sí señor.

Latían los corazones, los cuerpos vibraban, las gargantas se secaban. La batalla iba a comenzar.

Desde las casas se escuchó un “¡Hurra!”. Arias arengaba a sus hombres apresándolos para el combate. Al pasar frente a la 4ta compañía en la que había servido de subteniente, le preguntó al Sargento Antenor Pérez: “¿Tendrá algo que recomendar a esta, mi compañía?” Y el sargento Pérez, con el que Arias había compartido los peligros en el Paraguay y en Corrientes, contra la indiada, contestó: “Nada, mi comandante”. “Nada”, repitieron los soldados. El sargento Antenor Pérez moriría momento más tarde, destrozado su pecho por una bala rebelde.

En el llano retumbó un ¡Viva la Revolución! Gorros colorados bailaron sobre las puntas de las tacuaras y las bayonetas. Las trompetas llamaron a formar filas. Por todos lados se escuchaba “¡Viva el general Mitre! ¡Viva el general!”

Las guerrillas rompieron la línea del ejército rebelde y se dispersaron por el campo tentando suerte. Había que hallar un punto donde quebrar la defensa alrededor de la Verde.

“No se escondan, si son tan hombres” gritaban los soldados sublevados a las tropas de Arias parapetadas en la estancia. Antes habían peleado hombro contra hombro, hoy les tocaba luchar en bandos enfrentados.

Las guerras y revoluciones que asolaron al país les darían otra oportunidad de venganza o redención. Habría más oportunidades para juntar fuerzas o matarse.

Francisco Borges avanzó al frente de los civiles agrupados en el batallón “24 de Septiembre”, donde servía don Domingo Rebución, cuñado del general Rivas, lujosamente ataviado con su chaqueta azul y de dorados brillando al sol. Una bala le atravesó la pierna, pero no se movió de su puesto.

Cada metro de terreno ganado por los hombres de Mitre se cubría de cadáveres bajo la tormenta de plomo que escupían los Remington. Las tropas de Arias, apostadas en un foso y parapetadas tras sus monturas, disparaban a repetición. “Fuego, Fuego”, repetía Arias recorriendo el perímetro de La Verde. La cadencia del fuego no debía caer para mantener a raya a los rebeldes.

Los hombres del “24 de Septiembre” buscaban un resquicio para avanzar, pero una cortina de fuego impedía todo acercamiento… Borges, siempre frente a los suyos, tentaba la suerte montando un caballo blanco, y luciendo un poncho blanco, como invitando a la muerte. De allí en más nadie podría poner en duda su coraje y su lealtad como hombre de la Revolución. Combatía como siempre lo había hecho: era un temerario tentando a la suerte. Sin descanso arengaba a sus hombres con vehemencia, predicando con el ejemplo, corriendo de un lado al otro, sable en mano. “¡Avancen! ¡Avancen!”, gritaba una y otra vez, buscando una brecha en la línea enemiga.

A escasos metros de la arboleda adivina un punto donde centra su atención; ese puede ser el camino a la victoria. Espolea a su caballo dispuesto a atacar cuando, bruscamente, un golpe lo paraliza. Por un momento se siente ciego, sordo y mudo, pero no siente dolor, solo un cansancio infinito. Instintivamente se lleva la mano al abdomen y la ve teñida de sangre. Ese poncho blanco que lucía desafiante se impregna de rojo. Aturdido por el impacto ve a sus hombres caer a su alrededor. Aún tiene fuerzas para apearse del caballo y queda tendido en el campo mientras recuerda cuando fue herido en Paraguay. Recuerda los ojos de su esposa y sus caricias. Recuerda las calles de Montevideo. El tiempo se alarga ante sus ojos. Somos de ayer… Todo parece transcurrir con una pasmosa lentitud mientras sus hombres siguen luchando. Algunos tienen la suerte de morir al instante, otros se revuelcan doloridos, pero nadie retrocede. El abanderado es atravesado por una bala. El pabellón del “24 de Septiembre” cae al barro. “Levanten la bandera”, grita y enseguida el estandarte se alza manchado de sangre y barro… Borges solo atina a sostener la herida por donde se le escapa la vida, cuando un nuevo disparo atraviesa su costado. Su cuerpo se estremece, una sed espantosa seca su boca. Sabe que es el final. Ya no ve su mano, ya no escucha el rugido de la batalla, solo siente la sangre caliente corriendo sobre su piel. Piensa entonces en su vida, ese torbellino arrastrado por las guerras. Piensa en su esposa y sus hijos… Podrá arrepentirse de muchas cosas, de errores, de excesos, de faltas y desvíos, pero jamás podrá arrepentirse de haber sido lo que fue, un valiente.

A escasos metros los soldados de la reserva contemplan impotentes la suerte de sus camaradas. Los caballos, nerviosos por las balas y esquirlas que los impactan, bufan y relinchan contenidos por sus jinetes. Algunos caen heridos de sus cabalgaduras. En el momento en que el coronel Matías Ramos Mejía se da vuelta para impartir una orden, un proyectil atraviesa su pierna. Su hijo José María, un aventajado estudiante de medicina, se acerca para asistirlo cuando otra bala impacta el muslo. El viejo coronel se ha puesto pálido. Lo ayudan a apearse, mientras el portaestandarte del regimiento agita la bandera perforada por las balas.

El General Mitre está en todas partes. Cruza el campo en su alazán seguro de que todavía no se fundió la bala que habría de matarlo… Lo sigue atrás su Estado Mayor con menos suerte que su jefe. Eduardo Rodríguez y Germán Elizalde quedan postrados en el campo.

“No hace falta exponer a los demás”, dice el general. Y se queda solo con Rivas, dos ayudantes y un trompa para impartir las órdenes.

La vanguardia busca el lugar exacto donde penetrar el perímetro. Intentan costear posiciones hasta el ángulo izquierdo del casco, resueltos a penetrar el reducto defensivo, pero son rechazados por el fuego de los defensores. A pesar de las pérdidas tantean el terreno, hasta que llegan a la entrada del establecimiento. Sale a recibirlos un grupo de soldados leales al mando del teniente José Diez Arenas, dispuestos a arrebatarles el estandarte. Las tropas sublevadas deben retirarse ante el nutrido fuego que los recibe desde el casco. Arenas cae herido.

Al otro lado de las casas, un contingente de gauchos de Ayacucho apeándose a doscientos metros del foso avanzan, facón en mano, a pie firme, dispuestos a enfrentar las balas. Por un instante los defensores dudan de lo que están viendo. A facón desnudo enfrentan a los Remington. Llegan casi hasta la fosa, los hombres de Arias contemplan incrédulos ese desperdicio de coraje, ese desafío temerario, ese desprecio a la muerte. Los gauchos caen acribillados y los pocos que aún están de pie, vuelven a sus líneas. Los hombres de Arias dejan de disparar para permitir que esos valientes se retiren. Merecen todo su respeto.

Los atacantes van quedándose sin municiones y, sin embargo, no atinan a retroceder. “Unas balitas por amor de Dios”, ruegan los soldados que sienten que están a poco de lograr la hazaña. Solo un poco más, unas balas y …

El ruido de los disparos ahoga el grito de los heridos. Los muertos se acumulan sobre la pampa roja. La tropa de la retaguardia grita furiosa. Se sienten humillados, impotentes. Mitre contempla la batalla como ese día de Curupaytí. Ha llegado el momento de reconocerlo: “No hay nada que hacer… No derramemos más sangre de valientes”. Rivas asiente. El trompa toca a retirada.

Fue entonces cuando los ciudadanos que habían abandonado las comodidades del hogar, sus comercios, sus trabajos, y sus fortunas. Fue entonces cuando estos hombres que habían marchado por días solo con lo puesto sin un quejido y esos oficiales que se jugaban su carrera en esta patriada, se vieron obligados a abandonar el terreno tan duramente conquistado. Y aun así, los soldados rebeldes se retiraban gritando “¡Viva la Revolución! ¡Viva el general Mitre!”

A algunos hubo que forzarlos a abandonar su posición.

La derrota tiene una dignidad que la victoria muchas veces no conoce.

Los hombres de la vanguardia mitrista aparecen tras una nube de polvo y humo. Balas no les quedan. Sí tienen furia, decepción y aún mucho coraje. Caminan, arrastrando a sus heridos. Mitre marcha a su encuentro. “Gracias, gracias”, murmura el general emocionado. Algunos derraman lágrimas de impotencia.

Arias ordena no disparar. No tiene sentido matar a los vencidos que han derrochado coraje. Y hay que ahorrar municiones… ¿Con qué detenerlos si vuelven a atacar? ¿Cuántas balas les quedan a sus hombres? Pocas, muy pocas, pero eso no lo sabe aún Mitre y por tal razón La Verde se convertirá en la batalla en la que “un cadete le gana a un general”. Mitre recién lo sabrá una noche de diciembre, cuando ya era prisionero de Arias y comparten una taza de café frente a un fogón. Entonces Arias le confesará que estaba a minutos de quedarse sin municiones; por instantes apenas se perdió la batalla y la revolución, por segundos se le escapó la victoria.

Mitre solo guardó silencio, bebió un gran trago de café amargo y contempló las estrellas en las que quizás estaba escrita esa jugada del destino. El general nunca más fue presidente de la Nación ni volvió a encabezar una revolución.

Antes de las diez de la mañana el ejército constitucional caído y maltrecho se retira al tranco de los campos de La Verde.

El peso de la derrota

Mitre marcha entre sus hombres. Nadie habla, el peso de la derrota los enmudece. Solo el general pregunta: “¿Y usted qué tiene, mi amigo?”. “Aquí tengo una bala, mi general”. “Una negra me ha mordido entre las piernas”. “Me han hecho una operación en cada codo”. El general mira con sus ojos grises, cansados de tanta muerte. “Ya va a mejorar”. “Ya va estar mejor”. ¿Qué más puede decir? Su presentimiento se había hecho realidad. Se habían cumplido sus peores expectativas. Quizás su falta de convicción, sus dudas , los había conducido a la derrota.

A doce cuadras del campo de batalla se improvisó un hospital de campaña. Allí los valientes yacían sobre el pasto, quejándose del dolor de sus heridas. Entre ellos estaba coronel Francisco Borges, con dos balas en el abdomen. No había mucho para hacer y, resignado se dejó morir, no sin antes decirles a los presentes:

‘‘Amigos, háganle saber al general Mitre que muero apreciándolo como lo he apreciado siempre; y que mi mayor consuelo es morir cumpliendo con mis convicciones…”.

Su nieto dirá que los hombres estamos hechos de tiempo y el tiempo del coronel Francisco Borges había llegado a su fin por propia elección.

El mismo 26 de noviembre, el coronel Arias le envía una carta el general Mitre. “Desde el momento en que vuestra excelencia emprendió la retirada me he ocupado de recoger a sus heridos y atenderlos lo mejor posible. Entre ellos está el Mayor Sierra del 4to de línea y otros oficiales, a los cuales hemos cedido nuestras pobres camas. Vuestra excelencia habrá notado que desde el momento en que creí innecesario el hacer fuego, he permitido a sus soldados venir al campo en busca de sus compañeros, habiendo podido impedirlo. Soy atento amigo SS de VE.

José Ignacio Arias

PD: Si V.E. Puede hacerme saber de Borges, se lo agradecería en el alma.

Esa misma tarde Mitre se reunió con Arias. Durante la entrevista expresó su intención de poner término la sublevación y, en consecuencia, enviar como comisionado ante el Presidente Avellaneda, al Sr. Juan José Lanusse.

A pesar de la claudicación, Arias le aconsejó al general que emprendiese la retirada, porque tenía orden de perseguirlo y hostigarlo. Él estaba imposibilitado de moverse, pero en uno o dos días pondría a su tropa lista para darle alcance y batirlo. Mitre lo contempló por un instante.

“Mire comandante, aún me quedan tres mil hombres para vencer o morir peleando”. El general se puso de pie y se calzó su chambergo. Ya estaba por estribar cuando Arias le pregunta:

“Perdón, mi general, ¿Qué sabe del coronel Borges?”.

Mitre se detiene y sin levantar la mirada, contesta: “Borges ha muerto”.

Y sin más partió hacia el campamento al trote cansado.

Extracto del ebook Francisco Borges: el inútil coraje (IndieLibros) - Disponible en: https://www.bajalibros.com/AR/Francisco-Borges-el-inutil-cor-Omar-Lopez-Mato-eBook-1777943


Fuente: Historia Hoy

Francisco Borges, el abuelo del gran escritor: un héroe atrapado entre dos lealtades

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El escritor Omar López Mato habla de su ensayo “Francisco Borges, el inútil coraje”, que se lee en exclusiva desde la plataforma Leamos.

Por Patricio Zunini

Cabe preguntarse a quién pertenecía la Argentina del siglo XIX, el país de las guerras civiles, el que todavía no había recibido la gran corriente inmigratoria producto de las crisis en Europa. El poder se iba pasando casi de mano en mano y en 1874, Sarmiento le dejaba su lugar a Avellaneda en una de las elecciones más fraudulentas de la historia. Mitre, que había precedido en el cargo a Sarmiento, y deseaba volver, no aceptó el resultado de la votación y ante ello dio una respuesta que, trágicamente, se ha dado muchas veces en nuestra historia: a un gobierno ilegítimo se lo baja con una revolución.

Cabe preguntarse también qué se entiende por gobierno ilegítimo en los diferentes momentos del país. Y qué grado de legitimidad había tenido el gobierno de Mitre. Pero en 1874, si Mitre no era legítimo, al menos estaba legitimado. Mitre era una gran figura para la Argentina. Había sido el general en jefe de los ejércitos de la Triple Alianza, había trabajado a destajo en Buenos Aires acompañando a las víctimas de la fiebre amarilla mientras Sarmiento y Alsina, presidente y vice, abandonaban la capital. Su presencia era querida y respetada. Por eso muchos de sus compañeros de armas y muchos civiles se acercaron a él para acompañarlo en la revolución. Mitre logró reunir casi 6.000 hombres: una fuerza enorme.

Entre sus aliados estaba el coronel Francisco Borges, una persona extremadamente honesta. Borges le había dicho a Sarmiento que se mantendría fiel a él en tanto durara su mandato, pero una vez entregado el poder, se iría a pelear con Mitre. Sarmiento, entonces, le envió una carta: que se vaya si quiere, pero antes debe entregar su ejército al gobierno central.

“Borges queda atrapado entre dos lealtades”, explica Omar López Mato en diálogo con Infobae. El historiador acaba de publicar Francisco Borges, el coraje inútil por IndieLibros, un ensayo en donde aborda la situación sin solución de quien sería el abuelo de Jorge Luis Borges. “Atrapado en el dilema”, sigue López Mato, “decide cumplir con su palabra. Entrega las tropas a Sarmiento y se va. Pero cuando llega al campamento de Mitre, muchos le salen a recriminar la actitud. Para ellos era una traición. Mitre calma los ánimos, pero Borges queda muy golpeado en su ánimo interior”.

—¿Borges tenía amigos en los dos bandos?

—Hay que recordar que en gran parte de las guerras civiles argentinas, sobre todo después de la batalla de Caseros, hubo oficiales que primero estaban de un lado y más tarde del otro. De hecho, Borges tenía una amistad muy profunda con el teniente coronel Arias, que llevaba las tropas del gobierno para enfrentar a Mitre. Hay un detalle con el que se puede ver la cuestión de la nobleza y la amistad: antes de la batalla hubo un encuentro entre las partes para evitar el derramamiento de sangre. Y el delegado para hablar con Arias, por el afecto que se tenían, fue Borges.

—Cuando Jorge Luis Borges contaba la historia de su abuelo, decía que se había suicidado.

—Por eso hablo del inútil coraje. Borges no usa la palabra suicido pero da a entender que hubo una actitud autodestructiva. Va a la batalla con un poncho blanco y un caballo blanco. Para mostrar su valentía se convierte, justamente, en un blanco de las tropas enemigas. Pero también hay un enfrentamiento de tecnología. Arias se atrinchera en una estancia con 900 soldados que usan Remington, rifles a repetición. La tropa de Mitre, en cambio, estaba muy armada. No habían podido traer las armas que habían prometido desde Uruguay; la mayor parte usaba lanzas y sables. Era una carga suicida lo que pasaba ahí. Borges recibe un balazo y muere después de una larga agonía muy dolorosa.

—Hagamos un poco de historia contrafáctica. ¿Qué hubiera pasado si ganaba Mitre?

—Quizá se hubiese instaurado una democracia menos fraudulenta.

—¿La Ley Sáenz Peña se hubiera anticipado unos años?

—Probablemente, porque Sáenz Peña empieza a predicar la ley al poco tiempo. Carlos Pellegrini, en el último discurso de 1896, 1897, habla de terminar con el fraude. Pero atención: el fraude era una institución mundial. En Estados Unidos existía en five-dolar-vote —yo te doy cinco dólares y vos me votás a mí—; comprar un escanio del Parlamento británico salía tantos miles de libras esterlinas. El problema del fraude electoral era un mal de fin del siglo XIX, donde había un porcentaje de analfabetismo muy alto, una conducción caudillesca y una imposición forzosa.

—¿Qué podemos aprender de Francisco Borges para interpretar la obra de Jorge Luis Borges?

—Borges crece con una carga emocional muy fuerte. Francisco Borges era uno de los abuelos, pero el otro abuelo, por parte de madre, era el general Suárez, héroe de las guerras de la independencia, héroe de Ayacucho. La historia argentina no es un cuento para él, la historia argentina es parte de su familia. Él vive en un ambiente en donde el coraje y el honor, son partes esenciales de su vida, de su educación. Estos dos ancestros, a los que él le dedica sendos poemas, forman parte de su educación. El coraje y la valentía es una parte constitucional de los cuentos de Borges.

Fuente: Infobae

Retrato de familia de una mujer vanguardista

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Artista de avanzada, pintora, grabadora, dibujante; hermana de Jorge Luis Borges. En este perfil de su vida cotidiana, la recuerda el hijo de la artista.

Por Miguel de Torre Borges *

Norah Borges pintó y dibujó desde siempre hasta que, ya entrada en los noventa años, el pulso empezó a fallarle. Pintaba todos los días, solamente con la luz natural de la mañana. El domingo no tocaba lápices ni pinceles. Tardaba varios meses en terminar un óleo; una vez listo, lo mostraba a la familia y a algunas amigas; luego lo ponía aparte sobre una tarima, con otras pinturas, en espera de algún interesado.

Cuando a la larga llegaba un posible comprador y preguntaba por el precio del cuadro, mi madre se sentía muy incómoda y decía: “Yo no sé… Dígame usted”. El interesado daba una cifra (generalmente bajísima), y ella contestaba: “¿Tanto? Es demasiado. Deme menos”. Si después se le reprochaba no haber pedido lo que realmente valía su obra, ella se defendía diciendo: “mejor es algo que nada…”. Desde luego, nunca tuvo marchand.

Es sabido que practicó exitosamente el grabado sobre madera y sobre linóleo; ensayó también la litografía: las pocas que se conservaron están reproducidas en el libro Norah, prologado por Jorge Luis Borges y publicado por Il Polifilo, en Milán.

En agosto de 1934, diseñó el vestuario para Égloga de Plácida y Vitoriano, de Juan del Encina, representada en Santander por el Grupo Teatral La Barraca, dirigido por García Lorca. En 1967, ideó la escenografía y los figurines de Las falsas confidencias, de Marivaux, representado en un cine, ya desaparecido, de Santa Fe al 1600, con la dirección de Luisa Vehil. Arregló, en dos temporadas, vidrieras de Harrodʼs.

Pintó frescos, realizó collages, hizo tapices –bordados con lanas o con aplicaciones de telas, y también combinados–, y pintó a la acuarela dos dibujos animados, para lo cual había estudiado expresamente la técnica. Estos cartoons eran muy breves; durarían apenas tres o cuatro minutos, y solo recuerdo la última escena de uno de ellos: dos chicos que tiraban de un cracker que estalla… Lástima que no se conservaran, pero, de tanto pasarlos en un proyector muy primitivo que había en casa quedaron completamente destruidos. Decoró al óleo dos biombos de madera de tres paneles –¿dónde estarán ahora, si es que todavía existen?–.

Fue una gran dibujante y excelente retratista, aunque solo dibujaba los rostros que para ella eran “interesantes” o “sutiles”, cuyos rasgos iba buscando siempre, como rastreándolos, por la calle, en un té, en un tranvía. (Sus instrumentos eran un lápiz Faber nº 2, una gillette, una gran goma blanda y una cartulina blanca que cortaba en línea recta con una tijera, sin ningún trazado previo). Cuando una amiga rica le propuso retratar en un stand a gente que estuviera de paso por el Plaza Hotel, ella rechazó la oferta porque no podía saber de antemano si esas caras iban a “decirle algo”. Qué contraste con ciertos pintores y fotógrafos que se interesan por cualquier persona meramente famosa que se les ponga a tiro.

Dibujó, además, ex libris (solamente para mi padre), pintó un abecedario y un santoral (están en colecciones particulares), tarjetas de felicitación para las fiestas y ornamentaciones publicitarias de editoriales (colección La Esfinge, Juventud Argentina, 1941) y revistas, sin saber, seguramente, que estaba haciendo “publicidad”. Encuadernó algunos libros; hay uno expuesto en el Malba.

Los norahístas no ignoran que ilustró muchos libros –tapas e interiores–. (La lista está en Norah Borges: la vanguardia enmascarada, de May Lorenzo Alcalá). Pero también ilustró otros títulos, que quedaron inéditos. Esta es la relación: Los jóvenes visitantes, de Daisy Ashford (los originales están en una colección particular); El puñal de Orión, de Sergio Piñero (perdidos); The Wonderful Visit, de Wells (colección particular); Rosaura, de Güiraldes (perdidos), Charles Blanchard, de Charles Louis Philippe (colección particular); Poemas, de Carmen Conde (1935, perdidos); Cuentos para niños, de José Moreno Villa (1936, perdidos); El príncipe feliz, de Wilde (1939, poseo dos de las ilustraciones); Romancero gitano (1940, perdidos).

Concluyendo, le interesaban todas las artes visuales, salvo la escultura, que, con la sola excepción de Henry Moore, me parece que no le llamaba demasiado la atención.

Le interesó también la arquitectura: Las casas de Buenos Aires con alegorías de yeso: columnas, el cuerno de la abundancia, sirenas y Las casas blancas de Le Corbusier, inclinación que heredó, con el salto de una generación, mi hijo menor Fernando, que, además de arquitecto, lleva un minucioso registro digital de toda su obra.

Le gustaba la música, pero conocía muy poco (éramos una familia para nada musical), aunque sospecho que le interesaban más la forma de los instrumentos –el arpa, el violonchelo–, el poder evocador de las palabras –clavecín, laúd, clavicordio, espineta– y de los nombres –Wanda Landowska, Bach, Albéniz, Vivaldi, Stravinski, Joaquín Rodrigo– que la música misma. En casa había muy pocos discos, ella jamás habría comprado alguno y, salvo que la invitaran, raramente iba a conciertos. Las estridencias operísticas le parecían risibles. Un rasgo para destacar: el acorde de una guitarra y la voz de Gardel (en Mis flores negras, en Sus ojos se cerraron, por ejemplo) podían emocionarla hondamente. Les feuilles mortes, por Edith Piaf, también […]

Lectora y relectora. Otros pintores.

Aunque decía que no necesitaba leer porque entre su marido y su hermano lo habían leído todo, era una gran lectora; leía y en especial releía constantemente, y, como mi tío, prefería decididamente lo inglés: The Wonderful Visit de Wells, Conan Doyle, Katherine Mansfield, Galsworthy, Kim de Kipling, Wilde, los cuentos del padre Brown, Wilkie Collins, Los papeles de Aspern y Otra vuelta de tuerca, Dickens, Drácula (Frankenstein no), las hermanas Brontë, Kangaroo de Lawrence, los cuentos con fantasmas ingleses (“Mrs. Veal”, “Carmilla”), Flush de Virginia Woolf, The Lilac Fairy Book de Andrew Lang…

Los hermanos también eran devotos de Eça de Queiroz, y con una de sus novelas se produjo una vez un equívoco muy divertido: para cierta revista le preguntaron a mi madre qué libros se leían en su casa cuando ellos eran chicos, y ella, confundiendo los títulos, nombró La gloria de don Ramiro en vez de La ilustre casa de Ramires. Cuando Tío se enteró, se molestó mucho con que alguien pudiera pensar que en su casa tuvieran cabida los libros de Larreta…, pero a mi madre le gustaba La gloria de don Ramiro (especialmente el final, cuando aparece Santa Rosa de Lima).

En Ginebra había leído casi exclusivamente en francés: Cartas desde mi molino, Juan Cristóbal, La Cartuja de Parma, El gran Meaulnes, Pablo y Virginia, Las cuevas del Vaticano, Bouvard y Pécuchet, Viaje al centro de la Tierra, Ramuntcho y El pescador de Islandia, Felipe Derblay, Petit Bob, El lirio rojo, El conde de Montecristo, La Atlántida, El fantasma de la Ópera, El misterio del cuarto amarillo y El perfume de la dama de negro… Después, El diablo en el cuerpo, El baile del conde de Orgel, La sinfonía pastoral, Los Thibault, Los niños terribles, Los hombres de buena voluntad… Algunos de estos libros los conservó siempre en sus contados estantes, encuadernados en media tela azul, con las iniciales N. B. T. en el lomo.

Dejo aparte En busca del tiempo perdido, que siempre releía, citando de memoria comentarios del narrador y muchas expresiones de los otros personajes (ahora me pregunto: ¿leería las escenas entre los sodomitas y entre las gomorritas, o se las saltearía?). Decía que muchas de las cosas que nos suceden ya habían sido descritas y analizadas proféticamente por Proust, que parecía haber encontrado por milagro las palabras buscadas por los lectores, para expresar situaciones asombrosamente parecidas. (Años después, Roland Barthes puso por escrito esta idea).

* Fragmentos del capítulo “Norah Borges de Torre”, del libro Apuntes de familia, de Miguel de Torre Borges, publicado por editorial Losada. La exposición Norah Boges, una mujer en la vanguardia, con curaduría de Sergio Baur, sigue en el MNBA, Libertador 1473, hasta el 1º de marzo.


Fuente: Pagina 12

¡Felicidades…!

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Escucharemos muchas veces en los días que vienen. Estarán escritas en todos los colores. ¿Qué significa esto que nos desean? Cada uno tiene su propia definición, supongo que no admite cambio. 

En su origen viene del latín: felicitas (place, alegría) y ésta de Félix (fecundo, próspero, dichoso) y en la base una raíz indoeuropea que significa mamar y amamantar Sin Freud, el solo origen de la palabra nos lleva al pecho tibio, rosado y lechoso. Para los ingleses y franceses está relacionado con algo que ocurre por casualidad, un golpe de suerte (raíces hap/ happy-eur/ bonheur), un accidente, más que un sereno fluir. Quizás sea esta una concepción más veraz y no la más deseada. Kant la definió como "la satisfacción de todas nuestras inclinaciones, tanto en multiplicidad, como en intensidad y duración". Algo difícil e improbable. Puede llegarnos como un ventarrón, se agota como imperceptible llovizna.


En estos días la felicidad está asociada a la llegada del Niño, a María y a los ángeles que cantaban en torno al pesebre. Pero, lamentablemente, la Nochebuena pasa y el 26 el mundo ya asoma con todo su rigor: un mundo no plácido, no dichoso. Quizás a veces para recibir la dicha se necesite un esfuerzo, una disposición, una apertura. Pocos han señalado como Jorge Luis Borges la gravedad de esa cerrazón o incapacidad para la dicha:

“He cometido el peor de los pecados que un hombre puede cometer. No he sido feliz”

“No me abandona la sombra de haber sido un desdichado”

Esa sombra será un remordimiento permanente, una culpa, la desobediencia al mandato de sus padres cuando lo concibieron "para el juego arriesgado y hermoso de la vida". Parece aquí la desdicha una elección, no la consecuencia de equivocaciones involuntarias o mala suerte. No creo que seamos engendrados con un mandato, sí con un misterio; los mandatos vendrán, probablemente, después.


Cuando muchos años antes que escribiera ese poema, repasa una antología de las mejores poesías de la lengua castellana, busca en alguna de ellas la representación de una dicha y elige un viejo romance:

"Quién hubiera tal ventura

sobre las aguas del mar,

como hubo el conde Arnaldo

la mañana de San Juan"

"Su agrado está en el ejemplo de felicidad que los versos iníciales preanuncian, y en nuestra sorpresa, al saber que tan codiciada y mentada felicidad no es una aventura de amor ni tesoro, sino solo el espectáculo de un barquito". Sí, tal ventura es un barquito hamacándose sobre las olas bajo una luz alegre. Una chalana en el Uruguay azul.


¿No nos recuerda a las inocentes alegrías, súbitas, imprevistas, de la infancia?

Borges señaló siempre la felicidad en las pequeñas cosas, en simples momentos, los atardeceres en un suburbio, el olor de los eucaliptos, el sabor del café. Y él mismo definió a la lectura como “una forma de felicidad", y vislumbró al "Paraíso bajo la forma de una biblioteca". Ya ciego, seguía comprando libros, adivinando regocijos y enigmas y, sobre todo, "Oh dicha de entender mayor que la de imaginar o de sentir". Incluso habló de "la aceptación de la ceguera como un tema de felicidad. Todo puede ser un milagro secreto". Y alabar la ironía de Dios, que le diera los libros y la noche. Pocos alaban las ironías, generalmente duelen.

Había para él belleza y felicidad, aunque fueran momentáneas, en todo y para todos, no para una élite de escogidos o privilegiados. Así en el prólogo a "Los conjurados" nos advierte: "La belleza, como la felicidad, es frecuente. No pasa un día en que no estemos, un instante, en el paraíso". Así lo escucha a Adán: "Y, sin embargo, es mucho haber amado/haber sido feliz, haber tocado/el viviente jardín, siquiera un día".


(Pero también sabemos del dolor que muerde y la pena que no cede).

Nuestro poeta tenía una idea muy democrática de la belleza y la felicidad. Son comunes, están, aunque sea por momentos, al alcance de todos y para todos. Tal vez sea bueno que recordemos esto sin cansancio, que proclamemos para nosotros mismos un aquí está, en los momentos en que surgen, súbitamente.

"He sospechado alguna vez que la única cosa sin misterio es la felicidad, porque se justifica por sí sola”, "la felicidad no necesita ser transmutada en belleza, pero la desventura sí".

Un momento o un día solo de felicidad puede valer toda una vida. ¿Parece poco? Bueno, es hora de decirlo: Feliz Navidad.
Fuente: El Entre Ríos (edición impresa)

Fuente: El Entre Rios

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