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Se inaugura una gran exposición sobre Jorge L. Borges

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Con manuscritos nunca antes expuestos en la Argentina y a 30 años de la muerte del escritor, la Biblioteca Nacional exhibe algunos materiales especiales.

El conjunto de manuscritos, valuado en dos millones de dólares, abarca sus primeros libros de poemas, algunas ficciones clave de la década del 40, así como un ensayo sobre el budismo de principios de los 50. Todo este extraordinario material, nunca visto en Argentina, se enmarca en la sección "Una lógica simbólica".

"El acercamiento a Almotásim", "Las Kenningar", "Examen de la obra de Herbert Quain", dos versiones de "Emma Zunz", "La biblioteca total", "La forma de la espada" y "El último viaje de Ulises", son algunos de los manuscritos provenientes de colecciones públicas y privadas, donde se destaca la particular letra de insecto de Borges.

Pero, sin dudas, una de las joyas de la muestra son los 11 folios que conforman "Pierre Menard, autor del Quijote", pieza emblemática en la obra de Borges, que no están en nuestro país desde hace 50 años.

En diálogo con Télam, Laura Rosato y Germán Álvarez, curadores y especialistas en Borges, hablaron sobre la muestra que inaugurará mañana, a las 19, en la Sala Leopoldo Marechal de la Biblioteca Nacional, después de que su director, Alberto Manguel, recorra con el ilustrador Hermenegildo Sabat la Plaza del Lector que presenta adaptaciones del libro del dibujante, "Georgie Dear".

"Es un acercamiento original. Como dice el título, es el mismo Borges, pero es otro. La muestra se va a instrumentar en dos lugares: en el primer piso de la biblioteca vamos a desplegar un conjunto de manuscritos inmenso. Nunca estuvieron todos juntos en una entidad pública, es una singularidad", afirmó Álvarez, uno de los curadores.

Y explicó que es "una lógica simbólica: se trata de dar cuenta de la relación entre el manuscrito de trabajo, la lectura y la obra; esas tres cosas, en Borges, son un continuo. La lógica simbólica da cuenta del análisis del manuscrito no solamente como símbolo, sino como lugar de trabajo. Su letra de insecto no es solo símbolo sino que da cuenta de la manera en que procesaba sus textos".

"La exposición -señaló- también tiene otro aspecto: explorar cómo Borges es recibido por la cultura popular a partir de los años 60, donde se convierte prácticamente en una estrella de rock. Se instala como un clásico de la literatura y empieza a explorar la parte mediática. Esa sección de la muestra se va a inaugurar la semana que viene en el Museo del libro y de la lengua bajo el nombre 'Historia Universal de la Fama', jugando con el título de uno de sus libros".

"Nos hemos desmarcado de las aproximaciones típicas a Borges -sostuvo el curador-. Queríamos salir del lugar común. Este tipo de material fue ideal para esto, pero en el museo queríamos mostrar el Borges que entró a los hogares de los argentinos en las décadas del 60, 70 y 80, y que la gente conoció a través de entrevistas, revistas, conferencias, televisión".

Según Álvarez, otro dispositivo que también se desmarca del Borges canónico "es un árbol de libros conjeturales. Se trata de los libros que Borges proyectó pero que nunca llevó a cabo. El director de la biblioteca se refirió a esta instalación como el dispositivo más borgeano de la muestra. Son libros hipotéticos que hubiera querido escribir. Incluso, hay proyectos de novelas que nunca terminó o que convirtió en cuentos".


"El manuscrito de 'Pierre Menard, autor del Quijote' es una singularidad. Es la primera en 50 años que ese manuscrito retorna al país. Es propiedad de un librero estadounidense, John Wronoski. Muy poca gente lo ha visto en el exterior, es la única copia del cuento que se conoce. Lo trajo el director en una gestión propia para que se exponga por primera vez acá".

Rosato, por su parte, dijo que "nunca en nuestro país hubo una reunión de manuscritos como los que se van a ver en esta oportunidad. Acá Borges habla por sí mismo a través de su escritura. Además está puesto en relación a la lectura, pensado como un juego de espejos. Naturalmente lo más llamativo son los manuscritos, que nunca circularon".

"Vamos a poder explorar el corazón de algo que después se trasladó a los medios masivos de otra manera, podemos ver la relación entre el lector obsesivo, de otros autores y de su propia obra, las primeras ediciones corregidas y, del otro lado, el Borges reconocido, famoso, televisado", sostuvo Rosato.

"Además -comentó-, para esta sección desarrollamos una línea de vida que relaciona momentos personales del autor con lo que está leyendo y escribiendo. Uno puede ver cómo le empiezan a pasar muchas cosas más a partir de los años 60, disminuye su escritura, ya no lee tanto, anda más en la calle, es un personaje famoso".

"Una lógica simbólica: Manuscritos de Jorge Luis Borges en la Biblioteca Nacional" será inaugurada mañana, a las 19, en la Sala Leopoldo Marechal de Biblioteca Nacional, Agüero 2502; e "Historia Universal de la Fama", será inaugurada el jueves 21 de julio en el Museo del libro y de la lengua, Avenida Las Heras 2555, con entrada gratuita. Ambas exposiciones podrán visitarse hasta el 15 de diciembre.

Fuente : MDZ On Line – Mendoza  -  15 de Julio de 2016



Encuentro con las Letras -Jorge Luis Borges 1978

J.L. Borges in Space - The new constellation of Argentinian microsatellites is called "Aleph"

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 Federico Kukso

Una empresa nacional puso en órbita dos pequeños satélites que llevan la argentinidad desde su nombre; previamente habían lanzado dispositivos con los nombres "Capitán Beto", "Manolito" y "Tita"

En la madrugada del domingo se pusieron en órbita los primeros dos nanosatélites argentinos comerciales. No sólo fueron hechos por una empresa nacional que recibió el apoyo del Estado, sino que su argentinidad la llevan desde el nombre: "Fresco" y "Batata", en alusión al clásico postre vigilante.

Los satélites, que ofrecerán diversos servicios comerciales, fueron desarrollados por la Satellogic, una joven empresa de tecnología, y contaron con el apoyo del Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación Productiva y del Invap, según informa el periódico La Nación.

Los satélites tienen apenas 80 cm de alto, 40 de ancho y 40 de profundidad, y pesan 37 kilogramos. Un tamaño pequeño. por ello tiene el prefijo "nano".

Antes del lanzamiento de Fresco y Batata, la empresa puso en órbita tres dispositivos de ensayo, que también tuvieron sus nombres patrios: "Capitán Beto" (en alusión a la canción de Luis Alberto Spinetta), el 26 de abril de 2013; "Manolito" (por el personaje de Mafalda), el 21 de noviembre de ese mismo año, y "Tita" (por la gran morocha argentina), el 20 de junio de 2014.

Satellogic lanzará en noviembre otro pequeño satélite y dos más en marzo próximo. Los seis conformarán la constelación Aleph, en referencia al famoso libro de Jorge Luis Borges.

Fuente :Girabsas

Manuscritos de Jorge Luis Borges en la Biblioteca Nacional

Comiqueando review: Borges en historietas

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A 30 años de la desaparición física del genio máximo de nuestra literatura, Andrés Accorsi revisa historietas en las que está presente la mítica figura de Jorge Luis Borges.

Nota de Oye Borges  : En la década del 40 Borges renuncio a la Biblioteca Miguel Cané.

Fuente : You Tube

Borges, lector de sí mismo: manuscritos detrás de la obra

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 La Biblioteca Nacional preparó una muestra con documentos; "Pierre Menard", por primera vez en Argentina

Es posible que el coleccionista se haya emocionado cuando lo vio, pero sin duda menos de lo que puede emocionarse el lector. "Pierre Menard, autor del Quijote" es posiblemente el "escrito" (no digamos nada sobre el género, cuento o ensayo, o cuento bajo la forma de un ensayo, o al revés) más complejo de la literatura del siglo XX. No hay aquí ninguna exageración nacionalista. Sencillamente, en esas pocas páginas que aparecieron por primera vez en el número 56 de la revista Sur se condensan todos los problemas que atarearon durante décadas a los críticos: la originalidad, las atribuciones, la autoridad del autor, el modo en que la historia modifica lo que leemos aunque lo que leamos sea lo mismo. Quien se acerque en estos días al primer piso la Biblioteca Nacional va a poder examinar ese Santo Grial de los manuscritos del siglo XX.

"Recuerdo sus cuadernos cuadriculados, sus negras tachaduras, sus peculiares símbolos tipográficos y su letra de insecto. En los atardeceres le gustaba salir a caminar por los arrabales de Nîmes; solía llevar consigo un cuaderno y hacer una alegre fogata". Eso se lee en una de las (¿falsas?) notas al pie de "Pierre Menard...".

Su letra también era de insecto y en su manuscrito, en un cuaderno de contabilidad Haber, hay también "negras tachaduras" -seguidas de otras como "xxxx", que indican acaso menos convicción en la enmienda- pero aun así Borges era más discreto que Pierre Menard. Claro que dar con esas huellas demanda una pericia que participa de la literatura, la investigación y la devoción por el autor. Germán Álvarez y Laura Rosato lo lograron. Ellos editaron en 2010 el libro Borges. Libros y lecturas y son ahora los curadores de Borges. El mismo, el otro, la muestra en la que por primera vez se exhibe ese manuscrito, que el director de la Biblioteca, Alberto Manguel, trajo consigo a Buenos Aires.
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“Pierre Menard” en un libro de contabilidad
“Pierre Menard” en un libro de contabilidad. Foto: LA NACION / Emiliano Lasalvia

El interés de esta muestra puede condensarse en una frase de la propia Rosato: "Borges como lector de sí mismo". Estamos acostumbrados a pensar a Borges como lector de otros. Ahí está esa frase siempre mal citada del "Poema de los done": "yo, que me figuraba el Paraíso bajo la especie de una biblioteca". De acuerdo, pero quien lee bien a otros debería leerse bien a sí mismo, y eso es exactamente lo que pasa con Borges. Aunque parezca absurdo y contrario a toda variedad de crítica, nadie leyó a Borges mejor que él mismo. Es lo que pasa en la versión de "Tema del traidor y del héroe" que encontraron Rosato y Álvarez y que se exhibe también ahora. Ellos descubieron, perdido entre las páginas del número 112 de Sur, un papelito con una anotación de Borges que cambia el final del, publicado en ese mismo número de la revista. En realidad, lo que hace Borges allí es agregar un párrafo que le da otra vuelta de tuerca al cuento y lo completa tal como lo conocemos ahora, lo vuelve acaso, más "borgeano". Textualmente: "En la obra de Nolan, los pasajes imitados de Shakespeare son los menos dramáticos; Ryan sospecha que el autor los intercaló para que una persona, en el porvenir, diera con la verdad. Comprende que él también forma parte de la trama de Nolan... Al cabo de tenaces cavilaciones, resuelve silenciar el descubrimiento. Publica un libro dedicado a la gloria del héroe; también eso, tal vez, ha sido previsto". Ese papelito, a su vez, no está libre de varias tachaduras (la palabra "tenaces" no apareció fácilmente) y, por lo demás, tampoco coincide del todo con la versión definitiva recogida en libro hacia 1944. Lo que importa es la manera en la que Borges usaba en cierto modo la revista de Victoria Ocampo como base de operaciones; es como si necesitara la distancia de lo impreso en una publicación periódica para dar con la forma última.
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Quedaba allí al desnudo la manera de leer de Borges. Este nuevo descubrimiento nos deja entrever su manera de corregir; o, mejor, de esa variedad interesadísima de la lectura que es la corrección. John Ruskin, en Sesame and Lilies, llegaría a otra idea muy pertinente para la estrategia de lectura borgeana:"Uno podría leer (si viviera lo suficiente) todos los libros del British Museum y seguir siendo una persona francamente iletrada y sin educación; pero si uno leyera diez páginas de un libro bueno, letra por letra sería una persona educada. La única diferencia entre una persona educada y otra que no lo es se corresponde con esa precisión".

Borges leía cada letra, cada una, como si deletreara. El de "Emma Zunz" es un caso. Tiras de papel, todas de cuaderno, todas iguales y todas distintas. Borges copiaba una y otra vez cada párrafo en una página diferente, lo corregía, y la versión manuscrita es un cut and paste (así lo define Álvarez) de la anteriores. Sorpresas como ésas esperan en esta muestra: una microscopía de la invención.
La imparable cotización del pulso

Laura Rosato y Germán Álvarez no quisieron arriesgar la cotización de "Pierre Menard", pero su dueño, el librero John Wronoski, propietario de la librería de viejo Lame Duck Books, podría haberlo ofrecido por 500.000 dólares. Sin ir más lejos, el manuscrito original de "La biblioteca de Babel", también en manos de Wronoski se ofertó en 2006 a 430.000 dólares. El manuscrito llegó a sus manos después de que su propietario, un coleccionista privado argentino -cuyo nombre se mantuvo en reserva, y que según dijo lo había recibido del archivo de la revista Sur-, decidiera venderlo. Lo cierto es que la cotización de Borges aumenta. En 1985, en una subasta de Sotheby's, en Londres, la Dirección General del Libro y Bibliotecas del Ministerio de Cultura de España pagó "sólo" 23.750 dólares por el manuscrito original de "El Aleph"

Fuente : La Nación Cultura

Borges x Pedro Aznar - Sin Estribos

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Concierto de Pedro Aznar
Usina del arte - Martes 14 de junio del 2016

Repertorio:
00:00 - Calle con almacén rosado
01:56 - Al horizonte de un suburbio (Canción)
04:01 - 17 Haiuku
05:18 - Tankas (Canción)
09:45 - Milonga de Manuel Flores
12:44 - El Gaucho (Canción)
16:20 - "1964"
18:11 - Los Enigmas (Canción)
20:30 - Entrevista a Pedro Aznar
21:41 - Caja de música (Canción)
24:23 - El otro Tigre
26:57 - A un gato (Canción)

Pedro Aznar : Voz, Guitarra y Bajo
Federico Arreseygor : Piano y Coros

Fuente : You Tube

Borges y el avance de los experimentalistas en economía

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La implementación de pruebas permitió el desarrollo de muchas disciplinas, pero recién ahora se da en cuestiones económicas; el desafío es instalar una evaluación sistemática

El perro que les ladra a todos los autos que pasan está convencido de su efectividad: jamás ningún auto se detuvo tras sus ladridos. El gobierno de turno cree que todo lo bueno es obra de su gestión y que lo malo es causa del azar o de la oposición, que no hace más que poner palos en la rueda. Y exactamente lo contrario opinan los opositores, cargando todo lo malo a la inoperancia del gobierno.

Creer que porque una cosa se mueve con otra implica la causa es un razonamiento erróneo conocido como falacia de la correlación, y puede conducir a disparates tales como creer que los paraguas hacen llover (¿o no es cierto que cuando la gente los usa llueve?) y, peor aún, a proponer absurdas medidas de política, como repartir paraguas en regiones con sequía.

¿Es cierto que jugar al básquet hace crecer a la gente o es que los altos lo practican y los petisos se autoexcluyen? ¿Estudiar inglés conduce al éxito, o son otros factores los que llevan tanto a estudiar un segundo idioma como a ser exitoso? ¿Fue efectiva la Asignación Universal por Hijo (AUH)? La evaluación de las relaciones "causa y efecto" está en el corazón de la ciencia y afecta tanto a cuestiones mundanas como de política social. Y sin el cuidado suficiente es fácil caer en conclusiones y propuestas absurdas, como la de los paraguas para provocar lluvia.

En su magistral cuento El jardín de los senderos que se bifurcan, Jorge Luis Borges plantea un laberinto en donde conviven "una infinita trama de tiempos que se bifurcan, se cortan o que secularmente se ignoran" y que "abarca todas las posibilidades". En este mundo coexisten Mateo, que decidió jugar al básquet, y él mismo habiendo optado por el futbol. También la Laura que terminó la Cultural Inglesa y la que ni siquiera la empezó, y la familia Ibáñez que recibió la AUH y la que no. En el laberinto borgeano convivimos los que somos y también los que pudimos haber sido, como en la película Volver al futuro.

El laberinto de Borges facilita la tarea de la evaluación de políticas, porque podríamos comparar directamente el derrotero de una familia a quien se le asignó la AUH con exactamente la misma familia pero que no la recibió, ya que ambas coexisten en el increíble mundo de don Jorge Luis.

La realidad es mucho más difícil, ya que sólo una de las circunstancias es observable; no es posible observar a una persona que tomó un antigripal y a la misma pero que no lo hizo; es uno o el otro y jamás los dos. ¿Y no podríamos comparar a la familia Ibáñez, que recibió la AUH, con los Vattuone, que son vecinos y no la recibieron? No, porque posiblemente ambas familias difieren en bastante más que haber recibido o no la AUH -empezando por el origen español de la primera y el italiano de la segunda- , y ya estaríamos comparando peras con manzanas.

El diseño de experimentos es uno de los grandes logros de la ciencia moderna. Su esencia consiste en diseñar un contexto que aísle el canal a través del cual una cosa afecta a la otra. En este sentido, un agrónomo asigna fertilizante a una parcela y no a la otra, pero garantizando que ambas tengan la misma cantidad de luz o agua, de modo que luego del experimento las diferencias en el crecimiento de las plantas se deba fundamentalmente al fertilizante. El experimento es un intento de reconstruir el laberinto borgeano: si está bien diseñado es como si una parcela fuese exactamente la otra, salvo por el fertilizante.

La implementación de experimentos bien diseñados ha permitido avanzar a pasos agigantados a las ciencias tradicionales como la medicina o la biología, y, con el rezago esperable, esa práctica ha cobrado relevancia reciente en la economía. Un ejemplo icónico es el caso del programa Progresa (ahora llamado Oportunidades), el plan de alivio de la pobreza más importante de América latina, llevado a cabo por México y con un alcance de más de cinco millones de hogares. En su primera etapa, su componente rural fue implementado en 506 aldeas rurales, de las cuales 320 fueron elegidas al azar para recibir el plan.
Diseños para pruebas

Este diseño experimental -idéntico en espíritu al ejemplo de los fertilizantes- permite evaluar con precisión la efectividad del plan, aislándola de otros factores concurrentes que podrían haber contaminado el resultado. Otro caso es el influyente estudio de los profesores Edward Miguel y Michael Kremer (de las universidades de Berkeley y Harvard, respectivamente) sobre un programa de tratamientos antiparasitarios en alumnos de 75 escuelas rurales en Kenia, mostrando que esas intervenciones tienen un fuerte impacto positivo en las tasas de presentismo escolar.

La asignación aleatoria es la característica central de este tipo de estudios, y es lo que permite una comparación válida entre quienes se benefician de un programa y quienes no, ya que si su asignación es al azar, luego de su implementación los resultados deberían deberse fundamentalmente a sus efectos y no a otros factores.

El enfoque experimental tuvo un profundo impacto en el diseño y evaluación de políticas destinadas a la reducción de la pobreza en la mayoría de los países en desarrollo, y es de prever que tenga una influencia similar en la Argentina.

El reciente libro de Esther Duflo y Abhijit Banerjee (Pensar la pobreza) es un vehemente alegato a favor de la implementación de programas de combate a la pobreza focalizados en acciones concretas (desparasitación, prácticas nutricionales o sanitarias, etcétera), siempre acompañados de etapas de ensayo y evaluación experimental, y que tiene una enorme influencia en organismos internacionales como el Banco Mundial o el Banco Interamericano de Desarrollo (BID).

El Poverty Action LAB del prestigioso MIT, liderado por Duflo y Banerjee, es algo así como el "brazo armado" de la implementación de programas de reducción de la pobreza sobre la base de rigurosos estándares de implementación y evaluación experimental.

Claramente, el enfoque experimental no está exento de detractores, cuyas críticas van desde la mismísima dificultad ética de experimentar con cuestiones sociales hasta las dudas acerca de la relevancia de extrapolar resultados de una región a otra. Angus Deaton, el flamante Nobel de Economía en 2015, ha expresado claramente sus reparos en relación con la visión experimental.

El compromiso de "pobreza cero" asumido por la actual gestión pone a las políticas sociales en el centro del debate, a tal punto que la AUH es uno de los muy pocos elementos de continuidad con el gobierno saliente. Más allá del debate sobre la relevancia del enfoque experimental, de lo que no existen dudas es de la importancia de instalar una cultura de la evaluación sistemática de las políticas. Éste es uno de los mayores desafíos que deja la gestión anterior y que enfrenta el actual gobierno.

El autor es profesor de la Universidad de San Andrés e investigador principal del Conicet
Fuente : La Nacion


El jardín de senderos que se bifurcan, J. L. Borges: Doblar siempre a la izquierda

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 Carlos Caranci Sáez

Toda historia de espías es un laberinto. Las partes en juego se ubican siempre al filo de la muerte, sea su movimiento un órdago o un farol, porque de su éxito o su fracaso dependerá no la partida en sí, por supuesto, sino su irrelevancia en la misma. Y todo jugador, aunque juegue a nada, debe jugar. En el escenario de una guerra, los juegos entre espías adquieren una calidad autónoma, reglas propias, metalenguajes, que interfiriendo o no en el curso de los acontecimientos, lo que de ellos importa es el proceso, el parloteo, digamos, que acompaña al fin militar y que es la esencia misma del espionaje.

Como un laberinto, en donde lo importante no es la meta sino el intrincado camino hasta ella: es más, al laberinto le interesa que quien lo penetre saboree todos y cada uno de sus rincones, de ahí que se lo asocie o bien a sistemas de defensa, o bien funcionen como alegorías de: el arduo camino que conduce a la virtud; la salvación del alma en parábolas escatológicas; la muerte y resurrección espirituales para los alquimistas (el nudo de Salomón); el proceso iniciático de encontrar el conocimiento de sí –y entonces la locura-; el camino del Calvario (y, por consiguiente, de la peregrinación a Tierra Santa)… No es que estas construcciones gusten de guiar hacia el engaño al individuo que las penetra, sino que por un lado son el premio al afanoso camino (encontrar su centro, provocarle placer al laberinto. ¿No es el acto sexual un dédalo de desviaciones, palabras, fantasías, que concluyen –o no?), por otro son ellos mismos el placer a experimentar (los laberintos llamados univiarios obligan a recorrer todo su espacio porque sólo hay un pasillo que se pliega y repliega como un intestino, en contra de los “de mazes”, con más de una opción y callejones ciegos), pero a donde realmente conducen los laberintos es a la salida.


Pensemos en el más famoso de todos, el de Dédalo, habitado por el hijo de Pasifae, reina cretense, a partir de su unión aberrante con un toro (el Minotauro, que como todo producto de la sexualidad desenfrenada y caótica soporta en su cuerpo la marca de la hýbris), y en el que Teseo supo orientarse gracias al hilo de Ariadna, que dejaba como rastro de su avanzar. Walter Benjamin, drogado por hachís en Marsella, puso su atención en ese acto de desmadejar, paciente, esperanzado, atento antes a lo que se deja tras de sí que a la oscuridad desconocida por descubrir, atento «únicamente al ritmo de esa aventura que consiste en devanar una madeja» (Haschisch, Taurus, Madrid, 1974, páginas 79-80). Es más, con el ovillo Teseo perdería prudencia –en lo que este término tiene de pro-videncia-, porque cada paso asegura el regreso al punto de partida cancelando así el miedo a perderse; la escritura del hilo sobre el pavimento acompaña al avanzar, proporciona un colchón lingüístico y así una tranquilidad al momento de duda ante una bifurcación.
En El Jardín de senderos que se bifurcan (recogido en Ficciones, 1941, Alianza Editorial, Madrid, 2005), de Jorge Luis Borges, Teseo es Yu Tsun, antiguo profesor de la cátedra de inglés de la universidad de Tsingtao y ahora espía para el imperio prusiano, y el laberinto es el año 1916, en concreto el frente Serre-Montauban, en el que Yu Tsun debe informar -a sus superiores en Berlín- sobre «el nombre del preciso lugar del nuevo parque de artillería británico sobre el Ancre» a ser bombardeado antes de que desde ahí lance su ataque la Entente. El duelo con el espía persecutor, el capitán irlandés Richard Madden, tuerce y retuerce las páginas del relato entre las que Yu Tsun se mueve con su peculiar hilo de Ariadna, con la sabiduría de que no dará pasos en falso, de que no se perderá, pues sabe de su destino, sabe que será cazado y morirá, y sin embargo su plan es infalible. Sin entrar a desvelarlo, baste decir que lo que importa de él no es la consecución fáctica (el hecho objetivo, digamos) sino la descriptibilidad de su ejecución, la literalidad de los significantes empleados en su proceso, como en un laberinto, en donde la acción de deambular da el sentido (el fin y el objeto) al laberinto; su merodeo fabrica el símbolo.

Pero hay más, y para llegar a la persona que es la clave del mensaje a enviar, Yu Tsun atraviesa una serie de senderos gracias al consejo de unos chiquillos de que, ante un cruce de caminos, debe doblar siempre a la izquierda, lo que le hace recordar que era ese el método tradicional para llegar al centro de algunos laberintos. La persona buscada resulta ser, casualidad –o no-, un afamado sinólogo estudioso de un antepasado de nuestro protagonista, el bisabuelo Ts’ui Pên, gobernador de Yunnan, quien abandonó el poder político para adentrarse en la escritura de una novela insensata, incomprensible, indescifrable, y en la construcción del laberinto más prodigioso del mundo. Pues bien, de ese libro de argumentos contradictorios, de personajes que aparecen y desaparecen, de injustificados saltos temporales, deduce el experto que posee una estructura laberíntica, que el propio libro es un jardín de senderos que se bifurcan, con múltiples desenlaces y variantes para los héroes, «diversos porvenires, diversos tiempos, que también proliferan y se bifurcan». Porque Ts’ui Pên creía en la existencia de infinitas posibilidades de la existencia, de universos paralelos en los que la acción desempeñada en uno era tan definitiva y tan fallida como las posibilidades que hubiesen podido darse en su lugar.

Así pues para Borges un laberinto es eucronía: es la posibilidad de todas las posibilidades, en donde cada pasillo asoma al caminante a una opción de entre las infinitas que otras existencias le podrían haber deparado. En el escenario de la Primera Guerra Mundial, laberinto de trincheras, de conquistas de posiciones fugaces, de desgaste, donde realmente el proceso de su recorrido fue excesivo respecto a su amargo y casi fútil final, ¿qué meta puede hallarse? ¿Cuál es el centro de ese laberinto inevitable? ¿Saber que en otra vida, en otra guerra, no moriré yo, mataré en cambio, o no tomaré el Piave, sino que caeré en el Somme…? Esta alegoría supone que si el agente tiene o no tiene éxito en su misión, no depende ni de la suerte ni de un plan meticulosamente trazado, sino de que se asiste en nuestro plano como lectores a una sola de las realidades de entre todas las que simultáneamente se dan en el universo. Como advierte el sinólogo a Yu Tsun, «el tiempo se bifurca perpetuamente hacia innumerables futuros. En uno de ellos soy su enemigo». Encontrar el punto central, volver a la salida, toparse con el Minotauro o morir en la trampa de un pasillo cortado, no son ni correctas ni incorrectas, o mejor, todas ellas son la solución al enigma del laberinto, porque todas ellas, irremediablemente, se están dando de forma paralela.

El laberinto abunda como leitmotiv en la obra de Borges, sea en su conocido La casa de Asterión (en El Aleph, 1949, Alianza Editorial, Madrid, 2009), en el que el mito de Teseo está narrado desde los ojos inocentes del Minotauro, muchacho monstruoso encerrado ignaro en su gran morada laberíntica donde cada nueve años recibe víctimas, a las que él dice «liberar», hasta que acoge la visita del héroe, con quien se muestra generoso y hospitalario, encontrando empero la muerte bajo su hierro sin oponer defensa. Sea, también, en numerosos relatos (La Biblioteca de Babel, 1941; La muerte y la brújula, 1942; o El milagro secreto, 1943), en los que los intrincados arabescos de las vicisitudes vividas por los personajes desembocan en un destino sobre el que se advierte, no obstante, que llegará, o ha llegado ya, de nuevo el mismo momento en el mismo lugar con los mismos protagonistas que resolverán la aventura, quizá, de distinta forma.

Catedral de Chartres, c. 1194-1250. Supuestamente, el laberinto como escenario cultual mediterráneo dibujaba sobre el pavimento un sendero espiraliforme a seguir por los danzantes cogidos de la mano (¿unidos por el hilo de Ariadna?), quienes simularían un ingreso y una salida rítmicas del edificio letal del laberinto: ciclos de muerte y resurrección.

Es aquí, hablando de destino, donde se nos desvela que Borges es un soñador, no un revolucionario –puede que en otra existencia lo sea-. La simultaneidad de escenas, la repetición eterna, la encarnación akáshica… disuelven lo que es la inevitabilidad del acontecimiento histórico, y pese a que el juego narrativo que despliega el autor es de una seductora sofisticación, sin embargo hay otras formas de pensar la fantasía, lo que demuestra que pese a ser un descomunal artista y un finísimo erudito, Borges no está en nuestro bando. De sesgo leibniziano (de salón) Borges aplica al pie de la letra aquello de que lo que es sombra en mi mónada es luz en otras, o sea que es mi percepción la que mira mi mundo, dejando en sombra otras innumerables percepciones, otras infinitas realidades en el mismo tejido monádico divino; y sin embargo, el propio Leibniz da la clave: los diferentes universos no son sino diferentes puntos de vista sobre uno solo (Monadología, Globus, Madrid, 2013, página 38). O, siguiendo la crítica de Deleuze, no es que se presenten variaciones de la verdad a los ojos del sujeto, varias verdades, sino que la variación bajo la que un mismo objeto se presenta a cada perspectiva supone la verdad subjetiva para esos ojos (El pliegue. Leibniz y el Barroco, Paidós, Barcelona, 1989, página 31).

Es este un síntoma que se detecta en la obra de Borges (por ejemplo en Historia del guerrero y de la cautiva, o el inmenso El inmortal, 1949): la búsqueda de una eterna simetría según la cual el acto A pueda ser contrapesado por el acto B en otra dimensión, lo cual hace no sólo que se albergue la esperanza de que se den todos los actos en todos sus matices, sino que se alcance la vanidad en cada acto, la pura intrascendencia, sabiendo que obrando bien o mal, en la otra punta del universo se habrá equilibrado la balanza espiritual. Pero esto también puede verse como un miedo eterno no ya a la muerte sino a la perdición, a la posibilidad de no ganar la salvación, de ser en cambio uno mismo el condenado si es verdad que en otro tiempo en otra vida he alcanzado la virtud. Como si dijéramos que sobre Borges pende la espada de la Némesis, del equilibrio justiciero que devuelve la homeostasis al escenario mundo; ¿neurótico sentimiento de culpa? Podríamos hablar de miedo al monstruo, al híbrido, miedo de ser el Minotauro y no Teseo, miedo de vivir una vida falsa sin oportunidad de enmienda, ¿por eso el amparo en las reencarnaciones? ¿En el eterno retorno cíclico?

A su eucronía tendríamos que oponer la anacronía, una falta cometida en relación a la convivencia de los tiempos (Georges Didi-Huberman, Ante el tiempo. Historia del arte y anacronismo de la imágenes, Adriana Hidalgo Editora, Buenos Aires, 2011, página 61), un tiempo intruso que desbarata la linealidad cronológica, el devenir y la historia y que no abre el pasado iluminando las posibilidades que podrían darse ni las que pudieron haberse dado, sino, en pocas palabras, muestra en crudo la escena única e inevitable que se pone ante el héroe vista como imposibilidad, como «el límite impensable de la misma posibilidad» (no puede ser que mi suerte me haya arrastrado hasta este punto), pero también como «el mero reverso de la necesidad (“no podría haber sido de otro modo”)», esto es, no podían darse otras posibilidades, ha ocurrido lo único posible , o “lo ha querido así el destino” (Slavoj Žižek, Sobre la violencia. Seis reflexiones marginales, Paidós Ibérica, Barcelona, 2009, página 109). Porque el destino es uno e ineludible, y esto lo admite Borges para cada hombre, pero desea que en otro momento otro destino depare al mismo hombre diversa suerte.

Y con todo, en este laberinto de simultaneidades, ¿qué aguarda en la cámara central? ¿Cuál es el perno sobre el que se ejecuta todo el sistema de posibilidades? La imagen que está en el centro del laberinto, el desenlace, el secreto de la existencia es… nada, una imagen indiferente para el inmenso volumen de la humanidad, y sin embargo sería la imagen que gestiona el laberinto imaginario de cada sujeto y ordena las bifurcaciones de su deseo: en el centro de toda intersubjetividad está la imagen fantasmal de la propia madre. Borges, que a partir de 1938 comienza paulatinamente a perder visión, encontró en su madre Leonor Acevedo Suárez 1047014h430el símbolo materno total: hogar, faro, educadora, nutriz, compañera, asistente, esposa, vacío, muerte. Leonor fue la Ariadna –los ojos- de Georgie, como cariñosamente le llamaba, llegando incluso, se dice, a donar placenta para un injerto sanador –e infructuoso- en el ojo ya depauperado del hijo (interesante: la córnea ciega verá, a partir de entonces, el negro abismo mítico del útero femenino). Lectora y redactora bajo dictado de los cuentos del hijo, es de suponer que sus cuidados excedieran lo literario; llegados a este punto, ¿no es Borges el monstruo de dentro del laberinto, incapaz ya de salir, porque el hilo de Ariadna le conduce a un pasadizo ciego que es, a la vez, su única opción?

Dice Roland Barthes: «Todas las fotografías del mundo formaban un Laberinto. Yo sabía que en el centro de ese Laberinto sólo encontraría esa única foto, verificándose la frase de Nietzsche: “Un hombre laberíntico jamás busca la verdad, sino únicamente su Ariadna”» (La cámara lúcida. Nota sobre la fotografía, Paidós, Barcelona, 1989, página 116); y por tanto, la imagen definitiva, la imagen-guía, la imagen de imágenes, a la que todo soldado, Yu Tsun incluido, se aferra como a su hilo de Ariadna, para poder, algún día, volver. Y que sin embargo Barthes decide no revelar al lector de su libro, porque es suya, es la foto de su madre, y a los demás les sonará intrascendente, una más entre millones, con lo que decide colocar como ilustración la imagen de la madre del mítico fotógrafo Nadar, una foto bien compuesta, de potentes claroscuros, de empaque artístico, una foto que es un símbolo de madre. En otras palabras, no hay nada más que la relación del sujeto con el universo simbólico, con el lenguaje, con, como por otra parte Borges hizo patente a lo largo de su neurótica vida, el Otro que es mamá.

La consciencia de esto hace que el miedo a perderse antes mencionado en el laberinto de cada uno se resuelva siempre en la pregunta eternamente referida al sustentador de ese símbolo, al Otro, ¿qué hago aquí? ¿Por qué me ha tocado a mí vivir este destino? En un laberinto siempre hay un solo camino: todos los demás o son ciegos o conducen a la perdición. Y aunque nunca se llegue al centro del asunto y se desvíe por los vericuetos del deseo, el camino erróneo ya nos está diciendo que eso no era lo que las circunstancias simbólicas, sociales o históricas habían previsto, que eso no es lo que se esperaba de nosotros, y en función de esa espera, de recibir la respuesta al por-qué de su lugar en el mundo, es decir, en función de su desorientación al interior de su laberinto, es como el sujeto estructurará su acontecimiento presente. Así que el destino puede definirse como la relación que el sujeto establece con la recta vía, cómo gestiona su deseo con los intersticios que la inevitabilidad del orden social deja abiertos. Por supuesto la respuesta definitiva sólo la puede proporcionar esa madre eternamente buscada, eternamente anhelada en cada bifurcación del deseo.

La postura contraria a Borges (atención: nadie aquí le está exigiendo que abandone su papel de fabulador) es más que nunca doblar siempre a la izquierda, y pensar el eterno retorno como la advertencia de afrontar las venturas de tal modo que, de repetirse, no te arrepintieras de volver a hacer lo que hiciste. Esta es la verdadera actitud responsable frente al destino, y no ampararse en que “esto es así porque me ha tocado vivir esta variación” (¿resignación? ¿Se voltearán las cosas cuando me encarne en otro avatar?). Ante lo irremediable, el sujeto debe aceptarlo porque no hay más, aunque sea desfavorable, aunque sea letal, y no obstante debe dudar ante ello, y sobre ello trabajar retroactivamente, sobre el camino pasado en el que, ante lo que se está produciendo, se introduce la oportunidad de actuación que cambiaría ese futuro. Es ese el tiempo anacrónico de la crisis revolucionaria, el que interviene en el pasado para afrontar el futuro, el que resuelve la bifurcación de caminos, es decir, el jaque del umbral ante lo ineludible, no como un intervalo entre dos términos, entre el pasillo 1 o el pasillo 2, no: el intervalo se da entre lo que podría haber cambiado el presente y la actualidad histórica irrevocable en su proyección futura. Y ese intervalo conlleva el tiempo de la reflexión, de la intervención revolucionaria, la responsabilidad que carga el cuerpo del héroe sobre la que se impulsa para constituirse como sujeto histórico: es el instante que aprovecha la potencialidad de cambiar el orden de las cosas, de asumir lo inevitable como oportunidad política. Doblando siempre a la izquierda.

Fuente : Fabulantes

Ecos de Borges en un laberinto de papel de seda

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Una instalación en homenaje al autor de El Aleph.

La obra de la artista argentina Andrea Moccio ofrece al visitante una experiencia sensorial inesperada.

 Laberinto. Como un paisaje nevado, la obra de Andrea Moccio. / Juan José Traverso


Una gigantesca guirnalda blanca de alturas variables forma un laberinto de papel de seda, por el que pueden circular los espectadores. La iluminación y la filmación en tiempo real del recorrido -que, a su vez, se proyecta en una enorme pantalla- completan una experiencia sensorial inesperada. Las imágenes se ven nebulosas, gélidas; recuerdan un paisaje nevado. No casualmente se llama El cristal de un sueño, esta obra que provoca los sentidos.


La propuesta, que combina video con una puesta de alto impacto visual, es obra de la artista argentina Andrea Moccio e integra la megaexposición Borges. Ficciones de un tiempo infinito, que ya puede visitarse y permanecerá abierta hasta noviembre en el CCK.

En este contexto la muestra de Moccio -que podrá verse hasta diciembre- confirma la gran influencia que Jorge Luis Borges sigue ejerciendo, al margen del mundo literario, sobre el arte contemporáneo en general. 

La instalación de Moccio ocupa la sala de la Gran Lámpara del 6° piso y a lo largo de cuatrocientos metros cuadrados evoca el universo borgeano. “No pretende estrictamente una representación de los laberintos -sería un imposible de lograr en razón de su fantástica multiplicidad-, sino que más bien es un intento de aproximación visual y material a sus reflexiones pero que va más allá al generar experiencias y ensoñaciones de nuevo orden", aclara la curadora de la muestra, Ana María Battistozzi. "Los laberintos son una presencia insoslayable en las mitologías antiguas que tanto le fascinaban al escritor. Acaso la más conocida nos remite a Creta, al palacio de Cnosos, el Minotauro y el mito de Teseo, aunque seguramente no es la única y es posible rastrear laberintos en todas las culturas. Esta obra intenta plasmar este tipo de construcción fantástica en una intervención en el espacio real.”

Andrea Moccio nació en Buenos Aires en 1964 y, tras estudiar en la escuela de Bellas Artes, participó en los talleres del destacado artista francés Christian Boltanski.



Fuente Clarin.com

Borges, el palabrista/2

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Una imperdible charla sobre pecados capitales en España. El destacado escritor reconoció su "odio" contra Perón y Rosas. Qué dijo de Hitler.

 Esteban Peicovich

El lunes 21 de abril de 1980, sintiéndose solo en la trastienda de una sastrería de Madrid, Borges parecía beatífico y feliz. Acababa de probar, con éxito, el jacquet que vestiría en Alcalá de Henares para recibir de manos de un rey el premio Cervantes. Apoyado en un báculo de bambú negro comprado en Chinatown por dieciséis dólares, su rostro de inocencias y dudas sugería la imagen de la luna. Cuál fue la emoción que lo envolvió y apagó su “grave pecado” de no haber sido feliz, no lo sé. Pero de pronto, así como así, sus labios se movieron y del tarareo pasó a cantar en voz alta lo que parecía sonar a una milonga.

“Sí, milonga rioplatense. Se llama “Los orientales”.- aclaró cuando volvimos al hotel. Ya en el bar, la obviedad de los primeros instantes dejó paso a las sorpresas.

-B: El café parece que no aparece, ¿no?

-Aquí se lo traen... pero con la mitad de café, ¿le ponemos la otra mitad de leche?

-B: Sí, con leche, sí. Medialunas no han traído, ¿no?

–Han traído, sí. Aquí la llaman “croissant”.

B: Cuando yo era chico mi madre decía “croissant”. Luego quedó “medialuna”. Porque “croissant” es una palabra fina, que correspondía a las confiterías. Después, en las lecherías, ya no podía llamarse “croissant”. Que es lo mismo. Luna creciente o media luna, es igual.

--¿Y usted qué opina, Borges, de los famosos pecados capitales?

B: Stevenson decía que los siete pecados capitales eran uno solo: la crueldad. El pecado contra el Espíritu Santo. Los demás no tienen importancia.

–Sin embargo la crueldad no está entre los siete. Y sí, la pereza. ¿Cómo se lleva con ella?

B: Yo creo que he trabajado tanto porque soy muy haragán.

–¿Y con la envidia?

B: No, nunca. Por ejemplo, he estado enamorado y he sabido que otra persona amaba a la misma mujer que yo. Y yo pensaba, en fin, esto nos une. Los dos nos damos cuenta de que esta mujer es admirable y él debe sentir amistad por mí y yo sentir amistad por él. La idea de la rivalidad, de los celos, de la envidia, es horrible. Pero fíjese que cuando he confesado esto me han dicho que no, que es un bizantinismo, que es una paradoja, que eso no puede ser.

–A mí me parece una belleza.

--B: ¿Cómo dice? Usted es la primera persona que no se escandaliza. Me alegra, sabe. Porque si yo quiero a una mujer y otro hombre la quiere también, quiere decir que nos parecemos de algún modo, ¿no? Nos encontramos en lo mismo. Es como si alguien dijera que le gusta el álgebra, pues a mí también; o la literatura, y a mí también; fulana de tal, a mí también. Eso nos une. digo yo.

–¿Cuál ha sido el pecado de gula de Borges?

B: La gula sería, a ver... los copos de maíz, el café y el dulce de leche. También el de guayaba. En general me gusta la comida seca. La comida mojada no me gusta.

-–¿El vino sería una comida mojada?.

B: No, yo no he bebido mucho vino. Cuando joven me gustaba el ajenjo. No me gustan las salsas. Sí el arroz, las uvas. Las uvas son como una purificación. En Japón encontré uvas dobles de las nuestras, con gusto a vino, riquísimas. Y las mandarinas son un prodigio. Sin semillas, y uno puede comerse la cáscara. Las bananas también son riquísimas en el Japón. Mejor dicho, los plátanos, porque banana es una palabra tosca. Me gustaba, como le digo, el ajenjo, que produce una alegría liviana... Cuando era chico lo bebían los compadritos en los almacenes. Cuando vivía en Mallorca tomaba hasta tres copas de ajenjo; después salíamos a escalar la montaña y gracias al ajenjo, yo me agarraba de las grietas y ascendía bastante bien. La embriaguez que nos producía era muy liviana, si no nos hubiéramos matado antes de llegar a la cumbre. Era en Valdemossa. Subíamos con un pintor sueco y un cordobés, también pintor, Octavio Pinto.

–¿Usted sabe que cerca de Valdemossa vive Robert Graves?

B: ¡No me diga! Un gran poeta. Compré sus Obras completas. Buscaba un poema lindísimo que parece que él eliminó de sus obras. Ese poema merece ser muy antiguo, merece no ser contemporáneo, merece ser algo que los hombres han soñado durante mucho tiempo. El argumento es este: Alejandro de Macedonia no muere en Babilonia sino que se extravía de su ejército y va errando por una geografía desconocida; ve una claridad, es un campamento. Hay hombres de piel amarilla y de ojos oblicuos, tártaros, chinos. Entonces, ya que su oficio es ser soldado, él entra y se alista en ese ejército. Pasan muchos años, hace la guerra; no le importa ser jefe, siempre es soldado; y un buen día, como pago del trabajo de guerrear distribuyen monedas. Es un hombre anciano ya y se queda mirando una de las monedas. Está allí, viejo, rodeado de tártaros o chinos y entonces dice: “Claro, es la moneda que yo hice acuñar para celebrar la victoria de Arbela cuando yo era Alejandro de Macedonia”. Su victoria contra los persas. Pero él dice: “Cuando yo era”. Claro, él ya es otro, un soldado perdido allí entre los chinos o los tártaros. Este poema merecería estar en Las mil y una noches o en Plutarco y sin embargo, qué raro, Graves lo eliminó. Es extraordinario. Haber inventado ese poema es haber inventado todo.

–¿Y cuál ha sido su pecado de soberbia?

B: No creo, no. Cuando converso con alguien siempre trato que el interlocutor tenga razón. La idea de una discusión es errónea. Los chinos dicen que no hay que discutir para ganar, sino para dar con la verdad. La idea de ganar es horrible. Por eso aquí, en Madrid, en las tertulias del café Colonial, Cansinos Assens impuso la costumbre de que no se hablara de ningún contemporáneo para que no se hablara mal de nadie. De modo que uno podía mencionar a Virgilio o a Platón, pero no a Gómez de la Serna o a Unamuno.

–¿Cometió alguna vez el pecado de avaricia?

B: Creo que ha sido el de no prestar libros para que no se quedaran con ellos.

–¿Y el de lujuria?

B: Creo que sí. Bueno, no sé si es un pecado. Creo como Stevenson que no es un pecado. Haber deseado bastante, querido mucho a la mujer, no es pecado. ¿No?

–¿Y si hablamos de la ira?

B: No. Xul Solar decía que era una pobreza mía el no enojarme. Porque yo me entristezco en lugar de enojarme. Hace bien desahogarse. No, ira, no. O tal vez sí, tres veces, cuando eché a los estudiantes de la clase por querer interrumpirla. Pero yo pensaba que eso no era personal, que tenía que defender la cátedra.

–Y una de esas veces defendió precisamente a Coleridge. Ellos llamaban a una huelga en apoyo a obreros portuarios...

B: Claro. Es cierto. Y les dije: ¿Qué tiene que ver Coleridge con el puerto de Buenos Aires?“

–Y…¿tuvo acaso un octavo pecado suyo, inventado por usted para usted?

B: Y, bueno, yo he sentido odio por dos personas. Por Perón y por mi lejano pariente, Rosas. Y por nadie más que yo sepa. En el caso de Hitler no era odio. Decía yo, qué raro que este hombre que es un genio militar sea al mismo tiempo un loco. Me decía, por ese entonces, que si yo fuera Hitler echaría del país a quienes no tuvieran sangre judía. Hubiera sido más inteligente, ¿no? Mi padre, que era lúcido, decía siempre (un poco por el orgullo de la sangre inglesa de mi madre): “Pero al final ¿qué son los ingleses...? Si no son nada más que unos chacareros alemanes”.

–Si todo pudiera ser sintetizado en uno solo argumento, un solo tema, ¿cuál sería su tema?

B: Quizá todo lo que yo escriba esté basado en el hecho de la confusión de la personalidad. De que un hombre sea él, sea otro, sea todos. La búsqueda de lo único. Puede ser eso. Y ése sería mi único capital.

–Usted sabe que estos días no lo veo cometiendo “el peor de los pecados”. Todo lo contrario: lo veo feliz...

B: Es que estoy muy feliz. En Buenos Aires mis días son siempre iguales. Y además, los españoles son tan generosos conmigo...

–¿Hacia dónde va el hombre, Borges? ¿Hacia Abel o hacia Caín?

B: Me parece que no necesita ir. Ya ha llegado a Caín.


Fuente : Perfil.com

Borges, el palabrista/1

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Esteban Peicovich cuenta cómo conoció por primera vez a Jorge Luis Borges y cómo se convirtió en su compañero de numerosos viajes. 

                               Foto:Cedoc

Conocí a Borges cuando él tenía 53 años (y yo 23). Mi pueblo (Berisso) me encomendó invitarlo a dar una charla. Abrumado por lo que sentía “tamaña” misión llegué a la calle México donde él dirigía la Biblioteca Nacional y solicité verlo.

Me escuchó y sin ánimo de broma, dudó:

--¿Berisso?¿Ese pueblo existe?

Ofrecí pruebas verbales y aceptó. Fue sábado glorioso aquel de septiembre de 1953 en que lo esperé en La Plata. Borges todavía veía y descendió ágil del tren. Traía del brazo un junco de altos remos: a Cecilia Ingenieros, bailarina (un pre boceto de Pina Bauch) que lo asistía como amante o secretaria o chaperona o lo que fuera. Ambos reían jugando con frases crípticas que a mi (muy verde aun) me sonaban a sánscrito.

Me tocó presentarlo (primera vez que me exponía en público) y lo pasé canutas. Mi timidez se puso densa: perdí el papel, derrapé, y tras titubear con sus datos biográficos escapé de ese patíbulo con un:

-...y con ustedes, … Borges...Borges...”

En este tartamudeó me paralicé. Fue un medio minuto sin zafar de estos puntos suspensivos hasta que algún dios del habla me tiró una cuerda y expulsé un ex abrupto

--…y con ustedes Borges… ¡el palabrista!

Fue así como debuté con Borges al que traté luego como cronista y lector. Pero ¿qué es “tratar” a un genio? Despejo equívocos. Ni fui su amigo ni experto en su obra. Solo un adicto entusiasta y un lazarillo de ocasión. Un espía en sus viajes y un ladrón confeso de su oralidad. Una buena suerte profesional me llevó a compartir vivencias únicas: seguir sus pasos en Marrakesh, llevarlo en brazos en Machu Pichu, acomodarlo ante la gatera de un mingitorio en Madrid o desactivar su pudor hasta conseguir la lista original de sus pecados.

Aquella vieja noche de Berisso habló sobre Almafuerte. Tras mágicos volatines y metáforas nos engatusó con un oxímoron: que Almafuerte era el Whitman argentino. Imberbes para un juicio crítico de peso la comparación nos pareció abultada pero no teníamos con qué darle. Si lo decía Borges debía ser así. Sus fabulaciones eran más ciertas que su verdad.

Lo volví a ver (sin que me reconociera) una noche de 1958 en que como reportero de Clarín salí raudo hacia Ezeiza: después de meses de dar clases en Texas Borges volvía al país. La palabra Borges ya sonaba en el mundo. Se venía la hora de cierre y por fin lo vimos asomar cansado, y lo peor, dispuesto a no atender a la prensa. Por fin se detuvo y alguien soltó un

--¿Cuál es la anécdota más curiosa que trae de Texas, señor Borges...?

Se espabiló un poco y casi musitando, deslizó…

–Sus leyendas, historias de gente muy valiente, como la historia del cowboy…

Y lo dejó allí, en curiosa pausa. Se iba el tiempo y no aparecía una nota a transmitir. Venir de Texas y hablarnos de un cowboy era como volver de Chascomús y hablarnos de un lechero. Pero de pronto saliéndose de su propia galera Borges extrajo un conejo extraordinario:

--…la historia del cowboy…negro.

Ahora, sí. En ese adjetivo aparecía el sorprendente Borges y aprontamos birome y oído. Nos contó entonces el caso de singular templanza de un cowboy que por sus fechorías iba ser ajusticiado un amanecer. Que llegada la hora, ya con el cordel en el cuello, el sheriff le anunció que por costumbre del condado antes de ser ahorcado tenía derecho a decir unas palabras. Aquí Borges tosió, hizo una pausa (literaria, seguro) y remató:

--Y el cowboy negro le respondió: “Yo no he venido aquí a hablar sino a morir”.

Ahora sí sabíamos que había vuelto Borges y teníamos miga para colorear la nota del regreso. El cowboy podía ser real o imaginario. No importaba. De haber sido blanco pasaría por gesto altanero del héroe. Que fuese negro lo convertía en borgiano y literario para siempre. ¿Acaso alguien había visto por entonces valorizar a un negro en un western?

En 1978 cubrí el viaje de los reyes de España que rumbo a Buenos Aires hicieron escala en Perú. Ambos mostraron interés puntual por visitar las ruinas de Machu Pichu, y las pistas de Nazca (solo Sofía). Pero ni bien aterrizado en Lima un rey de mayor rango motivó que abandonara a los Borbones: allí estaba el mismísimo Borges con María alistándose para viajar al día siguiente al santuario a la misma hora que los reyes. Elegí entonces viajar con un rey verdadero. Nos embarcamos con Borges y María en el trencito angosto que parte de Cuzco y en cinco horas de mucho calor arribamos al pie de la explanada. Borges (82 años) llegó muy mal. Boqueba pálido y ni vasos de la Inca Cola (sic) ni el té de coca conseguían reponerlo del mal de altura. Debí atender la emergencia llevándolo en brazos, como a un niño, hasta el micro que asciende en espiral hasta el hotel internacional situado frente al santuario. Llegado al lobby y mientras María inquieta pedía un médico dejé a un Borges mudo e inmóvil sobre un sillón de la sala. Un grupo de turistas alemanes se interesó por el estado del anciano y al decirles que se trataba de un escritor argentino y escuchar dos de ellos el nombre, pegaron un grito, alertaron al resto y en un minuto el exánime Borges en camisa y tendido quedó bajo los flashes de una docena de Leikas invasivas. Fue una estampa tan bizarra que cada vez que la recuerdo me remite, por la similitud de la posición de los cuerpos en la escena, a La lección de anatomía, de Rembrandt.

Como éstas, son muchas las anécdotas borgianas que pulsan este mes en mi memoria y en la de todos los lectores que habitan la fantástica cueva del mago Borges. Ese Borges, vasto sustantivo, al que Sábato reconoció gran poeta y fijó con los siguientes quince adjetivos: arbitrario, genial, tierno, relojero, débil, grande, triunfante, arriesgado, temeroso, fracasado, magnífico, infeliz, limitado, infantil e inmortal.

Y si es así (y es así) ¿Cómo no seguir recordando sus anécdotas en alguna próxima columna?

Fuente : Perfil.com

Temas, categorías y procedimientos cabalísticos en la poética de Jorge Luis Borges.

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Juan Manuel Silva Barandica

Universidad de Chile

 
Herido de mi canto

por uniones de azar

toda mi carne mortal recoge la blanca limosna del misterio..


Jacobo Fijman.


En literatura fantástica, todo aquello demostrable lógicamente estaría de antemano determinado por la apariencia del fenómeno del que se habla. Entroncando dicha afirmación al aparecer de la Cábala en la poesía de Jorge Luis Borges, no es excéntrico pensar que, si ya en el propio discurso de Borges la filosofía y la teología forman parte de tal género, también este trabajo puede adecuarse a la apariencia y no a la verdad. En ese sentido, si ya es fantástico imaginar la posibilidad de desarrollar plenamente ambas variables de la discusión en tan lacónico espacio, más aún lo es el de ampliar esta textualidad fuera de lo que es: una consideración preliminar acerca de una intuición.

Al pensar la Cábala simplemente como doctrina esotérica del Judaísmo, la poesía de Borges no tendría ningún punto de contacto con ella: no es extática ni mística. Más bien, es heterodoxa, auto reflexiva y casi intelectual, como el mismo Borges reconocería en el prólogo a su libro La Cifra (1985)[1]. Ahora, puntualizando un poco, es notorio que no existe univocidad ni centrismos bajo ese nombre: Cábala. Esto, pues desde la aparición del Bahir (primer texto autónomo cabalístico del siglo XII) en el sur de Francia, han sido múltiples la bifurcaciones y diferencias entre escuelas, doctrinas y prácticas. Si bien la diferenciación dificulta el análisis, etimológicamente, Cábala significa “Tradición”, “Transmisión” y “Recepción”, es decir, el proceso histórico y espiritual que ha seguido el mensaje que entregó Dios a Moisés en el Sinaí hasta llegar a la actualidad. Dicho proceso cifrado en la expresividad del nombre divino, aunque esotérico, no estaría totalmente preñado del exceso místico iluminativo (el sufismo); por el contrario, la Cábala, como plantea Harold Bloom en La Cábala y la Crítica, es más un método-doctrina de exégesis y reflexión acerca de la escritura, que una mística arrobada. Así, aunque ligados prácticamente a la ascensión espiritual mística, los cabalistas “Lo que pretenden es describir el reino de la Divinidad y los demás objetos de contemplación de una manera impersonal”[2], condición que los lleva a escapar de la poesía, para concentrarse en construir un discurso teórico acerca del sistema divino. Suspendiendo momentáneamente esta disquisición, es conocido el interés de Borges por la Cábala, como lo demuestran sus cuentos El Aleph (El Aleph, 1949), Las Ruinas Circulares y La Muerte y la Brújula (Ficciones,1944); además de sus ensayos: Una vindicación de la Cábala (Discusión,1932), Historia de los ecos de un nombre (Otras Inquisiciones, 1954) y La Cábala (Siete noches, 1980). Ante tal circunstancia, es menester revisar en la poética de Borges, tanto el tema de la Cábala como sus categorías. Frente a lo primero, es casi un prejuicio el hecho que Borges tome a la Cábala como un tema (germanística, patria, familia, Islam, filosofía idealista y mitología nórdica, etc.); tema, comprendido sólo como un volumen en la biblioteca infinita de la que, repetidamente, hace uso para potenciar la profundidad de la escritura en tanto ser esencial de su universo. Así, el tomar a la Cábala sólo como un tema en la producción poética de Borges, es ignorar que, la aparente tematización borgesiana, no es más que una superposición de niveles, discursos, tonos, realidades y, en el fondo, sistemas literarios en la constelación de la historia literaria borgesiana. En ese sentido, el hecho de que Borges mencione la Cábala, ya pareciera conducir a que detrás de su aparición hay una causa y no un azar[3]. Ahora bien, excediendo el prejuicio del tematizar borgesiano, la presentación de categorías cabalísticas es parte de un nivel discursivo que su poesía alcanza en madurez. Aunque reflexionara anteriormente acerca de la Cábala, es en su poesía ulterior (desde El Hacedor, 1960, hasta Los Conjurados, 1985) donde se vale de ciertas figuras o imágenes de reflexión metafísica cabalista. En primer lugar, El Gólem (poema de El Hacedor) plantea: “Si (como el griego afirma en el Cratilo)/ El nombre es arquetipo de la cosa, / En las letras de rosa está la rosa/ Y todo el Nilo en la palabra Nilo.”, indicando que el lenguaje o, más bien, la escritura (pensando en que para los cabalistas, la materia creada es ya escritura, es Torah) tuvo un tiempo y espacio de onomatesis, a saber, lenguaje como nominación (discutida entre Hermógenes y Sócrates en el Cratilo), en tanto el nombre es la entidad en sí. En hebreo, dabar significa anfibológicamente cosa y signo, representante y representado. Así, la onomatesis, es el ámbito teúrgico en que la acción del lenguaje modifica la realidad, en la que la realidad es ya lenguaje y escritura, y que, en Borges, es literatura. Entonces, el Gólem, que etimológicamente significa “deforme”, según Scholem, tendría características tales como: ser una entidad sin un estadio superior de alma–comprendiendo los tres niveles de alma básicos: Nefesh (alma más baja, hálito vital), Ruah (espíritu o alma media) y Neshamah (alma intelectiva, nivel de diferenciación humana)–, no poder hablar, estar hecho de arcilla, crecer infinitamente y estar delimitado por una inscripción en su frente.

Ahora bien, el rasgo más importante es el último, ya que para crear un Gólem (que tenía habitualmente fines domésticos) había que estudiar el Sefer Yezirah o Libro de la Creación; primer texto de filiación cabalista (supuestamente del siglo III) que explica la formación del mundo desde las 22 letras del alfabeto y las diez esferas de emanación divina (sefirots). Luego de su estudio, se podía emular el proceso de creación de un ser, mediante la nominación, que según la versión de la leyenda, variaba entre el secreto nombre de Dios y una serie de derivaciones del alfabeto hebreo. Al cabo, el Gólem, era coronado con la escritura de la palabra Emeth (verdad, aludiendo al nombre divino) en su frente. Entonces, ante el crecimiento desmesurado del creado, el rabino debía borrar la primera letra de su frente, para dejar la palabra Meth (muerto).

En segundo lugar, es destacable la presencia de los Justos Ocultos del Talmud. Pues “Según una vieja tradición de la época talmúdica, en cada generación hay treinta y seis justos de los que depende la existencia del mundo (...) Si desapareciese el anonimato, característica inherente a su ser, ya no serían nada.”[4] De esta forma, el poema Los justos (La Cifra, 1985) dice que “Esas personas, que se ignoran están salvando el mundo”[5]. Así, pareciera ser que estas dos categorías que se presentan en este trabajo como ejemplos, en desmedro de otras que podrían ser tomadas como sobre-lecturas, indican, además, otras categorías subsidiarias como: el Adán nominador-arquetípico, el lenguaje-escritura onomatésico, la creación desde el lenguaje y la existencia de un orden secreto tras el orden objetivo. Por consiguiente, es presumible que la relación que existe entre la Cábala y la poética de Borges ya no es sólo un mencionar o utilizar categorías. En ese sentido, el Gólem y los Justos Ocultos, como categorías cabalísticas son también umbrales que parecieran indicar un revés complejo, una suerte de teoría de la escritura, de la literatura y de su historia, así mismo una forma de comprender la realidad desde una ontología del fenómeno escritural. En ese aspecto, podría advertirse un proceso de teorización poético, un proceso cabalístico, acorde a la noción de que la Cábala es un discurso que interpreta la escritura, la Torah, siendo esta misma, la concreción de lo que objetivamente se entiende por realidad, tanto en su fundamento como en su expresión material.

La poética de Borges, consignada como artículo (La poesía en Siete noches, 1980) y extendida como subtexto en todos sus libros de poemas, se presenta considerando al lenguaje como tradición, como la historia de generaciones y generaciones impresa en una memoria escritural. Así, para Borges, la poesía es primero lectura, como lo manifiesta en Un lector (Elogio de la Sombra, 1969): “"La tarea que emprendo es ilimitada / y ha de acompañarme hasta el fin, / no menos misteriosa que el universo / y que yo, el aprendiz."[6]. También en el prólogo de El otro, el mismo (1964) destaca que "La raíz del lenguaje es irracional y de carácter mágico (...) La poesía quiere volver a esa antigua magia.”[7].

En ese sentido, la escritura o la detención del lenguaje del mundo, es en el fondo irracional, ya que su origen es incognoscible. De esa manera, sin dirimir horizontes teológicos, la semiótica del leer borgesiano activa una poesía que despierta en cada experiencia una anamnesis del lenguaje; esto, ya que la experiencia, para Borges, es un doble recordar: la dimensión histórica del lenguaje y la dimensión escritural de la realidad. Ya en Borges, la realidad es legible, pues está constituida tropológicamente como un texto que alude pero que no presenta lo aludido, tal y como el poema Una brújula ( El otro, el mismo) propone: "Todas las cosas son palabras del / idioma en que Alguien o

Algo, noche y día, / escribe esa infinita algarabía / que es la historia del mundo.” Así, “(...) Detrás del nombre hay lo que no se nombra"[8]. Por consiguiente, que la poética borgesiana se erija, por una parte, como una lectura y proyección de un modelo escritural de la experiencia y la realidad, parece conducir al último nivel de este trabajo: el proceso cabalístico. Ahora bien, hay que entender al proceso cabalístico no como teurgia, sino como un planteamiento teórico acerca de lo inefable. En ese sentido, el proponer una relación entre un procedimiento cabalístico y la poética de Borges, significaría, reafirmar ciertas apreciaciones que el mismo Borges tuvo acerca de la Cábala. Así, en

Una vindicación de la Cábala[9] se propone que la Cábala es, esencialmente, un método de lectura, una hermenéutica del texto sagrado ligada, principalmente, al plano escritural. Mientras en La Cábala[10] determina el carácter procesal de Dios, es decir, que la divinidad misma está en construcción por los actos de los humanos. Tomando tácitamente el modelo de Isaac Luria de Safed (siglo XVI en Palestina), argumenta que los actos humanos ayudan a recolectar las chispas de divinidad que han quedado atrapadas en la tierra, pudiendo, en algún momento, alcanzar la apocatástasis o restitución de un pasado pleno. Ahora bien, a diferencia de la paráfrasis borgesiana, Luria plantea que la creación misma ha sido una catástrofe, situación que encadena el hecho que el tiempo no sea conclusivo, a saber, que nunca las situaciones han acabado. En ese sentido, la conmemoración judía es, en el fondo, un rememorar la no conclusión de los períodos más importantes de su propia historia, especialmente en Luria, el mito del Exilio. Asimismo, Luria propone tres procesos para toda la creación: Zimzum, Shevirah y Tikkun. El primero es la retirada de Dios de sí mismo, dejando el tehiru o espacio fundamental de creación; esta “retención de aliento” o contracción en sí mismo saliendo de sí, es un acto de amor que desencadena el exceso de luz, rompiendo los seis recipientes u odres que conducen y llevan a cabo la creación[11], anteriores a Malkut, última sefirah correspondiente a la realidad humana o reino, que no alcanza a quebrarse. Shevirah es la destrucción de los recipientes, mientras que Tikkun es la posibilidad de restablecer o reunir las chispas de luz que quedaron atrapadas en la materia. De esa forma, la luz creadora volvió al creador, mientras que en Malkut quedó atrapada en los qlipoths o añicos de los recipientes-sefirots.

Para Luria, el cabalista debe realizar actos piadosos y justos, además de prácticas textuales-religiosas para lograr restituir y reparar la catástrofe de la creación. Creación que, por cierto, no ha concluido, pues la responsabilidad que pesa sobre los hombres, es la de recordar (otro sentido de Tikkun) que la creación aún no está terminada, y que para realizarla plenamente hay que modificar su trama, es decir, el hombre puede y debe re-crear o ayudar a crear verazmente la creación. Borges, en su poema La trama (La cifra, 1985) aclara: “A esta trama de hierro / los estoicos la pensaron de un fuego/ que muere y que renace como el Fénix./ Es el gran árbol de las causas / y de los ramificados efectos” [12]. Así, la rústica figura del Gólem, la necesidad de la memoria (familiar e histórica), la trama secreta de la creación y una escritura que, de forma similar a la Torah, constituye la estructura y ley de la creación, debiendo ser leída e interpretada, son aspectos que conviven en la posible lectura de la poética de Borges como una búsqueda de aquello que escapa al verso, aquello que podría activar tanto la creación literaria como la creación de la vida misma. Así, el sujeto poético estaría en un exilio del significado, de la misma forma que el judío estaría, según Luria, en el exilio de la patria o de la creación plena que aún no acontece. Por consiguiente, el tiempo, factor central en la poética borgesiana, es el primer eje de su poesía como un proceso de lectura cabalístico. Esto, pues al parecer, la poesía de Borges se configura primero como un canon de lecturas (Joyce, Spinoza, Dante, Cervantes, etc), para luego mostrarse como una materia invariable, que, gracias a la repetición, genera el espejismo de que no hay un avance del tiempo, como explica en el prólogo a El Oro de los Tigres: "De un hombre que ha cumplido los setenta años que nos aconseja David poco podemos esperar, salvo el manejo consabido de unas destrezas, una que otra ligera variación y hartas repeticiones."[13]. También la figura del río de Heráclito, y la del busto de Jano, como en el poema East Lansing, donde declara que "mi tiempo ha sido siempre un Jano bifronte/ que mira el ocaso y la aurora" (El oro de los tigres, 1972)[14], indicarían una voluntad poética de restituir el pasado, pues para su poesía “sólo lo pasado es verdadero"[15] (A una espada en York Minster, El otro, el mismo, 1964). Así, en este eterno presente catastrófico de la rememoración poética, sólo bastaría demostrar el hecho de que, efectivamente, la poética borgesiana tuviera la voluntad de, mediante la escritura y la lectura, restituir o crear por primera vez la plenitud de la experiencia: la síntesis de los contrarios, la supresión de la distancia, el fin del Exilio y, en esencia, la unión del principio masculino (Yahve) y femenino (Shekinah) de la divinidad, escindidos en la creación. Entonces, si bien la poética borgesiana toma el modelo de la creación luriano en la búsqueda de la luz, ciertas categorías y el tema mismo de la Cábala como un método de lectura que produce escritura y modelos teórico-poéticos; la fundamentación de la poética borgesiana se plantea como un continuo resignificar de la escritura en aras de la literatura, a saber, el infinito interpretativo. En ese sentido, el tomar un procedimiento cabalístico en un aspecto de su poética, no es en ningún caso un afán de restituir ni de re-crear lo fracturado e inspirado bajo el signo de la catástrofe. Así El hacedor (La cifra, 1985) revela: “Otra cosa no soy que esas imágenes /que baraja el azar y nombra el tedio. / Con ellas, aunque ciego y quebrantado, / he de labrar el verso incorruptible / y (es mi deber) salvarme.” La poesía de Borges no busca la plenitud de Dios, sino, al contrario, suspender toda posibilidad de Tikkun, para, en la perpetuación del Exilio del significado, presentar la chispa en la ausencia de la escritura, única divinidad realmente borgesiana.

Notas

[1] “Mi suerte es lo que suele denominarse poesía intelectual. La palabra es casi un oxímoron; el intelecto (la vigilia) piensa por medio de abstracciones, la poesía (el sueño), por medio de imágenes, de mitos o de fábulas. La poesía intelectual debe entretejer gratamente esos dos procesos.” J.L.Borges: Obra Completa V.III Barcelona, Emecé, 2001. P. 290.
[2] Gershom Scholem: Las Grandes Tendencias de la Mística Judía. Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica, 1993. P.26
[3] Como expusiera notablemente en El arte narrativo y la magia. J.L.Borges: Obras Completas Vol. I. Barcelona, Emecé, 1996 Pp. 228- 232
[4] Gershom Scholem: La Cábala y su simbolismo. Buenos Aires, Siglo XXI, 1992. Pp. 5-6.
[5] J.L.Borges: Obra Completa V.III. Op.Cit. P. 324.
[6] J.L.Borges: Obra Completa V.II. Op.Cit. P. 394.
[7] J.L.Borges: Obra Completa V.II. Op.Cit. P.236.
[8] J.L.Borges: Obra Completa V.II. Op.Cit. P.253.
[9] J.L.Borges: Obra Completa V.I. Op.Cit. Pp. 213-216.
[10] J.L.Borges: Obra Completa V.III. Op.Cit. Pp. 267-276.
[11] Diez son las sefirots, y siete las destinadas a producir y conducir la creación. No se entrará en detalle acerca de las sefirots por cuestión de espacio.
[12] J.L.Borges: Obra Completa V.III. Op.Cit. P.311.
[13] J.L.Borges: Obra Completa V.III. Op.Cit. P.457.
[14] J.L.Borges: Obra Completa V.II. Op.Cit. P.512.
[15] J.L.Borges: Obra Completa V.III. Op.Cit. P.283.
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Bibliografía.
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1. Bloom, Harold: La Cábala y la Crítica. Caracas, Monte Ávila, 1992.
2. Borges, J.L.: Obra Completa V.I. Barcelona, Emecé, 2001.
Obra Completa V.II. Barcelona, Emecé, 2001.
Obra Completa V.III. Barcelona, Emecé, 2001.
3. Corsetti, Jean Paul: Historia del esoterismo y las ciencias ocultas. Buenos Aires, Larousse, 1992.
4. Guenon, René: Sobre Kabala y Judaísmo. En página web:
http://www.euskalnet.net/graal2/kabala.zip Año 2006.
5. Halevi, Z'ev ben Shimon: El árbol de la vida. Buenos Aires, Lidium, 1994.
6. Levi, Eliphas: El Libro de los Esplendores. Madrid, EDAF, 1985.
7. Peradejordi, Julio: La Cábala. Barcelona, Obelisco, 1996.
8. Scholem, Gershom: Conceptos básicos del judaísmo. Madrid Trotta, 2000.
La Cábala y su simbolismo. Buenos Aires, Siglo XXI, 1992:
Las Grandes Tendencias de la Mística Judía. Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica, 1993

Fuente : Parche de papa



Sitios de Memoria y hasta la estatua de Borges fueron convertidos en Pokeparadas en Tucumán

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La aplicación que hace furor en todo el mundo llegó a la provincia y se instaló en todos los sitios de interés de las ciudades, como las plazas y hasta la Casa Histórica.

La aplicación que revolucionó al mundo entero, Pokémon Go, llegó finalmente a la Argentina, y la fiebre por capturar a los pequeños animalitos se hace sentir también en Tucumán, donde los fanáticos andan por las calles convirtiéndose en verdaderos maestros.


El primer objetivo es el de atrapar a los pokémones, estos se pueden encontrar en espacios verdes como los parques y las plazas, pero también en domicilios particulares o en espacios privados. Para conocer dónde es que están cierto tipo de pokemones es que sirven las aplicaciones Pokecrew y Poke Radar. A través de un mapa, los usuarios pueden informaron qué tipo de pokemon vieron y dónde. La base de datos va creciendo a medida que más gente colabora.


De acuerdo al mapa de Pokecrew, por ejemplo, en Tucumán los "entrenadores" hallaron un Pikachu en la zona de Asunción y Bolivia; un Exeggcute en Ayacucho y La Madrid; un Staryu en la plaza San Martín; o un Arcanine en la zona de Villa Amalia.


Las Pokeparadas son lugares públicos que sirven para provisionamiento de pokébolas, inciensos y demás items. Se identifican en el mapa como cubos azules, estas suelen situarse en lugares emblemáticos de las ciudades. Por ejemplo en San Miguel de Tucumán pueden encontrarse pokeparadas en todas las plazas y parques, pero también en monumentos, estatuas y demás.


Así, se convirtieron en pokeparadas sitios emblemáticos como la ex Jefatura de Policía, lugar donde funcionó un centro clandestino de detención durante el Operativo Independencia y en la dictadura, declarado ahora Sitio de Memoria. También la estatua en homenaje al escritor Jorge Luis Borges, en la plaza Urquiza, puede darte algunas pokebolas y otros elementos.


Fuente : El Diario 24.com



La Cábala en la Visión Teórica de Borges

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Marcin Kazmierczak
Universitat Abat Oliba CEU

Caminos de la «iniciación».

A pesar de una evaluación negativa de Gershom Scholem [1] , considerado por Borges la más alta autoridad en cuanto a los conocimientos de la cábala, y que al mismo tiempo, explica a Borges durante sus viajes a Israel las complicaciones del universo cabalístico, M. R. Barnatán, al igual que varios otros críticos, emprende la tarea de buscar las huellas del pensamiento cabalístico en la escritura de Borges. El crítico considera conveniente recordar el punto de partida, un artículo publicado por Borges en una revista ilustrada argentina en 1931 titulado Una vindicación de la cábala [2] . A lo largo de este artículo, el autor argentino recuerda a Bacon, John Donne, Gibbon o Tennyson, pero sin apoyarse en ninguno de los tres libros cabalistas fundamentales: el Sefer Bahir, Sefer Yetsira y Sefer ha Zohar. Esta falta de puntos de referencia más sólidos parece corroborar la posición de G. Scholem, según la cual, la aproximación borgiana a la cábala carece de profundidad alguna. Sin embargo, M. R. Barnatán intenta efectuar una defensa del autor argentino alegando los derechos y el carácter específico de una aproximación sobre todo literaria y mucho menos científica. [3]

Es un hecho indiscutible, puesto que el mismo Borges lo admite expresamente [4] , que su primero y, quizá, más importante contacto con las ideas de la cábala tuvo lugar ya en Ginebra cuando a la edad de diecisiete años leyó por primera vez la recién escrita (1915) novela de Gustav Meyrink: Der Golem. Sin embargo, en las líneas siguientes del mismo artículo de M. R. Barnatán, el crítico cita una confesión de Borges que indica todavía otras fuentes de su interés por la cábala:

            Las nociones de Cábala me llegaron, en primer término, por la versión de la Divina Comedia que hizo Longfellow, en la que hay dos o tres páginas sobre la Cábala. Luego leí un libro de Trachtenberg sobre supersticiones hebreas, donde se habla del Golem -al cual yo he dedicado un poema, quizá el mejor poema que yo he escrito-. [5]

Al investigar las fuentes del interés borgiano por la cábala, hay que admitir finalmente que quien le suministra los datos más precisos acerca del tema fue el mencionado conocedor del asunto, G. Scholem. El mismo Borges lo confirma en otra entrevista periodística:

            Kafka y yo compartimos el mismo fervor por Swenderborg, y por William Blake, y sobre todo por la cábala. Kafka, que no conocía el hebreo a la perfección, estudió la cábala en traducciones. Y fue el profesor Scholem en Jerusalén, quien me ayudó a comprenderla mejor. Él me explicó cosas que sin duda son elementales pero que yo no comprendía durante mi solitaria tentativa de descifrarla. [6]

La visión sefirótica de la literatura y la cuestión de la paternidad literaria.

Uno de los conceptos cabalísticos que sirvieron a Borges como modelo para su propia aproximación es la visión que tiene la cábala de la paternidad literaria. Según afirma G. Scholem no conocemos ni siquiera los nombres de los autores de una mayoría aplastante de los libros cabalísticos. En cambio, los que conocemos, en la mayoría de los casos, no pasan de ser tan sólo los nombres no acompañados siquiera de nota biográfica alguna. Esta actitud anónima de los cabalistas hacia la cuestión de la paternidad literaria fue la fuente de la inspiración para un recurso que también se puede encontrar en una serie de escritos de Borges, a saber, la pseudoepigrafía. Según sostiene M. Satz en su prólogo a la edición castellana de Sefer ha-Bahir «La utilización de nombres apócrifos, la atribución de afiladas sentencias a viejos maestros es un recurso tradicional no sólo en el ámbito hebreo: a Plinio o Lucrecio los siglos les fueron agregando libros con los que jamás soñaron» [7] . Pero, aunque el uso de este recurso no fuera un dominio exclusivamente cabalístico, no cabe duda de que en la escritura cabalística se convierte en un elemento clásico y común casi en la totalidad de los escritos. Sin embargo, el ejemplo más espléndido es, sin duda, el mismo Zohar. En la introducción de El Zohar C. Giol escribe: «Generalmente [El Zohar] es atribuido a Rabbi Mošé Šem Tov de León, cabalista del siglo XIII que vivió los últimos años de su vida en Ávila y que murió en 1305. Él mismo afirma en el Zohar que copió sus enseñanzas de Rabbi Simón ben Yohay. Por otra parte, tras la muerte de Rabbi Mošé, su viuda y su hija afirman que no hubo tal manuscrito y que la obra se debe enteramente a él» [8] . Al analizar la actitud de los cabalistas hacia la cuestión de la paternidad literaria, aparte del recurso de la pseudoepigrafía, hay que mencionar también la afición de los místicos judíos a citar obras apócrifas que nunca existieron o que no existieron sino en la imaginación (quizá como un proyecto literario) de los mismos escritores. J. Alazraki, que participó en el curso del mismo profesor Scholem en la Universidad de Jerusalén sobre el misticismo judío, escribe en su ensayo Borges and the Kabbalah: «The whole Zohar is full of bogus references to imaginary writings which have caused even serious students to postulate the existence of lost sources» [9] . También a Borges le llamó la atención este recurso, hecho sobre el cual testimonian muchos escritos suyos. 

La confusión a la que llevó a sus lectores Moisés de León a través de sus referencias ficticias [10] ha tenido su efecto equivalente en el caso de los lectores de Borges. Recordemos algunos ejemplos de la pseudoepigrafía presentes en Borges. Uno de los más evidentes aparece en Tres versiones de Judas, donde Borges atribuye la controvertida idea de la fusión de las figuras del mesías y del traidor Judas a Nils Runeberg, que hubiera expuesto sus intuiciones audaces en su libro Kristus och Judas y en su obra mayor Den hemilge Fräslaren. Otro ejemplo mencionado ya anteriormente en este trabajo son los libros del ficticio Herbert Quain: The God of the Labyrinth, April March, The Secret Mirror, Statements. No se puede olvidar tampoco el Volumen XI de First Ecyclopedia of Tlön, que no sólo suministra al autor una referencia apócrifa que justifica la construcción del relato, sino también, constituye el contenido mismo del relato. Si El Zohar es una transcripción de un libro antiguo del Rabi Simón ben Yohay, el relato Tlön, Uqbar, Orbis Tertius es una transcripción de aquel tomo de la Enciclopedia del Tlön. Merece la pena añadir que la eficacia de la aplicación de este recurso tal y como lo utiliza Borges, llega a equivaler a la del maestro Moisés de León. «In this respect –ironiza J. Alzraki- we cannot help recalling that some of Borges’ naive readers have also made diligent attempts to obtain «the first detective novel to be written by a native of Bombay City», Mir Bahadur Ali’s The Approach to al-Mu’tasim whose summary Borges offers in the story» [11] .

Aparte de las razones psicológicas e históricas alegadas por G. Scholem, quizá se pueda hablar también de razones doctrinales que inspiran a los cabalistas el pavor y la aversión frente a la atribución de rasgos personales a su obra, en el sentido del reconocimiento y declaración de la paternidad literaria. Se trata de la doctrina que tanta sorpresa había causado a Borges y de la cual se habló en el comienzo de este apartado, es decir, la idea del ru’ah ha kodesh, el Espíritu Santo, como el único autor de la Escritura Sagrada. Recordemos que la cábala no tiene intención alguna de crear nueva religión o literatura. Al contrario, es un método especulativo de la interpretación profunda del texto clásico, (la Biblia) de un «canon» fijo e intachable, al igual que el mundo de los arquetipos en la visión platónica. Para el cabalista La Biblia es el «arquetipo» de toda la palabra escrita y de toda la búsqueda mística. Por lo tanto, los escritos cabalísticos, como una extensión de la Biblia, también son obra, aunque de una manera indirecta, del Espíritu Santo. Recordemos que Borges llegó a plantearse, aunque con un tono inminentemente irónico, la cuestión de haber entrado en la literatura «por obra del Espíritu Santo». Esta afinidad entre la aproximación cabalística y la de Borges lleva a dos conclusiones diferentes.

Panteísmo literario.

Primero, indica la fe en la idea de un panteísmo literario, presente en diversos escritos de Borges, como por ejemplo La flor de Coleridge (OCII pp. 17-19) o Tlön, Uqbar, Orbis Tertius [12] . Segundo, revela la astucia de los cabalistas, que supieron esconder su tendencia transgresora bajo la capa de un aparente apego absoluto a la tradición. Si la autolimitación a la tradición ortodoxa fuera sincera, realmente se limitarían a manejar los verdaderos libros bíblicos y no tendrían necesidad de inventar los apócrifos, más afines a las ideas que quieren presentar y para las cuales necesitan un apoyo clásico o, más bien, pseudoclásico. Cosa parecida sucede con Borges, quien en repetidas ocasiones confiesa descreer totalmente de la novedad literaria, quien identifica la creación literaria con la lectura, y quien, por otro lado, cita las obras que no han existido nunca, que para existir han tenido que ser inventadas por él. Así pues, la tensión entre lo tradicional y lo innovador o, en otras palabras, la existencia de lo nuevo en el corazón de lo clásico sometido a una nueva lectura, constituyen otro elemento afín entre la aproximación literaria y mística de los cabalistas y de Borges. G. Scholem menciona este fenómeno al analizar varios momentos del desarrollo del pensamiento cabalístico, uno de los cuales es la doctrina de Isaac Luria, «le système le plus influent du dernier Kabbalisme, quoique le plus difficile. Presque toutes les questions importantes et les principales thèses du système de Luria sont nouvelles, on peut même dire étonnamment nouvelles ; cependant elles furent acceptées partout comme la vrai Kabbale, c’est-à-dire comme la sagesse traditionnelle. Il n’y eut personne pour y faire objection.» [13] Del mismo modo, otro autor apócrifo de Borges, Pierre Menard, aunque parte de la base del precursor (según la terminología de H. Bloom) que, para él, es el Quijote de Cervantes, llega a la conclusión de que la nueva versión (lectura-escritura) es incomparablemente más rica que la anterior. Por eso afirma Borges que las literaturas no difieren tanto por los textos sino por la manera de ser leídas. [14] 

De este modo llegamos a la conclusión de que un recurso más, importantísimo en la aproximación literaria de Borges, que es el papel eminente del lector, también, de algún modo, se asemeja a la aproximación cabalística. Recordemos que para Borges el papel del lector llega a ser predominante en comparación con el del escritor y hasta del mismo texto, puesto que es el lector quien da la última y definitiva forma al “comunicado” es decir a la obra literaria. También el cabalista, aunque parta del “eterno comunicado” escrito por el “eterno escritor” luego no vacila en emprender su propia lectura, aparentemente sometida a la tradición pero en el fondo enormemente independiente e innovadora, por no decir transgresora, como podría parecer desde las posiciones ortodoxas.

77 significados o el emanantismo literario.

La importancia fundamental de la lectura para la especulación cabalística se revela también en la actitud frente a los acontecimientos históricos descritos en la Biblia, la cual sugiere la posibilidad de una doble lectura. Cedamos la voz una vez más al verdadero experto, G. Scholem:

            Les aspects historiques de la religion ont une signification pour le mystique principalement comme des symboles d’actes qu’il conçoit comme séparés du temps, ou qui se répètent constamment dans l’âme de tout homme. Ainsi l’exode d’Égypte, l’événement fondamental de notre histoire, ne peut pas, selon le mystique, s’être passé seulement une fois et en une seule place; il doit correspondre a un événement qui a lieu en nous mêmes, la fuite d’une Égypte intérieure dans laquelle nous sommes tous des esclaves. Ainsi conçu, l’exode d’Égypte cesse d’être l’objet de l’enseignement et acquiert la dignité d’une expérience réligieuse immédiate [15] .

No hace falta añadir que nos encontramos aquí con el recurso de la alegoría y que este recurso es uno de los fundamentales en la poética de los relatos de Borges. [16]

Sin embargo, la cuestión de la «lectura profunda» va todavía mucho más allá del concepto clásico de la alegoría. [17] La posibilidad de una lectura creativa en la visión cabalística no sólo no se limita a una sola interpretación alegórica obligatoria (como postulaba Dante) sino que asegura que cada versículo bíblico tiene 77 significados. Si tomamos en cuenta que para los hebreos la cifra 77 representa la infinidad, se entenderá mejor la convicción borgiana de que el factor determinante del carácter de una literatura es más bien la lectura que la escritura. Esta afirmación de Borges inspira a J. Alazraki la asociación de la visión borgiana de la literatura como la relectura de un texto panteísta, un texto-pleroma, un texto primordial, con la visión cabalística de la historia de la literatura propuesta por H. Bloom. [18] El concepto de layerdness o feuilleté del discurso literario sin duda es muy afín a la aproximación cabalística y, como es el caso de Bloom, brota directamente de ella. De modo que la metáfora cabalística de los 77 significados contrapuesta a la visión de dos significados postulada por Dante corresponde perfectamente al modelo propuesto por Barthes de la cebolla (onion) contrapuesto a una fruta con hueso (a kind of fruit with a kernel). El descubrimiento de la presencia de este modelo de la escritura en la obra de Borges sin duda constituye otra corroboración de que su decidida apuesta por el crecimiento y, finalmente, preponderancia del papel del lector también es un recurso de algún modo cabalístico.

La cábala y la causalidad invertida.

La idea de la inversión cronológica de la causa y efecto constituye otro elemento de la visión borgiana que también se presta a un análisis cabalístico. Según afirma Mario Satz en su introducción al Sefer ha-Bahir «La característica más relevante del Libro de la Claridad es su frecuente descontextualización de los pasajes bíblicos, rasgo de uso habitual en la Kábala pues la reversibilidad del sentido es paralela a la reversibilidad misma de la Escritura. Job explica y corrobora los infortunios de Jesús, que aún no ha nacido.» [19] Este procedimiento de la inversión cronológica no se escapa a la atención de H. Bloom, que detecta su existencia particularmente explícita en la obra de Cordovero. El crítico recuerda que, en la doctrina de Cordovero, el cuarto behinah (la emanación posterior de cada sefirah) es el aspecto que capacita a su precursor (el sefirah anterior) para emanar el siguiente sefirah. En otras palabras, una de las condiciones indispensables de la emanación y uno de los motores de ella está en el sefirah emanado y no en él que emana. He aquí la conclusión lógica a la que llega H. Bloom a raíz de esta visión de Cordovero: «This extraordinary formulation ascribes a power in the supposed cause to the supposed effect; indeed it pragmatically all but reverses cause and effect.» [20] En cuanto a la aplicación borgiana de este concepto, es posible encontrarlo tanto en su visión general de la literatura como en su transformación literaria de esta idea efectuada en los relatos fantásticos. En el ensayo Kafka y sus precursores Borges asegura que existe una analogía innegable entre la paradoja de Zenon y la obra de Kafka. De modo que «la forma de este ilustre problema [la carrera de Aquiles y la tortuga] es, exactamente, la de El castillo, y el móvil y la flecha y Aquiles son los primeros personajes kafkianos de la literatura» [21] . Sin embargo, para que pudiéramos darnos cuenta de que el primer paradigma de Kafka está cifrado en la antigua paradoja del Estoico, es necesario tener el conocimiento de los dos y, al asociarlos, crear el vínculo de influencia, que, en la percepción del lector, se crea más bien en el sentido contrario a la cronología. Porque si bien es cierto que cronológicamente la influencia se extiende desde Zenón hacia Kafka, también es cierto que la lectura de Kafka, que rige la asociación con Zenón, va en la dirección opuesta, invirtiendo de este modo el proceso de la influencia. La misma regla aplica Borges a los demás «precursores» de Kafka, entre otros, a Robert Browning: «En cada uno de estos textos está la idiosincrasia de Kafka, en grado mayor o menor, pero si Kafka no hubiera escrito, no la percibiríamos ; vale decir, no existiría. El poema «Fears and Scruples» de Robert Browning profetiza la obra de Kafka, pero nuestra lectura de Kafka afina y desvía sensiblemente nuestra lectura del poema» [22] . Así es que, a través de nuestra lectura, clasificamos y modificamos los textos anteriores, invirtiendo los zinzor (canales) en el mundo sefirótico de la literatura panteísta. Por consiguiente, en la conclusión final de este ensayo Borges afirma de una manera contundente «El hecho es que cada escritor crea a sus precursores. Su labor modifica nuestra concepción del pasado, como ha de modificar el futuro» [23] .

Así pues, la relación primitiva bilateral (entre el autor y el lector) se convierte en un auténtico “Jardín de los senderos que se bifurcan” (relación reversible entre diversas (re)escrituras y (re)lecturas). Quizá esta visión puede llevar a una posible interpretación del relato que lleva este mismo título paralela a la sugerida por el mismo Borges, según quien el relato es una metáfora del tiempo pero que, al parecer, también podría servir como una dramatización artística del proceso de la creación literaria. Por consiguiente un texto individual, materialmente separado de los demás (recordemos que material significa artificial o incluso falso, según los criterios de este mundo especulativo e idealista) no es sino un tramo del laberinto y su existencia solo tiene sentido precisamente dentro de este laberinto. Separarlo de la totalidad sería comparable al acto de arrancar una rama de un árbol. Como una rama arrancada deja de trasmitir la savia de la cual ella misma se alimenta, se seca y desaparece, un texto recortado artificialmente de la cadena del proceso literario pierde sentido o, por lo menos, una gran parte del significado o significados, preprogramados por los textos anteriores y añadidos por las interpretaciones posteriores.

Por otro lado, según se ha mencionado antes, Borges no limita su aplicación del concepto de la causalidad invertida exclusivamente a la teoría de la literatura. Recuérdese los relatos Examen de la obra de Herbert Quain y La otra muerte en los que también aparece un juego de inversión cronológica. Como recordamos, el mismo título de la obra apócrifa, April March, del escritor ficticio Herbert Quain, constituye un juego de palabras que, de una manera ingeniosa, expone la idea de una marcha atrás (desde abril hacia marzo). Un efecto parecido está descrito en La otra muerte, donde la imaginación del protagonista, fortificada por un deseo poderoso, le permite transformar su pasado infame en un pasado heroico, acabando por trasladar su muerte a una batalla sucedida varias décadas antes. Aparte de sugerir la posibilidad de una reivindicación de la aplicación borgiana de este recurso a la influencia cabalística pero también filosófica (Platón y Bradley), este descubrimiento lleva a otra conclusión particularmente importante para una evaluación global de las influencias filosóficas y místicas en Borges. Se trata de la convicción de que contrariamente a lo que afirma Borges en algunas entrevistas su selección de las mencionadas fuentes no es puramente casual y no se rige exclusivamente por las preferencias estéticas de un literato descreído de las ideas filosóficas o religiosas. Por el contrario, al analizar su predilección de explorar en exclusiva las fuentes idealistas (budismo a través de Schopenhauer, Platón, los neoplatónicos, los gnósticos cristianos, la kábala, etc.) es posible llegar a la conclusión de que la selección de las fuentes se rige por una clara clave ideológica cuyo paradigma es una actitud antinaturalista y antimetafísica, que se manifiesta, en primer lugar, a través del rechazo de la materia y del sujeto, pero que se extiende al rechazo de cualquier ente real, bien sea material, bien sea espiritual.  

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[1] "Scholem (...) no cree que las influencias cabalísticas en Borges sean profundas. En una entrevista que mantuvimos hace unos años en Jerusalén me decía: " (Barnatán, M. R. Conocer Borges y su obra. Barcelona, Dopesa, 1978, p. 54). Todas las citas de Borges provienen de la siguiente edición: J. L. Borges, Obras completas, Emecé, Barcelona, 1997, en IV volúmenes. En las notas siguientes, para referirse a esta edición se utilizará la siguiente abreviación: OCI para el primer volumes; OCII para el segundo, etc.  

[2] En la Discusión, OCI pp. 209-212.

[3] Tesis con la que difícilmente se puede estar de acuerdo, visto el carácter por lo menos semicientífico o popularizador de muchos de sus ensayos. Por otro lado y a pesar del carácter superficial de la exposición del tema presente en este ensayo, no se puede negar el acierto con el cual (quizá sobre todo intuitivamente) Borges explora ciertos elementos pertenecientes a la cábala en la construcción de algunos relatos. Hay que decir también que su conocimiento de la cábala va en aumento a lo largo de los años de su creación literaria, debido a su continuo interés por el tema y, como afirma él mismo, gracias a las entrevistas con G. Scholem. Fruto visible de este crecimiento del conocimiento cabalístico es otro ensayo consagrado al tema: "La cábala" (en Siete noches (1980), J. L. Borges, OCIII, pp. 267-275), en el cual la exposición parece notablemente más sustentada por el conocimiento de las mencionadas fuentes básicas de la cábala e incomparablemente más matizada.

[4] Por ejemplo en sus conversaciones con R. Alifano. Véase Alifano, R.   Conversaciones con Borges.  Buenos Aires, Atlántida (Madrid, Debate, 1986), 1985, pp. 191-196.

[5] Barnatán, M. R., op. cit. p. 55. En la misma entrevista indicaba Borges también otros libros sobre la cábala, que él había leído, "a Waite, Sérouya, el artículo de la Enciclopedia Británica y a Adolphe Franck." Buscando otras referencias un poco más antiguas, se han de tener en cuenta los años españoles de Borges, en 1919, 1920 y 1923, época en que visitó frecuentemente a su maestro Rafael Cansinos Assens, el cual, por su descendencia judía y por su preocupación por el tema, le proporcionó algunos conocimientos que despertaron su curiosidad. También hay que tener en cuenta su amistad con un compañero de estudios judío del liceo de Ginebra, Maurice Abramowitz y con otro amigo judío de la época, Simón Jichilinski, citado por vez primera en su obra El otro que abre El libro de arena.

[6] Ibid. p. 56. El subrayado es mío.

[7] El Libro de la claridad, Sefer ha-Bahir (1992), Ediciones Obelisco, Barcelona, p. 6.

[8] El Zohar, El Libro del esplendor, (trad. C. Giol), Obelisco, Barcelona, 1996, p. 22. Para más detalles sobre la cuestión de la paternidad literaria del Zohar véase G. Scholem: Les grands courants de la mystique juive, Ed. Payot, Paris, 1968, (Trad. M.-M. Davy), pp. 172-220.

[9] Alazraki, J. Borges and the Kabbalah, Cambridge University Press, Melbourne, 1988, p. 28.

[10] Entre los libros inexistentes citados en El Zohar hay que enumerar por ejemplo El Libro de Adán, El Libro de Enoch, El Libro del Rey Salomón, El libro de Rav Hammuna Sava, etc. Véase J. Alazraki: Borges and the Kabbalah, op. cit. p. 28.

[11] J. Alazraki: Borges and the Kabbalah, op. cit. p. 28.

[12] Recuérdese que en el planeta Tlön no existe el concepto de plagio puesto que el sujeto de la creación es uno y eterno.

[13] Scholem, G.: Les grands courants..., op. cit. p. 34.

[14] Nota sobre (hacia) Bernard Shaw, OCII p. 125.

[15] G. Scholem.: Les grands courants..., op. cit. p. 32.

[16] Recuérdese que en la introducción al relato El Sur el mismo autor sugiere la posibilidad de una lectura alegórica. Muchos de los relatos aparentemente localistas en el fondo son representaciones alegóricas de la ideas filosóficas favoritas de Borges.

[17] Según Dante (Vita Nuova) la lectura alegórica es única, hay que descubrirla tal y como la había cifrado el autor, sin que el lector tuviera la mínima libertad de interpretación o de una lectura creativa.

[18] También R. Barthes propone una visión semejante de una obra literaria: ‘The problem of style can only be treated by reference to what I shall refer to as layerdness (feuilleté) of the discourse.’ Citado por Alazraki, J. Borges and the Kabbalah , op. cit. p. 8.

[19] Sefer ha-Bahir, El Zohar, Obelisco, Barcelona, 1996, op. cit. p. 9. En el mismo lugar M. Satz alega la siguiente cita del libro de Graves y Patai: Los Mitos Hebreos, (Buenos Aires, 1969): “Adán ve a todas las futuras generaciones de la humanidad colgando de su cuerpo gigantesco; Isaac estudia la Ley Mosaica (revelada diez generaciones después) en la academia de Sem, quien vivió diez generaciones antes que él. En realidad, en el protagonista del mito hebreo no sólo influyen profundamente los hechos, palabras y pensamientos de sus antepasados, y se da cuenta de su profundo efecto en el destino de sus descendientes, sino que influyen en él tanto el comportamiento de sus herederos como el de sus ancestros.” (Ibid. pp. 9-10)

[20] H. Bloom, BLOOM, H. Kabbalah and Criticism, The Seabury Press, New York, 1975, p. 69. Para corroborar su tesis H. Bloom aporta en el mismo lugar una cita de G. Scholem referente a la imagen de los canales (channels – zinzor) de influencia de los diferentes sefirot. Lo sorprendente es que la influencia que se desarrolla entre diferentes sefirot no es idéntica a la dirección de la emanación: “Such channels are paths of reciprocal influence between different sefirot. This process is not a one-way influx from cause to effect; it also operates from effect to cause.” (Citado por H. Bloom, ibid. p. 70)

[21] En Otras Inquisiciones, OCII p. 88.

[22] Ibid. p. 89.

[23] Ibid. pp. 89-90.

Fuente : Hottopos.com

“La celda”, ópera de cámara sobre texto de Borges

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Basada en el cuento “El milagro secreto”  de Jorge Luis Borges, protagonizada por Pompeyo Audivert y con puesta de David Amitin, la ópera del reconocido compositor ecuatoriano Mesías Maiguashca llega al CCK.


 Acerca de La celda


Por Mesías Maiguashca:

En el año 1997 compuse una mini-opera, Die Feinde, basada en el cuento “El milagro secreto” de Borges. Fue estrenada en Karlsruhe, en el ZKM (Zentrum für Kunst und Medien) en el mismo año.

“El milagro secreto” relata la historia de J. Hladik, escritor judío arrestado por las tropas nazis en 1942, en Praga. Es condenado a muerte. Justamente ahora está escribiendo su drama Los enemigos, obra que él cree será la justificación de su vida. Enojado, pide a Dios que le conceda el tiempo para terminarla. Al día siguiente el pelotón dispara contra él, mas las balas no corren su curso. Hladik comprende: Dios le concede el tiempo para que termine su obra. Procede a escribir febrilmente. En  cuanto anota el punto final las balas retoman su curso y lo destrozan.

La obra, sucinta y compacta, no sólo describe un episodio más de la barbarie nazi. Los temas recurrentes de Borges se hacen presentes. Entre ellos están:

-la naturaleza del tiempo: ¿es lineal, circular, cíclico, recurrente?

"Juzgaba menos deficiente, tal vez, la vindicación de la eternidad: el primer volumen historia las diversas eternidades que han ideado los hombres, desde el inmóvil Ser de Parménides hasta el pasado modificable de Hinton; el segundo niega (con Francis Bradley) que todos los hechos del universo integran una serie temporal.  Arguye que no es infinita la cifra de las posibles experiencias del hombre y que basta una sola ‘repetición’ para demostrar que el tiempo es una falacia."

-la religiosidad, específicamente la relación del creyente con Dios:

"Si de algún modo existo, si no soy una de tus repeticiones y erratas, existo como autor de Los enemigos. Para llevar a término este drama, que puede justificarme y justificarte, requiero un año más. Concédeme este tiempo, Tú de quien son los siglos y el tiempo".

La Celda relata la última noche de Hladik y su ejecución al día siguiente.  Hladik, en su celda, está condenado a la soledad: su único contacto con el mundo exterior son sus oídos. Sus fantasías, sus recuerdos, sus temores. Sus sueños lo acosan. Su única actividad física posible es la gimnasia. El espectador "ve" físicamente al actor y su deambular en la celda; "escucha" su interior, a través de 8 altavoces; "ve" sus sueños en la pantalla; es guiado en la historia por un relator que habla desde los altavoces.

Horarios             
Martes 23 de agosto                    20:00h.                 La Cúpula           
Miércoles 24 de agosto                20:00h.                 La Cúpula

Fuente : CCK

Ópera de cámara: “La rosa”, de Martín Matalon en el CCK

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Sobre textos de Borges, con música y dirección de Matalon

El compositor argentino, de reconocida trayectoria internacional, dirige su partitura inspirada en textos de Borges en el ciclo de ópera de cámara. Con puesta en escena de Diana Theocharidis, escenografía de Emilio Basaldúa y diseño acústico de Gustavo Basso.

En el marco de los homenajes a Jorge Luis Borges a 30 años de su fallecimiento, y del VI Ciclo Iberoamericano de Ópera Contemporánea, organizado por el Área de Música Contemporánea del Ministerio de Cultura de la Nación (coordinado por Juan Ortiz de Zárate), sube a escena La rosa, de Martín Matalon, con dirección musical del autor, puesta en escena de Diana Theocharidis, escenografía de Emilio Basaldúa y diseño acústico de Gustavo Basso.

Acerca de la obra

La rosa está inspirada en escritos de Borges que abordan temáticas variadas y tienen una correspondencia poético-musical. Dos aspectos formales, muy presentes en la obra del escritor, guiaron la estructuración musical de esta pieza, su trama y su dramaturgia: la idea de “miniatura” y la concepción del “fin”. Dice a propósito el autor: “los fines en sus escritos son siempre reveladores y nos permiten comprender y habitar su finalidad poética y literaria. Los fines se vuelven la clave, el pasaje que nos reenvía a otro fragmento; es de esta forma que se desarrolla la obra, cada fragmento musical, literario, plástico, introduce al próximo, haciendo referencia al fragmento pasado”.

Horarios





Jueves 18 de agosto
20:00h.
Sala Argentina

Viernes 19 de agosto
20:00h.
Sala Argentina



Fuente CCK

Carta de Cioran a Savater : Borges, el último delicado

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París, 10 de diciembre de 1976

Querido amigo:

El mes pasado, durante su visita a París, me pidió usted que colaborara en un libro de homenaje a Borges. Mi primera reacción fue negativa; la segunda también. ¿Para qué celebrarlo cuando hasta las universidades lo hacen? La desgracia de ser conocido se ha abatido sobre él. Merecía algo mejor, merecía haber permanecido en la sombra, en lo imperceptible, haber continuado siendo tan inasequible e impopular como lo es el matiz. Ese era su terreno. La consagración es el peor de los castigos -para el escritor en general y muy especialmente para un escritor de su género. A partir del momento en que todo el mundo lo cita, ya no podemos citarle o, si lo hacemos, tenemos la impresión de aumentar la masa de sus "admiradores", de sus enemigos. Quienes desean hacerle justicia a toda costa no hacen en realidad más que precipitar su caída. Pero no sigo, porque si continuase en este tono acabaría apiadándome de su destino. Y tenemos sobrados motivos para pensar que él mismo se ocupa ya de ello.

Creo haberle dicho un día que si Borges me interesa tanto es porque representa un espécimen de humanidad en vías de desaparición y porque encarna la paradoja de un sedentario sin patria intelectual, de un aventurero inmóvil que se encuentra a gusto en varias civilizaciones y en varias literaturas, un monstruo magnífico y condenado. En Europa, como ejemplar similar, se puede pensar en un amigo de Rilke, Rudolf Kassner, que publicó a principios de siglo un excelente libro sobre la poesía inglesa (fue después de leerlo, durante la última guerra, cuando me decidí a aprender el inglés) y que ha hablado con admirable agudeza de Sterne, Gogol, Kierkegaard y también del Magreb o de la India. Profundidad y erudición no se dan juntas; él había logrado sin embargo reconciliarlas. Fue un espíritu universal al que sólo le faltó la gracia, la seducción. Es ahí donde aparece la superioridad de Borges, seductor inigualable que llega a dar a cualquier cosa, incluso al razonamiento más arduo, un algo impalpable, aéreo, transparente. Pues todo en él es transfigurado por el juego, por una danza de hallazgos fulgurantes y de sofismas deliciosos.

Nunca me han atraído los espíritus confinados en una sola forma de cultura. Mi divisa ha sido siempre, y continúa siéndolo, no arraigarse, no pertenecer a ninguna comunidad. Vuelto hacia otros horizontes, he intentado siempre saber qué sucedía en todas partes. A los veinte años, los Balcanes no podían ofrecerme ya nada más. Ese es el drama, pero también la ventaja de haber nacido en un medio "cultural" de segundo orden. Lo extranjero se había convertido en un dios para mí. De ahí esa sed de peregrinar a través de las literaturas y de las filosofías, de devorarlas con un ardor mórbido. Lo que sucede en el Este de Europa debe necesariamente suceder en los países de América Latina, y he observado que sus representantes están infinitamente más informados y son mucho más cultivados que los occidentales, irremediablemente provincianos. Ni en Francia ni en Inglaterra veía a nadie con una curiosidad comparable a la de Borges, una curiosidad llevada hasta la manía, hasta el vicio, y digo vicio porque, en materia de arte y de reflexión, todo lo que no degenere en fervor un poco perverso es superficial, es decir, irreal.

Siendo estudiante, tuve que interesarme por los discípulos de Schopenhauer. Entre ellos, un tal Philip Mainlander me había llamado particularmente la atención. Autor de una Filosofía de la Liberación, poseía además para mí el aura que confiere el suicidio. Totalmente olvidado, yo me jactaba de ser el único que me interesaba por él, lo cual no tenía ningún mérito, dado que mis indagaciones debían conducirme inevitablemente a él. Cuál no sería mi sorpresa cuando, muchos años más tarde, leí un texto de Borges que lo sacaba precisamente del olvido. Si le cito este ejemplo es porque a partir de ese momento me puse a reflexionar seriamente sobre la condición de Borges, destinado, forzado a la universalidad, obligado a ejercitar su espíritu en todas las direcciones, aunque no fuese más que para escapar a la asfixia argentina. Es la nada sudamericana lo que hace a los escritores de aquel continente más abiertos, más vivos y más diversos que los europeos del Oeste, paralizados por sus tradiciones e incapaces de salir de su prestigiosa esclerosis.

Puesto que le interesa saber qué es lo que más aprecio en Borges, le responderé sin vacilar que su facilidad para abordar las materias más diversas, la facultad que posee de hablar con igual sutileza del Eterno Retorno y del Tango. Para él cualquier tema es bueno desde el momento en que él mismo es el centro de todo. La curiosidad universal es signo de vitalidad únicamente si lleva la huella absoluta de un yo, de un yo del que todo emana y en el que todo acaba: comienzo y fin que puede, soberanía de lo arbitrario, interpretarse según los criterios que se quiera. ¿Dónde se halla la realidad en todo esto? El Yo, farsa suprema. El juego en Borges recuerda la ironía romántica, la exploración metafísica de la ilusión, el malabarismo con lo ilimitado. Friedrich Schlegel, hoy, se halla adosado a la Patagonia.

Una vez más, no podemos sino deplorar que una sonrisa enciclopédica y una visión tan refinada como la suya susciten una aprobación general, con todo lo que ello implica. Pero, después de todo, Borges podría convertirse en el símbolo de una humanidad sin dogmas ni sistemas, y si existe una utopía a la cual yo me adheriría con gusto, sería aquella en la que todo el mundo le imitaría a él, a uno de los espíritus menos graves que han existido, al último delicado.

E.M. Cioran, carta dirigida a Fernando Savater
En Ejercicios de admiración

Fuente : Borges Todo el Año

Jorge Luis Borges - La infinitud del laberinto

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Horacio Montenegro



La idea del eterno retorno es misteriosa y con ella
Nietzsche dejó perplejos a los demás filósofos:
¡pensar que alguna vez haya de repetirse todo
tal como lo hemos vivido ya, y que incluso esa repetición
haya de repetirse hasta el infinito!

Milan Kundera, La insoportable levedad del ser.

En el tiempo en que yo estudiaba letras en la Universidad de Los Andes, tuve la fortuna de cursar el Taller de Lectura de Textos Narrativos con el profesor Juan Molina, quien por entonces nos dijo, a los alumnos del primer semestre, algo que está arraigado en mi memoria: “Todo aquello que se repite en una narración tiene significado”. Hace dos años de aquella revelación, que en todo rigor no lo era pues ha sido tema reiteradamente tratado por estudiosos de la teoría literaria, pero en todo caso no sólo he comprobado lo mucho de cierto que había en esa sentencia, sino que me ha sido de muchísima utilidad en mis humildes tentativas de hermenéutica. Y es justamente esa idea, que sostiene que las repeticiones —explícitas o implícitas— en los relatos no son fortuitas, sino que obedecen, al contrario, a un íntimo propósito de los autores notables, lo que a los efectos de este ensayo denominaremos el principio de la repetición, toda vez que constituye un punto crucial en el análisis que nos proponemos de “El milagro secreto” de Jorge Luis Borges.

Antes de comentar lo propio acerca de este relato, cabe hacer algunas precisiones sobre la narrativa borgiana en general. Hallamos en las ficciones del autor argentino un rasgo común, aunque expresado en términos disímiles y circunstanciales: el tema del infinito, y aun más, el laberinto como símbolo de éste. Prácticamente todos los cuentos de la etapa madura de su carrera son equivalentes entre sí por el rasgo semántico de estructura profunda y la mayor o menor alusión al laberinto y el infinito. Ambos aspectos, si bien operan de sendas maneras en la estructura de las ficciones, están ceñidamente enlazadas por una relación de dependencia más o menos evidente: el laberinto supone el enigma que sirve de piedra angular a la intriga y el infinito se pone de manifiesto en la recurrente intemporalidad característica de las ficciones. Así, tiempo y espacio —perpetuidad y cautiverio— impregnan los textos de esa álgebra inescrutable que parece convertir las obras de Borges en problemas matemáticos de talla mayor.

En efecto, la matemática no está muy alejada del estilo del autor, pues no sólo demuestra en la forma una aspiración perfeccionista de exactitud, evidente en un afán de minimalismo complejo y de concisión extrema, sino que la superlativa sobriedad del tono del narrador contribuye a un hermetismo apenas comparable con los crípticos poemas del neobarroco José Lezama Lima. Se trata de sendos hermetismos, desde luego, pues el hecho de ser enterrado junto a Martín Lutero, según lo solicitó, dice mucho del desprecio que sentía Borges por esa especie de la literatura. Pero leer un cuento suyo, volviendo al tema del hermetismo, parece implicar enfrentarse a un problema: domar un tipo de escritura en que cada palabra es imprescindible en el propósito de decir lo máximo posible con un mínimo de términos, y una vez que logramos domar esa suerte neoconceptista, nos encontramos con otro asunto por resolver: el problema tratado en el cuento. Porque, en verdad, me parece que no sólo los personajes de sus historias están encerrados en un laberinto, sino que también el autor nos somete a un dédalo semejante.

Veamos algunos ejemplos que puedan ilustrar esto. El cuento “Los dos reyes y los dos laberintos” trata de la disputa entre dos comarcas hostiles representadas por un par de monarcas enemigos. Bajo el pretexto de hacer las paces, uno invita al otro a su reino para ponerlo a prueba en un juego. El asunto consiste en introducir al adversario en un gran laberinto del que no encontrará salida, haciéndolo así objeto de burla. Luego éste, siguiéndole la jugarreta a aquél, le hace una invitación semejante para que en su reino pueda enfrentarlo también a un laberinto, pero entonces lo obliga a uno mucho más difícil porque lo deja en el medio del desierto, a merced de la desorientación. Así cumple su venganza con un problema aparentemente opuesto al de su contrincante, pero en esencia el mismo, pues el último está tan desorientado en la inconmensurabilidad del espacio abierto como lo estaba el primero en el confinamiento del laberinto. De aquí se desprende, por otra parte, algo que más adelante tendrá una importancia singular: el desierto, esa vastedad interminable, es también un laberinto.

Otro tanto ocurre en “Funes el memorioso”, un hombre cuya fenomenal retentiva le arrastra al recuerdo perpetuo de las cosas de su vida, hasta las más lejanas y efímeras, al punto de resultarle un absurdo los sustantivos (cada uno de los cuales, como sabemos, comprende todo el universo de sus variantes) y pretenda, pues puede recordarlos en todos sus detalles, crear una nueva lengua en que cada cosa del mundo, provista de sus accidentes circunstanciales, tenga nomenclatura propia. Así, está claro que ese personaje carente de olvido tiene un poder de abarcamiento sin fin, lo mismo que el Aleph, el lugar donde están, sin confundirse, todos los lugares del orbe, vistos desde todos sus ángulos,1 ambas dimensiones tales que en ellas existen, en un mismo plano, el pasado, el presente y el futuro, o acaso el primero y el último en un presente continuo. Luego, en Las ruinas circulares un hombre engendra un hijo soñándolo, de modo que es éste una criatura onírica, pero al cabo el padre comprende que él existe porque también otro lo ha soñado, lo que deja el camino abierto a toda una ascendencia y descendencia genealógica marcadas por la misma génesis. Asimismo, Juan Dahlmann, en “El sur”,emprende un viaje que es a un mismo tiempo a sus orígenes y al pasado, en el cual aceptará un duelo para tener una muerte digna, honorable, pero como lo ha dicho el mismo Borges, en realidad nunca fue a la provincia porque todo el relato es el delirio circular que el protagonista padecía en el sanatorio. Dos tiempos distintos se confunden nuevamente, pasado y presente, en tanto que la gallardía del duelo se proyecta a un futuro de honor póstumo, de una especie de inmortalidad. Dicho esto, es innecesario señalar el paralelismo que esta cuestión tiene con “El inmortal”.

No es de extrañarse, a este respecto, que tales personajes, aunque perezcan, resulten inmortales, ya porque sus vidas extraordinarias impiden que se les eche al olvido, ya porque el orden establecido en las ficciones exige, según la naturaleza de los eventos, una continuidad. A la luz de ese orden imperecedero, encontramos que la muerte tiene un carácter más simbólico que terminativo para el autor, por lo tanto, los finales de los relatos tienden a quedar abiertos, inconclusos, cual si cada historia fuese un eslabón de esa gran cadena narrativa sin principio ni fin. Los acontecimientos, sujetos al entramado laberíntico, se sucederán en ciclos, donde lo fantástico y mágico juegan un rol fundamental en la creación de esa narrativa circular, de modo que la única realidad posible es un eterno “durante”.

Pues bien, vistas estas constantes del quehacer literario de Jorge Luis Borges, “El milagro secreto”no es la excepción. Este relato, como los demás, está colmado de simbolismo y repeticiones. Dos de los aspectos primordiales, que tienen mucho peso en la delineación del asunto del cuento, son, a primera vista: el rompimiento del orden cronológico, como es costumbre del autor, y la constante reiteración del número nueve y la insistencia en cosas últimas. Indistintamente de otros trabajos de Borges, éste se vale de elementos de la cultura oriental y pareciera que se aminorase el protagonismo de aquel que se nos presenta como el personaje central. Éste se verá rodeado de otros que son parte de él y a su vez conducen a la confusión sobre cuál de todos es el protagonista. Porque de la trama central, digamos, penden diversas subtramas que generan la ilusión de profundidad y desvío, semejante a la constante preocupación de los pintores, a lo largo de los siglos, por dar con la tercera dimensión en el plano. Y aunque en la historia se entretejen otras historias cuyos personajes gozan de una relevancia tan o más significativa que la del primero, a la postre ninguno opaca al otro porque todos son el mismo hombre. De cualquier modo, ya analizaremos con más detalle estas razones. Por lo pronto, conviene hacer un resumen del relato para así conocer mejor los pormenores que nos atañen. A saber:

El 14 de marzo de 1939, el judío Jaromír Hladík, escritor y examinador de las fuentes judías de Jakob Boehme, soñó un largo ajedrez. El juego había durado siglos, lidiándose en el desierto, y se disputaban la victoria dos familias durante una eternidad. El soñador era hijo primogénito de una de ellas. Se decía que el premio destinado a los ganadores era enorme y quizá infinito,2 y las huestes estaban ocultas en una torre secreta. El estruendo de los relojes exigía una movida y Hladík no recordaba cómo jugar. Luego despertó. El día 19 la Gestapo arrestó al judío y fue condenado a muerte. El fusilamiento fue pautado para el 29 de marzo a las 9:00 am. Confinado en el calabozo, Hladík se atormentaba imaginando cómo moriría y absurdamente procuraba agotar todas las variaciones.3 La vida anterior de Hladík tampoco le había dado muchas satisfacciones. Se consideraba un literato mediocre y no se enorgullecía de las obras que había publicado, a excepción de una, que le parecía menos mala que las otras: la Vindicación de la eternidad, en la cual discurre sobre el inmóvil Ser de Parménides y la postura de Hinton, quien cree que basta una sola “repetición” para demostrar que el tiempo es una falacia...4 El 28 de marzo, su último día de vida, el condenado concibió su drama en verso Los enemigos, obra que habría de deslastrarlo de sus fracasadas tentativas literarias. El drama sería compuesto en verso, pues evita que los espectadores descubran la farsa teatral, y en hexámetros, el mismo tipo de verso que usaran los aedos griegos y el más fácil de recordar.

El drama tenía lugar en la biblioteca del barón de Roemerstadt, en una de las últimas tardes del siglo diecinueve.5 El barón, pese a no conocer a quienes le visitan y fingen ser sus amigos, tiene la sensación de conocerlos ya. Eventualmente se da cuenta de que sus visitantes son enemigos secretos. Ocurre un diálogo, alguien menciona a la novia de Roemerstadt, Julia de Weidenau, y a un sujeto llamado Jaroslav Kubin que otrora procuraba conquistarla. Se dice que éste ha enloquecido y cree ser aquél. Hay peligro y Roemerstadt asesina a un conspirador. En el tercer acto del drama, ocurren incoherencias, regresan personajes que no vienen a cuento, vuelve la persona asesinada, y, pues los relojes dan la misma hora y se repiten elementos del principio, se advierte que el tiempo no ha transcurrido. Nadie se asombra por ello y al cabo se entiende que el barón de Roemerstadt y Jaroslav Kubin son la misma persona. El drama no ha ocurrido: es el delirio circular que vive y revive Kubin.6

Luego de idear Hladík estos actos de su drama, a sabiendas de que lo fusilarían al cabo de unas horas, pidió a Dios que le otorgara un año de plazo para culminar la pieza. Soñó esa noche que halló al omnipotente en el atlas de una biblioteca, por azar, y que éste le concedía el tiempo solicitado. Fue un hallazgo asombroso porque el bibliotecario le dijo que Dios era una sola palabra en una página de los miles y miles de libros que ahí había, que sus ancestros habían muerto buscándolo y él había quedado ciego sin dar con él. La mañana siguiente, al ser dirigido al paredón, cuando el sargento dio la orden de fuego, el mundo se inmovilizó. Hladík, al comprender que Dios había congelado el cosmos para que él acabara su drama, lo rehizo en la mente, pues podía recordar los hexámetros, y exactamente un año después, el 29 de marzo de 1940, a las 9:01 am, la bala que había quedado quieta en el aire lo alcanzó y murió. Hasta aquí el resumen del relato, que desde luego podría ser más escueto, pero he querido mencionar algunos elementos de relevancia que nos servirán para el análisis.

Digamos, no obstante, algunas cosas más de las formalidades narrativas y léxicas. Redactada en prosa y tercera persona, la narración está colmada de imágenes que permiten la visualización de los hechos de la trama. La presencia constante de símbolos exige una dilucidación que habría de señalar el argumento, de modo que la averiguación del asunto, que está entre líneas, aunque de ello no dependa que sea disfrutable, es imprescindible a la comprensión plena del texto. La estructura, insistimos, es circular. Una y otra vez se repiten los hechos y los nexos entre unos y otros pueden discernirse por analogía. Una vez comprendido el todo, cobrará especial significado la cita que aparece al principio del cuento.

Podría decirse, sin que ello implicase a mi juicio un desacierto, que estamos ante un cuento de cuentos, no en el sentido de relevancia, sino de abarcamiento. En otras palabras, es este un relato que tiene varios relatos dentro de sí. Y lo que es más, si bien difieren en sus accidentes, no así en lo esencial. He resuelto, amén de hacer el conjunto más inteligible, dividir sus partes y así distinguir mejor cómo participan del cometido. Así, el relato puede subdividirse en cuatro historias: 1) el sueño del ajedrez en el desierto, 2) las pretensiones de la obra La vindicación de la eternidad, 3) el drama Los enemigos y 4) el sueño con Dios. Y auún podríamos agregar una quinta, en atención a la propuesta hermenéutica de Martín Heidegger, quien aseguraba que el todo es la suma de sus partes más el todo, a saber: la propia trama de “El milagro secreto”, es decir, la totalidad. Hemos dicho que estas historias tocan aspectos afines como el laberinto, la repetición y el infinito, entendido este último como la nulidad del tiempo en atención a ciertas premisas y el rompimiento del orden cronológico de los eventos. Veamos cada caso por separado.

En primer lugar tenemos el sueño de Jaromir Hladík sobre el juego del ajedrez en el desierto, disputado entre dos familias de índole patriarcal durante una eternidad. Aquí ya tenemos el primer síntoma de rompimiento de la temporalidad. La palabra eternidad supone el carácter sempiterno e inmortal de los jugadores, aspecto ficticio e impensable de la condición humana. La referencia al desierto, como lo vimos en los comentarios de las dominantes borgianas, alude a un gran laberinto. El laberinto, además, guarda semejanza con el ajedrez porque ambos son problemas. Tanto requiere un pensamiento disciplinado y paciencia férrea la búsqueda de una salida del laberinto cuanto el logro del jaque mate en el tablero. Y al problema del juego se añade el hecho de que las piezas están ocultas en una torre secreta. Por otra parte, el mismo tablero de ajedrez es un perfecto retrato de la repetición: ahí se repiten los recuadros blancos y negros, en perfecta geometría y simetría, de modo que descubrimos, en primera instancia, una insistencia en la fluidez ininterrumpida de los elementos.

En segundo lugar está el contenido de la Vindicación de la eternidad, la única obra, de todas las de su autoría, a la que Hladík tiene cierto respeto. El motivo por el cual sea destacada del resto es evidente: esa obra contiene las premisas por las cuales se regirá el propio relato de Borges y sólo bajo esas leyes habrá de edificarse la verosimilitud de la ficción. Dicho de otro modo, en la Vindicación de la eternidad está expuesto un estado de cosas que sustenta el sentido de continuidad ilimitada que propone “El milagro secreto”. Sabemos que la obra de Hladík, tras estudiar las posturas de algunos filósofos, plantea un pasado sujeto a modificaciones y también que las repeticiones hacen del tiempo una falacia. Asimismo, “El milagro secreto” propone la negación del tiempo.

En tercer lugar es preciso hablar del drama Los enemigos de Jaromir Hladík. Hemos dicho que la pieza trasgrede la linealidad del tiempo porque, de hecho, éste nunca transcurre. La demostración de ello es que los relojes dan la misma hora que al principio, suena la misma música que al comienzo, regresa el personaje asesinado. Y no sólo eso, sino que nadie se asombra de estos absurdos, lo que pone de manifiesto que los personajes del drama están habituados a ese orden de cosas. Acaso la repetición más significativa es la que reúne a los dos personajes al parecer antagónicos. El barón de Roemerstadt es el mismo Jaroslav Kubin y se nos dice, en añadidura, que nada ha ocurrido salvo el delirio circular de este último. ¿Acaso no es esto lo mismo que “El sur”, donde Dahlmann nunca viajó físicamente a la provincia, sino que siempre había estado en el sanatorio y fue desde ahí que deliró y vivió su travesía? Luego, no sólo tiene Los enemigos repeticiones intrínsecas y con “El sur”, sino que el drama es la fiel proyección de la vida de su autor Jaromir Hladík. ¿Quiénes son esos enemigos, pues, si no los nazis de la Gestapo que lo han aprehendido y condenado a fusilamiento? ¿No está acaso el barón de Roemerstadt rodeado de libros en su biblioteca, como los que lee y escribe Hladík y están en los anaqueles de la biblioteca del Clementinum, donde tiene el encuentro con Dios? ¿Y no era acaso Juan Dahlmann un bibliotecario que se hundió en el laberinto de alucinaciones que le causara Las mil y una noches, título que ya de por sí sugiere una historia sin término definido? Y todos estos entrecruzamientos inacabables, ¿no son un laberinto también? Por último, si en el drama Los enemigos queda establecido que el barón de Roemerstadt es Jaroslav Kubin, y admitimos que la trama de la pieza trata de la propia vida del autor, entonces la conclusión es obvia: Jaromir Hladík, el barón de Roemerstadt y Jaroslav Kubin son uno solo.

Después aparece el encuentro de Jaromir Hladík con Dios, por medio de un sueño, que a su vez sigue el cauce de ese río narrativo que desemboca en sí mismo. He aquí otras repeticiones significativas. No sólo se repite el sueño, en este caso sería el segundo del personaje, sino que ocurre éste en la biblioteca del Clementinum. Una biblioteca es un sitio donde los libros están sistemáticamente dispuestos uno tras otro; un lugar semejante de inmediato da la sensación de repetición hasta lo indecible. Dice Borges, refiriéndose a este sueño, que Del otro lado de la puerta, Hladík había previsto un laberinto de galerías, escaleras y pabellones.7 En fin, así como se repite el sueño, se repite también el laberinto que estaba en el primero. Revelación: tanto el desierto como la biblioteca son dédalos. En el sueño referido se nos dice que el bibliotecario quedó ciego buscando la palabra Dios del mismo modo que lo hicieran sus antecesores, perdiendo todos la vida en ello, generación tras generación. Entonces ¿no guarda esto relación con las dos familias jugando al ajedrez durante siglos y siglos?

Todas las subtramas guardan paralelismos en cuanto al hecho de que hay un impedimento: en el sueño del ajedrez Hladík no recuerda cómo mover las piezas y le desesperan los relojes anunciando la hora cero de mover; en la Vindicación de la eternidad la linealidad del tiempo es un problema porque impide la perpetuidad; en el drama Los enemigos hay una lidia contra lo Otro y los personajes batallan entre sí; en el sueño con Dios el impedimento es encontrar al Creador rápidamente para que haga un milagro y le conceda el tiempo para dedicarse a su obra porque morirá horas después. Esta necesidad surge, además, por el impedimento del personaje de hacer una gran obra con la cual pueda morir en paz. En todos los casos, el impedimento es el tiempo, de modo que la Vindicación de la eternidad, como premisa,y el completar Los enemigos suponen vencer el tiempo y ser inmortal. En una palabra, salir del laberinto.

En un intento por distinguir una cosa de otra, entre tantas superpuestas, nos preguntamos, de entre todas estas historias, ¿cuál es el verdadero relato? La pregunta es tan inútil como averiguar quién es el verdadero Jaromir Hladík. Del mismo modo que él es Roemerstadt y Kubin, tanto el sueño del ajedrez como la Vindicación de la eternidad, Los enemigos, el sueño con Dios y “El milagro secreto”son todos la misma cosa. Distintos en forma, claro está, pero iguales en sustancia. Aunque en diferentes contextos, los elementos capitales se repiten sin fin. Y de esto, que es el meollo del asunto, podemos decir: según el principio de la repetición, del que hablamos al principio, concluimos que lo que se repite en Borges es la propia repetición. Esto es tan cierto que hasta en lo extra-lingüístico hay repetición: el escritor argentino se repite a sí mismo al escribir sobre un escritor. Y en cuanto a la hermenéutica singular de Borges, no sería descabellado decir que, distintamente de Heidegger, en el caso de “El milagro secreto” el todo puede ser tanto la suma de sus partes más el todo como cada una de sus partes por sí sola. Y aun más, se diría que “El milagro secreto” es también “Los dos reyes y los dos laberintos”, “Funes el memorioso”, “El Aleph”, “Las ruinas circulares”, “El sur”, “El inmortal”. Y lo que es lo mismo, Jaromir Hladík, además de ser el barón de Roemerstadt y Jaroslav Kubin, cabe también en el pellejo de Funes, Juan Dahlmann, y así sucesivamente.

Esta infinitud del laberinto, propia de la narrativa de Jorge Luis Borges, puede ilustrarse de muchas maneras. Se diría, por ejemplo, que los textos suyos dan la sensación de contraponer dos espejos frente a frente; cualquier cosa reflejada entrambas sería representada infinitas veces. Está también el caso de la cebolla, cuyas incontables capas se van pelando de modo interminable. Podríamos hablar asimismo de las famosas muñecas rusas o las cajas chinas, la mayor de las cuales contiene una menor y ésta otra más pequeña y así en adelante. En lo que nos concierne, la muñeca más grande sería “El milagro secreto” porque ella contiene las subtramas que no son más que extensiones de sí. Es un árbol de texto, cuyas ramas a su vez se ramifican. Leer al autor de Fervor de Buenos Aires es abrir una Caja de Pandora.

Un último punto nos queda por comentar acerca del relato, y tal vez el más interesante por tratarse de algo que un lector desatento podría pasar por alto, pero que insiste en la eternidad borgiana: la repetición del número nueve en el cuento, notable en la mención de fechas, horas y demás enumeraciones, por demás arraigadas a los hechos principales. Revisemos los casos.

Una de las primeras cosas que se nos dice en el relato es la fecha en que Jaromir Hladík soñó el ajedrez: 14 de marzo de 1939. Hay dos nueves y, si nos damos a la tarea de buscar más sólo aquí, encontraremos que basta sumar cuatro de los cinco elementos restantes para obtener otro nueve. Así, de sumar el 1 y el 4 del día con el mes número 3, correspondiente a marzo, más el 1, primer número del año, el resultado es nueve. Por otra parte, el día 19 fue arrestado Hladík y condenado a muerte. El fusilamiento se pautó para el día 29 a las 9:00 am. Dicho esto, hallamos que, incluyendo la suma hecha, se repite 6 veces el 9 en el relato, y no deja de sorprender que aquel dígito no es más que un 9 a la inversa. Es probable, claro está, que Borges no haya pensado en todo esto, pero muy improbable que la repetición del nueve en su relato sea algo involuntario, especialmente tratándose de un autor tan erudito e intencionado como él.

La significación del nueve recurrente se presta a diversas interpretaciones, todas las cuales ilustrarán asuntos muy cercanos al propósito del autor. Aun sin profundizar demasiado, y apelando solamente al sentido común, podemos ubicar el rol del nueve entre los demás números. Nuestro sistema de numeración consiste únicamente en diez dígitos, a saber: 0, 1, 2, 3, 4, 5, 6, 7, 8, 9. Son diez expresiones numéricas finitas, cuya combinación gradual, según ese orden, hace posible la contabilidad infinita. Así vemos que es sólo después del nueve cuando se produce la primera combinación, la del uno y el cero para formar el diez, y se procederá del mismo modo, combinando de manera ascendente hasta que después del nueve sea preciso repetir el ciclo. En ese sentido, la importancia del nueve es fundamental; se trata del último dígito de la serie contable antes de la repetición. Es decir, el nueve es la frontera entre la serie y la repetición, el límite entre una cosa y otra, y por ello cobra fundamental importancia. Es la puerta al más allá, al estado siguiente, el puente a otro mundo, la última metamorfosis necesaria para completar la transformación. Siguiendo este orden de ideas, comprendemos la participación que el número tiene en el relato: Jaromir Hladík estaba al borde de la muerte, necesitaba repetirse a sí mismo para sobrevivir, y es precisamente a través de su obra como pretende hacerlo.

El nueve nos habla también de algo inconcluso, un círculo que no se ha cerrado aún. Ese círculo será cerrado con la muerte de Hladík, evento que podría ser ilustrado con el número diez, porque entonces ya se habría completado el proceso. Sin embargo, puesto que el diez es un número que depende de dos que le precedieron para existir, es preciso que éstos se repitan para que el diez pueda ser. De ahí que la muerte, como lo dijimos en algún momento, no es terminativa en Borges. La muerte de Hladík no supone un final, sino un principio. El inicio de algo nuevo, el próximo ciclo, que tendrá otras características pero conservará el laberinto y el infinito en su seno. No sólo estos factores se corresponden con el orden de intemporalidad del relato, sino que imponen una naturaleza que no admite la interrupción.

Luego, si reparamos en la apariencia del nueve, encontramos otro rasgo: es el único número de la serie que, al ser dispuesto de otro modo, se convierte en otro número: el seis. Así, pues, podemos asociar el nueve a una dualidad (Roemerstadt-Kubin), a la máscara, a algo que tiene más de una significación, a lo oculto. El tarot también dice lo suyo del nueve. Se trata del dígito del ermitaño, ese personaje místico que lleva la luz de la sabiduría y se complace más transmitiéndola que poseyéndola. Sabemos que Jaromir Hladík, por tratarse de un escritor, tenía un cometido semejante. El oficio del personaje también se halla en la numerología, pues esta ciencia asocia el nueve con personas de índole elevada e intelectual: poetas, escritores, genios y creadores en general. Sujetos que tienen una vida interior muy fuerte y secreta.

El otro punto es la mención reiterada de cosas últimas. Citemos, como ejemplo, algunos fragmentos del relato sobre el encierro de Hladík y cuanto preveía de su próxima muerte: Anticipaba infinitamente el proceso, desde el insomne amanecer hasta la misteriosa descarga (...); cada simulacro duraba unos pocos segundos; cerrado el círculo, Jaromir interminablemente volvía a las trémulas vísperas de su muerte (...); con lógica perversa infirió que prever un detalle circunstancial es impedir que éste suceda. Fiel a esa débil magia, inventaba, para que no sucedieran, rasgos atroces (...).8 No sólo el autor condensa aquí los rasgos primordiales de ese orden, sino que destaca, en letras cursivas, la frase para que no sucedieran y en la página 510 subraya, con comillas, la palabra repetición, al decir que basta una repetición para descubrir la inexistencia del tiempo. Así, pues, al cerrarse el círculo con la muerte de Hladík, evento que representa el número diez, el personaje permanecerá vivo de alguna manera, no sólo porque el diez es repetición de algo anterior, sino porque en el drama Los enemigos y en los padecimientos de su calabozo, ya había previsto su muerte y, por lo tanto, la había evitado. En cuanto al milagro secreto de Dios, pudo Hladík vencer el tiempo postergando el momento de su defunción en un año, período en el cual se dedicó a completar la obra. Jaromir Hladík había alcanzado, pues, la inmortalidad.

Creo que el espíritu de esta ficción de Jorge Luis Borges no busca la prospección ni la retrospección, sino la concomitancia. Desde luego que el autor, en cuanto a sintaxis, está obligado a la prospección por el carácter lineal de los significantes, lo que a un tiempo le lleva a ordenar las subtramas de “El milagro secreto” de cierta manera, pero la sustancia, pues la literatura es un palimpsesto, es concomitante. Y el laberinto, pues salimos de uno para entrar en otro, está por doquier.



Notas

    Borges, Jorge Luis. Obras completas. Buenos Aires: Emecé Editores, 1974. p. 623.
    Ídem. p. 508.
    Ídem. p. 509.
    Ídem. p. 510.
    Ídem.
    Ídem.
    Ídem. p. 511.
    Ídem. p. 509.


Fuente : Letralia

Borges contra Nietzsche

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Andrea Díaz Genis        

"Lo supieron los arduos alumnos de Pitágoras:
los astros y los hombres vuelven cíclicamente;
los átomos fatales repetirán la urgente
Afrodita de oro, los tébanos, las ágoras"
J. L. Borges


Sabemos que una de las obsesiones temáticas borgeanas es el problema del tiempo. La posibilidad de refutar el tiempo, asociado al movimiento, el desgaste y la muerte, es una temática recurrente en la obra del escritor argentino. Dentro de esta problemática, Borges se ocupa de la eternidad, entendida como perduración infinita, también de la posibilidad de superar la concepción judeo-cristiana del tiempo, el tiempo como pasado presente y futuro, como tiempo lineal y ascendente, a través de la concepción del eterno retorno que fascinaba al autor y que es retomada por él, a partir de los griegos. 

El eterno retorno como “doctrina” aparece sobre todo divulgada a partir de Nietzsche. Borges dedica un artículo especialmente a refutar esta doctrina tal y como éste la interpreta en el pensamiento del filósofo alemán. El artículo al que hacemos referencia se titula: “La doctrina de los ciclos”, y aparece en su libro Historia de la eternidad (2001, pp.87-104). Allí está citado Nietzsche, en uno de sus ensayos sobre “el eterno retorno de lo mismo”, en donde aparece una versión seudo científica de esta doctrina, que es la que Borges ataca especialmente. “El número de todos los átomos que componen el universo es, aunque desmesurado, finito, y solo capaz como tal de un número finito (aunque desmesurado también) de permutaciones. En un tiempo infinito, el número de las permutaciones posibles debe ser alcanzado, y el universo debe repetirse (2001: 89, las cursivas no son nuestras).

El escritor argentino encara la refutación de esta improbable, o fantástica doctrina (para Borges la metafísica es parte de la literatura fantástica, en realidad la filosofía toda ha sido para Borges, “materia prima” para la imaginación fantástica, esta doctrina no es más que otro ejemplo de esta posibilidad). Borges concibe un “frugal universo” de solo diez átomos, estos darían lugar a una serie de combinaciones. Dado que el número es limitado, las combinaciones también serán limitadas. Si esas partículas arrojan como resultado la cifra de 3.628.800, poca fe le tenemos que presentar según Borges, a un supuesto retorno del universo. Según Borges, Nietzsche le podría contestar que jamás desmintió que las “vicisitudes de la materia fueran cuantiosas”, lo único que ha declarado es que no eran infinitas. Para refutar esta idea, Borges se apropia de la teoría de los conjuntos de Georg Cantor. 

Según nuestro autor, Cantor destruye el fundamento de la tesis de Nietzsche. Este afirma la infinitud de los puntos del universo, hasta de un metro de universo o una fracción de metro. El roce de la teoría de Cantor con la teoría nietzscheana es fatal para Nietzsche, según Borges. “Si el universo consta de un número infinito de términos, es rigurosamente capaz de un número infinito de combinaciones -y la necesidad de un Regreso queda vencida. Queda su mera posibilidad, computable a cero” (2001:94). 

De esta manera, Borges pretende refutar una doctrina, que, en realidad, no tiene su fuerte en su punto de vista seudo científico, sino en su aspecto ético, y en relación a toda la filosofía de Nietzsche que Borges no toma en cuenta.

Otro aspecto de la refutación borgeana de la doctrina se refiere a que esta idea tiene diversos antecedentes en la historia del pensamiento: parte de los griegos, atraviesa la refutación de los cristianos en los evangelios (menciona Hechos de los Apóstoles, III, 21), pasa por San Agustín, posteriormente por John Stuart Mill en su Lógica que hace referencia a que si bien es concebible no es verdadera una repetición periódica de la historia. El cuestionamiento de Borges pasa por el hecho de que cómo Nietzsche, siendo un helenista encumbrado, con toda su formación filosófica, puede desconocer estos antecedentes e imputarse la autoría de dicha doctrina. Deduce que esto es improbable, que tiene que haber una razón por la cual Zaratustra se autoproclama dicha teoría. Borges atribuye el olvido “conciente” de las fuentes del eterno retorno a un problema de estilo, propiamente gramatical. Dado el estilo profético de Zaratustra, tiene más fuerza hablar en primera persona, es decir, que éste se atribuya de alguna manera la doctrina. El estilo profético, según nuestro autor, no admite el comillado o la cita erudita. En realidad, el que Nietzsche no se refiera a las fuentes del eterno retorno no se debe, en nuestro modesto parecer, a un problema de estilo. Es cierto que el Zaratustra está escrito en estilo profético, pero existen otras obras en las que también se hace referencia al eterno retorno sin referirse a las fuentes de esta idea y que no están escritas en estilo profético, por ejemplo, La gaya ciencia, o La voluntad de poder. La idea del eterno retorno si bien está presente en diversas culturas, y no sólo en Grecia (como hace referencia Mircea Eliade en su libro El mito del eterno retorno), en Nietzsche adquiere matices propios y originales, sólo explicables desde la totalidad de su filosofía. Pero según Borges, de alguna manera, el pensamiento del eterno retorno es ya de Zaratustra. Nietzsche, nos dice Borges, quería hombres capaces de inmortalidad, hombres capaces de enamorarse de su destino. Para ello siguió un método heroico.

Dice Borges: “desenterró la intolerable hipótesis griega de la eterna repetición y procuró deducir de esa pesadilla mental una ocasión de júbilo. Buscó la idea más horrible del universo y la propuso a la delectación de los hombres” (:99). A Borges le parece la idea más horrible de todas. Nietzsche mismo nos advirtió que esta podía ser la peor de las ideas, precisamente desde el marco desde el nihilismo pasivo, de aquel que simplemente tiene una vida reactiva, disminuida, que padece la vida. Lo grande y lo pequeño se va a volver a repetir, sólo aquel que ama su destino (amor fati) puede aceptar la eterna repetición de las cosas. Sólo aquel que tiene una relación activa, el creador, aquel que tiene voluntad de poder, sólo aquel que puede decir, es así, pero así lo quise yo, es capaz de soportar el eterno retorno de las cosas. Esa es la persona que requiere el eterno retorno, el superhombre. El eterno retorno es por eso una idea o doctrina que permite seleccionar tipos humanos, que fortalece la voluntad de poder, que es lo que le interesa a Nietzsche. Es por eso que la idea más horrible puede ser, desde otro punto de vista, la idea más transformadora y prometedora.

Pero Borges sigue insistiendo en refutar, de alguna manera, la hipótesis física del eterno retorno, por ejemplo mostrando que la segunda ley de la termodinámica dice que hay procesos energéticos que son irreversibles. Es el caso de una luz que proyectada sobre una superficie negra se convierte en calor. Sin embargo, este calor no puede volver a ser luz, es un proceso irreversible, por lo tanto el eterno retorno no es cierto.

Argumentos por el estilo son los que aduce Borges para refutar a Nietzsche, poniendo hincapié en el aspecto científico de la idea del eterno retorno, que para nada es el fuerte del filósofo (tampoco el de Borges, claro está), y dejando de lado, según nuestra opinión, la parte importante de la idea nietzscheana del eterno retorno. Lo que muestra Borges en este “rodeo” ipso facto, es justamente, que lo que cabe destacar de esta idea, es su posibilidad de contribuir a la imaginación literaria. Es de alguna manera “fantástico” (sobre todo desde el punto de vista de nuestra cultura y su concepción del tiempo) la idea de que nuestra vida, y todo lo que la rodea, se va a volver a repetir; esto puede dar lugar a gran cantidad de fábulas, cuentos, narraciones de todo tipo (recuerdo ahora La insoportable levedad del ser, de Milán Kundera, que comienza con la idea del eterno retorno de lo mismo). El mismo Borges, precisamente, retoma esta idea, no en tanto filósofo, que no lo es (al menos desde un punto de vista “profesional”), sino en tanto escritor que sabe encontrar fuentes de inspiración literarias en la filosofía, ricas en posibilidades imaginativas. Si bien Borges aparece “refutando” el aspecto científico de la teoría nietzscheana y su supuesta originalidad, con “argumentos”, en realidad está explotando el aspecto “disparatado” de la teoría, y resaltando, por lo mismo, su valor para la literatura. En definitiva, un escritor como Borges, a través del ensayo, puede mostrar el disparate de una teoría filosófica, porque sabe que de alguna manera alienta con ello su propia fuente de inspiración literaria.

Fuente : Enciclopedia

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