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Italo Calvino - Jorge Luis Borges

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La fortuna de Jorge Luis Borges en Italia tiene ya una historia de treinta años: comienza en realidad en 1955, fecha de la primera traducción de Ficciones, bajo el título La biblioteca di Babele en las ediciones Einaudi, y culmina hoy con la edición de su obra completa en los «Meridiani» Mondadori. Que yo recuerde fue Sergio Solmi quien después de haber leído los cuentos de Borges en traducción francesa habló de ellos con entusiasmo a Elio Vittorini, quien propuso enseguida la edición italiana, encontrando un traductor apasionado y congenial en Franco Lucentini. Desde entonces los editores italianos han rivalizado en la publicación de los volúmenes del escritor argentino, en traducciones que ahora Mondadori reúne junto con otros textos hasta este momento jamás traducidos; de esta que será la edición más completa de su opera omnia hasta hoy existente, ve la luz justamente en estos días el primer volumen al cuidado de un amigo muy fiel, Domenico Porzio

.La fortuna editorial ha ido acompañada de una fortuna literaria que es al mismo tiempo su causa y su efecto. Pienso en los tributos de admiración de escritores italianos, incluso de los más alejados de él por su poética; pienso en los intentos serios de dar una definición crítica de su mundo; y pienso también y sobre todo en la influencia que han tenido en la creación literaria italiana su gusto y su idea misma de literatura: podemos decir que muchos de los que han escrito en estos últimos veinte años, a partir de los pertenecientes a mi propia generación, han estado profundamente marcados por ellos.

¿Qué ha determinado este encuentro entre nuestra cultura y una obra que encierra en sí un conjunto de patrimonios literarios y filosóficos en parte familiares para nosotros, en parte insólitos, y los traduce en una clave que desde luego estaba muy alejada de las nuestras? (Hablo de una lejanía de entonces, respecto de los senderos trillados de la cultura italiana en los años cincuenta.)

Sólo puedo responder apelando a mi memoria, tratando de reconstruir lo que ha significado para mí la experiencia de Borges desde los comienzos hasta hoy. Experiencia cuyo punto de partida y punto de apoyo son dos libros, Ficciones y El aleph, es decir ese género literario particular que es el cuento borgiano, para pasar después al Borges ensayista, no siempre bien separable del narrador, y al Borges poeta, que contiene a menudo núcleos de cuentos y en todo caso un núcleo de pensamiento, un diseño de ideas.

Empezaré por el motivo de adhesión más general, es decir el haber reconocido en Borges una idea de la literatura como mundo construido y gobernado por el intelecto. Esta idea va contra la corriente principal de la literatura mundial de nuestro siglo, que toma en cambio una dirección opuesta, es decir quiere darnos el equivalente de la acumulación magmática de la existencia en el lenguaje, en el tejido de los acontecimientos, en la exploración del inconsciente. Pero hay también una tendencia de la literatura de nuestro siglo, ciertamente minoritaria, que ha tenido su sostenedor más ilustre en Paul Valéry —pienso sobre todo en el Valéry prosista y pensador— que apunta a un desquite del orden mental sobre el caos del mundo. Podría tratar de rastrear las señales de una vocación italiana en esta dirección, desde el siglo XIII hasta el Renacimiento, el siglo XVII, el siglo XX, para explicar cómo descubrir a Borges fue para nosotros ver realizada una potencialidad acariciada desde siempre: ver cómo cobra forma un mundo a imagen y semejanza de los espacios del intelecto, habitado por un zodiaco de signos que responden a una geometría rigurosa.

Pero quizá para explicar la adhesión que un autor suscita en cada uno de nosotros, más que de grandes clasificaciones categoriales es preciso partir de razones más precisamente relacionadas con el arte de escribir. Entre ellas pondré en primer lugar la economía de la expresión: Borges es un maestro del escribir breve. Consigue condensar en textos siempre de poquísimas páginas una riqueza extraordinaria de sugestiones poéticas y de pensamiento: hechos narrados o sugeridos, aperturas vertiginosas sobre el infinito, e ideas, ideas, ideas. Cómo se realiza esta densidad, sin la más mínima congestión, en los párrafos más cristalinos, sobrios y airosos; cómo esa manera de contar sintéticamente y en escorzo lleva a un lenguaje de pura precisión y concreción, cuya inventiva se manifiesta en la variedad de ritmos, en los movimientos sintácticos, en los adjetivos siempre inesperados y sorprendentes: este es el milagro estilístico, sin igual en la lengua española, del cual sólo Borges posee el secreto.

Leyendo a Borges he tenido a menudo la tentación de formular una poética del escribir breve, elogiando su primacía sobre el escribir largo, contraponiendo los dos órdenes mentales que la inclinación hacia el uno y hacia el otro presupone, por temperamento, por idea de la forma, por sustancia de los contenidos. Me limitaré por ahora a decir que la verdadera vocación de la literatura italiana, la que preserva sus valores en el verso o la frase en que cada palabra es insustituible, se reconoce más en el escribir breve que en el escribir largo.

Para escribir breve, la invención fundamental de Borges, que fue también la invención de sí mismo como narrador, el huevo de Colón que le permitió superar el bloqueo que le había impedido, hasta los cuarenta años, pasar de la prosa ensayista a la prosa narrativa, fue fingir que el libro que quería escribir estaba ya escrito, escrito por otro, por un hipotético autor desconocido, un autor de otra lengua, de otra cultura, y describir, recapitular, reseñar ese libro hipotético. Forma parte de la leyenda de Borges la anécdota de que cuando apareció en la revista Sur el primer y extraordinario cuento escrito con esa fórmula, El acercamiento a Almotásim, se creyó que era realmente una reseña del libro de un autor indio. Así como forma parte de los lugares obligados de la crítica sobre Borges observar que cada texto suyo duplica o multiplica el propio espacio a través de otros libros de una biblioteca imaginaria o real, lecturas clásicas o eruditas o simplemente inventadas. Lo que más me interesa señalar aquí es que con Borges nace una literatura elevada al cuadrado y al mismo tiempo una literatura como extracción de la raíz cuadrada de sí misma: una «literatura potencial», para usar una expresión que se desarrollará más tarde en Francia, pero cuyos preanuncios se pueden encontrar en Ficciones, en los puntos de partida y fórmulas de las que hubieran podido ser las obras de un hipotético Herbert Quain.

Que para Borges sólo la palabra escrita tiene plena realidad ontológica, y que las cosas del mundo existen para él sólo en cuanto remiten a cosas escritas, ha sido dicho muchas veces; lo que quiero subrayar aquí es el circuito de valores que caracteriza esta relación entre mundo de la literatura y mundo de la experiencia. Lo vivido se valora en la medida en que se inspira en la literatura o en que repite arquetipos literarios: por ejemplo, entre una empresa heroica o temeraria de un poema épico y una empresa análoga vivida en la historia antigua o contemporánea, hay un intercambio que lleva a identificar y comparar episodios y valores del tiempo escrito y del tiempo real. En este cuadro se sitúa el problema moral, siempre presente en Borges como un núcleo sólido en la fluidez e intercambiabilidad de los escenarios metafísicos. Para este escéptico que parece degustar ecuánimemente filosofías y teologías sólo por su valor espectacular y estético, el problema moral vuelve a presentarse idénticamente, de un universo a otro, en sus alternativas elementales de coraje y vileza, de violencia provocada y sufrida, de búsqueda de la verdad. En la perspectiva borgiana, que excluye todo espesor psicológico, el problema moral aflora simplificado y casi en los términos de un teorema geométrico, en el que los destinos individuales trazan un diseño general que cada uno, antes de escoger, debe reconocer. Pero las suertes se deciden en el rápido tiempo de la vida real, no en el fluctuante tiempo del sueño, no en el tiempo cíclico o eterno del mito.

Y aquí ha de recordarse que del epos de Borges no forma parte solamente lo que se lee en los clásicos, sino también la historia argentina, que en algunos episodios se identifica con su historia familiar, con hechos de armas de sus antepasados militares en las guerras de la joven nación. En el «Poema conjetural», Borges imagina dantescamente los pensamientos de uno de sus antepasados maternos, Francisco Laprida, mientras yace en un pantano, herido, después de una batalla, acosado por los gauchos del tirano Rosas, y reconoce su propio destino en la muerte de Buonconte da Montefeltro, tal como la recuerda Dante en el canto V del Purgatorio. En un análisis puntual de este poema, Roberto Paoli ha observado que Borges se basa, más que en el episodio de Buonconte explícitamente citado, en un episodio contiguo del mismo canto V del Purgatorio, el de Jacopo del Cassero. La ósmosis entre hechos escritos y hechos reales no podría ejemplificarse mejor: el modelo ideal no es un acontecimiento mítico anterior a la expresión verbal, sino el texto como tejido de palabras, imágenes y significados, composición de motivos que se responden, espacio musical en el que un tema desarrolla sus variaciones.

Hay un poema todavía más significativo para definir esa continuidad borgiana entre acontecimientos históricos, epos, transfiguración poética, fortuna de los motivos poéticos y su influencia en el imaginario colectivo. Y este es también un poema que nos toca de cerca porque se habla del otro poema italiano que Borges ha frecuentado intensamente, el de Ariosto. El poema se titula «Ariosto y los árabes». Borges pasa revista al epos carolingio y al bretón que confluyen en el poema de Ariosto, quien planea sobre estos motivos de la tradición montado en el Hipogrifo, es decir hace de ellos una transfiguración fantástica, al mismo tiempo irónica y llena de pathos. La fortuna del Orlando furioso desplaza los sueños de las leyendas heroicas medievales a la cultura europea (Borges cita a Milton como lector de Ariosto), hasta el momento en que los que habían sido sueños de los ejércitos enemigos de Carlomagno, es decir del mundo árabe, toman la delantera: Las mil y una noches conquistan a los lectores europeos ocupando el lugar del Orlando furioso en el imaginario colectivo. Hay pues una guerra entre los mundos fantásticos de Occidente y de Oriente que prolonga la guerra histórica entre Carlomagno y los sarracenos, y ahí es donde Oriente se toma su desquite.

El poder de la palabra escrita se vincula pues con lo vivido como origen y como fin. Como origen porque se convierte en el equivalente de un acontecimiento que de otro modo sería como si no hubiese sucedido; como fin porque para Borges la palabra escrita que cuenta es la que tiene un fuerte impacto sobre la imaginación, como figura emblemática o conceptual hecha para ser recordada y reconocida cada vez que aparezca en el pasado o en el futuro.

Estos núcleos míticos o arquetipos, que probablemente se pueden calcular en un número finito, se destacan sobre el fondo inmenso de los temas metafísicos más caros a Borges. En cada uno de sus textos, por todas las vías, Borges termina hablando del infinito, de lo innumerable, del tiempo, de la eternidad o de la simultaneidad o carácter cíclico de los tiempos. Y aquí vuelvo a referirme a lo que decía al principio sobre la máxima concentración de significados en la brevedad de sus textos. Tomemos un ejemplo clásico del arte borgiano: su cuento más famoso, «El jardín de senderos que se bifurcan». La intriga visible es la de un cuento de espionaje convencional, una intriga de aventuras condensada en una docena de páginas y un poco tirada de los cabellos para llegar a la sorpresa del final. (El epos que Borges utiliza comprende también las formas de la narrativa popular.) Este cuento de espionaje incluye otro cuento en el que el suspense es de tipo lógico-metafísico y el ambiente chino: se trata de la busca de un laberinto. Este cuento incluye a su vez la descripción de una interminable novela china. Pero lo que más cuenta en este compuesto ovillo narrativo es la meditación filosófica sobre el tiempo que en él transcurre, más aún, la definición de las concepciones del tiempo que sucesivamente se enuncian. Al final comprendemos que lo que habíamos leído es, bajo la apariencia de un thriller, un cuento filosófico e incluso un ensayo sobre la idea del tiempo.

Las ideas del tiempo que se proponen en «El jardín de senderos que se bifurcan», cada una contenida (y casi oculta) en pocas líneas, son: una idea de tiempo puntual como un presente subjetivo absoluto («Después reflexioné que todas las cosas le suceden a uno precisamente, precisamente ahora. Siglos de siglos y sólo en el presente ocurren los hechos; innumerables hombres en el aire, en la tierra y el mar, y todo lo que realmente pasa me pasa a mí...»); después una idea de tiempo determinado por la voluntad, el tiempo
de una acción decidida de una vez por todas en la que el futuro se presenta irrevocable como el pasado; y por fin la idea central del cuento: un tiempo plural y ramificado en el que cada presente se bifurca en dos futuros, de manera de formar «una red creciente y vertiginosa de tiempos divergentes, convergentes y paralelos». Esta idea de infinitos universos contemporáneos en los que todas las posibilidades se realizan en todas las combinaciones posibles no es una digresión del cuento sino la condición misma de que el protagonista se sienta autorizado a ejecutar el delito absurdo y abominable que su misión de espía le impone, seguro de que ello sólo ocurre en uno de los universos, pero no en los otros, más aún, que ejecutándolo aquí y ahora, él y su víctima podrán reconocerse amigos y hermanos en otros universos.

Esa concepción del tiempo plural es cara a Borges porque es la que reina en la literatura, más aún, es la condición que hace posible la literatura. El ejemplo que voy a dar se relaciona una vez más con Dante, y es un ensayo de Borges sobre Ugolino della Gherardesca, y más precisamente sobre el verso Poscia, più che il dolor, poté il digiuno [«Después, más que el dolor, pudo el ayuno»], y lo que se calificó de «inútil controversia» sobre el posible canibalismo del conde Ugolino. Revisando la opinión de muchos de los comentadores, Borges concuerda con la mayoría de ellos en que el verso debe entenderse en el sentido de la muerte de Ugolino por inanición. Pero añade: el que Ugolino pudiera comerse a sus propios hijos, Dante, aun sin querer que lo tomemos por verdadero, ha querido que lo sospecháramos «con incertidumbre y temor». Y Borges enumera todas las alusiones al canibalismo que se suceden en el canto XXXIII del Infierno, empezando por la visión inicial de Ugolino royendo el cráneo del arzobispo Ruggieri.

El ensayo es importante por las consideraciones generales con que termina. En particular (y es una de las afirmaciones de Borges que más coincide con el método estructuralista) la de que el texto literario consiste exclusivamente en la sucesión de palabras que lo componen, por lo cual «de Ugolino debemos decir que es una estructura verbal que consta de unos treinta tercetos». Después la que se relaciona con las ideas muchas veces sostenidas por Borges sobre la impersonalidad de la literatura para argüir que «Dante no supo mucho más de Ugolino que lo que sus tercetos refieren». Y finalmente la idea a la que quería llegar, que es la del tiempo plural: «En el tiempo real, en la historia, cada vez que un hombre se enfrenta con diversas alternativas opta por una y elimina y pierde las otras: no así en el ambiguo tiempo del arte, que se parece al de la esperanza y al del olvido. Hamlet, en ese tiempo, es cuerdo y es loco. En la tiniebla de su Torre del Hambre, Ugolino devora y no devora los amados cadáveres, y esa ondulante imprecisión, esa incertidumbre, es la extraña materia de que está hecho. Así, con dos posibles agonías, lo soñó Dante y así lo soñarán las generaciones».

Este ensayo está contenido en un libro publicado en Madrid y todavía no traducido en Italia, que recoge los ensayos y las conferencias de Borges sobre Dante: Nueve ensayos dantescos. El estudio asiduo y apasionado del texto capital de nuestra literatura, la participación congenial con que ha sabido aprovechar el patrimonio dantesco para su meditación crítica y su obra de creación, son una de las razones, aunque no la última, por la que Borges es aquí celebrado y por eso le expresamos una vez más con emoción y con afecto nuestro reconocimiento por el alimento que sigue dándonos.
1984

Fuente : Biblioteca Ignria.blogspot




El reencuentro con La Negra Sosa

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Por Gabriel Plaza 
  
Lucerito, el disco "perdido" que grabó en 2000.

Este disco tiene una historia. En el verano del año 2000 Mercedes Sosa no tenía compañía discográfica. Había terminado su contrato con el sello Universal con el disco La Misa Criolla. Venía afilada con su banda cantando un repertorio de nuevos temas. La Negra quería dejar registro de ese momento en caliente. "Desesperada", como recuerda su hijo Fabián Matus, entró a los estudios Ion y grabó catorce canciones con el grupo formado por Colacho Brizuela en guitarra, Popi Spatocco en piano y teclados, Carlos Genoni en bajos y coros, Rubén Lobo en batería y percusión y Beatriz Muñoz en coros.

Fueron tres días intensos de grabación bajo la supervisión técnica del Portugués Da Silva. Con el master del disco fresco en sus manos Mercedes Sosa salió a mostrarlo a los sellos y no consiguió que ninguno se interesara. Decepcionada, dejó esas cintas originales olvidadas en el archivo de los estudios Ion. Pasaron trece años hasta que su hijo Fabián Matus finalmente las recuperara.

"Estuvieron perdidas y nadie se acordaba dónde estaban. No las podíamos encontrar. Las estuve buscando por mucho tiempo hasta que aparecieron. No estaban en buen estado. Estuvieron estacionadas en la misma posición durante diez años y hubo que hacer un trabajo de recuperación de las cintas. Se trabajó reubicando todo para nivelar el líquido de emulsión que las preservaba y conseguir luego una máquina multitrack de dos pulgadas para pasarla a digital".

La aparición del disco Lucerito, editado por el sello Sony Music, es como un milagroso reencuentro con la voz y la emoción de Mercedes Sosa en un estado perfecto de madurez interpretativa y sin las dolencias que la aquejarían posteriormente. Es como un testimonio musical y un mensaje poético que quería dejar para el futuro. "En ese momento no entendíamos por qué quería grabarlo tan rápido. Pero ahora entiendo. Ella tenía una visión de las cosas que nosotros no teníamos", dice Popi Spatocco, que fue parte de esa grabación y director musical de su última banda.

El disco llega como una cápsula del tiempo a este presente con un mensaje muy claro de su mirada sobre la música popular. El repertorio es un resumen exacto de ese espíritu abierto capaz de combinar íconos de la canción social como León Gieco, Víctor Heredia y Teresa Parodi con obras de Miguel Abuelo y Pedro Aznar, tangos de la dupla Troilo-Manzi, composiciones folklóricas de Raúl Carnota, Agustín y Carlos Carabajal, el Duende Garnica, Marcelo Perea y poemas musicalizados de Borges y Yupanqui.

Seis de las canciones incluidas originalmente en este álbum alimentaron después los repertorios del disco Acústico en vivo (2002), Corazón libre (2005), y Cantora (2009). "Al principio, «la Máma» no quería hacer nada con este disco por como había quedado el audio, pero le gustaban esas canciones y las fue incluyendo en sus otros discos. Con el tiempo lo fue valorando", recuerda Matus.

Al poner el disco, desde el primer tema es como escuchar su mensaje renovado, como si hubiera sido grabado ayer. Escuchar a Mercedes Sosa tan fresca y tan contundente vuelve a dejarnos sin palabras. El audio es impecable y sensible a la atmósfera en caliente de cómo fue registrado el disco. "Mercedes grababa una o dos tomas y ya estaba listo. No necesitaba más", apunta Popi.

Su olfato natural para seleccionar canciones y dejar versiones definitivas aparece en toda su dimensión en el álbum. Canciones como "Ojos de cielo", un aire de huayno que explota la vena más folklórica de Víctor Heredia; la zamba criollita "Como flor de campo" de Raúl Carnota o "Esa musiquita", de Teresa Parodi, se terminarían instalando no sólo dentro de su repertorio personal sino también dentro del imaginario de la canción popular.

En el disco aparecen otras delicadas perlas como "Caja de música", un texto de Borges musicalizado por Pedro Aznar. "Música del Japón. Avaramente. De la clepsidra se desprenden gotas. De lenta miel o de invisible oro. Que en el tiempo repiten una trama. Eterna y frágil. Misteriosa y clara"; la inédita "Como Adán", una canción de los compositores Nathan Zach y Shlomo Idov. "Cuando al nuevo día, con tus ojos mirarás. Ya verás que todavía espera. Y este nuevo día no te dejará atrás. No aquí, no es el final". Y la milonga "Los niños de nuestro olvido", de Heredia y René Vargas Vera, que parece inscripta en ese espíritu del manifiesto del Nuevo Cancionero de 1968.

Su gusto por los autores santiagueños, borrando esas viejas disputas con los tucumanos, se refleja en la trilogía que componen la chacarera "Alma de rezabaile", la bella canción "Lapachos de primavera" y "El olvidau", que anticipaba la explosión de 2001. Aunque Mercedes aparece en toda su grandeza y carnadura interpretativa en la zamba "Romance de la luna tucumana", con versos de Yupanqui y música de Aznar; y en la versión del vals "Romance de barrio", que plasma toda una escuela del canto, desde Gardel para acá, en la forma que maneja el fraseo del vals, los matices, las pausas y la interpretación sentida del texto.

También registró para este disco una hermosa canción que había quedado perdida en el repertorio de León Gieco como "Gira y gira" y la canción andina "Lucerito", de Pablo Almirón, que parecía una obra menor dentro de su cancionero y que a la distancia cobra sentido en esa afirmación de su raíz indígena: era el carnavalito que Mercedes utilizaba como cierre de sus conciertos para levantarse de su asiento y revolear con cadencia su poncho de vicuña.

Llega el track catorce y Mercedes se despide con "Himno de mi corazón", la canción que popularizaron Los Abuelos de la Nada en los años ochenta. La voz de la Pachamama le da un nuevo significado al ritual de despedida del disco. En realidad es su manifiesto, como si desde el pasado le estuviera hablando al que escucha en el presente: "Sobre la palma de mi lengua vive el himno de mi corazón. Siento la alianza más perfecta que en justicia me une a vos ".

Fuente : La Nacion



Octavio Paz: El arquero, la flecha y el blanco

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Empecé a leer a Borges en mi juventud, cuando todavía no era un autor de fama internacional. En esos años su nombre era una contraseña entre iniciados y la lectura de sus obras el culto secreto de unos cuantos adeptos. En México, hacia 1940, los adeptos éramos un grupo de jóvenes y uno que otro mayor reticente: José Luis Martínez, Alí Chumacero, Xavier Villaurrutia y algunos más. Era un escritor para escritores. Lo seguíamos a través de las revistas de aquella época. En números sucesivos de Sur yo leí la serie de cuentos admirables que después, en 1941, formarían su primer libro de ficciones: El jardín de senderos que se bifurcan.

Todavía guardo la vieja edición de pasta azul, letras blancas y, en tinta más oscura, la flecha indicando un sur más metafísico que geográfico. Desde esos días no cesé de leerlo y conversar silenciosamente con él. A diferencia de lo que ocurrió después, cuando la publicidad lo convirtió en uno de sus dioses-víctimas, el hombre desapareció detrás de su obra. A veces, incluso, se me antojaba que Borges también era una ficción.

El primero que me habló de la persona real, con asombro y afecto, fue Alfonso Reyes. Lo estimaba mucho pero ¿lo admiraba? Sus gustos eran muy distintos. Estaban unidos por uno de esos equívocos usuales entre gente del mismo oficio: para Borges, el escritor mexicano era el maestro de la prosa; para Reyes, el argentino era un espíritu curioso, una feliz excentricidad. Más tarde, en París,en 1947, mis primeros amigos argentinos -José Bianco, Silvina Ocampo y Adolfo Bioy Casares- eran también muy amigos de Borges. Tanto me hablaron de él que, sin haberlo visto nunca, llegué a conocerlo como si fuese mi amigo. Nuevo equívoco: yo era su amigo pero para él mi nombre sólo evocaba, borrosamente, a un alguien que era un amigo de sus amigos. Muchos años después, al fin, lo conocí en persona. Fue en Austin, en 1971. Cortesía y reserva: él no sabía qué pensar de mí y yo no acababa de perdonarle aquel poema en que exalta, como Whitman pero con menos razón que el poeta norteamericano, a los defensores de El Alamo. A mí la pasión patriótica no me dejaba ver el arrojo heroico de aquellos hombres; él no percibía que el sitio de El Alamo había sido un episodio de una guerra injusta. Borges no acertó siempre a distinguir el verdadero heroísmo de la mera valentía. No es lo mismo ser un cuchillero de Balvanera que ser Aquiles: los dos son figuras de leyenda pero el primero es un caso mientras que el segundo es un ejemplo.

Nuestros otros encuentros, en México y en Buenos Aires, fueron más afortunados. Varias veces pudimos hablar con un poco de desahogo y Borges descubrió que algunos de sus poetas favoritos también lo eran míos. Celebraba esas coincidencias recitando trozos de este o aquel poeta y la charla, por un instante, se transformaba en una suerte de comunión. Una noche, en México, mi mujer y yo lo ayudamos a escabullirse del asalto de unas admiradoras indiscretas; entonces, en un rincón, entre el ruido y las risas de la fiesta, le recitó a Marie José unos versos de Toulet:

Toute allégresse a son défaut
Et se brise elle-meme.
Si vous voulez que je vuus aime,
Ne riez pas trop haut.

C’est a voix basse qu’on enchante
Sous la cendre d’hiver
Ce coeur, pareil au feu couvert,
Qui se consume et chante.

En Buenos Aires pudimos conversar y pasear sin agobio y gozando del tiempo. El y María Kodama nos llevaron al viejo Parque Lezama; quería mostrarnos, no sé por qué, la Iglesia Ortodoxa pero estaba cerrada; nos contentamos con recorrer los senderillos húmedos bajo árboles de tronco eminente y follajes cantantes. Al final, nos detuvimos ante el monumento de la Loba Romana y Borges palpó con manos conmovidas la cabeza de Remo. Terminamos el paseo en el Café Tortoni, famoso por sus espejos, sus doradas molduras, sus grandes tazas de chocolate y sus fantasmas literarios. Borges nos habló del Buenos Aires de su juventud, esa ciudad de “patios cóncavos como cántaros” que aparece en sus primeros poemas; ciudad inventada y, no obstante, dueña de una realidad mas perdurable que la de las piedras: la de la palabra.

Esa tarde me sorprendió su desánimo ante la situación de su país. Aunque él se regocijaba del regreso de Argentina a la democracia, se sentía más y mas ajeno a lo que pasaba. Es duro ser escritor en nuestras asperas tierras (tal vez lo sea en todas), sobre todo si se ha alcanzado la celebridad y se está asediado por las dos hermanas enemigas, la envidia espinosa y la admiración beata, ambas miopes. Además, quizá Borges ya no conocía al tiempo que lo rodeaba: estaba en otro tiempo. Comprendí su desazón: yo también cuando recorro las calles de México, me froto los ojos con extrañeza: ¿en esto hemos convertido a nuestra ciudad? Borges nos confió su decisión de “irse a morir en otra parte, tal vez al Japón”. No era budista pero la idea de la nada, tal como aparece en la literatura de esa religión, lo seducía. He dicho idea porque la nada no puede ser sino una sensación o una idea. Si es una sensación, carece de toda virtud curativa y apaciguadora. En cambio, la nada como idea nos calma y nos da, simultáneamente, fortaleza y serenidad.

Lo volví a ver el año pasado, en Nueva York. Coincidimos por unos días, en el mismo hotel, con él y María Kodama. Cenamos juntos, llegó de pronto Eliot Weinberger y se hablo de poesía china. Al final, Borges recordó a Reyes y a López Velarde; como siempre, recito unas líneas del segundo, aquellas que empiezan así: “Suave patria, vendedora de chía...” Se interrumpió y me preguntó:

--¿A qué sabe la chía?

Confundido, le respondí que no podía explicárselo sino con una metáfora:

-Es un sabor terrestre.

Movió la cabeza. Era demasiado y demasiado poco. Me consolé pensando que expresar lo instantáneo no es menos arduo que describir la eternidad. El lo sabía.

Es difícil resignarse ante la muerte de un hombre querido y admirado. Desde que nacemos, esperamos siempre la muerte y siempre la muerte nos sorprende. Ella, la esperada, es siempre la inesperada. La siempre inmerecida. No importa que Borges haya muerto a los ochenta y seis años: no estaba maduro para morir. Nadie lo está, cualquiera que sea su edad. Se puede invertir la frase del filosofo y decir que todos -viejos y niños, adolescentes y adultos- somos frutos cortados antes de tiempo. Borges duro más que Cortázar y Bianco, para hablar de otros dos queridos escritores argentinos, pero lo poco que los sobrevivió no me consuela de su ausencia. Hoy Borges ha vuelto a ser lo que era cuando yo tenía veinte años: unos libros, una obra.

Cultivó tres géneros: el ensayo, la poesía y el cuento. La división es arbitraria: sus ensayos se leen como cuentos, sus cuentos son poemas y sus poemas nos hacen pensar como si fuesen ensayos. El puente entre ellos es el pensamiento. Por esto, es útil comenzar por el ensayista. Borges fue un temperamento metafísico. De ahí su fascinación por los sistemas idealistas y sus arquitecturas diáfanas: Berkeley, Leibnitz, Spinoza, Bradley, los distintos budismos. También fue una mente de rara lucidez unida a la fantasía de un poeta atraído por el “otro lado” de la realidad; así, no podía sino sonreír ante las construcciones quiméricas de la razón. De ahí el culto que rindió a Hume y a Schopenhauer, a Chuang-Tzu y a Sexto Empírico. Aunque en su juventud lo deslumbraron las opulencias verbales y los laberintos sintácticos de Quevedo y de Browne, no se parece a ellos. Más bien hace pensar en Montaigne, por su escepticismo y su curiosidad universal ya que no por el estilo. También en otro contemporáneo nuestro, hoy un poco olvidado: George Santayana.

A diferencia de Montaigne, no le interesaron demasiado los enigmas morales y psicológicos; tampoco la diversidad de costumbres, hábitos y creencias del animal humano. No lo apasionó la historia ni lo atrajo el estudio de las complejas sociedades humanas. Sus opiniones políticas fueron juicios morales e, incluso, estéticos. Aunque los emitió con valentía y probidad, lo hizo sin comprender verdaderamente lo que pasaba a su alrededor. A veces acertó, por ejemplo, en su oposición al régimen de Perón y su rechazo al socialismo totalitario; otras desbarró y su visita a Chile en plena dictadura militar y sus fáciles epigramas contra la democracia consternaron a sus amigos. Después, se arrepintió. Hay que agregar que siempre, en sus aciertos y en sus errores, fue coherente consigo mismo y honrado. Nunca mintió ni justificó el mal a sabiendas, como lo han hecho muchos de sus enemigos y detractores. Nada más alejado de Borges que la casuística ideológica de nuestros contemporáneos.

Todo esto fue accidental; lo desvelaban otros temas: el tiempo y la eternidad, la identidad y la pluralidad, lo uno y lo otro. Estaba enamorado de las ideas. Un amor contradictorio, corroído por la pluralidad: detrás de las ideas no encontró a la Idea (llámese Dios, Vacuidad o Primer Principo) sino a una nueva y más abismal pluralidad, la de sí mismo. Buscó la Idea y encontró la realidad de un Borges que se disgregaba en sucesivas apariciones. Borges fue siempre el otro Borges desdoblado en otro Borges, hasta el infinito. En su interior pelearon el metafísivo y el escéptico; ganó, en apariencia, el escéptico pero el escepticismo no le dio paz sino que multiplicó los fantasmas metafísicos. El espejo fue su emblema. Emblema abominable: el espejo es la refutación de la metafísica y la condenación del escéptico.

Sus ensayos son memorables, más que por su originalidad, por su diversidad y por su escritura. Humor, sobriedad, agudeza y, de pronto, un disparo insólito. Nadie había escrito así en español. Reyes, su modelo, fue más correcto y fluido, menos preciso y sorprendente. Dijo menos cosas con más palabras; el gran logro de Borges fue decir lo más con lo menos. Pero no exageró: no clava a la frase, como Gracián, con la aguja del ingenio ni convierte al párrafo en un jardín simétrico. Borges sirvió a dos divinidades contrarias: la simplicidad y la extrañeza. Con frecuencia las unió y el resultado fue inolvidable: la naturalidad insólita, la extrañeza familiar. Este acierto, tal vez irrepetible, le da un lugar único en la historia de la literatura del siglo XX. Todavía muy joven, en un poema dedicado al Buenos Aires vario y cambiante de sus pesadillas, define a su estilo: “Mi verso es de interrogación y de prueba, para obedecer lo entrevisto”. La definición abraza también a su prosa. Su obra es un sistema de vasos comunicantes y sus ensayos son arroyos navegables que desembocan con naturalidad en sus poemas y cuentos. Confieso mi preferencia por estos últimos. Sus ensayos me sirven no para comprender al universo ni para comprenderme a mí mismo sino para comprender mejor sus invenciones sorprendentes.

Aunque los asuntos de sus poemas y de sus cuentos son muy variados, su tema es único. Pero antes de tocar este punto, conviene deshacer una confusión: muchos niegan que Borges sea realmente un escritor hispanoamericano. El mismo reproche se hizo al primer Darío y por nadie menos que José Enrique Rodó. Prejuicio no por repetido menos perverso: el escritor es de una tierra y de una sangre pero su obra no puede reducirse a la nación, la raza o la clase. Además, se puede invertir la censura y decir que la obra de Borges, por su transparente perfección y por su nítida arquitectura, es un reproche vivo a la dispersión, la violencia y el desorden del continente latinoamericano. Los europeos se asombraron ante la universalidad de Borges pero ninguno de ellos advirtió que ese cosmopolitismo no era ni podía ser sino el punto de vista de un latinoamericano. La excentricidad de América Latina consiste en ser una excentricidad europea; quiero decir, es otra manera de ser occidental. Una manera no-europea. Dentro y fuera, al mismo tiempo, de la tradición europea, el latinoamericano puede ver a Occidente como una totalidad y no con la visión, fatalmente provinciana, de un francés, un alemán, un inglés o un italiano. Esto lo vio mejor que nadie un mexicano: Jorge Cuesta; y lo realizó en su obra, también mejor que nadie, un argentino: Jorge Luis Borges. El verdadero tema de la discusión no debería ser la ausencia de americanidad de Borges sino aceptar de una vez por todas que su obra expresa una universalidad implícita en América Latina desde su nacimiento.

No fue un nacionalista y, sin embargo, ¿quién sino un argentino habría podido escribir muchos de sus poemas y cuentos? Sufrió también la atracción hacia la América violenta y oscura. La sintió en su manifestación menos heroica y más baja: la riña callejera, el cuchillo del malevo matón y resentido. Extraña dualidad: Berkeley y Juan Iberra, Jacinto Chiclana y Duns Escoto. La ley de la pesantez espiritual también rige la obra de Borges: el macho latinoamericano frente al poeta metafísico Macedonio Fernández. La contradicción que habita sus especulaciones intelectuales y sus ficciones -la disputa entre la metafísica y el escepticismo- reaparece con violencia en el campo de la afectividad. Su admiración por el cuchillo y la espada, por el guerrero y el pendenciero, era tal vez el reflejo de una inclinación innata. En todo caso es un rasgo que aparece una y otra vez en sus escritos. Fue quizá una réplica vital, instintiva, a su escepticismo y a su civilizada tolerancia.

En su vida literaria esta tendencia se expresó como afición por el debate y por la afirmación individualista. En sus comienzos, como casi todos los escritores de su generación, participó en la vanguardia literaria y en sus irreverentes manifestaciones. Más tarde cambió de gustos y de ideas, no de actitudes; dejó de ser ultraísta pero continuó cultivando las salidas de tono, la impertinencia y la insolencia brillante. En su juventud, el blanco habían sido el espíritu tradicional y los lugares comunes de las academias y de los conservadores; en su madurez la respetabilidad cambió de casa y de traje: se volvió juvenil, ideológica y revolucionaria. Borges se burló del nuevo conformismo de los iconoclastas con la misma gracia cruel con que se había mofado del antiguo.

No le dio la espalda a su tiempo y fue valeroso ante las circunstancias de su país y del mundo. Pero era ante todo un escritor y la tradición literaria no le parecía menos viva y presente que la actualidad. Su curiosidad iba, en el tiempo, de los contemporáneos a los antiguos, y, en el espacio, de lo próximo a lo lejano, de la poesía gauchesca a las sagas escandinavas. Muy pronto frecuentó y asimiló con soberana libertad los otros clacisismos que la modernidad ha descubierto, los del Extremo Oriente y los de la India, los árabes y los persas. Pero esta diversidad de lecturas y esta pluralidad de influencias no lo convirtieron en un escritor babélico: no fue confuso ni prolijo sino nítido y conciso. La imaginación es la facultad que asocia y tiende puentes entre un objeto y otro; por esto es la ciencia de las correspondencias. Esta facultad la tuvo Borges en el grado más alto, unida a otra no menos preciosa: la inteligencia para quedarse con lo esencial y podar las vegetaciones parásitas. Su saber no fue el del historiador, el del filólogo o el del crítico; fue un saber de escritor, un saber activo que retiene lo que le es útil y desecha lo demás. Sus admiraciones y sus odios literarios eran profundos y razonados como los de un teólogo y violentos como los de un enamorado. No fue ni imparcial ni justo; no podía serlo: su crítica era el otro brazo, la otra ala, de su fantasía creadora. iFue un buen juez de sí mismo? Lo dudo: sus gustos no siempre coincidieron con su genio ni sus preferencias con su verdadera naturaleza. Borges no se parece a Dante, Whitman, Verlaine sino a Gracián, Coleridge, Valéry, Chesterton. No, me equivoco: Borges se parece, sobre todo, a Borges.

Cultivó las formas tradicionales y, salvo en su juventud, apenas si lo tentaron los cambios y las violentas innovaciones de nuestro siglo. Sus ensayos fueron realmente ensayos; nunca confundió este género, como es ya costumbre,‘con el tratado, la disertación o la tesis. En sus poemas predominó, al principio, el verso libre; después, las formas y los metros canónicos. Como poeta ultraísta fue más bien tímido, sobre todo si se comparan los poemas un tanto lineales de sus primeros libros con las osadas y complejas construcciones de Huidobro y de otros poetas europeos de ese período. No cambió la música del verso español ni trastornó la sintaxis: ni Góngora ni Darío. Tampoco descubrió algún subsuelo o sobrecielo poético, como otros contemporáneos suyos. Sin embargo, sus versos son únicos, inconfundibles: sólo él podía haberlos escrito. Sus mejores versos no son palabras esculpidas: son luces o sombras repentinas, dádivas de las potencias desconocidas, verdaderas iluminaciones.

Sus cuentos son insólitos por la felicidad de su fantasía, no por su forma. Al escribir sus obras de imaginación no se sintió atraído por las aventuras y vértigos verbales de un Joyce, un Celine o un Faulkner. Lúcido casi siempre, no lo arrastró el viento pasional de un Lawrence, que a veces levanta polvaredas y otras despeja de nubes el cielo. A igual distancia de la frase serpentina de Proust y de la telegráfica de Hemingway, su prosa me sorprende por su equilibrio: ni demasiado lacónica ni prolija, ni lánguida ni entrecortada. Virtud y limitación: con esa prosa se puede escribir un cuento, no una novela; se puede dibujar una situación, disparar un epigrama, asir la sombra del instante, no contar una batalla, recrear una pasión, penetrar en un alma. Su originalidad, lo mismo en la prosa que en el verso, no está en la novedad de las ideas y las formas sino en su estilo, seductora alianza de lo más simple y lo más complejo, en sus admirables invenciones y en su visión. Es una visión única no tanto por lo que ve sino por el lugar desde donde ve al mundo y se ve a sí mismo. Un punto de vista más que una visión.

Su amor a las ideas fue extremoso y lo fascinaron muchos absolutos, aunque terminó por descreer en todos. En cambio, como escritor sintió una instintiva desconfianza ante los extremos y casi nunca lo abandonó el sentido de la medida. Lo deslumbraron las desmesuras y las enormidades, las mitologías y cosmologías de la India y de los nórdicos, pero su idea de la perfección literaria fue la de una forma limitada y clara, con un principio y un fin. Pensó que las eternidades y los infinitos caben en una página. Habló con frecuencia de Virgilio y nunca de Horacio; la verdad es que no se parece al primero sino al segundo: jamás escribió ni intentó escribir un poema extenso y se mantuvo siempre dentro de los límites del decoro horaciano. No digo que Borges haya seguido la poética de Horacio sino que su gusto lo llevaba a preferir las formas mesuradas. En su poesía y en su prosa no hay nada ciclópeo.

Fiel a esta estética, observó invariablemente el consejo de Poe: un poema moderno no debe tener más de cincuenta líneas. Curiosa modernidad: casi todos los grandes poemas modernos son poemas extensos. Las obras características del siglo XX -pienso, por ejemplo, en las de Eliot y Pound- están animadas por una ambición: ser las divinas comedias y los paraísos perdidos de nuestra época. La creencia que sustenta a todos estos poemas es la siguiente: la poesía es una visión total del mundo o del drama del hombre en el tiempo. Historia y religión. Dije más arriba que la originalidad de Borges consistía en haber descubierto un punto de vista; por esto, algunos de sus poemas mejores adoptan la forma de comentarios a nuestros clásicos: Homero, Dante, Cervantes. El punto de vista de Borges es su arma infalible: trastorna todos los puntos de vista tradicionales y nos obliga a ver de otra manera las cosas que vemos o los libros que leemos. Algunas de sus ficciones parecen cuentos de Las mil noches y una noche escritos por un lector de Kipling y Chuang Tzu; algunos de sus poemas hacen pensar en un poeta de la Antologia palatina que hubiese sido amigo de Schopenhauer y de Lugones. Practicó los géneros llamados menores -cuentos, poemas breves, sonetos- y es admirable que haya conseguido con ellos lo que otros se propusieron con largos poemas y novelas. La perfección no tiene tamaño. El la alcanzó con frecuencia por la inserción de lo insólito en lo previsto, por la alianza de la forma duda con un punto de vista que, al minar las apariencias, descubre otras. En sus cuentos y en sus poemas Borges interrogó al mundo pero su duda fue creadora y sucitó la aparición de otros mundos y realidades.

Sus cuentos y sus poemas son invenciones de poeta y de metafísico; por esto satisfacen dos de las facultades centrales del hombre: la razón y la fantasía. Es verdad que no provoca la complicidad dé nuestros sentimientos y pasiones, sean las oscuras o las luminosas: piedad, sensualidad cólera, ansia de fraternidad; también lo es que poco o nada nos dicen sobre los misterios de la sangre, el sexo y el apetito de poder. Tal vez la literatura tiene sólo dos temas: uno, el hombre con los hombres, sus semejantes y sus adversarios; otro, el hombre solo frente al universo y frente a sí mismo. El primer tema es el del poeta épico, el dramaturgo y el novelista; el segundo, el del poeta lírico y metafísico. En las obras de Borges no aparece la sociedad humana ni sus complejas y diversas manifestaciones, que van de amor de la pareja solitaria a los grandes hechos colectivos. Sus obras pertenecen a la otra mitad de la literatura y toda; ellas tienen un tema único: el tiempo y nuestras renovadas y estériles tentativas por abolirlo. Las eternidades son paraísos que se convierten en condenas, quimeras que son más reales que la realidad. O quizá debería decir: quimeras que no son menos irreales que la realidad. A través de variaciones prodigiosas y de repeticiones obsesivas, Borges exploró sin cesar ese tema único: el hombre perdido en el laberinto de un tiempo hecho de cambio que son repeticiones, el hombre que se desvanece al contemplarse ante el espejo de la eternidad sin facciones, el hombre que ha encontrado la inmortalidad y que ha vencido la muerte pero no al tiempo ni a la vejez. En los ensayos este tema se resuelve en paradojas y antinomias; en los poemas y los cuentos, en construcciones verbales que tienen la elegancia de un teorema y la gracia de los seres vivos. La discordia entre el metafísico y el escéptico es insoluble pero el poeta hizo con ella transparentes edificios de palabras entretejidas: el tiempo y sus reflejos danzan sobre el espejo de la conciencia atónita. Obras de rara perfección, objetos verbales y mentales construidos conforme a una geometría a un tiempo rigurosa y fantástica, racional y caprichosa, sólida y cristalina. Lo que nos dicen todas esas variaciones del tema único es también algo único: las obras del hombre y el hombre mismo no son sino configuraciones de tiempo evanescente. El lo dijo con lucidez impresionante: “El tiempo es la substancia de que estoy hecho. El tiempo es un río que me arrebata pero yo soy ese río, es un fuego que me consume pero yo soy el fuego”. La misión de la poesía es sacar a la luz lo que está oculto en los repliegues del tiempo. Era necesario que un gran poeta nos recordase que somos juntamente, el arquero, la flecha y el blanco.

Vuelta 117 - México, Agosto de 1986
Cortesía: Ignoria
Foto Paulina Lavista: Octavio Paz, Jorge Luis Borges y María Kodama
en la capilla del Palacio de Minería, en 1981

Fuente : Borges Todo el Año


Sueños y Sombra, Borges y Jung

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Lic. Sergio Herchcovichz

No es la intención de este trabajo realizar un análisis literario acerca de la Obra de Jorge Luis Borges, ni sobre su vida personal; sino presentar al lector una serie de imágenes e ideas que aparecen en los escritos del autor y que se relacionan íntimamente, con algunos presupuestos, aportados por el psiquiatra y psicólogo suizo Carl G. Jung, acerca de lo que sucede en los seres humanos en general y en los poetas en particular.
Quién conozca o haya leído algunos o muchos de los escritos de Borges, habrá notado que ciertas temáticas, que preferiríamos denominar imágenes, se reiteran.

En esta oportunidad nos ocuparemos de algunas de ellas, el Sueño, la Sombra, el Laberinto y el Centro (o Sí Mismo en términos de Jung).

Carl G. Jung luego de tener una estrecha relación con Sigmund Freud como discípulo dentro del movimiento psicoanalítico, comenzó a desarrollar sus propias ideas, siendo algunas de ellas descubiertas en su experiencia terapéutica con sus pacientes y otras a través del contacto y conocimiento de su mundo interno.

Entre otras temáticas aportó las siguientes ideas:

La idea de Inconsciente Colectivo que caracterizó como: "una capa psíquica común a todos los humanos, formada en todos por representaciones similares (que se han concretado a lo largo de las edades en los mitos). No es este producto de experiencias individuales; es innato en nosotros, al igual que el cerebro diferenciado con el que venimos al mundo. Esto equivale simplemente a afirmar que nuestra estructura psíquica, del mismo modo que nuestra anatomía cerebral, lleva en sí las huellas filogenéticas de su lenta y constante edificación, que se ha extendido a lo largo de millones de años. Nacemos, en cierto modo, en un edificio inmemorial que nosotros resucitamos y que se apoya en cimientos milenarios. Hemos recorrido todas las etapas de la escala animal; nuestro cuerpo tiene numerosas supervivencias de ellas: el embrión humano presenta, por ejemplo, todavía branquias; tenemos toda una serie de órganos que no son sino recuerdos ancestrales; en nuestro plan de organización, estamos segmentados como gusanos, de los que poseemos también el sistema nervioso simpático. Así, llevamos en nosotros, en la estructura de nuestro cuerpo y de nuestro sistema nervioso, toda nuestra historia genealógica; ello es cierto también para nuestra alma, que revela asimismo las huellas de su pasado y de su devenir ancestral. Teóricamente, podríamos reconstruir la historia de la humanidad partiendo de nuestra complexión psíquica, pues todo lo que existió una vez está todavía presente y vivo en nosotros. El simpático es algo más que un recuerdo sentimental de una existencia paradisíaca: es un sistema que existe y vive en nosotros, que continúa viviendo, funcionando y trabajando, como lo hacía en tiempos inmemoriales. En la esfera psíquica, el inconsciente colectivo está constituido por un conjunto de supervivencias"

"…Contiene formas antiguas y universales de representación de la humanidad, son tanto sentimiento como pensamiento, son dueñas de algo así como una vida autónoma y por ende similar a almas parciales. Dichas imágenes o configuraciones son los denominados arquetipos. Los arquetipos son el resultado de la acumulación de las experiencias de idéntica naturaleza. Habitualmente se presentan proyectados en objetos, ideas, personas e imágenes en general."

Suelen manifestarse en sueños, fantasías, mitos, cuentos, leyendas y expresiones artísticas.

Dentro del extenso marco de ideas colectivas rescataremos, como mencionamos anteriormente, la imagen del Laberinto y del Centro o Mandala, y observaremos la importancia que los sueños ejercieron sobre Borges en su labor literaria.

Un primer ejemplo de lo mencionado lo encontraremos en el siguiente escrito de Borges denominado "Alguien sueña" Del cual extraemos el siguiente párrafo: "¿Qué habrá soñado el Tiempo hasta ahora, que es, como todos los ahoras, el ápice? Ha soñado la espada, cuyo mejor lugar es el verso. Ha soñado y labrado sentencia, que puede simular la sabiduría. Ha soñado la fe, ha soñado las atroces Cruzadas. Ha soñado a los griegos que descubrieron el diálogo y la duda…"

Y en su última línea sostiene: "…Ha soñado que Alguien lo sueña" O como nos revela en el poema Inferno, V, 129 "Otro libro hará que los hombres, sueños también, los sueñen."

Quizás estos escritos resumen en gran medida aquello que mencionábamos como Inconsciente Colectivo en Jung, un reservorio de ideas, imágenes, sentimientos etc., perteneciente a toda la humanidad, donde el mundo del sueño y el real se confunden y funden.

Los sueños representan para Jung la vía más directa de contacto con los Arquetipos, teniendo en cuenta que consideraba a los sueños como una autorrepresentación espontánea de la situación actual de lo inconsciente expresado de manera simbólica. Pero este modo de expresión no sólo sucede en los sueños, también en la obra de arte poética, donde el autor, dice Jung, tiene un modo visionario de crear, es decir el poeta es instrumento de las expresiones del Inconsciente Colectivo.

Una característica fundamental del Arquetipo es que éste, de algún modo, toma a la persona. Es decir, al pertenecer a un estrato irracional, su modo de expresión es abrupto, sorprendente y abarcativo. Jung señalaba "nosotros no tenemos a los Arquetipos, ellos nos tienen a nosotros" Por su parte Borges indica en el prólogo del libro "Los Conjurados" de 1985: "En este libro hay muchos sueños. Aclaro que son dones de la noche o, más precisamente, del alba, no ficciones deliberadas" Es decir, denota que sus textos son expresiones involuntarias, patrimonio de los sueños y la noche, en términos de Jung: productos del inconsciente. Pasemos a observar ahora la significación simbólica que posee, la imagen del laberinto y denotar cómo se expresa en Borges: En términos generales "el laberinto", es símbolo de un sistema de defensa que anuncia la presencia de algo precioso o sagrado. Tiene la función religiosa de defender contra los asaltos del mal. El centro que protege el laberinto está reservado al iniciado, aquel que a través de las pruebas de iniciación se ha mostrado digno de acceder a la revelación misteriosa. Una vez alcanza el centro, está como consagrado; introducido en los arcanos, está vinculado por el secreto. El laberinto conduce también al interior del sí mismo, hacia una suerte de santuario interior y oculto donde reside lo más misterioso de la persona humana.

Borges lo expresa del siguiente modo en un párrafo de su cuento "La casa de Asterión": "No sólo he imaginado esos juegos; también he meditado sobre la casa. Todas las partes de la casa están muchas veces, cualquier lugar es otro lugar. No hay un aljibe, un patio, un abrevadero, un pesebre; son catorce (son infinitos) los pesebres, abrevaderos, patios, aljibes. La casa es del tamaño del mundo; mejor dicho, es el mundo" El cuento hace referencia al Laberinto de Creta y Asterión o Asterio, que es el nombre del Minotauro. O en el texto El Go (la cifra pag. 87) donde señala: "…agradezco a mis númenes esta revelación de un laberinto que nunca será mío" Númen es el nombre que otorga Jung al componente afectivo y emocional que transmite el arquetipo. El arquetipo no sólo es imagen, también es energía es decir emoción, su carácter numinoso. Esa emoción es la que traslada a Borges al laberinto interior. De igual manera en "El hilo de la fábula" (Los conjurados, pag. 57): "Nuestro hermoso deber es imaginar que hay un laberinto y un hilo. Nunca daremos con el hilo; acaso lo encontramos y lo perdemos en un acto de fe, en una cadencia, en el sueño, en las palabras que se llaman filosofía o en la mera y sencilla felicidad"

Volviendo a la temática del sueño, mencionamos antes como las imágenes son transmisoras de lo más profundo de nuestro psiquísmo, Jung en referencia a la función que cumplen los sueños nos informa: "La función general de los sueños es intentar restablecer nuestro equilibrio psicológico. Eso es lo que llamo el papel complementario (o compensador) de los sueños en nuestra organización psíquica" Qué sucede al respecto en el poeta, siguiendo lo postulado, podríamos afirmar que si su producción es inconsciente, entonces es equivalente al Sueño y por lo tanto cumple la misma función. Ejemplifiquemos lo expuesto en el siguiente párrafo de una poesía de Borges denominada "El sueño":

"…La noche quiere que esta noche olvides tu nombre, tus mayores y tu sangre, cada palabra humana y cada lágrima, lo que pudo enseñarte la vigilia,…"

Jung además señala que el mundo de lo Inconsciente es como otra vida que vivimos, todo ser humano vive en dos mundos al mismo tiempo, el de la consciencia y el vasto mundo inconsciente. Borges por su lado nos señala este mismo aspecto al citar permanentemente la idea de ser soñado por alguien, como ya expusimos en "Alguien sueña" o también en el cuento "Las ruinas circulares" que culmina con la siguiente línea: "Con alivio, con humillación, con terror, comprendió que él también era una apariencia, que otro estaba soñándolo"

El sueño nos conecta con la profundidad, con la eternidad universal inconsciente que nos atraviesa, con lo más íntimo y míticamente sagrado en "La escritura del Dios" Borges señalaba: "No has despertado a la vigilia, sino a un sueño anterior. Ese sueño está dentro de otro, y así hasta lo infinito, que es el número de los granos de arena. El camino que habrás de desandar es interminable y morirás antes de haber despertado realmente"

Otra temática frecuente en la obra de Borges es la imagen de la "Sombra", para Jung la "Sombra" es aquella área de nuestra personalidad que permanece oculta ante los ojos de la conciencia. El espacio personal que resguarda todo aquello que, por razones de adaptación, debimos ocultar al mundo En Borges encontramos al respecto la siguiente alusión en el poema "Son los ríos": "…Somos el vano río prefijado, rumbo a su mar. La Sombra lo ha cercado…"

También en el poema "La joven noche": "…Ya la sombra ha sellado los espejos que copian la ficción de las cosas…" Cuando Jung se refería a la "Sombra" como el componente inferior de la personalidad, destacaba que en ese aspecto quedaba oculto todo aquello que no era conveniente exponer en un momento dado de nuestra vida, o aquellos aspectos que no toleramos en nosotros mismos y que si reconocemos fácilmente en los demás.

Muchos sostienen que el tema de la sombra en Borges tiene relación con su ceguera, pero esto, si bien se observa en alguno de sus escritos, no tienen ese sentido en otros como los mencionados, donde refiere a la Sombra no como la oscuridad, sino como el reflejo de aquello que nos acontece en la vida y que no reconocemos en nosotros. Cuando Borges en su poema Elogio de la Sombra nos menciona:

"…Esta penumbra es lenta y no duele; fluye por un manso declive y se parece a la eternidad. Mis amigos no tienen cara, las mujeres son lo que fueron hace ya tantos años, las esquinas pueden ser otras, no hay letras en las páginas de los libros. Todo esto debería atemorizarme, pero es una dulzura, un regreso…"

Se podría suponer que solo refiere a su penumbra personal, pero el lenguaje simbólico abarca mucho más que la noción exclusivamente personal y nos transporta al mundo universal, al "regreso" como leímos en Borges, un regreso al mundo interno, al mundo de las imágenes, al encuentro consigo mismo al de los arquetipos. Al igual que Edipo que luego de quedarse ciego, se convirtió en sabio, o al de su antecesor Tiresias quién le interpretó el oráculo que convirtió al mismo Edipo en rey, Borges se transforma en un transmisor de imágenes universales internas merced, quizás, a su ceguera. Por eso Carl G. Jung, propuso que el primer paso en el análisis sea atravesar la propia Sombra: "El encuentro con uno mismo, al principio, es el encuentro con la propia Sombra. La Sombra es un pasaje, una puerta estrecha y no hay forma de bajar al pozo profundo sin sufrir el dolor del angostamiento que implica cruzarla".

El poeta (Borges) cruza esa puerta estrecha a través de sus escritos y nos ayuda, a los lectores, a sentir ese pasaje que, nos aturde al comienzo, y nos libera después.

En relación a la creación literaria Jung nos decía: "Todo ser creativo es una dualidad y una síntesis de rasgos paradójicos. Por una parte es personal - humano, por otra constituye un proceso impersonal y creativo""Como persona puede tener caprichos, deseos y fines propios, pero como artista en cambio es "hombre", en un sentido más elevado, un hombre colectivo, portador y conformador del alma inconsciente de la humanidad""Como artista debe entenderse al poeta desde su acto creador."

De allí, que por último, analizaremos un símbolo de frecuente aparición en Borges, el símbolo del Centro o totalidad. Para ello primero explicaremos que significaciones puede tener este símbolo desde la óptica de Jung y atenderemos su manifestación en la obra Borgiana. Jung hizo referencia sobre la aparición frecuente en diferentes personas de una imagen de centralidad que prefirió conceptualizar como Mandala, atendiendo que esta figuración, representa en oriente, un instrumento de contemplación, meditación y de orden. Señaló que es observable sobre todo en los niños y en la esquizofrenia, o en cualquier etapa de desorden o caos interno. Al parecer el Mandala, como Símbolo del Sí mismo, promueve el equilibrio a partir de su orientación central. El Sí mismo para Jung es el centro del campo de toda la psique, una suerte de personalidad de orden interno que regula el equilibrio psíquico; además representa el arquetipo de la totalidad, que reúne características universales y ordenadoras.

¿Cómo se manifiesta este símbolo en Borges? En el poema "Blake" escribe:

"¿Dónde estará la rosa que en tu mano prodiga, sin saberlo, íntimos dones? No en el color, porque la flor es ciega, ni en la dulce fragancia inagotable, ni en el peso de un pétalo. Esas cosas son unos pocos y perdidos ecos. La rosa verdadera está muy lejos. Puede ser un pilar o una batalla o un firmamento de ángeles o un mundo infinito, secreto y necesario, o el júbilo de un dios que no veremos o un planeta de plata en otro cielo o un terrible arquetipo que no tiene la forma de la rosa."

El Símbolo de la rosa, es muy conocido en distintos pueblos y culturas como representación de la totalidad, equivalente a la flor de loto en oriente. En el poema "La trama": nos señala "Las dos son piezas de la trama que abarca el círculo sin principio ni fin…"

Esta analogía está relacionada con lo que los alquimistas denominaban la cuadratura del círculo, o el círculo en el cuadrado, o la representación de aquello que el filosofo alquimista Gerardus Dorneus postulaba como "Unus mundus" o mundo único, un mundo de pura potencia, donde está todo contenido, como en el cuento "El Aleph" donde Borges nos enfrenta con la siguiente escena:

"En la parte inferior del escalón, hacia la derecha, vi una pequeña esfera tornasolada, de casi intolerable fulgor. Al principio la creí giratoria; luego comprendí que ese movimiento era una ilusión producida por los vertiginosos espectáculos que encerraba. El diámetro del Aleph sería de dos o tres centímetros, pero el espacio cósmico estaba ahí, sin disminución de tamaño. Cada cosa (la luna del espejo, digamos) era infinitas cosas, porque yo claramente la veía desde todos los puntos del universo. Vi el populoso mar, vi el alba y la tarde, vi las muchedumbres de América, vi una plateada telaraña en el centro de una negra pirámide, vi un laberinto roto (era Londres), vi interminables ojos inmediatos escrutándose en mí como en un espejo, vi todos los espejos del planeta y ninguno me reflejó, vi en un traspatio de la calle Soler las mismas baldosas que hace treinta años vi en el zaguán de una casa en Fray Bentos, vi racimos, nieve, tabaco, vetas de metal, vapor de agua, vi convexos desiertos ecuatoriales y cada uno de sus granos de arena, vi en Inverness a una mujer que no olvidaré, vi la violenta cabellera, el altivo cuerpo, vi un cáncer de pecho, vi un círculo de tierra seca en una vereda… … vi en el Aleph la tierra, vi mi cara y mis vísceras, vi tu cara, y sentí vértigo y lloré, porque mis ojos habían visto ese objeto secreto y conjetural, cuyo nombre usurpan los hombres, pero que ningún hombre ha mirado: el inconcebible universo."

Allí como en "Las ruinas circulares" (op.cit.), o en "El espejo de tinta", todo el universo aparece concentrado en un punto, esfera, un breve espacio, una "trama" que implica volverse uno con el todo. O como en "La escritura del Dios": "…El éxtasis no repite sus símbolos; hay quien ha visto a Dios en un resplandor, hay quien lo ha percibido en una espada o en los círculos de una rosa. Yo vi una Rueda altísima, que no estaba delante de mis ojos, ni detrás, ni a los lados, sino en todas partes, a un tiempo…"

Ese tiempo... primordial, mítico, inconsciente, tiempo sin tiempo que nos involucra en el presente de nuestra consciencia, y que conecta al poeta, a través de su acto de creación con lo primigenio. A palabras de Jung "Ese volver a sumergirse en el estado primigenio de la Participation Mystique (Participación Mística, concepto de Levy - Bruhl) es el secreto de la creación artística y sus efectos, pues en este nivel de la vivencia ya no es el individuo quien experimenta, sino el pueblo, y ya no se trata allí del bienestar o del dolor del individuo, sino de la vida del pueblo"

Para finalizar cabe señalar que Borges nos invita, a través de su obra, a conectarnos con esa profundidad primitiva y humana cuando las estrellas de la noche nos lleven a sentir la inmensidad y el encuentro con nosotros mismos, como el propio autor nos enseña: "¿Quién serás esta noche en el oscuro sueño, del otro lado de su muro?"

Fuente : Centro Jung de Buenos Aires

Miembros de la C.G. Jung Foundation for Analytical Psychology of New York
Centro de Referencia para la Formación y Difusión del Pensamiento Junguiano en Argentina




Jorge Luis Borges le permitirá a los Robots aprender poesía

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Comment l'écrivain Jorge Luis Borges va permettre d’apprendre la poésie aux robots

Source: Poetry4Robots

Un proyecto creado en colaboración entre varios centros de investigación de Estados Unidos, lanzado en mayo, tiene como objetivo enseñar a las máquinas a entender y apreciar la poesía y, por qué no, convertirse a sí mismos en poetas inspirados.

Como dice el sitio Motherboard, el principio de Poetry4Robots se inspira directamente en conferencias dadas por el escritor y poeta surrealista Jorge Luis Borges de la Argentina en Harvard a finales de 1960 Borges habló de metáforas en la literatura y la poesía.

Ir a Jorge Luis Borges’ 1967 Norton Lectures On Poetry (And Everything Else Literary) Harvard :



Un projet monté en collaboration entre plusieurs centres de recherche américains, lancé en mai, a l’ambition d’apprendre aux machines à comprendre et apprécier la poésie et, pourquoi pas, à devenir elles-mêmes des poètes inspirés.

Comme le raconte le site Motherboard, le principe de Poetry4Robots s’inspire directement de conférences prononcées par l’écrivain et poète argentin surréaliste Jorge Luis Borges à Harvard à la fin des années 1960. Borges y parlait des métaphores dans la littérature et la poésie. Il définissait la métaphore comme «une identification volontaire entre deux concepts différents ou plus, par le moyen de l’émotion» et affirmait que le nombre de connexions possibles entre des concepts et des émotions était limité. L’exemple classique étant la correspondance entre un œil et une étoile –rappelons la remarque célèbre attribuée à Gérard de Nerval: «Le premier qui compara la femme à une rose était un poète, le second un imbécile.»

Les machines apprennent grâce aux métadonnées que nous associons pour elles à des objets et, jusqu’à présent, ces métadonnées étaient littérales, elles n’avaient rien de métaphorique. Conséquence: quand vous êtes à la recherche d’une photo d’un coucher de soleil en bord de mer sur une banque d’image en ligne, vous avez intérêt à entrer les termes «coucher soleil bord de mer» pour obtenir des résultats satisfaisants. Avec des métadonnées plus poétiques et métaphoriques, chercher en fonction des évocations associées à ce type de paysage donnerait des réponses pertinentes dans la mesure où les machines auraient intégré ces associations.

Lors d’une première étape lancée en mai, les internautes vont pouvoir écrire des poèmes inspirés par les 120 images mises en ligne sur le site du projet. Ces éléments deviendront des métadonnées associées aux différentes images. En septembre, l’équipe présentera ses résultats et testera dans un deuxième temps la capacité des machines à écrire elles-mêmes leurs propres recueils de poèmes.

Ir a Poetry4robots :


Fuente :Slate - France


ENCUENTRO DESCONOCIDO CON JORGE LUIS BORGES

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Pablo R. Bedrossian

“Los católicos (léase los católicos argentinos) creen en un mundo ultraterreno, pero he notado que no se interesan en él. Conmigo ocurre lo contrario: me interesa y no creo”

Jorge Luis Borges


10 de septiembre de 1984.

–  ¡Hola! Con Jorge Luis Borges, por favor.

–  Borges habla.

–  Mucho gusto. Soy un joven lector que desea  conocerlo.

–  ¿Tendría Ud. Inconveniente en acompañarme a dar  un paseo? El médico me recomendó caminar treinta cuadras por día.

–  Cómo no.

–  Véngase que lo espero.

De inmediato me dirigí a su departamento ubicado en la calle  Maipú 994, 6o piso, departamento B, a pocos metros de la plaza San Martín, en el corazón de Buenos Aires.

Cuando llegué estaba desayunando. En el saludo reconocí la  voz trémula y pausada que tantas veces había oído por radio o por televisión, y que aquella mañana me había respondido por teléfono.

Frente a mí estaba un anciano ciego sumamente cortés y de gestos sencillos. Las arrugas sobre la frente rosada delataban el paso de los  años. No sin asombro advertí que ese hombre era parte de la historia del país,  que era el símbolo por excelencia de las Letras argentinas y que, además, era  el creador de una obra tan sublime que ya no le pertenecía: se había hecho  universal y, en consecuencia, pertenecía a todos los hombres.

Un corresponsal  de la agencia de noticias ANSA lo entrevistaba debido a la proximidad de un viaje a Italia. Aproveché para observar la apacible habitación. Había una vasta
biblioteca ocupada por los voluminosos tomos de una antigua enciclopedia en castellano, otras cuyos anaqueles estaban poblados por obras en inglés, francés y alemán, y en un rincón, una tercera, con títulos en los mismos idiomas. El cuarto no presentaba una ornamentación excesiva; sólo algunos cuadros con imágenes de sus antepasados o de contenido fantástico y unos pocos de los  premios recibidos.

El periodista al despedirse dijo:

–  En Roma nos vemos con el “Polaco” (en alusión a  Karol Wojtyla, el papa Juan Pablo II).

–  Está equivocado. No pienso ir a verlo… Debo ser
el único.

–  Yo tampoco iría a verlo.

Mi intervención los sorprendió. Borges preguntó:

–  ¿Por qué?

–  No soy católico. Soy cristiano y asisto a una iglesia evangélica.

–  ¿A cuál?

–  A una bautista.

–  ¿Ud. sabe? Tenía una abuela protestante. Un bisabuelo mío era pastor metodista. Además -refiriéndose a la iglesia  católica-, eso de la salvación por las obras nunca lo entendí.

Luego entró una mujer de aspecto europeo  y le entregó la traducción de uno de sus
libros a una lengua nórdica. Finalmente iniciamos la caminata.

Con Borges por la calle  Florida

Una mañana luminosa nos encontró caminando por la calle  Florida. Mientras con su mano derecha se aferraba a un pintoresco bastón que le  habían regalado en la provincia de Misiones, con su brazo izquierdo se tomó  fuertemente de mi brazo derecho.

–  Téngame fuerte –me dijo- que ando medio  “tembleque”.

–  Don Jorge…

–  Por favor, llámeme Borges.

–  Borges, cuántos personajes vivirán dentro suyo.

–  Se equivoca. Soy yo en diversos estados de  ánimo. Pero, joven, hábleme de su iglesia.

Aunque  sabía de su dilatado interés en todo lo atinente al terreno teológico, la
insistencia me sorprendió. Más aún cuando recién iniciábamos el diálogo.

–  Mire, nosotros no creemos en una religión sino en una persona: Jesucristo.

Allí mismo le hablé del amor de Dios, del arrepentimiento y la fe.

–  Y Ud., Borges, ¿en qué cree?

–  Bueno, yo soy ateo.

–  Déjeme preguntarle de otro modo. ¿Cree en una vida eterna?

–  No.

–  ¿Cree en la resurrección de Jesucristo?

–  Tampoco

–  ¿Y en Jesucristo como ser histórico?

–  Desde luego. Si no, tendría que pensar que los cuatro más grandes escritores de la antigüedad fueron cuatro novelistas.

Conocía muy bien su obra y jamás había leído o escuchado de él esta sentencia. Ambos sonreímos. Obviamente la novela era un género desconocido en dicha época.

Entre tanto la gente se detenía para mirarnos o saludarlo. Un joven fotógrafo comenzó a disparar su cámara insistentemente. Borges le preguntó a qué medio pertenecía. Cuando respondió “Editorial Atlántida”, el anciano comenzó a lanzar furibundos bastonazos ante
el asombro del fotógrafo que huyó raudamente. No sin amargura declaró.

–  Son unos estafadores.

La charla fue progresando por diversos caminos. Hablamos de los pueblos: La cortesía de los japoneses, el sufrimiento de los armenios y los problemas argentinos, abordando, por supuesto, la cuestión política. Cuestionó fuertemente a Ernesto Sábato por integrar la CONADEP.

–  ¿No es revulsivo meterse en algo así?

Pero una y otra vez volvíamos al tema del evangelio. Allí  mismo le relaté mi experiencia de fe.

–  Pero, Ud., joven, no se convirtió en ese  momento.

–  ¿Cómo?

–  Pienso que en realidad fue un proceso.

–  Sin embargo -le aclaré-, lo esencial es que en  ese momento tuve conciencia: En ese instante comprendí lo que Cristo había  hecho por mí.

Nuestra conversación iba adquiriendo un sentido  trascendente.

–  ¿Sabe, Borges? Platón dijo: “Fácilmente perdonamos a un niño que le teme a la oscuridad. La gran tragedia de la vida es  que los hombres le temen a la luz”.

–  ¡Qué lindo!

–  Pero Schweitzer dice algo más terrible al respecto: “La gran tragedia de la vida es lo que muere dentro del hombre mientras él vive todavía”.

–  Es cierto. ¿Sabe? Yo ahora hago todas las cosas  como si fueran la última vez. Cada acto es una despedida.

Hombres y mujeres que se acercaban para expresarle su cariño interrumpieron nuestro diálogo infinidad de veces. Una señora mayora exclamó emocionada:

–  ¡Maestro! ¡Maestro!

–  No me llame maestro. Maestros son los clásicos.  A mí llámeme simplemente Borges.

Al mencionarle el alto afecto de la gente, y en tono de confidencia para exagerar el sarcasmo dijo:

–  Es un secreto. Contraté a una agencia de publicidad. Por favor, no se lo cuente a nadie.

–  ¿No se cansa de atender a tanta gente?

–  Me parece -confesó en con resignación- que a la  agencia de publicidad le pagué demasiado…

Los libros y la memoria

Llegamos a “El Ateneo”. En la distinguida librería recibieron a Borges como un prócer o mito viviente. Nos rodeó una veintena de empleados que lo saludaron con esmerado respeto. Borges quería un libro de sonetos de Enrique Banchs para una antología que estaba preparando.  Aproveché para regalárselo y, con una desvergüenza propia de un alucinado, le escribí una dedicatoria.

Emprendimos el regreso subiendo por la avenida Corrientes y luego por la calle Maipú. Los temas de conversación eran variados y sus opiniones los hacían interesantes. Hablamos de Emerson y Withman, de la cultura universal y la nacional, de libros y editores, del Buenos Aires antiguo, de algunos de sus cuentos. Al pasar por la esquina de Maipú y Tucumán dijo:

–  Yo nací a dos cuadras de aquí. En ese entonces no había casa de altos.

–  En sus libros, Ud. manifiesta un amor muy grande por la vieja ciudad y un conocimiento profundo de la vida en las orillas y en  los arrabales.

–  Sí. La secta del coraje. Eso era anterior a la Ley Sáenz Peña. Los cuchilleros que nombro eran hombres de caudillos conservadores. Entre la ex Penitenciería de la avenida Las Heras, la Recoleta y el río había una zona brava denominada Tierra del Fuego. También del otro lado del arroyo Maldonado, a la altura de Coghlan y Saavedra, había otro territorio que los malevos llamaban la Siberia.

–  Recién nombró la Recoleta. La menciona  frecuentemente en sus poemas. ¿Tanto le gusta?

–  No crea. El otro día fui a caminar por el cementerio. Allí descansan los restos de mis padres. En ese momento pensé: ‘si mis padres están en algún lugar seguro que no es en este sitio donde todo es polvo y corrupción’.

–  Borges, Ud. cree en Dios.

–  No, yo soy ateo.

–  Sin embargo, Ud. vive perseguido por la idea de Dios. Es una obsesión que revela en casi todos sus cuentos. La cuestión es que no basta con creer. Eso no le sirve de nada si no hay una experiencia de fe, una entrega,

Llegamos a su casa. Me hizo pasar nuevamente antes de la despedida.

– Cuando quiera, vuelva a llamarme.

Lo miré por última vez como quien mira un recuerdo antiguo, próximo y querido. Me fui pensando en aquel escriba del que Jesús dijo que no estaba lejos del reino de Dios, y me pregunté si, aún en el ocaso de su vida, Borges se animaría a entrar.

Epílogo

Publiqué este diálogo en El Expositor Bautista de agosto de 1986. Borges había muerto en Ginebra en junio de ese año. Cuando nos encontramos él tenía 85 años, y yo apenas 25.

En esta edición 2011 agregué al texto original algunas notas que recuperé de mi diario, sabiendo que otras que se habrán perdido para siempre. Sin embargo, quiero rescatar algunos detalles. Omití mencionar, por ejemplo, que antes de salir a caminar Borges desayunó, luego se fue afeitar, y que inició nuestro diálogo sentado en su sillón. También que cada vez  le hablaba de su obra se mostraba esquivo, pero cuando mencionaba la de otros se conmovía.

La frase más extraordinaria, y que no he encontrado en ninguna de sus obras ni en sus declaraciones, es la referida a los evangelistas (los autores de los  evangelios).

Lo que presento es la  médula del encuentro y el epígrafe con que la encabezo se encuentra en su ensayo “Leslie D. Weatherhead: After Death”, en su libro “Discusión”, incluido en las “Obras Completas 1923-1972″, 1974, 13ª impresión (1983), pg.282.

Adición del 4 de diciembre de 2011

En el relato omití una sabrosa observación de Jorge Luis Borges.

– ¡Qué pobreza la de esos escritores que usan malas palabras como “boludo” o “mierda” para llamar la atención!

Nunca leí de Borges una palabra vulgar, aunque sea en tono de crítica. Obviamente las conocía y las despreciaba.

Fuente : Pablo Bedrossian


Borges en Paraná

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Borges en nuestros pagos

Por Rubén Bourlot

Publicado originalmente en la revista Orillas

Paraná tuvo en varias oportunidades la visita de Jorge Luis Borges, en un aparente  retorno a sus antiguas raíces. Por la venas del autor del Aleph corría sangre tagüé mezclada con  torrentes de estirpe anglosajona. Su abuelo, el coronel Francisco Borges anduvo por Entre Ríos en la época de las rebeliones jordanistas y aquí se casó con Frances Ann Haslam y de esa unión nació su padre, en 1874, Jorge Guillermo Borges. De ente último es la novela El Caudillo, que  transcurre en el ambiente de las guerras civiles provinciales.

Es por ello que en la frondosa literatura borgeana se cuelan personajes entrerrianos, sables, cuchillos y tacuaras. De sus primeras escrituras, de su etapa irigoyenista y prologuista de Jauretche, son sus relatos amigables con esos paisanos que frecuentó su padre, que luego abandonó con el paso del tiempo, prefiriendo los compadritos orilleros de Buenos Aires. Por otra parte, la amistad de Borges con los entrerrianos Evaristo Carriego (Carrieguito) y Carlos Mastronardi es bien conocida.

En los años 50

En la década de 1950, apabullado por las turbas peronistas, por la irrupción de personajes orilleros de carne y hueso, nuestro escritor laureado arriba a Paraná en una visita más o menos clandestina. Cuenta Iris Estela Longo que Beatriz Boch “evoca una casi ignorada visita de Jorge Luis Borges a Paraná en tiempos difíciles (1952, época peronista), para dictar una conferencia, que contó con un público discreto en cuanto al número, pero no distante. Lo fue a buscar al Plaza Hotel, y mientras caminaban por calle San Martín, D. Jorge Luis le confió que nunca había imaginado que alguna vez saldría a pronunciar conferencias (confesión que años más tarde comentarían varios de sus biógrafos). Finalizada la conferencia, muy pocos se animaron a cenar con él en el modesto restaurante de la Sociedad Italiana, frente a la Plaza Alvear. Eran cuatro o cinco -puntualiza-; entre ellos el ex gobernador Raúl Uranga. Al otro día, alternó con Juan L. Ortiz y Julio H. Meirama, quien lo condujo en su automóvil hasta la estación del ferrocarril, desde donde viajaría hasta Gualeguay. A Beatriz Bosch se le iluminan los ojos cuando rememora que le llevó a la estación un ejemplar de la primera edición de Historia Universal de la Infamia, para que se lo autografiara. Ninguno de los cuatro contaba con una lapicera para el caso. ‘No sé de dónde Borges sacó un cabito de lapicera (tal vez se lo daría Meirama) y grabó fuertemente los caracteres: ‘A.B.B. con la amistad del antiguo entrerriano J.L. Borges, 1952’ (lo de “entrerriano”, dice, era por el recuerdo de su padre, nacido en Paraná en 1874)”.

En los años 60



 Firma de Borges sobre la pared de un local de Paraná

Una década después, el 29 de julio de 1963, El Diario de Paraná publica una foto del autor de Libro de arena para ilustrar una breve nota donde informa sobre su “visita a la redacción después de pronunciar la magnífica conferencia en el Colegio de Escribanos y bajo el patrocinio de la Asociación Mariano Moreno”. No abundan testimonios periodísticos sobre la repercusión que tuvo el acontecimiento. De esta visita sí quedó estampada su firma en el local donde Élida Guzmán editaba la revista Orquídeas, ubicado sobre calle Laprida casi San Martín.

Más ecos periodísticos tuvo su visita de 1969 cuando el laureado y sempiterno candidato al premio Nobel fue convocado en el marco de un ciclo organizado por una conocida compañía fabricante de máquinas de escribir. Borges habló sobre el tema “El tiempo y los libros” en el auditorio del Instituto del Seguro.

Previamente a la disertación mantuvo una entrevista con periodistas de El Diario. Entre otras consideraciones, manifestó que “cuando escribo pienso fundamentalmente en mis amigos, aunque naturalmente me place, obviamente, que el público en general pueda acoger con satisfacción y agrado mis obras”. En otro segmento de su diálogo periodístico consideró que “el escritor no debe mostrar preocupación alguna por ser contemporáneo, porque ya lo es por naturaleza. Recuerdo a propósito, que cuando yo era joven quería ser moderno, porque creía descubiertos el pasado y el porvenir. Estoy seguro que perdía así toda autenticidad. Ahora escribo, en cambio, con libertad y comodidad; me abandono a la práctica fácil del oficio (…)”. Más adelante sostiene que “la influencia de Groussac y Alfonso Reyes y la frecuentación de la literatura inglesa (…) me han ayudado a simplificar la elaboración de mis conceptos. Antes, creo que por ser un mal lector de los clásicos españoles y de la obra de Leopoldo Lugones, me incliné a un barroquismo que luego presentí que usaba en mis primeras páginas para evitar, quizás, que se descubriera mi propia simpleza (…)”


 El diario aporta datos sobre las actividades del escritor en ese momento: profesor de Literatura Inglesa desde 1955 y actualmente a cargo de un seminario de poesía anglosajona en la Asociación Argentina de Cultura Inglesa.

Al final de la entrevista, el cronista agrega que el diálogo termina “no porque se agote el tema, ni porque Borges lo pida. Sólo es la hora del almuerzo. ‘Y comer es una necesidad natural que debemos cumplir. Como escribir – dice Borges -, sin que nadie nos lo imponga y sin motivaciones especiales”

Cuenta Adolfo Golz,  presente en la conferencia,  un acontecimiento curioso: dice que al momento de comenzar la alocución el micrófono se “empacó” y no hubo manera de arreglarlo por lo que el escritor la emprendió a viva voz, pero la mala acústica del lugar que se sumó a la deficiente dicción del disertante convirtieron la charla en ininteligible. No obstante los concurrentes a la salida, en los corrillos, comentaban: “qué bueno, qué interesante conferencia…”

Acompaña la nota de El Diario una foto que muestra a Borges departiendo con el cronista de El Diario, Carlos Lerena y el presentador Marcos Rosemberg.

Años después, nos informa Roberto Romani en su libro Hermanos de Patria y Cielo, el ya veterano escritor arribó a Gualeguay con motivo del traslado de los restos de su amigo Carlos Mastronardi. 

Corría 1982 y se cumplía seis años de la muerte del autor de Luz de provincia, era junio y el cementerio gualeyo temblaba con la brisa fría que lo atravesaba. Y ahí estaban firmes para brindarle el merecido homenaje Borges, Héctor Izaguirre, Juan José Manauta, Roberto Beracochea, Juan María Gianello y Armando Freyre, entre otros.

Fuentes:

Testimonio de Adolfo Golz, Paraná.

El Diario, Paraná: 29-07-1963 y 15-08-1969

Romani, Roberto, Hermanos de patria y cielo, Ed. Del Clé, Nogoyá, 1013.

Longo, Iris Estela, La herencia entrerriana en Borges, en Espéculo, revista digital, Nº 35, marzo – junio, 2007


Fuente : La solapa enterriana


La herencia entrerriana en Borges

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Iris Estela Longo

Frente a la impresionante diversidad de temas que desde hace décadas vienen acumulándose en torno al universo de Jorge Luis Borges, nos atrae la posibilidad de fundamentar la ligazón, consciente o no, que mantuvo el escritor con la provincia de Entre Ríos. Sin desconocer que esa coordenada imaginaria ya ha sido indagada suficientemente en lo que atañe a sus antepasados, entre otros por Alejandro Vaccaro, quien en su ensayo titulado Georgie (Una vida de Jorge Luis Borges). 1899-1930,[1] reunió interesantes datos sobre el bisabuelo inglés, Edward Young Haslam, y sus hijas Carolina y Frances Ann, referidos al período en que los tres vivieron en Paraná.

Por entender que la temática no ha sido agotada, nos proponemos el rastreo de los otros hilos, a nuestro juicio generosos y significativos, que unen la vida y obra de Jorge Luis Borges con la tierra natal de su padre.


1. LA NOVELA DEL PADRE

El interés de Borges por Entre Ríos era inevitable. Se trataba nada menos que de la comarca donde su abuela Frances Ann Haslam se enamoró del coronel Francisco Borges, y donde nació su padre, Jorge Guillermo Borges. De manera que el niño creció entre relatos familiares que girarían no pocas veces en torno a personas, sucesos y lecturas vinculados con esa provincia. Jorge Guillermo, de quien Jorge Luis heredó seguramente el sentido del humor, intentaba explicarle a su madre, “una respetable señora inglesa”, que, a pesar de haber nacido en Entre Ríos, él fue engendrado en la pampa. Sin embargo, tanto se compenetró con el ambiente entrerriano, que lo eligió como escenario de su primera y única novela, El Caudillo. Por su parte, Leonor Acevedo contaba que entre sus primeras letras estaba “El nido de Cóndores”, de Olegario Víctor Andrade, y solía recitar el poema íntegramente.

A propósito de la novela de Jorge Guillermo Borges, publicada en Palma de Mallorca en 1921 y reeditada por la Academia Argentina de Letras en 1980, nos llamó la atención que en el excelente prólogo de Alicia Jurado a esta segunda edición, no se mencionara al regionalista entrerriano Martiniano Leguizamón, ni a su novela Montaraz, publicada en 1900, con prólogo de Roberto J. Payró, y reeditada por sexta vez en 2.000, al cumplirse el centenario de su aparición. Es posible que la prologuista no hubiera leído el libro de Leguizamón, pero salta a la vista que tanto el autor de El Caudillo como su hijo, conocían la obra del entrerriano: su nombre y condición de regionalista figuran en el ensayo Evaristo Carriego, que Jorge Luis publicó en 1930. Al recordar que Carriego era, de generaciones atrás, entrerriano, reflexionó que “una dulzura sin pudor tipifica las más deliciosas páginas de Leguizamón, de Elías Regules y de Silva Valdés” (OC 114), páginas que incluye en el criollismo romántico típico de los modos literarios de la época. Se nos ocurre que del cotejo de ambas obras surgen evidentes analogías; verbigracia, el hecho de que Montaraz recree un período de nuestra historia que conocemos imperfectamente: la lucha entre los caudillos y sus temerarias montoneras en el Siglo XIX, década del 20, y que en EL Caudillo la acción se ubique hacia 1870, con expresa referencia al asesinato de Urquiza: “Mi padre -dice Borges­- escribió su novela, que evocaba los viejos tiempos de la guerra civil de la década de 1870, en su Entre Ríos natal” (Autobiografía 28). La temática de la narración es de cuño romántico, así como su final trágico y la inclusión del costumbrismo. Las dos parejas protagónicas responden a los moldes heredados de aquella escuela literaria: Apolinario Silva, el héroe de Montaraz, y Carlos Dubois, el de El Caudillo, son dos jóvenes apuestos, de piel morena, ojos claros y cabello oscuro; cierta melancolía de sus rostros denuncia en ellos una infancia desdichada: uno creció sin la cercanía de la madre, el otro no la conoció. En lo que concierne a las heroínas, Malena, la novia del montaraz, y Marisabel, la enamorada de Dubois, son dos muchachas en plenitud, de rostro moreno, ojos negros y brillantes y mirada soñadora, con profundas ansias de vivir y amar; las dos sufren una muerte violenta, y es en estos momentos cuando el relato alcanza su mayor fuerza dramática. En cambio, si el estilo de Montaraz se prodiga en adjetivaciones y descripciones subjetivas, el de El Caudillo, más sencillo y directo, acusa la evolución beneficiosa que experimentó la expresión escrita al cabo de los veinte años transcurridos entre una y otra obra. Pero a ambos novelistas los acerca el propósito de testimoniar una época conflictiva en la región litoraleña.

La novela El Caudillo fue motivo de tiernas referencias en la Autobiografía de Jorge Luis; recordó que, antes de morir, su padre le dijo que le gustaría mucho que se la reescribiera de una manera sencilla, y eliminara “los pasajes grandilocuentes y floridos” (52). Fue un proyecto que el hijo mantuvo pendiente durante mucho tiempo: “...Me gusta pensar en esa tarea como un diálogo que no se ha interrumpido y una colaboración muy real”(152).



2. EL “ANTIGUO ENTRERRIANO”

Lo que sigue pertenece a los recuerdos de la historiadora entrerriana Beatriz Bosch, autora de Urquiza y su Tiempo, expuestos en más de una oportunidad, en entrevistas y también ante quien esto escribe. Ella evoca una casi ignorada visita de Jorge Luis Borges a Paraná en tiempos difíciles (1952, época peronista), para dictar una conferencia, que contó con un público discreto en cuanto al número, pero distante (después vino dos o tres veces más, y las largas filas para oírlo abarcaban dos cuadras). Lo fue a buscar al Plaza Hotel, y mientras caminaban por calle San Martín, D. Jorge Luis le confió que nunca había imaginado que alguna vez saldría a pronunciar conferencias ( confesión que años más tarde comentarían varios de sus biógrafos). Finalizada la conferencia, muy pocos se animaron a cenar con él en el modesto restaurante de la Sociedad Italiana, frente a la Plaza Alvear. Eran cuatro o cinco -puntualiza-; entre ellos el ex gobernador Raúl Uranga. Al otro día, alternó con Juan L. Ortiz y Julio H. Meirama, quien lo condujo en su automóvil hasta la estación del ferrocarril, desde donde viajaría hasta Gualeguay. A Beatriz Bosch se le iluminan los ojos cuando rememora que le llevó a la estación un ejemplar de la primera edición de Historia Universal de la Infamia, para que se lo autografiara. Ninguno de los cuatro contaba con una lapicera para el caso. “No sé de dónde Borges sacó un cabito de lapicera (tal vez se lo daría Meirama) y grabó fuertemente los caracteres: “A.B.B. con la amistad del antiguo entrerriano J.L. Borges, 1952”. Después, ya en su casa, ella le pasó la tinta ( lo de “entrerriano”, dice, era por el recuerdo de su padre, nacido en Paraná en 1874).



3. LA LLANURA, LIBERTAD Y CORAJE

Ya el bisabuelo inglés, Edward Young Haslam, había hecho justicia al encanto de Paraná y sus alrededores, en los textos que publicó en el periódico The Southern Cross en 1876, y que Vaccaro incluyó en el libro citado. Al señalar en “Noticias desde una tierra feliz”, la formación geológica con marcas distintivas del lugar, destacó “el rostro liso de la naturaleza, brillando con toda su belleza de follajes lujuriosos y pastos verdes recorridos por un río plateado” (411). También impresionó este paisaje a Jorge Guillermo, quien alabó en El Caudillo “la llanura de tomillo tierno, que rozaba el espejo de las aguas y tajamares, morada del junco y de las garzas y patos reales” (65). Como es de imaginar, tal geografía, signada por espacios sin límites, encontró entusiasta acogida en la temática de Jorge Luis.

Tanto Alicia Jurado como Ana María Barrenechea señalaron la asociación de ideas que hacía Borges entre las palabras “libertad” y “llanura.[2] Inagotable, infinito, desaforado, incesante y vertiginoso, fueron algunos de los adjetivos con que éste calificó los espacios amplios, entre los cuales incluyó a la llanura de la provincia de Entre Ríos, por más que en su relieve, conformado por los movimientos tectónicos que en lejanas épocas levantaron discretamente el suelo en el litoral argentino y lo elevaron por sobre el nivel de la pampa, se destaquen las “cuchillas” o lomadas embellecedoras de su paisaje. Consecuencia de esa asociación resultan los numerosos pasajes de su obra en que aparece el tema de la llanura, ya descripta, ya vinculada a las peripecias de los protagonistas, en ocasiones junto a lo entrerriano. En el cuento “El Sur”, Juan Dalhmann, pese a que se dirige a su estancia en el Sur, encontró, en el almacén que alguna vez había sido punzó, a un hombre “como fuera del tiempo” que le recordó, por su vestimenta, algunas discusiones con “gente de los partidos del Norte o con entrerrianos” (OC 528). Y la palabra llanura es la que elige para el cierre del cuento. Allí abandona a sus personajes, en el espacio incesante donde la soledad y el silencio presagian la tragedia futura. Reflexiona en “El muerto” que, así como los hombres de otras naciones veneran y presienten el mar, él (“el hombre que entreteje estos símbolos”), ansía la llanura inagotable que resuena bajo los cascos; Otálora arriba a una estancia perdida de la interminable llanura, un ámbito sin determinar; luego, un jinete sombrío, el capanga o guardaespaldas de Azevedo Bandeira que habrá de matar a Otálora, llega desde las cuchillas. Y tal vez la gravitación que esa topografía cobró en sus preferencias temáticas, lo decidió a otorgarle a un entrerriano el protagonismo de su cuento “La otra muerte” (571). En efecto: el amigo Gannon le escribe desde Gualeguaychú, y lo anoticia de la muerte de Pedro Damián, de quien el narrador aclara que era entrerriano, de Gualeguay, y había combatido en Masoller, a las órdenes de Aparicio Saravia; los últimos años los pasó en un puesto ubicado a dos leguas del Ñancay. Según la versión del coronel Dionisio Tabares, Damián había flaqueado en Masoller, pero la del doctor Amaro, de Paysandú, que militó igualmente en la revolución de Saravia, es totalmente opuesta: “Pedro Damián murió como querría morir cualquier hombre. (...) Tan valiente, y no había cumplido veinte años. (...)...también gritó ¡Viva Urquiza!” ( 573). Para el creador de otra conjetura, Ulrike von Kühlmann, Pedro Damián “pereció en la batalla, y en la hora de su muerte suplicó a Dios que lo hiciera volver a Entre Ríos” (574).

La referencia a lo entrerriano se reitera en otros cuentos: Santiago Fischbein, de “El indigno”, es entrerriano, de Urdinarrain ( 1029); Clementina Juárez, la madre de Rosendo Juárez, de “Historia de Rosendo Juárez”, solía hablar “de sus allegados en Concepción del Uruguay” (1034); la heroína de “La señora mayor” “seguía abominando de Artigas, de Rosas y de Urquiza” ( 1049); en “El estupor”, la familia de Moritán, que murió cuando él era muy chico, parece “que era de Entre Ríos” ( 1127).



4. GAUCHOS, CAUDILLOS, GENERALES

Ramírez y López Jordán hacen frecuentes apariciones en sus escritos. Infaltables al contar anécdotas, apoyadas principalmente en la tradición oral de la familia:

A fines de 1870, fuerzas de López Jordán comandadas por un gaucho a quien le decían “El Chumbiao” cercaron la ciudad de Paraná.(...) ...los montoneros lograron atravesar la defensa y dieron, a caballo, toda la vuelta a la plaza central, golpeándose la boca y burlándose. Luego, entre pifias y silbidos, se fueron. La guerra no era para ellos la ejecución coherente de un plan sino un juego de hombría. ( OC 152).

Entre sus milongas, dos se ocupan de conocidos entrerrianos: uno, Francisco Ramírez: “

¿Quién dirá de quiénes fueron
Esas lanzas enemigas
Que irá desgastando el tiempo
Si de Ramírez o Artigas?
       “Milonga para los orientales”( Para las seis cuerdas, 967)

El otro, Calandria, protagonista también de la comedia criolla del mismo nombre, compuesta por cuadros de costumbres muy entrerrianos, que Martiniano Leguizamón publicó en 1898, aunque se estrenó dos años antes.[3] Ambos escritores retratan a Calan-dria, pero en la pluma de Leguizamón el matrero se redime por el amor;[4] la visión de Borges es realista, acata la versión primitiva, la leyenda del matrero hábil para el manejo del acero:

Servando Cardoso el nombre
Y Ño Calandria el apodo,
No lo sabrán olvidar
Los años que olvidan todo.
(...) Siempre la selva y el duelo,
Pecho a pecho y cara a cara,
Vivió matando y huyendo,
Vivió como si soñara.
          (“Milonga de Calandria”, 971-972).

En la segunda edición (1955) de Evaristo Carriego, entre las Páginas Complementarias se encuentra “El desafío”, un relato de Borges hecho de historia y de leyenda, que a su juicio prueba el culto del coraje; además se incluyen dos cartas recibidas a raíz de la publicación de “El desafío” en La Nación del 28 de diciembre de 1952. A una de ellas, datada en la ciudad entrerriana de Concepción del Uruguay, la firma el Sr. Ernesto T. Marcó, quien le hace conocer al escritor un hecho similar ocurrido en el Saladero San José, próximo a Gualeguay, protagonizado por un negro del personal del Saladero, hábil en el manejo del facón, y el paisano que un día llegó para probarse con él (169-170).

Al referirse a los gauchos en Elogio de la Sombra, Borges niega que éstos hubieran dado a la historia un solo caudillo: “Fueron hombres de López, de Ramírez, de Artigas, de Bustos, de Pedro Campbell, de Urquiza,, de aquel Ricardo López Jordán que hizo matar a Urquiza, de Peñaloza y de Saravia” (1001). Barrenechea registró que la montonera entrerriana figura en dos versos de los cinco poemas que dedicó a su abuelo paterno: “...la montonera jordanista en los montes”, en “Al coronel Francisco Borges (1833-1874”) y “...los montoneros en el Entre Ríos”, en “La suerte de la espada”( La expresión de la irrealidad en la obra de Jorge Luis Borges y otros ensayos, 343-365). “Fue soldado de Urquiza”, reitera Borges en El Oro de los Tigres (OC 1111).



5. URQUIZA VS. ROSAS

La figura de Justo José de Urquiza no podía desvincularse, en la memoria de Borges, de la de Juan Manuel de Rosas. Casi siempre las referencias al binomio giran, como es de prever, en torno a un hito histórico: la batalla de Caseros, de 1852, en la que triunfó el entrerriano, posibilitando la organización constitucional del país, largamente postergada. En sus páginas estas presencias se cruzan, y los juicios a que esa pugna da lugar, aunque no demasiado complacientes para con el Organizador, en la cuenta final lo favorecen. Ambos ocupaban espacio en las conversaciones familiares: el coronel Francisco Borges Lafinur, abuelo de Jorge Luis, había peleado en Caseros a las órdenes de Urquiza; Suárez, el marido de la hermana mayor de Frances Haslam, fue huésped de Urquiza en el Palacio San José; a su turno, Jorge Guillermo Borges lo criticó abiertamente en El Caudillo. Al referirse a Don Andrés Tavares, protagonista de su novela, dice:

En los primeros años de su actuación la dictadura ejercida por el gran Patrón de San José, dictadura personal y absorbente que ensombrecía la figura de los caudillos menores, paralizó su acción. (33)

El ensayo Evaristo Carriego contiene un ácido retrato de Urquiza, sostenido por una batería de términos peyorativos: empaque, chúcaro, mazorquero, adefesio, rumboso:

En Palermo entró el otro Rosas, Justo José, con su empaque de toro chúcaro y cintillo mazorquero punzó alrededor del adefesio de galera y el uniforme rumboso del general (OC 106).

Tampoco Rosas sale ileso de sus acusaciones:

Un hombre obeso y rubio que recorría los caminos limpitos, de pantalón militar con viso colorado y chaleco punzó y sombrero de ala muy ancha (...) De Palermo salió en un atardecer ese hombre temeroso a comandar la mera espantada o batalla de antemano perdida que se libró en Caseros (106).

La condena de Rosas es incuestionable, y de sostenida vigencia en la pluma de nuestro escritor: tanto, que no pudo evitar asociar su caída en la batalla de Caseros con el triunfo de la llamada Revolución Libertadora de 1955 sobre el gobierno del General Perón:

Buenos Aires hacia mil novecientos cuarenta y seis engendró otro Rosas bastante parecido a nuestro pariente. El cincuenta y cinco, la provincia de Córdoba nos salvó, como antes Entre Ríos (El Libro de Arena, 14).

Un capítulo de Otras Inquisiciones, titulado “Las alarmas del doctor Américo Castro”, se refiere a las “supersticiones convencionales” que a su criterio padecía el doctor Castro: una de ellas, pensar que Rosas fue un caudillo de las montoneras, un hombre a lo Ramírez o Artigas, hasta el punto de que lo llamó, “ridículamente, centauro máximo” (OC 655). Juicios parecidos a los que reitera en el libro Prólogos, cuando se ocupa de Sarmiento o de Hernández. En el pórtico a Recuerdos de Provincia señala que Sarmiento imputa a Rosas la decisión de exagerar su afinidad por los rústicos, “afectación que sigue embaucando al presente y que transforma a ese enigmático hacendado-burócrata en un montonero arriesgado, a la manera de Ramírez o de Quiroga” ( Prólogos 132).

Por cierto que no escapa a la crítica de Borges el “revisionismo”, esa cuestión urti-cante de la historia argentina, en la que no rehúsa tomar partido:

Hacia 1922 nadie presentía el revisionismo. Este pasatiempo consiste en “revisar” la historia argentina, no para indagar la verdad, sino para arribar a una conclusión de antemano resuelta: la justificación de Rosas o de cualquier otro déspota disponible. Sigo siendo , como se ve, un salvaje unitario ( OC 52).

En suma: Borges buceó repetidamente en el pasado entrerriano; y a sus guerras civiles, caudillos y generales, héroes y villanos, matreros y personajes legendarios, recurrió una y otra vez mientras recreaba la tradición oral alimentada por los integrantes de su propia familia y por los amigos que convocaba la tertulia hogareña.



6. LA AMISTAD ENTRERRIANA

Creo que la amistad es la pasión que salva a los argentinos.
(Autobiografía 98).

1. Evaristo Carriego

Cuando se le requerían los nombres de las personas a las que dispensó su afecto, admitía que la amistad fue una parte indispensable en su familia y en su propia vida. Y esta elección del calificativo - indispensable-, no era caprichosa ni casual: los amigos, entre los que se contaban Evaristo Carriego y Carlos Mastronardi, compartieron muchas horas en la existencia de los Borges. En varias ocasiones recordó que la aparición de las Misas Herejes del entrerriano Carriego, fue el tema de su primer artículo crítico. Y que al oír en su infancia los versos de “El Misionero”, de Almafuerte -cuyo significado no comprendió-, recitados en voz alta por el comprovinciano de su padre, descubrió que la poesía podía ser, no sólo un medio para comunicarse, sino una pasión :

Hace algo más de medio siglo, un joven entrerriano que venía todos los domingos a nuestra casa, nos recitó en el escritorio, bajo los azulados globos del gas, una tirada acaso interminable y ciertamente incomprensible de versos (...). Hacia esa noche el lenguaje no podía haber sido otra cosa para mí que un medio de comunicación (...); los versos de Almafuerte que Evaristo Carriego nos recitó me revelaron que podía ser también una música, una pasión y un sueño. ( Prólogos,11).

Sobre este punto, el momento en que le fue revelada la poesía, curiosamente encontramos una referencia parecida en la primera de las conferencias que nuestro escritor dictó en la Universidad de Harvard entre 1967 y 1968 , y que La Nación de Buenos Aires dio a conocer antes de ser publicadas en libro.[5] Pero esta vez indicó como detonante de la revelación, un soneto de John Keats, “On First Looking into Chapman´s Homer” (“Al asomarse por primera vez al Homero de Chapman”); cuando lo oyó -dice- en su lejana niñez, de labios de su padre. Entonces tuvo esa revelación ( y emplea casi las mismas palabras): que “la poesía, el lenguaje, no era sólo un medio para la comunicación sino que también podía ser una pasión y un placer”. Ahora no importan la primacía ni el cambio de circunstancias y personajes en esa vivencia conmocionante -los versos de Almafuerte en Carriego o los de Keats en Jorge Gui-llermo-; lo sugestivo es su ubicación en las lecturas en voz alta que se realizaban en el hogar familiar, de las que el entrerriano fue asiduo espectador y protagonista.

No le resultó sencillo situar los merecimientos de Carriego en la literatura argentina, pero le aseguró un lugar digno al sostener que “modificó y sigue modificando la evolución de nuestras letras” (Prólogos 42). En el libro que le dedicó, contó, a través de recuerdos propios y ajenos, que su corta vida transcurrió entre Paraná - la capital de su Entre Ríos natal-, y Buenos Aires, donde era muy bien recibido en su hogar; eligió a Roberto F. Giusti para evocar su físico magro, el eterno traje negro y la vida que centelleaba en sus ojos:

Repito esto de Giusti, en el número 219 de Nosotros: magro poeta de ojitos hurgadores, siempre trajeado de negro, que vivía en el arrabal (...). La vida, la más urgente vida, estaba en los ojos. ( OC 113).

y en lo que atañe a su vocación por las letras, conjeturó que la heredó del abuelo escritor, el doctor Evaristo Carriego[6] -famoso por la valentía con que se opuso a erigirle una estatua en vida a Urquiza- :

...cuando la legislatura del Paraná resolvió levantarle a Urquiza una estatua en vida, el único diputado que protestó fue el doctor Carriego, en oración hermosa pero inútil (114).

 En su conversación, Carriego solía referirse a “la heroica muerte erótica de Ramírez, desmontado a lanzazos del caballo y decapitado por defender a su Delfina “ (ll6).

Tres años antes de morir, el 9 de julio de 1909, el autor de Misas Herejes le dedicó un ejemplar a Jorge Guillermo, su “compatriota de la República de Entre Ríos”.

Borges encareció la entrerrianía del amigo en uno de sus textos más bellos, donde revela además el conocimiento y disfrute de la literatura oriental, cuya afinidad con la producción de Martiniano Leguizamón le inspira una reflexión no exenta de ternura sobre el criollismo practicado en una y otra banda del Río de la Plata:

Carriego era, de generaciones atrás, entrerriano. La entonación entrerriana del criollismo, afín a la oriental, reúne lo decorativo y lo despiadado igual que los tigres. Es batalladora, su símbolo es la lanza montonera de las patriadas. Es dulce, una dulzura bochornosa y mortal, una dulzura sin pudor tipifica las más belicosas páginas de Leguizamón, de Elías Regules y de Silva Valdés (114).

Entonación decorativa y despiadada, dice, aludiendo a las dos vertientes por las que se deslizó el criollismo romántico del Siglo XIX y primeras décadas del XX, bien representado en las páginas de Martiniano Leguizamón, Elías Regules y Fernán Silva Valdés: por un lado, la descripción de paisajes y de tipos, la exaltación del alma nativa y del amor; por el otro. una narrrativa de marco histórico con proliferación de guerras, luchas civiles, montoneras, lanzas, banderolas y golillas. Y para equiparar las calificaciones de “decorativo y despiadado”, Borges convoca a los tigres, esos tigres que fueron la pasión de su infancia y que permanecieron después en sus sueños ( en uno de ellos quiso causar un tigre). Andando el tiempo, los tigres y el oro de sus rayas metaforizarán una cualidad esplendente de la poesía (Gracias(...) por el oro que relumbra en los versos, dirá en El oro de los tigres, OC 937); y volverán a brillar en la música verbal de Inglaterra, en los ocasos, en el mito, en la épica y en el amor ( Oh un oro más precioso, tu cabello / que ansían estas manos, 1138 ).

Pero su voluntad de esclarecimiento lo insta a extender el párrafo:

Puesta a versificar, vacila entre la acuarela y el crimen; su tema no es la aceptación de destino del Martín Fierro, sino las calenturas de la caña y de la divisa, bien endulzadas Está colaborando en ese sentir una efusión que no comprendemos, el árbol; una impiedad que no encarnamos, el indio. Su gravedad parece derivar de un más sobresaltado rigor: Sombra, porteño, conoció los derechos rumbos de la llanura, el arreo de las haciendas y un duelo ocasional a cuchillo; oriental, habría conocido también la carga de caballería de las patriadas, el duro arreo de hombres, el contrabando. Carriego sabía por tradición ese criollismo romántico y lo misturó con el criollismo resentido de los suburbios (114).

Al oxímoron implícito en la adjetivación de la dulzura atribuida a la entonación entrerriana del criollismo: bochornosa y mortal, le suma ahora los referentes que elige para resumir su temática: la acuarela y el crimen. El asunto del criollismo ya le había sugerido sendos trabajos en Inquisiciones , de 1925 (“La criolledad en Ipuche”, “Interpretación de Silva Valdés”) y en El Tamaño de mi Esperanza, de 1926 ( “El Fausto criollo”, “Las coplas acriolladas”, “El otro libro de Fernán Valdés” (Poemas nativos), “La reverencia del árbol en la otra banda”). Y ya de lleno en el género gauchesco, sus observaciones sobre los temas de unos y otros escritores lo conducen a incursionar velozmente en la significación de Bartolomé Hidalgo y sus continuadores Ascasubi, del Campo, Lussich y Hernández. Pero el porteño Güiraldes, aclara, remite a otro escenario ( en Prólogos recordó que Groussac, reeditando tal vez alguna antigua broma, dijo en 1926, de RicardoGüiraldes: “Estire el poncho para que no le vean la levita”,98 ); si hubiera sido uruguayo, apunta Borges, habría incluido en Don Segundo lo bélico y el fraude. En tanto, Carriego,

hombre de clara y vieja cepa entrerriana, sentía la nostalgia del destino valeroso de sus mayores y buscaba una suerte de compensación en las románticas ficciones de Dumas, en las leyendas napoleónicas y en el cultivo idolátrico de los gauchos (Prólogos 40).

Fue inevitable, entonces, que comparara a su cuchillero con D´Artagnan. Carriego rozó la épica y la protesta social -concluye- y trabajó con el pasado, porque el verso exige la nostalgia, la pátina, siquiera ligera, del tiempo (Prólogos 42)

Cuantas veces pudo, Borges aludió a su tradición entrerriana, pero sólo a su tradición, porque dejó bien aclarado que Evaristo se crió en las orillas del norte de Buenos Aires, de cuyos barrios pobres fue tal vez el primer espectador; y eso, asentó, “para la historia de nuestra poesía importa mucho” (142).

2. Carlos Mastronardi.

Cuando Fernando Sorrentino, autor de Siete conversaciones con Jorge Luis Borges, le preguntó sobre los escritores argentinos que le parecían importantes, el entrevistado respondió:

...hay un nombre -sobre todo tratándose de poetas- que hubiera debido ser de los primeros. Y es el nombre del gran poeta entrerriano Carlos Mastronardi. Mastronardi es uno de los primeros escritores que yo conocí cuando volví de Europa, al cabo de una larga ausencia, el año 1921. Nos hicimos muy amigos. Y él me dijo después que él en primer término había buscado mi amistad porque sabía que otro poeta entrerriano, Evaristo Carriego, había sido muy amigo de nuestra casa” (107).

Borges agregó que el caso de Mastronardi le parecía raro en la historia de la literatura, porque, aunque había publicado varios volúmenes, seguía siendo “una suerte de homo unius libri ( hombre de un solo libro)”. Se refería a Memorias de un provinciano, que calificó de poema, “un poema dedicado a Entre Ríos”. Y conjeturó que si Mastronardi vivía “solitario y noctámbulo” en Buenos Aires, era porque así podía sentir mejor la nostalgia de su Entre Ríos, ese Entre Ríos que tanto quería. “Y que, de algún modo -dijo- me pertenece, ya que mi padre nació en Paraná, o, como se decía entonces, en el Paraná” (109).

A casi diez años de la muerte de Mastronardi, y cuando sólo faltaban dos meses para la suya, Borges lo homenajeó con una abarcadora semblanza, que publicó el diario Clarín de Buenos Aires,[7] acompañada de un dibujo de Hemenegildo Sabat, en el que sobresalen la afectuosa expresión de sus ojos -“los nombra el afectuoso”, dijo el entre-

trerriano en su Luz de Provincia- y dos grandes alas, esclarecedoras de la bonhomía con que encaró su tránsito por el mundo. Con juicios contundentes, perfiló los rasgos afines en sus respectivas vidas: el autodidactismo, la inclinación a leer sólo por placer, la simpatía instantánea que los acercó durante su primer encuentro en la Librería de Samet, y las caminatas nocturnas por las orillas de Buenos Aires, durante las cuales Borges reconoció su herencia entrerriana: “Hablamos sobre alguien que era, digamos, paisano de los dos, sobre Evaristo Carriego, el entrerriano de Palermo”; y evocó dos versos memorables de Mastronardi, referidos a Carriego: “Trabajó, con dulzura de los barrios./ Yo soy el respetuoso de sus pasos.”

La semblanza incluye aseveraciones propias de ese girar calesitero en las opiniones borgesianas -desde lo negativo a lo positivo-, sobre la importancia literaria de Lugones, un vaivén que tanto ha confundido a los admiradores de ambos escritores. Ello lo conduce a abordar el tema del surrealismo, y a citar la atracción inicial de Mastronardi por los enredos del barroquismo, que lo llevó a urdir metáforas insólitas ( como al propio Borges), hasta que fue puliendo su estilo para hacerlo simple y llano ( la misma aspiración de Borges). Entre los múltiples recuerdos compartidos, rescata los paseos interminables por los suburbios de la ciudad dormida, y sus discusiones sobre Paul Valéry, admirado por Mastronardi, y seguido en la metodología del rigor expresivo -su primer ensayo se tituló Valéry o la infinitud del método, de 1954-. Borges fue testigo de la minuciosidad con que corregía su expresión, tarea en la que él también era maestro:

Yo he visto versiones sucesivas de Luz de Provincia, publicadas con un año de diferencia, y creo no ser caricatural al decir que en la segunda versión había un punto y coma, en la tercera el punto y coma era sustituido por un punto y seguido, en la cuarta se volvía e ese punto y coma.

Claro que todo esto -aclaró-, que puede parecer irrisorio, fundamenta esa gran obra que lo inmortaliza. “Fue el gran ejecutor de toda delicadeza del idioma”, dijo. Y sin duda, su elogio final contribuyó a cimentar la ubicación del provinciano en nuestras letras: “Carlos Mastronardi fue uno de los pocos que logró que en estos melancólicos tiempos, el nombre de argentino sea todavía honroso”.

Por su parte, y con la austeridad y precisión que lo singularizaron, Mastronardi destinó una buena parte de su libro Memorias de un provinciano a evocar la amistad de los dos. El volumen, que apareció en 1967, nos retrotrae a su pueblo natal, Gualeguay, donde transcurrió su infancia, y a su vida de estudiante en el Colegio Histórico de Concepción del Uruguay, fundado por Urquiza. Trasladado después a Buenos Aires para iniciar estudios universitarios ( que no concluyó), recreó la inquietud vanguardista de la segunda década del siglo XX. A la manera de un espejo, la mirada del gualeyo refleja una a una aquellas evocaciones de Borges. Así, su inicial encuentro en la Librería de la Avenida de Mayo, a la que concurrían algunos escritores jóvenes que todavía ignoraban su futura pertenencia a una nueva generación literaria, y las conversaciones sobre los movimientos estéticos y sus procedimientos (dice Mastronardi que en esa época él se sentía obligado a incluir en cada verso una metáfora), principalmente sobre el ultraísmo -al que Borges consideraba un “dialecto” más-, donde el poeta se reducía a exponer estados, operaciones internas, rechazando lo narrativo. El interés que ponían en sus opiniones, afirma, lindaba con la pasión. Una de esas cuestiones fue el desgaste que había sufrido el vocabulario del modernismo:

Se había producido, diré así, una liquidación de azules, propíleos, glorietas, canéforas y decorativos cisnes. Empezábamos a desconfiar de las palabras y, en consecuencia, a creer que sólo un lenguaje recatado o poco ostentoso puede oponer alguna resistencia al paso destructor del tiempo (209).

Otro rasgo interesante de las Memorias lo constituye la presencia, en ese diálogo cor-dial, de algunas de las constantes borgesianas que siguen motivando exégesis: una de esas noches, cuando hablaba de “cierto escritor ateo y al mismo tiempo muy afecto a su futuro”, Borges afirmó que si sólo se aspira a la gloria o perpetuación de un nombre, más vale no inquietarse, pues a la larga ese nombre habrá de reaparecer. Su declaración nos remite a los temas del Eterno Retorno, de la repetición Cíclica, y a la doctrina panteísta sobre los destinos humanos: Yo he sido Homero; en breve, seré Nadie, como Ulises; en breve, seré todos; estaré muerto”, dice el protagonista de “El inmortal “ (OC 544).

Respecto del lenguaje, deploraba que fuera genérico, por cuanto debía designar cosas impares, únicas: “esa” puerta de tal o cual altura, o “esa” pared rosada, no innumerables puertas y paredes. En cuanto a los frustrados intentos de visitar a Lugones, Mastronardi deja constancia de que, ya próximos a la biblioteca donde aquél trabajaba, en varias oportunidades desistieron de hacerlo:

En las frustradas ocasiones que recuerdo, para darnos coraje, bebíamos algunos guindados preparatorios. En ese preámbulo nos sorprendía la noche; más de una vez nos dijimos que Lugones ya no estaba en su despacho. Por fin lo saludamos una tarde exenta de bebidas estimulantes. En esa agradable visita se habló de la inventiva poética de nuestro pueblo. Lugones y Borges mentaron algunos casos felices, algunos octosílabos pintorescos.(214).

Con afilada ironía, cuenta que una vez se encontraron con un joven que preparaba un ensayo sobre escritores rioplatenses; a Mastronardi le manifestó que dudaba entre incluirlo o no incluirlo, y a Borges le espetó que no le gustaron sus últimos poemas. Borges, con serenidad, le respondió: “En cambio, yo admiro todos los suyos” (214). El entrerriano acota que no fue ésa la única censura que Borges sobrellevó en sus comienzos. Otra provino del diario Crítica, cuando un comentarista le recordó que para cantar los arrabales es preciso haber roto faroles en las orillas y jugado a la rayuela en calles de tierra. La defensa de Mastronardi no se hizo esperar:

Quienes le disputaban el suburbio creían que el artista debe vivir de modo físico la realidad que invoca, de lo cual fluye que sólo Facundo Quiroga pudo escribir el Facundo (215).

Tampoco escapó a la sagacidad de su mirada, la polémica Boedo-Florida, una “fácil antinomia” sobre la cual proyectó esclarecedoras luces:

Sobre el final de aquella etapa, muchos redactores de Martín Fierro, atentos a las vicisitudes de nuestra vida política, optaron por Irigoyen, en quien acaso vieron un dinámico mito nacional. Sensibles al poder magnético del Caudillo, que todavía estaba en el llano, fundaron el Comité Irigoyenista de Intelectuales Jóvenes. Esa entidad de aparatoso nombre basta a disipar la leyenda según la cual la generación de Martín Fierro se mantuvo alejada de los anhelos populares (243).

El libro de Mastronardi incluye otras sabrosas vivencias, confesiones y anécdotas referidas a su amistad con el amigo de Buenos Aires. Anota, por ejemplo, que durante esas caminatas nocturnas, Borges, que agraciaba el diálogo con agudas bromas y carcajadas homéricas, solía afirmar que su “Fervor de Buenos Aires” procedía de Lugones; y que una noche, en el bar Munich de la Avenida de Mayo, frecuentado por jóvenes poetas, pidió opinión acerca de unos versos octosilábicos que le habían llegado desde México. Los circunstantes los oyeron y los aprobaron con entusiasmo. Dos meses después, cuando publicó Luna de Enfrente, Mastronardi comprobó que eran de él. Y reflexionó que, en la incertidumbre, “que tanto se parece a la modestia”, los atribuyó a un autor lejano para obtener el juicio imparcial de los presentes. “Siempre fue hábil en esta clase de sondeos”- concluyó.

3. Alberto Gerchunoff

Otro entrerriano, Alberto Gerchunoff, gozó también de la amistad de Borges. Ambos integraron el grupo de escritores que se encontraban con frecuencia en la redacción de la Revista Nosotros, en La Nación y en las reuniones de la Sade, convocados por una misma pasión literaria, ajena todavía al hecho de que sus escritos se vendieran o no, o de que se difundieran sus nombres.

En su libro Borges, sus días y su tiempo, María Esther Vázquez cuenta que, cuando Gerchunoff lo conoció, le preguntó si escribía, y como Borges asintiera, le pidió que le llevara algo a La Nación. Pero él ( genio y figura) le contestó: “Mire, no creo que lo que escribo merezca ser publicado” (310) Recordó también que Manuel Mujica Láinez declaraba que a lo largo de su vida y después de Borges, no encontró otro hombre que tuviera la réplica tan espléndida como Gerchunoff. Precisamente esta cualidad, la atractiva conversación oral, es la que destaca Borges al prologarle el libro Retorno a Don Quijote.

“ Se observa en sus escritos -dijo- la fluidez del buen conversador y en su conversación ( me parece oírlo) una generosa e infalible precisión literaria”. Al reflexionar que Gerchunoff perduró en su memoria porque fue protagonista de “anécdotas cariñosas y de frases felices”, reconoce que fue indiscutible como escritor, pero que su fama trascendía la del hombre de letras. Su palabra escrita obraba como un sucedáneo de lo oral, “no como un objeto sagrado”. Comparó su estilo con el de Diderot y el del doctor Johnson; también con el del Heine, al que Gerchunoff le dedicó un emocionado libro. Borges afirma además que su amigo admiraba menos la inteligencia que la sabiduría, esa sabiduría que está en el Quijote y en la Biblia.. Y siguiendo a Stevenson, concluye que cuando a un escritor le falta encanto, le falta todo. “Estos ensayos, casi con insolencia, lo tienen” (Prólogos 66-67).

Creemos, en síntesis, que por su herencia familiar, sus viajes al pasado de la pro-vincia, la adhesión a la obra de Carriego, Gerchunoff y Mastronardi, y en rigor por su diálogo inacabable con este último sobre los misterios y secretos de la expresión - conversaciones de las que ambos se beneficiaron-, es dable suponer que lo entrerriano ocupó un respetable espacio en la aventura existencial del ciudadano del mundo Jorge Luis Borges.

  
NOTAS

[1] Vaccaro incluyó en el libro citado valiosos documentos, tales los escritos de Edward sobre la ciudad de Paraná - de la cual anota que una vez tuvo el orgullo de ser llamada capital de la Argentina-, la partida de casamiento de Frances Ann con el Coronel Francisco Borges, la ubicación de la casa donde nació su hijo Jorge Guillermo, y la tumba de Edward en el cementerio de Paraná..

[2] “... en un test de asociación de ideas, cuando le preguntaron qué le sugería la palabra “libertad”, (Borges) contestó inmediatamente “llanura”. (Jurado, Alicia. Genio y figura de Jorge Luis Borges 24).

        “Tanto él (Borges) como otros escritores de su generación (Amorim, Ipuche) pensaban que el litoral y el Uruguay son más elementales que la pampa argentina y que la esencia de lo criollo se conserva en esas regiones más puro. El mismo amor al peligro que les hizo fijarse en la figura del compadrito, los llevó a buscar en Entre Ríos, el Uruguay y la zona fronteriza del Brasil el mítico lugar del coraje y de la plenitud de la vida” (Barrenechea, Ana María. La expresión de la irrealidad en la obra de Borges y otros ensayos 29).

[3] La pieza Calandria (Costumbres campestres) de Martiniano Leguizamón, fue estrenada el 21 de marzo de 1898, en el Teatro de la Victoria de Buenos Aires, por la Compañía de los Podestá.

[4] “Leguizamón conoció en Concepción del Uruguay, hacia 1870, a un gaucho del Montiel llamado Servando Cardoso, al que apodaban Calandria. Era un diestro jinete, muy buen cantor, que trabajaba en un saladero hasta que fue incorporado a las tropas cuando la revolución de López Jordán, oportunidad en que se portó con valentía, por lo cual fue destinado a un destacamento de guardias nacionales. Pero se rebeló contra la autoridad y comenzó su vida de matrero; amigo de las burlas y las picardías, jugaba “como un pájaro” con sus perseguidores, ya que ninguno de los refugios del monte le era desconocido. A Servando Cardoso, el Calandria de la vida real, lo mataron en 1879, pero Leguizamón eludió ese final trágico ennobleciendo el destino del protagonista, que será el de la redención por el amor: “Porque ha nacido, amigasos,/ el criollo trabajador”. En Longo, Iris Estela y Teresa Rocha. Entre Ríos evocado por Martiniano Leguizamón 41).

[5] En “Borges descifra el enigma de la poesía”. La Nación, Buenos Aires: 21 Mayo 2001,1-12

[6] Evaristo Carriego, abuelo del poeta del mismo nombre, nació en Paraná (Entre Ríos) en 1828 y murió en Buenos Aires en 1908. Fue periodista y legislador. Publicó Páginas Olvidadas. Santa Fe: Tip. y Enc. La Nueva Época, 1825.

[7] En Jorge Luis Borges. “Evocación de Carlos Mastronardi”. Clarín. Cultura y Nación. Buenos Aires: 17 Abril, 1986; 1-2.

  
BIBLIOGRAFÍA

Barrenechea, Ana María. La expresión de la irrealidad en la obra de Jorge Luis Borges y otros ensayos. Buenos Aires: Ediciones del Cifrado, 2000.

Borges, Jorge Guillermo. El Caudillo. Prólogo de Alicia Jurado. Buenos Aires: Academia Argentina de Letras, 1989.

Borges, Jorge Luis.. Autobiografía, con Norman Thomas di Giovanni (Traducción de Marcial Souto). Buenos Aires: El Ateneo, 1999.

---. El libro de arena. Buenos Aires: Emecé Editores, 1995.

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---. Obras Completas. Buenos Aires: Emecé Editores, 1974

---. Prólogos, con un prólogo de prólogos. Buenos Aires: Torres Agüero Editor, 1974.

Jurado, Alicia. Genio y figura de Jorge Luis Borges. Buenos Aires: Eudeba, 1964.

Leguizamón, Martiniano.. Calandria (Costumbres Campestres). Ilustración de Antonio del Nido. Buenos Aires: Ivaldi & Cecchi, 1898.

---. Recuerdos de la tierra. Buenos Aires: Editorial Lajouane, 1912.

---. Montaraz. Romance Histórico. Buenos Aires: Imprenta, Litografía y Encuadernación de Jacobo Peuser, 1900 (1ª edición). Sexta edición. Prólogo de Iris Estela Longo. Paraná (Entre Ríos): Editorial de Entre Ríos, 2000.

---. Alma Nativa. Buenos Aires: La Facultad, 1912.

Longo, Iris Estela y Teresa Rocha. Entre Ríos evocado por Martiniano Leguizamón. Paraná (Entre Ríos): M.C. Ediciones, 1993.

Mastronardi, Carlos. Memorias de un provinciano. Buenos Aires: Ediciones Culturales Argentinas. Subsecretaría de Cultura de la Nación, 1967.

Regules, Elías.. Versos Criollos. Montevideo, Claudio García Editores, 1935.

Silva Valdés, Fernán. Lenguaraz. Buenos Aires: Guillermo Kraft, 1955.

Sorrentino, Fernando. Siete conversaciones con Jorge Luis Borges. Buenos Aires: Editorial El Ateneo, 2001.

Vaccaro, Alejandro. Georgie. 1899-1930 (Una vida de Jorge Luis Borges). Buenos Aires: Editorial Proa/Alberto Casares, 1996.

Vázquez, María Esther. Borges, sus días y su tiempo. Buenos Aires: Javier Vergara, Editor, 1999 ( segunda edición).



Iris Estela Longo nació en Paraná (Entre Ríos), Argentina, en cuyo Instituto Nacional del Profesorado obtuvo el título de Profesora de Castellano y Literatura. Ha publicado los ensayos Sobre "Pago Chico", en Revista Universidad, de la Universidad Nacional del Litoral, Santa Fe, Argentina, 1960; Daniel Elías y la belleza formal de sus sonetos, en Ídem, 1970; El canto elegíaco de Alfredo Martínez Howard. Paraná, Dirección de Cultura de Entre Ríos, 1969; Voces de Entre Ríos (Aportes al conocimiento de la literatura regional). Santa Fe,Colmegna, 1986; Imagen, Tiempo y Hoguera en la Poesía de Horacio Esteban Ratti, en Pliego de Poesía Buenos Aires, Gente de Letras, 1986: Si álamo pudiera ser... ( Aproximación a la poesía de Carlos Alberto Álvarez). Paraná, Editorial de Entre Ríos, 1992; Entre Ríos evocado por Martiniano Leguizamón, en colaboración con Teresa Rocha. Paraná, Ediciones MC, 1993; El Grillo en el Alba, Paraná, Editorial de Entre Ríos, 2002. Varios de sus cuentos integran las Antologías Nueve autores bajo un paraguas (Selección Setenta Aniversario Asociación Entrerriana "General Urquiza" de Buenos Aires, Editorial de Entre Ríos, 1996; Revista "Victoria Ocampo" (Selección) Nº2, Buenos Aires, 1994; Cuentos de luz y sombra ( Obras seleccionadas en los Concursos Interamericanos de Cuentos 2003-2004), Fundación Avon, Buenos Aires, Vinciguerra, 2005; Son puros cuentos (Selección de César Melis), Buenos Aires, Editorial Dunken, 2006.
Obtuvo los Premios "Alvina Van Praet de Sala", otorgado por la Biblioteca del Consejo de Mujeres de la República Argentina; sendos premios el Ateneo Cultural "Caseros" de la Provincia de Buenos Aires y la Asociación "Mariano Moreno"de Paraná, por trabajos de critica literaria, y Medalla y Diploma en el Concurso de Ensayos sobre "El Universo de Borges", convocado por la Fundación "El Libro" de Buenos Aires, organizadora de la XIII Feria Internacional del Libro, 1987. En 2001 ganó el Premio "Fray Mocho", máxima distinción literaria que otorga el Gobierno de la Provincia de Entre Ríos, en el Concurso "Ensayo 2.000", por El Grillo en el Alba.
Artículos suyos han sido publicados en: La Casa de Asterión, Revista Trimestral de Estudios Literarios de la Facultad de Humanidades de la Universidad del Atlántico, Barranquilla, Colombia, Volumen VI, Nº 21, abril-mayo- junio de 2005 (De "El Oro de los Tigres" al universo de Borges) y Volumen VI, Nº 22, julio-agosto-setiembre de 2005 ( El acercamiento a Almotásim y la identidad de Dios); Revista Agulha Nº 46, de Fortaleza ( Brasil), 2005 ( Juan L. Ortiz y su balada de los desvalidos).
Ha dictado cursos sobre literatura entrerriana y otros temas de su especialidad en Paraná y en los ámbitos provincial y nacional, integró jurados de nivel universitario, y desarrolló las cátedras de Composición, Lengua Castellana y Literatura Hispanoamericana en el Instituto de Enseñanza Superior de Paraná, donde reside actualmente, dedicada a la investigación de las letras de su provincia.

© Iris Estela Longo 2007

El URL de este documento es http://www.ucm.es/info/especulo/numero35/heborge.html


Fuente : Espéculo. Revista de estudios literarios. Universidad Complutense de Madrid




El poeta y la jirafa

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Por Benito Taibo

Me parece que el Festival Internacional de Poesía de Morelia en 1981, ha sido uno de los eventos más deslumbrantes (en todos los sentidos) que a nivel cultural se hayan realizado en este país, y tal vez en el mundo entero. Jamás se ha reunido una pléyade de poetas de tal categoría desde entonces.

 Durante unos cuantos días, la capital michoacana, hoy cercada y temblorosa, se iluminó de inmensa (como diría Ungaretti) con la presencia de un centenar de personajes del mundo entero.

 No lo sabíamos entonces, pero cuatro de esos poetas, recibirían después el premio Nobel: el irlandés Seamus Heaney, el sueco Tomas Transtörmer, el alemán Günther Grass y el mexicano Octavio Paz.

Pero entonces, en aquel agosto de 1981, caminaban como simples mortales por las calles morelianas, brindaban con charanda con todo el mundo, felices y relajados, e incluso daban consejos que muchos no escucharon, por el alto nivel etílico al que estaban (estábamos) sometidos.

 Yo iba como periodista. A cubrir el evento. Y entrevisté a tres de cuatro.

Pero también escuché al mítico Allen Ginsberg (—“He visto a las mejores mentes de mi generación destruidas por la locura…”), al rumano Marín Sorescu, al maravilloso Elías Nandino, al espectacular Wole Soyinka y a otros muchos que recuerdo como sí hubiera sido ayer.

Fueron días espectaculares y emocionantes. Contaré que mi carnal Federico Engels (escritor, locutor, hombre de bien, voz insigne de Radio Universidad, al que extraño tanto) y un servidor, muy borrachos después de una comida larga y llena de poetas, nos tuvimos que quedar en Pátzcuaro, porque no podíamos, ninguno, manejar. En un hotelito nos registramos como Federico Engels (él, cierto) y Carlos Marx (yo, no tan cierto). Hace un par de años pasé por allí, y vi que tienen enmarcado ese registro y lo ostentan orgullosamente en la recepción. Lloré de la nostalgia.

 Todo esto viene a cuento, porque, una de esas tardes asombrosas, mi amiga Maricarmen (relaciones públicas del Festival) me pidió que la acompañara, sin decir más.

 Me subí en la camioneta y avanzamos a un hotel en la montaña.

 Allí recogimos a Jorge Luis Borges y a María Kodama.

 Y los llevamos al otro extremo de la ciudad (me parece que a una recepción, la memoria me falla). Yo iba en el asiento del copiloto, mudo, empequeñecido, muerto del susto. Atardecía. El viejo poeta ciego me pidió que le fuera describiendo lo que había alrededor mientras viajábamos.

 -Un acueducto virreinal, de cantera, inmenso y precioso. Una fuente labrada, con tres mujeres al centro que llevan sobre sus cabezas una ofrenda de flores, se llama “De las Tarascas”. Un montón de pájaros negros que revolotean en el aire buscando insectos para comer…- Iba yo diciendo y conforme avanzábamos, intentaba con todas mis fuerzas hacerlo bien. –Tres autos llenos de chicas que van a una fiesta de quince años vestidas para la ocasión…

 Borges iba sonriendo y asintiendo con la cabeza. Su mujer era de piedra, como las tarascas de la fuente.

Yo seguía con mi interminable cháchara descriptiva, como un guía de turistas enloquecido que descubría, los insondables misterios de una ciudad que había visto muchas veces.

 -Un vendedor de charamuscas. Las charamuscas son…

 Y en ese momento la vi, por sobre un muro, observándonos atentamente mientras el semáforo cambiaba de color.

 -¡Una jirafa!

 Borges comenzó a reírse. Estábamos pasando enfrente del zoológico de Morelia.

 -¿Hay muchas por aquí?- Me preguntó.

 Y respondí, con un hilo de voz:

 -No, es la única. Pero se asoma cuando vienen los grandes poetas.

 -Salúdela de mi parte.- Dijo.

 Y yo, saqué medio cuerpo por la ventana de la camioneta y saludé, agitando la mano, a la jirafa que rumiaba sin cesar, hojas de un árbol por sobre la barda que la encerraba.

 Seguimos nuestro camino.

 Oí, como en susurros, el poeta le preguntaba a su acompañante sí había una jirafa de verdad. Ella no le contestó.

 Tengo El Aleph firmado por Borges, aquí a mi lado. Con letra diminuta que parece caca de mosca sobre el papel, creo que dice: “A Benito y la jirafa”. Y su firma.

 Yo la vi. Puedo dejar testimonio frente a un notario.

Hay gente que no puede ver a las jirafas aunque crucen por debajo de sus largas, esbeltas piernas morelianas.

Lo siento por ellas.

Fuente :  Sinembargo - México


PALPITANTE TRAVESÍA POR LA INTERIORIDAD DE JORGE LUIS BORGES

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por Tomás Barna

Hoy, al encontrarme -una vez más- con la voz de Jorge Luis Borges fluyendo de la cinta donde grabara aquel diálogo que sostuviéramos en su departamento de la calle Maipú en una tarde gris del invierno porteño de 1980, me estremezco con creciente emoción. Y queda confirmado el sentido de la eternidad, en lo que concierne al ser humano, gracias a lo perenne de la imagen cuando se estampa en una fotografía o adquiere movimiento merced al cine, o bien… mediante la palabra escrita o -en este caso- la voz grabada.

Así es como -conmovido “hasta el hueso” (como diría Julián Centeya)- comienzo, ya mismo, a transcribir aquella conversación sostenida con ese maestro impar de la literatura y del pensamiento: JORGE LUIS BORGES.

Tomás Barna: Borges, si lo que rige la creación y la destrucción es un movi­miento perpetuo, si todo es una constante modificación, ¿es posible que exista la Nada?

Jorge Luis Borges: La palabra Nada parece contradecirse. Si existe…ya es algo, ¿no? La palabra Nada parece aplicarse a algo imposible. (Yo no había pensado en eso). En francés sería “Le Néant”. La palabra Nada ha sido creada como un reverso de la palabra Todo. Pero no sé si puede corresponder a algo. Si correspondiera a algo, dejaría de ser la Nada. Creo que es un reverso creado por la lógica. Y además cuando uno piensa en la Nada…uno piensa en el espacio astronómico o en un espacio vacío. Y eso ya es Algo. El espacio infinito es Algo bastante concreto.

Tomás Barna: ¿Qué significan Dios y el Diablo para usted, Borges? ¿Dónde los sitúa: en lo fantástico, en lo sobrenatural, en el sueño, o en esa realidad que palpamos de una manera absolutamente concreta?

Jorge Luis Borges: Yo no puedo creer en un Dios personal, ni como Elliot que dice que cree en un Demonio personal. De lo que estoy seguro es ser un hombre ético, o por lo menos tratar de serlo. Creo en el Bien y en el Mal. Pero no creo que haya en este momento alguien que se diga Dios o alguien que sea el Diablo. Pero sé que todos los días tengo que tomar decisiones, y sé que he obrado bien o he obrado mal. Recuerdo una frase muy linda de no sé qué comedia de Bernard Shaw en la que un personaje dice: “He dejado atrás el soborno del cielo”. Cielo vendría a ser un soborno. El infierno, una amenaza. Ese personaje quiere decir que ha obrado bien, y que no lo ha hecho urgido por la esperanza de un premio o por temor a un castigo. Ha dejado atrás ese soborno que es el cielo.¡Es una frase muy linda! Lo que quiero decir es que el Infierno no se refiere a ideas éticas sino a ideas inmorales.

Tomás Barna: Además de la eternidad, el tiempo, el destino, el héroe, el juego, el cuchillo, los espejos, el sueño, y dejo el laberinto…

Jorge Luis Borges: ¿Pero eso son muchas cosas, no?

Tomás Barna: Es que todo eso es su mundo y nuestro mundo.

Jorge Luis Borges: Claro, sí, pero yo trato de simplificarlo. Estoy escribiendo un libro de poemas, y me he prohibido el uso de las palabras laberinto, cuchillo, espejo, porque sé que el lector ya las está prohibiendo y temiendo. (Sonríe irónicamente.)

Tomás Barna: ¿Y la palabra”tigre”?

Jorge Luis Borges: Bueno, eso me ha costado algo más. No es fácil desprenderme de la palabra”tigre”. Aunque también tengo que prohibírmelo. Todo eso no es más que una mala costumbre. (Ríe, ahora, abiertamente.)  Teóricamente no me costaría nada decir “leopardo” o “jaguar” en lugar de “tigre”. Y, sin embrago, no; yo necesito un “tigre”.

Tomás Barna: Hay algo en usted que exige un “tigre”.

Jorge Luis Borges:  Sí, sí. Quizás sea que más que las manchas del leopardo me gus­tan las rayas del “tigre”. ¡Además… que los tigres son lindísimos! Ya que hablamos de tigres creo recordar a dos tigres de la lite­ratura, famosos: uno, el de William Blake: “Tigre, tigre, ardiendo y resplandeciendo en las selvas de la noche”. Comparar el tigre con una hoguera. ¡Qué lindo,¿no?! También en el Tasso hay una her­mosa idea: algo así como que “mellaba el tigre”. Y una frase de Chesterton muy linda sobre el tigre, que dice: “El tigre es un símbolo de terrible elegancia”, ¡Qué bien está! Porque el tigre es elegante y al mismo tiempo es terrible.

Tomás Barna: Y lo importante es también el símbolo.

Jorge Luis Borges: ¡Claro que sí: el símbolo! Chesterton -comentando un libro de Blake- acuña esa imagen: el tigre, como un símbolo de una terrible elegancia; como una especie de dandy.                                                                      

Tomás Barna: ¿El hombre, Borges, no tendrá un destino poético si consideramos que la poesía es el principio activo de la evolución creadora? Es decir: ¿el hombre no estará en la Tierra para cantar -mediante su acción- la dialéctica de las alegrías y las desdichas?

Jorge Luis Borges: Creo que encontramos una idea parecida en “La Odisea”. Yo no sé griego. Pero hay dos versiones hermosas: una, la de Lawrence de Arabia, y otra versión francesa de Leconte de L’Isle. En algún lugar de “La Odisea” -y Homero la escribió después de “La Ilíada”- se dice que “los Dioses tejen desdichas para que las generaciones venideras tengan algo que cantar”. Y hay una frase de Mallarmé: “Tout aboutit à un livre” (“Todo acaba en un libro”). Claro que es más bella la idea de Homero: “generaciones que canten”, y no la idea de un libro, que al fin de cuentas no es más que un objeto, una cosa. Aunque la idea es la misma: que las cosas existen en función de la literatura. O que un artista -en todo caso- o un escritor…debe pensar en eso. O tratar de pensar en eso. Yo he llegado a pensar que todo lo que me sucede es una especie de ar­cilla que debo modelar. O que todo lo que le dan a uno es como un instrumento. Incluso -y sobre todo- la desventura personal que es la arcilla, la materia más rica. O sea que la felicidad es un fin en sí mismo.

Tomás Barna: Borges: yo he descubierto, a través de lo que he leído de su obra, que usted es un ser sumamente vital.

Jorge Luis Borges: ¡Claro que sí!

Tomás Barna: Y por eso lo emparento con Walt Whitman. Me refiero, por supuesto exclusivamente a la vitalidad, dado que la expresión literaria es muy distinta.

Jorge Luis Borges: Es cierto. Fíjese que mi memoria está llena de versos de Walt Whitman, y yo recuerdo muy pocos versos míos; además, Whitman es un gran poeta, y yo soy -digamos- un aprendiz.                                                 

Tomás Barna: No. Eso es modestia. Usted es un gran escritor.

Jorge Luis Borges: No, no. No es para tanto. De todos modos me siento muy halagado por su captación de lo vital que me habita.

Tomás Barna: Yo, por lo menos, lo siento así.

Jorge Luis Borges: Me halaga de verdad eso que me dice. Y supongo que algo de vital habrá en mí ya que he cometido la imprudencia de llegar a los 80 años. Eso significa que habrá algo que me mantiene. Y el hecho, además, de que yo haya aceptado la ceguera como parte de mi destino, que no me haya quejado nunca, que haya pensado que -bueno- ser ciego es un modo distinto de ser; y yo debo ver eso como un hecho. Y hasta tengo un libro titulado (claro que no del todo sincera­mente) “Elogio de la Sombra”, que se refiere, precisamente, a la ceguera.

Tomás Barna: Para mí… ha existido un gran soñador que supo transfigurar sus sueños en palabras dotadas de una inefable poesía. Y a la vez ha sido una suerte de alquimista de la metafísica. Me refiero a Gaston Bachelard; lo considero, también, un poco hermano espiritual de Jorge Luis Borges.

Jorge Luis Borges: ¿Sabe que no lo conozco? Usted, Barna, acaba de revelármelo. ¿De qué época es?

Tomás Barna: Digamos que es relativamente contemporáneo. Falleció hace unos veinte años.                                                                               

Jorge Luis Borges: Todos somos relativamente contemporáneos. Estamos pasando en el tiempo. Pero dese cuenta: yo perdí la vista como lector en el año 1955, y recordé una frase de Schopenhauer -que para mí sería el filósofo por excelencia-. Schopenhauer dice: “No debemos leer ningún libro que no haya cumplido cien años, porque no sabemos si es bueno o malo. En cambio si un libro ha sobrevivido cien años, quiere decir que por lo menos habrá algo en ese libro”. Entonces aventurarse a leer a los contemporáneos es exponerse a leer trivia­lidades. De modo que yo he preferido releer o hacerme leer a los autores que ya conocía.

Tomás Barna: ¿En cuanto a la literatura francesa, cuáles son los escritores, para usted, de mayor riqueza creadora?

Jorge Luis Borges: Una prueba de la riqueza de la literatura francesa es que otras literaturas tienden a cifrarse erróneamente en un autor. Por ejemplo si usted dice Inglaterra, piensa de inmediato en Shakespeare. Si usted dice Italia, piensa inmediatamente en Dante. Esto es injusto puesto que hay muchos otros escritores de valía ingleses o italia­nos. Pero si usted dice Francia… ahí no hay un nombre. Ahí se siente que hay varias tradiciones francesas y que no podemos pronunciar un solo nombre, o si pronunciamos varios nombres resultan en cierto modo incompatibles. Por ejemplo, voy a dejarme llevar por lo que primero se me ocurre: yo pensaría inmediatamente en Montaigne o en Voltaire, en Victor Hugo, en Verlaine.

Tomás Barna: ¿Qué me puede decir -Borges- sobre la imagen del escritor y su obra?

Jorge Luis Borges: Tomemos, como ejemplo, a Baudelaire, con quien se da lo mismo que con Byron: con ambos ha quedado una imagen superior a su obra. Y con Poe también. Cuando pensamos en ellos -que se parecen bastante- pensamos en tres individuos más que en sus páginas. Si yo tuviera que hacer una antología me resultaría difícil elegir un cuento de Poe que me agrade del todo, salvo que sea el relato “Gordon Pym”. Pero, en cambio, me doy cuenta de que la suma de lo que él escribió corresponde a un hombre de genio, aunque ese genio esté desparrama­do por toda su obra. Y yo creo que la mejor prosa castellana -de este o del otro lado del Atlántico, de este o de otro siglo- ha sido escrita por Alfonso Reyes, pero al mismo tiempo Alfonso Reyes está disperso en toda su obra, y quizá para la fama del escritor convenga poder pensar inmediatamente en un libro. Por ejemplo… si digo Shakespeare pienso -sin duda- en Macbeth o en Hamlet, pero si digo Alfonso Reyes… está desparramado. 

Tomás Barna: ¿Qué importancia le da, en las letras argentinas, a esos dos grupos literarios que fueron el de Florida y el de Boedo?                                                                           

Jorge Luis Borges: Sí, yo recuerdo muy bien. Eso fue una broma. Fue tramado por Roberto Mariani y por Ernesto Palacio, que dijeron: “En París hay cenáculos, hay polémicas; eso hace que la vida literaria se haga más interesante. Aquí necesitamos eso”. Entonces me avisaron a mí, y dije: “Bueno, yo no conozco la calle Boedo. Pero yo preferiría estar en el Grupo de Boedo porque la calle Florida no tiene nada de particular”. Ellos -que ya habían creado ambos Grupos querían contar conmigo. Y don Ernesto me dijo: “Ya te hemos puesto en Flo­rida, y como es una broma…no importa. Y, luego, eso ha sido toma­do en serio por las universidades. Pero nosotros no lo tomamos en serio. Recuerdo que Nicolás Olivari era de Boedo y Florida. Ricardo Güiraldes era de Florida porque le habían dicho que tenía que ser de Florida. Roberto Arlt era de Boedo y era secretario de Güiraldes que -como dije- pertenecía a Florida. Y ya ve: a mí me pusieron en el Grupo de Florida sin que lo quisiera. Si yo estaba escribiendo poemas sobre las orillas de Buenos Aires. Jamás se me hubiera ocu­rrido escribir sobre el centro, aunque he nacido en el centro. Quizá por eso me interesan las orillas, porque las veo como un poco extrañas.                                                                  

Tomás Barna: ¿Qué es más enriquecedor para el espíritu: la escritura o la lectura?

Jorge Luis Borges: La escritura enriquece, pero desde luego enriquece menos que la lectura, aunque en general corren parejas las dos. Yo no sé si soy un buen escritor, pero creo ser un buen lector y de muchas litera­turas. Tuve la suerte de que en casa se hablara indistintamente en castellano y en inglés. Mi abuela materna -que se casó con el coronel Borges- era inglesa.La cultura, en aquel tiempo, era francesa. Ahora hemos pasado del francés al inglés. Pero es un error, porque el francés se estudiaba en función de la literatura francesa, y el inglés no se estudia en función -por ejemplo- de Marlowe o de Shakespeare o de Shaw. No. Se estudia con fines comerciales. En cambio el francés se estudiaba para gozar del idioma y de la lite­ratura francesa. La gente hablaría muy mal francés, con un pésimo acento como el mío, pero todo el mundo podía gozar de la literatura francesa. En cambio ahora la gente estudia inglés y no lo hace para gozar de la casi infinita literatura inglesa sino por cuestión de negocios, sobre todo con gente de Nueva York. 

Tomás Barna: Algunos de sus últimos cuentos -Borges- tienden hacia una lite­ratura de tipo oral, conversacional; parecen -me atrevería a decir- un poco menos “escritos”.

Jorge Luis Borges: Le agradezco mucho esto que me dice. Sí. Mi generación sufrió el influjo de Lugones. Y Lugones -a quien se llamó el poeta del diccio­nario- tendía a usar todas las palabras. Y creo que es un error. Creo que uno debe escribir sólo con aquellas palabras que tienen un impulso vital. Palabras que correspondan a nuestra experiencia. En cambio…Lugones tenía esa idea española de que un escritor debe tener un vocabulario rico. Y todos lo imitábamos. Ahora yo trato de eliminar toda palabra que pueda hacer que el lector consulte el diccionario, salvo en el caso de palabras que son inevitables; por ejemplo si yo digo “silogismo” o “metáfora” o “hipérbaton”, esas palabras pueden parecer pedantescas pero no hay otro modo de expresar los conceptos que mediante esos vocablos. Pero yo trato de escribir de un modo sencillo. Y además trataría de que en mis cuentos, ahora, se notaran menos las líneas que las páginas, y menos las páginas que el conjunto. Intento escribir de un modo que no moleste al lector. De un modo lo menos vanidoso posible.

Tomás Barna: ¿Ser argentino es un acto de fe?

Jorge Luis Borges: Sí. Creo que yo he dicho eso alguna vez. ¿Y qué otra cosa puede ser? Ser argentino, ser chileno, ser holandés… ¿qué otra cosa puede ser? Yo no creo que corresponda a los colores de un mapa. Ni étnicamente, sobre todo, no tiene ningun sentido. En ningún país ser de un país tiene un sentido étnico. ¿Qué sangre tiene usted?

Tomás Barna: Mi origen es húngaro.

Jorge Luis Borges: ¡Caramba, quien lo hubiera dicho!

Tomás Barna: ¡Pero qué importancia tiene eso, si me siento profundamente argentino y -a la vez- un fragmento pensante de nuestro planeta!

Jorge Luis Borges: Me gusta eso porque quiere decir, Barna, que usted se siente habitado por un sentimiento de universalidad. Dígame, ¿cómo se dice: Árpad o Arpad?

Tomás Barna: Árpad.

Jorge Luis Borges: Bueno, entonces usted es un hijo de Árpad. Es decir que es lejanamente asiático, y -sin embargo- usted es tan argentino como yo. Y yo tengo una mayoría de sangre española, una cuarta parte de sangre inglesa, una parte de mis bisabuelos son de sangre portu­guesa, una lejana parte de sangre francesa (normanda), y creo que algo de sangre belga, y -sin duda- sangre judía… ya que mi apellido materno (Acevedo) es judío portugués; y, por supuesto, sangre árabe como casi todos los españoles. De modo que no creo que poda­mos definir lo argentino por la sangre. Sin embargo sabemos que somos inexplicablemente, irreparablemente argentinos, más allá de las vicisitudes políticas o por los gobiernos… que no son muy importantes.

Tomás Barna: Ahora, en vez de hacerle una pregunta, Borges, hábleme de algo que usted tenga ganas de expresarme en este momento. Dejemos que el azar le sugiera un tema.

Jorge Luis Borges: Bueno… veamos, por ejemplo, la etimología de la palabra “Náusea”.

Tomás Barna: ¿Náusea? ¡Qué interesante conocer el origen de ese vocablo!

Jorge Luis Borges.- “La “nausée” (en francés). Y en latín es la palabra “nauis” o “navis”. Náusea es lo que uno siente, a veces, cuando está a bordo de una nave. De modo que la palabra “navis” -latina- dio “naval”, “náutico” y “náusea”. Así que la raíz está en “navis” latina.

Tomás Barna: Creo que ni a Sartre, que se ocupó a fondo de la náusea, se le ocurrió esto.

Jorge Luis Borges: Así parece. Además, se pronunciaba “nauis”, que suena casi igual que náusea. Como en español… “mareo” viene de mar. Ya ve, es una linda etimología. Tan evidente que a nadie se le ocurre. Y yo creo que Sartre habrá usado la palabra “nausée” para levantarla, ya que no deja de ser un poco infame. Aunque si un escritor de la talla de Sartre elige un vocablo como título, es natural que le interese la etimología. Pero, en fin, eso no importa.

Tomás Barna: Claro, él se ocupó, pienso, mucho más de la sensación que pro­vocaba un estado de ánimo poblado de angustia.

Jorge Luis Borges: Sí, con toda seguridad. Por otra parte, nadie piensa que Centro Naval -por ejemplo- y náusea se parezcan, ¿no? (Y vuelve a sonreír con ironía.)

Tomás Barna: Con respecto a todo lo que tiene vida ¿el progreso y la civili­zación han obrado positiva o negativamente? ¿No se contradicen? El progreso, muchas veces, atenta contra la naturaleza, y como el hombre es naturaleza… ¿por lo tanto no atenta contra el hombre, contra la vida y hasta contra la armonía universal?

Jorge Luis Borges: Sin duda alguna. Y esto me lleva a recordar una frase muy linda de un tocayo suyo en nombre y apellido: Sir Thomas Brown (porque Browm es Braun en alemán y Barna en húngaro; es decir…marrón o moreno, lo que equivale al apellido Moreno en español). Sir Thomas Brown dijo, en el siglo XVII: “Todo es artificial, pero la natura­leza es el arte de Dios”. Si uno cree en Dios, un árbol es tan ar­tificial como un instrumento de música. Y si uno cree en un Dios personal, todo es artificial; salvo que lo natural es mucho más complejo. Un hombre es más complejo que un muñeco.

Tomás Barna: ¿Qué piensa, Borges, de la íntima correlación entre el amor, la vida y la muerte?

Jorge Luis Borges: Yo no sé si soy capaz de pensamientos tan abstractos como ésos. Yo tiendo a pensar por medio de fábulas o de metáforas. Usted usa palabras tan abstractas como amor, vida y muerte, que no puedo contestarle.

Tomás Barna: Pero su respuesta puede ser una hermosa metáfora.

Jorge Luis Borges: Sí, quizá. Pero no se me ocurre en este momento. (Un corto silencio.) Desde luego… yo no creo en la inmortalidad personal. Eso me da una gran tranquilidad: pensar que voy a cesar. Porque la gente que cree en la inmortalidad póstuma está aterrada. Piensan que serán juzgados. Oyen, algunos, la voz de un ángel que les anuncia la muerte y que se los juzgará. Me parece un poco ridículo, ¿no? Yo no tengo una idea tan pueril de Dios. Es una idea jurídica de Dios que me parece absurda.

Tomás Barna: ¿Qué nos puede decir de los cuatro grandes períodos de la existencia humana: la infancia, la juventud, la madurez y la vejez?

Jorge Luis Borges: Mi deber es contestar que el más propicio, el que puede acercar­nos más a la felicidad, es la vejez, ya que evidentemente uno es viejo; pero no sé si eso es verdad. Posiblemente no. Lo más po­sible es que sea la infancia el período más feliz, cuando uno está descubriendo todo. La juventud… bueno, los jóvenes son muy vanidosos. Si son gente educada todos quieren ser Hamlet o Baudelaire o un personaje de la novela rusa. Ya la madurez puede ser mejor. Y la vejez tiene, por lo pronto, esta ventaja: uno conoce sus límites; uno sabe qué puede hacer, y sobre todo qué no puede hacer. Por ejemplo, yo sé que puedo intentar, con mayor o menor felicidad -digamos con menor felicidad- un cuento o un poema; que no debo intentar una pieza de teatro o una novela, por ejemplo. Y sé que no puedo contar con muchos amigos, sino sólo con a, b y c; posible­mente con d y e…menos. Y uno se acostumbra a todo. Bueno, la vida es una mala costumbre. Es más fácil resignarse cuando uno es viejo, aunque no siempre es fácil.

Tomás Barna: ¿Y qué es ser feliz?

Jorge Luis Borges:  Yo hablaba de eso con Silvina Ocampo, noches pasadas. “No hay personas felices” -me dijo ella-. Yo le dije: “Sí, son felices las personas que uno no conoce; en cuanto uno conoce a alguien, uno se da cuenta de que tiene sobrados motivos de desdicha”. Pero quizá al cabo de un día habrá habido instantes de cielo e instantes de infierno. Sé que ambos instantes son efímeros y quizá no sean muy importantes. Schopenhauer dijo que “los paraísos de la literatura no satisfacen”. Vamos a empezar por el más ilustre: el “paradiso” dantesco. En cambio los infiernos, sí. La razón es muy fácil. El hecho es que el paraíso es una vaga esperanza. Y contra el infierno no se puede: no hay ninguna dificultad en crear infiernos litera­rios, puesto que ya estamos allí.

Tomás Barna: Si tuviera que nacer de nuevo, Borges, ¿en qué mundo le gustaría vivir?

Jorge Luis Borges: Yo creo que he elegido bien la fecha: 1899. Siento que este mundo está declinando. Si pienso en el siglo XX me parece inferior al XIX. El XIX inferior al XVIII. En fin, tengo la impresión de que todo está declinando, pero es posible que el que esté declinando sea yo simplemente, y yo no sé acomodarme a un mundo distinto. Desde luego…nos ha tocado una época triste, salvo que el presente quizá sea siempre triste. La gente tiende a situar la felicidad en una época anterior. Por ejemplo.. .Mujica Láinez habla continuamente de “la belle époque”. A nosotros nos parece bella porque estamos lejos de esa época, pero a quienes les tocó vivir en ella no la vie­ron “belle”. Fue la época de los primeros atentados anarquistas debido a la miseria y a las desigualdades sociales. La “belle époque” es una simple ilusión. Y ahora se tiende a suponer que la felicidad está en  el porvenir. Pensamos en utopías futuras y no en paraísos perdidos.

Buenos Aires, Julio de 1980.  

Fuente : Epanadiplosis




Documento : Edmundo Ribero canta la "Milonga de don Nicanor Paredes" en presencia de Borges

HUMORISTA DESCONOCIDO

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Borges no sólo cantaba tangos, sino que también escribía historietas

Escribe ISMAEL CANAPARO

Entre 1933 y 1934, introdujo textos propios sobre el periodismo y la literatura de la época en una tira denominada “Peloponeso y Jazmín”, que publicaba el diario Crítica.

El hallazgo de varios casetes de medio siglo atrás, con diversas conferencias sobre el tango que Jorge Luis Borges dio en Buenos Aires, provocó cierto revuelo en el mundo literario argentino y español. La imprevista traducción apareció ahora de la mano de su viuda, María Kodama, en la Casa del Lector de Madrid, entidad dedicada a la promoción de la lectura, junto con la Fundación Borges. Allí irán a parar el imprevisto descubrimiento, junto a un CD y un libro con los audios y las transcripciones de aquellos coloquios.

Por la propia Kodama, se supo una reiteración que siempre fue evidente: “A Borges le gustaban mucho los tangos de la Guardia Vieja”, agregando algo escasamente conocido: el escritor detestaba a Carlos Gardel. “Siempre decía que Gardel hizo del tango algo sentimental y llorón”. También apuntó que “solía tararear las canciones que sabía, pero las que más le gustaba eran las que no tenían letra”.

En un mundo tal, en el que arte y técnica se hallan por completo escindidos, sólo es posible reunirlos a través de la casualidad. De allí el tono satírico que hacía Borges en aquellas charlas de 1965, de allí las revelaciones del autor de “El Aleph”, algunas conocidas y otras no, como así también de sus constantes ironías. Más allá de la curiosidad, cuando se trata de reinstalar una mirada tanguera (con o sin la vehemencia romántica borgiana), un poco de revuelo no viene nada mal.

Como ella misma lo confesó, María Kodama adquirió años atrás la fuerte necesidad de encontrar trozos de las diversas actividades que desarrolló Borges a través de sus 87 años de vida y pegarlas en un árbol que ella llamó “confidencias”, todavía inédito. Hace poco tiempo atrás me la encontré casualmente en el aeropuerto de Barajas y tuvimos una linda charlas informal, mientras esperábamos el vuelo a Buenos Aires. 
Le contaba una anécdota desconocida que tuvo el escritor como protagonista, cuando llegó a Junín en los setenta y quiso recorrer la calle que lleva el nombre de su abuelo, el Coronel Francisco Borges. Casi como un rayo, la viuda buscó su cartera. Sacó una libreta y anotó, puntillosamente, cada párrafo de aquella situación.

La “Revista Multicolor”

El diario Crítica publicó entre agosto de 1933 y octubre de 1934, a modo de un gran avance editorial, un suplemento literario llamado la “Revista Multicolor”, que aparecía los sábados, dirigido por Jorge Luis Borges y Ulysis Petit de Murat. La saga, integrada por ocho páginas ilustradas, tenía un formato de 58 por 45 centímetros y alcanzó un total de 61 números editados.

La elección de autores que interesaban a Borges en esa época es obvia y conocida. Por un lado, Chesterton, H.G. Wells, Bernard Shaw, Jack London, Kipling, Novalis, O´Neill, Hudson, Bret Harte, Marcel Schowb. Por otro, Xul Solar, Vicente Rossi, Manuel Peyrou, Santiago y César Dabove, entre los nacionales. No es todo: hay también una serie de relatos que Borges retomará después en la “Antología de la literatura fantástica”, de 1940, realizada en colaboración con Silvina Ocampo y Adolfo Bioy Casares o en “Los mejores cuentos policiales”, de 1943, junto a Bioy y, además, algunos textos de los que dará su propia versión en “Cuentos breves y extraordinarios”, de 1955, nuevamente con Bioy.

“Peloponeso y Jazmín”

En esta historieta, Borges y Petit buscaron hacer algo diferente, especialmente en las líneas y réplicas de los personajes. Peloponeso es un hombre prehistórico que se encuentra con un dinosaurio y lo amaestra, aunque finalmente el animal termina casi adoptando a su patrón. No hay ninguna preocupación por la verosimilitud de lo que se cuenta y son en especial las contestaciones de los protagonistas las que le otorgan un carácter delirante, a través de alusiones a la historia, al mundo de los años treinta, a los aparatos modernos, al cine, al deporte, a la literatura.

Hay diálogos que no pueden provenir de ninguna manera del original. Es el caso de las menciones a la ciudad de Buenos Aires. Por ejemplo: “Esperame junto al pasaje Barolo”, “Esto se pone peor que Buenos Aires cuando llueve”, que bien podría fácilmente trasladarse a los momentos actuales, o “Tomá este paquete de serpentinas por si te ocurre ir al corso de Belgrano”. Se encuentran también referencias a costumbres o acontecimientos culturales de la ciudad, como: “Que salga el Tony” o “Prohibida la venta de El fuego de Barbusse” y “Sin novedad en el frente de Remarque”, dos de los grandes éxitos popular de la época.

Por otra parte, los personajes hablan en porteño y más aún, acumulan juegos de palabras. Peloponeso al refugiarse en la copa de un árbol dice: “El médico me recomendó que no me tome la copa, pero no me queda otro remedio”. Y, en el mismo número, al entrar a una gruta persiguiendo a un animal prehistórico: “El plato no es de mi paladar, pero ya que estoy en la boca de la garganta entraré sin tocar la campanilla”.

Todo un pretexto inteligente

La historieta, insertada en la “Revista Multicolor” de Crítica, es una muestra de la manera astuta y humorística con la que se pudo apropiar de un espacio destinado a sacar a los lectores del ámbito de lo estrictamente literario. Y en tal caso, es posible reconocer la marca del Borges de los años 20 y 30, cuya práctica literaria está marcada por lo contextual . Marcas que luego, hacia la década del 50 y sobre todo a partir de la primera edición de las “Obras completas”, él mismo se encargará de ir borrando y atenuando. 

Lo cierto, es que los diálogos funcionaban como un pretexto para situar los debates de los intelectuales argentinos a comienzos de los años 30, convirtiendo a la historieta en un verdadero campo de batalla literario. Además, los ataques de esas historietas recuerdan a las parodias de Borges y Bioy Casares en la década siguiente, publicadas con el seudónimo Bustos Domecq, junto a las sátiras que aparecieron en la revista “Los anales de Buenos Aires”.

Fuente :  La verdad on line

LA DIALÉCTICA DE HEREJÍA Y AUTORIDAD EN BORGES Y CARPENTIER

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Eleni Kefala  

Universidad de St Andrews, Escocia


Este ensayo es un estudio comparado del cuento de Jorge Luis Borges “El evangelio según Marcos” (1970) y la novela de Alejo Carpentier El reino de este mundo (1949). Ambos casos tratan de la recepción de la cultural colonial europea por el Otro, aquí identificado con los gauchos (Borges) y los esclavos negros (Carpentier). Me concentraré en dos ejemplos emblemáticos de 'herejía' religiosa y cultural donde dos textos fundamentales de la civilización occidental son (para usar un término familiar de Borges) irreverentemente apropiados y su autoridad colonial es desplazada. Antes de hacer esto, me referiré brevemente a la noción de la traducción cultural como desplazamiento y transformación.

En su ensayo 'La traducción como metáfora: tres versiones de Borges' (1975), Alfred J. MacAdam menciona que (C1) “toda literatura [...] es translatio (transferencia, traducción entre tradiciones, individuos y lenguas)” (748). Esta noción de la traducción como transferencia invoca a la teoría de Bhabha sobre la traducción cultural. Refiriéndose a la novela de Salman Rushdie Los versos satánicos (1988), Bhabha corrobora en su libro La ubicación de la cultura (1994) que lo que hace el autor indio es traducir, dislocar el Corán de su contexto religioso y trasladarlo al espacio profano de 'la novela de migraciones culturales y diásporas de la posguerra' (226). Explica que Rushdie socava la autenticidad del Corán “a través del acto de la traducción cultural”, hibridizando lo religioso con lo blasfemo. Rushdie, según Bhabha, pone en cuestión la autoridad del Corán tocándolo de una manera imaginativa, crítica e irreverente y, en particular, traduciéndolo desde la perspectiva de lo que él denomina “relativismo histórico y cultural” (226). Además, Bhabha entiende la hibridez como “el tercer término”, el elemento indecidible (ni europeo, ni indio, ni negro ni blanco); “el tercer término”, según Bhabha, niega el discurso autoritario del colonialismo provocando “una crisis para cualquier sistema de autoridad” (114). En realidad, Bhabha atribuye una fuerte función política al “Tercer Espacio” de la traducción cultural y la hibridez (que también llama “intersticio”). El crítico afirma que es “en el proceso de la traducción y el desplazamiento” en el que “el objeto de la política está inscrito” y que (C2) el “énfasis en la representación de lo político sobre la construcción del discurso es la contribución radical de la teoría de la traducción” (26-27). Asimismo, refiriéndose a la traducción del Corán que hace Rushdie, dice (C3): “A lo mejor la traducción no es una transición suave, una continuidad consensual, sino la configuración de la reescritura disyuntiva de la migratoria experiencia transcultural” (226). Para él, la traducción cultural desestabiliza y desacraliza la superioridad cultural mediante la iniciación de “un constante estado de contestación y cambio” entre distintos sistemas culturales de significación (227-28).

A pesar de la fuerte resonancia política del término, que está ausente en la obra de Borges (al menos de una manera obvia y directa), el concepto de la traducción como transferencia, dislocación y apropiación tal como lo propone Bhabha es bastante informativo en cuanto a la noción borgiana de la traducción como malentendido, apropiación y transformación. Según Bhabha, (C4) “el problema de la interacción cultural aparece sólo en los límites significadores de las culturas, donde los significados y valores son (mal)leídos” y “los signos son malversados” (34). El cuento de Borges “El evangelio según Marcos” desarrolla de manera ejemplar la noción de la traducción cultural como apropiación y malentendido. La trama se desarrolla en una estancia pampeana donde un joven bonaerense, Baltasar Espinosa, está veraneando (el nombre de Espinosa naturalmente nos hace recordar al filósofo holandés, Baruch Spinoza, uno de los favoritos de Borges). Mientras el dueño de la estancia no está, un temporal de lluvias inunda la zona, atrapando a Baltasar y al gaucho Gutre y su familia en la estancia. Los Gutres, que se han olvidado de su remoto pasado europeo, son analfabetos, por ende representan una sociedad precivilizada. Durante su estadía, Espinosa encuentra en la casa una Biblia y empieza a leerles El evangelio según Marcos. Unos días después, Gutre pregunta a Espinosa si Jesús permitió que lo crucificaran para salvar al hombre de sus pecados y Espinosa, aunque ateo, contesta afirmativamente. Ese mismo día los Gutres piden a Espinosa su bendición y lo empujan a la parte trasera de la casa. A través de la puerta, Espinosa puede ver que han preparado una cruz y están a punto de crucificarlo.

La crucifixión de Espinosa es debida al malentendido cultural entre, por una parte, el hombre “civilizado” de Buenos Aires (connotativamente, uno de los fundadores de la filosofía occidental) y, por otra parte, los “bárbaros” gauchos de la Pampa (Borges pone en escena la dicotomía sarmentina entre civilización y barbarie). Efectivamente, la estancia pampeana registra muy gráficamente el “intersticio” de Bhabha, el “entre-lugar”, o lo que Borges llama “orillas”, es decir, el espacio entre la vasta topografía de la Pampa y el paisaje urbano de Buenos Aires donde la tradición criolla y la modernidad convergen y colisionan. Metonímicamente en este “entre-lugar” los latinoamericanos, según Borges, pueden apropiarse de distintas culturas. Eso es precisamente lo que Bhabha llama “el entre-lugar” de la traducción, donde (C5) “los pasajes y procesos intersticiales de la diferencia cultural [...] están inscritos” (217). Dentro de este tercer espacio de la traducción cultural, la Biblia, como el texto fundamental de la civilización occidental, es heréticamente traducido, mal-leído, dislocado y apropiado por los “incivilizados” gauchos que transforman la crucifixión de Jesucristo en un bárbaro sacrificio, y por lo tanto hibridizan (o calibanizan, para usar un término más conocido en la teoría latinoamericana) lo religioso con lo blasfemo. Por una parte, Espinosa lee a los Gutres El evangelio según Marcos como una historia cuya trama es apasionante en sí misma. Por otra parte, los Gutres interpretan la historia literalmente (recuerden que están listos para crucificarlo), por ende heréticamente; la interpretan como un drama que debería realizarse. En definitiva, el cuento de Borges es un paradigma de herejía y traducción cultural, y de la irreverencia a través de la cual las culturas en general, y la argentina en particular, se apropian, calibanizan y canibalizan los discursos coloniales religiosos y culturales. Evidentemente, el cuento afirma la noción que propone Bhabha de la identidad cultural que “está construida a través de un proceso de alteridad” (175) y, yo añadiría, de un proceso de herejía desde el punto de vista monológico y monolítico del colonizador.

Cabe destacar que Borges centra su atención en el aspecto creativo de los desplazamientos que se forman a través de los procesos de herejía e irreverencia, procesos que él reconoce como prácticas comunes en la producción literaria y cultural en América Latina en general y en Argentina en particular. Por ejemplo, en su famoso ensayo “El escritor argentino y la tradición” (1953), Borges afirma que el principio subyacente en dicha producción es la irreverencia, debido al hecho de que los escritores argentinos se apropian de diversos elementos culturales porque participan en la cultura europea, al mismo tiempo que se distancian de ella. (C6): “Creo que los argentinos, los sudamericanos en general”, dice Borges, “podemos manejar todos los temas europeos, manejarlos sin supersticiones, con una irreverencia que puede tener, y ya tiene, consecuencias afortunadas” (1996, 1: 273).

Además, el cuento de Borges es literalmente un caso de lo que Bhabha llama “signos tomados por milagros” (102-22). El texto está en dialogo con lo que el crítico irónicamente llama el “Libro Inglés” o el “Libro Europeo”: es decir, la Biblia que los misioneros ingleses tradujeron para ofrecérsela a los nativos de la India, África y el Caribe durante el siglo diecinueve (102-23). Igual que el evangelio en el cuento de Borges, “el descubrimiento del libro inglés” por los nativos, afirma Bhabha, (C7) “es simultáneamente un momento de originalidad y autoridad”. Y añade: “También es un proceso de desplazamiento que, paradójicamente, hace la presencia del libro milagrosa hasta tal punto que es repetido, mal-leído y desplazado” (102). Como los gauchos en el cuento de Borges, los nativos de la India hibridizan la Biblia traduciéndola y transfiriéndola a su propio contexto cultural. Bhabha da como ejemplo lo que pasó en el norte de la India, donde los nativos “pidieron un evangelio indianizado [...] usando el poder de la hibridez para resistirse al bautismo y poner el proyecto de la conversión en una posición imposible” (118). Otros, según Bhabha, estaban dispuestos a ser bautizados pero se negaron a tomar el santísimo sacramento apelando a la dieta hindú, mientras que muchos hindúes recibieron el libro inglés “como una novedad y una deidad doméstica” (117, 120). Obviamente, en la Pampa argentina tanto como en el norte de la India, el evangelio (y su autoridad colonial) es mal-leído, apropiado, traducido y dislocado por el Otro, el ‘hereje’.

Volviendo al caso del escritor cubano Alejo Carpentier, su concepto de “lo real maravilloso” está inextricablemente relacionado con las nociones de herejía, hibridez y traducción cultural. La maravillosa realidad latinoamericana que plantea Carpentier en su famoso Prólogo a la novela El reino de este mundo (1949) y más tarde en otros ensayos es precisamente el producto del encuentro entre los discursos coloniales europeos y las tradiciones no europeas en el Caribe (francesas y españolas – indígenas y africanas) (C8):
Lo real maravilloso [...] [es] patrimonio de la América entera, donde todavía no se ha terminado de establecer [...] un recuento de cosmogonías. [...] Por la virginidad del paisaje, por la formación, por la ontología, por la presencia fáustica del indio y del negro, por la Revelación que constituyó su reciente descubrimiento, por los fecundos mestizajes que propició, América está muy lejos de haber agotado su caudal de mitologías. (1983, 2: 16-17)

Carpentier emplea la noción de “lo real maravilloso” y una lengua literaria neo-barroca para crear así una ficción que pueda alojar la hibridez cultural y la realidad barroca de América Latina. Su concepto de la maravillosa realidad latinoamericana amplifica el campo exegético de la teoría y cultura latinoamericanas, y por lo tanto permite que múltiples e inagotables realidades coexistan. Carpentier proyecta “lo real maravilloso” en contra del discurso colonial europeo y se esfuerza por construir una fuente de identidad latinoamericana autóctona que privilegie la cultura híbrida frente a oposiciones bipolares, como, por ejemplo, civilización y barbarie, primermundismo y tercermundismo, orden colonial y caos local, países desarrollados y subdesarrollados, etcétera. Por eso en el final de su Prólogo, por una parte, afirma, refiriéndose a su novela, que “todo resulta maravilloso en una historia imposible de situar en Europa”, mientras, por otra parte, plantea la pregunta retórica: “¿Pero qué es la historia de América toda sino una crónica de lo real maravilloso?' (1983, 2: 18).

Como hemos visto, Bhabha entiende la hibridez en términos de violencia, desplazamiento y dislocación, y en ese sentido la obra de Carpentier cabe en sus teorías casi perfectamente (en realidad anticipándolas medio siglo). ¿Cómo? Su concepto de “lo real maravilloso”considera precisamente las dislocaciones del encuentro colonial con la diferencia. Un caso ejemplar de estas dislocaciones se puede encontrar en el capítulo “San Trastorno”, con la presencia de los curas negros que combinan prácticas católicas y vudúes (C9):
Fue entonces cuando aparecieron en los campos unos sacerdotes negros sin tonsura ni ordenación que llamaban los padres de la Sabana. En lo decir latines sobre el jergón de un agonizante eran tan sabios como los curas franceses. Pero se les entendía mejor, porque cuando recitaban el Padre nuestro o el Avemaría sabían dar al texto acentos e inflexiones que eran semejantes a las de otros himnos por todos sabidos. (1985: 82)

Igual que el caso de los gauchos pampeanos y los nativos de la India, los haitianos transforman, distorsionan y traducen el “Libro Europeo” (aquí, los himnos católicos) dentro de su propio contexto cultural y religioso. Usando el poder de la hibridez, los nativos interpretan oraciones católicas a través de himnos vudúes, desafiando a la vez el discurso institucional de la Iglesia Católica, puesto que los curas no tienen tonsura y no están ordenados. Otra vez el discurso colonial es apropiado y desplazado por el Otro, el ‘hereje’, que, como en el caso de los Versos satánicos de Rushdie, hibridiza lo religioso con lo blasfemo a través del acto de la traducción cultural, generando así una nueva forma híbrida que, en este caso, no es ni católica, ni vudú.

Sin embargo, el ejemplo más fascinante y a lo mejor más entretenido se puede encontrar en el capítulo “La hija de Minos y Pasifae”. Ahí, la actriz francesa de segunda fila, Mademoiselle Floridor, “débil como pocas en artes falatorias” (48) y “rechazada por los teatros de París a causa de su escasa inteligencia dramática” (49), les recita a los esclavos negros una escena de la Fedra de Racine, recordándoles su barbarie frente a su propia civilidad. Sin embargo, su autoridad cultural es irrevocablemente socavada por los Otros, los “bárbaros”, porque, igual que los Gutres en el cuento de Borges, los esclavos toman su actuación literalmente, pensando que ella es una prostituta que se ha escapado de la policía francesa (C10):

Estupefactos, sin entender nada, pero informados por ciertas palabras que también en créole se referían a faltas cuyo castigo iba de una simple paliza a la decapitación, los negros habían llegado a creer que aquella señora debía haber cometido muchos delitos en otros tiempos y que estaba probablemente en la colonia por escapar a la policía de París, como tantas prostitutas del Cabo, que tenían cuentas pendientes en la metrópoli. (1985: 50)

 En conclusión, la Fedra de Racine y El Evangelio según Marcos, dos ejemplos emblemáticos de la autoridad colonial, tanto religiosa como cultural, son traducidos, malinterpretados y dislocados por los Otros. Por lo tanto, la autoridad y la superioridad del discurso colonial son desplazadas por el “tercer” elemento, la forma herética, lo indecidible. Tanto Borges como Carpentier demuestran cómo la autoridad (cultural) es socavada y finalmente subvertida por la herejía (cultural). Este discurso herético (la “consecuencia afortunada” según Borges, y “lo real maravilloso” según Carpentier) es producto de un proceso de traducción cultural sumamente efectivo y creativo. Un proceso que, por una parte, desestabiliza la autoridad colonial mientras que, por otra parte, constituye la base de la formación cultural dentro y fuera de América Latina. 

Fuente : 
Revista Bimestre de la Sociedad Económica de Amigos del País
Fundada en 1831
Avenida Salvador Allende No. 710 e/ Soledad y Castillejo, Habana, Cuba




"The bus", una tira cómica que mezcla a Dalí con Borges, Escher y The Twilight Zone

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Paul Kirchner es el genial autor de la reflexiva y surrealista tira cómica sobre un autobús municipal. Esa tira, "the bus", provee un punto de partida ideal para la fértil imaginación de Kirchner, en la tira explora diversas variaciones de futilidad y desastres, inspirada tanto por The Twilight Zone como por Godzilla y también por las pinturas de Salvador Dali y M.C. Escher.

"El humor está inspirado en la alocada lógica de los dibujos animados de Warner Brothers; la paranoia del programa de televisión The Twilight Zone; así como en las ilustraciones surrealistas de Bosco, Magritte, Dalí, y Escher. Escher, con seguridad, aunque las tiras cómicas me recuerdan sobre todo la filosofía lúdica, impasible, descrita en la obra de Jorge Luis Borges ".

Paul Kirchner


Galería de imágenes








































Fuente : Cultura Inquieta


Documento : Jorge Luis Borges con Antonio Carrizo 1979 en Canal 11


Mar del Plata 1984 : Aquella increíble entrevista con Jorge Luis Borges

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Marcelo Pasetti

Hoy, 24 de agosto, se cumple el 112º aniversario del nacimiento de Jorge Luis Borges, sin dudas, uno de los más grandes escritores del mundo. Buena ocasión para recuperar aquella entrevista que tuve la enorme fortuna de poder hacerle hace 27 años, cuando Borges vino a Mar del Plata y un audaz pro-secretario de redacción del diario LA CAPITAL me dio la orden de ir a hacerle algunas preguntas.

Sólo recuerdo que temblaba como un papel cuando lo tuve a menos de un metro. Tenía yo 20 años y sabía del cambiante humor del genial escritor. Sin embargo, Borges lo percibió y mágicamente se prestó a una entrevista increíble, donde respondió una y cada una de las preguntas. Hoy, en 2011, me río cuando algunos escritores o periodistas se niegan a dar una entrevista a un diario del interior, buscando excusas que a veces irritan. ¡Borges hablaba con todos! dan ganas de gritarles...

Comparto entonces en este blog aquella entrevista completa.

_ ¿Más o menos cuánto va a durar esto?

_ Diez minutos aproximadamente...

_ ¿Y cuántas preguntas serán?

_ Diez.

_ ¿Diez? Bueno. Está bien.


Eran poco más de las once de la mañana del 7 de setiembre de 1984 y las preguntas, sorpresivamente, comenzó a hacerlas él. Jorge Luis Borges volvía a Mar del Plata para ofrecer esa noche una charla en el Teatro Auditorium y en la casa de Susana López Merino -ex titular de Cultura de la municipalidad- se disponía a conceder un reportaje a LA CAPITAL. El periodista y el reportero gráfico Néstor Alfonso, esperaban ansiosos que se cristalizara lo pactado. En los comienzos de esa primavera democrática que se vivía en la Argentina, mientras se juzgaba a los militares tras el triunfo electoral de Raúl Alfonsín y se hablaba ya del arbitraje por el conflicto con Chile por el canal de Beagle, el escritor argentino se seguía caracterizando por sus polémicas declaraciones y los periodistas podían llegar a vivir momentos difíciles si el autor de "El Aleph" no tenía un buen día a la hora de responder. 

Aquella mañana Borges tuvo "compasión" por el joven periodista y aceptó que aquellos diez minutos pactados para la charla se multiplicaran por cuatro para ir de un tema a otro sin ningún tipo de reparos. Pidió un té en medio de la charla, se rió con ganas en más de una oportunidad y regaló un reportaje que muchos años después, revive tras haber sido encontrado el casete -que soportó estoicamente mudanzas y "limpieza de papeles" a las que se acostumbra a recomendar a los periodistas- en el interior de un viejo bolso, entre recortes de diarios y agendas gastadas.

Al cumplirse hoy un nuevo aniversario del nacimiento del genial escritor, se reproduce el reportaje íntegro ya que en aquella oportunidad -edición de LA CAPITAL del 8 de setiembre de 1984, página 11- sólo se editó un pequeño tramo.

"Cuando era joven yo trataba de ser desdichado. Quería ser el príncipe Hamlet, o Byron o algún personaje de novela rusa del siglo XIX, y en cambio ahora no. Ahora sé que no es necesario buscar la desdicha ya que la desdicha lo encuentra a uno".


_ En primer lugar sería bueno conocer su opinión sobre la situación que está viviendo el país.

_ Creo que estamos convaleciendo de una larga enfermedad, luego de tantos años. Pero quizás logremos la salud. Tenemos que tener esperanzas y no ser impacientes. Es casi una resurrección lo que se necesita y sobre todo desde el punto de vista ético. Éticamente... Hay que enseñar esa ciencia olvidada en este país. Pero creo que cada uno de nosotros le debe algo a la Patria. Ustedes los jóvenes pueden hacer algo. Yo sólo puedo profesar ese acto de fe. No puedo hacer ninguna otra cosa ya que políticamente no cuento, no estoy afiliado a ningún partido, no conozco a los políticos...

_ ¿Este resurgir democrático puede producir algún tiempo de cambio en la literatura argentina?

_ No, no creo que tenga nada que ver una cosa con la otra. La literatura siempre es libre.


"Peronistas torpes y chambones"

"Cada texto mío, por casual que parezca, presupone muchos borradores, ahora borradores mentales ya que he perdido la vista".
  

_ Usted dijo recientemente que tenía la convicción de que el peronismo era un mal perdedor y que si era necesario se iba a aliar con los militares para dar un golpe...

_ Espero haberme equivocado, pero siempre existe ese temor. Sin embargo, los militares han logrado desacreditarse de un modo tan universal y los peronistas felizmente están tan peleados entre ellos... Han hecho una campaña tan torpe y esperemos que sigan siendo torpes. Torpes y chambones.

_ ¿Por qué torpes?

_ Porque hubieran podido ganar las elecciones. Mucha gente estaba lista para votar por ellos, pero cuando volvieron a aturdir a todos con "Perón, Perón, que grande sos / mi general, cuanto valés" se dieron cuenta de que eran unos imbéciles. No pudieron ganar las elecciones por eso, porque aturdieron a la gente con boberías. Y además todo el mundo sabía que eligieron mal a los candidatos, a ese malevaje que todos conocemos.

_ ¿Qué piensa usted de de las Madres de Plaza de Mayo?

_ Creo que algunas son sinceras. No sé si todas los son, pero yo he recibido en mi casa a personas que han llorado sinceramente. Ahora, desde luego, habrá muchas que obedecen a fines políticos. Pero no importa. Con que haya una sola madre sincera, una sola persona que haya perdido a un hijo que no era un terrorista, está bien. Las apruebo desde luego.

_ ¿Y con respecto a la justicia militar que quieren imponer por estas horas?

_ Esa justicia es un simulacro. Si yo fuera militar pediría ser juzgado por civiles, ya que no sé si su honor queda limpio. Los militares no han exigido hasta ahora jueces civiles y deberían haberlo hecho. No hay ninguna razón para que una persona tenga jueces especiales. Un dentista no tiene por qué ser juzgado por otros dentistas, un escritor por otros escritores, un buzo por otros buzos, un militar por otros militares... Es evidentemente absurdo.


"A mí no me gusta lo que escribo"

"Estamos continuamente recordando un pasado brevísimo y un pasado doloroso con las dos dictaduras, la de Rosas y la otra de cuyo nombre no quiero acordarme".


_ ¿Cuál cree que es el camino, la solución como para que Argentina definitivamente salga adelante?

_ Soy el único argentino que no tiene una solución prevista. Es una situación muy difícil. Y creo que sólo podemos ayudar mediante un acto de fe. Pero creo también que si somos hombres éticos o si tratamos de ser éticos terminaremos ayudando a salvar a la Patria y por ende al mundo. Pero no tengo ninguna solución. Si me ofrecieran la suma del poder público como a mi pariente Rosas, yo renunciaría inmediatamente. No entiendo de política. Entiendo, quizás, algo de literatura, no estoy muy seguro tampoco...

_ ¿Así que usted no entiende de literatura...?

_ No. no estoy muy seguro. A mi personalmente no me gusta lo que escribo. Yo me he resignado a lo que yo escribo. Pero eso no quiere decir que yo lo apruebe. Cuando era joven quería ser Lugones, como toda la gente de mi generación, y ahora he renunciado a esa misión y me he resignado a ser Borges, algo menor desde luego, pero soy yo.

_ Otro tema del cual mucho se ha hablado es de la censura en las manifestaciones artísticas. ¿Puede decirse que toda censura es repudiable?

_ Bueno, hay un caso en el cual fue útil. Cuando prohibieron un filme absurdo que se llama "La intrusa". Pero fuera de ese caso particular que me benefició a mi y a Christiansen, me parece absurda. Además, cada uno debe juzgar lo que quiere ver o lo que no quiere ver. Ahora, en este caso particular de "La intrusa", introdujeron elementos del todo ajenos a mí. Por ejemplo la homosexualidad y el incesto. Además, ese filme está lleno de gente nada friolenta, continuamente están desnudos y no se sabe por qué.

_ ¿Cuáles fueron las personas que forjaron el Borges de hoy? ¿De dónde toma ese ímpetu, esa fuerza para escribir?

_ Yo no sé si tengo fuerza para escribir. Yo corrijo mucho. Cada texto mío, por casual que parezca, presupone muchos borradores, ahora borradores mentales ya que he perdido la vista. Pero estoy continuamente planeando y revisando y limando borradores mentales.

_ Usted escribió alguna vez que toda obra intelectual es finalmente inútil...

_ Sí, pero no me queda otro destino que mi destino de escritor. Aunque no me gusta lo que escribo. ¿Pero qué otra cosa puedo hacer sino seguir escribiendo? Trato desde luego de olvidar el pasado, de mirar hacia el porvenir, de pensar en mis próximos libros... Por lo pronto me he comprometido a escribir cien prólogos, tarea que me obliga a seguir viviendo algunos años más. Aunque he abusado ya de la longevidad. Hace pocos días cumplí 85 años y me avergoncé, desde luego. Mi madre cumplió 99 años y cuando cumplió 95 me dijo" caramba, se me fue la mano"¡Estaba tan avergonzada! Sin embargo murió a los 99 años con el temor de llegar a los 100, pero felizmente para ella no llegó, porque murió unos meses antes.

_ ¿Por qué está usted avergonzado?

_ Porque me parece que es abusar del tiempo.


"¿Qué me costaba simular la felicidad?"

"Cuando mi madre murió sentí mucho remordimiento. Remordimiento por no haber sido feliz. No por mí. Uno debe ser feliz, no por uno mismo sino por las personas que lo quieren. ¿Qué me costaba simular la felicidad? No, más bien yo la abrumaba con quejas y malhumores..."


_ En la poesía "Remordimiento" usted dice: "he cometido el peor de los pecados que un hombre puede cometer. No he sido feliz"...

_ Bueno, pero ese poema yo lo escribí a la semana de la muerte de mi madre. Yo pensé que me hubiera sido más fácil ser más bueno con ella. De modo que convendría que pensáramos en interlocutores mortales y que conviene ser buenos con ellos. Pero siempre nos olvidamos de eso. Cuando mi madre murió sentí mucho remordimiento. Remordimiento de no haber sido feliz. No por mí. Uno debe ser feliz no por uno mismo sino por las personas que lo quieren. ¿Qué me costaba simular la felicidad? No, más bien yo la abrumaba con quejas y malhumores...

_ Y en cuanto a la felicidad ¿qué balance puede hacer de su vida?

_ Increíblemente me siento más feliz ahora que cuando era joven. Cuando era joven yo trataba de ser desdichado. Quería ser el príncipe Hamlet o Byron o algún personaje de novela rusa del siglo XIX y en cambio ahora no. Ahora sé que no es necesario buscar la desdicha ya que la desdicha lo encuentra a uno. Pero uno puede lograr la serenidad que es quizás más importante que la felicidad. He cumplido 85 años, soy ciego, pero me siento fácilmente sereno. Cuando era joven no, me sentía muy inquieto. Pero es natural porque un joven no sabe quién es, no conoce sus límites, cree que puede elegir su destino y ahora el destino ya me ha elegido. Mi destino es ser un hombre de letras. Un hombre de letras mediocre, pero un hombre de letras ¿y por qué no aceptar ese destino que no es menos rico que otros? Yo sigo proyectando y escribiendo y eventualmente publicando.

Entre el Martín Fierro y Facundo

"Creo que si hubiéramos elegido el Facundo como nuestro libro y no el Martín Fierro, quizás nuestra historia hubiese sido otra. Otra y sin dudas mejor".


_ Abusando de su amabilidad y a propósito de las críticas que ha usted realizado al Martín Fierro en varios artículos me gustaría saber...

_ No, yo no he criticado al Martín Fierro, he criticado el hecho que se lo lea como una epopeya, que se crea que el Martín Fierro es un ejemplo. Hernández quiso mostrar cómo la leva, el Ejército, convertían a los paisanos y en el caso de Martín Fierro en desertores que se pasan al enemigo, en asesinos, en borrachos... Lugones en el año 1915 dijo que el Martín Fierro era una epopeya, que el personaje era ejemplar y quizás muchos males de nuestra historia procedan de esa curiosa interpretación de Lugones. Creo que si hubiéramos elegido el Facundo como nuestro libro, quizás nuestra historia hubiese dio otra. Otra y sin dudas mejor.

_ ¿Por qué le gustan tanto las novelas policiales?

_ Me parece que la idea de un enigma que se resuelve intelectualmente es una idea interesante. Además, creo que un género que fue inventado por Poe y que fue cultivado por Dickens, por Chesterton y por tantos otros no tiene por qué ser censurado.

_ ¿Y dónde nace ese amor por el mundo violento de este tipo de obras?

_ Y--- quizás por el hecho de que mi vida sea todo lo contrario. Sin embargo no sé: he sido contemporáneo de dos guerras atroces y actualmente la violencia se multiplica. Antes había un asesinato por año o cada dos años. Ahora todos los días hay crímenes atroces, de modo que la violencia está creciendo. Desde luego me desagrada.

_ ¿Se puede contar en qué está trabajando en estos momentos?

_ Muchos trabajos. En primer término un libro Atlas que publicará Editorial Sudamericana. Ese libro será de collage, de fotografías tomadas por María Kodama y textos míos escritos en diversas partes del mundo. Habrá textos del Japón, de Egipto, de Inglaterra, de Colombia, de Texas, de Francia, de Sevilla... Y ese libro será un Atlas deliberadamente heterogéneo. Y además de esoi, tengo en preparación un libro de cuentos fantásticos titulado "La memoria de Shakespeare" y el tema me fue dado por un sueño, que soñé hace muchos años en Michigan, Estados Unidos. Un sueño muy intrincado del cual saqué, pude salvar una frase. La frase era" te vendo la memoria de Shakespeare" y luego resolví que aquello de vender no estaba bien ya que no soy comerciante, así que puse "te otorgo" no porque era demasiado pomposo, "te daré la memoria de Shakespeare" y es la historia de un profesor alemán devoto de Shakespeare, como tantos alemanes y a quien mediante una operación mágica le dan la memoria personal de Shakespeare, la memoria que él tuvo pocos días antes de su muerte en el año 1616. Y ese fue el punto de partida del cuento.

_ ¿Ya lo terminó?

_ Ya está escrito. No voy a contárselo porque espero que usted compre un ejemplar del libro. Además sería muy aburrido contar el cuento. Quizás lo defraude. Bueno y luego hay un libro de poemas también. Creo que serán publicados por Escalenas Editorial, en Madrid.


"De algún modo, todos somos europeos"


_ Sus libros tienen un éxito espectacular en Europa. ¿Por qué cree que se produce este fenómeno?
_ Es lo que yo no sé. Estoy asombrado, atónito. Y sin embargo esos libros han sido traducidos a muchos idiomas. Por ejemplo, fui invitado por la Japan Foundation a Japón. Cuando llegué me revelaron que seis libros míos habían sido traducidos al japonés, incluso uno que escribí con Alicia Jurado sobre el budismo, tema que ellos conocen mucho mejor que nosotros. El emperador tiene que ser budista y sintoísta y además si quiere puede ser anglicano, luterano, mormón, en fin, católico o lo que quiera.

_ Debe haber sido especial ese recibimiento en Japón...

_ Desde luego. ¡Tengo un recuerdo tan grato del Japón! Y eso que me he educado en Suiza. Por primera vez en mi vida estuve en un país del todo civilizado. Usted puede dormir con la puerta abierta porque ladrones no hay. Discusiones tampoco. Se entiende que el interlocutor tiene razón, siempre. Al mismo tiempo, eso los hace un poco secretos y uno sabe qué piensan o qué sienten realmente. Esa corrección viene a ser como una máscara.

_ Algunos lo acusan de extranjerizante. ¿Cuál es su reflexión al respecto?

_ ¿Pero qué otra cosa podemos ser sino extranjerizantes en América? Y al decir América pienso en Norteamérica y en Sudamérica también. Una prueba de ello es que estamos conversando en castellano que es un ilustre dialecto del latín y ciertamente no fue inventado por los pampas o los quichuas. Y en EE.UU. el idioma es el inglés y tampoco son ingleses los americanos. Creo que de algún modo todos somos europeos, pero europeos en el destierro. Pero ese destierro puede ser feliz ya que a un europeo le es difícil sentirse europeo porque le han enseñado que debe sentirse alemán o inglés o noruego o irlandés o lo que sea. En cambio nosotros podemos recibir sin ningún perjuicio toda la cultura occidental y lo que podamos de la cultura oriental también.

_ ¿Usted cree que se podrá llegar a lograr alguna vez la integración latinoamericana?

_ Y no solamente la integración latinoamericana sino del planeta entero. Usted es cosmopolita, es ciudadano del mundo. Sintámonos como querían los estoicos ingleses. Sintámonos ciudadanos del mundo. Yo me siento ciudadano del mundo.


"Estoy listo para recibir la muerte"

"A veces me siento un poco desdichado y pienso ¿pero por qué me siento desdichado? No puede estar muy lejos la máxima aventura de la vida: la muerte".

: ¿Le teme a la muerte?

_ No. A veces me siento un poco desdichado y pienso "¿Pero por qué me siento desdichado"? No puede estar muy lejos la máxima aventura de la vida: la muerte. Y eso espero, que la muerte me borre totalmente, pero si me equivoco y no me borra, bueno, emprenderé otra vida que no tiene porque ser menos interesante que ésta, menos grata que ésta. Yo estoy listo para recibir la muerte, la anulación de la muerte, pero también una plenitud de la muerte, una continuación de esa aventura que en suma, es una aventura feliz.

_ ¿Cómo es un día en su vida?

_ Por la mañana suele venir gente a verme. Luego suelo almorzar en casa y a la tarde trabajo, generalmente con María Kodama. Me acuesto temprano. Espero estar a las diez y media durmiendo y como no puedo leer, por razones obvias, y no puedo escribir tampoco ya que se me enciman las letras, por lo que no puedo leer lo que escribo, estoy todo el día planeando cuentos, sonetos, poemas en verso libre, ensayos, lo que fuere. De modo que pueblo mi soledad con proyectos literarios. A mi edad, la muerte puede esperarme en cada esquina. Pero me he comprometido a escribir increíblemente cien prólogos, por lo que tengo que seguir viviendo algún tiempo para cumplir con ese compromiso. Por ejemplo, hoy tengo que vivir hasta esta noche en que voy a hablar ante ustedes, de modo que este día de vida me está asegurado.

_ Pero qué mejor que tener esos compromisos...

_ ¿Qué otra cosa? Pensar en el pasado es enfermizo y entonces prefiero pensar en el porvenir, aunque en mi caso el porvenir, bah, en el caso de todos, el porvenir es dudoso. Es mejor vivir hacia adelante. Uno de los defectos de este país es que tenemos una de las más breves historias del mundo. Nuestra historia cuenta apenas dos siglos y sin embargo cada día es un aniversario, uno no puede caminar porque hay tantas estatuas (risas). Está lleno de estatuas ecuestres, cada día es un aniversario y estamos continuamente recordando un pasado brevísimo y un pasado doloroso con las dos dictaduras, la de Rosas y la otra de cuyo nombre no quiero acordarme, y lo que ocurrió después y quizás lo que esté ocurriendo ahora todavía. Pero en fin, tenemos que tratar de convalecer de nuestro pasado.

_ Es un pasado oscuro ¿no?

_ Creo que si. Recuerdo una frase que dice que "la historia es una serie de crónicas policiales". Y es verdad.

_ Cuando entré a esta casa para la entrevista alguien me sugirió que no le preguntara nada sobre la juventud ¡Por qué?

_ Porque es demasiado abstracto. Soy incapaz del pensamiento abstracto. Me ha gustado mucho leer libros de filosofía pero no sé si he pensado algo por cuenta propia. Creo que no. He imaginado, he soñado, pero pensar, razonar, es algo muy difícil para mí.

_ Muchas gracias por su tiempo y su amabilidad.

_ Muchas gracias a usted.

 Fuente : Marcelo Pasetti.blogspot


Las conferencias de Borges en la Universidad de Harvard

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"He pasado mi vida leyendo, analizando, escribiendo... y disfrutando -dijo Jorge Luis Borges durante las conferencias que dio en la Universidad de Harvard entre 1967 y 1968-. Y finalmente me di cuenta de que lo más importante era esto último."



Jorge Luis Borges’ 1967 Norton Lectures On Poetry (And Everything Else Literary) Harvard


Ir a las conferencias de Jorge Luis Borges en Harvard en ingles:

Borges y la mecánica cuántica

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Parque Explora Medellín  -  Colombia

El físico argentino Alberto Rojo  afirma que el arte y la ciencia no son alternativas antagónicas en la búsqueda de la verdad, sino que tienen un territorio común. En particular, señala la gravitación de la literatura de Jorge Luis Borges en la ciencia, no sólo a través de metáforas magistrales, que luego fueron captadas por científicos, sino con su sorprendente anticipo de teorías de la física cuántica en sus ficciones.

Invitado: Alberto Rojo, doctor en física, músico, escritor.
Fecha: Miércoles 18 de septiembre de 2013.
Fiesta del Libro y la Cultura de Medellín.

Fuente : You Tube





El Golem (1920) Película Sub. Español

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El Golem (Der Golem, wie er in die Welt kam) es una película alemana de cine mudo, de 1920; dirigida por Carl Boese y Paul Wegener, que cuenta la leyenda de una estatua: el Golem.

En el siglo XVI, en el gueto de Praga, vivía el Rabino Löw, mago y maestro en el arte de la nigromancia. Para evitar la expulsión de los judíos, ordenada por el emperador Rodolfo II, modeló la figura de arcilla del Golem e invocó al espíritu de Astaharot para que le otorgará la vida. Sin embargo, cuando los judíos consiguen quedarse en la ciudad, y el Golem salva la vida del emperador, el rabino trata de invalidar su conjuro y quitarle la vida porque ya ha realizado su cometido. Pero cuando un sirviente, cegado de amor, se la devuelve, la figura de arcilla escapa de la influencia humana y se convierte en una amenaza. Esta obra maestra del expresionismo, claro precedente del mito de Frankenstein es, seguramente, la primera gran película sobre monstruos de la historia del cine, porque otras dos versiones, también de Paul Wegener con el Golem como protagonista, desgraciadamente se han perdido para siempre.

Fuente : You Tube

Jorge Luis Borges recitando El Poema EL GOLEM

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